Sarlat nos recibe con una densa lluvia.La plaza de los canónigos en Sarlat es el típico sitio que al visitarlo piensas: como molaría tener un apartamento aquí. Llegar a Sarlat y darte cuenta de que es justo ahí dónde está el apartamento Cabaret que tuvimos la suerte de alquilar hace 10 días es sencillamente increíble.
Sarlat es tan bonito que parece mentira. Los días de mercado está tan abarrotado que te dan ganas de tirar bombas fétidas o salir huyendo despavorido...pero una vez que el mercado se cierra, queda un pueblo tranquilo, lleno de casas maravillosas en las que sólo viven 600 personas de las 10.000 que componen su censo. (esto lo aprendí en el ascensor panorámico de la torre de la antigua iglesia desde el que fiché la casa que quiero para retirarme a escribir).
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Suena música, música alegre, de la que me hace mover los pies. Nos acercamos y hay ocho músicos, todos distintos y peculiares. El cantante viste una especie de chaqué antiguo y un sombrero calado hasta las cejas, recita y canta con voz rasposa. Hace de maestro de ceremonias para que la multitud congregada a su alrededor siga la fácil coreografía: levantar los talones para ponerte de puntillas y dejarte caer sobre ellos al compás. Observo una perrofláutica rubia que es con mucho la persona más arrítmica que he visto en mi vida; baila en primera fila tan absolutamente fuera de ritmo que me da hasta pena. Eso sí, ella está encantada.
Detrás del cantante está el batería, pequeñajo, rubio, con barba y bigote y grandes gafas de concha cuadrada; para animar se sube encima de la banqueta a dar palmas. A su derecha, otro tipo delgado, con una camiseta azul y pantalones de pana arremangados (hombres del mundo...¡la pana en verano es mal!) y descalzo toca el triángulo, un timbre de hotel con dedales puestos y una especie de plancha acanalada. Lleva sombrero y tiene los ojos azules. El acordeonista, que no puede ser más francés ni más tierno, lleva boina, pantalones bombachos y tirantes. También es guapo y deambula delante del público con una bonita sonrisa. Un guitarrista bajito que toca sentado una guitarra española, un contrabajista con un turbante en la cabeza, un trompetista con gafas rayban y una horrorosa chaqueta amarilla forman el flanco izquierdo.
El que maneja el cotarro es un tipo con pinta de estereotipo francés, con pinta de llamarse Pierre y llevar una baguette en el bolsillo. Con barba, gafas de concha, camiseta de rayas y gorra toca una especie de okulele y da instrucciones.
A su lado está él. Chaleco negro, camisa blanca, sombrero negro, pelo largo y unos ojos azules impresionantes. Toca el saxofón y se llama Jimmy. Me he enamorado.
En primera fila con mi sonrisa de estar feliz muevo los pies al compás y disfruto de la música. Son muy buenos, espectaculares. Cuando terminan compramos el cd, quiero recordar siempre este momento en Sarlat.
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Él está sentado a mi izquierda, ella enfrente de él queda en diagonal conmigo. Los dos llevan pantalones cortos, él calza unos zapatos mephisto de trekking y ella unas zapatillas deportivas. Él lleva un jersey azul marino y ella sobre una sencilla camiseta blanca se echa una chaqueta por los hombros de esa manera que sólo se aprende a hacer cuando tienes más de 60 años.
Cuando nos sentamos nosotros, ellos están por el segundo plato. Él come pájaro y está trajinando con los cubiertos como si estuviera operando a corazón abierto. Ella ha optado por un entrecot gigante. Encima de la mesa una botella de vino blanco casi terminada.
Les escucho hablar y se que son americanos. Escucho retazos de su conversación: hablan de cine, de personajes que les han marcado, de la manera en que deben contarse las historias, de recuerdos de la universidad....Se rien.
- Juan, ¿has visto a la pareja de al lado?
- No me avergüences, que se oye todo.
- No seas paranoico, no me oyen y además no me entienden. Deja de poner cara de susto que así es como llamas la atención...
- ¿Qué les pasa?
- Son pareja desde hace poco...
- ¿Cómo lo sabes?
- Por como están sentados, como se hablan, porque desprenden esa sensación de "estoy justo donde quiero estar y con quien quiero estar, aquí y ahora".
- Te montas unas pelis en la cabeza que alucino contigo...eso es una memez, yo no percibo nada.
- Tú no lo percibirías ni aunque te diera en la cabeza...
Queso con fresas del Perigord de postre, me relamo de gusto y sonrío...y me encuentro con la sonrisa de la desconocida americana mirándome fijamente. Él se ha levantado, supongo que al baño. Sonrío más sin saber muy bien que decir, por un momento me entra pánico al pensar que a lo mejor si entiende el español.
- Hola, buenas noches.
Lleva el pelo corto, rubio casi blanco y unas gafas con una finísima montura dorada. Es guapa, tuvo que ser guapísima cuando era más joven, aún lo es. Muy guapa y simpática.
- ¿Sois franceses?
- No.- estamos paralizados por la sorpresa.
- ¿De dónde sois?
- Españoles.
- ¡Ah, españoles! Yo nunca he estado en España pero él sí.
- ¿De dónde sois vosotros?
- De California, de San Francisco.
- Bonita ciudad, me encanta.- dice Juan.
- ¿Lo conoces?- ella lo pregunta como si viviera en un pueblo perdido del Amazonas y fuera extraordinario que alguien lo conociera.
- Si, he estado tres veces.- contesta Juan. (esto si es un poco extraordinario)
- ¡Ah! y ¿Qué relación tenéis vosotros?
- Somos amigos.- contesto.
- ¡Como nosotros!
Nos reímos.
- ¿Qué tiene de gracioso que seamos amigos como vosotros?- pregunta él que ya ha vuelto.
Obviando alegremente esa pregunta cuya respuesta iba a sonar difícil de creer comenzamos una conversación sobre el Perigord, los tres viajes a San Francisco de Juan, los parques naturales de Estados Unidos y hablamos de nuestras intenciones de coger una gabarra y hacer canoas en el Dordogne.
- ¡Oh! Nosotros también vamos a hacer canoas. Nunca lo hemos probado.- dice ella mientras no para de reír.
- Es muy divertido, seguro que os gusta.- contesto.
- Bueno, a nuestra edad hay que probarlo todo ahora, no tenemos toda la vida como vosotros.
- Seguro que sí. - contesta Juan que está en modo diplomático "on".
- ¡Qué va! Él tiene 84 y yo 76.- susurra ella para luego estallar en carcajadas.
Cuando aún estamos con la boca abierta por la sorpresa de su edad, ella dice:
- Sí, somos muy mayores pero estamos felices. Los dos tuvimos una vida antes de conocernos y estar juntos.
Sin reponernos del todo de la sorpresa, intercambiamos unas cuantas reflexiones sobre viajar, el Perigord y el Gran Cañón y nos despedimos entre sonrisas, encantados de habernos conocido.
Enfilamos la preciosa calle principal de Dome...
- Moli...
- TE LO DIJE.
- Tenías razón...tienes un puto radar para estas cosas.
- Te lo dije, estaba segura.
Cuando cogemos el coche para volver a Sarlat, los veo caminando abrazados hacia el cottage que han alquilado y en el que pasarán diez días antes de volar a París.
Por el retrovisor, los veo una última vez. Sonrío y pienso que quiero volver a encontrármelos, pienso que ojalá les queden muchos años de vida para disfrutarse y pienso que yo también quiero eso...