martes, 24 de mayo de 2022

Contra la creatividad

 

Hace muchísimos años cuando empecé a escribir había un concepto que estaba de moda: la originalidad. En aquella época remota, algunos novios dejaron de bailar el vals en las bodas para pasar a bailar pachanga, o Pulp Ficton o un tango, por ejemplo. En nombre de la originalidad las novias iban de rojo o le ponías a tus hijos nombres imposibles que les acarrearián, en el futuro,  sesiones de terapia y muchas dudas sobre el supuesto amor incondicional que sus padres les tenían. A fuerza de querer ser originales se alcanzaron cotas de mamarrachismo impresionantes (photocall, carros de chuches, fiestas para saber el sexo de tu bebe..etc) y nada volvió a ser original porque se trataba, tan solo, de ser diferente. Mejor dicho, se trataba de creer que uno mismo estaba al margen de las convenciones, de lo que hacia todo el mundo. Nadie pensó que si la moda era no seguir la tradición, nadie estaba siendo original. 

Con mi habitual perspicacia he detectado que lo que se lleva ahora no es ser original, es ser creativo. Puede parecer lo mismo pero no lo es. En la búsqueda de la originalidad se trataba de diferenciarse, de hacer algo distinto cuyo valor estuviera en separarse de lo que hacian, decían, pensaban los demás. Confieso que en su día, en una boda en la que Norma Duval y su marido iban vestidos del mismo color verde hospitalario incluidos corbata y zapatos de él,  pensé que no había nada más aterrador que esa búsqueda de la originalidad pero, una vez más, me equivoqué. La creatividad como valor absoluto es Godzilla mientras que la originalidad era solo el monstruo del Lago Ness. ¿Qué es la creatividad? Pues básicamente consiste en dar un valor absoluto a cualquier mierda que alguien hace, piensa, escribe, dibuja, cuenta o transforma en un esquema de trabajo en equipo. ¿Por qué ese libro, ese podcast, ese cuaderno, esa pintura, ese artículo, ese guión, ese dibujo, ese team building o ese disfraz tiene valor? Porque es creativo. Porque alguien lo ha hecho y ha puesto "esfuerzo". Me llevan los demonios con la creatividad. Me parece fenomenal dar rienda suelta a todas las mierdas que se nos ocurren a todos: pintar, escribir, hacerte una falda con tiestos, una receta de macarrones con garbanzos, piñones, melocotón y sardinillas en escabeche, un collar de piñas y melones, un guión sobre un tipo que se enamora de una serpiente y descubre que es su propio pene disfrazado para hacerle ver que es gay, las sandalias botas, los jerseys de cuello vuelto sin mangas, las novelas infumables fruto de fantasias nocturnas que te hacen creer que eres Premio Nobel. Todo bien. Todo creativo. Todo una mierda pinchada en un palo. Y quiero poder decirlo sin que la gente me mire con cara de, por dios Moli, ¿no ves que se ha esforzado y ha sido creativo? 

¿Y qué? Es que esforzarse automáticamente da valor a lo que haces. Si así fuera yo sería ahora mismo campeona del mundo de Pilates. Cada lunes, me arrastro a la clase con un esfuerzo sobrehumano. ¿Es así? No. Soy, probablemente, la peor alumna de Pilates de todo Madrid, de España incluso. 

«Ey, hay que dejar que la gente sea creativa» Correcto. Hay que dejar que la gente sea creativa pero no dejarla creer que su creatividad es artística, interesante y mucho menos valiosa. Una vez, yo me sentí creativa e intensamente maternal, y en un ataque de amor por mi hija María fabriqué un camello de los Reyes Magos con un tubo de papel higiénico. ¿Fue creativo? Muchísimo. ¿Tenía valor? Ninguno. De hecho creo que si mi hija va alguna vez a terapia probablemente ese camello salga a relucir en alguna de las sesiones como el objeto que más vergüenza le hizo pasar en su infancia. ¡Por dios, hasta a mí me dan ganas de llorar cada vez que me acuerdo! 

