jueves, 28 de noviembre de 2019

Sí son para tanto

Donald Trump, presidente de los Estados Unidos, tuiteó ayer desde su cuenta personal como presidente de los Estados Unidos un montaje fotográfico en el que aparecía su cara sobre el cuerpo de un campeón de boxeo, no sé si Rocky u otro, da igual. Mi reacción ante ese tuit no fue estupor, ni sorpresa, ni incredulidad ni siquiera indignación. Mi reacción fue la que lleva siendo desde que fue elegido presidente: acordarme de todos esos gurús políticos, tertulianos, periodistas y opinadores que,  en el otoño de 2016, decían: «No será para tanto», «se moderará cuando llegue al poder», «las instituciones lo controlarán» y, mi favorita, «dice esas cosas para provocar, para enganchar a la gente pero en realidad no las piensa ni va a hacerlas». Me acordé de todos ellos y pensé lo que llevo tres años pensando: sois idiotas. 

Cuando un hombre adulto, como Trump o Boris Johnson o Abascal u Ortega Smith o Le Pen (porque también hay mujeres), dice cosas racistas, machistas, homófobas, idiotas o tan simplistas que dan vergüenza ajena no está jugando a hacerse el provocador, el idiota o el gracioso. Piensa y cree cada una de ellas con un fervor tan intenso que debe darnos miedo. Un hombre adulto asquerosamente machista, racista, homófobo y maleducado es un peligro y todo lo que haga siempre es preocupante, muy preocupante. Si a un hombre adulto machista, racista, homófobo le das un palo te pegará con él en la cabeza, si le das un micrófono gritará todas sus peligrosas opiniones y sus mentiras hasta quedarse afónico y si le das el poder, el que sea, lo usará mal y de manera peligrosa. Darle un palo, un micrófono o el poder a un hombre machista, racista, homófobo y maleducado no va a moldearle, ni a suavizarle ni a hacerle ver lo equivocado que está. Las instituciones no van a controlar a un hombre así porque para que las instituciones puedan controlarte tienes que conocerlas y respetarlas. Las instituciones: el Parlamento, el Congreso, el Ayuntamiento, la Casa Blanca, no son superhéroes con capa que pueden llegar y charlar con el villano para hacerle entender que va por mal camino y si no lo entiende darle una leche o acabar con él. Las instituciones, esa palabra que no quiere decir nada, son en realidad normas y controles que hemos puesto en marcha para convivir, para organizarnos, para equilibrar. El hombre racista, machista, homófobo y maleducado no conoce esas normas, le dan exactamente igual porque no van con él y si le damos acceso a ellas no va a apreciarlas ni valorarlas. LE DAN EXACTAMENTE IGUAL. Él ha venido aquí, le hemos dejado venir, a jugar a destruirlo todo porque él además de racista, machista, homófobo y maleducado tiene un ego del tamaño del Titanic. Las normas, las reglas y la educación son para los demás, él es auténtico y a él eso no le incumbe. 

A veces te tiras a la piscina y descubres que el agua no está tan fría como creías, que no era para tanto. Pero cuando le das el poder a un hombre racista, machista, homófobo y maleducado siempre va a ser para tanto, siempre va a ser para más, siempre será muchísimo peor de lo que hubieras podido imaginar.  Y no, no está jugando a provocar, para provocar se dice "A que no me coges" o "no hay huevos", pero no se incita al odio, se acaba con las relaciones diplomáticas, se insulta o se gritan consignas racistas, machistas y homófobas. Eso se dice para acojonar y porque se cree con firmeza. 

Así que sí, hay que temer lo peor porque sí son para tanto. Para mucho más de lo que podamos imaginar.  Ya está bien de templar gaitas.  


lunes, 25 de noviembre de 2019

Enredada en recuerdos


Cuando mi madre era pequeña tenía una cocinita de madera.  Era de juguete, pequeña, pero de verdad, en ella hacia fuego y preparaba comida siguiendo las indicaciones de la cocinera (sí, tenían cocinera). No sé como era, no sé de qué color eran sus puertas ni exactamente qué tamaño tenía porque no la guardaron y no he visto fotos pero la tengo en mi cabeza porque ella me lo ha contado un millón de veces. Es algo que no existió jamás para mí, algo con lo que nunca tuve contacto físico pero que para mí existe y por lo que en algún momento de mi vida sentí añoranza. Yo quise tener esa cocinita, o mejor dicho, quise tener la infancia que mi madre había tenido, quise que la infancia de mi madre no se hubiera acabado nunca porque me parecía un lugar feliz, un espacio y un tiempo que merecía no haber terminado nunca, aunque eso supusiera que yo no hubiera existido. 

Cuando mis padres decidieron ampliar nuestra casa de Los Molinos justo antes de empezar preparamos una gran fiesta. Era septiembre, el último día de fiestas, domingo, y al terminar el encierro mis padres invitaron a todos sus amigos a tomar el aperitivo en casa. Comimos, ellos bebieron y al terminar tiramos los platos y los vasos al suelo y con mazos rompimos las paredes de la casa que se iban a demoler. Al año siguiente tras sobrevivir a "la obra" también conocida como "de esta mis padres se divorcian", hicimos una nueva fiesta que pasó a llamarse "aperitivo fin de fiestas" para celebrar la terminación de las obras y la inauguración de la nueva casa. Esta vez no rompimos nada y los mazos permanecieron guardados pero a cambio preparamos, entre otras cosas,  salpicón de marisco y cebollas rellenas. Y al año siguiente también, y al siguiente y al siguiente. Y nosotros cuatro, los hijos, nos hicimos mayores y empezamos a invitar a amigos. Y seguimos con el salpicón y las cebollas rellenas, veinte, treinta, cuarenta, cien cebollas rellenas y otro año y un año más y otro más. Y murió mi padre y pensamos en dejar de hacerlo pero seguimos. Y otro año más y más y muchos más hasta que se acabó. Porque sí, porque un año no nos apeteció, porque estábamos cansados, porque total ¿qué más daba? 

El aperitivo fin de fiestas fue algo que no era, que luego fue y pareció ser eterno y que se acabó. No lo sabíamos entonces pero no estaba destinado a durar y estaba en nuestra mano. Lo creamos y lo terminamos y me gusta pensar que lo viví, que lo recuerdo, que construí ese momento y que tengo esa memoria. Para mis hijas sin embargo es como la cocinita de mi madre, algo que nunca vivieron, que existió antes de que ellas vivieran y a lo que no pueden volver ni siquiera en su recuerdo, solo en el mío. 

