De la frase ”Como me gusta estar con mis hijos y como mola
la paternidad, es lo mejor del mundo” a la frase “¿En qué cojones estaría
pensando mi yo de hace 7 años para que le pareciera buena idea reproducirse? Y
necesito un paseo, una copa y drogas…o todo a la vez”…el camino es muy corto,
cortísimo. Tan corto que a veces no te crees que hayas pasado de un extremo a otro
tan rápidamente.
Uno cree tener paciencia, ser maduro, medianamente
inteligente y tener capacidad para encajar casi cualquier situación
adversa…hasta que se enfrenta a determinadas situaciones con sus hijos en los
que de repente se da cuenta de que ha perdido completamente la paciencia, la
madurez te ha abandonado súbitamente y la única manera que se te ocurre para
encajar la situación es llorar, huir o llamar a tu madre.
Nos pasa a todos. Bueno, a todos no…hay gente por ahí que
dice que jamás jamás piensa esas cosas
horribles que yo cuento hoy ni se sienten malos padres.
Sinceramente, yo creo que mienten.
1.El baño.
En teoría y gracias a los anuncios llegas a la paternidad
pensando que el baño será un momentazo de comunicación paterno filial. El agua,
el vapor, el espacio pequeño del baño. Carcajadas, esponjitas ( ¿Has estado
alguna vez en un baño turco?), espuma . Todo idílico. Una leche. Cuando son
bebés el momento del baño es de muchísimo estrés no sabes si lo estás cogiendo
bien, el bebé llora como un demonio y tú acabas exhausto y pensando que lo
mismo no pasa nada si mañana no lo bañas.
Cuando son más mayores hay que perseguirlos con un lazo para conseguir
que se duchen o se bañen, luego hay que revisar el resultado de sus fregados
cuando salen y normalmente hay que volverlos a meter en la ducha porque la
esponja sigue seca y creo, me han comentado, que cuando se van de casa
entienden el concepto: NO SACAR AGUA FUERA DE LA DUCHA.
2. La cena.
“Tengo hambre”, “tengo
hambre”, “tengo hambre”.
¿Qué hay de cena? ¿Qué hay de cena?
Hay dos opciones, que tus churumbeles coman como perros
hambrientos y literalmente te coman por los pies y tú te desesperas intentando
que coman despacio, que no se peguen por la comida y te desesperas más cuando
empizan ¿Qué más hay? Tengo hambreeeee.
La otra opción es mucho peor. Tus hijos están hambrientos
justo justo justo hasta el momento en que se sientan a cenar. Entonces
comienzan un ritual de ralentización del espacio tiempo que acaba con tu
paciencia y te lleva al llanto porque lo que tú has preparado con amor y
dedicación se ha quedado frio y asqueroso pero tienes que conseguir que se lo
coman.
No, la hora de la comida no es igual de desesperante. Los
que no tenéis hijos no lo sabéis…los padres sí.
3. Me aprieta / me pica / me duele / me pincha.
Hora de vestirles. Sacas
la ropa. Da igual que sea la que se han puesto mil veces. Ese día por algún
extraño motivo, por la alineación de los planetas o la carga magnética de los
casquetes polares deciden que esa ropa no pueden ponérsela. Tu se la pones a
base de una lucha cuerpo a cuerpo y algún que otro grito…terminas y empiezan a
contosionarse como si la kriptonita les estuviera fundiendo la piel mientras
lloran o te miran con odio.
Cuando se hacen mayores me comentan por ahí que al factor
“me aprieta/me pica/ me duele/ no puedo moverme” se añade el factor “no me
gusta” o “no tengo nada que ponerme”.
Todo muy chulo.
4.En el coche.
El coche es un sitio peligrosísimo. Es un habitáculo muy
pequeño para compartir tanta armonía familiar. Es perfecto cuando todo va bien,
poco espacio y todos muy juntos disfrutando…y es el infierno en la tierra al
minuto siguiente cuando empiezan: ¿Cuánto queda? ¿Cuánto queda? ¿Queda mucho?
Me hago pis, tengo sed, tengo hambre…
Mientras gracias a los “sistemas de sujeción infantiles” los
llevas atados y bien atados…el tema queda ahí. Cuando ya van solo con cinturón
de seguridad, además de todo lo anterior tenemos el problema de “me pido esa
ventanilla”, “me has tocado”, “estás poniéndote en mi espacio”.
5.Discusiones absurdas entre ellos.
Tus hijos son capaces de elevar una discusión idiota a la
categoría de conflicto armado y necesitar mediación de la ONU. Pueden discutir
por cromos, por media baldosa que uno ha ocupado con las construcciones, por
una goma, por un plástico roñoso, por media loncha de jamón o por el sitio en
el sofá.
Tú intentarás abstraerte, obviar el tema y dejar que lo
resuelvan solos porque crees firmemente que verán que discutir por eso es una
bobada.
Ja. Acabarás teniendo que hacer un juicio oficial dónde no
solo verás que el motivo era idiota sino que era mucho más idiota de lo que
creías porque trae unos antecedentes de flipar: es que él tiene ese medio
plástico roñoso que es mio porque en el verano cuando estuvimos en la playa él
se quedó con una concha que yo había encontrado y tú se la diste a él”.
¿un verano? ¿una concha? ¿Qué tú hiciste qué?
5.- Me llevas al salpicamas.
-¿Puedo comer chocolate ahora?
-No, vamos a cenar dentro de un rato.
-¿Puedo comer chocolate?
-Ya te he dicho que no.