Y ese es el verdadero problema de la creatividad. De la originalidad, de los intentos de la gente por ser original te podías reir, podías criticarlo, contra la creatividad no se puede decir nada. Es un valor intocable, absoluto, fundamental. Y por eso todo el mundo quiere ser ahora creativo. «Ay, yo con tu trabajo me aburriría porque a mi lo que me gusta es ser creativo» «¿Estar en una oficina todo el día? Yo es que necesito ser creativo, crear cosas, dejar volar mi imaginación» Cuando luego, esa gente,  deja volar su imaginación y crean cosas,  esas cosas son como los dibujos de tus hijos de tres años. No por lo bien o mal que estén hechas sino porque no se puede decir nada malo de ellas, todo lo que puedes comentar es: «ohhh, es precioso, cómo te has esforzado». Si les comentas algo como «no me gusta, creo que en fin, el mundo podría pasar sin esto» o cualquier otra cosa, se ofenden y dicen «Es que soy creativo». 

¿Y qué, Mari Carmen, y qué? 

Decir que «eres creativo» no te convierte en Picasso, ni en Philip Roth ni siquiera en Agatá Ruiz de La Prada. Decir que eres creativo porque te sientas un rato a realizarte haciendo cualquier mierda que te hace feliz no convierte lo que sea que hagas en algo valioso para el mundo. A lo mejor es valioso para ti y eso es estupendo. Tu manuscrito de novela con un sospechoso tono autobiográfico te ha hecho feliz a ti y es creativo porque lo has escrito tú pero el mundo no lo necesita, no lo quiere. Haced lo que queráis, sed libres, pintad monas o pitos, escribid poemas o novelas, guiones espantosos y canciones vergonzantes. Sed felices pero, por dios, no digáis que sois creativos y, sobre todo, espabilad, coño, todos hacemos mierdas sin ningún valor.

Y no pasa nada. 

viernes, 20 de mayo de 2022

Semanas con eco

Viernes por la tarde, mi máxima aspiración es disolverme, parar el tiempo y no hacer otra cosa que leer y vaguear. «Seguro que este fin de semana me da tiempo a...» es un pensamiento que no quiero tener, me esfuerzo en transformarlo en algo que suene más a «voy a coger ese tiempo y a cuidarlo y a mimarlo para que se confíe, engorde y se haga eterno» Es horrible aprovechar el tiempo, cuanto más lo aprovechas, más cosas aparecen en el horizonte para hacer. Cuando tu tiempo se acostumbra a estar lleno, no se cansa y pide más y más cosas, y engulle cualquier obligación, plan, tarea, pensamiento o compromiso. El tiempo ocupado se vuelve avaricioso y siempre quiere más. 

Esta reflexión ha salido de mis dedos mientras en la semisocuridad de estos asquerosamente calurosos días de mayo veo las horas pasar en el reloj. «Todavía son la cuatro, bien.... y ahora las cuatro y media. Y las cinco...bien, bien, está pasando despacio» Doy vueltas a una idea que tuve ayer por la noche cuando me di cuenta de que había pasado otra semana sin escribir. «Voy a escribir sobre cosas que he aprendido esa semana» pensé. Me pareció un gran tema. Por la noche la programación de mi mente alterna entre grandes ideas para escribir y grandes catástrofes laborales. La idea de ayer me gustó. Se me ocurrieron algunas cosas: no comiences nunca una conversación con la frase Mamá, ¿qué te parece la vuelta del rey emérito?, de hecho más que aprender, esta asignatura la tengo suspendida porque no sé las veces que me he dicho a mí misma que jamás, bajo ningún concepto, debo hablar con mi madre de política. Nunca. Jamás. Pues esta semana he aprendido que quizás debería tatuármelo. He aprendido, leyendo Paracuellos, que en la España franquista había unos hogares para niños que eran terroríficos. Probablmente esto también lo sabía pero no lo había pensado. Leyendo el tebeo he recordado que peor que el hambre, los castigos y las privaciones es el sentir que tus padres no te quieren. He aprendido que ser maleducado es de ser muy poco profesional y que hay gente que organiza sus relaciones laborales como si siguiera en el patio del colegio. No sabía tampoco que si tienes un dolor muy fuerte en el culo, justo en donde se engancha a la pierna, ese dolor, ese pinchazo insoportable es un dolor irradiado por una inflamación del gluteo medio y el músculo piramidal. Me falta por saber qué he hecho para tener esa inflamación y conseguir que deje de doler. He aprendido que Durero ya se peleaba con la almohada. Ha sido una semana bastante floja por no decir mala, espantosa, fea, desagradable, muy poco interesante, definitivamente poco atractiva, agotadora, decepcionante, desesperante, frustrante, descorazonadora e innecesaria. 

