sábado, 31 de diciembre de 2016

Lecturas encadenadas. Diciembre

Acaba diciembre y con él un año de lecturas encadenadas. Cuarenta y nueve libros han pasado por mis manos este año: catorce escritos por mujeres, seis en castellano, diez ensayos y diez cómics. He repetido a Oz, a Ford y la Ferrante  de la que creo que no acabaré su tetratología porque «francamente querida, me importa un bledo».

Vamos con los cuatro últimos del año.

Por último el corazón, de Margaret Atwood. Vaya por delante que soy muy fan de Margaret Atwood, me parece una narradora fabulosa con un estilo muy personal y que consigue siempre sorprender en cada una de sus novelas. Ésta  concretamente es un locurón. Comienza con un tono sombrío, realista, retratando a una pareja, Stan y Charmaine, que han pasado de ser clase media con trabajo, casa y un futuro a vivir en un coche debido a la crisis económica que todos tan bien conocemos. Desde esa situación desesperada y gris acaban embarcados en un proyecto experimental que consiste en entrar a vivir en una ciudad ficticia. A partir de ese cambio, de ese giro argumental que no te esperas, le dices a Margaret "hazme tuya" y te dejas llevar por el camino que ella te va marcando y que tiene mil giros inesperados que te dejan desconcertado. El nivel de locura argumental, humor ácido y surrealismo llega a un punto en el que te encuentras en medio de escenas que podrían ser de  ¨Resacón en Las Vegas¨ y te ríes igual que con esa película y te ríes más aún porque eres consciente de que Atwood se lo ha pasado en grande escribiendo esta novela.
«–Hice la tesis de doctorado sobre El paraíso perdido.

¿El Paraíso qué? Lo único que a Stan le vino a la cabeza fue la página web de un club nocturno de Australia que había visto una vez en la red, mientras buscaba porno suave, pero ese sitio llevaba años cerrado. Quería preguntarle si la HBO había hecho alguna miniserie con ese libro libro o algo así, por si acaso la había visto, pero no lo hizo porque cuanta menos ignorancia demostrara, mejor. Ella ya lo trataba como si fuera un cocker spaniel con una lesión cerebral y lo hacía con una mezcla de diversión y desdén».
«Hay personas a las que le gusta lanzar objetos, como vasos de agua o piedras, pero pintarse las uñas es mucho más positivo. En su opinión, si la adoptara más líderes mundiales habría menos sufrimiento en el mundo».  
Morir en primavera de Ralf Rothmann.  Este año he leído poco sobre uno de mis temas favoritos, la II Guerra Mundial y casi cerrar el año con este libro sobre los últimos días de la guerra me ha hecho añorar mis lecturas sobre este tema. Morir en primavera cuenta la historia de dos jovencísimos amigos alemanes, ordeñadores en una granja, que son reclutados casi a la fuerza y enviados al frente de Polonia cuando la guerra ya está perdida, cuando el sacrificio de vidas es aún más inútil, absurdo e innecesario.

El protagonista, Walter, consigue librarse de la primera línea por tener carnet de conducir pero asiste a terribles acciones por parte de sus compañeros. Es curioso como a pesar de que toda la novela tiene un cierto todo de disculpa o de "también hubo muchos que fueron obligados", Rothman solo enseña atrocidades cometidas por los alemanes. Lo más conmovedor de la historia es la ternura y, en cierto modo, la pureza que Walter parece conseguir mantener en medio de todo el infierno. Observar como cree que podrá salir indemne de la guerra, ser feliz y tener una vida normal es tristísimo. Lo peor es que sabemos que no lo consigue, que durante toda su vida arrastrará el desgarro causado por esos meses de guerra. Él no lo sabe, pero se irá convirtiendo poco a poco en piedra, de dentro hacia fuera. El pequeño núcleo endurecido que surge en su interior cuando está en el frente y que le sirve para sobrevivir irá creciendo poco a poco cuando vuelva a casa y sea consciente de que ahora ya no hay nada que esperar, que su futuro ya no existe y que en lo que consiste su vida es en ese ahora desesperanzado. El núcleo de piedra va creciendo y creciendo hasta convertirle en piedra. El libro también refleja muy bien como las consecuencias de las vivencias de una guerra no solo afectan a los implicados sino también a sus familias y a sus hijos. Sobre esto he leído hace poco un artículo en el New Yorker  y hay un documental en Netflix sobre los hijos de los nazis muy impactante también.

«El silencio, el rechazo absoluto a hablar, especialmente sobre los muertos, es un vacío que tarde o temprano la vida termina llenando por su cuenta con la verdad». 

Volveremos de Noemí López Trujillo y Estefanía S. Vasconcellos. A este libro llegué por twitter. No soy capaz de recordar  ni que tuit nos unió a Noemí y a mí, ni como uno de los protagonistas, Ernesto Filardi llegó a mi vida también a través del maravilloso mundo de twitter. Fui a la presentación del libro en uno de mis sitios favoritos de Madrid, Tipos Infames y me traje a casa un ejemplar dedicado.

Noemí y Estefania figuran como autoras y, desde luego, lo son pero no son visibles en el libro. No se las ve y no se las oye aunque estén detrás de cada uno de los testimonios que aparecen en el libro. Ellas han hecho las preguntas, han pensado el enfoque y han creado el ambiente para que todos  y cada uno de los españoles que se fueron del país por una u otra razón se sientan lo suficientemente cómodos como para reflexionar y pensar sobre ellos, sus vidas, sus razones, sus sentimientos, sus penas, sus rabias, sus sensaciones, sus añoranzas y sus esperanzas.

Todos ellos se marchan sin saber y cuando hablan con Noemí y Fanny reflexionan sobre cosas a las que en su día a día no dedican tiempo, bien porque no lo tienen, bien porque no quieren pensarlo o bien porque es demasiado doloroso: ¿por qué me fui? ¿estoy mejor? ¿estoy peor? ¿estaría mejor si volviera? ¿me equivoqué? ¿podré volver? ¿quiero volver? ¿qué pasa si no vuelvo?

Leerles me ha dado ganas de abrazarlos a todos.

He terminado el año con un grande Raymond Carver y su libro de relatos ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? Carver es un maestro pero es solo para valientes. Ninguno de sus relatos es cómodo porque todos son como asomarte a espiar a tus vecinos, escuchar la conversación del camarero del bar dónde te tomas el café o enterarte del secreto más patético de tu compañero de trabajo. Son relatos en los que no pasa nada pero pasa todo. En casi todos aparecen parejas o familias en las que una mínima anécdota, un hecho insignificante le sirve a Carver para meter al lector en medio de esas vidas y asistir a esos instantes de su existencia como un espectador invisible. Los relatos de Carver se te quedan pegados en los dedos, en los ojos y en los pensamientos y según vas avanzando en ellos te encuentras pensando de repente en qué habrá sido del niño que hace novillos para volver a casa con un pez que ha pescado en el río y con el que intenta evitar la pelea de sus padres o qué le ocurre a la pareja que comparte cena en un restaurante cuando sale de allí enfadada con el maitre. O qué fue de la pareja que vivió unos meses en la casa al fondo del callejón y que nunca cambió el nombre del buzón. O ¿qué hizo el padre de familia, del cuento que da título al libro y que es el que cierra el volumen, al despertarse?

Me maravilla como Carver en tres líneas te mete en la situación, los personajes y el ambiente.

«Había estado leyéndole cosas de Rilke, un poeta que él admiraba, cuando ella se quedó dormida con la cabeza sobre su almohada. Le gustaba leer en alto, y leía bien: una voz segura que ora se hacía grave y sombría, ora se alzaba o se inflamaba. Cuando leía nunca apartaba la vista de la página, y sólo se detenía para alargar la mano hasta la mesilla a coger un cigarrillo. Era una voz rica que la sumía en sueños de caravanas que partían de ciudades amuralladas, y de hombres barbados con largas túnicas. Lo había escuchado durante unos minutos, y había cerrado los ojos y se había dormido». 
Cuando llegas al final quieres volver a empezar para volver a disfrutarlos e intentar, de alguna manera estúpida, saber qué ha pasado con esas personas, que no personajes. Ese es el nivel de vida de los relatos de Carver. Hay que leer a Carver aunque ya advierto que es devastador para la autoestima si tienes cualquier tipo de pretensión de escribir algo en tu vida que merezca la pena.

Pues con esto y doce lacasitos que tomaré a las doce de la noche, hasta los primeros encadenados del 2017.



sábado, 24 de diciembre de 2016

El año en que fui peligrosamente feliz


–¿Cómo te has sentido en el 2016?
–Feliz

Llevo días dándole vueltas a esto y no tengo otra respuesta. El 2016 para mí ha sido un año feliz. No se trata de lo que he hecho, de lo que me ha pasado, los libros que he leído, la gente que he conocido, los amigos reencontrados, las conversaciones que he tenido, los besos que he dado, los abrazos que he recibido, los viajes que he hecho, el vino que me he bebido, lo que he escrito, las risas que me he echado, lo que he pensado, bailado, cantado, discutido o compartido sino de cómo me he sentido y, la conclusión es que, he sido feliz.

