Al lío.
Querido Diego, te abraza Quiela de Elena Poniatowska fue el libro que inauguró el mes. Lo había comprado quince días antes en La Cuesta Moyano. Es una novelita muy breve con extractos más o menos novelados que Angelina Beloff escribió entre octubre de 1921 y el verano de 1922 a Diego Rivera que durante diez años fue su marido y que se había marchado a México dejándola en París. Quiela, como la llamaba el pintor, suplica amor, suplica unas líneas, suplica que Diego le diga algo. Tuvieron un hijo que murió de bebé y ella le ruega que le escriba, que le diga algo. Sueña con irse a México para encontrarse con él. Se arrastra, pide, le perdona todo, se auto engaña creyendo que lo suyo fue especial a pesar de saber que Rivera estuvo con otras mientras estaba con ella.
«Tú has sido mi amante, mi hijo, mi inspirador, mi Dios, tú eres mi patria; me siento mexicana, mi idioma es el español aunque lo estropee al hablarlo. Si no vuelves, si o me mandas llamar, no solo te pierdo a ti, sino a misma, a todo lo que pude ser.»
Las cartas son un retrato de una relación espantosa y de cómo, cuando estamos enamorados, nos auto engañamos hasta el infinito. De lo cabrón y cobarde que es Diego Rivera no hay ni que hablar porque menudo personaje. Me ha recordado mucho a Carta de una desconocida de Stefan Zweig, otro lamento constante de un amor desperdiciado en alguien que no lo merecía.
En enero leí Secretos de Mara Mahía que he recomendado con gran éxito desde entonces y Editorial 16 tuvo el detalle de enviarme la segunda novela de Mahía que, en cierta manera, continúa la historia. La dueña del plaza acaba de salir cuenta la historia de la señora Rosalinda, con más de noventa años, envía cuadernos con su vida a la autora del libro, el alter ego de Mahía. En esa historia que va desde antes de la guerra hasta nuestros días hay amor, traiciones, hijos, padres, amistades, libros, escritura, cartas, la dictadura, el silencio forzado, el silencio autoimpuesto, traiciones. Rosalinda tiene una voz propia y es ella la que nos cuenta las historias alrededor del Plaza, el bar que regenta su familia, y su pueblo, con personajes que ya aparecían en Secretos y que aquí se van completando.
«A Rapunzel la escribieron idiota. ¿Quién se suelta el pelo para qué se lo trepe un príncipe? Desde que leí el cuento me beso las trenzas. En caso de emergencia siempre las puedo usar para escapar. ¿Cómo no se le ocurrió inventar que la muchacha huía de la torre sirviéndose de su cabello? la bruja que la encerró allí la visitaba con frecuencia., subiendo y bajando por la pelambre de la chica. El príncipe también podía escalar por esa maroma dorada. No obstante, ella, que los vio entrar y salir durante meses, nunca tuvo la idea de hacer lo mismo y así fugarse. Decidió permanecer cautiva. me cuesta entender eso. Pero lo que sí entiendo bien es lo otro. Lo de que en estos cuentos plantas las semillas de los árboles, donde luego nos cuelgan. Si a Rapunzel no la hubieran escrito tan tonta. Si a mí no me hubiesen cortado las trenzas. Bah, no hay quien arregle el pasado. Sin embargo, lo que sí se puede es zurcir el futuro. Nunca tuve mañana para la costura pero cuando a mis nietos les lea esa historia, se la voy a remendar a medida.»
A mí me ha gustado menos que Secretos pero es una novela estupenda. Lo que más me ha gustado es el extenso prólogo en el que Mahía de manera magistral nos lleva por tantos temas, baila con el lector haciéndole dar vueltas extasiado tan maravillosamente bien que cuando sales del prólogo, cuando se acaba de golpe, te sientes como si el baile se hubiera acabado de golpe, como si después de una noche de diversión maravillosa, se hubiera hecho de día y te cuesta seguir con la historia porque estás todavía recordando lo bien que lo pasaste antes.
Hay que leer a Mara Mahía pero empezad por Secretos. Estáis tardando.