El viernes volvía a casa caminando, atravesando el barrio de casitas, y callejeando pasé por delante de la que fue guardería de mi hija Clara, Tower House. Ya no es blanca, ni tiene las ventanas amarillas ni las verjas de colores que delimitaban el pequeño patio en el que vi la primera función de Clara, disfrazada de chinita con un vestido verde. La casa la están dejando preciosa pero eso me hizo pensar en que las cosas, las calles, las casas, las situaciones, las modas, las palabras, los periódicos, los coches, la música, los libros, las revistas, dejan de ser y no puedes volver a ellas. Pensé que a veces me gustaría que algunas cosas se quedaran como están, como eran para siempre: El Barrio de casitas, la guardería, la curva de Puente Verde en el camino a Cercedilla, los edificios de Comillas a los que iba de campamento, las tiendas de barrio, pero lógicamente no puede ser porque además las cosas que son para mí, en algún momento fueron cosas que dejaron de ser para otros. Hubo alguien, antes de mi, que vivió en ese torreón de ladrillo antes de que fuera una guardería y para el que Tower House con sus paredes encaladas y sus ventanas amarillas y su patio rodeado de verjas fue algo que acabó con el espacio físico de su vivencia y que le dejó solo con su recuerdo. 

Pensé luego que era curioso que tuviera más apego por la guardería de Clara que por la casa en la que viví veintiocho años y me pregunté por qué. Llevo todo el fin de semana dándole vueltas y creo que es porque hace tiempo que aprendí que no puedes hacer nada por congelar los momento de felicidad, no puedes volver a ellos ni guardarlos inmaculados, llegan, los disfrutas muchas veces sin darte cuenta y se marchan. A veces no los ves marcharse, los ves cuando ya están lejos casi perdidos en la distancia pero por alguna razón creí que podría congelar los recuerdos de mi hijas, que sería capaz de mantener intactos sus lugares felices para ellas,  para que pudieran volver a ellos siempre. No puede ser y tendrán que contarle a sus hijos, si los tienen, que una vez fueron a una guardería con paredes blancas y ventanas amarillas. Y quizá sus hijos piensen: «ojalá existiera aún». 


viernes, 22 de noviembre de 2019

Podcasts encadenados (III)


Me quité de la radio por las mañanas porque tras escuchar las noticias políticas y las tertulias llegaba al trabajo con ganas de sacar un lanzallamas y quemar el mundo. Ahora con los podcasts he descubierto que se puede hablar de política, de política con mayúsculas, sin convertirlo en un patio de colegio y con mil enfoques mucho más interesantes. Las tres recomendaciones de hoy consiguen hacerte pensar en política sin dar ganas de matar y solo por eso merecen estar en esta sección. 

1.-Dollitics del podcast Dolly Parton´s America. Voy a dar por supuesto que el lector habitual de este blog sabe quien es Dolly Parton (mi adorable profesora de inglés no tenía ni idea quien era) y por tanto me voy a saltar la introducción. Este podcast de WYNC y presentado por Jad Abumrad habla, obviamente, de Dolly Parton. Habla de ella, con ella, sobre ella y reflexiona sobre su vida, su música y el mundo en el que se desenvuelve. Durante dos años ha seguido a Dolly por el mundo y la ha entrevistado durante horas. Este acceso directo a Dolly ha sido posible gracias a que hace años en Tennesse y después de un accidente de tráfico el médico que la trató fue el padre del presentador, un médico libanes que se convirtió en amigo íntimo de la estrella del country. Todo el podcast es estupendo porque no te lo esperas, no te esperas que te haga pensar, que te descubra las propias incoherencias de tu pensamiento o los distintos puntos de vista sobre un mismo acontecimiento, canción o sobre la política. En este episodio se cuenta cómo Dolly Parton (tan superestrella que viaja con doce guardaespaldas) se ha mantenido siempre o lo ha intentado al margen de la política a pesar de haber compuesto una de las canciones del movimiento feminista, Nine to five, para la película del mismo título con Jane Fonda que interviene en este episodio. 

Estupendísimo.

Podcast: Dolly Parton´s America
Episodio: Dollitics
Presenta: Jad Abumrad
Duración: 44 minutos




2.- Jose Feliciano´s Guitar del podcast Lost at the Smithsonian with Aasif Mandvi. Este podcast cuenta la historia de diez piezas del museo de historia más importante de Estados Unidos relacionadas con el mundo del espectáculo, el entretenimiento o el deporte. En este episodio partiendo de la guitarra que tocó José Feliciano cuanto interpretó el himno americano haciendo su propia versión en las Series Mundiales en 1968 se cuenta la historia de esa versión, lo que supuso para Feliciano y su componente político. El cantante puertoriqueño fue acusado de antipatriota, sufrió amenazas, ataques y las emisoras de radio dejaron de emitir sus canciones. La interpretación que se ha hecho de esa versión, de esa actuación de Feliciano siempre ha sido política, como si él hubiera hecho un acto de protesta pero cuando el presentador habla con él y le pregunta si la decisión de hacer esa versión fue política se encuentra la respuesta que no espera.  Voy a confesar que el presentador de este podcast no me gusta nada pero este episodio, la historia que cuenta y la sorpresa final compensan con creces mi desagrado con él.

Podcast: Lost at the Smithsonian with Aasif Mandvi.
Episodio: Jose Feliciano´s Guitar
Presenta: Aasif Mandvi.
Duración: 32 minutos




3.- A Third Grader´s Guide to the Impeachment Hearings del The Daily del New York Times. Este es uno de mis podcasts más favoritos del mundo mundial, lo escucho cada día al volver del trabajo y no solo porque el presentador, Michael Barbaro, tiene otra de esas voces con la que podría conseguir lo que quisiera de mí sino porque es de lejos uno de los mejores podcasts del mundo. La potencia informativa del New York Times es innegable igual que la cantidad de recursos a su disposición pero esos dos elementos, potencia informativa y recursos, no garantizan por sí solos que fueran a hacer un buen podcast pero lo hacen, uno buenísimo. Cada día y durante veinte minutos desmenuzan en profundidad alguna noticia del día o la semana. Barbaro pregunta ¿qué pasa? ¿qué ha pasado hasta llegar aquí? ¿por qué ha pasado? ¿cómo podemos interpretarlo? ¿qué puede pasar a partir de ahora? La mayoría de las noticias son del espectro estadounidense de la actualidad pero hay episodios sobre Chile, sobre Gran Bretaña, China, Hong Kong, México y por supuesto sobre el follón del impechament y Ucrania. Este episodio es una obra maestra porque el protagonista es Leo, un niño de once años, interesado en el impeachment al que llevan al estudio a hablar con Barbaro y con Michael Smicht corresponsal político en Washington. Las cosas con niños siempre corren el peligro de dar mucha grima, mucha vergüenza ajena y resultar muy innecesarias pero lo que hacen en The Daily es prodigioso. Es interesante, entretenido, divertido y aprendes sobre todo el proceso porque resulta que las dudas de un niño de ocho años se parecen mucho a las de los adultos. Tengo claro que el éxito del episodio es que en la manera de hablar con Leo que tienen los dos periodistas no hay ni una gota de condescendencia. No os lo perdáis, obra maestra.  

