miércoles, 30 de junio de 2021

Lecturas encadenadas. Junio

Hay posibilidades de que este post sea el más corto dentro de la sección lecturas encadenadas porque junio ha sido un mes muy intenso para muchas cosas que me han tenido apartada de la lectura y, sobre todo, me han hecho caer como una piedra al acostarme. Estar ocupadísima y dormir bien son dos actividades que van mal con la lectura. 

Al lío. 

El mes empezó con ganas pero se desinfló en la página doscientos cincuenta. El mundo después del cumpleaños de Lionel Shriver fue una adquisición en la Cuesta Moyano porque no había leído nada de esta autora y me apetecía (ya sé que el que hay que leer es Tenemos que hablar de Kevin, lo tengo en mi lista). Veo en mis notas que me tomó solo ocho días leerlo pero se me hicieron largos. La novela parte de una idea que si bien no es original puede tener su gracia pero a partir de la página doscientos cincuenta se acaba la gracia. Irina vive con Lawrence, son pareja desde hace más de diez años y llevan una vida monótona pero cómoda y confortable. Un buen día, en una cena con el exmarido de una examiga, siente una pequeña atracción y, a partir de ahí, Shriver bifurca la narración en dos direcciones paralelas. Una en la que Irina es infiel y otra en la que no.  Cada uno de estos universos paralelos está contado con una minuciosidad que si bien, como he dicho antes, al principio interesa porque cualquier detalle puede cambiar una percepción, una sensación, una palabra, según avanza resulta repetitiva y cansina. 

¿Es una mala novela? No. ¿la recomiendo? Pues tampoco a no ser que la saques de la biblioteca, te la encuentres en una librería de viejo y quieras echar un ratillo. Pero vamos que es prescindible completamente.  

Londres de Julio Camba, me llamó la atención el Día del libro en la Librería La Lumbre. Nunca había leído a Cambra y esta recopilación de los artículos que escribió en 1910 cuando llegó a la capital británica como corresponsal del diario El Mundo (otro Mundo, no el de ahora). Las crónicas que se recogen aquí son todas muy parecidas y al leerse todas seguidas dan la sensación de que Camba se repite. Se parecen también mucho a lo que ahora mismo podrían escribir Tallón, Jabois, Manuel de Lorenzo o cualquier otro articulista gallego. Camba también lo era y supongo que eso marca algo. Tiene el mismo tono, la misma ironía, la misma capacidad para de lo más trivial escribir quinientas palabras. 

Obviamente eran otros tiempos para el periodismo porque, ahora mismo, dudo mucho que ningún periódico mandara a alguien a Londres, con todos los gastos pegados, a escribir sobre la niebla, el roastbeef, las mujeres ingleses, el peligro de ser inglés o cualquier otra cosa. Esto es lo que hace Camba, pasear, encontrarse con gente, charlar con sus compañeros de pensión y contar todo lo que le parece chocante sobre todo comparándolo con lo español y lo francés porque también había estado de corresponsal en París. 

"Un español se tumba en un sofá y sueña. En cambio, cuando un inglés se tiende en la misma forma, deja de existir. Un inglés tendido es como un mueble volcado." 

"Todas las cosas inglesas están perfectamente rematadas; pero ninguna lo está tanto como el inglés mismo. Un inglés es un inglés y no podrá ser otra cosa. Aunque viva medio siglo en el extranjero, seguirá siendo inglés. Si tiene hijos fuera de Inglaterra, estos hijos serán tan ingleses como él. Si estos hijos tiene a su vez otros hijos, también saldrán ingleses. El ingles un producto admirablemente irreductible". 

A Camba le chocan las comidas (no descarto que en algún momento aparezca una pintada, un grafiti romano o una anotación en un incunable que diga "Como en España no se come en ningún sitio"), la niebla espesa que cubre la ciudad y que, en cierta manera, es la ciudad, el carácter inglés siempre orgulloso de ser todo lo británico que se pueda, su moral, su racismo, las mujeres independientes que trabajan, van con pantalones y no tienen intención de casarse, etc. 

A partir de esa extrañeza inglesa, Camba (nos) retrata muy bien. No hemos cambiando en ciento diez años. 

"Cada español, como el marqués de Bradomin, ha divido a España en dos grandes bandos: uno, él y el otro, todos los demás". 

