Y llego julio y se marchó y saqué seis libros de la biblioteca y solo conseguí leer tres. Llevo más de dos meses de retraso en mi lectura del New Yorker, el número de verano de Slighted Fox sigue intacto y tengo veinte o treinta artículos impresos que me interesa leer encima de la mesa. ¿Qué me está pasando? He decidido que este mes de agosto, de vacaciones, no voy a aspirar a leerlo todo. Mi plan es tomármelo con calma y simplemente leer todo lo que pueda sin agobios. Bajar las expectativas es algo que siempre funciona. Para todo. Bajar las expectativas como lema de vida.
Al lío.
Empecé el mes con Diario de los años del plomo de Richard Matheson que había comprado en la Librería La Lumbre en abril. Hace tres o cuatro años, en el podcast Todopoderosos, escuché hablar de Matheson a quien, confieso, no conocía. Basada en su novela, El increíble hombre menguante, había visto la película pero no tenía más conocimiento de él y por lo que escuché tenía el gusanillo de conocer su literatura.
Diarios de los años del plomo es una novela del oeste pura y dura. Hay indios, vaqueros, forajidos, ladrones de ganado, dueños de salones, prostitutas, soldados, periodistas que buscan noticias de ese oeste legendario que se estaba creando y llegaría hasta nuestros días convertido en el oeste real y sheriffs corruptos. Hay, por supuesto, tiros y muchísima violencia descontrolada. Sé que esta descripción echará a mucha gente para atrás: «uf, novela del oeste, yo paso» pero en esta casa, el salvaje oeste se respeta. Nos criamos leyendo las novelas de Zane Grey una y otra vez, volviendo a ellas cuando no sabías que leer y las tenemos en un altarcito en una de las estanterías. Además, este año leí también Ahora me rindo y eso es todo, de Álvaro Enrigue y recobré ese gusto por el oeste, por la vida dura, por los cabellos, dormir al raso, pelear por un mundo nuevo que termina con otro.
Matheson reconstruye a partir de unos supuestos diarios la historia de Clay Halser, un joven del este, veterano de la guerra que tras el conflicto no encuentra su sitio en su pueblo y se marcha en busca de aventuras. Las encuentra y se convierte en una leyenda tan grande que acaba devorándole. La historia la cuenta uno de esos periodistas que se inventó el oeste y que me ha recordado a, W. Beauchamp, el periodista que persigue a English Bob para contar su historia. Aquí carece de ese perfil ridículo pero el trabajo que hace es el mismo: crear leyendas del oeste que se lean en el este.
Volver a tener doce años fue una experiencia estupenda y creo que es una buena novela veraniega.
¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal? de Jeanette Winterson tiene probablemente uno de los mejores títulos que yo recuerdo. Es la frase que la madre de la autora, la madre adoptiva, le dijo a la autora cuando se fue de casa con dieciséis años. «Me voy para intentar ser feliz» y la madre no lo entendió, le pareció marciano esa aspiración absurda pudiendo ser normal o lo que ella creía que era normal.
Vaya por delante del comentario que este libro me ha gustado mucho, muchísimo. Tenía muchísimas ganas de cogerlo desde hace años y no me ha defraudado para nada. Me ha parecido impresionante y doblé muchísimas esquinas.
Winterson realiza un ejercicio de retrospección interior espectacular. Se busca en lo que fue su infancia y también en lo que no fue. Su vida con sus padres adoptivos, fanáticos religiosos, y su no vida con la madre que la dio en adopción son las que han formado la persona que es. Su vida con sus padres adoptivos fue una continua lucha con ellos, un intento permanente de encajar y de sobrevivir al maltrato y la incapacidad de su madre para querer, para quererla a ella y a si misma. Con dieciséis años la echaron de casa cuando confesó que era lesbiana y que no pensaba dejar de serlo a pesar del exorcismo al que la habían sometido dos años antes para limpiarla de pecado.
