martes, 12 de enero de 2021

Cien noches con un peso atado a los pies

 


Advertencia: este post contiene lenguaje y expresiones vulgares y descripciones crudas de lo que se supone son actos sexuales entre adultos.

Segunda advertencia: no me hago responsable de la vergüenza ajena que los lectores puedan sentir al leerlo. 

Tercera y última advertencia: el post es un puro spoiler pero no importa nada porque de ninguna manera y bajo ninguna circunstancia, ni siquiera de fuerza mayor (como que os secuestraran a un hijo y os exigieran leerlo) debéis acercaros a este libro ni con un palo, ni con una pértiga. Ni lo miréis. 

Allá vamos. Para empezar entono el mea culpa, casi un año después de poner a Dios por testigo, de prometer que no leería más libros aclamados por la crítica y premiados he vuelto a caer. Y Dios me ha castigado fortísimo. Lo único que puedo hacer para redimirme es salvar a otros de mi error. 

«Quizás yo lo recuerdo mal, no importa. Quizá yo tampoco tenía sentimiento de culpa. Pero un día, con mi semen todavía en la boca, me preguntaste si era razonable lo que estábamos haciendo. Tú amabas a Claudio y yo era feliz con Harriet como nunca lo había sido con nadie»

Con esta imagen tan innecesaria y tan asquerosa en mente, os voy a contar quienes son los protagonistas de esta escena tan bochornosa. 

La del semen en la boca (ojalá dijera Pamplona que me parece una frase muchísimo mejor para decir en esas circunstancias que preguntar por la moralidad de los cuernos que estás poniendo) es Irene y  es guapísima. Pero guapa de doler, guapa de tener un problema. ¿Qué problema tienen los guapos? Nadie lo sabe, pero es un problemón. «¿Qué habría sido de mi si no hubiera sufrido la maldición de la belleza?» Pues mira, Irene, lo mismo nos habíamos ahorrado este espanto. El caso es que Irene es guapísima aunque por supuesto de niña era feúcha pero  cuando se vuelve guapísima, pero una cosa mala de guapa (si os está resultando cansina esta reiteración, imaginad lo que es la novela cuando ella misma no se cansa de repetirlo), los hombres la acosan muchísimo, todos quieren ligar con ella. Como consecuencia de esto, su amigo Hugo la viola. Mal por Hugo pero tal y como está contando y a pesar de que estás en la página diez, ya te da igual. 

Bueno pues la Irene guapísima y de familia millonaria con un tío en la cárcel por corrupción en el franquismo y una tía que vive en Estados Unidos porque quiso ser piloto y su padre no le dejó y no me acuerdo pero pasó algo y se fue y volvió y luego se volvió a ir, se va estudiar psicología o psiquiatría a Chicago. ¿Por qué Chicago? Porque su amiga del alma Adela quería ir ahí. Es su amiga del alma pero Irene la describe así cuando recuerda como su amistad se rompió cuando, de adolescentes, a Hugo empezó a gustarle ella y no Adela que estaba enamorada de él: «Ella sintió celos de Hugo. El amor dejó de ser un juego social y se convirtió en un torneo de guerra en el que no se respetaban las lealtades ni las jerarquías. Adela se había transformado en una jovencita gorda y con la piel llena de escamas. Los carrillos le caían blandos sobre la mandíbula, y los molledos de los brazos y las piernas blancuzcos se le escurrían sin consistencia. Incongruentemente,  era corpulenta en todo menos en el pecho: tenia unos senos pequeños, casi masculinos».

Podría detenerme en que si tienes una amiga que te describe así lo mejor es que jamás le des la espalda o en la absoluta ignorancia que refleja el hecho de que al autor le parezca incongruente ser gorda y tener pechos pequeños pero no tenemos tiempo...sigamos. 

Irene se va a Chicago a estudiar algo. Además está obsesionada con asesinos en serie y psicópatas así que a lo largo del libro reparte historietas de asesinos que puedes buscar en la wikipedia y te dan exactamente los mismos datos pero con menos adjetivos.  En Chicago decide que se va a follar a todo lo que pille y apuntarlo en un cuadernito para algo, para sus teorías, ¿Qué teorías? da igual, a nadie le importa. Ella folla y lo apunta y le deja claro al lector que a ella lo de saltar de cama en cama le parece muy muy liberador y lo ha descubierto ella y todos los demás, lector incluido, son unos mojigatos  y unos estrechos. Alardea de acostarse con todo tipo de hombres incluidos los feos, gordos, desagradables y maleducados. Irene es además de guapa, imbécil pero misteriosamente ella no se da cuenta en todo el libro y ningún personaje se lo dice. Irene vive en un universo de luz y de color y de sexo. Vive en una peli porno con ínfulas pero ella se cree Grisom de CSI y Gillian Anderson en Sex Education. 

Bueno pues en Chicago mientras hace el idiota, un buen día, en un bar, se le acerca un tipo porque ella es tan guapa que los atrae como un imán y la escena transcurre así: 

«Estoy buscando una mujer que sepa apreciar el dinero.
Yo hice lo que había aprendido a hacer en aquellos últimos meses: controlé mi miedo y me comporté como una taxónoma que mira fríamente la realidad. 
El dinero es lo único que sé apreciar, Mister Cary Grant- le respondí- El dinero y los penes grandes.» 

(Yo ahí hubiera dicho pollas, pero en fin.. que sé yo de diálogos encorsetados y ridículos. Si supiera estaría ganando premios literarios y no despellejándolos) 

Acaban en el catre después de que él ponga mil quinientos dólares encima de la barra porque ella le dice que cobra quinientos. Y el dice «quinientos por cada vez» y cuando crees que no vas a poder más de bochorno ella dice «¿solo aguantas tres?». (El lector en ese momento sueña con pagar por darle tres bofetones con la mano abierta). 

Este supuesto Cary Grant es Adam el otro protagonista de la escena del semen en la boca (que no quiero que olvidéis). Por supuesto, y como no podía ser de otra manera, es guapo, multimillonario, elegante, encantador, educado, culto e inteligente. Podría haber sido feo, asqueroso, deforme, gañán, inculto, de extrema derecha y con boqueras de saliva en las comisuras de los labios porque recordemos que a Irene le da igual ocho que ochenta pero no, resulta que tiene suerte en esto. Bueno pues eso, se acuestan y el autor escribe muchas veces verga y muchas veces vulva porque por lo visto se le ha olvidado la palabra coño que no escribe ni una sola vez en todo el texto. Y se hacen amantes ocasionales porque lo suyo es especial, ellos son especiales y unos ridículos.