"Todos los españoles son políticos y es probablemente, la causa de que España esté tan mal gobernada". 

Mi última lectura del mes ha sido Los días perfectos de Jacobo Bergareche y, curiosamente, en este encadenamiento de lecturas, también va de infidelidades. Luis, periodista, conoce a Camila, arqutecta, en un congreso en Austin y tiene uno de esos affaires que son perfectos precisamente porque son affaires. No destripo nada porque esto se cuenta en la contraportada. 

Bergareche traza un acertado  retrato de una infidelidad que es como todas las demás: preciosa y única vista desde dentro y corriente y moliente vista desde fuera. Bergareche retrata bien no solo la infidelidad sino el inicio de cualquier enamoramiento, ese momento en el que no hay nada más que la otra persona, en que cada actividad parece única y especial, en que crees que nadie ha amado como os amáis vosotros, que no se te olvidará nunca y que durará siempre porque harás todo lo posible y lo imposible para que sea siempre así, porque es imposible que no sea así. Todos hemos estado ahí. Incluso William Faulkner que tiene una presencia importante en la trama y que no voy a destripar. 

La novela se estructura también, de una manera parecida a la de Shiver en dos partes. En la primera parte la carta de Luis a Camila: "Verte se queda corto. Te tuve, me tuviste. Nos tuvimos". La segunda parte que para mí desmerece la primera parte tanto en la forma como en el fondo es la carta de Luis a Paula, su mujer: "Me aburro. me aburres. Nos aburrimos. Probablemente no sea más que eso, aburrimiento. Tedio. Ni más ni menos que la mayoría de las parejas que conocemos." 

Es una novelita correcta, entretenida y con algunas cosas muy buenas. 

Y ya está. No hay más. No me ha dado tiempo. Ayer saqué seis libros de la biblioteca que planeo leer en el próximo mes. Con la espereza de conseguirlo y un bizcocho, hasta los encadenados de julio. 


lunes, 28 de junio de 2021

Su columna es mala

Rosie McGuinness
Estimado Sr: 

Soy su editora y el motivo de este correo es comunicarle que la última columna que nos ha remitido no va a publicarse. Sí, sé que ahora mismo está sorprendido por dos cosas. La primera que exista una editora en el periódico que lea sus cositas y qué, además, haya decidido no publicarla y tenga autoridad para ello. ¡Sorpresón! Me imagino que, ahora mismo, está pensando ¿Cómo se atreve esta muchacha? Sí, porque usted es uno de esos que llama a las mujeres, muchachas, chicas, chatas, chavalas o feas si son de su cuerda y feminazis comunistas con cara de rata si no lo son. Es también de los que piensa que usted vale tres mil o cuatro mil millones de veces más que una mujer por algún extraño motivo que no alcanzo a comprender pero que tampoco me importa un comino. Me juego una mano a que su segundo pensamiento ha sido "voy a llamar a Mengano Rodrigañez de Felpudinez a decirle que a esta chica no la quiero ahí y que yo publico lo que me da la gana, que no ha nacido la persona y menos una mujer que me diga a mí lo que publico o no". 

He acertado ¿a qué sí? Está estupefacto. Además de mujer y su jefa soy espabilada. Sí, espabilada es el adjetivo que ponen los hombres como usted a las mujeres inteligentes y dispuestas. Es como un premio de consolación, "qué espabilada", como si tuviéramos seis años y hubiéramos aprendido a montar en bici sin ruedines seis meses antes de lo esperado. 

