miércoles, 30 de diciembre de 2015

Hombres fantásticos (II)

Esta es una fantasía canalla. Una fantasía de garito con barra, taburetes y copas. Con poca luz y mobiliario oscuro. Con humo y olor a tabaco.

De alguna manera, y aunque no pegue, tengo que conseguir encajar algo de comer en esta fantasía. Si me dedico a beber con mi hombre fantástico sin comer nada,  no seré capaz de articular palabra y, sin algo que empape el alcohol, no me fío de mi misma:  soy capaz de las peores cosas y prefiero evitar el ridículo incluso en mis fantasías.

Hemos quedado en un bar habitual para él, un bar en el que lo conocen, lo llaman por su nombre y saben que, llegado un punto de la noche, le gusta comer algo que empape todo lo que está bebiendo. ¿Qué comemos? Un buen bocadillo, algo ilustrado, algo caliente, con queso. Y también hay aceitunas y alpiste de ese para humanos que te ponen con copas y que es un vicio infernal y da muchísima sed para seguir bebiendo.

Yo no conozco el bar, no sé dónde está. Tengo una vaga idea y, como siempre hago, me niego a usar el navegador del móvil y confío en mi sentido de la orientación. Al salir de casa me he dicho "Sí, más o menos sé dónde es". Y, más o menos, lo he encontrado, lo que quiere decir que estoy dando vueltas caminando por el barrio y llego veinte minutos tarde. Por fin lo encuentro: una puerta que pesa un quintal y que, al cerrarse, me deja en un espacio oscuro en el que casi no veo. Me adentro en el bar quitándome el gorro y los guantes que, nerviosa, intento embutir en los bolsillos de mi trenca de Jane Fonda en Descalzos por el parque.

Él está en la barra, al fondo, sentado en un taburete. No nos conocemos pero me reconoce. La verdad es que sí nos conocemos pero no se acuerda; o quizás sí, no lo sé y he decidido no preguntárselo hasta que esté en confianza. Si no se acuerda, será violento y, si se acuerda, mejor que me lo diga él.

Bebemos vino para empezar. Yo me tomaría un gintónic? de buenas a primeras. Total, son las ocho de la tarde, una hora tan buena como cualquier otra; pero sé que, si empiezo así, lo mismo a las doce soy sólo una ameba balbuceante. El plan nos sale rana porque, después de enchufarnos una botella en cuarenta y cinco minutos, decidimos que mejor copas directamente. Van cayendo las copas mientras la conversación fluye.

Le dejo hablar al principio, al fin y al cabo él es la fantasía y yo ya me conozco y puedo ser un loro descontrolado si me dejo ir, así que le dejo hablar. De lo que quiera, (casi) todo me interesa; sólo hay un tema del que no quiero hablar, de fútbol.

Poco a poco, y según vamos entrando en calor, con el vino y la conversación, le pregunto cosas. Le hablo del Panteón de Roma del que vi un documental/charla el otro día y me recordó a su libro Historias de Roma y un fin de semana de junio de 2001 en el que me senté en una terraza de la plaza del Panteón después de un agotador día de turismo. Hacía un calor espantoso, me tomé una cocacola? y luego entré en el Panteón. Recuerdo la oscuridad al entrar desde la intensa luz de la calle, el frescor y una sensación que jamás he tenido en ningún otro edificio: inmensidad a escala humana. Tiempo detenido.

De repente me doy cuenta de que él me mira fijamente y me callo.

¿Estoy hablando mucho? Perdona. 
No, para nada, Molinos. 

Ja. Se acuerda. Sabe que soy yo. Qué perro, ha esperado el momento justo en el que me he relajado, he olvidado que nos conocíamos y me lo ha soltado a bocajarro.

Hablamos entonces de ese día, del día que nos conocimos. De lo petada que estaba la librería, de mi trenca roja y, lanzada ya sobre mi tercer gintónic?, echaría espumarajos por la boca hablando de Pérez Reverte y las cosas que le oí decir aquel día. Se acuerda hasta de las fotos.

Mientras nos comemos el bocadillo ilustrado le digo que Memorias líquidas es como un polvo a medias: cada vez que el capítulo, la historia o la anécdota coge temperatura, se pone los calzoncillos, saca la mano de dentro de mi camiseta y se marcha dejándome a medias.

Ahora sí que estoy hablando demasiado. 
No, estamos bebiendo demasiado pero ya nos preocuparemos mañana. 

Lanzada por la pendiente de la confianza, solos en el bar y con todo el tiempo del mundo le pregunto cómo es vivir sin preocuparse del curro. Cómo es trabajar sabiendo que, escribas lo que escribas, habrá gente deseando publicarlo y gente deseando leerlo. Hablaríamos de Judt y de qué pensaría de la situación actual, de la enfermedad terrible, cruel y horripilante que lo mató y de cómo fue capaz de contarlo. Él habla, como yo, moviendo las manos. Manos pequeñas y finas. Seguro que están frías.

Hablaríamos de la muerte. No sé muy bien cómo. No le gusta hablar de eso. Lo puede la emoción. Le diré solo una cosa, que nunca lo había pensado pero que la muerte de un hijo es la versión más terrorífica del luto hacia delante.

El camarero que lo conoce hace tiempo que ha recogido todo,  ha hecho caja, limpiado la barra, vaciado el lavavasos y colocado todo en su sitio.

- Lo siento pero ya os echo. 

Salimos a la calle. Es hora de irse. Somos adultos borrachos pero responsables.

Me pongo la trenca mientras sujeta la puerta y el gorro mientras salimos a la calle. Caminamos con las manos en los bolsillos para volver a casa.

- ¿No te he dicho nada de tus orejas todavía, ¿no? 
- Jajajajaja... ahora ya sí. 

lunes, 28 de diciembre de 2015

Mujeres y sufragistas

Su fra gis tas. ¿Qué es eso?
Entradas para el cine.
Eso ya lo veo pero, ¿qué son sufragistas?
Sufragistas fue el nombre que les pusieron a las mujeres que hace 100 años lucharon para que las mujeres, para que yo, para que tú, podamos votar. 
¿No podíamos votar?
No
¿Por qué? 
Porque los hombres no querían, no nos dejaban. Pensaban que no sabíamos votar. 
Pero... ¿Cómo no vamos a saber votar? Si eso es facilísimo. Eliges cuál te gusta más, pones su papeleta y la echas. 
Ya, pero ellos pensaban que nosotras no íbamos a saber elegir. 
Eso es una tontería y no lo entiendo.
Lo sé, pero es que hace 100 años no podíamos votar y hace 35 no podías abrir una cuenta en el banco sin que tu marido te autorizara y no podías trabajar y no podías separarte de tu marido aunque quisieras. 
Pues qué suerte tengo... yo voy a poder hacer todas esas cosas. 

*************

Después de esta conversación me fui al cine a ver Sufragistas. La sala estaba llena y al terminar la película, al fundirse a negro la pantalla y aparecer los rótulos mostrando el año en que las mujeres consiguieron el derecho a votar en distintos países, nadie se movió. Tímidos aplausos y después toda la sala aplaudiendo y algún grito de bravo. 

Sufragistas no es una gran película cinematográficamente hablando pero consigue llegar al espectador, consigue llegarte a ti, sentado en tu butaca de 2015 con tus derechos conseguidos. Derechos que sin pensarlo has dado por hechos, como si fueran obvios, como si fueran evidentes, como si fueran tan de cajón que es imposible no tenerlos. 

Es una película muy dura que quiero que vean laz princezaz. Quiero que la vean y se den cuenta de la suerte que tienen y de que lo que tienen, lo que disfrutan sin pensar, sin poder creer que otra cosa sea posible, lo tienen porque hubo otras antes que nosotras que pelearon por ello. Otras y otros que pensaron "Eh, esto no está bien, no es justo" e hicieron todo lo posible por cambiar una situación establecida e injusta. 