Lo único que la ha salvado, que me ha salvado a mí porque a la semana le da igual, es como una mosca, tiene la vida util que tiene y sabe que más allá del domingo morirá convertida en un recuerdo,  ha sido una comida improvisada, una presentación de un libro, una comida, un paseo, una conversación a puerta cerrada, las llamadas nocturnas.  

Mis semanas se llenan y yo sueño con semanas vacías, semanas en blanco, semanas en las que corran las bolas del desierto, semanas con eco.   

viernes, 13 de mayo de 2022

Tú me ordenas

 

«Es que lo haces todo mejor que yo» Le dice Isa Calderón a Lucia Litjmaer en el último episodio de deforme Semanal. 

Sé que en los últimos tiempos escribo, hablo y pienso mucho sobre cómo he cambiado a lo largo de los años. Hablo de las cosas que ahora me dan igual y antes me parecían un mundo, de las certezas que ya no tengo, me sorprendo pensando en todo lo que he aprendido con la edad, la experiencia, las desilusiones, las decepciones. Pienso en como ha cambiado mi pelo, mi cara, la ropa que me pongo. Veo el cambio en mis relaciones con otros y en como me tomo lo que hacen o dicen los demás.  Casi todo ha cambiado pero hay dos cosas que permanecen inmutables: mi capacidad para hostilizarme en unos pocos segundos y mi eterna sensación de que realmente no hay nada que haga bien, bien de verdad.   

No sé reflexionar sobre mi vida con la introspección densa y profunda de la protagonista del libro que estoy leyendo. No sé escribir como mis escritores favoritos.   No me acuerdo de los jingles de los anuncios de mi infancia. No recuerdo lo que estudié en la carrera aunque fui una alumna sobresaliente. No sé escribir con letra pulcra y manteniendo cierto código de colores en mi cuaderno de notas del trabajo. No sé combinar la ropa más allá de lo mínimo imprescindible para no parecer una mamarracha (y no siempre). No sé maquillarme. No conozco la vida de Britney Spears como mi compañera Elia. No sé imitar a una miss venezolana como mi compañero Jesús.  Cocino medianamente decente pero no hago virguerías. Se me olvidan las recetas. No sé poner la mesa elegante ni me acuerdo de ponerme pendientes, collares o anillos. No sé organizar eventos ni ponencias ni mesas redondas.Leo mucho, leo con criterio pero no sé escribir un artículo de dos mil palabras con un análisis sesudo y literario sobre lo que leo. No sé manejar excel a nivel experto y, si soy sincera, tampoco word. No sé restaurar muebles y tampoco sé coser. No soy buena para analizar una película y descubrir los entresijos y, y esto me da muchísima rabia, cuando miro un cuadro, lo conozco, lo he estudiado y sé lo que quiero contar, siempre me quedo a medio camino, como si recitara mi libro de arte de COU, ese en el que descubrí mi cuadro favorito de la historia del arte y por el que elegí estudiar Historia. No sé cantar, no sé pintar, no sé tocar un instrumento ni mantener ordenado mi cajón de la ropa interior. No sé escribir guiones ni textos comerciales ni poesía. Hasta hace nada me salían los renglones torcidos en los cuadernos con páginas sin pautar. No sé hacerme las uñas, recordar citas de autores que me encantan ni los diálogos de películas que me fascinan (Excepto Mary Poppins y La Princesa Prometida) No se hacer cuentas ni cálculos matemáticos. No sé hacer plantillas cuquis de instagram y ni siquiera soy capaz de recordar que tipografía utilicé en la última storie. Soy malísima haciendo presentaciones. No sé usar un taladro, cambiar un enchufe o manejar una motosierra, probablemente porque he mostrado cero interés en aprender pero siempre he querido saber colocar una estantería y sigo siendo incapaz. No estoy hablando del síndrome del impostor, ese que en el trabajo te hace creer que lo haces peor que los demás, que todo el mundo se va a dar cuenta de que no tienes ni idea. Esto es diferente, no es laboral, es personal. No pienso en qué cree la gente si no en lo que sé de mi misma. Me gustaría tener la certeza absoluta de ser buena en algo. No nivel experto ni digna de un premio pero lo suficiente para decir: «Eh, esto se me da bien. Sé de lo que hablo. Sé lo que hago, lo que estoy haciendo». 