No, no he sido... soy feliz. 

Completa y sorprendentemente feliz. 

Llevo días pensándolo porque me resulta tan increíble y tan alucinante que casi no puedo creerlo. Rebusco en mi memoria, en mis pasillos mentales, en mi trastero de los recuerdos recientes, en los cajones dónde guardo los botones del dolor y nada de lo que encuentro es capaz de perturbar mi estado. 

No puedo creerlo. Sigo dándole vueltas.

Mi estado de felicidad  es como una esfera perfecta, pulida y brillante. Mi esfera y yo rodamos y rodamos cada día, unos más deprisa y otros más despacio. Unos sin parar y otros avanzando sólo unos pocos centímetros.Hay días que no nos movemos del sitio, miramos hacia atrás para ver lo que hemos avanzado y oteamos lo que nos queda. La esfera se hace más grande algunos días, con gente que conozco, con encuentros con amigos, con lecturas que me alucinan, botellas de vino que descorcho, canciones que suenan en mi coche, programas de radio que descubro, versos que aprendo a leer, risas con mis hijas, abrazos, besos y horas de sueño. Otros días, a mi esfera le saltan chispas, pierde alguna lasca o se deforma porque me levanto del revés, por gente que me hostiliza, por memeces que escucho o que leo, disfunciones en mi papel de madre o de hija, broncas laborales, absurdos bajones hormonales, granos en la nariz o la primavera. En esos días la esfera y yo no avanzamos, parecemos caer cuesta abajo o giramos sobre nosotras mismas pero no me importa porque sé que no vamos a rompernos y estallar en mil pedazos. 

Estoy a salvo. Me siento indestructiblemente feliz. 

Qué miedo, quizás debería emborracharme.  


miércoles, 21 de diciembre de 2016

Passengers y el pene de los patos

He visto Passengers y mi conclusión es que es tan mala, tan mala que se vuelve buena. Sé que es una conclusión que sugiere que estaba borracha o dormida o inconsciente o que no tengo ni idea. A mí también me sorprende esta conclusión tan meta pero es así. 

Voy a destripar la película pero en un raro giro de los acontecimientos prometo que conocer el argumento no importa un pimiento para pasarlo en grande con esta película. 

Vamos a ello. Tenemos una nave enorme con pinta de sacacorchos viajando por el espacio. Inciso.- ¿sabéis que los patos tienen el pene como un sacacorchos y cuando encuentran pareja entran a rosca? Yo sí lo sé y quería compartir esta información tan perturbadora con todo el mundo. - Fin del inciso. 

El sacacorchos va por el espacio tan campante y feliz cuando, de manera absolutamente inesperada, se encuentra con una lluvia de rocas gigantes. Por supuesto el sacacorchos volador tiene un campo transparente muy chulo para que reboten pero, también muy sorprendenmente, llega un pedrolo demasiado grande que básicamente le hace a la nave un "explota, explota que tu culo explota". Pero poco, solo la puntita, lo justo para que el espectador en el minuto 1 ya sepa qué va a ocurrir. 

¿Qué hay dentro del sacacorchos gigante? Pues el interior es un cruce entre la nave de los gordos de Wall E y Cocoon. En una cápsula muy aséptica y vestido con unos calzoncillos muy antilujuria se despierta Jim. (DiCaprio en Titanic era Jack , lo digo por si alguien sospecha que la historia tiene algo que ver con lo de siempre. Jack, Jim, es lo mismo)

Jim (Chris Prat) es un hombre que en teoría debería ser guapo, atractivo y provocar pensamientos lujuriosos pero que en la práctica te deja tan fría como una caja de mantecados rancios. Es un tipo intrascendente, un sosainas con fachada. 

Jim se despierta y pone cara primero de susto, luego de sorpresa, luego de idiota y luego de cierta preocupación. Todo esto el espectador se lo imagina porque Pratt frunce y desfrunce el ceño sucesivamente, gesto que pasa por ser su único recurso interpretativo. 

Cuando el espectador ya se ha fumado tres puros, Jim se da cuenta de que "a lo mejor" algo va mal porque no ve ni un alma paseando por el sacacorchos. Le da un ataquito de histeria y se pone a correr sin ton ni son hasta que "casualmente" llega a un bar en el que hay un tipo lavando vasos. El espectador desea con muchísima fuerza poder beberse todo lo que hay en el bar mientras Jim se cae del guindo y se da cuenta de que el barman es un androide, cosa que el espectador que tiene conexiones neuronales sabe desde el primer momento. 

El pobre Jim entonces se desespera más y hace "cosas". Recorre la nave, intenta entrar en la sala de control del sacacorchos, llevando un cinturón de herramientas bastante sexy debo decir, lee manuales y más cosas que no recuerdo. El robot, que se llama Arthur y en el tercer plano ya está harto de escuchar a Jim lamentarse, se saca de la manga un poco de filosofía a lo Coelho y le dice: chaval, disfruta la vida en el sacacorchos y no sufras.   

Dicho y hecho. Jimdeja su camarote de tercera clase, fuerza la puerta de una suite y empieza a darse la vida padre. Juega al basket virtualmente, juega al Just Dance, ve pelis... y se deja una barba a lo Tom Hanks en Náufrago. Un día, en un nuevo rulo por el sacacorchos ve una puerta que no había visto y dentro hay un par de trajes espaciales. No uno, ni media docena ni 300, solo dos. Los mira, los roza, los toca y se pone uno. Y con ese traje sale a darse un paseito por las afueras del sacacorchos. A mí esta parte de la peli me retrotrajo a mis 11 años y los orígenes de mi angustia cósmica. No me mola salir ahí a flotar en algo negro y oscuro y solitario. Que sí, que lleva cable pero ¿y si el cable se rompe en un giro totalmente inesperado de la trama? Pues eso, que no me mola. Por supuesto a Jim no se le rompe nada porque entonces se acabaría la película. Ahora que lo pienso, eso sí que sería inesperado. 

Sigamos. Jim se desespera y tal y Pascual y se da un rulo por las cápsulas con gente durmiendo en ropa interior poco sexy. De entre las 5.000 cápsulas, CASUALMENTE, se queda mirando a Aurora. Por si alguien no ha tenido infancia me gustaría señalar que Aurora se llama La Bella Durmiente. EJEM. Tocando unas teclitas aquí y allá y skalteando unos cuantos archivos, Jim  se entera de toda la vida de Aurora, que resulta ser escritora, cool, con sentido del humor, interesante, inteligente y además, es Jennifer Lawrence y, claro, el bueno deJim se enamora. 

Jim frunce el ceño, lo desfrunce, lo frunce otra vez, lo frunce hasta casi tocarse la nariz y con esto suponemos que está teniendo o bien retortijones incontrolables o dudas morales sobre si despertar o no a Aurora. 

El espectador se fuma otros 3 puros porque sabe de sobra que Jim va a hacer de príncipe y despertara a Aurora. 

La despierta. La mira. Corre para que ella no le vea. Ella pulula por la nave. Se encuentran casualmente. A ella le da un ataquito de histeria cuando se entera de que se ha despertado antes de tiempo. Hace las mismas cosas que Jim antes pero sin cinturon de herramientas sexy y al final va donde Arthur y decide que va a jugar al basket virtualmente y ver pelis y jugar al Just Dance. Aurora también nada con un bañador absurdo de rejilla. El espectador se pregunta si el bueno de Jimno sabe nadar o es que no había sido tan concienzudo en sus paseos por el sacacorchos y la piscina le había pasado desapercibida. O, a lo mejor, Prat se negó a llevar un bañador de rejilla, que también puede ser. 

Al grano que esto está quedando largo. De manera absolutamente inesperada y sorprendente, Jim y Aurora, se enamoran, chuscan y juegan a la pareja feliz. La escasa química que hay entre ellos hace que el espectador añore ver patos fornicando pero no hay suerte. El espectador tiene que asistir a conversaciones de profundidad insondable:

Dime Jim, ¿por qué te querías ir de la Tierra a establecerte en una colonia espacial?
—Porque en la tierra ya no arreglamos nada, solo lo sustituimos. Yo quiero arreglar cosas. 

Ole ahí, Many Manitas. 

¿Y tú Aurora? ¿Por qué dejas tu vida guay para irte de excursión espacial?
—Mi padre era guay, era escritor, decía cosas inteligentes y, de repente, se murió y yo quiero escribir cosas y que me lean y...

Ole ahí brasitas con ínfulas.  