Al salir del cine pensé en mi conversación con C por la mañana. Por un lado me preocupa que mis hijas den cosas por supuesto, que las den por hecho, que no las aprecien ni valoren. Por otro, me alegro de que vean el absurdo de la desigualdad, que les parezca inconcebible y completamente idiota que hombres y mujeres no tengamos los mismos derechos, que las mujeres cobren menos o que uno no pueda casarse con quien le dé la gana sea del sexo que sea. 

***********

Al llegar a casa vi Querido papá, un video promocional de una asociación noruega para alertar, concienciar, prevenir contra la violencia de género. 


Lo he visto varias veces y no sé si me gusta. Tengo sentimientos encontrados. Me parece necesario, me parece muy realista en muchas de las situaciones que presenta de manera muy cruda pero, a la vez, me parece que se queda corto unas veces y se pasa de frenada en otras. 

Nacer mujer tiene muchas desventajas ahora mismo. Lo sé perfectamente, de hecho siempre he dicho y lo he escrito aquí: que si volviera a nacer me gustaría ser hombre; pero no todo es tan terrorífico. Lo fue, lo ha sido, lo es en muchas partes del mundo, lo es para muchas mujeres en nuestro entorno, pero no naces mujer y estás abocada a sufrir maltrato, insultos y vejaciones. Puede pasarte, claro que si, pero puede no pasarte. ¿Quiero decir que no es necesario este tipo de campañas? Para nada, pero me gustaría que igual que se hacen estos mensajes terroríficos, se pudieran hacer otros, igual de reales, que en vez de asustar reafirmaran a las mujeres, a las jóvenes en su personalidad, sus derechos y en una posición en la que sepan que deben defenderse y no aceptar una realidad que muchas veces será machista, que las denigrará o lo intentará, y contra la que tienen que rebelarse. 

Otra cosa que no me gusta y que llevo pensando desde ayer es: ¿por qué no hay campañas hacia los hombres? La campaña noruega se articula como un mensaje de su hija hacia su padre, para que su padre la cuide y cambie una realidad amenazante para ella. Creo, y sigo dándole vueltas, que el mensaje hacia ellos no debe ser "cuida de tus hijas, tu mujer, tu madre..." debe ser "no seas un mierda, ni un troglodita". Un tío que llama puta a una mujer que no quiere estar con él, llamará maricón a un homosexual, pensará que los inmigrantes son escoria y se verá a sí mismo como un ente superior. 

Una campaña para que los niños no sean trogloditas y se avergüencen de sus padres y una campaña para que las niñas y las mujeres sean conscientes de sus derechos y su valía. 

Hay que llevar a nuestros hijos a ver Sufragistas. A todos. 

martes, 22 de diciembre de 2015

El síndrome de la Señora Robinson

Hace muchos muchos años, en uno de esos momentos absurdos e idiotas de mi vida, decidí autoimponerme una norma. 

"Nunca me gustará, ni me liaré, con alguien que sea más joven que mi hermano pequeño". 

Me sorprende que ya tuviera claro por aquel entonces que puedes liarte con alguien que no te gusta. Por otro lado, teniendo en cuenta que esta decisión la tomé hace muchos años y que me llevo 10 con mi hermano pequeño, supongo que en su momento era una norma para no lanzarme a corromper menores. Repasando aquel momento vital me doy cuenta de que debía estar borracha o extrañamente eufórica para creer que cualquier menor iba a fijarse en mí. 

La cuestión es que han pasado un porrón de años desde aquel entonces. Pobrehermano Pequeño y yo seguimos llevándonos 10 años pero, ahora mismo, los hombres que son como él tienen la edad que yo tenía cuando nació mi segunda hija. 

Antes de que este post se desmande, quiero aclarar que no me gustan los hombres más jóvenes que yo, nunca me han gustado. Bueno, vale, mi primer novio era casi dos años más joven que yo pero de eso hace mucho, fue una mala idea desde el minuto 1 y yo era idiota. Me gustan los hombres mayores, no vetustos pero mayores que yo desde luego, y la cuestión es que últimamente no paro de encontrarme con jovenzuelos. 

El proceso es más o menos así:

- Conozco a un hombre o leo una entrevista o le escucho en la radio, o cualquier otro encuentro casual. Ni me planteo cuántos años tendrá, porque doy por hecho que su rango de edad estará entre los 38 y los 58. 

- De pronto el susodicho, en el transcurso de una reunión de trabajo, unas cañas con amigos, un par de mails o lo que sea dice algo que hace que me ponga como un perro de caza. "Estoy terminando la carrera", "Cuando yo hice la ESO", “¿Qué es un hulahop?”, "Jennifer Anniston es vieja" o "Yo jugaba con los Pokemon". Se me eriza el pelo, las orejas se me despegan de la cabeza y dejo de prestar atención a la conversación, porque mi cerebro empieza a hacer conjeturas. A lo mejor tiene hermanos pequeños o un síndrome de Peter Pan muy agudo, o es capaz de viajar en el tiempo...

- Para salir de dudas no queda más remedio que aplicar el Test de Pobrehermano Pequeño, que es como el Test de Bechdel pero adaptado a mis circunstancias. 

Pero, ¿cuántos años tienes? 

28, 30, 27. 

Oigo mis engranajes cerebrales chirriar calculando fechas de nacimiento. Por mi cabeza pasan efemérides: Naranjito, Barcelona 92, mi primer novio, mi primer pol... mi primer coche y entonces llego a una conclusión espeluznante: Dios mío, estoy tomando cañas con alguien que se lleva más años conmigo que con mi hija de 12 años. 

Automáticamente, ese hombre deja de ser un hombre y se convierte en un tipo entrañable al que me veo poniendo un colacao. Al mismo tiempo, una banda sonora toma posesión de mi cerebro: Simon y Garfunkel y sus armonías vocales suenan en mi cabeza a todo volumen: Hey, hey, hey, hey.... 

Me visualizo con canas (visibles), cruzando las piernas, fumando y por un nanosegundo pienso si ese jovenzuelo me ve como una vieja corrupia, aunque yo me sienta joven y estupenda. Después visualizo al susodicho mirando a mi hija y, antes de que me entren ganas de matar, tarareo el estribillo y me reengancho a la conversación de curro, las cañas o lo que sea, pensando que a lo mejor la norma de Pobrehermano Pequeño fue algo inteligente que mi yo del pasado hizo por mi. 

El test del Pobrehermano Mayor como cura del Síndrome de la Sra. Robinson y de la tentación de empezar a fumar. 



jueves, 17 de diciembre de 2015

12 años

Soy realista, de aquí a los doce años y medio serás más alta que yo y habrás llegado mucho más lejos que yo. Jamás he sido más alta que Abu y ella está extrañamente orgullosa de eso. A mí me gusta que seas más alta que yo y más guapa, y que nada te perturbe mucho ahora que eres casi casi adolescente. 

Cada año por tu cumpleaños, o cada vez que haces algo nuevo, recuerdo el día en que llorabas como un pequeño gremlin cabreado encima de la cama. Tenías una semana y yo te miraba, sobrepasada y desesperada por la maternidad, y pensaba ¿cuándo serás mayor? ¿Cuánto queda? ¿Cuánto falta? 

Puedo recordar las miles de veces que, durante estos doce años, he pensado ¿cuánto falta para que seas mayor? 

Ya no falta nada. Hemos llegado. Casi eres más alta yo, tienes llaves de casa, eres capaz de ducharte sola y, por fin, de lavarte el pelo sin dejarte espuma en él. Ha llegado el día en que podría heredar tus zapatos si no tuvieras el increíble superpoder de desintegrarlos hasta su completa desaparición. En un tiempo récord, además. 

El día que naciste era miércoles y hacía mucho frío. Hoy es jueves y si esto es un invierno yo soy Halle Berry, pero recuerdo perfectamente la estupefacción con que te mirábamos en la cuna. Eras minúscula y estabas gris. 