Al grano. La columna que ha remitido es mala. Mala de solemnidad. (Ja, que califique así su escrito seguro que le ha escocido porque es una expresión viejuna y casposa que usted reparte a diestro y siniestro y ¡oh, sorpresa! se la acaba de llevar en toda la cara, como un bofetón de película). La columna es mala, aburrida, soporífera yo diría y llena de incongruencias conceptuales que no se sostienen de ninguna de las maneras. Miento, se sostienen en su posicionamiento político que usted se empeña en recalcar todo los dias como si no lo supiéramos y como si le importara a alguien. La columna huele a rancio. Huele como el piso que me compré hace años. La dueña había muerto, los herederos cerraron la casa dejándola tal y como estaba y cuando fuimos a visitarla por primera vez, olía exactamente como su columna. Solo podría ser peor si usted hubiera aclarado que las feas a las que se refiere en sus líneas, son feas de izquierdas. Las feas de derechas pueden exhibirse alegremente porque, por supuesto, feas de derechas hay pocas y las que hay son elegantes, sofisticadas, con conversación, saber estar, apellidos con historia y sobre todo le encuentran a usted fascinante, inteligentísimo e ingenioso.  Hay feas de derechas pero no hay tantas que además sean idiotas. Confié en mi, si una mujer le ríe las gracias a su edad, es por pena. Disculpe mi sinceridad y, por favor, no caiga usted en acusarme de edadismo, no creo que usted no sea gracioso por edad, es simplemente que no tiene usted gracia ni la ha tenido nunca. Para que lo entienda, como la que es fea, que es lo es para siempre. Pues usted igual, de gracioso ni medio. 

No me venga ahora con "me cancelan porque la izquierda limita  mi derecho de expresión". No tengo tiempo, ni ganas, ni creo que merezca la pena explicarle que no se puede recurrir al pataleo de la cancelación cuando se lleva cuarenta años dando la turra en un periódico y supongo que alguna radio (lo siento pero no sigo su carrera con interés). No explico desde tan abajo. No le cancela nadie, simplemente no vamos a publicar una columna malísima. Sí, sí, sé que se ha hecho el moderno y ha puesto el título esperando enganchar a la gente con la indignación, sobre todo a las feas feminazis que llevan zapatos proabortistas ¿a que sí? Ay que picarón, creía usted que yo iba a picar con eso. Pues no. Puestos a pensar titulares que enganchen se me ocurren otros con usted de protagonista que, le aseguro, le procurarían a cualquier medio millones de clics y no solo de feminazis incultas, feas y adoradoras de Satán, sino de cualquier hijo de vecino, incluidos marqueses que opinan que votar es de ricos, que los pobres no saben. 

A lo que voy. No vamos a publicar su tontería de señor con ínfulas de provocar. No insista. No me haga enfadar. No me obligue a amordazarle con una pelota de ping pong. 

¿Ha visto Pulp Fiction? Pues eso. 

Lo haré por su bien si me obliga. No quiero que se ponga, aún más, en evidencia. Se lo debo como editora. No haga el ridículo. Escriba otra cosa, algo sobre los naranjos de Sevilla, el olor a verano o como se ve el pasado desde su provecta edad, cuando no había chavalas en puestos de responsabilidad y la vida era más fácil. 

Atentamente. 



Ojalá hubiera pasado esto. 

lunes, 21 de junio de 2021

Pasado mañana y más

Pasado mañana. Con la llegada de la vacunación masiva a nuestras vidas hemos recuperado el pasado mañana. Pasado mañana no solo designa, como su propio nombre indica, el día que va después de mañana, es mucho más. Pasado mañana es el tiempo perfecto. No se refiere a nada inmediato que vaya a ocurrir ya, para bien o para mal, ni a un tiempo muy lejano que lo mismo no llega como por ejemplo el próximo lunes. Pasado mañana está en el límite entre lo que estás viviendo y lo que llegará, lo que todavía no existe pero tiene muchas posibilidades de hacerse realidad. Pasado mañana te permite acariciar, saborear, fantasear con aquello que va a ocurrir y que deseas pero al mismo tiempo permite que en ese intervalo de horas, algo se tuerza si lo que va a pasar no te apetece una mierda. Una cancelación de un marrón  que va a ocurrir pasado mañana es un lujo, te permite suspirar de alivio y al mismo tiempo regodearte en ese tiempo con el que no contabas y que, ahora, es tuyo de nuevo. Pasado mañana lo tiene todo para ser el intervalo de tiempo más lujurioso y deseable: todo por llegar, rozándolo con los dedos pero sin tocarlo aún. Pasado mañana es tántrico. 

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«La Junta Directiva ha valorado tu cuestionario, por el equipo encargado de las adopciones, sentimos comunicarte que ha encontrado varios puntos que difieren con la filosofía y la política de nuestra protectora. Se ha considerado,  no se adaptó al 100% con nuestros puntos de vista,  como para darlo por válido, con lo cual te informamos que procedemos a desestimarlo.No damos perritos en adopción que vayan a dormir en caseta, fuera del domicilio, en ninguna estación del año,  los damos en adopción para que sean un miembro más de la familia y bajo nuestro punto de vista ningún miembro de la familia puede dormir en una caseta.»

