martes, 17 de enero de 2017

Una casa de Hopper

Hasta aquella noche no pensó que la casa dónde había vivido 4 años se parecía a las que aparecían en las  vistas ¿furtivas? ¿Imaginarias? de los cuadros de Hopper. 

Deseo poder volver a vivir allí. Se sintió extraña de sí misma, una sensación que nunca había tenido. Quería volver a esa casa, sintiéndose como cuando tenía veintiocho años pero sabiendo lo que sabe ahora.  

Desde la calle hay que recorrer un pequeño pasillo para llegar al portal, el edifico está retranqueado para poder tener un espacio que no llega a ser un jardín pero en el que cuando ella vivía allí había un gran árbol cuyas ramas llegaban hasta su piso. Ahora hay uno más pequeño, mucho más pequeño, que quizás tarde los ochenta años que su antecesor necesitó para alcanzar las alturas. 

El portal es pequeño y en el angosto hueco hexagonal de la escalera, en algún momento, se encajó un ascensor tan minúsculo que empujaba a abrazarse, a tocarse, a besarse.  En el descansillo de su piso, el cuarto, los suelos eran de losas hidráulicas y había dos enormes puertas verdes exactamente iguales. La suya era la izquierda. 

Su casa era gris. No un gris de tristeza y amargura, ni un gris de suciedad y paso del tiempo. No era un gris que desdibujara sino un gris que hacía reír, bailar y sentirse elegante. Así se sentía ella: elegante, feliz y con mucha suerte porque aquella casa le encantaba. Tenía un gran dormitorio con paredes, moqueta y ventanas grises. El gran ventanal de madera que se asomaba al árbol del jardín,  tenía delante un banco de madera en el que puso cojines para sentarse a leer. No lo hizo muchas veces porque aquella madera antigua ya no encajaba bien y dejaba pasar un viento helador. Pintaron el cabecero de su cama de amarillo violento y llenaron la estantería que tenía encima de libros que fueron comprando y regalándose mutuamente. Ella necesitaba subirse encima del cabecero para alcanzar el último hueco, allí solo guardaba libros que ya había leído pero por alguna razón siempre parecía tener motivo para trepar a buscarlos. Los techos altos era otra de las cosas que le encantaban de aquel piso, tumbarse en la cama y ver el techo tan lejos, dejándole espacio para pensar sin interrumpirla, espacio para mirar sin tropezar. Le gustaba el tono de luz que con las cortinas, también amarillas, se filtraba en la habitación cuando estaban en la cama. Lo hacía todo fácil. 

El pasillo era largo y atravesaba la casa haciendo medianera con los inquilinos de la derecha, marcaba el límite de su espacio y terminaba en un salón también  grande y gris, con una viga metálica atravesándolo por la mitad, como si estuviera ensartado. Aquel pilar metálico parecía ser lo único que lo mantenía unido con el resto del edificio. A veces pensaba que podría hacerlo girar sobre esa viga y desplazarlo hacia fuera, sobrevolando el enorme patio de manzana al que se asomaban las ventanas del salón. 

Al fondo estaban el baño y la cocina. El suelo resplandecía con baldosas de un color rojo brillante contra el que chocaban los baldosines negros del baño y los blancos de la cocina. Todo tenía enormes ventanas al patio. 

Cuando desayunaba de pie, su tazón de cereales y su café con leche, antes de irse a trabajar veía la vida empezar en ese patio: los coches llegando al taller, las luces de las oficinas en el edificio lejano que ocupaba la otra punta del patio y las cuerdas de la ropa de tender ocupándose y desocupándose. 

En aquel patio había una academia de baile de salón. Cada mañana pensaba que debería fijarse por la noche, cuando estuviera preparando la cena, para ver qué tipo de gente acudía a ella.  Se acordó de aquella academia once años después, mirando su casa desde la calle, una noche cualquiera en la que volvió a pasar por delante y pensó en Hopper.   

Nunca vio a nadie entrar en aquella academia.


miércoles, 11 de enero de 2017

Breve y desesperado manual de adolescencia

Llega un momento en el que dudas si todo lo que has  tratado de enseñar a tus hijos durante un montón de años se ha esfumado por completo. De repente, te das cuenta de que en tu comunicación con tus hijos, te pasas la mayor parte del tiempo teniendo problemas de cobertura, hay interferencias en la línea y ruidos extraños que parecen impedir cualquier tipo de comunicación fluida. 

