martes, 3 de agosto de 2021

Experimento. Lunes de 2 de agosto

Lunes 2 de agosto

Bacon decía «I would like my pictures to look as if a human being had passed between them like a snail, leaving a trail of the human presence and memory trace of past events as the snail leaves its slime» Leo en el New Yorker un perfil sobre Francis Bacon y su vida y me quedo con esto, que le gustaría que en sus cuadros pareciera que alguien ha pasado entre ellos como un caracol, dejando su presencia y su memoria, sus recuerdos, como el caracol deja su baba sobre las hojas por las que pasa. No sé porqué me llama la atención pero le doy vueltas y vueltas, pensando en si, en sus cuadros, se verá algo de la “baba” de Bacon. La crítica dice que sí, su infancia, su sexualidad atormentada y extrema, sus amistades, su extrema generosidad, su obsesión por las bocas. Sí, todo eso está pero ¿en ellos hay algo más cotidiano? Si pudiéramos saber que había desayunado el día que pintó determinada cuadro o si había comido con alguien que le hizo enfadar o qué película había visto el día anterior ¿seríamos capaces de encontrar ese resto en su obra? 

Salimos a dar un paseo que se convierte en diecisiete kilómetros de caminata. Cuando nos quedan veinte minutos me pongo de mal humor, cuando estoy cansada me irrito. Me irrito por estar cansada, por no ser capaz de no estarlo. Lo de los diecisiete kilómetros lo descubro al volver a casa y mi enfado me parece casi justificado. Se disuelve por completo con un vaso de gazpacho y macarrones con chorizo. 


En la carretera encontramos una oruga gigante, tan grande y tan brillante que no parece real, parece una oruga dibujada por Pixar para protagonizar una de sus películas. Es verde brillante con irisaciones y se contonea, bastante deprisa para ser una oruga, por el asfalto de la carretera. No deja rastro.
 La dejamos atrás y al poco rato nos cruzamos con un camión gigante. No creo que la oruga brillante haya sobrevivido a sus ocho ruedas. Seguro que ahora sí ha dejado un rastro. Me pregunto si parecerá una mancha de líquido venenoso. También hay gente que, por donde pasa, deja un rastro de baba venenosa. 

lunes, 2 de agosto de 2021

Lecturas encadenadas. Julio


Y llego julio y se marchó y saqué seis libros de la biblioteca y solo conseguí leer tres. Llevo más de dos meses de retraso en mi lectura del New Yorker, el número de verano de Slighted Fox sigue intacto y tengo veinte o treinta artículos impresos que me interesa leer encima de la mesa. ¿Qué me está pasando? He decidido que este mes de agosto, de vacaciones, no voy a aspirar a leerlo todo. Mi plan es tomármelo con calma y simplemente leer todo lo que pueda sin agobios. Bajar las expectativas es algo que siempre funciona. Para todo. Bajar las expectativas como lema de vida. 


Al lío. 

Empecé el mes con Diario de los años del plomo de Richard Matheson que había comprado en la Librería La Lumbre en abril. Hace tres o cuatro años, en el podcast Todopoderosos, escuché hablar de Matheson a quien, confieso, no conocía. Basada en su novela, El increíble hombre menguante, había visto la película pero no tenía más conocimiento de él y por lo que escuché tenía el gusanillo de conocer su literatura. 

Diarios de los años del plomo es una novela del oeste pura y dura. Hay indios, vaqueros, forajidos, ladrones de ganado, dueños de salones, prostitutas, soldados, periodistas que buscan noticias de ese oeste legendario que se estaba creando y llegaría hasta nuestros días convertido en el oeste real y sheriffs corruptos. Hay, por supuesto, tiros y muchísima violencia descontrolada. Sé que esta descripción echará a mucha gente para atrás: «uf, novela del oeste, yo paso» pero en esta casa, el salvaje oeste se respeta. Nos criamos leyendo las novelas de Zane Grey una y otra vez, volviendo a ellas cuando no sabías que leer y las tenemos en un altarcito en una de las estanterías. Además, este año leí también Ahora me rindo y eso es todo, de Álvaro Enrigue y recobré ese gusto por el oeste, por la vida dura, por los cabellos, dormir al raso, pelear por un mundo nuevo que termina con otro. 