Cuando después de tener perro durante más de treinta años, recibes esta contestación a una solicitud de adopción de una cachorrita de mastín, por parte de una misteriosa Junta Directiva que, sospecho, son tres mataos con camisetas con mensaje y ukelele (con todo mi respeto a las camisetas de con mensaje y a los ukeleles) te quedas un poco sorprendido. ¿Está mal que un perro duerma en un jardín? ¿Lleva la  humanidad maltratando perros toda su historia? ¿La Junta directiva ha convivido alguna vez con un perro de 50 o 60 kilos? Entiendo que la Junta Directiva quiera asegurarse de que vas a cuidar al perro pero de ahí a pedir absurdeces, va un mundo. Levanto la vista y veo a Turbón durmiendo justo en la sombra que da el pino al caer la tarde. Es un miembro de la familia que, desde luego, tiene pinta de no tener traumas por dormir en el jardín. 

Ana, contéstales que aquí todos los miembros de la familia dormimos en caseta.
–Mamá, eso es mentira.
–¿Y qué? Son bobos

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Vamos al cine a ver A Quiet Place 2. Acabo la película echa una bola en la butaca y me entra ardor de puro susto. 

No sé cuándo volveremos a ir al cine las tres juntas. Últimamente cuento las últimas veces que estamos haciendo las cosas. 

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Cuando unas instrucciones de Ikea dice que se necesitan dos personas y tres horas, en realidad son dos personas suecas que se corresponden con tres españolas y las tres horas hay que multiplicarlas por la diferencia horaria con España: diez o doce.  Un mueble de Ikea nunca está mal. Lo siento pero si no sale bien el que te has equivocado eres tú. Y nunca falta un tornillo, lo has perdido. 

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–Mamá, ¿en algún momento de la vida se pasan estas ganas continuas de dormir?
–No, solo aprendes a funcionar con ellas y a suspirar por volver a ser capaz de dormir doce horas del tirón y tener tiempo para hacerlo. 


martes, 15 de junio de 2021

La litera

Recuerdo vagamente la primera vez que me subí a la litera. Como siempre fui una niña repelente y muy obediente, descolgué la barandilla, la puse en posición de escalerita y trepé a la cama de arriba. Fue la primera y la única vez. (Los que no han dormido nunca en litera no lo saben pero por mucho que los fabricantes de literas creen escaleritas e ingeniosos elementos para subir a la de arriba, el usuario siempre encuentra un camino alternativo para trepar que no implica ninguna de las ideas pensadas por el equipo creativo.) Esa primera noche, estrenábamos litera y mesas de estudio y nuevos armarios y nos encantaba la tela de flores con la que habían entelado las paredes de la habitación. (Lo aviso aquí, el ciclo de la vida de la decoración es: pintura, papeles pintados, paredes enteladas y vuelta a pintura...por lo que veo en Instagram estamos a dos temporadas de lo de las telas porque los papeles están ahora en su apogeo). Nos creíamos, mi hermana y yo, muy mayores. Calculo que yo tendría unos ocho o nueve años y ella seis y ese movimiento de cuarto suponía el final de la existencia del cuarto conocido como la "leonera", un cuarto que teníamos solo para jugar donde podíamos construir cabañas que duraran semanas, montar teatrillos con todos los peluches, organizar ciudades de los clics atacadas por los madelman de mi hermano o utilizar las herramientas del banco de carpintero de juguete como si fuéramos carpinteros de verdad con el consiguiente enfado de mi madre. La leonera moría y nosotros tres dejábamos de dormir juntos: éramos mayores y necesitábamos mesas de estudio. 

Los siguientes veinte años los pasé trepando cada noche a la cama de arriba (sin usar la escalerita). Un pie en el tablón a los pies de la cama de abajo, otro en el cubre radiador y arriba. Algunos de esos años cuando me acostaba miraba un poster de Bruce Springsteen que había pegado al techo de la habitación. Durante todos esos años una estantería soportaba el peso de mis lecturas justo encima de mi cama. Varias veces no lo soportó y fui reprendida por "poner demasiados libros". ¿No ves que la estantería no aguanta tanto peso? me decían. No, no lo veía, ni se me había ocurrido. 