En Moyano compré también Otras voces, otros ámbitos de Truman Capote y un par de días después y sin haberlo planeado, vi el documental The Capote Tapes en Filmin. Era buen momento para coger la primera novela de Capote, la que le catapultó a la fama antes de convertirse en alguien imprescindible en la sociedad neoyorkina. Esta novela transcurre en el sur que le vio nacer y tiene algo de autobiográfico. El joven Josh, que vive con su madre hasta su muerte y luego con una especie de criada/tía, se marcha a vivir con su padre que les abandonó años atrás. El padre le envía una carta en la que le invita a vivir con él y su nueva esposa. Josh está lleno de ilusiones y esperanzas por conocer a su padre, vivir con él y va imaginando todo lo que hará con él pero al llegar al sur, al Desembarcadero, a la casa de su padre se va encontrando rodeado de personajes extraños, misteriosos, casi mágicos. La narración va entrando poco a poco en un lugar mágico, en un ambiente claustrofóbico en el que nada tiene que ver con la realidad, ni lo que ocurre ni las reacciones de los personajes. Hay un cierto temor pero también una atracción casi pecaminosa en seguir ahí. Josh (y el lector) busca encontrarse a gusto, gente que le quiera, tener tranquilidad y, sobre todo, encajar. Josh lo intenta con todas sus fuerzas si conseguirlo. Y el lecto comparte ese desasosiego todo el tiempo.
«-Permíteme que comience diciéndo que yo esaba enamorado. Una confesión corriente, es verdad, pero no un hecho ordinario, porque muy pocos de nosotros aprendemos que amor es ternura, y que ternura no es, como muchos sospechan, piedad. Y poquísimos de entre nosotros sabemos que la felicidad en el amor no es la concentración absoluta de todas alas emociones en otra. Uno siempre debe amar muchas cosas que el amado solo puede simbolizar. Los verdaderos amados del mundo son, a los ojos de sus amantes, lilas en flor, fanales de barcos, campanas de escuela, un paisaje, conversaciones recordadas, amigo, el domingo de un niño, voces perdidas, el traje favorito de uno, el otoño y todas las estaciones, la memoria, sí (porque es la tierra y el agua de la existencia) la memoria. Una lista nostálgica pero ¿dónde podría encontrarse un tema más nostálgico?»
Lo siguiente fue Un amor de Sara Mesa y ya lo dije todo.
Ahora me rindo y eso es todo de Álvaro Enrigue fue un regalo de cumpleaños (gracias, Juan) y ha sido el libro del mes. Me ha gustado muchísimo. Me ha parecido brillante, entretenido, inteligente, profundo, interesante y está maravillosamente bien escrito. Una novela brillante, esa es la palabra.
Enrigue era la pareja de Valeria Luiselli de la que el año pasado leí Desierto Sonoro. En este caso, el mismo viaje que Luiselli narraba en su novela aparece en ésta pero de una manera mucho más tangencial. Esta no es una historia sobre su viaje sino sobre lo que buscan y aprenden en ese viaje sobre los apaches chiricahuas y Gerónimo, el último de sus grandes guerreros. ¿Es una novela de indios y vaqueros a la manera de Zane Grey? No. Es una novela con indios y vaqueros, con mexicanos y americanos, que transcurre en los desiertos de Sonora, de Nuevo México y Arizona pero que lo que cuenta es un final.
Los apaches vivían en la Apachería un extenso territorio que existía y del que ellos eran dueños y señores hasta que entre americanos y mexicanos decidieron repartírselo porque para ellos allí no había nadie. Enrigue cuenta la lucha apache por resistir, por defender lo suyo y su final, el momento en el que eligieron desaparecer.
«Cuando los chiricahuas - la más feroz de las naciones de los apaches - no tuvieron más remedio que integrarse a México o a los Estados Unidos, optaron por una tercera vía, absolutamente inesperada: la extinción. Primero muerto que hacer esto, fanfarroneamos todo el tiempo, pero luego vamos y lo hacemos. Los apaches dieron que no estaban interesados en integrarse cuando los conquistadores entraron en contacto con ellos en 1610 y siguieron diciendo que no hasta que todo su mundo cupo en un solo vagón de tren: el que se llevó a los últimos veintisiete fuera de Arizona»
Sé que habrá gente que diga: "Puff, que pereza de novela" pero os estaréis perdiendo una maravilla. Yo he estado enganchada a su lectura con un placer que no recordaba en varios meses.