Mientras andan en este ir y venir de polvos, Irene va a un concierto, se fija en el guitarrista, cuando termina el concierto va al camerino, le mira y él la besa, se la lleva a casa, la empuja del pelo para que se arrodille y blablabla: verga, gritos y lo de siempre.  Si fuera una peli porno se llamaría "El argentino guitarrista que con su mástil era todo un artista" 

Irene en su querido diario de polvos escribe: «tiene un pene grande, de diecinueve o veinte centímetros, sin circuncidar. Cuando está erecto, hace un ángulo de cuarenta y cinco grados con el vientre, apuntando hacia el frente. Los testículos, casi sin vello, están pegado al cuerpo». 

No puedo añadir nada.  

Con este inicio de relación tan prometedor, Irene la guapísima se enamora del guitarrista que se llama Claudio, es argentino y está atormentado por algo que sinceramente al lector le importa un pepino. Irene tiene mucho muchísimo amor pero decide que para comprobar si el amor y el sexo son lo mismo va a seguir follándose a todo lo que se encuentre y luego pasar muchísimo rato decidiendo si tiene remordimientos o no. Claudio, además de estar atormentado, es idiota porque no se entera de nada y es una pena porque el lector está ya fantaseando con que lo descubra y en un ataque de celos mate a Irene haciéndola sufrir muchísimo. Pero no ocurre. Irene sigue vivita y "culeando" (Perdón, perdón) y por supuesto sigue con Adam haciendo cosas que ellos creen que son de glamour y son de peli porno cutre. 

«Llegué puntual al hotel. Adam me esperaba desnudo y con la cena recién servida. Me quitó el mismo toda la ropa y luego me llevó hasta la mesa. No comimos con prisa. A pesar de su erección casi continua, el paladeó con gusto cada uno de los platos».

Qué imagen eh. Ahí con el capullo en el borde de la sopa. Puro erotismo.  

A todo esto, Claudio le ha contado a Irene que su madre ha escrito un libro sobre el Petiso Orejudo un niño asesino muy famoso en Argentina y como a Irene los asesinatos le gustan le pide a su tía (si, la que he nombrado antes y que es piloto) que cuando vaya a Buenos Aires le compre el libro. (Si estáis pensando que porqué no lo pide por Amazon, la novela está ambientada en los años 80 más o menos). La tía llega y le dice que el libro no existe e Irene en vez de decirle a Claudio: chaval, que trola me has contado? se queda en plan "mmmm... soy tan lista que algo me huelo, voy a follar con otros catorce y luego apuntar en mi querido diario mis teorías" 

Llega el verano, se van a Detroit a unos conciertos de Claudio y se alojan en un hostal inmundo y asqueroso y ella dice: «aquella habitación mal ventilada era, en mi arrogancia juvenil, un espacio de aventuras». Irene, eres imbécil no arrogante. Bueno pues follan allí entre chinches y mierda y la última noche cuando ella se despierta, él no está. ¡Uy! ¿Dónde estará? ¿Qué misterio habrá? ¿Habrá sido su gran noche? Y sí, porque Claudio además de guitarrista es ludópata y ha perdido todo el dinero que tenían. Irene se enfada muchísimo, sale de la habitación y piensa:

«¿qué hago? ¿Entrar en la habitación, desnudarle, vaciarle los testículos hasta que gritara?» 

Claro que sí, Irene y con la boca llena le dices: PAMPLONA. 

Vuelven a Detroit y Claudio confiesa que debe seis mil o nueve mil o da igual la cantidad a unos prestamistas malísimos de Chicago. Irene compra el periódico, busca un puticlub, llama, concierta una cita y conoce a Mimí (me apuesto una mano a que si buscas madama en wikipedia también sale Mimí como primer resultado, como novela investigada es un prodigio) que le dice: pues nada chica, aquí lo que quieras, sé limpia y haz lo que los clientes quieren, aquí tienes un corpiño y unas bragas, empieza cuando quieras. Y ahí está Irene la guapa trabajando para salvar a su novio haciendo lo que lleva haciendo toda la novela. Pasa alguna cosa más de mucha pereza y poco interés pero llega el momento en que ella tiene que volver a Madrid porque su madre que, por supuesto, es malvada y estrecha (imagino al autor con una lista de estereotipos al lado del ordenador y haciendo check cada vez que calza uno hasta cantar bingo), le exige que vuelva. Justo antes de marcharse de Chicago llega la madre de Claudio que la mira en plan ¿tú quien eres piltrafilla? y que básicamente se descojona en su cara cuando le pregunta por el libro. Luego Claudio llora y le dice que en realidad se llama Mateo. Aquí viene una historia que al lector, o sea a mí, le provocó carcajadas de pura histeria por el despropósito que es todo. Resumiendo: Claudio y su familia viven bajo identidades falsas en USA porque su padre hizo algo que no se explica bien pero que tiene que ver con corrupción, dictaduras, Alfonsín y no se qué y les persiguen "los argentinos malos" (sic). Algo raro ha pasado y se tienen que marchar a esconderse de nuevo pero le jura a Irene que le escribirá siempre. (Cualquiera con un mínimo de cultura de peli mala de sobremesa sabe que si estás escondido no puedes escribir cartas pero después de preguntar con el semen en la boca si somos buenas personas es obvio que la verosimilitud no es algo que preocupe al autor). Se separan, se escriben cartas e Irene, en Madrid, se reencuentra con Adela y dice estas cosas:

 «Tal vez si le hubiera contado que la belleza me había vuelto tan insegura como a ella la fealdad, habríamos seguido siendo amigas siamesas. Pero yo me escondí en mi concha de perla y ella en su concha de molusco hinchado» 

Por supuesto yo voy a tope con Adela, es mi personaje favorito de la novela y me hubiera encantado que se convirtiera en asesina  y matara a Irene pero se convierte en heroinómana y muere una semana antes de la boda de Irene. ("Mi concha de perla y su concha de molusco", Irene además de cursi es una hija de puta como una casa). 

Sigamos. ¡Oh, sorpresa! Claudio la escribe al final del verano y le dice que eso que les preocupaba tantísimo, ese peligro tan gravísimo que corrían no era real, que no pasaba de verdad y que va a volver a Chicago. (lo de la verosimulitud ya lo he dicho, ¿no?) Así que nada, vuelven a Chicago, van a un apartamento nuevo, Irene siente muchísimo amor por el reencuentro pero antes de recoger a Claudio en el aeropuerto pasa a follarse a Adam y después de estrenar la cama con Claudio, vuelve al hotel a follarse a Adam. Pero se desborda de amor por Claudio, never forget. 