En esa litera he pasado unas cuantas resacas, grandes disgustos,  grandes lloros y grandes ilusiones (Nunca una noche de lujuría, para eso okupaba la cama de mi hermana). Las noches sin dormir antes de los Reyes, el día antes de mi cumpleaños, el día antes de empezar el cole. Las grandes vomitonas infantiles me las ahorré porque con todo mi morro, si me encontraba tan mal como para vomitar asomaba la cabeza por la barandilla y vomitaba hacia el suelo o hacia mi hermana. Nunca me lo ha perdonado. Durante todos esos años, según iba creciendo, pensaba: cuando pasé a BUP ya no podré dormir en la cama de arriba, cuando cumpla dieciocho ya no dormiré ahí, cuando esté en la Universidad seguro que ya no trepo por el radiador, cuando empiece a trabajar no podré dormir ahí. Imaginaba con antelación  esos hitos, a personas mayores que yo durmiendo en litera y era incapaz. Me parecía que no pegaba dormir en litera si tenías catorce o eras mayor de edad, o estabas en la carrera o ganabas un sueldo. Dormir en litera era de pequeños. Dormí en esa litera, trepé por ese radiador y  hasta los veintiocho años, hasta la víspera de mi boda. 

Después de casarme, la litera y yo nos separamos durante cinco años. Ella hizo su vida con mi hermana y yo me dediqué a las camas de dos por dos y luego a las cunas. Pasado ese tiempo nos volvimos a juntar, la desmontamos, la trajimos a nuestra casa para que la disfrutaran mis hijas. Durante los últimos quince años María ha dormido en la de arriba y Clara en la de abajo. Han dormido en ella como ceporros, han jugado a las cabañas, a los teatros, a lanzarse al suelo, han usado la escalerita una sola vez y han trepado. Por supuesto, también han vomitado en ella. 

Era una litera estupenda, una gran litera. No era un mamotreto de esos que en la tienda parecen monísimos y en tu casa parece que has aparcado un submarino en la habitación, ni tan pequeña que fuera ridícula. Tenía el tamaño perfecto, era la que hubiera elegido Ricitos de Oro. Permitía hacer la cama de arriba con comodidad sin tener que trepar y sentarte en la de abajo a leer cuentos o charlar sin darte con la cabeza con la de arriba. Era perfecta, no ha habido nunca una litera mejor. 

La litera que me ha acompañado durante cuarenta años  ha desaparecido de mi vida. La hemos desmontado y ha salido de nuestra casa para siempre. Su desaparición se debe a que en la guerra por tener un cuarto para cada una, mis hijas, finalmente, han ganado. Ha sido más que la Guerra de los Siete Años pero no hemos llegado a los Treinta aunque sin pandemia, puede que, nosotros hubiéramos aguantado más. Mis hijas se independizan la una de la otra y la litera ha sido el daño colateral.

En el cuarto de mis hijas ha quedado un hueco enorme, ahora la habitación parece muchísimo más grande. ¿Veis como no es un dormitorio pequeño? aprovecho para decirles. No les digo que además del hueco de la litera, yo veo el hueco que ha dejado su infancia. Mientras escribo este pequeño homenaje a esa litera, ellas montan su nueva cama. Ojalá las acompañe cuarenta años y no la vomiten mucho. 

jueves, 10 de junio de 2021

Adiós, Nan.

 

Adiós, Nán. 

Adiós, Nán. Adiós, maravilloso amigo. Adiós, recomendador de libros maravilloso y animador de todos mis intentos de escribir. Adiós a uno de los amigos más fieles, cariñosos y generosos que he tenido y tendré nunca. 

Hoy ha muerto Nán y escribo esto anestesiada, sintiéndome de corcho porque no puedo creerlo, porque me parece imposible que no vaya a estar al otro lado. Que no participe más en nuestro grupo  de whasap con Di, "La broma infinita",  comentado el día a día, compartiendo los éxitos de su hijo o alegrándose y emocionándose al ver crecer a las mías. 