Han pasado doce años y no lo han hecho deprisa. Tu vida h cambiado, ya no eres minúscula ni gris. Nuestra vida también ha cambiado, pero seguimos mirándote con estupefacción. 

Me sorprende conocerte tanto y a la vez no conocerte nada. Cuando repaso lo que he escrito durante estos años sobre ti, cuando recuerdo las cosas que he pensado o las sensaciones que he tenido contigo, me doy cuenta de que he acertado en algunas cosas que pensé sobre cómo serías con 12 años y en otras he desbarrado por completo. 

Te miro caminar por la calle, andar por el pasillo o dormir, y me alucina la inconsciencia que tienes hacia tu cuerpo. No te miras al espejo, no pones posturitas de adolescente, te da exactamente igual la ropa que llevas y, por supuesto, no te peinas. No sé si es dejadez, inconsciencia o, muy al contrario, madurez y seguridad en ti misma. Pareces estar extrañamente cómoda con tu cuerpo y tenerlo todo bajo control. Me deja estupefacta porque mi yo de doce años hubiera vendido su alma al diablo por un transplante de cuerpo. 

Continúas perfeccionando el superpoder de ignorarme. Definitivamente, no hablo en una frecuencia sonora que tú percibas o, directamente, tu mundo interior es mucho más interesante que lo que yo te cuento, pido o, muchas veces, grito. 

Tu mundo exterior ha comenzado a ser muy interesante. La parte buena es que lo compartes conmigo; la mala, que me lo cuentas en tiempo real. He perdido la cuenta de todas las anécdotas que empiezan por algo como "¿Sabes que a Santiago le han puesto un parte?" y terminan con tu hermana y conmigo dándote un ultimátum 25 minutos después, diciendo: "tienes hasta la siguiente esquina para terminar con esto". 

Me fascina mirarte. Cuando no estás de cháchara estás abstraída en tu mundo. Desayunas cada mañana frente a mí, las dos calladas, en un silencio cómodo. Devoras tus tostadas, te bebes el Nesquick dejándote churretes de chocolate por toda la cara y sales disparada al colegio después de haber calentado el abrigo en el radiador. 

Adiós mami, que tengas buen día. 
Adiós princesa. ¡Lávate la cara!

Te vas y pienso en lo mayor que estás. Y me encanta. 

Feliz cumpleaños de la docena,  Princeza de los ojos azules. 

martes, 15 de diciembre de 2015

No hago posts patrocinados


Casi todas las cosas que (me) pasan con el blog empiezan por un mail. 

"Estaríamos interesados en colaborar contigo. Nos gustaría publicar un artículo promocional en www.cosasqmepasan.com para uno de nuestros clientes. En caso se de ser así ¿Podrías decirme el precio de un post patrocinado, por favor? Más o menos ¿Cuánto tardas de media en publicar una vez se os da el aviso?"

El típico correo de agencia para pedir que escribas un post patrocinado. Por lo menos ofrecen pasta, la mayoría de ellos directamente pagan con "visibilidad" y el "beneficio de interconectar nuestras redes", que es más o tan valioso como una sesión de reiki curativo montada a caballo de un Unicornio. 

Es novedoso también que me pregunten precio, normalmente ofrecen unas tarifas tan atractivas como 25 euros haciendo que el reiki en unicornio parezca irresistible. 

¿Qué querrán que promocione que hasta me preguntan precio? 

"Nuestro cliente es una web dedica a los servicios de scorts de lujo, por lo que la temática del artículo estaría enfocada sobre escorts de lujo (en Barcelona)".

Scorts de lujo. O ¿es escorts de lujo? ¿Son cosas distintas? ¿Son lo que creo que son? y lo que es más importante ¿Por qué han pensado que mi blog es un sitio para escribir un post patrocinado sobre este tema? 

Con la boca abierta y los ojos fuera de las órbitas sigo leyendo:  

"No es necesario que hables directamente de ello, te dejo algunos ejemplos del blog del cliente para que te hagas una idea de qué temáticas escribir".

¿Escribir un post sobre scorts o escorts de lujo sin mencionarlo? Pero, ¿qué podría decir yo sobre eso? No sé absolutamente nada sobre el tema. Lo único sesudo que podría escribir no creo que fuera del agrado del comercial despistado que me contacta. 

Si  me pusiera en plan chistosa, hablaría  sobre sexo en un Ford Escort, experiencia que no he tenido nunca. Quiero decir en un Ford Escort porque sobre experiencias sexuales en coches algo sé. Que levante la mano el que no ha pasado por ese momentazo del después automovilístico en el que te das cuenta de que has encajado la pierna en un escorzo imposible entre la palanca de cambios, el freno de mano y el asiento en un espacio en el que normalmente no te cabe un dedo cuando buscas una moneda. 

Fuera de bromas empiezo a pensar ¿Cómo funciona el marketing por internet? ¿Quién hace los estudios para los clientes y les aconseja un blog u otro? ¿Por qué esas empresas que supongo no cobran barato no se dan una vuelta por los blogs, por este en concreto y se dan cuenta de que no hago posts patrocinados?  ¿Por qué ese alguien ha pensado que a pesar de eso ofrecerme escribir un post pagado sobre scorts o escorts de lujo me parecería una buena manera de empezar?

¿Qué tipo de pensamiento enrevesado y retorcido tiene el que cree que un usuario de scorts de lujo en vez de teclear "escorts de lujo" en google para encontrar lo que quiere, se dará un rulo por un blog personal por si acaso?

¿Alguien cree que un lector de un blog personal va a linkar un enlace encubierto y al descubrir una web de scorts de lujo, descolgará el teléfono y llamará? 

No sé nada de marketing pero a mi me parece que algo huele a podrido en la venta que hacen las agencias del gancho que tienen los posts patrocinados. 

Contesto  "No hago post patrocinados". 




viernes, 11 de diciembre de 2015

Hombres fantásticos

Tengo fantasías con hombres. Con hombres concretos, con nombres y apellidos. Hombres que no conozco y que no me resultan especialmente atractivos pero con los que me construyo fantasías. Ninguno me gusta y no pretendo, en el hipotético caso de que mis fantasías se hicieran realidad, gustarles a ellos. Las fantasías están para disfrutarlas, juguetear con ellas, montarlas y desmontarlas, adornarlas y repensarlas,  no para pretender nada. Si los astros se alinearan y mis fantasías se hicieran realidad, lo único que me gustaría es que encontraran mi fantasía entretenida, medianamente interesante y que se echaran unas risas conmigo. 

Tengo una lista bastante amplia de hombres y fantasías pero voy a empezar por los que son ciencia ficción. Son fantasías posibles pero muy poco probables. Ellos están vivos, yo también y si se da una confluencia de planetas muy rara puede que nos encontremos. 

El primero de ellos me abriría la puerta de su casa a la que yo llegaría hecha un flan. Fantaseo con haberme tragado un par de copas de vino antes de llegar o ir a pelo y que sea lo que tenga que ser, pero este punto no lo tengo decidido aún. 

Me abre la puerta de su casa con una gran sonrisa. No una de cortesía sino una sonrisa de eres justo la persona que quería ver ahora mismo y me alegro de que estés aquí. Lleva unos vaqueros oscuros y un jersey de lana de punto gordo, con cuello redondo y sin camisa. Debajo debe llevar una camiseta guarrera, una de esas de publicidad o de "recuerdo del viaje de fin de carrera", es un tío al que le da la igual la ropa que lleve puesta. 

La casa tiene los suelos de madera oscura y está gastadísimo. Lleva mucho tiempo viviendo en ella y respira como él. No es una casa de esas que se parecen a otras mil o a las de las revistas de decoración. Hay cosas colgadas en el perchero, cosas de esas que dejas ahí hasta que se desintegran o, por fin, reconoces que ya no entras en ese abrigo o que pasó de moda hace 15 años. 