Podcast: The Daily
Episodio: A Third Grader´s Guide to the Impeachment Hearings del The Daily del New York Times.
Presenta: Michael Barbaro
Duración: 25 minutos

Sé que esta semana no hay ninguno en español pero es que, chavales, el mundo del podcast es mucho más verde al otro lado de la valla... donde se habla en inglés. 

Y me despido como Barbaro: That´s it for today. See you on Friday.


miércoles, 20 de noviembre de 2019

Cosas que (me) dan rabia

Robin F. Williams
Qué rabia me da encontrarme en el último momento con el último trozo de papel higiénico y acordarme de que la última vez que estuve ahí sentada pensé: «queda poco, ahora repongo». Qué rabia la gente que corre, el color arena, el qu te manda un correo y además te llama para decirte «te he mandado un mail». Qué rabia echar gasolina, ir al cajero, el «descarga nuestra aplicación». Qué rabia el «yo no tengo tiempo», el «ok» y la gente que hace las comillas con los dedos.  Qué rabia el café con posos, la mantequilla agonizando y el kiwi demasiado maduro. Qué rabia negra David Broncano. Qué rabia el mensaje de «ha consumido el 80% de sus datos» y el «todos nuestros operadores están ocupados». Qué rabia La Mutua, Seat y Securitas Direct y que en el Ahorramás no haya hojaldre sin gluten. Qué rabia no recordar la contraseña, intentar cambiarla y que te pida una combinación con repetición de caracteres del alfabeto inca con números romanos y tres asteriscos intercalados. Qué rabia los calcetines desparejados, las pinzas que se parten y las bolsitas de botones de repuesto que encuentro por los cajones años después de haberme deshecho de la ropa que acompañaban. Qué rabia los dos besos a desconocidos y el «un abrazo» para terminar un correo. La fruta fría, el agua congelada y el olor a cloro. Qué rabia la gente que no sabe bajar el volumen de su teléfono, su música o su tono de voz cuando viaja en metro, tren o bus. Las raciones minúsculas en platos enormes. Qué rabia el gracioso de turno, el «perdona bonita» y el que no recuerda jamás que ya nos conocemos.  Qué rabia el «no me lo dijiste» y el «no es mi culpa». Qué rabia el «no son tan fachas» y el «pues anda que los otros». Qué rabia que el donuts bombón sea más fácil de encontrar que el fondant. Qué rabia las judías blancas, el «mira que sano como que te lo enseño en fotos» y la gente que no desayuna. Qué rabia que la lectura de los (pocos) artículos en prensa que me interesan se haya convertido en una especie de paseo en la jungla, a machetazos hay que intentar despejar la vista de anuncios, vídeos que se autorreproducen y encuestas para conseguir llegar al fondo, al contenido. Qué rabia me dan y qué bofetón tienen los que luego dicen «paga por mi contenido». Qué rabia me da no encontrar nunca la almohada perfecta, las contracturas musculares y las uñas largas. Los bolsos ridículos, las tarjetas de visita, quedarme sin tinta. 

Qué rabia me da saber que según publique esta lista se me ocurrirán más y mejores cosas rabiosas. 


viernes, 15 de noviembre de 2019

Podcasts encadenados (II)


Antes de recomendar lo que vengo a recomendar me gustaría decir que los podcasts son algo bastante nuevo, por lo menos su explosión que además en España está por llegar y que por tanto son un territorio para explorar. Como los podcasts se escuchan como la radio y a veces a través del mismo aparatito, tendemos a importar en su escucha costumbres, rituales y rutinas que tenemos asociadas con la radio. Por ejemplo, igual que cada mañana al despertarnos escuchamos al mismo telepredicador mañanero con cierta devoción porque es nuestro telepredicador, puede que nos aferremos a un podcast que nos guste mucho y no queramos soltarlo ni probar otro. Nos gusta ese y ninguno más y cuando probamos algún otro tendemos a comparar y eso, ya lo decía mi madre, es feísimo y no lleva a ninguna parte. 

Los podcasts no son radio. Son otra cosa que ya desarrollaré otro día pero mi principal mensaje hoy es que probéis muchos podcasts, que os aficionéis a muchos, que los vayáis alternando según el día, la hora, el estado de ánimo o el tiempo que tengáis. 

El otro día leí un estudio que decía que el 61% de los oyentes de podcast tienen como principal motivación para escuchar podcasts el querer aprender algo. Me identifico totalmente con este interés y por eso traigo hoy tres recomendaciones que me han descubierto un mundo que me parecía totalmente inaccesible. 

1.- Finlandia de Sibelius del podcast Música y significado de Radio Nacional de España. Antes de escuchar este episodio yo no sabía quién era Sibelius y, desde luego, no conocía nada sobre su música. Este episodio repasa un par de sus primeras composiciones siempre centradas en la historia de de su país y analiza después su poema sinfónico llamado también Finlandia. Recuerdo perfectamente el día que escuché por primera vez este episodio porque me encontré conmovida casi hasta el llanto imaginándome a mí misma en el campo finlandés inflamada de amor por mi país defendiéndolo de la invasión rusa en la II Guerra Mundial.  

Luis Ángel de Benito, el presentador director de este podcast, tiene un estilo muy peculiar tanto de hablar como de contar las cosas, un estilo que puede chocar en un primer momento pero que acaba enganchando. Este es un podcast que empecé a escuchar con la intención de aprender algo de música clásica y sí, he aprendido y descubierto que algunas piezas me conmueven muchísimo hasta el punto de ponérmelas en bucle en determinados momentos o para trabajar porque me calman, me tranquilizan. Sí, la música me amansa.   