Todo va bien durante medio minuto de película pero entonces llega Arthur, el robot camarero, y de manera casual y absurda (como toda la película) le dice a Aurora: ¡qué bien que Jack te despertó! 

En otro sorprendente giro de los acontecimientos Aurora no se lo toma nada bien. De hecho, se coge un cabreo bastante considerable y llega hasta pegarle una paliza a Jim. Jim frunce el ceño. 

Mientras andan enfurruñados evitándose en el sacacorchos, la nave empieza a fallar un poco más para que no te olvides del pedrusco del principio. Como es obvio que Aurora y Jim no se bastan por sí solos, de repente, se abre una puerta y aparece Lawrence Fishburne. ¿Por qué? ¿Cómo? Da igual, a quién le importa. A estas alturas de la película no vamos a ponernos pejigueros con los detalles de guión. 

Fishburne aparece para tres cosas:

1.-Decirles que hay algo que no va bien, que de hecho algo va fatal en una sala enorme y que lo encuentren. 
2.-Decirle a Aurora un par de perlas a lo Coelho que hagan que ella se desenfurruñe: "se estaba ahogando y cuando te estás ahogando te agarras a lo que sea, por eso te despertó".
3.-Darles su pulserita de acceso premium a todo el sacacorchos y morirse. 

A partir de la muerte del bueno de Fishburne la acción se dispara. El sacacorchos se apaga, ellos corren. El sacacorchos tiembla, ellos llegan a la sala enorme y en un plis plas encuentran el boquete del pedrusco y una sala en llamas que misteriosamente a ellos les parece inofensiva. Lo que tienen que arreglar no se arregla a la primera, ni a la segunda, ni a la tercera. ¡Mecachis! Jim va a tener que jugarse la vida desde fuera de la nave para poder salvar a Aurora y al sacacorchos. ¡Quién iba a sospecharlo! 

Jim se juega la vida a lo James Bond y a lo James Bond parece que se muere pero es solo la puntita. Aurora es una heroína y lo salva y llora. 

Se besan, ríen como pánfilos. 

Venga churri.- le dice Jack- que te duermo.
¿Y qué pasa contigo?
—Aquí solo cabe uno.
—Pero no volveré a verte. 

Elipsis de 88 años. Se abre una puerta, aparece Andy García con barbota y hay un jardín exuberante dentro del sacacorchos. 

Fin. 

Id a ver Passengers, es fabulosa.  

Nunca me agradeceréis lo suficiente haberos proporcionado la información sobre el pene de los patos.   

domingo, 18 de diciembre de 2016

Cuatro semanas para ser padre

Cuando nació nuestra primera hija, hace justo 13 años, El Ingeniero disfrutó de los 4 días de baja por nacimiento que le correspondían y de dos semanas de vacaciones que se había guardado para estar con ella y conmigo. Cuando nació nuestra segunda hija, en agosto de 2005, se reservó su mes de vacaciones para pegarlo a los 4 días que le correspondían y que como eran naturales y el nacimiento fue un viernes, fueron en realidad 1. 

Siempre he defendido que una medida que igualaría a hombres y mujeres a la hora de conseguir un trabajo o promocionar a un puesto mejor es la obligatoriedad de la baja de paternidad exactamente igual que la baja maternal. 12 semanas obligatorias de baja desde el día del nacimiento. Las otras 4 semanas podrían ser para cualquiera de los padres. 

Sinceramente no creo que viva para llegar a ver esta medida pero, mientras tanto, cualquier paso que se dé en esa dirección me parece fabuloso. Las 4 semanas que se han aprobado me parecen mejor que los 15 días que había antes y los 15 días me parecen un adelanto con respecto a los 4 días a los que tuvo derecho el padre de mis hijas. 

En mi ingenuidad creía que la ampliación a  4 semanas del permiso de paternidad sería una medida celebrada por todos, especialmente por los hombres que van a poder disfrutar de un tiempo valioso y de calidad con sus hijos recién nacidos y sus mujeres recién llegadas (o no) a la maternidad. Un tiempo de cambios e inquietudes en las que conviene estar juntos porque es una época dura. 

Pues no. Resulta que el viernes por la noche tuve que escuchar en la radio (me topé con ello por casualidad) frases como éstas que transcribo aquí (la transcripción completa está aquí y se puede escuchar aquí

"Pienso por ejemplo que sería fantástico, me parece muy bien que haya un permiso de paternidad pagado por el Estado por lo que el impacto sobre las empresas será menor lo que puede ser un impacto (sic) pero es que es tan poco tiempo. Un impacto sobre la carrera profesional no es comparable al que tiene sobre la carrera profesional de una mujer los nueve meses de embarazo y todo el tiempo que le dedica o le sustrae o se ve obligada a dedicar de su tarea para dedicarse al cuidado de los suyos, pero me parece un avance pero hay cosas más prácticas que podíamos hacer. Por ejemplo las guarderías 24 horas que tienen en Francia me parece una conquista y creo que realmente dotan de una gran flexibilidad. No todas las mujeres tienen horarios diurnos de trabajo, hay limpiadoras, personas que necesitan trabajar en turnos de noche, en turnos complicados y, a veces, esas personas necesitan un apoyo para que puedan tener hijos por si quieren tenerlos". 
"Hay un aspecto old fashion en las medidas, habría a lo mejor que pensar en cosas un poquito distintas".
"no creo que sea introduciendo penalización a la carrera profesional de los hombres..."
"lo que no puedes hacer es buscar la igualación por abajo evidentemente, lo que no puedes hacer es quitarle el skateboard a los que van más rápido".

Todo esto lo dijo un hombre, un hombre que hace unos meses opinaba que tener mujeres en los consejos de administración no sirve para nada porque o no aportan nada o si aportan algo es porque se comportan como hombres. Curiosamente en la intervención del otro día, metió una cuña sobre los consejos de administración porque parece que ahora sí le parece interesante que haya mujeres. Dudo mucho que haya cambiado de opinión, simplemente resultó que, en su minúsculo cerebro de  neanderthal,  la problemática de las mujeres consejeras había pasado a ser algo insignificante comparado con la debacle que para este hombre significa que los padres pasen 4 semanas con sus hijos recién nacidos. 

Para este señor, la baja paternal de 4 semanas es una penalización a la carrera profesional de los padres. Es una afirmación tan asquerosa, machista y retrógrada que, como dije en Twitter, me dieron ganas de vomitar. 

Irse de baja 4 semanas no penaliza nada. Son exactamente dos semanas más de "ausencia" que si te casas. Seguro que este tipo conoce hombres que se han casado varias veces y han disfrutado de sus quince días de asueto. Me encantaría saber porqué disfrutar de tu hijo durante 4 semanas te penaliza en el curro y sin embargo irte 15 días de vacaciones a una isla paradisiaca por haberte casado no. ¿A partir de cuantos días tu vida personal "penaliza"? O ¿es que las bajas por diversión no penalizan pero las de responsabilidad familiar sí? ¿cuidar a un bebé penaliza pero tomar daiquiris no? 

Hasta ahora mismo, esa penalización tan lamentable para el Sr. Muller solo afectaba a las mujeres. ¿Estaba él igual de horrorizado con esa medida tan "old fashion" o solo ha empezado a preocuparle cuando le afecta a él y a sus chicos?   Si 4 semanas le parece terrorífico para los hombres ¿qué le parecen 16 para las mujeres? ¿No será que, para él, que se penalice a las mujeres no importa absolutamente nada porque es de los que opina que las mujeres trabajamos para entretenernos hasta que tenemos la suerte de encontrar un hombre con el que reproducirnos y entonces ya nos da igual nuestro trabajo? ¿A cuantas mujeres ha penalizado este señor por irse de baja maternal? 

Tercero, ¿qué tipo de visión enfermiza, repugnante y minúscula de la vida familiar tiene este hombre, y tantos como él, para que pasar tiempo con sus hijos recién nacidos todo lo que le provoque es pensar en que le quitan el skate con el que va más deprisa en su trayectoria profesional? 

¿Cómo de minúsculo es este hombre para que contemple esta medida como una "igualación por abajo" en vez de una buena noticia para los hombres? 

Las palabras y opiniones del Sr. Muller son ofensivas para las mujeres porque son otra manifestación más de su machismo cavernícola y su desprecio absoluto hacia las mujeres que trabajan. 

Las palabras y opiniones del Sr. Muller son ofensivas también para los hombres. Conseguir poder pasar cuatro semanas con su pareja y su hijo recién nacido es un triunfo para todos esos padres para los que estar con su familia no es una "penalización" y saben cuando toca bajarse del skate por un ratito. 

Las palabras y opiniones del Sr. Muller son ofensivas para todos los padres y madres que prefieren días con sus hijos a guarderías 24 horas dónde aparcarlos. 