A Winterson, igual que a la protagonista del Domingo de las madres, la salvan los libros. Los que lee compulsivamente en la biblioteca empezando por la A en la sección de literatura inglesa y también los que, de adolescente, se imagina escribiendo y los que finalmente escribe de adulta para ordenarse, encontrarse y contarse. Su primer libro, Fruta prohibida, era una ficcionalización de su vida que la hizo famosa y la llevó a ganar una palma en Cannes por el guión adaptado.
«Me costó bastante darme cuenta de que existen dos tipos de escritura; la que tu escribes y la que te escribe a ti. La que te escribe a ti es peligrosa. Va a donde no querías ir. Mira donde no querías mirar.»
En ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal? Winterson escribe para ordenar su niñez y adolescencia hasta que entra en Oxford y descubre un mundo nuevo. De ahí, pega un salto temporal para llegar a la época actual, (2012 fecha de publicación de la primer edición) tras confesar que no quiere escribir sobre los años intermedios. En 2012 tras la muerte de su padre adoptivo decide buscar a su madre biológica. Esa búsqueda junto con el duelo y una ruptura dolorosa «la vuelven loca» como dice ella. Sufre una depresión terrible con la que yo me he sentido muy identificada.
«No estaba mejorando. Estaba empeorando. No fui al médico porque no quería pastillas.
Si aquello iba a matarme, mejor dejar que me matara. Si eso iba a ser el resto de mi vida, no podía vivir.
Sabia perfectamente que no podría reconstruir mi vida ni rehacerla de ningún modo. No tenía ni idea de lo que habría al otro lado de este lugar. Solo sabía que el mundo anterior había desaparecido para siempre.
Tenía la sensación de ser como una casa encantada. Nunca sabía cuando algo invisible iba a golpearme, y era como un soplo, una especie de viento en el pecho o en el estómago. Cuando lo sentía, gritaba de lo fuerte que era. A veces me tumbaba enroscada en el suelo. A veces me arrodillaba y me agarraba a un mueble. Esto es un momento, has de saber que otro…Aguanta, aguanta, aguanta.»
Es, sin duda, uno de los mejores libros que he leído este año. Uno de esos que se te queda pegado y te da material para reflexionar durante meses. Somos lo que fuimos de niños, lo que vimos, lo que nos enseñaron pero también forma parte de nuestra persona lo que no fuimos, lo que no nos dejaron ser, pensar o sentir. Esa ausencia, ese vacío también nos configura.
«Cuando somos objetivos también somos subjetivos. Cuando somos neutrales, nos implicamos. Cuando decimos «creo que» no dejamos nuestras emociones al otro lado de la puerta. Pedirle a alguien que no sea emotivo es como pedirle que esté muerto».
Leed a Jeanette Winterson.
De este librazo salté a otro mayúsculo. En mi año Toni Morrison saqué de la biblioteca Paraíso, una de sus novelas más aclamadas y una auténtica cumbre de la literatura. Me ha parecido una novela muy compleja y muy ambiciosa. La narración se entrecruza en el tiempo y en el espacio a través de enrevesados linajes familiares a los que se suma un componente mágico que, a mí, me recuerda a Cien Años de Soledad.
Ruby es un pueblo imaginario, ubicado en Oklahoma. Fue fundado por los descendientes de ocho familias que llegaron, a su vez, de otro pueblo aún más legendario, Heaven, fundado por los esclavos cuando dejaron de serlo. Todos son negros y se practica el racismo hacia los blancos y también hacia los mestizos. A unos kilómetros del pueblo hay un edifico antiguo, conocido como el convento, en el que viven mujeres dañadas que han llegado de alguna manera extraña, empujadas por su destino. Allí de alguna manera se encuentran a misma, se salvan y se encuentran. Paraíso no es una novela fácil, es un cinco mil, una lectura exigente hacia el lector que debe poner la atención y el interés en cada palabra para no perderse en el trazado del universo que Morrison dibuja. Todos los temas de sus otras novelas: las relaciones familiares, el peso de lo heredado, la raza, la fortaleza de las mujeres, la violencia extrema, el odio, el amor. Es una novela profundamente feminista con las mujeres en el centro.
