lunes, 13 de abril de 2020

Estos días. De salir ahí fuera


Paisaje. Egon Schiele
«Ocurrió en Tallín. Entré en una tienda. Quería comprar una cremallera. 

—¿Tiene cremalleras?
—No.
—¿Y hay algún sitio por aquí donde las vendan?
El dependiente:
—Sí, en Helsinki...»

(Oficio. Dovlatov)


—Hay que sacar la basura— anuncia mi madre. En mi cabeza suena la voz en off de los Montañeros en Alaska. «En anteriores episodios vimos como la madre de Ana, a pesar de las advertencias de ésta de no tocar nada, tocó los contenedores con ambas manos corriendo un peligro innecesario que al final solo se quedó en un susto. Ana no sabe cómo evitar que esto vuelva a ocurrir»— concluye la voz en off de mi cabeza. 

—¿Cuándo quieres ir?- pregunto con miedo. 
—Ve tu sola— «Ana, respira aliviada y se prepara para salir a los contenedores»— anuncia la voz en off. 

Antes de esto, antes de que la vida se acabara decíamos «voy a sacar la basura» en tono de triunfo moral, para que los demás se dieran cuenta de lo que estábamos haciendo. Para que valoraran en su justa media nuestro sacrificio,  mientras todos estaban ahí sentados, sin hacer nada, de tertulia, viendo la tele o lo que fuera, nosotros nos preocupábamos de sacar la basura, hacíamos ese esfuerzo. ¡Héroes!

Ahora no hay nadie a quien decírselo pero cuando lo anuncio me siento un poco Admusen. «Salgo a los contenedores» porque, en realidad, ir a tirar la basura se ha convertido en una expedición. No voy lejos, no hace frío, no necesito crampones, ni comida para el viaje ni un mapa ni una brújula y creo que volveré sana y salva pero el mundo que me espera ahí, al otro lado de la tapia, es desconocido, casi casi nuevo. Para la expedición me pongo zapatillas, las que llevo poniéndome un mes: de montaña e impermeables. Y me pongo el jersey de salir a acariciar perros y volver a entrar en casa cubierta de pelos blancos. Agarro el contenedor lleno hasta los topes y salgo. 

Abro la puerta. El ruido del cerrojo resuena en toda la calle. 

Han crecido champiñones en la puerta de casa. A la derecha veo el cartel de "Cuartel de la guardia civil" en el que hace muchísimos años, escribí por detrás mi primera declaración de amor. A la izquierda está la caseta en la que durante años hubo una pintada en la que ponía «Se te ven las bragas», una genialidad.  Alguien la tapó con un graffiti supuestamente reivindicativo y rompedor que ni reivindica ni rompe nada y que se olvida en cuanto parpadeas. «Se te ven las bragas», sin embargo, permanece en nuestros recuerdos. 

Setenta pasos a los contenedores de envases y orgánico. 

Ochenta y seis hasta los contenedores de papel y carton.

Una bolsa de envases. 
Una de carton. 
Tres de orgánico.

Mission acomplished. Ahora puedo disfrutar de la expedición. No sé las veces que he hecho este camino pero ahora es diferente, más que el paisaje ha cambiado el audio. En el silencio absoluto que rodea nuestra casa es atronador el canto de los pájaros. Yo no tengo oído y a duras penas distingo una urraca de una paloma pero, de pie al lado de los contenedores, distingo por lo menos cinco cantos diferentes, de pájaros que no veo pero que están ahí.  No escucho nada más. No hay coches, ni voces, ni cortacésped, ni música. Aguzo el oído porque me parece escuchar un rumor y descubro que es el agua que corre por el alcantarillado de nuestra calle bajando hacia el río. 

Ha llovido tanto estos días que en esta expedición a mi paisaje sino fuera porque llevo una jersey lleno de pelos y arrasto un contenedor podría imaginarme como una dama inglesa de Bedfordshire. La hierba me llega a los muslos, todo está plagado de flores amarillas y en tres días las lilas en la parcela del ceutí han empezado a brotar. Pienso que si sigo aquí cuando florezcan cortaré unas pocas como hago todos los años....pero ese si condicional sobra. Estaré aquí y cortaré las lilas y las pondré en casa para que algo, en este mes de abril, sea igual a todos mis meses de abril. 