(Llevamos dos mil palabras y os juro que no me he inventado nada y os estoy ahorrando mucho bochorno) 

Cuando vuelve a casa de Claudio, éste no le abre la puerta. ¿Qué pasara? ¿Qué misterio habrá? ¿Puede ser su gran noche? Pues pasa que a Claudio lo han asesinado. ¡Vaya por Dios! Ahora que los argentinos malos no le perseguían y ella haciendo de puta había pagado la deuda, van y lo matan, que disgusto. ¿Quién será el asesino? ¿Los argentinos malos? ¿Los argentinos buenos? ¿Los prestamistas de Chicago? ¡Oh, oh, oh, qué misterio más misterioso! Irene hace lo que hace siempre, llama a Adam que vuela a verla y hablando con él decide que quiere ser policía y que va a investigar que ha pasado. Investiga fenomenal fenomenal y os resumo: a Claudio lo manda matar su madre porque le daba mucha pena que en tres semanas se fuera a morir de cáncer de páncreas. ¿Cómo te quedas?  Pues muerto como Claudio pero de bochorno y descojone. Irene sin embargo cuando lo descubre se queda muy hecha polvo y que hace:

«Le pedí (A Adam) que me penetrara hasta hacerme perder la razón. Diez veces, cien veces. Durante el resto de la vida». 

PAMPLONA. 

¿Y qué pasa con el bueno de Adam? Pues resulta que todo esta historia de la juventud de Irene se entremezcla con una escena en la época actual en el que ambos se encuentran en el Hotel Santo Mauro de Madrid, los dos ya con cincuenta y muchos. El sigue casado con Harriet y ella se ha casado tres veces, tiene varios hijos y habla así de ella misma: 

«En estos últimos años de vejez erótica, me he acordado a menudo de Adela por esa causa. No soy capaz de imaginar cómo es la castidad. No soy capaz de entender qué razón queda para vivir cuando el cuerpo ya no sirve o no les sirve a otros, cuando el deseo se convierte unicamente en una idealización intelectual. Mis fundamentos existenciales no han sido Sigmund Freud o William Shakesperare sino los pezones, la espiral de las orejas, los tobillos, el clítoris, las encías o la boca del ano. Mi espíritu se ha manifestado a través del flujo vaginal y no de la oración o de la poesía». 

Pues cenan y Adam le cuenta que como es multimillonario y muchimillonario y tenía un traumita desde siempre por si los cuernos que le ponía a su mujer, Harriet, eran algo normal que hace todo el mundo o una cosa super especial que solo hacía él, ha encargado un super estudio con psicólogos, psiquiatras y científicos para saber los hábitos sexuales de la gente. No contento con eso, como la mitad han dicho que son fieles, ha pagado otra millonada a detectives e investigadores privados para que comprobaran si eso era verdad y ¡sorpresón! la gente miente cuando dice que no engaña. Que esto se lo podía haber dicho el lector o cualquier hijo de vecino ni se plantea, él se ha gastado trescientos millones de dólares en eso. ¿Y por qué ha hecho esto? Pues porque Adam siente que Harriet se ha alejado de él y ha pensando "Oh, oh, Charlie Babbit ¿y si yo tengo también una cornamenta digna de trofeo de caza". 

«He venido a Madrid para contárteloresponde AdamPorque sé que eres la mejor detective del mundo y solo tú puedes encontrar la respuesta que necesito. 
Yo busco a personas desaparecidas y a asesinos.
Busco a una persona que quizá desapareció-dice Adam- A Harriet. 
Es medianoche. Se oyen las campanadas de un carillón de pared que hay en una sala vecina. Irene vuelva la cabeza hacía allí para disimular su confusión. Después mira otra vez a Adam, que espera. 
¿Te ha abandonado?
No lo sé-responde Adam. Sigue en nuestra casa, duerme conmigo, me acaricia a veces. Pero tal vez me ha abandonado hace mucho tiempo.- Se queda callado durante unos instantes y sostiene la mirada de Irene. No hay nadie a quien pueda encargarle esta tarea-suplica-Ella no le dirá a nadie la verdad. A ti sí».

Lo normal vamos: oye, amante, ¿por qué no hablas con mi mujer a ver si me ha puesto los cuernos?  

En un epílogo en el que grandes lágrimas de descojone y de alivio, por vislumbrar el final de este horror, caían por mi cara,  Harriet (que también es guapísima) e Irene se reúnen y la mujer de Adam le cuenta que ella quiere mucho, muchísimo pero mogollón y mazo a Adam pero que cuando se dio cuenta de que él se acostaba con otras, ella tuvo una crisis existencial, sufrió muchísimo, mogollón y mazo pero al final decidió que ella también podía follar alegremente por ahí pero queriendo mucho, muchísimo, mogollón y mazo a Adam. 

Y chimpún. 

Este relato tan inolvidable está interrumpido por informes de los detectives sobre personas investigadas. Esos informes han sido escritos por otros autores que no consiguen ni de lejos alcanzar el nivelón de la trama principal. Son como oasis en medio de la travesía del desierto.   

Cien noches de Luisgé Martín ha sido galardonado con el Premio Herralde de novela de la editorial Anagrama. Cada uno le da el premio a quien quiere, tú montas un premio en tu editorial y haces lo que quieres pero como lectora y admiradora de la editorial de los libros amarillos me siento estafada, engañada y bastante dolida. 

lunes, 4 de enero de 2021

Lecturas encadenadas. Diciembre.


«No sabes cuántos inviernos te tiene reservados Zeus. Puede que esta sea el último". (Horacio)

Ya han pasado cuatro días de este año nuevo, ya he estrenado cuaderno, cambiado la colcha de mi cama, ordenado las fotos y colocado una lámpara nueva en mi cabecero para poder seguir leyendo sin gafas de viejito. Lo único que me queda para dar por cerrado el año anterior  y estrenar mi año decimocuarto como bloguera es escribir el post que no leéis y que además va a ser eterno porque en diciembre leí muchísimo. 

Al lío. 

Empecé el mes con un desastre, tan desastre que lo terminé en diagonal y con los ojos entrecerrados del aburrimiento. Una lástima porque Lorrie Moore es una autora que me gusta mucho o, mejor dicho, me encantan sus relatos y algunos de sus artículos pero sus novelas son un horror y no todos sus artículos son interesantes ni muchísimo menos. A ver que se puede hacer. Ensayos, reseñas y crónicas es, además de un título muy engañoso, el volumen que recoge un montón de artículos publicados durante años por la escritura americana. Digo que es engañoso porque la inmensa mayoría de los textos recogidos son reseñas de libros publicados hace treinta años. ¿Tengo algo en contra de las reseñas antiguas de lo que sea? Para nada. Las críticas teatrales de Dorothy Parker de los años veinte me encantan y este mismo mes he estado leyendo Slightly Foxed, una revista literaria inglesa, que recoge artículos y reseñas de libros publicados hace mil años y cuenta historietas sobre ellos. Con los autores ingleses me lo he pasado en grande, con Lorrie Moore me aburrí muchísimo tanto como para abandonar el libro. 