Las 4 semanas son una gran noticia, aunque a las mujeres nos vendría mejor si fueran obligatorias. Si todos, hombres y mujeres, al tener hijos disfrutáramos de los mismos derechos y tiempos para estar con ellos, tener hijos dejaría de ser un problema para el desarrollo de una carrera laboral.  

Estoy asqueada y cabreada. Me consuelo pensando en la cantidad de hombres, padres y no padres, que no piensan como éste elemento y que disfrutarán de esos días con sus familias. 


sábado, 17 de diciembre de 2016

13 años


Interior casa / Exterior playa / campo / jardín /  nueva ciudad.

Dos personajes: adulta de 43 años y preadolescente de casi 13.

–Podías probar a leer este libro.
–No
–¿Por qué?
–Porque no me va a gustar
–¿Cómo lo sabes si no lo has leído?
–Lo sé
–¿Lo sabes todo?
–Sé lo que no me gusta
–No, no lo sabes, si no lo has probado no sabes si te gusta o no.
–No quiero
–Eso es otra cosa. ¿Por qué no quieres?
–Porque no me apetece
–Eso es lo mismo, no me vale. Piensa otra respuesta

Ojos anegados en lágrimas a lo Candy Candy por parte de la preadolescente.

Suspiro por parte de la adulta de 43. 

–Pruébalo, lee un par de páginas, 20. Si no te gusta lo dejas
–¿No te enfadarás?
–No. Me enfado si ni siquiera lo intentas. 

En el 98 % de los casos lo que has probado: el libro, la película, la actividad, la canción, la ciudad o lo que fuera, te ha gustado. Es un porcentaje de acierto por mi parte claramente espectacular. Lo frustrante es que acertar no acumula puntos para la vez siguiente y hay que repetir el esquema de conversación una y otra vez, volver a la casilla de salida.

Ha sido el año del "no" como respuesta automática a cualquier pregunta, sugerencia o idea que no viniera de ese sitio recóndito en tu interior en el que crees que tienes la sabiduría suprema. Contigo, ha sido el año de la marmota, y confieso que, a veces, hubiera deseado tener una marmota entre las manos para poder estamparla contra el suelo o estrangularla de lo que me has sacado de quicio. 

Ha sido el año de la languidez suprema. Todo tu cuerpo te pesa. Tu velocidad vital es como la de los perezosos de zootrópolis. Te mueves a cámara lenta como si hacerlo más deprisa, con un poquito más de brío y energía fuera a provocar un rápido e incontrolado crecimiento de tus brazos y piernas, como si tuvieras miedo de que la aceleración fuera a hacerte tropezar con tu propio cuerpo y caerte. Y no quieres caerte, porque te morirías de vergüenza. Esa es otra, todo te da vergüenza, absolutamente todo, incluso lo que no has hecho pero podrías hacer. Es más, no solo te dan vergüenza tus cosas, te dan vergüenza las de los demás: las mías, las de tu hermana, las de tu padre. Es graciosísimo, nunca lo había pensado pero, a los 13 años uno llega al valle de la "vergüenza ajena" y se pone a recorrerlo hasta sus más profundos recovecos. Yo me río mientras te oteo desde la cumbre de "me da exactamente igual lo que piense la gente". Te quedan años de travesía hasta que consigas llegar aquí pero lo harás. 

Ha sido el año de dormir hasta reventar la cama, los pijamas y mi paciencia. ¿Cómo puedes dormir 13 horas del tirón y levantarte cargada de languidez extrema y aburrimiento? Sospecho que estás acumulando carga de batería para el momento en el que estalles y no pares.

Ha sido el año de verte venir por la calle y no poder pensar en otra cosa que en Jay en Mall Rats. 

El 13 es un número raro. A algunos no les gusta, a otros les da miedo, otros lo ignoran. No se pueden obviar tus 13 años pero es, como el número, una edad rara. Con 13 años no sabes si eres una niña, una adolescente, una preadolescente, una mujer o una profecía. La mayor parte de los días te percibo como si fueras una cocktelera en la que se agitan todas esas personas y dependiendo de la temperatura, las circunstancias, la presión atmosférica, la dieta, las horas que hayas dormido o tus hormonas, la bebida resultante es increíblemente dulce, dolorosamente amarga, estúpidamente insípida, excitantemente sorprendente, deliciosamente divertida o sencillamente repugnante. 

Vivir contigo ahora es aterrador y muy cansado pero me encanta esta etapa en la que, cada día, no sé si voy a declararte mi heredera universal y suspirar de amor por ti o fantasear con que te vayas de casa muy pronto y solo me escribas postales. Me encanta no saber si ese día me tocará ser la madre más molona del mundo o la peor madrastra de los cuentos. Me fascina que un día me adores y otros creas que me odias y me encanta, cuando lo que toca es, descubrir un talento en ti que no sabía que tenías y que despliegas ante el mundo con total naturalidad. 

Los 13 años son una montaña rusa. 

Feliz cumpleaños princesa de los ojos azules.  


jueves, 15 de diciembre de 2016

10 verdades absolutas en la caja del super



1.- Al entrar por la puerta mirarás las cajas y serás optimista: vaya, qué suerte he tenido, parece que hay poca gente. Esto irá rápido. 

2.- Cuando llegues a la caja descubrirás que en tu concentración consumista no has visto las multitudes escondidas en los pasillos y todos ellos han sido más rápidos que tú.

3.- Dudarás al elegir la caja. Fruncirás el ceño, descartarás gente con carros muy llenos, escudriñarás cestas, olfatearás actitudes y comportamientos, escanearás a los cajeros. Valoraras todos los datos en tu cabeza, dudarás, caminarás hacia una, caminarás hacia otra, mirarás atrás. Tomarás una decisión. Error. 

4.- Espiarás la compra de la persona que tienes inmediatamente delante de ti. No tiene el más mínimo sentido hacerlo pero lo harás. Intentarás saber qué tipo de persona es, si vive solo, en compañía, con alguien a quien quiere o alguien a quien odia, si está de día "la vida es para disfrutarla y me voy a dar un homenaje" o de día "ni un día más comiendo hidratos de carbono". Pensarás ¿Por qué la gente baja a estas horas a comprar yogur líquido, piñones, suavizante y un sobre de sopa? o ¿En serio va a cenar gazpacho, salmorejo y crema de tomate? Siempre te parecerá que tu compra tiene muchísimo más sentido, más lógica. Si cometes la equivocación de mirar tu cesta para comprobarlo y después te atreves a mirar al comprador que va detrás de ti, verás en su cara que él está pensando que tu compra de aguacate, sepia y betún dice claramente que eres un psicópata con una infancia traumática.  

5.- Elijas la caja que elijas siempre siempre siempre habrá alguien que lleve solo un sobre o un paquete de pavo en lonchas. 

6.- Las probabilidades de que haya alguien delante de ti en la caja, con más de 70 años pagando en monedas de cobre que saca de una en una de su cartera es inversamente proporcional a la prisa que tengas. Esa probabilidad es del 100% si a) tienes el coche mal aparcado b)has dejado a tus niños 5 minutos solos diciendo "subo enseguida" c) has bajado a por vino porque tienes una cita.  

7.- De las cinco cosas urgentísimas que te han obligado a entrar en el supermercado, se te olvidará una al llegar a la caja. Tendrás que salir corriendo a por ella y descubrirás que en la última reordenación de pasillos la han trasladado a la última esquina del local. 

8.- Si se te han olvidado los ajos y mandas a tu hija de 11 años a por ellos, al pagar descubrirás que llevas una malla de cebollas. Algo estás haciendo mal con su educación culinaria. 

9.- Un 80% de las veces se te habrá olvidado la maravillosa bolsa que tienes para ir a la compra. Las veces que te acuerdes de llevarla, un 50% será demasiado pequeña y el otro 50 % la llenarás tanto que  te provocarás una lesión de espalda al cargar con ella. 

10.- Al salir por la puerta juraras que la próxima vez elegirás mejor la caja y que vas a comprarte un carrito de la compra. 

lunes, 12 de diciembre de 2016

Marie Kondo ordena libros

"Muchas personas dicen que los libros son una cosa de la que no pueden separarse, sin importar si son lectores ávidos o no,  el verdadero problema es en realidad la forma en que se separan de ellos".

Marie, chata, si no eres un ávido lector, si no te gustan los libros te aseguro que no tienes mucho problema en deshacerte de libros. Si eres un ávido lector, si adoras los libros, si te encantan, si te parece que no hay nada mejor que tener en tu casa, el problema no es cómo te separas de ellos, sino que no quieres separarte de ellos. Aunque también te digo, si a mí alguien me regala tu libro sé la forma exacta en que querría deshacerme de él. Lo disfrutaría tanto que solo de pensarlo babeo: una gran fogata a la que ir echando las páginas, una por una, mientras apuro una botellita de vino a tu salud.