Podcast: Música y signficado. 
Episodios: Finlandia de Sibelius
Presenta: Luis Ángel de Benito 
Duración: 56 minutos. 





2.- There´s only one Beethoven del podcast Decomposed.  Este es un podcast que comenzó en mayo de 2019 y que está presentado por Jade Simmons pianista y divulgadora musical. En este episodio lo que nos cuenta es cómo Beethoven se quedó sordo, y nos lo muestra manipulando el audio para que sepamos cómo oía Beethoven su propia música. Su tesis es que siempre hemos pensando «vaya, Beethoven compuso toda esta música a pesar de estar sordo» y que quizás la manera correcta de pensarlo es «Beethoven compuso estas obras maestras porque estaba sordo, fue la sordera la que nos dió estas maravillas». Es un episodio muy interesante por lo que cuenta y por cómo lo cuenta pero no me extiendo más porque podéis escucharme hablando de este episodio en mi colaboración en Podium Podcast esta semana. (Sí, me he metido a mí misma en las recomendaciones de la semana)

Podcast: Decomposed
Presenta: Jade Simmons
Duración: 36 minutos. 

3.- On Resetting Your Day del podcast Open Ears Project. Este podcast es maravilloso todo él, los treinta episodios que durante todo el mes de octubre lanzaron cada día. En cada uno de ellos alguien, a veces famoso a veces no, comenta una pieza de música de clásica, una pieza que le gusta por alguna razón en especial: le recuerda a su abuela, le hace pensar en el país que tuvo que dejar, le sirve para recordar porqué se dedica a lo que se dedica o para volver a un momento importante en su vida. He escuchado todos los episodios varias veces, me gustan todos y como no sabía por cual decidirme he elegido el primero en el que Alec Baldwin comenta la pieza que a él le anima, le sirve para reconciliarse consigo mismo y con la vida, cuando al final del día está harto de todo. 

En cada episodio el personaje habla cuatro o cinco minutos sobre la música y después suena la pieza completa. 

Es uno de mis podcasts más favoritos y tiene como presentadora a  la directora, escritora, periodista y violonista Clemmie Burton-Hill una de las mejores, sino la mejor voz del universo podcast ahora mismo. Una voz en la que quieres echarte a dormir y taparte con ella como si fuera una manta.

Podcast: Open Ears Project 
Presenta: Clemmie Burton-Hill 
Duración: 13 minutos. 




Hoy hay bonus de recomendación porque, por supuesto, recomiendo el podcast en el que colaboro, Podium Inside, que esta semana habla de libros sobre podcasts, de altavoces inteligentes, de historias de Cataluña. En este episodio, a partir del minuto 15, hablo sobre podcasts que suenan como una enfermedad y me explayo un poco más sobre el episodio de Beethoven que he recomendado.

Podcast: Podium Inside 
EpisodiosNueva skill de Podium y libros sobre podcasting 
Presenta: María Jesús Espinosa de los Monteros 
Duración: 60 minutos. 




Una última recomendación: imaginad el podcast no como una emisora de radio sino como un buffet libre o una biblioteca y probadlo todo.



miércoles, 13 de noviembre de 2019

Madrid desde el atasco


18:36. Números azules marcando la hora en el salpicadero del coche de al lado. 18:36 en el reloj de una extraña. Lleva el respaldo del asiento muy reclinado y por un momento creo que me ha pillado porque mira hacia su derecha, casi por encima de su hombro como tratando de escuchar lo que le dice alguien sentado detrás: un niño, un bebe. No hay nadie, cuando vuelvo a mirarla habla quitando las manos del volante, intentando que su interlocutor, el que ha llamado en medio del monumental atasco que se ha abatido sobre Madrid esta tarde, la entienda. Habla intentando hacerse entender. Sé que es una llamada de trabajo por como gesticula y me sumo a su indignación. El coche es un lugar sagrado, un refugio, un santuario al final del día en el que debería estar prohibido interrumpir con llamadas laborales intempestivas. Una llamada a las 18:36 nunca es urgente, la mayoría de las veces solo es impertinente.  

Luces rojas, farolas blancas, gente corriendo cruzando entre los coches. Los coches parados. En la acera de la derecha veo a una mujer con un andador caminando tan lentamente que el esfuerzo me parece agotador. La imagino en su casa vistiéndose, poniéndose los calcetines, los zapatos, el abrigo, el pañuelo para el cuello. La veo en la puerta de su casa, el bolso cruzado, las llaves, el andador y la imagino saliendo al descansillo para afrontar esa salida diaria. Quiero bajar y decirle que la admiro, que me asombra que no se haya rendido incluso antes de ponerse los calcetines, que el pensamiento de «voy a tardar una hora en dar la vuelta a la manzana» no la venza cada tarde. 

Avanzo tres manzanas, suena Dolly Parton en mi teléfono, pienso en tetas, en las suyas y en las mías y escucho las bromas que sobre las suyas ha tenido que sufrir toda su vida. Bromas a las que ella respondía con un chiste aún mejor. La admiro por eso, yo no hago chistes con eso casi nunca. Miro al coche a mi izquierda, el conductor es un hombre de unos cuarenta y de copiloto va la que supongo es su madre.Lo supongo por la edad de la señora y por la cara que tiene él, su expresión dice «esto es algo que tengo que hacer pero estoy agotado». A ella la veo poco, su cara queda tapada por la ventanilla pero lleva el pelo blanco arreglado con un caracolillo en la frente como una estrella del cine de los 40. Cuando arranco echo un vistazo furtivo y la madre del hombre agotado me recuerda a Olivia de Havilland. 

Paso otra manzana, paso la calle que lleva a la consulta de mi psiquiatra y hago cálculos de cuánto hace qué no voy por allí. Hace cinco años me arrastraba hasta allí llorando dos veces por semana, hoy paso por aquí y casi no me reconozco en esa persona. Paso otra manzana, paso por delante de tiendas de muebles que resisten el asedio de Ikea. Recuerdo, de niña, pasar por esas tiendas con mis padres y soñar con tener alguna vez un cuarto para mí sola como los que exhibían en sus escaparates. Camas preciosas, mesas de estudio ordenadas con flexos que daban una luz que te hacia desear entrar con tu libro y sentarte allí mismo a hacer los deberes. Yo ya no tengo que estudiar pero las tiendas siguen ahí y a través de la ventanilla de mi coche intento ver a alguno de los dependientes que resisten la avalancha del mueble de usar y tirar. Los imagino mayores, los imagino canosos, los imagino con jersey de pico verde mirando por la ventana, mirando hacia los coches parados, mirando hacia mí. 