Siempre creí que en algún momento algo se me daría bien, muy bien. Y, por ahora, ese momento no ha llegado. Se, además, porque tengo buena memoria que antes la tenía aún mejor, que mi cabeza era más agil y hacia más conexiones. Incluso creo que escribía mejor. Esto no ha sido por la edad, ha sido por la depresión.  Creo que ya no llegará ese momento en el que sea buena, de verdad, en algo. No importa. O sí. Todavía lo estoy meditando. Mientras lo decido me quedo con algo que me dijo A, «Tú me ordenas».

 Algo es algo, mi ropa interior es un caos pero a él, le ordeno. 

lunes, 9 de mayo de 2022

De intentar y olvidar

Hace justo una semana pensé: mira que bien, tengo una idea para un post. Voy a pensarla bien, dejarla macerar un día en mi cabeza y mañana me siento y lo escribo. Sigo recordando la idea pero lo que no sé donde tengo es esa confianza en que podría sacar un hueco fácil para sentarme a escribir. El otro día, al salir de trabajar, no conseguí recordar si esa misma mañana había ido a la oficina andando, en metro o en bus, me parecía que esa mañana había sido hacía tanto tiempo que era un recuerdo lejano. Se me pasan los días sin saber a qué los dedico. Trabajo mucho, leo bastante, veo gente, organizo viajes y resuelvo gestiones. Todo esto también lo hacía antes pero ahora parece que todo eso me ocupa más espacio mental o a lo mejor es que mi cabeza está más centrada en todo eso. Sí, eso es. Tengo más cosas en qué pensar y cuando no tengo cosas en qué pensar mi cerebro se declara en huelga y dice: ¿escribir? ¿estás loca? 

Creo que quería escribir sobre el Palace y mis padres y su boda. La semana pasada, el día 29 de abril, hubieran cumplido cincuenta años de casados. El 29 de abril de 1997, cuando cumplieron veinticinco años, fuimos a celebrarlo al Palace. Recuerdo la sensación de asistir a una ocasión solemne. Veinticinco años de matrimonio me parecia una eternidad, una gesta digna de aparecer en los libros y de ir presumiendo por la calle. Ahora cuando pienso que yo cumpliría este año veintiuno, me doy cuenta de que tiene mérito pero que es más una cuestión de dejar pasar el tiempo. A lo que iba, aquella noche fuimos al Palace los cuatro hermanos y mis padres, cenamos en el buffet de la rotonda y después nos sentamos muy educadamente en una de las zonas de sofás. Llegaron todos mis tios, los hermanos de mi madre, y celebramos la ocasión con copas, creo recordar, y los tradicionales regalos de plata y un talonario de noches de hotel. Mis padres estaban radiantes y nosotros un poco avergonzados y muy fuera de sitio. Para un adolescente o joven veinteañero La Rotonda del Palace es un sitio incómodo, un lugar en el que pareces no encajar hagas lo que hagas. ¿Por qué fuimos al Palace? Porque mis padres habían celebrado allí su boda. 