Después de dejarme pasar vamos a su estudio. Él se sienta en su sillón y yo en un sofá que hay cerca. Me siento como una niña buena y lo primero que hago es balbucear algo así como "Estoy cumpliendo una de mis fantasías", a lo que él responde con una carcajada y una pregunta sobre mis fantasías. Tenía que haberlo previsto pero no es así y entonces me lanzo a contar que hace años escribí en mi blog que... blablablabla. 

Entonces se me enciende la luz y le digo "Ja. Es la típica situación de uno de tus libros". Estoy pensando que seguro que me ha ofrecido algo de beber ¿café, té? Animada por la carcajada le he preguntado si no tiene vino. No, mejor le he llevado una botella de vino de regalo en el bolso. 

Hablaríamos de casualidades. Le preguntaría si cree que hay que ser valiente para escrutar tu vida y ver todas las casualidades que te han llevado a hacer lo que sea que estás haciendo en ella. Valiente para comprobar si alguna vez te dio tanto miedo seguir una casualidad que saliste corriendo. O a lo mejor no, a lo mejor las casualidades no son más que un entretenimiento mental. 

Le preguntaría porqué escribe libros malos. O mejor dicho si sabe que son malos cuando los escribe y si se asombra cuando a pesar de saber que son malos (horribles algunos... aunque esto sólo se lo diría mediada la botella) su editor le dice: es maravilloso. ¿Se siente un fraude?  ¿O piensa?: "bueno, ya he escrito cosas buenas, puedo permitirme alguna mierda"?

Querría saber qué lee, si tiene curiosidad por cómo suenan sus libros en otro idioma. Le contaría que una vez estuve a punto de tener su teléfono. Eso seguro que le interesaría... y me preguntaría por ello, lo que me llevaría a una súper historia de casualidades. Le contaría que he leído todos sus libros y que quitando un par de ellos, que tengo claramente diferenciados, los demás forman una especie de universo compacto en mi cerebro. Sería incapaz de decir qué personaje va en cada libro pero podría escribir una historia uniendo pasajes de sus distintas novelas. 

Le contaría que el pasaje de uno de sus libros me ha servido para ligar un par de veces o tres. Ja. Esta es una buena historia. Al contar esta historia ya estoy  tan cómoda que me he descalzado y tengo los pies en el sofá, hablo gesticulando con todo el cuerpo. 

Poco a poco se ha hecho de noche y tengo que marcharme. No me echa, pero es que yo tengo otro compromiso o sale mi avión, o no sé; la cuestión es que tengo que irme. Busco mis zapatos por debajo del sofá, me pongo de pie y él me acompaña a la puerta. Charlamos sobre fumar mientras bajamos las escaleras y yo trato de no resbalar y caerme haciendo el ridículo. 

Me pongo el abrigo y salgo a la calle. Justo antes de irme, me giraría para despedirme, agradecerle haber cumplido una de mis fantasías y asegurarle que ha sido mucho mejor que lo que yo había imaginado. 

Camino por la calle pensando que debería haberle dicho: 

"Paul, me perturban tus ojos saltones". 

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Lecturas encadenadas. Noviembre


Miles Hyman
Como bloguera vuestra que soy, un post de lecturas encadenadas os debo, y como os debo un post de lecturas encadenadas, como bloguera vuestra que soy os lo voy a dar… aunque hay poco que rascar. 

Empezamos por En la orilla , de Rafael Chirbes. Hace un par de años leí Crematorio y me encantó. La palabra “encanto” encaja fatal con la escritura de Chirbes. Ya dije en su día que es un autor que no te deja respirar: es amargo, reseco, rasca y deprime. Terminas los capítulos y tienes que pararte a respirar, a tomar aire, a mirar algo bonito antes de sumergirte en el siguiente, que tampoco te dará descanso.  

Tras un comienzo espectacular, brutal, que me agarró por el pecho y me sacudió, al final me hizo bola. Chirbes da vueltas y más vueltas y más vueltas, arabescos laterales que retuercen la historia pero no la hacen avanzar y que terminaron por agotarme y hacerme perder el interés. El supuesto realismo en el retrato de la crisis económica provocada por la burbuja inmobiliaria en el levante y toda la miseria material y moral que conlleva pierde contundencia con esas conversaciones metafísicas que no se cree nadie entre cuatro jugadores de mus mientras se atizan cognacs. 
"A veces lo más voluminoso y pesado es lo más fácil de mover. Piedras enormes en la caja de un camión, vagonetas cargadas de metales pesados. Y fíjate, lo que guardas dentro de ti, lo que piensas, lo que deseas, que, al parecer, no pesa nada, no hay forzudo que sea capaz de echárselo al hombroy cambiarlo de sitio. No hay camión que lo mueva. Conseguir que te llegue a querer alguien que te desprecia o a quien le eres indiferente es bastante más difícil que tumbarlo a porrazos. Los hombres pegan por impotencia. Creen que pueden conseguir por la fuerza bruta lo que no son capaces de conseguir con la ternura, con la inteligencia." 
Después de la tortura de Chirbes necesitaba una apuesta segura, así que me lancé a El escultor, de Scott McCloud, regalo de Juan porque sí, porque tiene una cuenta Amazon Premium y cuando hace un pedido me pregunta qué quiero y a veces me lo regala.

El escultor es una historia llena de tópicos. Para empezar, hay un artista torturado que no consigue tener inspiración tras un pasado de éxito. Tiene suerte y se le aparece el demonio, que le ofrece lo que siempre ofrece el diablo: el éxito a cambio de tu alma. Cualquier persona normal diría que no, pero un artista torturado se caracteriza por tener el mismo criterio que un palillero y por supuesto dice que sí. El resto de la historia es tan obvio que no tengo ni que contarlo. 

A lo mejor parece que El Escultor no me ha gustado o me ha parecido una bobada. No. El Escultor es una bobada de historia pero me ha gustado con moderación. Scott McCloud rodea toda la historia de unos cuantos hallazgos tanto narrativos como de dibujo que hacen que merezca la pena leer este comic. Por supuesto, hay que tratar de pasar con la nariz tapada por unas cuantas tramas adolescentes al más puro estilo superpop, un personaje femenino que navega entre el más horrible intensismo y el más absurdo de los misterios, y un protagonista al que dan ganas de abofetear. El mejor personaje, el más logrado y que da hasta miedo es el demonio.  

Es un comic entretenido que te lleva un poco a tu vida de adolescente y que tiene la gracia de ver la multitud de referencias y homenajes que McCloud va dejando: Murakami y lo pesado que es, Miyazaki y su genial Totoro, Siri Hustvedt y las cajas que construye Bill uno de los personajes de "Todo cuanto amé" y, por supuesto, el homenaje al hombre que cayó de las Torres Gemelas.  Y tiene esta viñeta magistral que me encanta…


El texto también es del comic pero no iba con esta viñeta.


La comadrona, de Katja Kettu, ha sido un regalo. Un regalo conflictivo, de alguien que con toda su buena intención me lo envió después de decirme que había sido el libro que más le había impactado últimamente y que me pidió que fuera sincera al hablar de él. El conflicto surge cuando yo lo empiezo y desde la página 5 sé que  la historia y yo no vamos a congeniar; se encona cuando en la página 50 sé que quiero matar a la protagonista; y definitivamente se convierte en un gran conflicto cuando en la página 100 quiero coger el teléfono llamar a Katja y decirle “¿Pero se puede saber qué es lo que pretendías escribir? Vuelve a empezar y piensa antes de escribir”. 

Katja es finlandesa y se da un aire a Bjork en la solapa del libro. Katja ha querido contar una historia ambientada en la II Guerra Mundial, de amores imposibles, del bien y del mal, de padres e hijas, de madres e hijos y encima, por si todo esto fuera poco, con continuos flashbacks y saltos temporales. Un despropósito absoluto que a Katja se le va de las manos en la página 5 y no consigue controlar en ningún momento. Sospecho que para disimular el desastre narrativo Katja no deja de incorporar horrores a la trama, para ver si así el lector se despista y no se da cuenta de que ni hay estilo, ni un solo personaje convincente ni nada que dé a la narración la más mínima coherencia. Al final, cuando ya todo da igual, sale con que es una historia real y dices “anda Katja, pírate.”