Avanzo un poco y me paro justo delante del paso de cebra. Gente corriendo, madres empujando un cochecito de bebé, madres arrastrando niños y mochilas con esa actitud que mezcla «estoy agotada pero tengo que hacer esto» con «me muero de la risa con lo que me está contando» con «Dios mío, todavía tengo que preparar la cena, los baños... la comida de mañana» Me canso por ellas, yo he sido ellas. Quiero bajar del coche y decirle «vengo del futuro a decirte que se pasa». Más gente corriendo, con cascos y las manos en los bolsillos. Gente hablando con su móvil como si fuera una tostada. Gente en cafeterías en las que quiero que huela a las tostadas de mi infancia. 

Sigue sonando Dolly Parton, sus primeras canciones son tristísimas. Miro ventanas iluminadas: en una una lámpara que grita que su dueño es carne de Instagram, en otra una silla de dentista y certificados colgados en la pared, en otra una televisión gigante colgada en una pared con dibujos animados que iluminan toda la habitación. Pienso en los niños de esa habitación, pienso en si sentirán abrumados por el tamaño de esos dibujos animados y si al acostarse tendrán pesadillas con enormes criaturas de colores invadiendo la ciudad. 

Más peatones, más gente corriendo volviendo a casa, poniéndose a salvo. Este atasco no se acaba nunca y sigue sonando Dolly Parton. 


lunes, 11 de noviembre de 2019

Demasiado amor para una semana

La semana pasada me persiguió el amor por tierra, mar y aire, el amor me acosaba. No el amor como experiencia, no me cayeron pretendientes de los árboles ni tuve una experiencia romántica inenarrable, ni un antiguo amor apareció por sorpresa para decirme que sí, que yo tenía razón y que efectivamente se había equivocado. Me refiero a que me encontré con que todo a mi alrededor era filosofía sobre el amor, gente hablando sobre enamorarse, la pareja, el desamor, el olvido, las expectativas. Recorrí el espectro completo de sensaciones leyendo, viendo y escuchando el amor y lo he clasificado por el bien de este post y de mi cabeza. 

La historia de mierda que a todo el mundo le encanta y a mí me encabrona. 

«¿Has visto el segundo episodio de Modern Love?» «¡Es alucinante, mi favorito, vas a flipar!» «Es una historia preciosa, de muchísimo amor». Me puse a verlo y enseguida empecé a gritar a la televisión, terminando con un «vete a la mierda». La historia que tiene a todo el mundo suspirando de amor a mí me ha parecido un nuevo caso de hombre triste buscando su ratito de gloria, su manita por la espalda y que alguien le haga sentir algo por dentro porque está muerto, porque es un mierda. ¿Qué cuenta el famoso episodio? Hombre y mujer se conocen, se enamoran locamente, prometen encontrarse en un lugar concreto y él no aparece. Siguen con sus vidas, ella convencida de qué él era el hombre de su vida, que aquello que habían sentido era real y que probablemente él no sentía lo mismo. Por un azar completamente ridículo en la era de internet, él  se presenta en una firma de libros de ella en su ciudad. Sin levantar la mirada, con carita de corderito degollado, de mira qué monísimo soy. «Oh, qué sorpresa» «Oh, vaya, no esperaba verte aquí». Se encuentran, van a cenar, se cuentan sus vidas. Él  a la pregunta de si está casado contesta una variación de lo que siempre contestan los tíos casados cuando salen a buscar que les hagan casito:  «digamos que vivimos bajo el mismo techo».  (Un insulto a su mujer y a la persona con la que están hablando). Comprueban que siguen gustándose y pasan la noche de copas, paseando, contándose sus vidas. Él le cuenta que no acudió a su cita porque perdió el libro, Anna Kareninna, en el que ella le había apuntado la dirección. Aquí me salió una vena supercínica y pensé «Te está contando una trola tridimensional» pero bueno, lo pasé por alto. Ven amanecer, se despiden y cada uno se marcha a su casa. ¿Qué hace cada uno? Ella vuelve a casa y según entra por la puerta le dice a su marido que han terminado. Con calma y tranquilidad se da cuenta de que (por razones que se me escapan pero que no importan porque cada uno se enamora como quiere aunque no de quien quiere) está enamorada de otra  persona y no quiere seguir viviendo una trola. Ole por ella. ¿Qué hace el triste de él? llega a casa, ve a su mujer despidiendo a sus chavales y le dice «vamos a intentarlo» y la mujer le mira con cara de «pero si es lo que llevamos haciendo toda la vida».  

Con esta historia la gente suspira de amor y yo pienso que es una puta mierda. Él no merece ni el aire que respira de lo triste que es y ella, pobre, ¿quién no se ha enamorado de un gilipollas integral alguna vez en su vida? ¿Quién no ha idolatrado a un completo imbécil para luego darse cuenta de su error? Todos. A ella le salva que asume ese enamoramiento y decide no mentir a su actual pareja aunque sea para no estar con el idiota (ella no queda claro si se da cuenta de lo idiota que es).

Y eso sin mencionar que la historia no tiene ni pies ni cabeza en la era de internet donde tecleas el nombre de alguien y su número de pie y te saca sus últimas diez direcciones de correo. Y encima ella es una periodista famosa.  

La historia de amor que saca a relucir mi cinismo amoroso y luego me abochorna porque me reconozco. 

Por otro lado, estuve escuchando The Shadows. Un podcast canadiense de ficción que cuenta como una joven titiritera canadiense, Katlyn, vive, piensa y siente el amor. Aquí pasé en un primer momento del cinismo más asqueroso, rollo «madre mía la flipada está del amor con su rollo quiero que mis relaciones sean auténticas y no como las de todo el mundo» a agradecer estar sola en mi coche mientras lo escuchaba. Katlyn vive una historia de amor más o menos compleja, como las de todos vamos, y nos la cuenta y en el podcast la escuchamos. Parece una tontería pero no lo es. Escuchar una historia de amor narrada en primera persona es una experiencia muy extraña y que a veces resulta hasta desagradable. Los susurros de amoríos en la cama o los juegos de palabras entre una pareja son algo que todos creemos únicos y sin embargo son todos iguales. Y es curioso como da más vergüenza o incomoda más escucharlos que verlos en una película. Lo he estado pensando y creo que es porque cuando ves una relación amorosa en una pantalla, si te incomoda reconocerte puedes poner distancia pensando esa pareja no somos nosotros, esa chica rubia no soy yo y yo no vivo en Alaska,  pero el audio, ¡ay el audio!, esos susurros, esas sonrisas que se escuchan y esas risas entre sábanas podrían ser las tuyas y de hecho han sido las tuyas tantas y tantas veces. 