No quiero decir que los amigos de las redes son como los amigos en la vida real porque para mí no hay distinción y me parece una estupidez. Los amigos llegan a tu vida por las redes, por el trabajo, por casualidad o en el gimnasio (no en mi caso, por supuesto). Nán llegó a la mía por Cosas que (me) pasan. Apareció en mi blog, leyó y comentó. Creo que es el mejor comentarista que he tenido nunca. No solo leía lo que yo escribía, también veía mi intención y lo que había dejado fuera. Era crítico cuando no le había gustado algo y el más entusiasta de los fans cuando algo le había impresionado. Para mí que Nan aprobara mis textos era un honor porque he conocido pocos lectores más atentos, más perspicaces y sobre todo, que traten con tanto cariño las palabras tanto al leerlas como al escribirlas. 

El primer correo que me envío es de 2010, casi lo más importante de mi vida ha pasado desde entonces y él  ha estado conmigo en todo momento. Tengo cientos y cientos de sus correos, siempre interesantes, siempre escritos llenos de generosidad y de cosas a compartir. He aprendido tanto, tantísimo con él. Nos hemos contado nuestra vida, nuestros secretos. Me llevó de la mano durante la depresión compartiendo conmigo como se había sentido él cuando atravesó la suya. Fue uno de los primeros lectores de Los días iguales y su sonrisa el día que presenté Una madre sin superpoderes era aún más grande que la mía. Durante un tiempo fue también el corrector de mis posts, yo se los mandaba y él me los devolvía corregidos y enseñándome a puntuar y demás. Si algo he mejorado es gracias a él. Se sentía orgulloso de mí y esa sensación me encantaba. 

Nán era el mejor amigo,  no le gustaba salir de su área de confort, de su Malasaña querido. Lo más lejos que quedamos nunca de su casa fue en el Retiro pero le encantaba que Di y yo le pasáramos fotos de nuestras vacaciones lejanas, con nuestras hijas en playas, ciudades o pueblos que él ni se planteaba conocer. Por él viajaba Lola, su mujer, su gran amor y la mejor compañera. Por él viajaba Luis, su hijo, del que siempre hablaba con un orgullo que le brotaba en las palabras, en los ojos, por la piel. 

"Inspiras una gran confianza. Si alguna vez lo necesito, gritaré ¡Moli!" me escribió hace muchos años. 

¡Nán! 

Adiós, Nán. Ya nadie me llamará Molinillos. Nos dejas huérfanos. 

lunes, 7 de junio de 2021

Lecturas encadenadas. Mayo


Este mes voy tarde con este post porque junio ha entrado atropellando y empujando y me ha costado encontrar el momento, el lugar y la conexión para escribir sobre las lecturas de mayo. Ahora mismo, sin mirar mi cuaderno, no sé si he leído mucho o poco, si me ha gustado o no… a lo mejor es por la primavera, por estar ya en edad de que me vacunen o porque estoy perdiendo memoria. 


Al lío.


Jazz de Toni Morrison, sacado de la biblioteca de mi barrio, ha sido mi segundo acercamiento a la autora americana y otro acierto. Me gustó muchísimo. Morrison es una de esas escritoras que, cuando las lees, te hace pensar en cómo tienes el valor de encadenar tres frases seguidas por escrito. Cada frase, cada giro temporal, cada expresión me hace preguntarme ¿cómo funciona su cabeza para llegar a esto? Y ¿por qué la mía no funciona igual? Jazz es una novela que transcurre en Nueva York en los años veinte pero también en otros mil lugares y momentos. El manejo de Morrison del punto de vista es impresionante, el salto de narrador omnisciente al narrador situado en los personajes, los saltos hacia delante y hacia detrás, conectando acontecimientos del pasado, el presente y el futuro a través de los anhelos, ideas y sufrimientos que se repiten. El anhelo de felicidad, la búsqueda de las raíces, el deseo de ser amado, de compañía. Por supuesto, en la novela, tiene un papel fundamental la exploración del lugar que ocupan las mujeres negras en la sociedad americana, como se perciben a sí mismas y como se relacionan entre ellas y con los hombres. 


Es una novela de escritura compleja pero que no puedes dejar de leer. El acontecimiento del que surge la trama se cuenta en la primera página y de ahí se expande al pasado y al futuro en busca de su origen y su resultado. Las páginas finales son un espectáculo. 