Tiene un arranque brutal. Un arranque que haría temblar a Tarantino.
«Disparan primero contra la chica blanca. Con las demás pueden tomarse el tiempo que quieran. Aquí no hace falta que se den prisa. Se encuentran a veintisiete kilómetros de un pueblo que, a su vez, queda a cinco cuarenta y cinco kilómetros del más cercano. El convento tendrá muchos escondrijos, pero hay tiempo y el día acaba de empezar»
A ese día y a esos escondrijos llega el lector al final de la novela, después de un viaje tan intenso que acabas sobrepasado.
Más mujeres en este mes. De la biblioteca saqué también Los senderos del mar. Un viaje a pie de María Belmonte recomendado por Elena Rius. Es un libro de viajes a la manera de Bryson, Patrick Leigh Fermor , Cheryl Straded, Helena Atlee o tantos otros. Si eres aficionado a este tipo de literatura Los senderos del mar no va a sorprenderte en la forma y en la manera de encarar la narración pero sí lo hará al contarte las historias de la Costa Vasca.
Pasear, caminar, el paisaje, los lugares que atraviesas, los que te acogen, los que te asustan y los que ya no ves porque han desaparecido pero estuvieron. Un poco de historia, otro poco de geología, unas gotas de fauna, flora y filosofía, un pelín de conciencia medioambiental. Con todos estos ingredientes, Los senderos del mar, es una lectura apetecible para el verano. Un libro, un camino, para recorrer, aprender y, por momentos, pensar que a lo mejor sería buena idea plantearte hacer alguna de esas etapas.
Hay anécdotas fantásticas como la del castillo de las maravillas construido por irlandés, de padre vasco, Antoine Abbadia Arrast, viajero, políglota (hablaba catorce idiomas) y enamorado de África. En el comedor del castillo, alrededor de la mesa, todas las sillas llevaban una letra en el respaldo y si se juntaban todas podía leerse: En esta mesa no hay lugar para el traidor.
Con otro libro muy de verano terminé julio. Piscinas que no cubren de María Agúndez me llegó de la mano de Editorial Dieciséis. Es una novela veraniega, perfecta para leer ahora, que cuenta la historia de una niña que llega a vivir con sus padres a Menorca. Se instalan en una casa azul, El Calypso desde la que se ve el mar. Su vida con sus padres, él notario, ella fotógrafa, sus amigos, la exmonja que la cuida, los vecinos de buena familia, el puticlub al otro lado del bosque, todo es configura su universo. Leyéndola casi podía escuchar Verano Azul. También me ha recordado a Panza de burro aunque sin los coloquialismos y sin esa sordidez sombría y trágica.
«La cabeza de mi padre funciona de manera totalmente opuesta a la de mi madre: a ella le late el corazón muy deprisa y a él muy despacio. MI padre necesita dormir muchas horas y mi madre podría vivir sin dormir. El siempre tiene frío cuando hace frío y calor cuando hace calor, y ella siempre tiene calor, haga la temperatura que haga. Los dientes de mi madre son todos postizos y mi padre nunca ha ido al dentista. A mi madre le da angustia gastar dinero y a mi padre le angustia tenerlo guardado. Para mi madre, lo primordial son sus cosas y para mi padre, lo primordial son las cosas de su madre»
Piscinas que no cubren os llevará a vuestros veranos de la infancia, a oler a cloro todo el día y andar descalzo. A pensar que todo va a seguir siempre igual.
Y con esto y un mes entero de vacaciones por delante que pienso dedicar a mirar el paisaje, pensarlo y leerlo, hasta los encadenados de agosto.