Así que con The Shadows pasé las dos etapas, la del cinismo de señora mayor desengañada del amor y la de avergonzarme de mí misma porque yo he sido Katlyn más veces de las que me gustaría. 

La historia de amor que explica algo que a mí me ha pasado y que no había pensado. 

«Though crushes are almost universally associated with the very start of love, in reality, they can happen just as much at love’s near-end point».

Cuando te separas de alguien lo que más cuesta es verbalizarlo, llegar a ese momento en que uno de los dos dice algo que los dos sabéis. Lo más duro es el camino hasta ahí, la angustia, el peso dentro, la negación, el ya se pasará, el será una mala racha hasta el momento final. Después de decirlo, de hablarlo, de ponerlo sobre la mesa, en mi experiencia todo es más fácil. No menos doloroso pero más fácil, menos extenuante. Dejar de fingir, rendirse a la evidencia siempre descansa. Y en este artículo Alain de Bottom explica como esa rendición,  la conciencia de que hemos renunciado a la esperanza de ser felices con esa persona nos quita de encima la presión y la exigencia y nos hace verla como es (en lo bueno) y no como nos gustaría que fuera para poder vivir con ella. Tenemos un breve momento de «¿Nos estaremos equivocando y deberíamos seguir intentándolo?» pero no, es un crush, una ilusión. Alain de Bottom lo llama un "flechazo otoñal" porque sucede cuando una relación está muriendo. 

«We are merely enjoying an artificial rush for someone because we have – in a deep part of our souls – finally given up hope of ever trying to live with, or be happy alongside, them».

La historia de amor a la que aspiras con la edad y tras haber pasado muchas historias de amor.

Un amor tranquilo, sin estridencias, sin apariciones estelares de la nada y por sorpresa, sin promesas eternas, sin grandes gestos pensados para epatar, sin expectativas y a ser posible sin susurros ridículos. 

«Habían llegado a una etapa, ocho años después de iniciar su relación, en la que habían empezado a hacerse regalos útiles que, más que expresar sus sentimientos, reafirmaban su proyecto de vida en común. [...] En una de las celebraciones de aniversario de boda, él le había entregado una tarjeta en la que ponía «Te he limpiado todos los zapatos», y en efecto lo había hecho, rociando todo el ante con impermeabilizador, frotando con una crema blanqueadora unas viejas zapatillas deportivas que ella todavía usaba, dándole a sus botas un brillo militar y tratando el resto de su calzado con betún, cepillo, trapo, trabajo duro, devoción y amor».

Siempre Barnes, siempre su retrato de la pareja como un sitio tranquilo, sin sobresaltos, como un jardín en el que descansar y al que mirar.  Este fragmento es de "El universo del jardinero" en el libro Pulso. 


Quizás haya sido demasiado amor para una semana.   


viernes, 8 de noviembre de 2019

Podcasts encadenados

Llevo semanas pensando en hacer esto y hoy dos amables  lectoras/amigas me han dado el empujón definitivo para empezarlo. Hoy, amables lectores, en esta pequeña aldea gala que es mi blog y que se resiste a desaparecer asistimos al nacimiento de una sección. A partir de hoy, los viernes, recomendaré tres episodios / podcasts para animar a todo el mundo a entrar en este mundo del que me he convertido en fanática, turrera y apóstol. 

Por supuesto y aunque esto no lo dice nadie, espero que me hagáis caso, que os gusten y que vengáis a decirme que mi criterio es fabuloso. 

1.- Cruces en el desierto de Las Raras. Las raras es un podcast chileno que cuenta historias de libertad como las llaman ellos de cualquier parte del mundo. Yo he escuchado historias de Chile, de México, de España, de Argentina. La que traigo hoy transcurre en Arizona, en el desierto de Sonora y cuenta como Álvaro, un inmigrante colombiano que llegó a Estados Unidos hace casi sesenta años, lleva seis colocando cruces en el desierto en los lugares en los que se han encontrado inmigrantes muertos. 3.200 puntos rojos en el mapa.  

El episodio nos lleva a recorrer el desierto, se escuchan las llamadas desesperadas al 112 de los inmigrantes perdidos y te hace desear que haya un nivel en el infierno dedicado especialmente a la gente que va al desierto a volcar los bidones de agua que las ONG de Arizona dejan allí para que los que cruzan no mueran de sed.  

Es un episodio estremecedor que te deja destrozado y al mismo tiempo te hace ver la suerte que tienes y de la que la mayor parte del tiempo no te das cuenta. 

Podcast: Las raras.
Episodios: Cruces en el desierto.
Presenta: Catalina May
Duración:  25 minutos




2.- La sala que era un cerebro de Radio Ambulante. De este episodio no quiero contar nada porque es mejor que sea sorpresa y que descubráis la historia según os la vayan contando. Radio Ambulante es podcast que hacen de manera conjunta por un montón de periodistas y productores repartidos por todo el mundo y que se distribuye a través de NPR la radio pública estadounidense. Las historias que cuentan nos llevan a  Costa Rica, a Colombia, a México y son de todo tipo, algunas más serias, otras más divertidas, algunas frívolas, otras que te dejan del revés. Todas están maravillosamente producidas y os van a descubrir muchísimas cosas. 

El capítulo que recomiendo transcurre en Chile en los años setenta y os aseguro que no os esperáis la historia. Su web es estupenda pero no vayáis a ella hasta terminar de escucharlo. En la era de lo visual merece la pena imaginar mientras se escucha y solo después ir a ver la realidad.

Podcast: Radio Ambulante
Episodios: la sala que era un cerebro
Presenta: Daniel Alarcón
Duración: 40 minutos. 



3.- Great Bitter Lake Association de 99% Invisible. Antes de empezar a explicar esta recomendación tengo que decir que la voz de Roman Mars, presentador-creador de este podcast, es la más sexy que he escuchado nunca. Roman podría conseguir cualquier cosa de mí si me lo pidiera con la misma voz con la que al final de cada episodio dice "Produced in Beautiful Downtown Oakland California". Confieso públicamente que cuando lo escucho en la intimidad de mi coche hasta me sonrojo. Es algo increíble lo de su voz. 