—Pero cuéntame Marie, ¿qué hago con mis libros?
—Tienes que sacarlos de las estanterías. 
—Ajá. Menos mal que vienes de allende los mares a iluminarme. A ningún lector se le ocurriría jamás que hay que sacar los libros de las estanterías para ordenarlos. Está el descubrimiento del fuego, la rueda... y tú con este consejo. 
—Los libros que están mucho tiempo en la estantería sin que nadie los toque durante mucho tiempo están inactivos. O tal vez debo decir que son "invisibles".
—Ajá. Marie, define mucho tiempo. Define inactivos. Define invisibles porque yo ahora mismo, sentada en mi cuarto veo a mi alrededor varias estanterías llenas de libros que puede que no haya tocado en un par de años y desde luego invisibles no son. No es solo que los estoy viendo es que sé qué pone en sus páginas, dónde los compré, con quién, cuando los leí y porqué me gustaron o los odié. Para mí tú eres bastante más invisible. 
—Yo he sido doncella en un santuario sintoista, hay que mover tus libros y voy a hacer fus fus fus y mis polvos mágicos harán que tus libros se vuelvan conscientes. 
—Fus fus fus pero con la mano abierta voy a hacerte yo Marie Kondo porque no tienes vergüenza. Además, si vas a venderme la moto de los polvos mágicos házmelo bien: o eres Merlín con varita o eres Pablo Escobar y me traes un regalo en una bolsita o eres un hombre que me guste mucho y vaya a dejarme sin respiración. Déjalo, sería largo de explicar, doncella sintoísta. No creo que lo entiendas, esos polvos desordenan mucho. 
—Coge cada libro, tócalo. Uno a uno decides si te lo quedas o lo tiras. Por supuesto sólo tienes que quedártelo si al tocarlo sientes placer. 
—Marie, ¿qué va a ser lo siguiente? ¿explicarme como respirar? 
—Es que no me refiero al placer que te proporciona leerlos. De hecho no puedes abrirlos mientras haces limpieza, ni mucho menos leerlos. Eso rompería el hechizo. Todo tiene que ser por lo que sientas. 
—Marie no digas memeces. O dilas si te apetece pero lejos de mí o te daré con una sartén en la cabeza. 
—Alguna vez significa nunca. 
—¿Perdona? Pareces Miyagui. 
—Te digo que no tengas libros por si alguna vez los lees, eso significa que nunca los leerás.  
—Mira Marie Kondo como te lo explico para que no te estalle la cabeza. Lo leeré en el futuro quiere decir eso y, además, tengo otra cosita para comentarte. Hay libros que he leído una, dos y hasta tres veces y los tengo ahí por si me apetece releerlos. Y hay otros que sé que no releeré nunca pero que no pienso dar jamás. 
— Acumular libros con la intención de leerlos pero sin hacerlo disminuye el efecto que tienen en ti los libros que lees.
—Lapartecontratantedelaprimeraparte es la partedcontratante de la primera parte. 
—¿Perdón?
—Que no digas más chorradas. 
—El momento de leer un libros es el primer momento en el que te encuentras con él, por eso es importante tener pocos libros. 
—Marie Kondo, DARLING, según tu teoría solo podría tener un libro en mis estanterías. El libro que estoy leyendo. 
—¡Claro! así todo estaría ordenado y yo tendría razón. No olvides que soy doncella sintoísta.  
—Fus, Fus, Fus... eres la Nada. 





PD: mirad la cara de Marie Kondo haciendo fus fus.  

lunes, 5 de diciembre de 2016

Lecturas encadenadas, noviembre.

El mes de noviembre, como todos los meses impares (menos julio) es de solterismo. El solterismo es un estado vital que me sumerge en un ritmo de vida en el que no descanso y en el que, por alguna razón, que no consigo entender,  leo menos. O no. No sé, el caso es que en noviembre sólo he leído dos libros. Dos libros maravillosos y de dos autores que me encantan.

Francamente Frank, de Richard Ford. Este libro tiene una historia y como bloguera vuestra que soy, voy a contarla. A mí, internet, la red, los blogs, twitter solo me han traído cosas buenas. Una de esas cosas buenas ha sido la inmensa cantidad de gente que he conocido y que se han hecho amigos, gente cercana con la que hablar, reírme, quedar, hablar de libros y de mil cosas más y que, muchas veces, me demuestran su aprecio hacia mí haciendo cosas que me dejan sin palabras. Cuando Teresa Valdés-Solís me mandó un mensaje para preguntarme qué libro de Richard Ford quería tener dedicado me eché a reír y le dije: estás loca.

No sólo no estaba loca sino que movió todos sus contactos en Oviedo para conseguirme este libro dedicado por Richard Ford para mí.


Lo importante de los libros es su contenido pero tener un ejemplar dedicado especialmente para ti por uno de los autores que más admiras es una experiencia maravillosa y ese libro ocupa un lugar especial en mi estantería. Si además el libro te  reencuentra con un personaje, que te lleva acompañando casi 10 años, su lectura se convierte en un lugar acogedor, en una especia de volver a casa, de encontrar tu sitio, tu hueco en los cojines del sofá, tu taza de café, tu almohada.

Ford nos lleva otra vez a la vida de Frank Bascombe que ahora tiene ya 68 años, está jubilado y ha vendido su casa de la playa. Todo lo que se cuenta ocurre semanas después de que el huracán Sandy arrasasara la costa de Nueva Jersey. El libro lo componen cuatro relatos que suceden en unos pocos días pero que aparte de tener a Frank como protagonista y narrador no guardan relación entre sí.

Al terminar de leerlo y mientras escribía sobre él en mi cuaderno de lecturas pensé que, quizás, los relatos sí que tenían un nexo común y es que todos tratan del peso del pasado en nuestras vidas, en nuestro presente. No es solo que lo que hayamos hecho, pensado, decidido, amado, dejado o no, nos haga quienes somos y nos haya llevado hasta donde estamos, es que el pasado es como una goma que estiras y estiras y estiras y, a veces, en algunos momentos se suela de su anclaje en el antes y a toda velocidad viaja hasta tu presente y te golpea en la cara volviéndose tu ahora y obligándote a lidiar con ello aunque no quieras.

Eso es lo que le ocurre a Frank en estos cuatro relatos. Se me había olvidado como es de egoísta y de introspectivo, como es capaz de ignorar casi por completo lo que les ocurre a los demás centrándose únicamente en sí mismo. Es fascinante como Ford ha creado un personaje tan redondo, tan complejo y con tantos ángulos, cuesta creer que no sea una persona real, que no sea él. Es inmenso en su normalidad, en su cotidianidad.
"Yo no creo en eso desde luego. La mayor parte de las cosas que no nos matan en el acto nos matan después".
"No hay necesidad de tocar, besar, abrazar. Pero lo hago de todos modos. Es nuestro último fetiche. El amor no es otra cosa al fin y al cabo, que una interminable serie de actos individuales". 
"Porque no hay una forma adecuada de planificar la vida ni tampoco de vivirla: sólo un montón de formas inadecuadas". 
"Los errores son errores mucho antes de que los cometamos". 
No digas noche, de Amos Oz.  Compré este libro en la Feria del Libro Antiguo porque si veo algo de Oz tengo que comprarlo. Es un escritor que me fascina. Me fascina lo que escribe, sus personajes, sus historias que transcurren en un espacio, Israel, que me es completamente ajeno y extraño y me fascina él. Su cara, sus arrugas, su historia, su mirada, sus ideas, las entrevistas, sus ensayos. Un hombre fantástico frente al que me quedaría paralizada y sin habla. 

Reconocería cualquiera de sus libros aún sin ver su nombre en la portada. Es empezar a leer y entrar en un ritmo, en una cadencia de palabras, en un estado de ánimo, un estado vital tan real que noto el polvo del desierto de Israel, el calor y también el desasosiego de los personajes.

No digas noche cuenta la historia de una pareja, de Teo y Noa. Una pareja que se construye como todas, con mucho empuje y brío al principio, como se construye la ciudad en la que transcurre todo, Tel Keider y que es, creo yo, el tercer personaje de la novela. 

Las relaciones surgen de la nada como esa ciudad construida comiéndole terreno al desierto. Al principio se hace con grandes planes, teniendo en mente un ideal y luego, cuando uno la ve terminada y se pone a vivir en ella se da cuenta de que no se ajusta exactamente a lo que proyectó. No tiene porqué ser peor pero es distinto. Habitas esa relación, esa ciudad, esa casa acostumbrándote a ella, la vas haciendo tuya y luego las cosas empiezan a estropearse por el uso. Pequeños detalles que pueden no ser importantes pero que pueden enfadar y que hay que ir reparando. En esas reparaciones de la casa, de la habitación que supone la pareja uno puede hacerse daño o herir al otro, pero puede también que el arreglo, el reajuste sirva para seguir adelante.  