Admiro, eso sí, la labor de Katja y más aún de la traductora, Dulce Fernández Anguita, por el alarde de sinónimos sexuales.
“Lo habían probado todo aquellas mujeres. El cipote de burro empalmado de los oficiales de las SS, habían probado la gota de sudor de la punta del nabo de los campesinos finlandeses y la verga morcilla y babosa con aroma a tabaco de mahorka de los prisioneros rusos. Desvergonzadas. Perras. Las liebres venenosas y desolladas de los judíos circuncidados; los alfanjes árabes, abrasados por el sol del desierto, temblorosos de deseo tras el Ramadán; las antorchas azul noche de los negros de dos metros de altura; la más suave de los mulatos, del color de la leche con cacao…”
“Yo no soy un pingo, ni una furcia de lodazal, no soy una cepillapichas de nadie, ni la culoardiendo, ni una espatarrafacil, ni una meneasteis o, una puta de cafetín, ni una meneamanubrios de parque de bomberos, ni una estiraligueros, o una tierra del punto, ni una trotacalles, ni una pelirroja de club de oficiales, ni una tragalefa. Ni tampoco una rabia, ni una hurgamadera, ni una lamebraguetas lapona, ni una culoenpompa, o una matarruga, ni una suripanta. No, nada de eso”. 

Espectacular.

De todos modos no quiero engañar a nadie. No vayáis a La comadrona buscando una escritura desgarradora ni sexo salvaje. Katja se marca estos párrafos pero luego es una cursi de campeonato y se descuelga con frases como esta: 
“Siempre llevo un delantal limpio, tú tienes una voz por la cual trepo hasta la felicidad”.
Trepo hasta la felicidad… ay Katja, te veo vestida de cisne como Bjork. 

Y con esto y un bizcocho hasta la última entrega del año 2015 de lecturas encadenadas. 

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Y si...

Vamos al cajero
¿Y si sacas todo el dinero que tienes en el banco?
No se puede, tengo un límite de 600 euros al día.
¿Y si quieres sacar 2.000?
Pues no puedo. 
¿Y si solo son 650?
Pues tampoco puedo.
¿Y si lo necesitas para algo super importante super importante?
Pues no puedo con una tarjeta, tendría que sacarlo con dos.
¿Y si hackeas el cajero?
Pero pero pero...

*********

Vamos a echar la primitiva.

Y si te tocan 32 millones, ¿nos vamos a Nueva York y te compras una casa con un cuarto para cada una?
Si
¿Y si te tocan 10 millones?
También. 
¿Y si te tocan 3 millones?
También.
¿Y si es 1 millón?
También. 
¿Y si es 200 mil euros?
Entonces el viaje solo y la casa la alquilo. 
¿Y si solo te alquilas la casa podemos ir a Nueva York y Washington?
Síiiiiii
Vale, vale... como te pones. 

*********

Mamá, ¿si te echas un novio nos tenemos que cambiar el apellido?
No
¿Y si te casas?
No. Y no me voy a casar. 
¿Y si papá se casa nos tenemos que cambiar el apellido?
No
¿Y si te casas tenemos que ir a tu boda?
Hombre, si me caso me gustaría que vinierais a la boda.
¿Y si papá se casa tenemos que ir a su boda?
Hombre claro, seguro que papá quiere que vayáis a su boda.
¿Y si os casáis el mismo día?
Eso no va a pasar. No creo que ninguno de los dos nos volvamos a casar y si decidiéramos hacerlo, ya nos pondríamos de acuerdo para que no fuera el mismo día.
Pero, ¿y si pasa?
Pues mira, os repartís ¿vale? Cada una decidís a qué boda queréis ir. 
Yo a la de papi. 

*********

Mama, ¿nos podemos ir del restaurante sin pagar?
No
¿Y si no nos ven?
Tampoco
¿Y si no nos ven y no se dan cuenta de que nos hemos ido?
Tampoco
¿Y si salimos corriendo muchísimo y aunque nos vean no nos cogen?
No. No nos podemos ir sin pagar. Eso no se hace. Está mal. 
¿Y si no estuviera mal? ¿Y si nos invitan?
Entonces si.
Entonces sí te puedes ir del restaurante sin pagar. 

********

Mamá... ¿cuánto se tarda a Nueva York?
6 horas
¿Y si vas por el lado largo?
Nadie va por el lado largo, eso no tiene sentido.
Pero, ¿y si vas por el lado largo?


Vivo en un continuo de ¿y si?

lunes, 30 de noviembre de 2015

Esto no es un blog de listas

NO me gustan las listas.

Las listas son el mal. Un invento del demonio, más antiguo que el hilo negro que, sin embargo, igual que el correr, hornear tu propio pan o dejar de trabajar para cuidar a tus hijos, han sabido coger la ola de la modernidad y disfrazarse de cosa exitosa, con lo que están de moda. 

Si no haces listas o no las tienes, no vas a triunfar en la vida. Si encima no madrugas, vas directo al fracaso. 

Obviamente, todos hacemos listas. Confieso que yo las hago, pero lejos de hacerme sentir organizada, exitosa y ayudarme, sus efectos suelen ser completamente opuestos. 

No me gustan las listas. O me gustan poco. O regular o, mejor dicho, les veo pocas ventajas y un montón de inconvenientes. A lo mejor es que no sé hacerlas; todo puede ser. 

Para empezar, las listas son kriptonita para mi memoria. Mi memoria es uno de mis mejores superpoderes (creo que es el único). Es espectacular, acojonante y tan precisa que la gente se asusta, pero si hago una lista para recordar algo, automáticamente deja de funcionar. El clásico ejemplo es la lista de la compra. Me siento en mi cocina y apunto disciplinada en un papel todo lo que hace falta para el funcionamiento de la casa. Me siento en mi mesa, miro al infinito y soy capaz de recordar todo lo que falta: leche, nesquick, suavizante, galletas sin gluten, queso rallado, yogures... Lo apunto y, ¡alehop!, lo olvido. 

El efecto kriptonizante de la lista es tan intenso que la mayor parte de las veces la olvido encima de la mesa. Recupero mágicamente el superpoder cuando en medio del pasillo del súper, después de haber registrado el bolso, dado la vuelta a todos mis bolsillos y cachearme a mí misma como si me gustara, tengo un flash y recuerdo nítidamente el trocito de papel encima de la mesa de mi cocina. Recuerdo el papel, recuerdo mi letra, recuerdo incluso el número de cosas que tenía apuntadas; pero soy incapaz de recordar qué mierda tenía que comprar. 

Hay veces que consigo llegar con la lista al súper... y entonces es casi peor. Voy con ella en la mano como si fuera Dori de Nemo, porque resulta que no tengo memoria a corto plazo. Necesito leer el papelito cada 30 segundos y repetir el mantra: tomate para freír, huevos, suavizante, yogures... mientras pululeo por los pasillos olvidando qué es lo que estoy buscando. Por todo esto he dejado de llevar lista y compro mejor, mas imaginativamente, y me siento menos imbécil. 

Hay otro tipo de listas que me estresan. Son las que según los gurús del coaching, el organiza tu tiempo, sé más eficiente y productivo y alcanza el éxito, tienes que hacer al llegar al trabajo o al planificar tu agenda. La lista de tareas. Cuando lo he intentado, me he descubierto a mí misma en medio de una risa histérica, pensando ¿qué leches hago perdiendo el tiempo en apuntar todo eso en vez de ponerme a hacerlo ya? ¿A quién quiero engañar haciendo una lista planificada cuando todo el mundo sabe que la planificación son los padres? ¿Tendré dinero suelto para comprarme el mix de frutos secos en la máquina de guarrerias? 