A fuerza de escuchar, observar, interpretar y anotar he conseguido una, por ahora, una breve guía de interpretación de frases, actitudes y miradas. 

Ya voy, ya voy. 

Con toda probabilidad bolas del desierto y el séptimo de caballería aparecerán por tu pasillo, antes de que tus hijos adolescentes encaminen sus pasos a tu encuentro. 

Si, en un ejercicio de paciencia suprema, decides quedarte quieto esperando a que vengan porque quieres creer que en algún momento se darán cuenta de que les estás esperando, buena suerte. La parte buena es que serás consciente de cómo te crece el pelo y las uñas.  

Un momento

Significa no pienso prestar atención a lo que me has pedido hasta que no hagas una imitación perfecta de la niña del exorcista y parezcas poseída. Es entonces y ni un segundo antes cuando te prestaré atención y te miraré en plan: pero ¿estás loca? 

A veces va seguido de un "tranquilízate" o un "cómo te pones". Descubres que estas dos expresiones en boca de tus hijos consiguen que entres en combustión.   

-¿Qué?

Este interrogante suele venir acompañado de un leve giro de cabeza con o sin subida de cejas y con o sin aleteo de pestañas que te deja vislumbrar esos ojos que conoces tan bien, los ojos de tu hija. Esa mirada puede distraerte del verdadero significado de esa palabra y qué es "Sé que has estado contándome algo y crees que te he escuchado pero no es así, no tengo ni idea de qué estabas diciendo". 

Solo me lo has dicho una vez.

Esta frase se activa cuando has pedido/preguntado algo una media de seis veces pero solo la última de ellas ha conseguido alcanzar su tímpano, activar el nervio auditivo y conseguir que su cerebro responda por que ha encontrado una ventana de disponibilidad para atender gracias a un leve despiste de sus hormonas. Por supuesto, les parece que escuchar una sola vez cualquier cosa no significa para nada que haya que reaccionar, para eso necesitas encontrar otra ventana de disponibilidad cerebral. 

Ya. Sí, claro.

Estás tres palabras las pronuncia la sabiduría suprema que tu hijo adolescente cree haber alcanzado por arte de magia y son la expresión de su opinión sobre lo que tú sabes. Resumiendo, "Ya, sí, claro" significa: "No tienes ni idea de lo que estás hablando".  

No.

Respuesta refleja a cualquier pregunta, sugerencia o petición. 

Es injusto.

Respuesta refleja a cualquier negativa adulta a toda pregunta, sugerencia o petición por su parte.  

Se han documentado casos de adolescentes que han sido capaces de sobrevivir a meses de conversación utilizando sólo "No" y "Es injusto". Algunos han batido incluso records de legendarios espías. 


Consejos:

Recuerda cómo eras con esa edad. Tu hijo es tan  irritante como lo eras  tú con esa edad. 

El No es poderoso. Es agotador y generador de tensiones en un primer momento pero hay que mantenerlo. No te rindas.

Busca paciencia en cualquier cajón, armario o bolsillo de unos pantalones que no te pones desde hace años. Compra paciencia en Amazon, en las rebajas y cuando se te agote recurre a la de tu pareja y tómate un descanso. 

Habla, habla y habla con ellos... aunque creas que no te escuchan, que no sirve. 

Mira fijamente fotos de cuando tenían 7 años. Desde ahí te miran sin dientes, despeinados y sonriendo sin perdonarte la vida y recuerda que ese niño sigue viviendo contigo pero está entregado a surfear su tobogán de hormonas y quiere hacerlo solo. Debes quedarte al lado, como cuando se tiraba en el tobogán, dejar que se lance y tener la mano al lado para cuando se caiga de bruces, porque se empeñará en tirarse de cabeza. 

Procura no decir: te lo dije.  

Grita mientras conduces para liberar tensión. 

Y en los buenos momentos, que los hay, disfruta todo lo que puedas, hazlos durar como sea. Con un poco de suerte y paciencia cada vez serán más numerosos... pero tomatelo con calma.

Ya, sí, claro.   


lunes, 9 de enero de 2017

Despelleje Globos de oro 2017


Dentro de 20 días este humilde blog cumplirá nueve años y hoy veo, tras repasar las fotos de la entrega de los Globos de Oro,  que mis sabios y siempre acertados consejos durante todos estos años no han servido de nada. Resumen del repaso de más de trescientas fotografías: todo mal. 