No digas noche va de todo esto. De las relaciones y de su continuo reajuste, siempre hay que estar afinando y calibrando. Al que se deja ir y se despreocupa se le cae la casa encima. 
"Tú eres una persona a la que le gusta resumir. No me resumas aún". 
Esa frase resume el estado en el que las relaciones dejan de repararse para simplemente convivir con el declive, con los desconchones, esperando que aguanten hasta el final o que, poco a poco, derrumben todo. 
"Aquellos que no se entusiasman con nada se enfrían y comienzan a morirse. Hay que empezar a desear de verdad. Coger la vida con las dos manos para que no se escape, si es que comprendéis lo que quiero decir. Si no, todo está perdido". 
Leed a Ford y a Oz, dos hombres fantásticos.  




jueves, 1 de diciembre de 2016

Twitter es el mal porque (les) conviene


"Hordas twitteras"
"Linchamientos en twitter" 
"Arde twitter"

Oigo, leo y veo estos titulares en los medios de comunicación. Entro en mi cuenta de Twitter y encuentro a mis umpalumpas, a los que yo he decido seguir, enfrascados en conversaciones, en intercambios, en monólogos en voz alta. Algunos están muy tranquilos, otros charlan, otros (los que no veo) solo miran y leen y otros, unos pocos, están siempre muy enfadados con algo. Muchos, cada día, cada minuto encuentran un motivo para estar enfadadísimos. 

Oigo, leo y veo que los medios, los periodistas, los políticos, los actores, los escritores y casi cualquiera con un mínimo de presencia mediática se muestra indignado contra esas "hordas tuiteras" que boicotean sus iniciativas, critican sus artículos contrastando datos, sus opiniones políticas, sus películas, sus libros o lo que sea. 

No voy a defender a la gente que insulta, que desprecia o que manifiesta una hostilidad beligerante y agresiva hacia otros o hacia las opiniones, trabajos o creencias de otros pero encuentro que se da una importancia desmesurada a algo que puedes apagar con un click. 

Sé que puede no ser tan fácil. "Es que lo que se dice en twitter luego se escucha en todas partes". Ya. Claro. Pero ¿quién lo saca de twitter? ¿cómo se entera alguien que no tiene twitter, alguien de esa inmensa mayoría de españoles, de una polémica en twitter? 

Aja. Por la prensa. Por los periodistas. Por los programas de radio. Por los políticos. Por los artistas. Por los escritores. Todos ellos han jugado a ser Willy Wonka. 

En mi mente, Twitter está constituido por una serie de pequeños cubos de metacrilato. Dentro de ellos hay personas diminutas que a través de las paredes transparentes ven el mundo y opinan, comparten y, a veces, critican. Twitter es como un mundo paralelo lleno de umpalumpas gritándose entre ellos. Dentro de esos cubos el griterío es ensordecedor, y si no eliges bien a quién metes en tu cubo de metacrilato puedes volverte loco o directamente idiota, pero lo que gritan los umpalumpas no se oye fuera. No se oye, si los Willy Wonka de turno no les dan altavoz. 

La prensa, la radio, las televisiones critican twitter pero usan los tweets para rellenar horas y horas de contenido, para escribir artículos, para pedir que sus seguidores les jaleen. Los políticos critican a los umpalumpas que no les siguen pero achuchan a los suyos y se lamentan de los contrarios. Los periodistas se quejan de que les critiquen los artículos pero buscan umpalumpas para encontrar testimonios cuando los necesitan. Y así con todo. 

¿Estoy defendiendo Twitter? No. Pero no creo en el concepto "hordas tuiteras". En Twitter hay el mismo número de idiotas que en cualquier otro sitio, hay los mismos que en tu trabajo, tu bar, tu gimnasio, el colegio de tus hijos o entre tus amigos. 

Las críticas en Twitter pueden ser aquelarres de indocumentados e ignorantes o pueden estar fundamentadas y ser esgrimidas por personas con autoridad sobre el tema en cuestión. El problema es que los Willy Wonka de turno dan  altavoz a las primeras y ningunean las segundas. Los Willy Wonka azuzan las que les conviene y atacan las que no les gustan o les afectan. 

¿Cuál es el problema ahora? El problema es que ya no hay control sobre eso, los periodistas, los medios, los actores, escritores... se encuentran ahora con que además de sus umpalumpas hay otros, o puede pasarles incluso que sus propios umpalumpas se les rebelen. Y entonces ya no molan, una rebelión de umpalumpas descontrolados con sus propias opiniones ya no es interesante ni divertido. Hay que acabar con ello. 

En cualquier caso, estoy de acuerdo con que no te guste que te critiquen en Twitter. No sólo estoy de acuerdo sino que lo encuentro perfectamente legítimo y comprensible, pero antes de hacerte la víctima y lloriquear, hay una solución muchísimo más sencilla: dejar de usarlo. 

Es sorprendente como las "polémicas tuiteras"  se convierten en cenizas de papel en el mundo real, fuera de los pequeños mundos de metacrilato. Los "aquelarres en Twitter" son llamaradas al encender un fuego, son la fogata que monta el que no sabe encender una chimenea, el que no sabe prender la leña ni hacer que algo permanezca. Las polémicas en twitter consisten en coger hojas de papel y quemarlas. Una gran llamarada que se apaga enseguida en cuanto cierras tu cuenta. 

A no ser que los Willy Wonka de turno decidan mostrárselas al mundo para  utilizarlas en su propio beneficio. 


martes, 29 de noviembre de 2016

Frenética calma


Por primera vez en mi vida siento que no me dan las horas, los días para hacer todo lo que quiero hacer. No lo que tengo que hacer, sino lo que quiero hacer. 

A veces me siento como el conejo de Alicia corriendo para que me de tiempo a leer todo lo que quiero leer, a escribir todo lo que se me ocurre, a ver a toda la gente con la que estoy deseando quedar y a dormir algo. 

Quiero dormir, quiero vaguear, probar nuevos vinos, ir al cine, ver tres mil películas que tengo pendientes, temporadas de series que tengo colgadas. Quiero tener horas para hablar con algunos de mis amigos y quiero comidas y cenas para compartir. Quiero noches y más noches con las princesas viendo series y quiero tardes de paseo por Los Molinos. Quiero ordenar mis libros. Quiero escribir a mano con mi pluma y la tinta verde todo lo que se me pasa por la cabeza. Quiero ordenar todos los números del New Yorker. Quiero cambiar las fotos de los marcos que cuelgan en la pared sobre mi cama en mi madriguera. Quiero viajar. Quiero leer todo lo que guardo en mi carpeta de feedly titulada "para leer con calma". 

Algunos días, en momentos raros en los que no estoy perdida en ensoñaciones locas medito sobre si debería ser más organizada. Hacerme un horario, organizarme por días, buscar huecos para determinadas cosas... pero me conozco y sé que eso no me va. Ni siquiera me gustaría sentarme con un cuaderno, dibujar un cuadrante y rellenarlo con rotuladores de colores diferentes según la actividad. Sé que hay gente a la que eso le calma, le da la sensación de que controla su tiempo, su vida y lo que hace con ella. Yo no soy así, probablemente me frustraría cuando las líneas no me salieran rectas y  cuando confundiera los colores de los rotuladores y tuviera que volver a empezar. 

"Calma, frenético es el ritmo cuando hay calma". 

Estoy en calma porque lo que tengo que hacer, las obligaciones inevitables que vienen de serie con ser adulto, tener que ganarte la vida y ser responsable de mi prole, me ocupan el mínimo de tiempo en mi vida. Les dedico el tiempo justo para cumplirlas de manera satisfactoria para todos los involucrados. 

El resto de mi tiempo tiene un ritmo frenético por todo lo que quiero hacer. Y entre lo que quiero hacer ocupa un espacio muy grande el deseo de no hacer nada. La sensación de desear hacer mil cosas, de sentir que no puedo abarcar todo lo que me interesa me sumerge en una especie de torbellino a medio camino entre ser absorbida por un agujero negro y ser inmensamente feliz porque me ha tocado el golden ticket y voy a visitar dando saltos de alegría la fábrica de Willie Wonka. Me gusta esa sensación, la sensación de querer hacer miles de cosas, de desearlas con mucha fuerza.  Me siento como si diera vueltas sobre mí misma hasta marearme, hasta emborracharme de alegría. Pero, me gusta más la sensación de ser capaz de pararme y decir: no voy a hacer nada, no voy a planear nada, veremos qué pasa hoy, cómo me siento, qué me motiva. 

Siento que controlo mi vida sin cuadrante de colores, sin organización y sin planes a largo plazo y que estoy en calma con mi ritmo frenético y conmigo misma. Y es maravilloso. 