Otras listas me recuerdan lo que no soy: mi madre. En su casa, en cualquier cajón, en cualquier cuaderno, en la parte de atrás de cualquier cartón o minitrozo de papel hay una lista. Una lista interminable de la compra, o de tareas a hacer en el jardín, o en la casa, o un menú, o una lista de regalos... Todas con su columna de guiones antes de cada elemento y todas con su inconfundible y pulcra letra. Mi madre, además, es de las que vuelve a sus listas; o mejor dicho, cuando se las vuelve a encontrar traza una línea recta poderosa y firme sobre lo que ya no existe en esa lista, sobre lo cumplido, sobre la tarea completada. 

Las listas de deseos me parecen una manera fabulosa de hacerse ilusiones y luego llevarse un chasco de realidad de proporciones épicas. Estoy muy a favor de tener grandes sueños y planes locos, pero siempre deben ser imaginarios. Dejarlos por escrito es mala idea. Yo solo lo he hecho una vez y todavía me estoy arrepintiendo. 

Me estoy poniendo muy negativa y algunas listas, sin embargo, me vienen bien. Curiosamente son las listas que hago sin propósito útil alguno, las que hago por placer.  Por ejemplo, la lista de libros que quiero leer. Me la tomo como la carta a los reyes magos o la que envío a quien me dice "no sé qué regalarte". No tiene propósito más allá de facilitarle la vida a la gente que me quiere y ahorrarles estrés a la hora de elegir un regalo para mí. 

Las listas no solo se hacen, también se leen. Y, seamos sinceros, la mayor parte de las veces son una completa majadería. Casi todas son una memez, incluidas todas las que he escrito yo. Las majaderías, cuando se hacen sin el ánimo de ser otra cosa que majaderías, entretener y divertir, son muy beneficiosas para todos: para el que las escribe y para el que las lee. 

El problema es que, ahora mismo, debido a la mierda de la viralidad, todo tiene que tener tropecientos millones de visitas aunque nadie lea nada, y por la influencia del coaching productivo, el "aprovecha tu tiempo", "saca partido a tu energía" y todas esas mierdas, las listas se han convertido en majaderías con ínfulas. 

7 cosas que los exitosos hacen antes de desayunar, 10 consejos para que tus hijos crezcan sanos, 7 medidas para cambiar tu dieta, 25 libros que hay que leer antes de los 30, 10 playas que no puedes perderte, 8 consejos para encontrar el tiempo para hacer ejercicio, 6 cosas que han cambiado en mi vida con el reiki, el ganchillo o mirarme las uñas,  9 razones por las que debes dejar esa relación... 

Las listas se nos han ido de las manos y me temo que, o tomamos cartas en el asunto, o es posible que se vuelvan más inteligentes que nosotros o, más probablemente, nosotros nos volvamos aún más majaderos y acaben dominando el mundo. 

viernes, 27 de noviembre de 2015

Cedric y Moli, el reencuentro

Cedric ha vuelto a mi vida o yo a la suya; vamos, que nos hemos reencontrado laboralmente en un ambiente de luz y color, y arcoiris y mariposas y nos lo pasamos en grande. 

3 años después seguimos igual. Bueno, él ya tiene más de 30 y está aún más Cedric: está enorme y es un descojone. Yo tengo 42 y estoy más canija. 

- Chavales, vamos a reunirnos para comentar lo de ayer. 
- Moli, si te digo la verdad no lo he mirado.
- ¿Estás pasando de mi?
- ¿En qué sentido?
************

- Moli, ya tienes permiso para toquetear todo.
- ¿Perdona?
- La base, toquetear la base de datos. Toquetearla. 
- Ah. 
***********

- Moli, ¿qué tal la reunión?
- Bien, muy bien. Al principio la gente no se cree las cosas que digo pero luego se dan cuenta de que son en serio y flipan. 
- Es que eres tan tan tan...
- ¿Tan qué?
- Tan gestual que la gente no te cree. 
-¿Qué quiere decir eso?
- Pues que se creen que mientes y gesticulas para engañarlos, para distraerlos, como los magos. 
- ¿Me lo dices en serio?
- Si, pero luego no hay más que conocerte para saber que eres así, sin truco. 

*****************
De rancho

Por recuperar, hemos recuperado hasta las comidas en pandilla. En mi bandeja verdura y pescado, o un filete a la plancha. 

Cedric y sus dos metros se sientan a mi lado con su bandeja llena de un festival de hidratos de carbono: spaghetti carbonara, tortilla de patata con patatas fritas bañadas en mayonesa y de postre natillas. 

- Cedric, si yo me como eso reviento.
- No te preocupes, me lo voy a comer yo y tú no vas a engordar nada. 

**************

Clasificando géneros

- Vamos a ver Cedric, para ti ¿Qué es ciencia ficción?
- Pues cosas que son improbables pero científicamente posibles. 
- Ponme un ejemplo
- Que existan los marcianos es ciencia ficción. Pero si el marciano lleva el anillo único es fantasía. 
- ¿Y si se enamora de otro?
- ¿De otro qué? ¿De otro marciano o de otra persona?
- Da igual. 
- No, no da igual. Si se enamora de otro marciano es ciencia ficción, si se enamora de un humano fantasía. 
- ¿Y si lleva un condón?
- mmmmm... esa es difícil. Ciencia ficción. 
- Ya, y ¿Pirañaconda entonces qué es?
- Una obra maestra. 

******************

Interpretando datos. 

- Mira Moli, esto de la interpretación de datos es así. Nosotros echamos un polvo, al terminar tú me dices que ha sido una mierda y yo te digo que ha sido el tercer mejor polvo de mi vida. 
- ¿Cómo que el tercero? 

Y así pasamos los días en los libros de colores.



miércoles, 25 de noviembre de 2015

¿Qué les pasa a los hombres con los zapatos?


Se habla mucho de la supuesta adicción de las mujeres a los zapatos, que si tienen muchos pares, más de los que pueden ponerse, que si les encantan, que si nunca tienen bastante, etc. 

Se habla muy poco de la relación raruna que tiene los hombres con los zapatos. Raruna, infantil y completamente absurda. 

Si preguntas a un hombre por los zapatos su primera reacción será de indiferencia: ah, me da igual. 

Si le preguntas cuantos zapatos tiene, su primera reacción será: pocos. 

"Me da igual" y "pocos". Dos grandes mentiras que sin embargo llevan impresas en el ADN y todos ellos se creen. 

Los tíos establecen con sus zapatos una relación enfermiza de dependencia y fidelidad más allá de la salud, la enfermedad, la mugre, la lluvia, el viento, la nieve y la ocasión. No les da igual para nada. Se compran un par, el que sea, y desde ese momento consagran su existencia, sus días, sus ocasiones laborales, festivas, de amor, de lujo, de amistad, de turismo, de copas a ese par de zapatos. 

- Vamos a una fiesta. ¿Vas a ir con esos zapatos?
- Sí, ¿qué les pasa?
- No les pasa nada, pero NO son de fiesta. 
- Eso es una memez. *

Esta incapacidad para detectar cuando unos zapatos son adecuados y otros no, podría hacer creer al observador externo (a mí, por ejemplo) que, de verdad, los hombres no perciben la diferencia entre un zapato u otro. No, nada más lejos de la realidad. 

- ¿Qué quieres por tu cumpleaños?
- Unas zapatillas
- ¿Otras? Pero si tienes 5 pares. 
- Ya, pero necesito unas de treckking /paddle / travesia / sport / verano/ correr en asfalto/ trail
- Y las que quieres ¿cómo son?
- Son super ligeras, impermeables, con cámara de amortiguación y sistema especial de cordones.
- Y ¿para qué sirven?
- Para el típico paseo de monte, de pasar el rato en el que ha llovido un poco y puede que haya algún charco pero al mismo tiempo no hace mucho frío y necesitas algo para ponerte con un calcetín fino que no se te cueza el pie. 
- Aha. 