Hay que leer a Toni Morrison. 

«Todos necesitamos muchos periódicos: para desplegar un par de hojas y pelar patatas encima, para atender a las necesidades del cuarto de baño, para envolver basura. Pero no como Alice Manfred. Ella debía leerlos y releerlos varias veces, pues, si no, ¿para qué los guardaba? Y si resulta que leía algo en el periódico un par de veces sabía demasiado poco sobre demasiadas cosas. Si tienes secretos que guardar, si pretendes deducir cuáles son los que tienen otras personas, un periódico puede trastornarte la mente.»


Hamnet de Maggie O´Farrell fue una de mis compras en La Lumbre por el Día del Libro. De esta novela había visto todo tipo de loas, halagos, fanfarrias y demás así que me daba un poco de miedo pero me tiré a la piscina. De O´Farrell leí hace años La primera mano que sostuvo la mía que a todo el mundo le enloqueció y a mí me dejó bastante fría y de la que apenas recuerdo nada.  Hamnet me ha gustado mucho y además sé que no se me olvidará. La historia que cuenta O´Farrell se sitúa en el siglo XVI en el pueblo de Shakespeare, la protagonista es Agnes, una madre, la mujer del escritor que, por supuesto, es una mujer misteriosa dotada de un poder casi de hechicera. Lo mejor que consigue O´Farrell es la creación del ambiente de un pequeño pueblo inglés, con un lenguaje casi cinematográfico (me apuesto una mano a que ya hay ofertas por los derechos audiovisuales). O´ Farrell realiza una magistral descripción del luto, de la locura, de la incongruencia existencial a la que nos enfrenta la muerte.


Es una novela entretenida y recomendable para cualquier tipo de lector perfecta para la tumbona y las vacaciones. 

«Con qué facilidad, piensa Agnes mientras recoge platos, nos pasan desapercibidos el sufrimiento y la angustia de una persona si esa persona guarda silencio, si se lo guarda todo para si, como una botella con un tapón muy ajustado; la presión aumenta en el interior hasta que…¿qué? Agnes no lo sabe.»


Uno de los tebeos del mes ha sido Trazo de tiza de Miguelanxo Prado. Una historieta de dibujo precioso con una delicadeza impresionante y una historia circular con un toque misterioso que te va envolviendo según vas leyendo y se queda contigo al cerrar el tebeo y recordarlo días después. Es un poco Lost y un poco Lady Halcón, ahí lo dejo. 


La nariz de Cleopatra de Judith Thurman. Este libro llevaba años en mi lista después de que Bárbara Ayuso me lo recomendara tras leer una entrevista que hizo a Thurman en Mallorca (la entrevista es de obligada lectura). El libro recoge veintiséis artículos del New Yorker que tratan fundamentalmente sobre moda, diseñadores o tienen a mujeres como protagonistas como Jacqueline Kennedy, Madame Pompadour, Maria Antonieta o Yasmina Reza. Hay también un par de ensayos sobre artistas. 


Thurman escribe muy bien con esa erudición, amenidad e ingenio tan propias del estilo New Yorker y que a mí me gusta tanto. He disfrutado mucho de las historietas especialmente las dedicadas a personajes de los que no conocía más que el nombre como Balenciaga, Schiaparelli o Yves Saint Laurent.


Es un libro interesante que recomiendo para leer a traguitos, degustando cada historia y buscando las fotos en internet para comprenderlo todo. Thurman tiene, además, mucha mala leche y mucha ironía así que, en muchas ocasiones, no deja títere con cabeza. En el perfil de Jacqueline Kennedy, a la que conoció en su propia casa cuando la ex primera dama la invitó a cenar explica con gran agudeza lo que es el carisma en los personajes públicos:

«Y cuando la figura carismática es o parece ser sincera en su muestra de respeto hacia los que están por debajo de ella en la jerarquía, lo cual es bastante inusual, despierta en los destinatarios de su benevolencia una gratitud que excede con creced el verdadero alcance de sus buenas acciones. La afabilidad con los inferiores se interpreta como una comunión y esa es la esencia del carisma, su truco mágico: que humilla y exalta a la vez.»