99% invisible es un podcast que lleva muchísimos años y del que podría recomendar muchísimos de sus episodios pero este es de los últimos y cuenta una historia que al escucharla te imaginas protagonizada por Steve McQueen o John Wayne o Robert Redford en un precioso technicolor. Transcurre a finales de los años 60 y en ella aparecen catorce barcos, el Canal de Suez, sellos, una guerra y un grupo de hombres que cincuenta años después continúan reuniéndose. 

La web de 99% invisible es una de las mejores webs de podcast que existen y proporciona muchísima información sobre la historia que cuentan en cada episodio. No os la perdáis pero siempre después de la escucha.  

Podcast: 99% Invisible
Episodios: Great Bitter Lake Association.
Presenta: Roman Mars
Duración: 33 minutos. 

Está mal que lo diga pero son tres buenísimas recomendaciones tanto si ya escuchas podcasts como si vas a empezar. Todos podéis encontrarlos en Apple Podcasts o Google Podcasts.

Espero vuestros, espero que amables, comentarios. 

El viernes que viene más.


martes, 5 de noviembre de 2019

Lecturas encadenadas. Octubre

Octubre ha sido un mes de lecturas tristes. A veces los libros se encadenan solos, se enganchan unos a otros y aunque al elegirlos de la estantería parezcan no tener nada que ver, al mirar atrás reconoces un hilo que los encadena, que los ata. En este mes los libros que he leído viajan atrás en el tiempo desde un presente dramático, miran hacia atrás intentando recuperar el momento en que todo se rompió. Miran hacia atrás con la esperanza, la que tenemos todos, de ver a nuestro yo del pasado levantando la cabeza de sus tareas y pensando «ey, he sentido algo, como una fuerza que me dice que aproveche este momento que en algún momento lamentaré no haberlo disfrutado».

Empecé el mes con El Colgajo de Philippe Lançon. De este libro, aunque ya nadie lo recuerde, se habló muchísimo en septiembre, se habló en todas partes y me lo recomendaron varios amigos así que cuando lo vi en una librería de San Sebastián lo compré deseando poder atacarlo cuando antes. Atacar es la palabra para enfrentarse a lo que cuenta Lançon porque hay que aguantar el horror, el dolor, el miedo y la obsesión. Es un libro que agota y del que quieres escapar igual que agota cuidar a alguien enfermo.  

El colgajo es un libro en espiral concéntrica o un espejo hecho añicos. Hay un punto central que es el atentado en la redacción de Charlie Hebdo a partir del cual todo se rompe y que se convierte en el eje, en el punto central de toda su vida. Esa ruptura que destroza todo lo anterior se convierte en lo único que importa. No hay nada más allá, nada importa porque todo ha dejado de tener sentido. La vida que Lançon creía segura se ha esfumado y lo único a lo que puede aferrarse es a su dolor, a su agujero, a las operaciones, al colgajo, a los hospitales, al personal sanitario que le atiende, a las rutinas de hospital, a su cirujana, a los policías que le acompañan durante meses para protegerle, a su fisioterapeuta, a su habitación de hospital. Todo lo demás le es indiferente porque todo lo que se encuentra fuera de su dolor es peligroso. Para algunas personas puede resultar aburrido y es verdad que creo que le falta algo de edición ( A Ordesa le pasaba lo mismo y no sé si es que el trabajo de editor no se hace bien o que los autores se niegan a eliminar todo lo que ha salido de su mano) y podían haber recortado algunas páginas pero a mí me ha gustado incluso con sus repeticiones. La obsesión concéntrica me resulta sincera porque alguien que sufre siempre se reconcentra en su dolor, se vuelve adicto a él, se convierte en una obsesión, en una droga y  no lo suelta. Para los demás que lo ven desde fuera puede resultar cansino, enfermizo e incomprensible pero yo entiendo su obsesión como una manera de hacer la enormidad de su tragedia algo manejable. Lançon le da vueltas y más vueltas tratando de entenderlo, de hacer comprensible lo incomprensible para así poder doblarlo, guardarlo y seguir adelante. 

«Uno no se libra del refugio en el que está, no hay forma de destruirlo. Yo no podía eliminar la violencia que me habían infligido, ni tampoco aquella que trataba de mitigar los efectos de la primera. Lo que sí podía hacer, en cambio, era aprender a convivir con ella, a domesticarla buscando, como decía Kafka, la mayor dulzura posible». 

Dice Lançon sobre la gente que le acompañaba «Los otros, por más cercanos que fueran, vivían en un mundo en el que la rueda gira un día tras otro, una cita tras otra. En el mundo en el que el atentado había sucedido sin suceder» y por eso recomiendo este libro, para reflexionar sobre como vivimos creyendo que las cosas que no nos afectan en realidad no han sucedido.  

Malaherba de Manuel Jabois llegó a mis manos sin tener que llegar tras una serie de encuentros desencuentros, quedadas, olvidos,  resacas. mensajes y finalmente una llamada. A Manuel Jabois ni le leía en la prensa, ni le escuchaba (ni escucho) en la radio ni le conocía más que de oídas. Un buen día de enero le conocí en un bar y resultó ser un tipo encantador pero yo seguí sin leerle y sin escucharle en la radio y aparte de algún artículo esporádico no conocía su escritura y no tenía ni idea de qué iba esta novela. 

Como he dicho al principio es otra novela que mira hacia atrás, como el libro de Lançon, escudriñando todo lo que pasó antes de. Tambú, tiene diez años y mira la vida, a sus padres, a su colegio, sus amigos, a los otros niños con los que no se lleva demasiado bien intentando encontrarle el sentido. Quiere entender lo que ve, lo que siente, lo que se dice y sobre todo lo que no se dice pero que todo el mundo sabe. El mérito que tiene la novela y es un mérito descomunalmente grande es conseguir que el tono del narrador sea creíble. Es dificilisimo recrear la voz  y, sobre todo, la forma de pensar de un niño de diez años. Creemos que nos acordamos de cómo pensábamos cuando éramos niños pero no es verdad. Nos recordamos más listos, más sensibles, más enterados del mundo y eso hace difícil recrear de manera creíble a un niño de diez años. No hace falta saber, ni importa lo más mínimo, si las historias que cuenta Jabois le pasaron a él o se las contaron o las ha inventado. Da igual. Lo fundamental es que me he creído a Tambú y sus razonamientos desde el primer momento de la misma manera que me creí ( y volvería a creerme si releyera sus libros) a la Celia de Elena Fortún.  Entendiendo a Tambú recordé a Celia y su manera de ver el mundo. Como en Malaherba en los libros de Elena Fortún los adultos hacen cosas incomprensibles que lo niños tratan de entender porque necesitan un lugar seguro en el que estar, al que pertencer.  Pasar a ser adulto es descubrir que tus padres no saben lo que hacen y aprender a vivir sin seguridad.