"Calma, frenético es el ritmo cuando hay calma". 


viernes, 25 de noviembre de 2016

Di no a tus hijos

"Estoy un poquito saturada de la publicidad enfocada a querer hacerte sentir culpable a los padres que tienen vida más allá de sus hijos. Decirle a tus hijos "ahora no puedo", "ahora no me apetece", "ahora no quiero" no te convierte en mala persona. Ya está bien con la estupidez."

Cuando tienes hijos, desde el minuto uno en el que salen de ti y los tienes en brazos se produce en tu cerebro un movimiento de tectónica de placas. Todo aquello que, hasta entonces, había ocupado tu cabeza; tus pensamientos, tus ideas, todo lo que conoces, sabes, te gusta, te entretiene, lo que odias. Todo tu trabajo, tus aficiones, tus hobbys, toda tu vida y todo lo que te hace ser tú y no tu vecino del descansillo o tu compañero de curro empieza a moverse en tu cabeza. Esa masa compacta que eras se resquebraja y comienza a moverse para dejar hueco a todo lo que ese extraño, que tienes en brazos, va a necesitar y ser. 

Los primeros años de tu hijo todo tú eres ese ser. Qué necesita, qué quiere, qué le pasa, qué no le pasa, qué siente. Piensas en todo lo que puede pasarle, en lo que puede sufrir, en si le duele algo, en si come, si engorda. Piensas en si está hablando tan bien como debería, en si sufrirá en el colegio, en si será capaz de hacer amigos, en si necesita ir a piscina o a fútbol, aprender inglés o piano. Dedicas recursos neuronales, físicos y mentales a pensar en lo que hace falta en casa, en que la ropa esté limpia, en mantener una rutina, en estimularlos, en que duerman, que descansen, vacunarles, llevarles a las revisiones. te organizas para ir a todo: fiestas, funciones, reuniones, actividades. Te agobias pensando si lo estarás haciendo bien, en si tus decisiones son correctas o equivocadas. Agonizas a ratos pensando que eres un desastre. Mueres de amor por ellos y te agotas. 

Las placas tectónicas en tu cabeza y en tu interior tienen zonas de subducción por las que todo lo que eras antes de tener hijos se va hundiendo poco a poco hacia lo más profundo, queda sepultado por debajo de todo eso que en otras zonas de tu cabeza, en los bordes constructivos de tu placa no para de crecer construyendo cordilleras cada vez más altas con todo lo que tus hijos requieren de ti. Montañas cada vez más altas con lo que necesitan y lo que te aportan. 

Tras muchos terremotos todo se acomoda. Tus continentes mentales con todo lo que eras antes de tener hijos se consolidan en sus posiciones y las nuevas zonas, dedicadas a tus hijos, ocupan su espacio. Todo se tranquiliza. Tus hijos crecen, se vuelven más independientes y pueden y deben hacer cosas solos. 

La publicidad tira ahora de niños con 8, 10 o 12 años que miran a sus padres como corderos degollados exigiendo una atención que parecen no tener. Esos niños son tan mentira como las modelos retocadas con photoshop que se levantan peinadas después de una supuesta noche de sexo y los detergentes que sacan la ropa planchada de la lavadora. 

Cuando tus hijos son niños independientes que pueden hacer cosas solos, desde ir al colegio hasta calentarse la comida pasando por recoger su cuarto, ordenar sus cosas, vestirse y ser responsables de pequeñas tareas, siguen pidiendo cosas. Piden porque son niños y tú eres su padre o su madre y recurren a ti. Algunas cosas, muchas, necesitan que tú se las soluciones, que tú pases ese rato con ellos pero hay otras que no. 

Y les dices que no. 

Les dices "No, no puedo ponerme ahora a hacerte un disfraz o preparar una pancarta para el cumple de tu amiga Fulanita". 

Les dices "No, no me apetece sentarme a ver 3 capítulos de Violeta". 

Les dices "No, no quiero ir a correr esa carrera del infierno con vosotras". 

Les dices que no puedes porque estás haciendo la cena o tendiendo la lavadora o porque tienes que pelearte con tu compañía de teléfono para que te solucione la avería del Adsl. O a lo mejor tienes que llamar a un amigo que lo está pasando fatal porque ha roto con su pareja o le han echado del curro. O no quieres porque estás leyendo, porque por fin has encontrado media hora para ti. O sencillamente no quieres hacer algo de lo que te proponen porque no te gusta y no quieres. 

Ellos, tus hijos, son niños y puede que te miren con cara de "Joooooo" pero desde luego lo entienden y si no lo entienden tienes que explicárselo porque, tus hijos, tienen que saber que tú eres una persona, que tú eres tú además de su madre o su padre. Deben ser conscientes de que tienes obligaciones y también aficiones. Incluso que te gusta, que necesitas tiempo para ti sin nada que hacer. 

No pasa nada por decir no a tus hijos. Es más, creo sinceramente que es una manera de enseñarles que cada persona es un mundo que necesita su espacio, incluidos sus padres.

No dejemos que la publicidad utilice la educación de nuestros hijos y nuestro propio crecimiento personal como argumento publicitario para intentar hacernos sentir culpables por no vivir en un mundo que no existe. Y en el que, desde luego, yo no quiero vivir. 



miércoles, 23 de noviembre de 2016

Dormir como un lirón careto

Me despierto a las 6:58, 2 minutos antes de que suene la alarma. No sé porqué me empeño en ponerla, jamás estoy dormida cuando suena. Abro los ojos y hago recuento como todas las mañanas. ¿Cómo he dormido? Sé que apagué la luz a las 12 porque me dormía leyendo "No digas noche" de Amos Oz, sé que me desperté a la 1:30 y otra vez a las 4:23 porque había un par de tipos gritando en la calle. Una vez más, abrí los ojos a las 5:17. Vuelvo a hacer recuento, en total, 6 y 58 minutos de sueño. He dormido como un lirón, pienso. ¿Un lirón careto? ¿De qué extraño compartimento mental ha salido ese pensamiento? No sé cómo es un lirón careto. ¿Todos son caretos? A lo mejor no existen. 

He dormido bien, del tirón. Es posible que alguien piense "madre mía, ¿eso es dormir del tirón?, para mí eso sería una mala noche". 

Para mí es una buenísima noche. Dormir así, sabiendo que si me despierto volveré a dormirme me parece un tesoro. Los escasos días en los que las siete horas son sin ninguna interrupción, me despierto como una loca de los anuncios de la tele. Abro los ojos, parpadeo, me estiro con una sonrisa en la boca y solo un ejercicio supremo de contención me impide ponerme a saltar en la cama y hacer  mortales.  

Estuve tanto tiempo sin dormir, tantos meses sin conseguir cerrar los ojos más de dos horas que el agradecimiento, que siento ahora, a los dioses del sueño, a la mosca Tse-tse o a los duendes de los sueños, al tener siete horas de descanso, es tal que construiría un altar con flores de plástico en la esquina de mi dormitorio y les haría ofrendas con tal de saber que jamás volveré a no dormir.  

"Ángel de la guarda, 
dulce compañía
pide lo que quieras
yo te lo daré"

Durante meses la ansiedad me comía al despertarme por la noche. Me quedaba paralizada, sin moverme, esperando que el insomnio pasara de largo si no respiraba, si no me movía. Lo imaginaba como una especie de Nazgûl que sobrevolaba mi cama y al que podría despistar si permanecía muy quieta. Nunca funcionó, siempre me encontraba. Noches y noches de no dormir, de saber que cuando abriera los ojos ya no habría vuelta atrás. Durante aquellas horas interminables fantaseaba con un pasado idílico en el que me dormía nada más apagar la luz y me despertaba a la mañana siguiente. Me parecía algo tan imposible, tan fuera de mi alcance que incluso dudaba de haber dormido jamás así. Eso no podía haberme pasado a mí. 

Creí que nunca más volvería a dormir, que jamás volvería a tener sueños completos, con historias increíbles de las que despertar sorprendida, asustada, feliz, excitada o confusa. Creí que el resto de mi vida sería una sucesión de noches de insomnio de las que me levantaría permanentemente agotada. Creí que, para siempre, mis horas de sueño serían horas inducidas químicamente en las que lo que haces es sumergirte en una nada gris que no aterroriza como la ansiedad del insomnio pero que tampoco se parece al verdadero sueño. No es dormir, es no estar. 

Creí todas esas cosas y por eso, ahora, cuando me despierto por la mañana y compruebo que he dormido seis o siete horas sin sentir pánico, pienso que todo va bien. 


martes, 22 de noviembre de 2016

El escritor minúsculo

Escritor. El escritor - no lo llamaremos para no hacer  crecer su ego aún más - es escritor desde hace tiempo. Desde que alguien, un día, supongo que por quitárselo de encima por cansino, le dijo "hala, pues no lo haces mal" y se lo creyó. Al principio, sus novelitas parecían tener gracia o por lo menos no molestar, como las pipas. Sus artículos funcionaban, escribía historietas desde su chaleco de corresponsal contando lo que veía a través de sus gafitas de chico aplicado. La cosa (le) funcionó y el escritor se creció y se creció y se creció y con él su pequeño ego adquirió un tamaño completamente desmesurado, estratosférico.  