A pesar de todo esto Moore tiene mucho talento y algunos de estos textos se pueden rescatar, a mi me han interesado las críticas televisivas de The Wire o True Detective o Lena Dunham o los artículos sobre Richard Ford y Margaret Atwood, pero si no sabes de qué está hablando es como leer chino. Y doblé esquinas. Esta cita sobre el 11S que se aplica perfectamente a lo que estamos viviendo: 

«La interrupción de lo normal, de lo cotidiano, es lo que en verdad resulta inimaginable. El mundo es resiliente, no importa con qué intensidad interrumpamos nuestra vida diaria, siempre queremos recuperarla lo antes posible. El barniz de la civilización desciende rápidamente sobre todas las cosas, como una lluvia, y el polvo se asienta». 

Mi recomendación es que si queréis disfrutar a Moore leáis Pájaros de América. Si queréis leer esta recopilación yo os mando mi ejemplar.  

El karma o simplemente la casualidad hizo que después de Moore llegara una de las mejores lecturas del año: Física de la tristeza de Gueorgui Gospodínov.  Este libro llevaba en mi estantería año y medio, me lo recomendó uno de los infames en la Feria del Libro del 2019 y me daba bastante pereza. Ha sido una gratísima sorpresa, me ha gustado muchísimo. No se parece a ningún otro, se puede dar un aire a Sebald a ratos, a Auster en otros momentos o a Calvino pero con un toque muy diferente, exótico que le viene de ser búlgaro porque cómo escribió Fernando Portorosa en su columna sobre esta novela , de Bulgaria no sabemos prácticamente nada. 

Física de la tristeza es una especie de análisis de la tristeza como un fenómeno, un sentimiento, una sensación que nos acompaña toda la vida. Es el sentimiento que asociamos a la pérdida, a la nostalgia a la conciencia del paso del tiempo, al gris, a la infancia perdida, al recuerdo de los que ya no están, al olvido o a la incomprensión. Partiendo de todo eso y de como el mito del Minotauro, su obsesión desde niño, ha sido siempre algo que nos han contado mal, Gospodínov construye una novela que es como un laberinto, como si nosotros fuéramos el Minotauro y él fuera Ariadna con su hilo intentando guiarnos en la oscuridad porque el Minotauro no es un monstruo, es un niño abandonado. 

Física de la tristeza es un libro inquietante, divertido, nostálgico, entrañable y que se lee con un placer indescreptible, con el placer que surge de lo inesperado. En esta novela he hecho muchísimos hallazgos y he vuelto a tener la sensación de «yo no sé escribir» que me dejan las lecturas que me encantan. 

Gospodínov tiene un humor genial: 

«Es extraño que el socialismo y el vegetarianismo no se llevaran bien. Eran como el yogur y el pescado» 

Y es ácido, habla de una carta que le escribió una novia: 

«O este otro fragmento: "¡¡¡ Quiero que volvamos a ser felices como lo fuimos el ocho y el nueve de marzo!!!" Con tres signos de exclamación. Qué no daría por recordar qué fue lo que ocurrió el ocho y nueve de marzo»

O esto que no pensamos y es así: 

«No somos conscientes de lo difícil que es perderse hoy en día. Casi tanto como en su momento lo era no perderse».

Y reflexiones serias: 

«Me pregunto qué sensación de tiempo y eternidad tendrían aquellos anteriores a nosotros, en la noche de lo primitivo, aquellos que vivían en cabañas perecederas, que sobrevivían a sus cabañas, a sus fogones, que cambiaban de lugar, que medían en días y noches, en fuegos encendidos y apagados su propia vida. Ellos sí que vivieron eternamente, aunque muriesen con treinta años.» 

Corred a leer esta novela. 

Panza de burro de Andrea Abreu ha sido una de esas lecturas actuales a las que sucumbo porque la veo recomendado en todas partes. A estos libros siempre llego con mucha prevención porque ya sé que pasa con esas recomendaciones, que mucho lalalala y luego son un espanto. En este caso, sin embargo, Abreu consigue algo muy difícil, algo complejo para lo que hay que saber escribir muy bien y tener mucho oído: traspasar el habla canaria de una cría de doce años más o menos y su entorno a la página sin que resulte artificial ni chirríe. 

Panza de burro cuenta la historia de dos amigas, dos niñas, en sus vagabundeos durante el verano por su barrio que es su mundo porque no conocen nada más allá. La historia en sí no tiene mucho desarrollo, el valor de esta narración está más en la creación de ese escenario en el que Abreu consigue meterte, consigue que sientas la pobreza, los problemas ocultos de las familias, la "brumasera" ni deja ver el sol ni trae la lluvia y convierte el paisaje en una especie de Nada en la que el tiempo parece detenerse y no hay mucho que hacer ni ningún lugar al que ir. Mi mayor problema con este tipo de historias de amistad entre mujeres es que siempre hay una crece a la sombra de la otra o quizás es que las autoras eligen siempre narrar historias de amistades en desequilibrio y siempre desde el lado débil. Lo mismo ocurría en la tetralogía de Elena Ferrante pero allí era peor porque yo habría despellejado a las dos protagonistas en el primer volumen, no sé cómo aguante hasta el tercero. Aquí me ha chirriado pero Abreu consigue, a mi modo de ver, muchísimo mejor que Ferrante transmitir el habla de una niña y su visión del mundo. 

Original también la ortografía y la puntuación. Lo recomiendo si queréis leer a una nueva escritora con una primera novela interesante. 

«El cielo amaneció tan tapado que a la gente del barrio nos daba ansiedad de que lloviera o de que hiciera sol, pero que por favor no siquiera amenazando sin tomar ni un camino o el otro. A veces deseábamos la lluvia como quien pedía que la clavasen un cuchillo en el tronco porque estaba agonizando, como cuando los gatos le comían el rabo y las patas o les arrancaban la cabeza a las lisas y ellas seguían removiéndose en el suelo como si de verdad no se hubiesen muerto ya y pudiesen seguir viviendo sin cabeza». 

De mi último Delibes del año, Cinco horas con Mario, no puedo decir nada que no se haya dicho ya. Leí esta novela cuando tenía veintidos o veintitres años y recordaba que, en aquel momento, me había asombrado que se pudiera escribir una novela entera a partir de un monólogo sin resultar aburrido. (Estaba en esa etapa en la que uno cree que los diálogos son más entretenidos). Ahora viniendo de Panza de Burro, sorprendida por el oído de su autora para captar la oralidad, llegas a Delibes y madre mía, todo lo que le falta a Abreu está aquí: los personajes, la historia, una vida entera que se expande como una tela de araña y todos los sentimientos humanos: amor, ilusión, frustración, alegría, incomprensión, rabia, decepción, mezquindad, mediocridad, envidia, clasismo, ignorancia, superioridad moral, la necesidad de aparentar. La vida entera está en la historia que Menchu se cuenta a sí misma delante del cadáver de su marido.