Matheson reconstruye a partir de unos supuestos diarios la historia de Clay Halser, un joven del este, veterano de la guerra que tras el conflicto no encuentra su sitio en su pueblo y se marcha en busca de aventuras. Las encuentra y se convierte en una leyenda tan grande que acaba devorándole. La historia la cuenta uno de esos periodistas que se inventó el oeste y que me ha recordado a, W. Beauchamp, el periodista que persigue a English Bob para contar su historia. Aquí carece de ese perfil ridículo pero el trabajo que hace es el mismo: crear leyendas del oeste que se lean en el este. 

Volver a tener doce años fue una experiencia estupenda y creo que es una buena novela veraniega. 

¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal? de Jeanette Winterson tiene probablemente uno de los mejores títulos que yo recuerdo. Es la frase que la madre de la autora, la madre adoptiva, le dijo a la autora cuando se fue de casa con dieciséis años. «Me voy para intentar ser feliz» y la madre no lo entendió, le pareció marciano esa aspiración absurda pudiendo ser normal o lo que ella creía que era normal. 

Vaya por delante del comentario que este libro me ha gustado mucho, muchísimo. Tenía muchísimas ganas de cogerlo desde hace años y no me ha defraudado para nada. Me ha parecido impresionante y doblé muchísimas esquinas. 

Winterson realiza un ejercicio de retrospección interior espectacular. Se busca en lo que fue su infancia y también en lo que no fue. Su vida con sus padres adoptivos, fanáticos religiosos, y su no vida con la madre que la dio en adopción son las que han formado la persona que es. Su vida con sus padres adoptivos fue una continua lucha con ellos, un intento permanente de encajar y de sobrevivir al maltrato y la incapacidad de su madre para querer, para quererla a ella y a si misma. Con dieciséis años la echaron de casa cuando confesó que era lesbiana y que no pensaba dejar de serlo a pesar del exorcismo al que la habían sometido dos años antes para limpiarla de pecado. 

A Winterson, igual que a la protagonista del Domingo de las madres, la salvan los libros. Los que lee compulsivamente en la biblioteca empezando por la A en la sección de literatura inglesa y también los que, de adolescente, se imagina escribiendo y los que finalmente escribe de adulta para ordenarse, encontrarse y contarse.  Su primer libro, Fruta prohibida, era una ficcionalización de su vida que la hizo famosa y la llevó a ganar una palma en Cannes por el guión adaptado. 

«Me costó bastante darme cuenta de que existen dos tipos de escritura; la que tu escribes y la que te escribe a ti. La que te escribe a ti es peligrosa. Va a donde no querías ir. Mira donde no querías mirar.»


En ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal? Winterson escribe para ordenar su niñez y adolescencia hasta que entra en Oxford y descubre un mundo nuevo. De ahí, pega un salto temporal para llegar a la época actual, (2012 fecha de publicación de la primer edición) tras confesar que no quiere escribir sobre los años intermedios. En 2012 tras la muerte de su padre adoptivo decide buscar a su madre biológica. Esa búsqueda junto con el duelo y una ruptura dolorosa «la vuelven loca» como dice ella. Sufre una depresión terrible con la que yo me he sentido muy identificada. 


«No estaba mejorando. Estaba empeorando. No fui al médico porque no quería pastillas.
Si aquello iba a matarme, mejor dejar que me matara. Si eso iba a ser el resto de mi vida, no podía vivir. 

Sabia perfectamente que no podría reconstruir mi vida ni rehacerla de ningún modo. No tenía ni idea de lo que habría al otro lado de este lugar. Solo sabía que el mundo anterior había desaparecido para siempre. 

Tenía la sensación de ser como una casa encantada. Nunca sabía cuando algo invisible iba a golpearme, y era como un soplo, una especie de viento en el pecho o en el estómago. Cuando lo sentía, gritaba de lo fuerte que era. A veces me tumbaba enroscada en el suelo. A veces me arrodillaba y me agarraba a un mueble. Esto es un momento, has de saber que otro…Aguanta, aguanta, aguanta.»


Es, sin duda, uno de los mejores libros que he leído este año. Uno de esos que se te queda pegado y te da material para reflexionar durante meses. Somos lo que fuimos de niños, lo que vimos, lo que nos enseñaron pero también forma parte de nuestra persona lo que no fuimos, lo que no nos dejaron ser, pensar o sentir. Esa ausencia, ese vacío también nos configura. 