Esa supuesta incapacidad, además, sólo se manifiesta con respecto a lo que llevan ellos en los pies. Son increíblemente sensibles a los errores de las mujeres en cuanto a la adecuación del calzado a la ocasión. 

- ¿Por qué llevas botas de montar? ¿te vas al lejano oeste o eres un mosquetero?

Muy graciosos. 

Otra cosa curiosa de la absurda relación entre hombres y zapatos es que les da vergüenza. 

- Hombre, zapatos nuevos. ¡Qué chulos!
- No son nuevos, los compré hace años pero no me los había puesto fuera de casa. 

Me enternecen. Es como esa gente que se echa una pareja y la tiene escondida y cuando por fin la presenta a su círculo de amigos lo primero que dice es "nos conocemos de hace tiempo", aunque no añade "pero no sé muy bien que hago con ella y me da vergüenza estar en público con ella". 

Una cosa hay que reconocer a los hombres, son fieles a sus zapatos hasta la muerte. Si se comprometen con un par, si encuentran a su media naranja, no la dejaran hasta que literalmente se desintegren. Les dará igual la mugre y los agujeros. Llevarán los zapatos a arreglar, idearán mil remedios para intentar paliar  el deterioro provocado por el paso del tiempo y el uso continuado. Irán al zapatero, pondrán nuevas suelas, harán apaños con superglue e incluso intentarán engañarse a sí mismos obviando los síntomas: "es verdad que tienen agujeros y calan si llueve... pero para los días secos son ideales". 

Una vez desintegrado ese par imprescindible, único y especial "tú no lo entiendes", la búsqueda del siguiente par requiere una campaña de investigación, pruebas y research marketing capaz de desesperar a cualquiera...  menos a otro hombre. 

Se lanzarán a buscar un par exactamente igual al perdido. Y cuando digo exactamente igual me refiero a idéntico hasta el más mínimo detalle. 

- ¿Qué tal estos? Son exactos.
- No, los míos tenían la etiqueta en el otro lado y las anillas de los cordones no eran plateadas eran amarillo antiguo. 
- ¿En serio?
- Además, yo tenía un 42 y estos del 42 no me valen así que no son exactos. 
- Ya, una cosita... hace 10 años tú tampoco eras exactamente igual que ahora, rey. 

Para concluir este bonito y absurdo ensayo sobre el calzado masculino me gustaría señalar la incapacidad masculina para detectar la antisexicidad de sus zapatos. 

Queridos hombres, que un par de zapatos sean comodísimos y os encanten no quiere decir que sean bonitos. Ni siquiera quiere decir que os queden bien. 

Si además son feos, viejos y portan una noble pátina de mugre reflejo de la bonita relación que tenéis pueden, directamente, arruinar cualquier cita. 

- Pero... ¿y esos zapatos?
- ¿Qué zapatos? - es curioso como los tíos olvidan lo que llevan puesto y se miran los pies con sorpresa absoluta de encontrárselos metidos en zapatos.
- Esos... ¡los que llevas puestos!
- ¿Qué les pasa?
- ¡Son horribles! y ¡Están viejos! y te hacen pie de ogro. 
- Pues a mi me gustan. 

Pues eso, que para relación adictiva la de los hombres con sus zapatos. 


*Un descerebrado muy conocido de este blog se empeñó en que los horribles y espantosos crocs eran un calzado magnífico para cualquier época del año en Madrid, incluido pleno invierno. A pesar de mis múltiples protestas al respecto ignoró mi criterio hasta que un frío día resbaló con los crocs y se partió el húmero. Un "te lo dije" como una casa.  


jueves, 19 de noviembre de 2015

6 cosas que no soporto del periodismo en España


Me llamo Moli y estas son las seis cosas que hacen que, ahora mismo y desde hace un par de años no soporte la prensa española y haya dejado de comprarla.

1.- El mesianismo
Sobre esto ya escribí en su momento pero es que ha ido a más. El mesianismo de la profesión periodística con sus grandes eslóganes de "gracias a nosotros conocerás la realidad" y sus "menos mal que estamos nosotros para desenmascarar a los malos" me saca de quicio. 

Para ver lo ridículo de esta posición no hay más pensar en qué ocurriría si cada vez que vamos al médico, o a comprar el pan o a la gasolinera,  el médico, el panadero o el gasolinero salieran gritando "Postraos ante mi por mi trabajo, porque sin mi morirías de una espinilla infectada, no podrías desayunar y tu coche se pararía". 

Que está muy bien ser periodista pero no son el mesías. Por no ser, no son ni el Ratón Pérez. 

2.- El medallismo
Estamos en un punto en que la información no se comparte porque merezca ser conocida, sabida, explicada y asimilada. No se comparte para que la sociedad esté informada. Se comparte en una carrera exclusiva por el olimpismo: "Nosotros lo contamos primero", "Nosotros lo contamos mejor", "Nosotros tuvimos primero el soplo". 

Pues muy bien, campeón.

Yo casi prefiero al subcampeón como Faemino y Cansado. 

3.- El rollo "vende motos"
No sé si soy más lista que antes, los periodistas más tontos, yo más cínica o los medios más hipócritas pero por cada noticia que sale "desenmascarando" malos, sé que hay mil que no salen, sé que los malos que son de un bando determinado parecen menos malos y los del otro parecen más y sobre todo, me jode que me tomen por imbécil. 

Ni los llamados nuevos medios independientes y distintos están al margen del mercado. No pasa nada, lo entiendo. El mercado y la situación es la que es. Entiendo que hay que tragar con cosas, no publicar otras, maquillar algunas, alterar otras. Lo entiendo, esto siempre ha sido así. Pero, por eso mismo, no pretendas venderme una independencia a prueba de kriptonita cuando sé que hay mil condicionantes detrás en tu trabajo. Nos pasa a todos. 

4.- Personalismo
De un tiempo a esta parte y, a pesar, de los grandes gritos y proclamas a favor de la "importancia de la información", cuando leo una noticia, reportaje, entrevista o artículo... a duras penas veo la noticia, el tema del reportaje, al personaje de la entrevista o el fondo del artículo. Unos egos del tamaño del Titanic me lo impiden. 

Y de hace unos meses ahora, observo aterrada y con muchísima vergüenza ajena que muchos periodistas, muchísimos, no contentos con contonear su ego continuamente mientras agitan sus medallitas y me intentan vender humo, se dedican a contarme pormenorizadamente las heroicidades que cada día ejecutan en su trabajo para que yo, pobre mortal, pueda disfrutar de esa información. Me da tanta vergüenza que casi vomito. 

Lo importante no es la información, lo importante es que lo escribe, lo cuenta o presenta Mengano. La noticia no es la información es lo que "nuestro equipo" ha hecho con ella para hacer una infografía. Pues mira, NO. 

Aparte de que dime de que presumes...y blablabla.  

5.- Manía de enseñar lo que los otros hacen mal como si yo fuera imbécil
Otra cosa que me repatea es que últimamente leyendo la prensa, escuchando la radio o viendo ciertos programas me siento ofendida. No por el contenido sino por el trato. ¿Desde cuando el periodista ha decidido tratar al público, al oyente, al lector como si fuera imbécil, como si yo fuera imbécil? Es una falta de respeto absoluta. En este tratamiento incluyo la manía permanente e infantil de pasarse el día señalando lo que hace mal otro medio, otro periodista, otro programa. 

Bien, otro medio lo hace mal. ¿Y qué? ¿Qué lo haga mal te hace a ti mejor? ¿Crees que si no me lo señalas no lo veré? 

La falta de un mínimo de autocrítica es bochornosa y asistir al infantilismo permanente de echar la culpa a otros, también. Los empresarios, los editores, los directores, los tuiteros, la gente que escribe sin ser periodista...¡el público!, todos tienen la culpa, menos los periodistas.