Un desastre.
Una catástrofe.
Un despropósito.

¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? 

Los colores muy muy feos, tan feos que no sabía que existían se han hecho con la alfombra roja. Supongo que un nuevo ataque de originalidad mal entendida ha arrasado en la mente de diseñadores y actrices.  

Quiero un vestido del mismo color que mi anodino tono de piel. Ajá. Buenísima idea. No se me ocurre nada menos favorecedor, ni siquiera un saco de basura metido por la cabeza. Aquí otra de exceso malva y candidata a premio "pechitos" 

Quiero un vestido del color de la funda de mi colchón, me recuerda a la faja de mi abuela. 

Me horroriza el vestido de Blake Lively. En mi mente calenturienta veo esos dorados como serpientes enrolladas en sus brazos que ella mantiene a raya con la pulseraza que lleva en la muñeca y que seguro que tiene poderes mágicos. El vestido me horripila pero estoy  muy a favor de su evolución a señora estupenda. Bien por ella.   

Anna Kendrick va vestida de visillo sucio de piso de alquiler en idealista que te hace decidirte a no alquilar ese piso ni aunque te lo regalen. Su expresión de alegría infinita confirma que no está muy contenta con su elección. No hay que fiarse de las fotos ni siquiera para elegir vestido. 

Me fascina la infinita capacidad de Wynona para ser anodina, para dar igual. Siempre. Por su pose podemos confirmar que ella es, como la mayoría de nosotras, una mujer que ya no sabe llevar vestidos de fiesta.  Muy fan de su cara "¿me puedo ir a casa?" 

Elsa va a lo Pedroche, en bolas. Por ahora, no he oído a nadie clamar contra la opresión machista que la ha obligado a ir a esa fiesta con ese vestido.  Sofía Vergara también va en bolas con aplicaciones de candelabro de Versalles. En su pose tampoco percibo mucha opresión patriarcal. Creo que está encantada porque ella lo vale.  Nicole Kidman  se suma a la moda opresora y va desnuda con un trapo transparente muy muy feo colgado de los hombros y despeluchado en los pies. Sorprendentemente en su cara veo satisfacción. A ver si vamos a tener que revisar esos argumentos de culpabilidad hacia los hombres cuando las mujeres eligen ponerse lo que les da la gana.  

Un hombre que no sabe llevar traje y al que es posible que la nuez le asomara por la nuca por lo apretado que lleva el cuello de la camisa. 

De rodillas para adorar a Anette Bening: ¡qué clase! ¡qué estilo! ¡qué vestido más chulo y que bien peinada va! A Warren me lo perdono. 

Gillian Anderson de princesa disney. Laura Dern de ilustración de libro de botánica del siglo XVIII y demasiado pelo. 

Keri Russel ha hecho el famoso "dámelo TODO": transparencias, estampado animal y volantes. Le falta una peineta. 

Ardo en deseos de ver Lalaland porque es un musical, porque sale Emma Stone y porque sale Ryan Gosling. Ya tengo escrito por aquí, que no sé si Ryan me gusta o no me gusta porque siempre que le miro tengo la sensación de que si desayunara con él, tras una noche de amor y sexo, me lo encontraría mirándome por encima de la taza de café exactamente con la mirada que tiene aquí. Una mirada que me haría pensar "no sé si le gusto mucho o planea secuestrarme". No me gusta el esmoquin que lleva pero hay que tener mucha clase para ponerse esos zapatos. 

Emma, Emma, Emma, mira que me gusta, mira que me cae bien pero ¿Qué es eso que te has puesto? ¿Por qué? Es tan feo, te queda tan mal, es tan cursi, tan lánguido, tan horrible que no consigo entender cómo alguien te ha dejado salir así de casa. ¿Ha sido Ryan? No te fíes.  

Evan Rachel Wood y su esmoquin con camisa de lazo, PERFECTA. 

Jeffrey Dean Morgan vestido como si saliera de su puesto de trabajo en una sucursal bancaria de Barcelona y sin cinturón. Muy mal.  

Kristen Wiig  de recortable. Me recuerda a mi niñez y esas tiras de papel que recortabas con formas geométricas para hacer guirnaldas. Si, algo que ya no se lleva, como el vestido de Kristen. 

Que alguien me explique qué promesa y a qué santo ha hecho que esta chica se ponga esta cosa.  Es también una guirnalda recortable, es amarilla, tiene apliques plateados, una extraña cinta negra atravesada y debajo lleva un corpiño negro. O es una promesa o una penitencia.  O un "a que no hay huevos". 

