Veo, en mi cuaderno de lecturas, que el primer libro del que escribí este mes lo terminé el 11 de marzo, el día en el que todo se rompió. Ese día mis hijas se quedaron en casa y yo volví de trabajar sabiendo que ya no iba a volver a mi despacho en una temporada muy larga. El día en que empecé a sentir el miedo hormigueandome por todo el cuerpo, con una sensación muy parecida a la que tienes cuando se te duerme un brazo o una pierna, ese entumecimiento que sabes que derivará en un dolor insoportable.
El 11 de marzo terminé
El corazón de Inglaterra de Jonathan Coe con traducción de Mauricio Bach. No sé de dónde había llegado esta recomendación pero lo pedí a los Reyes Magos. El corazón de Inglaterra es una novela para intentar entender qué llevó a los ingleses a votar a favor del Brexit. Comienza en abril de 2010 cuando algo como el Brexit era ciencia ficción y termina en septiembre de 2018 cuando la ciencia ficción se ha convertido en realidad y nadie sabe como manejarla y el que puede huye de ella. Para mí gusto el libro tiene una primera parte fantástica con una presentación de personajes y situaciones muy solida y avanza bien hasta justo después de la votación, momento en el que empieza a desinflarse hasta terminar de una manera un poco decepcionante, complaciente más bien.
A pesar de esta apreciación, es una novela entretenida, interesante y de lectura fácil sin que eso signifique que es tonta. Coe retrata muy bien el desencanto, la desilusión, la apatía, la decepción con la clase política, la economía y la prensa. Refleja muy bien esa sensación que muchos tenemos de no saber muy bien qué hacer para luchar contra ese desencanto y cómo nos debatimos entre seguir indignándonos o dejar que esa decepción dé paso a «me desentiendo».
«Esos tíos no saben de lo que hablan -continúo él -. La cacareada tolerancia. Uno se topa a diario con personas que no son tolerantes, sea el empleado que te atiende en una tienda, sea alguien con quien te cruzas por la calle. Puede que no te digan nada agresivo, pero lo puedes percibir en su mirada y en su actitud hacia ti. Y notas sus ganas de decir algo. Oh, sí, se mueren de ganas de utilizar contigo una de esas palabras prohibidas, o decirte que te vuelvas a tu puto país, sea de donde sea crean que eres, pero saben que no pueden hacerlo. Saben que no está permitido. De manera que además de odiarte a ti, también les odian a ellos, sean quienes sean, a esas personas sin rastro que en alguna parte los están juzgando, legislando sobre lo que pueden y lo que no pueden decir en voz alta.»
A pesar de venir recomendado por Vivian Gornick y de mi querencia por todo lo que tenga que ver con el New Yorker dónde Mary Norris ha trabajado como correctora durante muchos años, ha sido una lectura un poco decepcionante. No es un mal libro pero es un batiburrillo bastante desordendo sobre lingüistica (con los problemas que conlleva leer traducida a una americana contando sus propios problemas aprendiendo griego), gramática, vocabulario, historia, mitología y viajes por Grecia. El caos narrativo sumado a que quizás no tuviera yo el mejor ánimo para leerlo hizo que me costara encontrarle el ritmo.
Toda la fascinación de Norris por Grecia y el griego se mezcla con anécdotas sobre su vida, su infancia, sus problemas con sus padres, con su madre principalmente, su relación con sus hermanos, sus viajes a Grecia. He aprendido cosas como que el alfabeto griego viene del fenicio y que éste solo tenía consonantes y los griegos añadieron las vocales o que en griego antiguo se escribía sin espaciosentrelaspalabras.
El 23 de marzo terminé
Diario de un cazador de Miguel Delibes que volvió a reconciliarme con la lectura. En los vídeos que he estado viendo de Delibes, él decía que Lorenzo, el protagonista de esta novela, de todos sus personajes era el que menos se parecía a él porque es optimista y sociable pero, mientras leía, yo no podía dejar de imaginarme a Lorenzo como un joven Delibes.