«Ser padre consiste básicamente en mentir, desde el primer momento hasta el último se pasan la vida mintiendo».

Jabois ha conseguido con su libro que haya visto el mundo desde abajo, mirando hacia arriba como un niño de diez años, como cuando leía a Celia. Ha conseguido también que me ría porque la historia de Tambú está llena de risa, frescura e inocencia sin ser en ningún momento cursi. Evitar la cursilería es otro gran mérito del libro. Y además Malaherba huele  a sudor y a carteras y a mandarinas a la vuelta del recreo en las escenas del colegio y tiene aroma a niño dormido y tacto de esquijama con dibujos de esquiadores cuando estamos en el dormitorio de Elvis. 

«Querer a la gente es mirarla mucho hasta no saber si es guapa o fe, y que no te importe lo más mínimo». 

Leed Malaherba. Volved a tener diez años.  

En mayo, en la feria del Libro Antiguo compré Retahílas de Carmen Martín Gaite y le llegó el turno ahora intentando leer algo que fuera distinto a Jabois y Lançon. Y Retahílas "suena" distinto porque lo que cuenta lo veo como una peli española de los años 70 aunque de lo que trate sea sobre lo que nos sigue preocupando a todos: el desarraigo, la imposibilidad de conectar con tu familia, el miedo al amor, la inseguridad, el luto. La novela se organiza en largos monólogos (me pregunto si nunca se ha hecho obra de teatro)  de dos personajes, tía y sobrino,reunidos en una casona familiar en la que hace años que ninguno de los dos ponía los pies. A través de esos monólogos conocemos su historia y la de toda la familia. A ratos, sobre todo al principio y en las historias de la tía, se me hizo un poco pesado porque no conseguía conectar con ella como personaje y no sabía que quería contarme. Después fui entrando en la historia poco a poco y al final me quedé con ganas de más, con que la historia no terminara.  

Martín Gaite es una escritora inmensa, increíble de lo buena que es.   

«Se dice: «me empeñé en olvida a Fulano y lo conseguí», mentira, el olvido rige sus propios laberintos y nunca nos enseña el secreto de unas reglas que ni él mismo conoce, es dios autoritario y caprichoso y nunca lo sabremos de antemano si va a concedernos sus favores ni la ración de espera y de paciencia que aún nos destina para consumir; «conseguí olvidar», sí, a veces se dice, se apunta uno ese tanto incluso con cierta convicción, ¡qué jactancia adornarse con plumas de un dios tan arbitrario!, mientras él no aba puertas a nuestro cautiverio porque le de la gana y cuando se la de, no pasan de ser muecas los amagos de escape que exhibamos; descenderá el hastío cuando lo tenga a bien ese jefe supremo e invisible, y puede no querer, te lo digo Germán, no querer nunca; si no quiere es inútil» 

Y con esto y un trancazo monumental que me hace sospechar que lo mismo nada de lo que he escrito tiene sentido, hasta los encadenados de noviembre.  




viernes, 1 de noviembre de 2019

Mi padre. De primeras y últimas veces

«Papá cantó, fue la primera vez en mi vida que lo oí cantar. Ahora a veces me pregunto cuándo fueron las primeras cosas de todo. El primer recuerdo que tengo de mamá y de papá, por ejemplo, no lo tengo. Podría pensar: es que era muy pequeño. Pero crecí: fui niño después de bebé, y tuve capacidad para recordar la primera vez que les vi la cara y la retuve. Yo recuerdo perfectamente la primera vez que vi a Elvis o a Claudia, ¿por qué no a mamá o a papá, o a Rebe? Quizá porque estuvieron siempre, y de los que estuvieron siempre no hay primera vez, solo una vez continua, o ese consuelo tenía yo».  (Malaherba, Manuel Jabois) 

Esta es nuestra primera vez juntos. Yo, como el protagonista de Jabois, no me acuerdo de cuándo vi a mis padres por primera vez. Nunca había pensado sobre esto, me sorprendió al leerlo el otro día y recordé que tenía guardadas estas fotos. Y he vuelto a mirarlas para descubrir a mi padre en el momento en que se convirtió en padre. Yo no recuerdo conocerle, verle por primera vez, pero supongo que él siempre recordaba este momento, el día en que me conoció y se dio cuenta del lío en el que se había metido. La corbata, la camisa amarillo pálido, la chaqueta de lana abrochada hasta arriba, la cama de barrotes, yo envuelta en toquillas y jersey tejidos a mano. 

Me gusta su sonrisa a cámara mientras yo, en brazos de mi madre, berreo a gritos.  Es la sonrisa que ponía siempre en todas las fotos. Sonrisa de pícaro, de «yo he venido aquí a disfrutar de la vida», de  «soy encantador». Pero me gusta aún más su mirada de angustia cuando creía que no le estaban mirando. La cara de «eso es mío y a ver qué hago yo ahora». Es una mirada en la que se mezcla el miedo, el agobio, la ternura y el vértigo por el futuro. 

«De los que estuvieron siempre no hay primera vez, solo una vez continua» escribe Jabois. Le doy vueltas y me doy cuenta de que es un pensamiento de hijo, no recuerdo la primera vez que vi a mi padre pero sí recuerdo la primera vez de mirar a mis hijas y sentirme como él en estas fotos. Creo que él, veinticuatro años después de esta foto, cuando murió, no pensaba en la última vez que me vería a mi o a mis hermanos o a mi madre o la luz del sol. Y en eso nos diferenciamos porque el hecho de que él se fuera tan pronto y tan de repente me hizo, y me hace cada día, ser terriblemente consciente de que puedo desaparecer mañana mismo, esta tarde, dentro de un rato. Y dejar de ver a mis hijas. 

Él supo que era  la primera vez que me veía. Yo no.
Él no supo que era la última vez que me veía. Yo sí lo sé. 

Jamás había pensado esto. Veintidós años después sigo descubriendo cosas.

*Mi madre, esa adorable jovencita de las fotos, cumple hoy 75 años.y estamos de celebración. El 1 de noviembre es un día rarísimo.