Leyendo ahora, con veinticinco años más, me han parecido los dos unos pobrecillos. Ella en su estrechez de miras, aspirando siempre a otra vida, a que su marido fuera una persona que no era ni iba a ser nunca. Él sufriendo por un idealismo que le hacia despreciar a su mujer y sus necesidades sin que nada le importara y sufriendo toda su vida. Él tiene una depresión y me ha sorprendido como Delibes lo cuenta, como refleja la incomprensión social, ese ¿pero cómo vas a tener tú una depresión? 

«Es como lo de llorar, las primeras veces me desgarrabas el corazón, ¿eh?, ¡Dios mío, que hipo! Y "¿por qué lloras querido?" Y tú "no lo sé, por todo y por nada". ¿Tú crees que esas son formas? Y todavía Luis dándote por el gusto, que no es más que un Don Concedo "emotividad incontrolada. Depresión", que lo primero, vaya, lo admito, pero lo que yo le dije, y no me arrepiento, Mario, que me tuvo que oir, "deprimido no te lo consiento", tú dirás si tenías motivos, mira que eres, la comida a su hora, las camisas siempre a punto, una mujer pendiente de ti, ¿qué más puede pedirse?»

Leed a Delibes. Creo que esta frase es una de las que más he repetido este año. 

El tebeo del mes ha sido Bordados de Marjane Satrapi. Resulta que se lo había regalado a mis princesas el año pasado y no lo había leído. Me ha gustado muchísimo y me he reído. Antes de nada voy a aclarar que no tiene nada que ver con coser. Bordados se refiere a los estrechamientos vaginales que se hacen las mujeres en Irán, (y en otros lugares) cuando ya no son vírgenes para que los hombres tengan más placer. De esos "bordados" y de la visión que las mujeres tienen de las relaciones sexuales y amorosas se reúnen a hablar las mujeres en este tebeo: la abuela de Satrapi, sus amigas, su madre y ella misma. Cada una de ellas tiene una historia de amor o de horror o de las dos cosas a la vez. Es un tebeo divertido, tierno y con el que cualquier mujer, de cualquier país, se puede identificar en el tono, la complicidad al hablar con otras mujeres, la confianza, las historias y los secretos. Al leerlo se me ocurrió que es un tebeo con el que Almodovar podría hacer una gran película, lo veo.  

El penúltimo libro del mes ha sido uno que compré por impulso en la Librería La lumbre. Ni conocía al autor, ni había oído hablar del libro pero lo vi y me llamó. Otra vida por vivir de Theodor Kallifatides es la historia del propio autor, cuando después de llevar cincuenta años viviendo en Suecia y escribiendo en sueco decide que va a dejar de escribir. Vende su estudio, se libera de su rutina y se examina a ver qué siente. Dejar de escribir le provoca un cierto alivio, aunque no tanto como había pensado, y también desasosiego y, por primera vez en su vida, desarraigo. Llegó a Suecia huyendo de una Grecia que no quería y ahora es Suecia lo que no le gusta pero volver tampoco parece una opción. Es un librito breve con reflexiones sobre la vida, la vocación, la creatividad, la añoranza, el sentido de pertenencia, la lengua y el uso que hacemos de ella, el arraigo que te da conocer una idioma pero también la inseguridad permanente que acarreas siempre al escribir con él (en esto me ha recordado mucho a Agota Kristoff en La Analfabeta que tenía un capítulo entero sobre esto). Al final del libro vuelve a Grecia y todo esto del idioma tiene una resolución que me ha gustado muchísimo. 

He doblado muchas esquinas, es un libro impregnado de esa melancolía que a todos nos gusta, la de la nieve de Estocolmo y la de hora del atardecer en Grecia (alerta cursilismo por mi parte, no por parte de Kallifatides).

«Mi abuela no era periodista, ni filósofa, pero solía decir que las "las palabras no tienen huesos pero los rompen". Sabía lo que casi todo el mundo sabe: que una palabra puede hacer más daño que el cuchillo más filoso. Decir algo es hacer algo.»

Empecé el año leyendo El disputado voto del Señor Cayo y lo he terminado con La lluvia amarilla de Julio Llamazares.  Un círculo perfecto: empecé con Cayo sobreviviendo en casi soledad en su pueblo y lo he cerrado con el último año de Andrés de Casa Sosas en Anielle. La lluvia amarilla es, sin duda, uno de los libros más tristes que he leído en mi vida. Es una historia de un final, una historia sin esperanza, narra los últimos momentos de algo que jamás volverá y que no podrá recuperarse nunca. La muerte de un pueblo es como la de una persona, todo lo que ha sido desaparece y todo lo que podría haber sido deja de existir como realidad y como aquello que podría haber sido. Cuando avanzaba en la narración, pensaba que en los pueblos también se puede sentir el luto hacia delante, ¿como sería si no se hubieran ido todos? ¿Como serían las cosas si las casas siguieran habitadas? ¿qué voces se escucharían? ¿Qué vidas se vivirían si no nos hubiéramos marchado? 

La lluvia amarilla es la agonía de Andrés contada por él mismo.  El triunfo de la soledad que crece en forma de hiedra y malas hierbas colonizando las casas, las calles, los muros, las acequias y sube también por las piernas de Andrés, por su cuerpo hasta helarle el corazón hasta convertirse él también en ruina. 

«El tiempo fluye siempre igual que fluye el río: melancólico y equívoco al principio, precipitándose a sí mismo a medida que los años van pasando. Como el río, se enreda entre las ovas tiernas y el musgo de la infancia. Como él, se despeña por los desfiladeros y los saltos que marcan el inicio de su aceleración. Hasta los veinte o treinta años, uno cree que el tiempo es un río infinito, una sustancia extraña que se alimenta de sí misma y nunca se consume. Pero llega un momento en que el hombre descubre la traición de los llega. Llega siempre un momento –el mío coincidió con la muerte de mi madre– en el que, de repente, la juventud se acaba y el tiempo se deshiela como un montón de nieve atravesado por un rayo. A partir de ese momento ya nada vuelve a ser como antes. A partir de ese instante, los días y los años empiezan a acortarse y el tiempo se convierte en un vapor efímero –igual que el que la nieve desprende al derretirse– que envuelve poco a poco el corazón, adormeciéndolo. Y, así, cuando queremos darnos cuenta, es tarde ya para intentar querer rebelarse.»

He cerrado el año con un libro tristísimo que me ha encantado, tanto que dejé pasar dos días completos antes de empezar otro porque quería quedarme con él. Estoy pensando que este mes han caído varios libros de gente mayor haciéndose mayor, aunque Menchu tiene apenas mi edad. 