Terminé el mes con otro tebeo, Asterios Polyp de David Mazzucchelli, que me dejó que ni fu ni fa. El estilo de dibujo es muy chulo, el uso de las dos tintas, la historia del destino que podía ser diferente pero a mí no me ha gustado. Me he quedado ¿y? Si lo encontráis en la biblioteca de vuestro barrio echadle un vistazo pero no creo que merezca la pena comprarlo. 

En fin, tarde y un poco a destiempo aquí os dejo los encadenados de mayo. Y con esto y el calor asqueroso llegando a nuestras vidas, hasta los encadenados de junio. 



miércoles, 2 de junio de 2021

La casa y la perspectiva


Cinta Vidal
Ahora que hay una palabra para casi todo, una definición para cualquier cosa que nos pasa y una palabra en inglés para todas las majaderías que quieren vendernos, yo soy una persona caracol. Vivo con mi casa a cuestas. En mi caso lo que acarreo, cada fin de mes a mis espaldas, es mi ordenador, mis medicinas, el jersey favorito de esos días y, por un miedo ridículo a no tener lectura, dos o tres libros y seis o siete New Yorkers. Ah, y dos tinteros y tres plumas. 

Un mes soy madre y otro soy hija. Un mes cocino y otro me siento a la mesa. Mis hijas no me llaman, yo no llamo a mi madre. Yo llamo a mis hijas, mi madre me llama a mí. Todas nos llamamos cuando necesitamos algo y nos desesperamos porque las demás no nos cogen el teléfono. Un mes organizo y reordeno y hago mejoras, otro sigo órdenes y contesto con un "me parece estupendo" a las sugerencias. Un mes ceno yogur y queso y otro a las nueve me siento a la mesa sin saber a que hora terminará la sobremesa. Un mes veo series con mi madre, otro mes con mis hijas. Un mes paso mucho tiempo sola porque mis hijas tienen planes y otro soy yo la de los planes y es mi madre la que disfruta la soledad. Un mes escucho "voy" y otro soy yo la que contesta "voy" cuando no tengo intención de moverme, por lo menos, hasta la segunda o tercera llamada impaciente. Las tres me sacan de quicio y y yo las exaspero a todas. "No seas pesada" vuela en todas nuestras conversaciones. 

Ser hija y ser madre a la vez no es nada exclusivo y especial, nos pasa a muchos. En mi caso, el cambio mensual me provoca un reseteo completo en la cabeza. No en lo esencial ni en lo importante pero, igual que al subir o bajar una escalera, al cruzar una calle o al mirar hacia atrás la perspectiva cambia, mi vida de caracol me obliga a ver las cosas de forma diferente o, mejor dicho, a verlas. Veo a mi madre envejecer, veo a mis hijas hacerse mayores. Disfruto del placer de saberme más paciente para comprender a mi madre y de la satisfacción de disfrutar de mis hijas con tranquilidad y asombro. Ninguna de las tres cambia radicalmente de mes en mes, ni siquiera de semana en semana, pero mi cambio de posición descubre en ellas cosas nuevas, detalles minúsculos inapreciables en el día a día. 

Mi amiga Rosa tiene la teoría de que para disfrutar de las pequeñas cosas, de la rutina de la vida diaria, de las calles que estás harta de ver, hay que "pensar en guiri". Intentar mirarlo todo como si no fuera tu vida, como si no fuera a ser para siempre, como si el tiempo en el que fueras a disfrutarlo estuviera fijado por una reserva de avión. Mi vida de caracol es una versión del "piensa en guiri", cada cambio de mes, cojo mis bártulos y me marcho. Siempre siento nostalgia por dejar a quien he sido ese mes y pereza por enfrentarme a quién seré el mes siguiente, pero según pongo el pie en mi casa de ese mes, lo contemplo todo como si fuera nueva, con una ilusión absurda pero bastante motivadora. 

Más pronto que tarde dejaré de ser caracol, serán  ellas las que se moverán y seré yo la que las reciba. Mi perspectiva volverá a cambiar, se volverá estable, un punto fijo del que no moverme. Espero aprender a pensar en guiri cuando ellas vuelen y mi madre se convierta en una vecina y dejemos de ser Sofia y Dorothy de Las chicas de oro.