Reese de amarillo bien. Natalie de amarillo mal. ¿por qué esas manguitas que la hacen bracicorta? Y ni el peinado ni la sonrisa la favorecen. A lo mejor es que el anillo que lleva a presión en el índice le corta la circulación y mientras sonríe solo puede pensar en que van a tener que amputarle el dedo porque ya ha ido 3 veces al baño y no ha conseguido quitárselo. A lo mejor es eso. 

Otra de amarillo que no sabe qué hacer con su vida. Por ahora se dedica a posar como si se le estuviera descolgando la mandíbula mientras se le disloca la cadera. Derrocha naturalidad por todos sus poros. 

Kristen Bell haciendo de su "no tengo canalillo" virtud.  Jessica Biel compitiendo también por el premio autopista de 4 carriles con un vestido completamente incomprensible

¿Qué es esto?  Quiero saber quien es el campeón que consigue venderle esta cosa a alguien diciéndole "tengo justo el vestido que necesitas" y quiero saber cómo de desagraciada es tu vida para que lo compres y te lo pongas. 

Hugh Laurie haciendo un "soy un señor inglés y lo importante es mi inteligencia". No digo que no, pero a mí de Dr.House me ponía mucho y ahora mismo le miro y lo que me apetece es aprender a jugar al bridge. 

Sarah Jessica disfrazada de Catalina la Grande. Le sobra todo, tela, vuelo, mangas, trenza postizo y rictus.  Julia Louis Dreyfus muy muy elegante, si se peinara sería la bomba. 

¿Soy yo o Tom Ford tiene los ojos tan pequeños que casi están a punto de desaparecer?  Como siga poniendo esa cara de estar estreñido los va a perder definitivamente. 

Una cumbre de cursilería con uñas picudas. 

¿No me queda un poco grande? ¿no es un poco soso? Si, cariño, te voy a atar una cinta lila en la cintura y ya está. No, no está.  

Jamás pensé que diría esto pero  Heidi muy mal, fatal.  Parece que le ha pillado el toro y se ha pegado unas tiras de césped artificial encima de la toalla de piscina. 

Michelle Williams sigue empeñada en autoconsumirse. Cada vez es más minúscula, más chiquitita y lleva vestidos de muñequita de dar mucho miedo en casa de tu vecina loca. 

Ni una entrega de premios sin su reintepretación del socorrido disfraz de bolsa de basura. Siempre pienso lo mismo, ¿resbalarán? ¿pesarán mucho esos vestidos? ¿te engancharás en todas partes? ¿darán frío? 

Milo Ventimiglia con un bigote a lo magnum que no le favorece nada y el nudo de la pajarita mal hecho. Me gusta mucho más en su versión macarra en las Gilmore Girls.

No sé quien es Regina King pero su vestido de encimera de granito me fascina, le queda de lujo, es elegante y lo lleva con mucha clase. 

"Las mujeres se operan mucho",  jajajajajajaja. Tururú.  Sylvester y John deben estar alimentando por sí solos a 3 ó 4 generaciones de cirujanos plásticos en Hollywood.  Sus mujeres divinas y muchísimo más reales.  

Michael Shannon y todo lo que no hay que hacer si te pones traje.  Los niños de Stranger Things, sin embargo, están monísimos y demuestran más clase y saber estar que muchos de los hombres adultos. 

Felicity maravillosa. Bien el vestido pantalón, el pelo, el maquillaje y la sonrisa. Muy fan. 

No tengo palabras para esto de Lyly Collins. Me he quedado estupefacta. Solo se me ocurre coger un avión para estar a su lado cuando se despierte, entre en internet y se vea de verdad. Entonces podré  cogerle la manita y decirle "no te preocupes, se pasará, se pasará".  Cuando se haya repuesto del disgusto le propondré quemar esa cosa en el jardín mientras bebemos vino directamente de la botella. 

Visto lo visto, veo un nicho de mercado, hay que crear un servicio de "mejores amigos", alguien a quien puedas llamar en estas ocasiones para que te vea el vestido y te diga: "mira, si no fueras mi mejor amigo no te lo diría pero esa cosa es horrible, no puedes llevarla" y te salve de ser despellejado.  

martes, 3 de enero de 2017

Los hombres que sabían llevar traje


Hay dos tipos de hombres, los que saben llevar traje y los que simplemente se meten dentro.