Y este post eterno da fin a un año con sesenta y cuatro lecturas encadenadas, treinta autores y veintidós autoras, doce Delibes, diez tebeos y autores griegos, iraníes, franceses, ingleses, americanos, alemanes, búlgaros, israelíes, mexicanos, portugueses, chilenos, holandeses, ucranianos y una autora rumana infame  responsable del peor libro del año.

Nos vemos en los encadenados de enero.

miércoles, 30 de diciembre de 2020

Sigamos


Hacer una lista de cosas buenas del año 2020 puede parecer una majadería, una estupidez, un rasgo de buenrollismo (no sé porque esta frase me ha sonado a una rima atroz de Mecano) pero creo que, esta vez, todos deberíamos hacerlo. Quizás no cosas buenas, entendiendo buenas como maravillosas, pero simplemente cosas que han ocurrido este año que no sean la pandemia, el confinamiento, el pan casero, las mascarillas,  los aplausos, la enfermedad y la muerte porque aunque nos cueste creerlo, esto pasará y se nos olvidará y recordaremos, si es que queremos recordar, el 2020 como el año del coronavirus y no solo ha pasado eso. 

Al 2020 le agradezco el teletrabajo y la falta de compromisos sociales. Una persona falsamente social como yo agradece muchísimo minimizar las interacciones personales, manteniéndolas centradas exclusivamente en las que deseas con todas tus ganas: tus amigos. El resto, puff, desaparecidas. ¿Y el teletrabajo? Madre mía, lloro cada día al levantarme y no tener que salir de casa, ni interactuar con nadie, ni escuchar cotilleos de pasillo, ni comer rancho de cantina. ¿No es para todo el mundo? Entiendo que el teletrabajo para algunos puede ser como si las hermanas de Cenicienta se probaran el zapato de cristal pero a mí me va como un guante, perfecto. 

El 2020 es el año en que he cumplido uno propósito. ¡Albricias! Dije que cada mes leería un Delibes y lo he cumplido con creces. Hay que decir que era un propósito fácil pero claro, con cuarenta y siete años, una conoce sus debilidades y sus fortalezas (ninguna) así que aspiré a algo asequible. El del 2021 no lo he pensado aún, y a este paso tendré que improvisarlo. 

En el 2020 me he reencontrado con mis hijas. No es que las hubiera perdido, ni nos hubiéramos distanciado pero vivíamos asediadas por la Nada adolescente, por el desasosiego que crea el adolescentismo. Una especie de marejada rodeaba permanentemente la convivencia familiar con días de marejadilla (los menos) y muchos días de fuerte marejada que hacían que los días fueran cuando menos agotadores. El 2020 ha traído calma chicha o quizás nos hemos hecho todos lobos de mar y nada nos asusta. Es más, empiezo a encontrar esta situación extrañamente estimulante, casi me asusta despertarme un día con barba de George Clooney en la tormenta perfecta. El 2020 es por supuesto el año en el que, por fin, me dejé el pelo blanco también contra viento y marea. ¿Parezco más vieja? No creo, parezco la edad que tengo, cuarenta y siete  años. Otro tema es que la publicidad, la sociedad, las pelis, las fotos nos hayan hecho creer que las mujeres con cuarenta y siete tacos no tienen ni una cana, que el pelo blanco es algo de las de más de setenta. Pues no. Isabel Presyler tiene el pelo más blanco que el Yeti... y mucho tiempo y pasta para llevarlo siempre como si no se hubiera hecho nada cuando en realidad lleva seis horas en restauración antes de hacer cualquier cosa. Hablando de señoras estupendas, el 2020 ha sido el de convertirme en Dorothy de Las chicas de oro, conviviendo con mi madre por encima de mis posibilidades y de las de cualquier otra persona. Me saca de mis casillas por completo y a ella todo lo que yo hago le parece regular tirando a muy regular y alcanzando el fatal con bastante frecuencia. La convivencia ha suavizado algunas de esas cosas y, como con mis hijas, navegamos un oleaje tolerable que solo alcanza tempestades si hablamos de política, de la emisora que escucha o de mi tendencia a recordarle que JAMÁS SABE DONDE TIENE EL TELÉFONO y que ella, en una maniobra que me deja totalmente descolocada, sostiene que es por mi culpa. (Todo es por mi culpa pero que ella no sepa donde tiene el teléfono es algo que escapa a mis superpoderes para decepcionarla, no se me había ocurrido escondérselo, la verdad). 

En el 2020 he vuelto a tener depresión, a terapia, a las pastillas, a tener miedo y ansiedad. Esto me preocupa bastante porque he empezado a hacer cálculos, y si la depresión es como El NIÑO y tiene ciclos y vuelve cada cinco años. Y si en el 2025 me toca otra vez? Sé que no tiene sentido pero 2020 ha sido también el año de elucubrar todo tipo de catástrofes y de darnos cuenta de que como dice el dicho "good news takes time but bad news happens instantly". Nos hemos hecho especialistas en imaginar que todo lo malo que antes creíamos imposible va a desplomarse sobre nuestras cabezas en cualquier momento.

En 2020, me enfadé con una señora por abrazar árboles, vi a Antonio Muñoz Molina y Elvira Lindo en una exposición sobre pintores americanos y cené con Oliver Laxe que es encantador y guapísimo pero tiene un tipo raro, mucho tronco y pocas piernas. Me invitaron a un curso de verano, hablé de Delibes, conocí a uno de sus hijos y quizás dormí en la misma cama que Brad Pitt. Estuve en Salamanca, Valladolid y Segovia. Fui a un velatorio y abracé y besé gente, porque mi tío se murió justo antes de que nos prohibieran hacernos compañía cuando los nuestros mueren. Empecé con el cine de Rohmer y aún no me he repuesto de la experiencia de La gran belleza y la orfandad tras terminar Hall & Catch Fire y The office. Quiero faldas de vuelo si alguna vez vuelvo a salir de casa y al mismo tiempo quiero una casa en Los Molinos con un jardín del que no salir nunca. ¿Para qué? Subí el Pico Cerler mientras, para distraerme de la agonía le contaba a Antonio el argumento de Tal como éramos. Qué peliculón, que guapo está Robert y ¿por qué deja a Barbra? Cuando la vi en su día pensé que ella era insoportable y  merecía que él se marchara, ahora he pensado pero Robert, alma de cántaro, ¿no ves que ella es muchísimo más interesante, que precisamente te saca de quicio porque nunca te vas aburrir hablando con ella? Si volviera a nacer, en el turno de pedir dones, pediría saber con dieciocho lo que sabes con cuarenta y siete. Creo que podría dominar el mundo y conseguiría que las mujeres lleven el pelo blanco desde los treinta sin tener que escuchar opiniones de todo el mundo. 