Cuando siete meses después mi padre estaba muerto y yo tuve que acompañar a mi madre a gastar esas noches de hotel descubrí que lo dificil no es llegar a los veinticinco años de matrimonio sino seguir vivo cada día que te levantas. Es algo que he pensado, en algún momento, cada día de estos veinticinco años. Durante todos estos años mi madre ha llevado las dos alianzas, la suya y la de mi padre, unidas. El lunes pasado, tres días después del no aniversario, se dió cuenta de que las había perdido. Se las había dejado a mi sobrino que la interrogó sobre peticiones de matrimonio y sortijas de compromiso y en algún momento se despistó y las perdió. Revolvió toda la casa pero no las encontró.  Lo dificil no es conservar algo, lo dificil es no perderlo. ¿Que quería contar con todo esto? ¿El Palace, los aniversarios de boda, los talonarios de noches de hotel, las alianzas, lo que se pierde, lo que se muere, lo que ha cambiado mi percepción de las cosas, del tiempo, de los lugares? 

No lo sé. Mi mente se cierra en banda y me dice: hasta aquí, ya te avisé de que no lo dejaras para mañana. Además, se que todo esto se unía a una imagen de mi misma con unos pantalones verdes. Soy incapaz de encontrar el nexo. 

The biggest lie we tell ourselves is “I dont need to write this down because I will remember it.” Esto sí lo apunté y claro, no se me ha olvidado. 


lunes, 2 de mayo de 2022

Lecturas encadenadas. Abril


Son las seis y cuarto de la tarde y me caigo de sueño. Me acostaría ya hasta mañana pero, como bloguera con catorce años de experiencia a mis espaldas, sé que me debo a mi obligación de escribir sobre mis lecturas encadenadas del mes así que voy a sobreponerme a mi astenia primaveral y cumplir con mi obligación. 

En abril ha habido grandes éxitos y un gran cabreo. Al lío. 

El monstruo del monóculo y otras bestias de Nuria Pérez inauguró el mes de abril. No creo que haya nadie que llegue a este blog y no sepa quién es Nuria y no conozca su maravilloso podcast Gabinete de curiosidades. Si hay alguien así que corra a escucharlo y vuelva luego. A los que conocen el podcast, les animo a comprar el libro y disfrutarlo y paladearlo cómo han hecho con los episodios del podcast. ¿Qué hay en este libro? Lo que encierra la preciosa y cuidada edición de Jekyll & Jill es el mundo de Nuria. Hay objetos preciosos, hay personajes con historias desconocidas que ella teje para que nos envuelvan y enseñen y hay mucho cine negro, muchísimo. Hay directores, actores, actrices, películas e historias, muchísimas. ¿Todo se queda cerrado? No, en el mundo de Nuria todo es siempre una invitación. Ella es una contadora que nos abre puertas, ventanas, cajones, armarios, archivadores, carpetas y nos muestra lo que hay en su interior, nos invita a descubrir, a revolcarnos en lo que encontremos y a curiosear. 

«La vida es una suma de instantes. Algunos se desvanecen hasta quedar en nada, son nieve al sol. Otros son hilos de araña y te atrapan para siempre. Si te descuidas y los rozas un segundo toda tu vida se reduce a esperar el fin. Ojalá ser mosca y poder desaparecer sin rastro tras una rápida y merecida agonía».

Un buen día entre en el despacho de mi adorable jefa y antes de saludar me dijo: «Te tienes que comprar este libro. Lo compré ayer y estoy enganchadísima» Mi jefa, además de adorable, es una grandísima lectora con muy buen criterio así que lo apunté mentalmente para comprarlo tan pronto como pudiera. A los dos días, mi compañero Pablo apareció con él en mi despacho y cuando le pregunté a Tallón  me dijo: «es estupendo, lo leí hace un mes». Y claro, fui, lo compré y comprobé que todos tenían razón. 