«Cuando somos objetivos también somos subjetivos. Cuando somos neutrales, nos implicamos. Cuando decimos «creo que» no dejamos nuestras emociones al otro lado de la puerta. Pedirle a alguien que no sea emotivo es como pedirle que esté muerto». 


Leed a Jeanette Winterson. 


De este librazo salté a otro mayúsculo. En mi año Toni Morrison saqué de la biblioteca Paraíso, una de sus novelas más aclamadas y una auténtica cumbre de la literatura. Me ha parecido una novela muy compleja y muy ambiciosa. La narración se entrecruza en el tiempo y en el espacio a través de enrevesados linajes familiares a los que se suma un componente mágico que, a mí, me recuerda a Cien Años de Soledad.


Ruby es un pueblo imaginario, ubicado en Oklahoma. Fue fundado por los descendientes de ocho familias que llegaron, a su vez, de otro pueblo aún más legendario, Heaven, fundado por los esclavos cuando dejaron de serlo. Todos son negros y se practica el racismo hacia los blancos y también hacia los mestizos. A unos kilómetros del pueblo hay un edifico antiguo, conocido como el convento, en el que viven mujeres dañadas que han llegado de alguna manera extraña, empujadas por su destino. Allí de alguna manera se encuentran a misma, se salvan y se encuentran. Paraíso no es una novela fácil, es un cinco mil, una lectura exigente hacia el lector que debe poner la atención y el interés en cada palabra para no perderse en el trazado del universo que Morrison dibuja. Todos los temas de sus otras novelas: las relaciones familiares, el peso de lo heredado, la raza, la fortaleza de las mujeres, la violencia extrema, el odio, el amor. Es una novela profundamente feminista con las mujeres en el centro. 


Tiene un arranque brutal. Un arranque que haría temblar a Tarantino.


«Disparan primero contra la chica blanca. Con las demás pueden tomarse el tiempo que quieran. Aquí no hace falta que se den prisa. Se encuentran a veintisiete kilómetros de un pueblo que, a su vez, queda a cinco cuarenta y cinco kilómetros del más cercano. El convento tendrá muchos escondrijos, pero hay tiempo y el día acaba de empezar» 


A ese día y a esos escondrijos llega el lector al final de la novela, después de un viaje tan intenso que acabas sobrepasado. 


Más mujeres en este mes. De la biblioteca saqué también Los senderos del mar. Un viaje a pie de María Belmonte recomendado por Elena Rius.  Es un libro de viajes a la manera de Bryson, Patrick Leigh Fermor , Cheryl Straded, Helena Atlee o tantos otros. Si eres aficionado a este tipo de literatura Los senderos del mar no va a sorprenderte en la forma y en la manera de encarar la narración pero sí lo hará al contarte las historias de la Costa Vasca.  


Pasear, caminar, el paisaje, los lugares que atraviesas, los que te acogen, los que te asustan y los que ya no ves porque han desaparecido pero estuvieron. Un poco de historia, otro poco de geología, unas gotas de fauna, flora y filosofía, un pelín de conciencia medioambiental. Con todos estos ingredientes, Los senderos del mar, es una lectura apetecible para el verano. Un libro, un camino, para recorrer, aprender y, por momentos, pensar que a lo mejor sería buena idea plantearte hacer alguna de esas etapas.  


Hay anécdotas fantásticas como la del castillo de las maravillas construido por irlandés, de padre vasco, Antoine Abbadia Arrast, viajero, políglota (hablaba catorce idiomas) y enamorado de África. En el comedor del castillo, alrededor de la mesa, todas las sillas llevaban una letra en el respaldo y si se juntaban todas podía leerse: En esta mesa no hay lugar para el traidor. 


Con otro libro muy de verano terminé julio. Piscinas que no cubren de María Agúndez me llegó de la mano de Editorial Dieciséis. Es una novela veraniega, perfecta para leer ahora, que cuenta la historia de una niña que llega a vivir con sus padres a Menorca. Se instalan en una casa azul, El Calypso desde la que se ve el mar. Su vida con sus padres, él notario, ella fotógrafa, sus amigos, la exmonja que la cuida, los vecinos de buena familia, el puticlub al otro lado del bosque, todo es configura su universo. Leyéndola casi podía escuchar Verano Azul. También me ha recordado a Panza de burro aunque sin los coloquialismos y sin esa sordidez sombría y trágica. 