En 2020 he visto el castaño florecer y otoñar. Llevé a mis hijas a Ibiza y he empezado a pensar que parte de mi insomnio brutal es por su culpa, de las catorce horas que duermen del tirón sospecho que alguna hora es mía. En 2020 he montado un huerto que no fue muy allá pero es que ha sido mal año para los huertos, me he aficionado a recoger flores y me he hecho unas gafas rosas. 

En 2020 he empezado dos proyectos nuevos en sus respectivos cuadernos, he coloreado mandalas, he ahorrado muchísimo en gasolina, ropa y cenas, he dejado que mi hija María se rapara la nuca y he asistido (casi) impasible al empeño de Clara en seguir sin cortarse el pelo. Por cierto, en 2020 he aprendido que el padre de Alejandro Dumas era negro y fue general de Bonaparte y que el miedo a cortarse el pelo se llama tonsofobia (no viene en el DRAE, pero es traducción directa de tonsurephobia que sí existe en inglés).  

2020 ha sido el año en que la ultracitada frase de Didion se ha hecho realidad para todos: Te sientas a cenar y la vida que conoces se acaba. 

En el 2020 se ha acabado la vida que conocíamos y no volverá pero eso no quiere decir que la vida se haya terminado. 

Sigamos. 

lunes, 28 de diciembre de 2020

Me acuerdo de ellos


Blue Monday. Brian Rae
Blue Monday. Brian Rae
No sé como se llamaba ni a que se dedicaba. Conozco a su mujer y a sus hijos, una niña y un niño, de la edad de las mías. Era moreno, no muy alto y casi siempre llevaba un traje oscuro, una camisa clara y siempre corbata. Los primeros años nos saludábamos con la misma timidez con que nuestras hijas lo hacían en sus primeros días de clase y luego, poco a poco, con más confianza pero sin pasarse. Un "Hola" al cruzarnos por la calle, un levantamiento de cejas en un pasillo del colegio o una mirada de esas de padre curtido, que crees que no tendrás nunca, cuando ya has ido a más reuniones de padres de las que jamás pensaste que podrías soportar. Para él, supongo que yo era la madre de mis hijas. 
Se ha muerto el padre de C, me dijo María. 

De ella conocía su nombre, su apodo, su apellido, conocía a sus hijos, sus nietos, dónde vivía y la historia de toda su vida. El sonido de su voz y el tacto de sus manos.Una de las mejores amigas de mi madre, llevaba toda la vida quedándose ciega y cuando ibas con ella por la calle se ponía a tu lado y caminaba cogida de tu brazo, mirando al frente sin tropezar ni vacilar. Siempre coqueta y alegre. Siempre con una sonrisa en la cara y la carcajada lista para saltar. Una vez estuve con ella en la playa, en Benidorm, nos bañamos y charlamos mucho. Le comentaba el Hola en alto y a pesar de que ella apenas podía ver las fotos se moría de la risa con mis despellejes. Diferenciaba el color de la ropa por el tacto y su nieta L nació el mismo día y a la misma hora que mi hija María. Me llamaba "Anita". Una mañana de mayo, entré en el cuarto de mi madre, me senté a su lado en la cama y le dije: ha muerto Chati. No le dije nada más, solo la abracé. 

"Soy superfan de tu blog" me dijo la primera vez que la vi. Fue en su oficina, en la editorial en la que trabajaba que por entonces estaba en el Paseo de Recoletos. Nos caímos bien al instante y nos reímos mucho. Cuando volví del viaje a París que había ganado en un concurso organizado con motivo de un libro que habían lanzado "Moli, es muy malo pero se vende como churros", le traje caramelos y nos fuimos a cenar. Ella siempre me llamaba Moli. Hacia fotos, llevaba botas rojas en invierno y converse en primavera, adoraba a los Cazalet, la palabra musgo y la cursilería la sacaba de sus casillas. Le gustaba que yo despellejara libros que ella también odiaba. La última vez que la vi no me dejó darle dos besos, ni a mí ni a nadie, por miedo al Covid. Ya estaba muy enferma pero no dejó de sonreír. Adoraba las flores. Un wasap: Ha muerto Belén.

De él sabía su apellido porque colgaba en la fachada de su tienda. Un comercio mítico de Los Molinos. Recuerdo, de pequeña,  escuchar a mi alrededor "Es que es muy caro". Esto fue antes de Amazon, antes de que prefirieras gastarte más en la tienda de tu pueblo que en comprarlo por internet porque así puedess decir esa frase tan de estar ocupado, de tener algo que hacer, "bajo a hacer recados". Hemos redescubierto el discreto encanto de encargas cosas y esperar a que te llamen. Tenía barba, calva y los ojos claros. Le conocía hace cuarenta años y para mí, siempre tenía la misma edad: eterna.  Era premioso; "¿Qué necesitas? Tenemos estos modelos, este es un poco  más caro pero mejor. Lo he guardado por aquí". Daba paseos, lo vimos pocos días antes y por eso la noticia nos cogió por sorpresa. ¿En serio? ¿Pero él? Era como La Peñota, o Siete Picos o la fuente de Los Leones, algo que siempre está. No sabía cómo me llamaba pero sí de qué familia era. Otro wasap: Ha muerto Partida. 

Nunca he leído sus poemas, lo haré, pero fui a su última presentación hace más o menos un año. Ahora ya no está él, ni ella, ni la librería en la que presentaron su poemario. Alicia a mi lado comía frutos secos porque estaba haciendo algún tipo de dieta y yo, como siempre, me preguntaba como es posible escribir poesía, cómo se te ocurre, qué tipo de sensibilidad en el alma tienes para ver la poesía y escribirla.  No le volví a ver pero con las redes seguí su, como ellos la llamaban, subida al Everest hasta alcanzar el final. Un breve en un periódico: Ha muerto el poeta Miguel Ángel Herranz conocido como Miki Naranja. 

Que te recuerden tus amigos y tu familia es lo que todos esperamos pero ¿Qué huella dejamos en los que solo se cruzaron con nosotros algunos instantes o, en esta época, en la distancia de las redes? El padre de C, Chati, Belén, Partida, Miki se han ido, han muerto este año. Me acuerdo de ellos. 

martes, 22 de diciembre de 2020

Mis diez mejores podcasts del 2020

 


Este es un post sobre los que para mí son los diez mejores podcasts del año. He decidido hacer esta lista porque me ha apetecido y en el camino se me han ocurrido otras listas para terminar el año pero no voy a comprometerme porque no me gustan los planes a largo plazo, ni siquiera, ahora mismo, a una semana vista. Ya veremos. 