Vuelvo a casa y sigo sin escuchar nada más que los pájaros. Hasta escucho un gallo. Arrastro el contenedor y casi pido perdón por el ruido de sus ruedas en el asfalto, perdón por perturbar la calma de los pájaros, de la lluvia que lleva veinticuatro horas cayendo mansa, de las nubes que suben y bajan por la ladera de la montaña como si La Peñota se tapara y destapara con una sábana (alerta cursilismo), de los vecinos que no están en las casas vacías que nos rodean. 

Antes de entrar en casa paso por delante de mi coche que lleva un mes parado y que con tanta lluvia nunca ha estado más limpio. Soy otra persona diferente a la que lo aparcó aquí hace un mes. Me paro en la puerta, he llegado a casa, se acabó la aventura. Escucho el agua que corre por el alcantarillado, los pájaros, el gallo, un ladrido en la lejanía, la lluvia...y al fondo, un rumor que se va acercando. Miro el reloj, es el tren que llega de Cercedilla a la estación de Los Molinos. Lo imagino vacío pero me tranquiliza que siga pasando. 

Entro y cierro la puerta. 

«He vuelto» anuncio. La voz en off respira aliviada.  


PS: al abrir una puerta de casa que lleva cerrada todo el invierno he encontrado un tres de oros encajado en las bisagras. 


9 comentarios:

Roy Batty dijo...

Esa sensación de miedo la tenemos muchos. Yo soy grupo de riesgo y ya me he hecho a la idea de que tengo que sobrevivir a la masificación de los servicios de UCI de los hospitales porque en un hipotético triaje me dirían algo del estilo del "ya le llamaremos" de las entrevistas de trabajo.

Tardaremos muchos meses en sentirnos normales otra vez, eso no ocurrirá nunca antes de que se haya inventado una vacuna y estemos vacunados el 100% de la población.

Off topic prosaico: Arranca el coche cuando tengas que salir. Le vendrá bien a la batería. Al menos cinco minutos al ralentí.

Dorotea Hyde dijo...

Me encantan tus escritos de "Estos días". No sé quién ha dicho que no se deben escribir diarios de esto pero a mí escribirlo me ayuda a mantener mi salud mental y leer lo que escribís los demás, también. Me hace sentir menos sola.

Un abrazo.
DH

lolo dijo...

Los Molinos después de pasar una sábana, nada cursi, por encima de aquellos relatos de hace unos años, cuando nos lo contabas y también lo veíamos. Tremendo.

Anónimo dijo...

Tres de oros... se me ocurren muchas cosas, y todas buenas!
Menudo paisaje que te rodea! Me encanta que un post sobre reciclaje sea tan ameno.o sobre confinamiento. O sobre naturaleza. O sobre cómo normalizar lo extraordinario y hacer que apetezca estar en ese tren de Cercedilla y hacer una parada en los molinos sólo para buscar las lilas, los grafitis y comprobar que tu coche sigue ahí aparcado, y estés bien.

La voz en off es total!

Queda menos...

Enja

Silvia dijo...

Me encanta leerte. Me encanta saber que pese a las adversidades siempre te levantas y que lo ordinario lo conviertes en extraordinario. Me encanta que nos lleves a pasear a tu mundo y el acercamiento que logras con tus escritos.
Un día más, un día menos.

Jorge Ariz dijo...


Pues sí. Durante estos inciertos días estamos re-editando nuestro miedo a lo desconocido, a lo invisible. El miedo a aquello que puede cambiar nuestras vidas de un silencioso manotazo, o de una traicionera caricia.

Me ha encantado tu expedición de exploradora en Alaska.

Anónimo dijo...

Hola,
Solamente una recomendación: "El libro de la madera".
¡Que nos sea leve!
Besos,
Ana

molinos dijo...

Ana, ¡gracias! Ya lo leí haceunos años, puedes buscarlo en el blog porque hablé de él.

Anónimo dijo...

Ese graffitti aún puede verse en el maps. :)