Los hombres que saben llevar traje se han convertido en especímenes raros, tan difíciles de ver en libertad, en un hábitat cotidiano, que cuando cazo alguno me quedo maravillada, disfrutando de la vista. 

Hubo un tiempo, cada vez más lejano, en el que todos los hombres sabían llevar traje y todas las mujeres falda de vuelo y tacones. Aquella sabiduría popular se perdió, igual que pasó con nuestra capacidad para hacer fuego frotando dos palito. Nosotras ya no sabemos llevar faldas de vuelo sin soltar risitas tontas y el grupo de hombres que sabe llevar un traje está prácticamente en extinción. Quedan unos cuantos ejemplares, unos cuantos elegantes irreductibles que resisten como pueden las fuerzas bárbaras y la ola de infantilismo reduccionista que ha sacudido a la mayoría de los hombres. Esta ola ha convertido a todos los hombres en seres que no saben vestirse de acuerdo con las circunstancias y que si los sacas de su atuendo "tipo" sufren convulsiones, tics nerviosos y mascullan  excusas de tanta enjundia como: es incómodo, me pica, me aprieta. "Nene, no guta". 

Un hombre que sabe llevar un traje lo lleva. Él es el que tiene el poder, el control y el mando sobre la prenda. Se detecta rápidamente porque lo primero que piensas es "qué elegante" y no "¿por qué lleva un traje que le queda pequeño? o “¿nadie le ha dicho que esas mangas son demasiado cortas/largas?” En un hombre que sabe llevar traje lo primero que ves es a él, en el resto de los hombres ves el traje colgado de sus hombros y rellenado con sus piernas. Muy desagradable.  

A estos, cada vez más, raros especímenes el traje les sienta como tiene que sentarles. La cintura en su sitio, el largo de la pernera ajustado al zapato sin arrastrar y sin dejar los tobillos al aire. Se abrochan los botones de la chaqueta mientras continúan respirando y las hombreras les quedan en su sitio, los hombros, sin parecer que llevan protecciones de fútbol americano. 

Los hombres que saben llevar traje llevan, increíblemente, un traje de su talla.  Esto parece una obviedad pero la mayoría de los tíos en edad adulta debido a su "pues a mí el traje no me gusta" o "pues yo paso", se compraron un traje hace 15 años y es el que usan cuando se ven obligados. Obviamente ya no es de su talla, o les aprieta la cintura con una presión incompatible con tener riego en las piernas o, si son de los que se han vuelto adictos al deporte o han dejado los carbohidratos, les hacen unas bolsas en el culo en las que podría vivir una familia entera de minions. 

Los hombres que saben llevar traje eligen la camisa para ponerse con ese traje. Sienten en la piel la camisa que deben llevar y la que ni de coña. La tropa que simplemente se embute en un traje cree que la camisa "da igual", "vale cualquiera, ¿no?" "Si casi no se ve". La mayor parte de esta tropa, por no decir toda ella sin embargo, ha desarrollado un exacerbado sentido de la idoneidad en cosas tan interesantes como las zapatillas de deporte y tiene 25 pares dependiendo de si son para correr mucho, poco o regular, para correr en seco, en charco o en cinta, para jugar al paddle, al tenis, al balonvolea o al fútbol. Aquellos que no practican deporte y que creen que no les meto en este saco probablemente tienen una clasificación estricta sobre qué camisetas son para salir, cuales para trabajar, cuales "elegantes" (sí, hay hombres que creen que tienen camisetas elegantes) y cuales son tan especiales que no se pueden poner nunca. Pero la camisa del traje da igual. 

Los hombres que saben llevar traje tienen gemelos. Y saben ponérselos solos y ajustar exactamente el largo del puño para que asome correctamente por la chaqueta. Este es un talento que está a punto de perderse.  

Los hombres que saben llevar traje saben interactuar con él. Caminan, se sientan, conducen, corren, comen hablan o asisten a una reunión como si lo que llevaran puesto no importara, como si no fueran conscientes de ello. 

Los hombres que saben llevar traje parecen estar siempre tan cómodos que, a veces, cuando los observo, me encuentro imaginando qué habrá debajo del traje. A veces, incluso, elucubro con el proceso de quitárselo. 

Con los que simplemente llenan el traje, la mayoría de las veces pienso "seguro que llevan calcetines Artengo".