-¿Puedo comer chocolate? ¿Puedo comer chocolate? ¿Puedo comer
chocolate? ¿Puedo comer chocolate? ¿Puedo comer chocolate? ¿Puedo comer
chocolate? ¿Puedo comer chocolate? ¿Puedo comer chocolate? ¿Puedo comer chocolate?
¿Puedo comer chocolate? ¿Puedo comer chocolate? ¿Puedo comer chocolate? ¿Puedo
comer chocolate? ¿Puedo comer chocolate?
Solo las grandes mentes consigues aguantar sin salir
corriendo a comprar una plantación entera y dejársela en herencia.
6.- Pataleta que algo queda.
Cuando no tienes hijos y ves una pataleta de un niño, una
especie de posesión diabólica que les hace patalear, llorar, gritar y casi casi
girar la cabeza 360 grados piensas “que mal educa la gente a sus hijos”.
Luego el destino viene, hace que te reproduzcas, te dejes la
piel en educarles y de repente un día te encuentras protagonizando la pataleta
infernal mientras compruebas como gente sin hijos te dirige esa mirada “ hay
que ver qué mal educa la gente a sus hijos”.
7.- A recoger.
Eres un padre comprensivo y no un maniaco del orden. Si tus
niños quieren jugar, pues que jueguen, que tengan espacio y tiempo para
desarrollar su imaginación y su creatividad. A jugar.
Pasan las horas y hay que recoger.
“A recoger chicos”…de repente, tus hijos son Houdini, son
culebrillas, son roedores canijos capaces de esconderse en las ranuras más
pequeñas para escaquearse del momento: las construcciones con las
construcciones, los colores con los colores, las fichas del memory con las
fichas del memory, los disfraces al baul, los clics al maletín…Y estás tú solo
recogiendo mientras repites hasta ahogarte: a recoger, he dicho que hay que
recoger, chicos cuando se juega luego hay que recogerlo todo.
Solo mentes poderosas y consiguen controlarse y no coger una
bolsa de basura y tirarlo todo.
Una vez que está todo recolocado…tus hijos salen de sus
escondrijos o del baño a dónde casualmente habían tenido que ir a hacer caca
justo en ese momento.
8.- El loro de repetición.
¿Cómo se piden las cosas?
¿Qué se dice? Siéntate bien.
¿Os habéis lavado los dientes?
¿Cómo se piden las cosas?
¿Qué se dice? Siéntate bien.
Y así hasta que lloras porque te recuerdas tannnnto a tus
padres.
9.- La pregunta eterna.
Un tema cualquiera, en un momento cualquiera… a ser posible
el menos oportuno de todos. Tu hijo pregunta algo y tú contestas, porque sí
porque está muy bien que tengan curiosidad, porque quieres enseñarle y porque
no está bien mentirles. Te sientes el campeón de los padres.
Y ¿ por qué?
Vuelves a contestar, ya con menos confianza porque realmente
nunca habías llegado a ese nivel de detalle o si lo hiciste probablemente
tenías la edad de tu hijo.
¿Por qué?
Ya no sabes más. No tienes ni idea. O a lo mejor lo has
sabido y se te ha olvidado o te das cuenta de qué mierda es hacerse mayor y
dejar de hacerse preguntas y aceptar el “porque si”.
Pero ¿por qué? ¿por qué?
Desesperación por no contestar y porque no hay manera de
pararlo.
10.- La canción diabólica.
El gusto por la variedad musical se adquiere con la edad, no
viene de serie. De hecho tus hijos
pueden escuchar una canción un número infinito de veces, y cuando digo
infinito me estoy quedando cortísima sin pensar ni por un segundo que es
suficiente.
Pueden escucharla en casa en el ordenador, en el coche, en
la radio cuando salga, en el mp3. Cantarla, bailarla, hacer una coreografía,
utilizarla para dormir, para el paseo en bici…
Por supuesto esa canción no será Stairway to heaven o Black
Sugar o una sonata de Mozart…será algo diabólico que se meterá en tu cerebro y
no podrás sacarla durante días.
11.- El cuento.
Leer un cuento a tus hijos. Parece que no hay nada mejor en
el mundo. Puro marketing.
Para empezar muchos de los cuentos infantiles son horribles
( los hay muy buenos también), normalmente tus hijos quieren leer alguno de su
muñeco del cole que es un horror, pero bueno te pones a ello. Te parece un
rollo pero hay que disimular, si tienes más de un hijo se pegaran por el sitio
a tu lado, protestaran por como tienes colacado el libro y no ven las
ilustraciones. Conseguirás llegar al final de la historia al límite de tus
fuerzas y sintiéndote fenomenal por haberlo logrado dirán: otra vez!! Leelo
otra vez!
Fantaseas con la idea de inventártelo y matar al
protagonista en la página 2.
12.- A dormir.
La hora de dormir, de acostarse, de descansar. Consigues
llegar a ese momento, han cenado, se han lavado los dientes, han leído, y están
monísimos en sus camas con sus caras dulces y cansadas.
Les da un beso, les arropas, apagas y sales feliz con tu
paternidad.
¿Traes el agua?
Tengo calor.
Tengo frio.
Fulanito no me deja dormir.
¡Me acabo de acordar de que para mañana tengo que hacer una
maqueta de un volcán!
Lloras.
Los que no sois padres si habéis llegado hasta aquí sé lo
que estáis pensando. Os espero en el futuro.
Los que sois padres…seguro que os habéis reconocido.
Publicado en Unadocenade