«La cabeza de mi padre funciona de manera totalmente opuesta a la de mi madre: a ella le late el corazón muy deprisa y a él muy despacio. MI padre necesita dormir muchas horas y mi madre podría vivir sin dormir. El siempre tiene frío cuando hace frío y calor cuando hace calor, y ella siempre tiene calor, haga la temperatura que haga. Los dientes de mi madre son todos postizos y mi padre nunca ha ido al dentista. A mi madre le da angustia gastar dinero y a mi padre le angustia tenerlo guardado. Para mi madre, lo primordial son sus cosas y para mi padre, lo primordial son las cosas de su madre» 


Piscinas que no cubren os llevará a vuestros veranos de la infancia, a oler a cloro todo el día y andar descalzo. A pensar que todo va a seguir siempre igual. 


Y con esto y un mes entero de vacaciones por delante que pienso dedicar a mirar el paisaje, pensarlo y leerlo, hasta los encadenados de agosto. 


lunes, 26 de julio de 2021

Hilachas

 

Un perro en relieve en el papel higiénico, un perro en relieve en el papel higiénico. Lo miro, lo toco y pienso: esto costará dinero. ¿Será más o menos barato que hacer el papel liso? ¿Alguien se habrá preguntado esto alguna vez? Y ¿por qué un perro como emblema de un papel higiénico? Recuerdo el anuncio del perrito monísimo corriendo por lo que parecía el comienzo de la moda de los pisos piloto con luz a raudales con el rollo entre los dientes pero ¿alguien lo compra esperando encontrar ese perrito inmortalizado en el papel? Últimamente creo que he perdido memoria y capacidad de concentración. No, no es exactamente eso. He perdido agudeza, he perdido filo para conectar ideas y conocimientos. Antes hacía esas conexiones sin pensar, me salían solas, era si de mis dedos, de mi cabeza o de mi lengua saliera un chispazo, una descarga eléctrica (como la de las anguilas) que estableciera esa conexión. Ahora, para conseguir algo parecido la sensación es que tengo que tirar un cable submarino por debajo de una pesada masa de agua y conseguir llegar al otro lado. A veces tengo fuerzas y lo consigo, otras veces dejo el cable a medias y digo: ya volveré. Me debato entre dos superpoderes. El que tienen mis hijas de dormir como los perros, a su antojo, donde sea, como sea y cuando sea y el de con un chasquido de dedos poder cambiar todos los cuadros de mi casa. Concretamente me encantaría tener una pared frente a la que desayunaría cada día, llena de láminas botánicas y querría, cada día, con un chasquido de dedos poder cambiarlas todas. A lo mejor cada día es excesivo, pero poder cambiarlas cuando me las hubiera aprendido de memoria, tan de memoria como me sé los refranes irlandeses que cuelgan encima de la mesa de la cocina en Los Molinos o las etiquetas de vinos de la cocina de Madrid. Sueño con Michael Jordan un día y al siguiente con Camilo José Cela, se lo comento a Juan y hablamos de que se sueña poco porno. Odio el deporte, odio el deporte con toda la fuerza de mi ser y ese odio es lo único que me empuja a hacerlo y terminar cuanto antes. Cuando me crece el pelo parezco un perro de aguas y mi madre me dice que llevo el pelo aplastado, creo que no tengo síndrome del impostor porque mi madre ha conseguido desgastarlo de tanto echármelo en cara. Debió dejarlo a cero cuando yo tenía veinte o veinticinco años. Salir a cenar con mis amigos y que las cosas que nos contamos hayan pasado hace treinta años da un vértigo parecido al de la montaña rusa. Es una mezcla de susto al darte cuenta de lo viejos que somos y de alegría porque tenemos todo ese pasado en común y esperamos seguir teniendo futuro. Hacerte mayor es darte cuenta de que has tenido mucha suerte de no haber perdido ningún amigo por el camino en accidentes, enfermedades o cualquier cosa dramática... y saber que en algún momento ocurrirá y que puedes ser tú. Más vértigo existencial. La playa de Nogales, ver dormir a mis hijas una siesta de cuatro horas como si no hubieran dormido catorce esa misma noche, las pestañas de María, las manos de Clara, escucharlas respirar. Emocionarme y que esa emoción estalle cuando se despiertan y absolutamente todo lo que yo hago les parece mal. Internet está lleno de gatos y de consejos sobre como ser madre. Me sobran gatos y esos consejos. La realidad tiene más perros y lo difícil no es ser madre, lo complicado es encajar en tu cabeza ser madre e hija a la vez, querer parecerte a tu madre en lo bueno y pasarte el día huyendo despavorida de las cosas malas que te hacen parecerte a ella. De eso no hay nada en internet. Querer escribir algo y que no se te ocurra nada, solo hilachas de cosas que (te) pasan por la cabeza y que no pueden ser un post. ¿Y si las junto todas? 


lunes, 5 de julio de 2021

Podcasts encadenados. Salir del a mí eso no me gusta.