Salid a comprar La ciudad de los vivos de Nicola Lagioia ahora mismo. Ya. 

Hacía tiempo que un libro no me enganchaba tantísimo. ¿Lo he disfrutado? Pues a ver, es que no cuenta una historia de disfrutar pero es una maravilla de libro, escrito con rigor, con criterio, con ritmo y que deja, a la vez, un poso muy amargo y una senda para reflexionar sobre nosotros mismos y sobre la sociedad y las ciudades en la que vivimos.  

¿Qué cuenta La ciudad de los vivos? Cuenta Roma y cuenta el asesinato de Luca Varani ocurrido en 2016. Lagioia hace de Truman Capote para intentar entender porqué ocurrió el asesinato y que llevó a los asesinos, Manuel Foffo y Marco Prieto a cometerlo. (He dicho Truman Capote y lo mantengo, es una comparación ajustada y no ofende a Capote ni a su A Sangre Fría. Dejo este paréntesis aquí por algo que diré después de otro libro) Lagioia quiere saber qué sociedad, la romana, la italiana, la europea, la occidental ,crea el caldo de cultivo para un crimen así y después lo devora como carnaza, como espectáculo. Lagioia disecciona como desde la prensa, las redes sociales, la sociedad se juzgan los crímenes, y cualquier otra cosa, desde la atalaya a la que nos subimos todos, el pedestal del «yo no lo haría» y el «son monstruos». La realidad que Lagioia nos muestra, descubre para nosotros y para sí mismo es que un crimen así lo puede realizar cualquiera, ninguno estamos a salvo de convertirnos en eso que juzgamos tan alegremente y con tanta superioridad moral.  El ritmo de la novela es trepidante, empiezas a leer y no puedes dejarlo. Vamos saltando de testimonio en testimonio, de noticia en noticia hasta contarlo todo, como si recompusiéramos un espejo roto. Además de todo esto, Lagioia es un personaje de la historia contando su propio enganche con el asesinato, todos los implicados y con Roma. Del crimen consigue distanciarse, de Roma no. 

Las descripciones de la ciudad son fantásticas: 

«Parece que la ciudad está a punto de colapsar sobre sí misma, dejando entrever una ciudad anterior. Luego, otra ciudad más antigua que esa. El viejo Pórtico de los Argonautas, detrás del Altar de la Patria. El anfiteatro de Calígula, desparecido durante siglos, en vez del Palazzo Borghese. Si la lluvia continuara, podríamos apostar a que los viejos dioses tomarían de nuevo posesión del lugar Pero el mensaje real es otro. Todas las ciudades, tarde o temprano, acabarán destruidas por la lluvia. Que no se engañen Londres o París. Llamadlo lluvia. Todo el mundo sabe que el fin del mundo llegará. Pero el saber, en el hombre es un recurso frágil. Los habitantes de Roma llevan en la sangre la conciencia de las últimas cosas, y está tan asimilado que ya no genera ningún razonamiento. Para los que viven aquí, el fin del mundo ya ha ocurrido, la lluvia solo tiene el molesto efecto de derramar de la copa un vino que en la ciudad se bebe sin parar». 

«Más cruel que la tragedia que nos aflige es la tragedia de la que, engañándonos a nosotros mismos, creemos haber escapado». 

Corred a comprarlo. 

Siguiendo la recomendación de alguien a quien acababa de conocer compré La señora March de Virginia Feito. La faja de este libro lleva una frase que dice: La Patricia Highsmith española. Al verlo me dio un escalofrío, ese tipo de comparaciones suelen ser casi siempre desafortunadas y, siempre, un insulto al autor citado. En este caso, además, es una comparación que no se sostiene de ninguna manera. Feito está tan cerca de parecerse a Patricia Highsmith como yo de ser Beyoncé y puede que yo esté más cerca. 

