«Esto es un exfoliante, primero físico y luego químico, con unas enzimas que eliminan las células muertas». «Ahora voy a usar este aparato que nos va ayudar a drenar y con una luz cálida te va a proporcionar luz en la cara, tú no vas a notar nada». No me creo ni una palabra de todo lo que me dice mientras me hace el tratamiento facial que me regalaron por mi cumple, pero es que me da igual. La magia de éste y cualquier otro es que tengo una hora en la que el tiempo se para, me tumbo y no tengo que hacer nada; puedo dormirme o puedo sencillamente cerrar los ojos y esperar a que mi mente, liberada, empiece a divagar. El otro día, mientras las enzimas hacían lo que fuera que hacen las enzimas, sonaba una playlist de covers de piano de canciones de Disney. Sonó La Sirenita e intenté pensar dónde vi por primera vez esa película. No me acordé, pero de ahí mi cerebro saltó a la primera vez que vi Aladdin. Fui al cine con un ligue amigo de mi primer novio, por entonces ex-novio, que después de esa cita y otra más me dejó porque «no quería interferir en lo que tenéis él y tú». Una excusa como otra cualquiera porque lo que «teníamos» eran unos cuernos en mi cabeza que no me dejaban pasar por las puertas.
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Voy a la parada del autobús y de camino, en un edificio feo y anodino que llevo viendo dieciocho años, me llama la atención un balcón convertido en un vergel de flores y plantas. ¿Quién vive ahí? ¿Cuánto tiempo dedica a cuidar todo eso? Quiero subir a conocer a esa persona y pedirle consejo o ayuda. Cuando compramos nuestra casa heredamos una serie de plantas de la anterior inquilina. Mi edificio, también feo y anodino, tiene en cada planta unos descansillos enormes con suelo de terraza de piedrecitas, más propio de un bloque de apartamentos en la costa que de una casa en el centro de Madrid*. En cada descansillo, desde el primer piso hasta el octavo, hay plantas en cada puerta que cada propietario cuida como buenamente puede o sabe. Cuando nosotros compramos la casa, hace dieciocho años, heredamos las plantas de descansillo de la anterior inquilina. Durante la reforma el portero de entonces bajó las plantas al patio, las cuidó y al terminar nos las devolvió. De esa herencia queda sola una y el resto son nuestras, adquisiciones a lo largo del tiempo. El otoño pasado, de algún lugar recóndito de mi interior, surgió la necesidad de arreglar esas plantas porque algunas estaban horribles**. Me llevé dos grandes macetas a Los Molinos, arranqué una de las plantas (que daba miedo), podé un helecho y las devolví al descansillo. En dos pequeños maceteros de cerámica que me habían regalado planté unos potos y, no lo recuerdo pero seguro que fue así, contemplé mi obra bastante satisfecha. Seis meses después las plantas renquean y no veo por su parte un resultado que agradezca mis desvelos y mi nuevo interés por el mundo vegetal. Quizá el vecino florido podría darme unos sabios consejos
El miércoles di una charla en el Liceo Francés a chavales de 15 años. El tema eran los podcasts, claro, y aunque me lo sé, era la primera vez que hablaba para un público joven y con el que, evidentemente, no comparto gustos. Fue bastante bien, preguntaron mucho.
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Leo un artículo de Jill Lepore sobre el encanto de los catálogos para comprar semillas por correspondencia. Un tema del que no sabía nada porque ni siquiera sabía que existían. Por supuesto descubro cosas apasionantes y pienso que ojalá tuviera tiempo para interesarme por todo lo que me provoca curiosidad. Hace tres años, tras un viaje a Palencia a empaparnos de románico, me compré un libro que se llama Gente de la Edad Media, un ensayo sobre la vida cotidiana en el medievo. Todavía no lo he leído. Hace aún más años compré El ruido eterno, de Alex Ross, crítico musical de The New Yorker, sobre la vida de muchos grandes compositores de música clásica. Tampoco lo he leído aún. Ahora quiero saber sobre catálogos de semillas y plantar un semillero. No quiero ser experta en nada, aspiro sólo a tener un conocimiento superficial de todo lo que me provoca curiosidad. Aspiro a tener tiempo para ello
«¿Quién de nosotros no se dice a sí mismo, se pasa la vida diciéndose "Cuando tenga tiempo cambiaré esto y lo otro"? Nunca tendremos más tiempo. Tenemos todo el tiempo que hay». "Cómo vivir con 24 horas al día", Alan Benet ****
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Sueño con un señor guapo que me sigue en Twitter. Al día siguiente cuando veo su avatar pasar por mi TL me da vergüenza, como si él lo supiera.
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Estoy en Cicely de nuevo. En veinticinco años nunca había venido en el mes de mayo. Llegamos ayer a las once de la noche y después de abrir la casa nos fuimos al banco de la iglesia, al mirador. Al fondo del valle el rumor del río y el sonido de algunos coches llegando aún más tarde que nosotros. Las montañas recortadas por la luz de la media luna y un festival de sonidos animales. Pájaros que, por supuesto, no somos capaces de identificar y grillos y cigarras dándolo todo como si fuera una noche esplendorosa de verano. En silencio comimos chocolate con un toque de sal.
No hablamos.
No hacía falta.
Llevamos siendo amigos 40 años, no tenemos que hablar. Mi cerebro se puso a divagar, como con las enzimas asesinas de células, mientras mi vista recorría el valle. Pensé en Springsteen, en el concierto que estaba dando en Barcelona y en que probablemente haya sido el último que de en España. La primera vez que le vi tenía 15 años, salí del Vicente Calderón extasiada, entusiasmada y enamorada hasta las trancas de él. Me ha acompañado siempre. A veces se me olvida lo mucho que me gusta, lo bien que me sienta.
Lo mismo que me pasa con Cicely. El fin de semana pasado pensé: «puf, que pereza subir». Ayer en el banco mi cabeza me dijo: «menos mal que hemos venido».
Escribo esto en pijama, descalza, tumbada en el sofá mientras veo las nubes llegar al valle. Es temporada baja. No hay nadie.
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En pijama, salgo a saludar a Antonio cuando llega a cuidar su huerto y sus gallinas.
— Hola, Antonio.
— ¿Ya has vuelto?
— Te dije que volvía este puente
— ¿Has venido con tu amor o con otro nuevo?
Esta confianza en mi capacidad para ligar me enternece. Aquí estoy bien.
*Cualquier nuevo visitante que llega a mi casa se asombra por el descansillo, es algo bastante espectacular.
**Me estoy acordando de cuando hace un par de años, mientras desayunábamos en los jardines de Villa Valentina en La Palma, mi hija Clara preguntó: «¿A qué edad te empiezan a interesar las plantas?». Entonces le dije que no sabía, ahora le podría decir que a los cuarenta y nueve y medio.
***Mis vecinos de descansillo tienen las plantas bastante lustrosas aunque el campeón es un vecino del cuarto cuyo vergel se ha expandido tanto que ya tiene colocadas macetas en las escaleras que suben al quinto.
****este libro se publicó en 1910 y seguimos igual.