El escritor lejos de pensar que ese ego no era saludable para nadie más que para él lo agarró, con fuerza, decidido a no soltarlo, se hizo adicto a sí mismo y armado con su armadura de ego y con una completa y absurda confianza en que su opinión le importaba a alguien se lanzó a internet a predicar. Consiguió un corrillo de palmeros, de seguidores, a los que sus opiniones zafias, machistas, ridículas, pendencieras, altisonantes, prepotentes, displicentes, paternalistas, carentes del más mínimo ingenio y en muchos casos insultantes, les hacían mucha gracia.  

Desde entonces predica sobre todo siempre. Sabe de todo: sabe sobre madres, sobre padres, sobre mujeres, sobre política internacional, sobre lo que piensan las mujeres de 40 y los niños de 13, sobre lo que los hombres sufren, sobre moda, sobre política nacional, sobre el mercado laboral, sobre acoso, sobre literatura, sanidad, educación o incluso, alimentación infantil. ¿Sabe más que nadie? No, pero se lo cree. ¿Se informa antes de emitir vociferando sus opiniones? No. ¿Para qué? Él sabe de todo.  

El escritor tiene mala imagen entre mucha gente. Yo soy parte de esa gente que no solo tiene una mala imagen de él sino una opinión completamente formada y hostil sobre él. Él cree que se debe a que es muy gracioso, muy agudo, muy ingenioso, muy sarcástico y muy inteligente. Más que la media. Y no, yo tengo una mala imagen de él porque es despreciable. Más que la media. Cada día se empeña en airearlo con una dedicación que parece indicar que aparte de un ego desmesurado no tiene mucho más en su vida. 

La peor fama del escritor en el mundo de la gente normal e inteligente viene de la cosa machista y retrógada. No hay una sola frase que salga de sus dedos y de su boquita de buzón que no sea un alegato talibán en favor de lo que él considera las "buenas costumbres" que se han perdido o se están perdiendo o un ataque a las mujeres en general, así a cascoporro. 

Así que, debido a la mala fama que está cosechando y que a él le encanta porque tiene esa idea adolescente y boba de "si se meten conmigo es que les molo" ... el escritor se ha lanzado a escribir con un código que cree que le protege de los ataques y que es solo para iniciados. 

Ese código que cree que maneja con maestría es la ironía. Lo que no sabe, porque su ego no le deja verlo , es que su manejo de la misma está muy por debajo del que desarrollaría un chimpancé adulto durante un viaje con LSD.  

Lo que tampoco sabe es que lejos de verle como lo que él cree que es, un galán maduro, inteligente y atractivo, las mujeres le vemos como lo que es: un macarra patético. Un hombre minúsculo, despreciable y rancio. 

Le despreciamos mientras construimos una vida lo más alejada posible de tipos como él, mientras tenemos relaciones adultas, sensatas y normales con nuestras exparejas,  mientras nos preocupamos de nuestros hijos y su educación y rogamos para que ellos, nuestros hijos jamás se parezcan a un tipo como él y ellas, nuestras hijas jamás tengan que tratar con minúsculos como él.


La foto es de este tuitero. 

jueves, 17 de noviembre de 2016

Amsterdam, la ciudad transparente


Visitar una nueva ciudad es como conocer a un nuevo amante. Crees que te gustará, quieres que te guste, vas dispuesto a encontrarle el encanto pero, en realidad, nunca sabes qué pasará. Hay ciudades para visitar, ciudades para ver y ciudades en las que te imaginas viviendo... Amsterdam, para mí, ha sido de éstas últimas. 

Amsterdam es transparente, es todo ventanas, todo puertas. Sus calles, sus casas, sus tiendas, todo dice "ven y entra", "ven y mira", "ven y descubre". Esa vida que atisbas, no, no la atisbas, la ves al otro lado de los enormes ventanales exacerba el gen cotilla que llevas dentro. Pasear por sus calles de noche y poder asomarte a todas las casas te hace imaginar una vida en esos salones, en esas cocinas. En Amsterdam todo el mundo vive en una casa del catálogo de Ikea. Los españoles, que somos ridículos hasta extremos increíbles, pensamos "qué horror, qué poca intimidad, yo no podría", sin recordar que en nuestros bares es posible enterarse de la vida del que está tres mesas más allá charlando con su novia y en un vagón de tren cuando llegas a destino has conocido a todos tus compañeros de viaje y a todos sus interlocutores telefónicos, pero ¡eh!, sin cortinas no podemos vivir. Somos ridículos. Yo sí podría vivir sin cortinas.

Amsterdam es plana. Siempre que viajo a una ciudad completamente llana me visualizo a mí misma como Obelix en "Asterix en Helvecia", haciendo el gesto de mover el brazo para explicar que no hay ni una sola cuesta. 

En Amsterdam todo el mundo va en bici pero no hay mística en su manera de montar en bici, en el uso que le dan. Son bicicletas normales y corrientes, sin alardes, sin motor, sin tres millones de marchas ni ningún extra absurdo. Van en bici pero no son ciclistas. Pedalean tranquilos en sus enormes bicicletas, unas bicicletas que a mí me saben a mi infancia, a paseo y tranquilidad. Nadie lleva casco. 

La catedral de Amsterdam no tiene culto religioso. En el edificio montan bodas reales y coronaciones pero también exposiciones. Ahora mismo hay una que se titula "90 Years Mrs Monroe" y las puertas al templo están cubiertas con enormes fotografías de Marilyn. Es un contraste curioso entrar en una catedral con tu ánimo de curtido visitante de templos y encontrarte una fotografía gigante de Marilyn cubriendo la pared del crucero. Resulta cuando menos chocante pasear admirando 250 objetos que fueron de su propiedad con la audioguía pegada la oreja mientras la escuchas cantar Diamonds are girl´s best friend o el Happy birthday más caliente de la historia y tus pasos resuenan sobre las tumbas de antiguos canónigos catedralicios. Es raro pero mola todo. En Amsterdam he descubierto que laz princezaz no sabían quién era Marilyn, hecho este que me he propuesto solucionar enseguida, en el próximo cineclub de princezaz. 

Amsterdam es Van Gogh y su museo. Es salas abarrotadas pero silenciosas y en las que descubrí una escultura de una adolescente bañándose, obra de Edgar Degas, frente a la que me pasé un buen rato completamente abstraída. Los museos también son como los amantes, nunca sabes qué será lo mejor de ellos, lo que más te gustará.

Amsterdam ha sido Banksy por sorpresa. Una exposición maravillosa que nos encontramos y que ha dejado a laz princezaz con ganas de más. 

A Amsterdam el otoño con olor a invierno le sienta de muerte. Hace un frío intenso. Frío de gorro, frío de "mami, pareces un elfo",  de guantes, botas y bufanda. Frío de agradecer entrar en un bar y tomar algo caliente. Frío de invierno, de mi infancia. Frío de respirar flojito.   

Amsterdam parece estar, por ahora, a salvo del síndrome del parque temático. Hay barcos por los canales pero no he visto el trenecito ese del demonio que marca el comienzo del fin de cualquier ciudad que se precie. Y es una ciudad con vida, con gente por la calle que entra y sale de las tiendas y de las casas y de los bares. Gente que lleva a los niños al colegio, o al parque o que queda en un bar a tomar algo y fumar al calor de una de esas estufas de exterior. Amsterdam es bullicio pero no ruido. 

Amsterdam es quesos maravillosos, panes de llorar de ricos y olor a marihuana en sus calles. Amsterdam ha sido también el sitio en el que explicar a laz princezaz como funciona la prostitución y qué hacían esas mujeres en esos ventanales por los que no quieres mirar.  

Y Amsterdam es sus hombres.  Un festival de hombres guapos, atractivos y estilosos. Madre mía. Pensé que estaba enferma, que mis gafas me nublaban la vista. El porcentaje de hombres guapos, altos, estilosos, atractivos y sexys que hay en Amsterdam es sencillamente asombroso. En cualquier tienda, museo, bar, restaurante, andando por la calle, esperando el tranvía, en el tren al aeropuerto... las vistas siempre son buenas. Jóvenes, maduros, viejos... da igual. Espectacular. 

-Juan, estoy alucinando con los hombres de Amsterdam.
-Lo sé pero no te emociones, creo que no son muy juguetones.

Pues eso, quiero un holandés. Con su cuello vuelto, su gorro, su bici para ir a comprar el pan para el desayuno y su dosis justa de norueguismo.