6.- Sensacionalismo 
Lamentablemente esto lo he vuelto a comprobar esta semana hasta el infinito. Vídeos de explosiones que no aportan nada, imágenes de mantas que tapan muertos que no aportan nada, equipos enteros de periodistas desplazados para leer un teleprompter con la Torre Eiffel detrás, periodistas apostados frente a la morgue diciendo "la familia ha pedido que no les grabemos". Y ¿No se te cae la cara de vergüenza por que tenga que pedírtelo la familia? y ¿Como tienes las narices de contarlo en antena? 

No, no compro prensa española, no pago por ningún medio online español y voy a seguir sin hacerlo. 

No me gusta, no me sirven, me hostilizan y son malos. Todos. 

La parte buena es que hay muchísimo margen de mejora. Todo. 

Estoy deseando cambiar de idea, mientras tanto, pago 150 euros al año por tener el New Yorker en papel en mi buzón todos los sábados. No quiero información gratis, la quiero que merezca la pena pagar por ella. 

martes, 17 de noviembre de 2015

¿A qué huelen los pedos?


"We sell freedom"

¿El mejor regalo de todos? ¿Vendemos libertad? Dos eslóganes con gancho, sin duda. Y mentira, también sin duda. 

¿Qué producto es el mejor regalo del mundo y además proporciona libertad? Las imágenes que acompañan el slogan me hacen pensar en condones de luxe porque en ambos carteles aparecen jóvenes rubios, depilados y con cara de sentirse sexys en ropa interior. ¿Qué mejor regalo para esos jóvenes que libertad para chuscar sin preocupación? 

"Flatulence Flitering Underwear"

¿Ropa interior que filtra los pedos? 

No puede ser. Intento volver sobre mis pasos en la escalera mecánica del metro de Londres porque no doy crédito a lo que me parece haber leído. ¿Bragas que filtran pedos anunciadas como el mejor regalo del mundo? ¿Calzoncillos que aguantan zurraspas como reclamo para sentirse libre? 

Es. Es. Y en el metro de Londres. ¿Qué ha sido del British style? 

Fotografío el anuncio porque sé que mis amigos no van a creerme. No les culpo.

Como va la vida a veces es maravillosa, al llegar a casa, encuentro la web de Shreddies y me sumerjo (ainsss que asco solo pensar en la asociación entre sumergirse y flatulencias) en ella sin saber el tesoro que he encontrado. 
"Los pijamas de algodón eliminan los olores de las horas de sueño permitiendo que te relajes sin preocupaciones. Los pijamas son la solución perfecta para situaciones como dormir con amigos, viajes de trabajo o una nueva relación".  
Lloro de risa. ¿Quién es el genio de la publicidad, el marketing y la poesía que ha elaborado estos textos? ¿Cómo es posible que alguien haya pensado que en los viajes de trabajo y las nuevas relaciones había un nicho de mercado para la ropa interior que filtra pedos?

Y, sobre todo, ¿Qué tipo de viajes de trabajo hace ese alguien? ¿Comparte habitación y por eso necesita esa ropa? En el hipotético caso de que comparta habitación en un viaje de trabajo no creo que comparta cama y si no comparte cama, ¿para que necesita que le filtren los pedos? ¿Quién es ese alguien que se tira pedos dentro de la cama cuyo olor viaja través de su ropa interior, su pijama, las mantas que lo tapan y llega hasta la nariz del pobre que comparte habitación con él? 

Lo de las nuevas relaciones también tiene tela. Tenemos una edad, todos sabemos que en las nuevas relaciones ¡nadie duerme con pijama! Si duermes con pijama en una nueva relación, el menor de tus problemas son los pedos... directamente tu relación, por muy nueva que sea, se ha terminado. Y, además, por favor, ¿donde ha quedado el romanticismo de los primeros encuentros en los que ninguno nos tiramos pedos, ni bostezamos ni hacemos nada desagradable? Si empezamos a confiar en que el otro no se dará cuenta de nuestros pedos, empezamos fatal. Primero es "me tiro un pedo porque llevo mis shreddies y no se va a enterar" y después viene el dormir en la cama cruzado en diagonal, hacer ruido al despertarse y decirte que tus amigos le caen fatal.  
"La premiada ropa interior filtra flatulencias de Shreddies ofrece máximo confort, un estilo clásico y filtración de flatulencias. Tanto si sufres de muchos gases como si sólo quieres asegurarte de que tus pedos no huelan, Shreddies es la solución perfecta". 
Me troncho. El genio creador de este nicho de mercado debió pensar que gente con muchos gases era poca cuota y buscó un target más amplio, un target tan amplio como el mundo porque ¿A quién no le agobia que sus pedos huelan? No hay más preguntas. 
"Los vaqueros filtra pedos llevan un forro de carbono que elimina olores aumentando la protección y proporcionando mayor libertad para la vida social. Llevar puesta, además, la ropa interior filtra pedos, dobla el nivel de protección aumentando la confianza en que nadie huela tus pedos".  
Tengo dudas. Muchas. Desagradables. Si alguien lleva bragas y vaqueros filtra pedos y come fabada o se da un atracón de coles de bruselas... ¿A qué huele toda esa ropa cuando se quita? ¿Harán los pedos efecto globo (aunque no huelan) al quedar atrapados en esa doble capa de protección anti olores? Empiezo a imaginar a los usuarios de los shreddies como los hombres a los que se les inflan los bañadores al salir del mar... 


"Deja de culpar al perro"


No he conseguido saber si los Shrredies llevan tecnología incorporada para insonorizar los pedos. Creo que es un  extra fundamental. 




A veces, la publicidad es maravillosa.


sábado, 14 de noviembre de 2015

Las mantas y los muertos


Siempre hay una manta. 

Es la manta de alguien, una manta que no se usa. Una de esas que parecen pesadas, de un color neutro. Beige, rosa pálido, azul claro, blanco sucio. Alguna vez marrón. Una manta con un reborde de tela que brilla. Un brillo que no pega en la foto, en el momento. 

Es una manta grande, una de esas que dan para remeter por debajo del colchón y que al meterte en la cama te dan la sensación de estar embalsamado, de estar atrapado. 

Siempre hay una manta. 

Una manta que cubre a alguien que no debería estar tapado por una manta. Alguien que unos segundos antes de estar cubierto por esa oscuridad, caminaba, paseaba, corría, tomaba café y tenía planes. Planes para dentro de unas horas, para mañana, para la semana que viene, para sus próximas vacaciones. Alguien que no sabía que iba a morir, alguien que no debería estar muerto. Ni debajo de una manta. 

Siempre hay una manta. 

Cuando la gente sale del mar tras un naufragio, escapa de un incendio, de un accidente, la manta que alguien les echa por los hombros es "casa", es la salvación. La manta que me cubre mientras tiemblo de miedo viendo esas otras mantas también es un lugar seguro. 

La manta de la calle no es un lugar seguro, es el final. 

No da calor. De alguna manera extraña esa manta intenta retener el último calor de ese alguien que no debería haber muerto, alguien que unos segundos antes respiraba. Intenta atrapar su último aliento, protege ese aliento, lo cubre como diciendo "no te vayas, aún no". 

Siempre hay una manta. 

Una manta de la que siempre sobresale un pie sin zapato, una pierna en un extraño ángulo, unos dedos. El pie, la pierna, la mano parecen no ser de nadie, parecen estar más muertos que lo que la manta cubre. Debajo de la manta se está a salvo, en otro sitio, no sé dónde. Miro las fotos esperando que ese pie, esa pierna, esos dedos se replieguen bajo la manta. La manta que intenta que no se escapen, que no se vayan... aunque ya se hayan ido. 

Siempre hay una manta. 

Una manta que alguien ha corrido a sacar de un armario, a arrancar de una cama para intentar que ese calor que tenía planes para el segundo siguiente, el próximo minuto, el día que llegará, planes para una vida, no se escape. 

Siempre hay una manta... que presta ese último servicio. 

Ilustración de Carlos Latuff.