Llevo meses sin actualizar mis recomendaciones de podcasts en el blog a pesar de que en twitter y en instagram sí que he compartido algunos de mis episodios favoritos. Como bloguera vuestra que soy, os debo una actualización de los podcasts encadenados para que os enfrentéis al verano, a las horas mirando las nubes, los paseos a la orilla de lo que sea y el tiempo casi detenido con algo interesante para escuchar si os apetece. 

Este año, 2021 está resultando hasta el momento bastante pobre en series que me hayan enganchado con entusiasmo. Probablemente el hecho de que cualquier pre producción prevista para el 2020 haya estado limitada por la situación de pandemia tenga mucho que ver en esto. A pesar de la escasez de series que me hayan entusiasmado, tengo un buen puñado de episodios para compartir pero empecemos por una serie. 



Cuando uno empieza a escuchar podcasts, como cuando empiezas a leer,  uno elige lo que cree que va a gustarle guiado por sus gustos, empieza por lo fácil. Si me gusta la novela romántica solo leo novela romántica, si me gusta la fantasía solo leo fantasía, si me gusta el amor y lujo solo leo amor y lujo.  Estás convencido de que cualquier otra cosa "No te gusta". ¿Por qué no te gusta si no lo has probado? Porque así lo has decidido. Yo también he pasado por ahí con la lectura, el cine, la música y, por supuesto, los podcasts pero creo que es una señal de madurez, crecimiento personal o como queramos llamarlo, el hecho de decidir un buen día qué vas a probar esas cosas que has decidido que no te gustan. Me pasó en literatura primero con el ensayo y luego con la ciencia ficción, me pasó en la música con los barrocos y me pasa ahora con los podcasts y la ficción. En principio no me atraen los podcasts de ficción pero me obligo a escuchar alguno porque sé que es un prejuicio absurdo que me priva de descubrir cosas fantásticas. Una de esas cosas ha sido la serie La esfera de Podium Podcast escrita por Polo Menárguez, con diseño sonoro de Teo Rodríguez y un cast de actores que están espléndidos.  No soy oyente de ficción y, además, la ciencia ficción no es mi fuerte pero os recomiendo esta serie con todas mis fuerzas porque he devorado sus ocho episodios. Los guiones son fabulosos, los diálogos convincentes, los personajes creíbles y me he reído como nunca escuchando un podcast. Casi parece la vida real. Dejad a un lado vuestros prejuicios porque os va a gustar, entretener, divertir y gozar con unas interpretaciones maravillosas. 

Siguiendo con la idea de saltar por encima de mis prejuicios me lancé a escuchar Can we talk, el único episodio publicado, hasta ahora,  del podcast Vermont Avenue. Mi reticencia en esta ocasión venía de que este podcast es uno de esos llamados experimental. En teoría no hay historia y todo, el argumento, el sentimiento o la sensación,  está construido sobre una sucesión de sonidos. El problema con lo experimental es que bajo ese título se pueden encontrar maravillas (como una de mis primeras recomendaciones en esta sección, el episodio Migrañas y Tsunamis de Constellations) y también auténticas mierdas que consisten en el podcaster mirándose mucho el ombligo y grabando cosas que no tienen ningún sentido. "Esto no tiene sentido" le dices y te contesta "es experimental". Ja. Además, estas grabaciones a veces van acompañadas de efectos de sonido supuestamente impactantes que muchas veces lo único que consiguen es invitarte a arrancarte la cabeza. 