Feito escribe bien y te atrapa enseguida. Sin apenas darte cuenta devoras cien páginas. Entonces, levantas la vista y dices pero ¿qué es esto? Durante esas cien páginas Feito nos han hecho seguir a la señora March en su vida diaria, atendiendo a cada mínimo detalle de su insulsa vida y lo que es peor de sus absolutamente anodinos pensamientos. A partir de la página ciento cincuenta el aburrimiento te devora y lo único que quieres es que la señora March muera o la maten o, mejor aún, ella misma se tropiece con su propia falda y fallezca o se atragante bebiendo te hasta la asfixia. Además, en este punto y si eres un lector de Highsmith la indignación nubla tu vista, tu mente y te hace proferir todo tipo de insultos hacia el editor. ¿Esto parecido a cualquiera de las obras de Patricia? POR FAVOR, ¿ya no se respeta nada?

Una de las características de las protagonistas de Patricia Highsmith es que te hechizan aunque intentes resistirte. Son personajes terribles que cometen atrocidades y que sabes que no deberían gustarte pero no puedes evitar sentirte atraído por ellos. Quieres que no los pillen, que se libren de las consecuencias de sus actos, te sorprendes a ti mismo estando de su parte, entendiéndoles. Con la señora March no pasa eso, no hay atracción ni hechizo ni magnetismo. Diseccionar los pensamientos e ideas de un personaje no es siempre sinónimo de interés. No todos contenemos multitudes ni cosas interesantes y la Sra. March es un personaje insoportable, aburrido, plano y, a veces, idiota. 

Mi recomendación para lectores: no lo leáis. 

Mi recomendación/ advertencia a los editores: haced el favor de no utilizar el nombre de autores consagrados en vano. ¡Con la Highsmith no se juega! 

El ladrón de destinos. Ensayos sobre escritura, escritores y la vida, de Richard Russo ha sido la lectura con la que he terminado el mes. Me gusta mucho Richard Russo, he leído varias de sus novelas: Empire Falls, Alto riesgo, Tonto de remate, El puente de los suspiros y El verano mágico de Cape Cod. Todos sus libros se parecen pero me gustan. Como escribí hace muchísimo tiempo sus novelas están muy bien escritas, tienen personajes de los que te enamoras y se leen muy bien. Son ¿cómo decirlo? agradables. Siempre tienen algún breve destello que te hace pensar pero en general son como un paseo por el bosque, como sentarse a contemplar un lago, como ver nevar, algo así. 

El ladrón de destinos no es una novela, es una recopilación de ensayos. Como siempre en este tipo de volúmenes, algunos son mejores que otros, algunos te llegan más que otros pero he doblado muchísimas esquinas (preguntadme cuantas he doblado de la Pelma Señora March). Muchos de los ensayos son reflexiones sobre el trabajo de escribir, sobre cómo además del trabajo, el empeño, la humildad, el deseo de aprender es necesario tener suerte. Hay además un discurso que pronunció en la graduación de una de sus hijas que tiene el típico tono de esos discursos, tan americanos.  Mi favorito es un ensayo maravilloso que escribió como prólogo para las memorias de su amiga Jennifer Finney Boylan que ella escribió tras transicionar. No he leído nunca una confesión tan sincera sobre los sentimientos y pensamientos que se tienen cuando un amigo/a te cuenta que va a transicionar a otro género y como esa confesión remueve todas tus creencias sobre ti mismo y tu manera de ver el mundo, el sexo, el género, las relaciones y la amistad. 

Dejo, para terminar, esta reflexión en la que me he sentido muy reflejada. Russo la cuenta como parte de su experiencia aprendiendo a conducir con su padre y yo la sentí aprendiendo a conducir con el mío y enseñando a mi hija a conducir. 

«Parte de la dificultad de enseñar nada a nadie reside en que una vez alcanzada la maestría, a menudo esta genera amnesia e impaciencia a partes iguales».

Y con esto y un nuevo libro ya empezado, hasta los encadenados de mayo. ¡No lo olvidéis: huid de la Pelma  Sra. March!