«Los finales, no importa cuán cantados estén, nunca portan la calidad de lo terminal, cuando menos no para quién los está remontando. la hora de intimidad con el otro siempre parece otra en la línea: un episodio repetible y sin consecuencias. Nunca nadie piensa que esa fue la última vez que se bebió esa saliva ni que lo que sigue es extrañar hasta la muerte el olor de la piel que se arremolina tras el lóbulo de una oreja. No registramos la última ocasión en que nuestros hijos nos dieron la mano para cruzar una calle. Cuando cambiamos de ciudad, de país, siempre pensamos que vamos a volver, que los demás se van a quedar fijos, como encantados, y que a la próxima los vamos a abrazar y van a seguir oliendo a la misma loción, tabaco y café quemado. Pero los amigos cambian, progresan y se compran lociones caras, dejan de fumar, dejan el café, huelen a té verde cuando volvemos. O se vuelven locos, los meten en hospitales psiquiátricos y tienen muertes horribles de las que nos enteramos por correo electrónico. Hay una última conversación lúcida viendo un partido cualquier de fútbol con el abuelo y un último plato preparado por la mano maestra de la abuela, una última llamada telefónica con el profesor que nos hizo lo que somos y que una madrugada se resbala en la bañera y muere.»
El cuello no engaña y otras reflexiones sobre ser mujer de Nora Ephron llevaba años en mi lista de pendientes y resulta que estaba en la biblioteca de mi barrio. Ya comenté el otro día que no me había parecido gran cosa pero tiene dos o tres ensayos estupendo. Uno maravilloso sobre enamorarse de un piso en un edificio emblemático de Nueva York y un par de ellos sobre educación y crianza. Explica como nos han vendido la moto de la "paternidad/maternidad responsable" que consiste en no tener vida más allá de tus hijos, todo lo que no sea estar dedicados en cuerpo y en alma a ellos es mala paternidad. Sobre la adolescencia dice cosas que comparto y reflexiones sobre como nuestros hijos se convierten, la mayoría de las veces, en personas asombrosas a pesar de nosotros.
«Ellos vienen de visita de vez en cuando. Y son, sorprendentemente, unas personas totalmente encantadoras. Te cuesta creer la suerte que tienes de conocerles. Te hacen reír. Hacen que te sientas orgullosa. Los quieres con locura. Han sobrevivido a ti. Y tú has sobrevivido a ellos. Se te pasa por la cabeza que, a ciertos niveles, pasaste horas, días, meses, años sin prestarles suficiente atención pero no le das más vueltas. No sirve de nada. Se ha acabado.Todo menos la preocupación.La preocupación dura siempre. »
6 comentarios:
¿No escribiste nada en el blog acerca de Desierto sonoro? No lo encuentro.
Me siento totalmente identificada con lo que dice Norah Ephron sobre sus hijos, ahora que los míos deben de tener una edad parecida, imagino. Es curioso, porque sé que leí este libro hace muchos años y sin embargo no lo tenía presente. Gracias por disuadirme de comprar el de Hockney, ya estaba a punto de picar, yo también fan total de este pintor.
Hace días que trato de escribir un post recomendando un par de libros estupendos que acabo de leer: a ver si lo consigo.
Ah, no, veo que el de Hockney que yo quería comprar es otro, que acaba de salir...
De acuerdo con "De lo cabrón y cobarde que es Diego Rivera no hay ni que hablar porque menudo personaje"". Pero cada vez que se habla de él no puedo evitar pensar además en lo repugnante de su aspecto. Lo veo como un sapo gigante. En mi cabeza es de color verdoso, tacto frío y pegajoso y lleno de verrugas. Yo con una persona así no soportaría ni que me estrechara la mano, no digamos otras cosas. No me entra en la cabeza que haya habido tantas mujeres peleando porque las amara. Es para vomitar. El amor de mi vida es un señor corriente y cuando lo conocí, con 17 años recién cumplidos los dos, no se puede decir que ni siquiera fuera "mono", como nos gustaban entonces. Pero es que lo de este hombre es demasiado, es vomitivo.
Me apunto en la lista de deseos los tres que recomiendas.
El de Mara Mahia me gustó mucho, aunque no me acordaba de que lo había pedido por recomendación tuya, estoy fatal, jeje.
Me apunto el de Mara Mahia, no recuerdo haber visto tu recomendación. Iría como una moto, para variar, y se me pasó apuntarlo.
De Elena Poniatowska leí un par, Leonora y Dos veces única, en este último también Diego Rivera es todo un personaje. Muy recomendables. Hay señoras que escriben con una elegancia y belleza que leerlas es un gozo y un ejercicio de estilo en sí mismo. Eso me sucede con esta escritora.
Y coincido contigo, corran a leer el de Ahora me rindo y eso es todo de Enrigue. Es brillante como bien dices y con una trama tan bien urdida que o eres una ameba o tendrás una lectura gozosa de las de recordar. Se convirtió en mi libro preferido del año que lo leí. Con distancia del resto.
Y yo sigo queriendo ser apache.
Marga
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