No es el caso de Can we talk.  Este breve episodio, apenas 11 minutos, reconstruye el paseo de John, un treinteañero de Los Ángeles, por Vermont Avenue a través de sus  sonidos. Sé que dicho así no parece gran cosa y no lo es si lo escuchas mientras planchas o estás tumbado. Hay que escucharlo paseando por tu ciudad. Yo lo escuché volviendo a casa en metro y la mezcla del paseo sonoro con mis pasos y sensaciones en Madrid construyó un estado de ánimo curiosamente placentero e inquietante al mismo tiempo. No hay una gran historia, quizás debería haber un pelín más de contenido, pero Can we talk es un interesante experimento accesible para todo el mundo. Este podcast ha sido premiado en Tribeca, el festival de cine independiente de NY, que ha inaugurado una nueva sección dedicada al mundo del podcast. 

En español, algo muy parecido ha hecho Jimena Marcos en el último episodio de la serie  In situ realizada por ella y por Arturo Lezcano. La idea de la serie es recuperar noticias locales, en Galicia, Baleares, Melilla, etc y ver que ha pasado con ellas. En Ciudad Cáscara, la historia es Madrid. Jimena intenta contar qué es para ella Madrid, lo que le le gusta y lo que le asquea. Qué significa ser Madrid. Pasea por la ciudad, pregunta a sus vecinos, a sus amigos, compara sensaciones, ideas, el cambio que la ciudad ha experimentado y como lo ha vivido y lo vive ella. Es mundialmente conocido que yo odio Madrid pero el capítulo me ha gustado mucho. Es también un paseo intentando entender esta ciudad. 

Cambiando de tercio y volviendo a lo que suelo escuchar más, Seriously... de la BBC es uno de mis podcasts favoritos e imprescindibles. Los podcasts de la BBC tienen la curiosa cualidad de calmarme, me amansan al mismo tiempo que me informan o entretienen. No sé si es el acento, el ritmo de los guiones, la estructura de los episodios pero siempre tienen ese efecto en mí. En este caso recomiendo este episodio sobre Joni Mitchell y su disco Blue.  Es maravilloso. La historia de Joni Mitchell de la que yo solo conocía alguna pincelada, la música, las palabras de la propia cantante. Es delicioso, interesante y, por supuesto, te lleva directamente a descargarte el disco y las letras y pasarte un buen rato escudriñándolas como cuando tenías dieciséis años y la música se escuchaba, no solo se tenía de fondo. 


The Last Archive ha vuelto con una segunda temporada fantástica. Esta producción de Pushkin Industries es un podcast sesudo. Jill Lepore es catedrática de historia en la Universidad de Harvard y escribe en el New Yorker desde hace mil años. En sus artículos siempre es interesante, aguda y te lleva de la mano por argumentos históricos que no conocías o no habías pensado hasta llevarte a una conclusión sorprendente o inquietante que te deja pensando durante días. Sus argumentos e hilos conductores no son obvios y son fruto de una erudición y una capacidad para hilar acontecimientos, pensamientos e ideas francamente impresionante. 

En su podcast, Jill Lepore establece la premisa que va a explicar en el primer episodio. En la temporada inaugural esa premisa era ¿Quién ha matado a la verdad? . Hace cien años había cosas que sabíamos, ahora todo lo que sabemos nos provoca sospecha, hay duda en todo. Es "Sí pero..." A través de diez episodios y partiendo de hechos históricos más o menos importantes o banales Lepore trazaba un recorrido hasta nuestros días porque, y esto es importante, nada de lo que nos pasa, pensamos, leemos, creemos o dudamos viene de la nada. Todo tiene un recorrido histórico que mucha gente se empeña en desprestigiar o ignorar pero que Lepore, como buena historiadora, sabe explicar. 

La primera temporada era buena y la recomiendo mucho pero, en ella, Lepore estaba un poco rígida en el tono y en la escritura, cosa absolutamente normal cuando era su primera incursión en el podcast. En esta segunda temporada dedicada a la duda, está mucho más suelta y mejor. En 2021, Lepore reflexiona: ¿Qué ha ocurrido en los últimos cien años para que la duda y la sospecha permanente sean ahora el caldo de cultivo en el que nos movemos? El hilo conductor para argumentar este recorrido es la historia de la radio, fundamentalmente en USA, pero con incursiones en otros países. ¿Qué ha pasado para que la radio, fuente fiable de noticias hace cien años se haya convertido en un instrumento de manipulación al servicio de todo tipo de intereses? Las  historias, ideas y argumentos de Lepore están muy bien construidos y contados y nos llevan desde un juicio retransmitido por la radio hace 100 años en el que se enfrentaron un creacionista y un profesor que enseñaba el darwinismo hasta el asalto al Capitolio el 6 de enero. 