Lorenzo es un personaje como el Nini, uno de esos que no se olvidan, que ya camina a tu lado para siempre. Es bedel de instituto, vive con su madre y su pasión es la caza, salir al monte, perseguir codornices, liebres, perdices...etc. Es un personaje lleno de vida, con una vida en la que discute con sus vecinos, se preocupa por el dinero, por el trabajo, es muy amigo de sus amigos y se preocupa por ellos pero también se enfada. No hay doblez, ni impostura, ni disfraz, simplemente quiere una vida sencilla y que le permita cazar, pero no es un buenazo, ni es tonto. Se revuelve cuando le atacan, se enfada, guarda rencor.
De los tres Delibes que llevo leídos este año este es el que retrata una simbiosis más directa entre campo y ciudad. En El Disputado voto del Señor Cayo, la ciudad había acabado con el campo y solo volvía a él para aprovecharse de su último aliento, del voto de sus supervivientes. En Las Ratas era el pueblo, el campo, el único protagonista, un personaje en sí mismo, un lugar casi mitológico. Aquí, en el Diario de un cazador, la relación entre los dos lugares parece más equilibrada aunque es más campo que pueblo.
«Una madre, como la salud, no se sabe lo que vale hasta que se pierde. Uno se mete en la rutina de cada día y no ve más allá de sus narices. Eso pasa. Y uno es tan paulo que sin perder la escopeta que no puede vivir sin la escopeta, pero sin perder la madre no sabe que la madre representa para él tanto como la escopeta, y que no puede vivir sin ella. Ahora veo a la madre dónde antes no la veía: en el montón de ropa sucia, en el bando de gorriones que revolotea en la terraza, en el Talgo que pasa cada tarde o en el Sagrado Corazón iluminado».
Leed a Delibes. La vida es mejor con uno de sus libros entre las manos.
El 29 de marzo tengo las dos últimas anotaciones del mes. Dos libros felices, dos libros para escapar, para olvidar, para leer disfrutando. El primero de ellos es
El mundo perdido de Conan Doyle, una novela de aventuras a la que llegué por un regalo. Sé que si no me la hubieran regalado jamás la hubiera leído pero, ahora, después de pasarme tres días entre aventureros, extrañas criaturas y mundos perdidos he decidido que voy releer también a Julio Verne y todo lo que pille de Conan Doyle. Ya está bien de intensismo y profundidad y literatura para "ver el mundo", yo no quiero ver el mundo o no quiero verlo todo el rato.
Hay que leer clásicos y si, como yo, habéis llegado a una edad respetable sin haber leído El mundo perdido estáis tardando. No se le puede pedir mas: caballeros ingleses con chistera, científicos engreídos, aventureros adinerados, periodistas, indios, monstruos y sorpresas.
Los que me seguís en Instagram sabréis que la semana pasada, tras la muerte de Uderzo, hice un vídeo repasando la antigua colección de Asterix y Obelix con la que merendaba cada tarde al volver del colegio y me vine muy arriba con la emoción. Recordé lo mucho que me gustan esos tebeos, las conversaciones eternas que he tenido sobre ellos con Juan, las frases hechas que ya forman parte de nuestro lenguaje habitual y decidí terminar el mes releyendo
La residencia de los dioses.
–Ana, ¿de qué te ries tanto? Te oigo desde la otra punta de la casa.
Releed a Asterix y Obelix, descubriréis cosas que no vistéis cuando los leíais merendando leche con galletas o cuando el cielo no estaba, como ahora, derrumbándose sobre nuestras cabezas.
Estas han sido mis lecturas del mes en el que se acabó la vida que conocíamos. Volved a leer los libros que se escribieron antes de que conociéramos esa vida que hemos dejado de tener: leed a Conan Doyle, a Delibes y a Asterix y Obelix. Haced una lista y cuando escampe, id a la biblioteca o a la librería de vuestro barrio y compradlos.
Y con este sabio consejo y un mes entero de confinamiento para seguir leyendo hasta los encadenados de lo que espero sea casi el final de estos días, abril.