Es un podcast sesudo en el que hay que prestar atención. No se puede escuchar mientras cocinas, lavas platos o pasas la aspiradora porque exige concentración absoluta. Yo lo he escuchado conduciendo o coloreando mandalas, con mi atención plena en lo que cuenta Lepore que es como uno de esos buenos profesores que todos hemos tenido y que te mantiene atento a cada palabra que pronuncia. Un profesor de esos que te hace sentir inteligente cuando llega el final de su clase y sientes que lo has entendido todo.  

Mi consejo es empezar por la segunda temporada y, si os gusta, id a la primera. 


Volvemos al español para recomendar Saludos Cordiales, un nuevo podcast de Radio Marca, realizado por Pablo Juanarena que lo hace todo: produce, escribe, edita, investiga y hace la comunicación en redes. El problema de ser hombre orquesta es que es imposible llegar a todo pero Juanarena hace un fantástico trabajo en este podcast. 

Con Saludos Cordiales he vuelto a salir de mi zona "me gusta" porque a mí, el periodismo deportivo está más allá de interesarme, me parece el colmo del aburrimiento. Aún así decidí darle una oportunidad y, contra todo pronóstico, lo pasé bien, aprendí cosas y me horroricé con el machirulismo y la actitud de "a ver quién la tiene más grande" del periodismo deportivo en los 80 y los 90. La premisa de la historia que nos cuenta Juanarena, con un acceso a fuentes y testimonios francamente impresionante, es la guerra a mandobles dialécticos y no solo, que mantuvieron José María García y José Ramón de la Morena desde sus respectivos programas deportivos nocturnos. Ni que decir tiene que yo jamás escuché a ninguno de los dos. Recuerdo vagamente ver a mi padre escuchar a García y que a mis tiernos nueve o diez años ya me pareciera un impresentable maleducado pero más allá de eso no tenía más conocimiento del tema.  

Saludos cordiales traza la historia de la radio deportiva en esos años. Los piques, la competición por ver quien tenía al protagonista del día el primero, los insultos "el vizconde torero, vizconde porque no hay más que verle y torero porque le gustan los toreros fuera de la plaza" dice uno y el otro contesta "a mí me gustan los toros y los toreros cuando son buenos pero por lo menos no me acuesto con vacas". Escuchando este podcast no ha aumentado mi reconocimiento hacia el periodismo deportivo, más bien al contrario, pero he entendido hasta donde llegaba el poder de estos dos hombres, la absurdidad de su pelea y como en esa competición arrastraban a un montón de reporteros que hacían cosas espantosas para no perder sus trabajos y, también, succionados por la espiral competitiva en la que vivían. El tercer episodio dedicado a las retransmisiones de la Vuelta me ha gustado también porque no sabía nada del tema. Los especiales, uno dedicado a las mujeres periodistas y otro con anécdotas de los reporteros, a mí me han parecido innecesarios y repetitivos pero reconozco el trabajazo de Juanarena al publicarlos y hacerlos accesibles. Ser el hombre orquesta del podcast hace, como he dicho antes, que sea imposible llegar a todo pero Saludos Cordiales es un podcast estupendo que merece la pena escuchar y que se merecía un equipo de producción más amplio para que Juanarena hubiera podido pulirlo todo mucho más. 

Por último, y aunque tengo muchas más recomendaciones, os dejo con esta delicia de episodio de Invisibilia titulado The last sound.   Bernie Krause era un músico de exito que en los 60 y 70 acompañó a Geroge Harrison o a Jim Morrison. Un buen día escuchó un sonido que cambió su vida. Decidió dejarlo todo y dedicarse, exclusivamente, a grabar los sonidos de la naturaleza, a documentarlos como en una enciclopedia, volviendo año tras año al mismo sitio para ver su evolución. A través de ese trabajo de toda una vida, se fue dando cuenta de que los sonidos desaparecían. Volvía cada año al mismo bosquecillo cercano a su casa y cada vez había menos sonidos, menos ruidos, menos vida. La historia de Krause es muy reveladora y, además, está muy contada. Él es todo un personaje. Me encantó este episodio, me ha hecho más conscientes de los sonidos que me rodean ahora en mi veraneo y corrí a comprarme su libro, La gran orquesta animal. 

Como me han quedado muchas cosas en el tintero, volveré con más recomendaciones. 

Ya sabéis, si escuchad algo venid a contármelo.