Unas cuantas consideraciones sobre esta lista:

- Son podcasts que han salido en el 2020. Es decir, se estrenaron en este año.
- Hay cinco en inglés y cinco en español. 
- Algunos han salido durante el año en podcast encadenados y otros no. Y he intentado meter cosas variadas pero siempre valorando más la calidad que la variedad. 
- Este año he escuchado unos 1500 episodios de podcast así que todas ese tiempo dedicado a la escucha creo que me dan cierta autoridad y cierto criterio para saber de lo que hablo. Si no te gusta o no estás de acuerdo me parece chupi pero no me digas que no tengo ni idea, haz tu propia lista. A mí no me gustó la tetralogía de Elena Ferrante y odio profundamente Breaking Bad y por eso lo conté aquí. 

Más cosas. Para mí el podcast que mejor ha evolucionado este año, que más ha crecido, que más se ha consolidado convirtiéndose en un referente tanto por la calidad y el contenido, como por las risas es Deforme Semanal Ideal Total con Isa Calderón y Lucia Litjmaier. Lo que empezó siendo una especie de spin off de su espectáculo en directo en teatros pasó a ser un podcast grabado en directo con público y de ahí, con la pandemia, ha saltado a ser un podcast en su sentido más "puro" creciendo muchísimo en el contenido y en la complicidad entre ellas dos. No es que antes no tuvieran complicidad es que ahora la han engrasado y su química funciona como una máquina perfecta. He dicho antes que es un podcast de muchas risas pero no solo.  Calderón y Lijtmaier hablan de libros, de películas, de documentales y consiguen que te apetezca leer y ver todo aquello de lo que hablan. Además, y esto es fundamental, aunque parezca un podcast de dos tías que charlan sin preparárselo es evidente que está currado, trabajado e investigado y eso se nota en los resultados: funciona a la perfección. Estáis tardando en escucharlo aunque, como dije cuando lo recomendé por primera vez, si sois almas sensibles, no entendéis la ironía y tenéis la piel fina, absteneos. Otro podcast que ha crecido mucho y del que tengo que decir poco porque es ya muy conocido es Gabinete de curiosidades de Nuria Pérez. La tercera temporada en Podium Podcast está siendo fabulosa. Las historias y la forma de narrar de Nuria siguen ahí pero ahora están potenciadas por un diseño de sonido elegantísimo y una banda sonora perfecta. Además la web es una maravilla aunque yo hubiera colocado los episodios al revés, el más reciente al comienzo de la página.  

En cuanto a los grandes chascos de este año, que también los ha habido, en el top 1 está el podcast de Michele Obama que es aburridísimo, innecesario y bastante poco interesante. Como dije en su día es una pena porque ella es una persona muy interesante que con un guión y una idea más currada y menos alejada del culto a la persona hubiera podido ser un bombazo. También han sido decepcionantes un par de podcasts americanos muy loados en todas las listas y que a mí no han acabado de convencerme. Uno de ellos es You are wrong about,, el podcast de los periodistas Michael Hobbs y Sarah Marshall. En cada episodio uno de ellos se estudia un tema de actualidad (más o menos desde los 70 hasta ahora)  y se lo cuenta al otro que en principio o no tiene ni idea o tiene la idea preconcebida y muchas veces errónea transmitida por los medios. El concepto es bueno pero, para mí, la ejecución es una chapuza. Dos colegas hablando de, por ejemplo, Lady Di y sorprendiéndose de cosas que en fin, para un europeo son un poco obvias aunque ese no es el problema. El problema está en que no sé como alguien va a demostrar que estamos equivocados en lo que ocurrió con Lady Di, el juicio a O. J. Simpson o Courtney Love si te has dedicado a leerte un par de libros. Ya os digo que sale en todas las listas de pocasts americanos del año pero a mí me ha parecido muy pobre. Otro que ha sido un chasco y que os podéis ahorrar es The Orgasm cult, un podcast de la BBC con pintón sobre una especie de grupo que buscaba cambiar el mundo a través del masaje clitoriano (sin que necesariamente hubiera orgasmo) y que a pesar de la estupidez de la premisa consiguió atraer a un montón de gente antes de despeñarse por la senda de toda secta: abusos, falta de dinero, manipulación, etc. ¿Qué hable de una secta es malo? No, lo que es malo es que el podcast no tiene estructura y es un ir y venir y por el camino doy tres vueltas que lo convierte en un suplicio. Yo lo he escuchado entero, vosotros no deberíais ni siquiera si queréis cambiar el mundo a golpe de orgasmo.  (En español también he escuchado mierdas y cosas que no me han gustado pero en el año 2020 decidí darle un año de tregua al mundo del podcasting en español...a partir de enero se acabó la tregua)

Vamos con el listado de los que son para mí los mejores podcasts del 2020. No están en orden de calidad ni de gusto. 

Y una última cosa antes de empezar a leer, un consejo. En mi opinión y en general nunca hay que desechar empezar a escuchar un podcast porque el tema no te interesa, nunca sabes cómo va a estar contada esa historia y si el creador ha conseguido encontrar una manera para que se tema que a ti te parece tan poco atractivo, te enganche e interese. (Que nadie se ponga talibán con esto y empiece ¿y por qué no escuchas de futbol o de baloncesto o el podcast que a mí me gusta? pues porque tampoco hay que llevarlo al extremo y porque no me dan las horas) 

1.- Caso 63. No suelo escuchar ficción en forma de podcast. Me da mucha pereza y cuando lo he intentando no me ha enganchado o me encuentro con que no me creo a los personajes ni la historia pero alguna vez se tenía que romper la racha y ha sido con esta MARAVILLA  de ficción chilena con un guión de Julio Rojas que funciona a la perfección y protagonizado por solo dos actores, Antonia Zegers y Nestor Catillana, que son famosos en Chile pero que yo no conocía. Los dos están espectaculares, él mejor que ella pero también porque su papel es más lucido y cuando me puse a escucharlo no pude parar hasta terminar la serie completa. Son diez episodios de entre 10 y 12 minutos que te atrapan por completo queriendo saber más y más y llegar al final. Se puede escuchar como simple entretenimiento e intriga y luego se puede volver a él para pensar en todos los temas que tratan y que tienen una profundidad de la que a mí me provoca vértigo cósmico. Lo único malo de este podcast es que es exclusivo de Spotify y por tanto solo se puede escuchar ahí.  


2.- Floodlines  Sobre este podcast escribí en mayo y acabo de comprobar que lo hice muy bien, así que id allí y lo releéis. Ahora solo añadiré que cuando lo escuché en mayo me pareció que iba a ser uno de los mejores del año y ahora, al terminar 2020, me reafirmo. Ahora, además de la calidad del podcast que es indudable su contenido puede tocarnos aún más porque Floodlines no va de qué ocurrió cuando el Katrina arrasó (y no fue tanto) Nueva Orleans sino sobre como una gestión nefasta, ineficaz, indolente y politizada afectó a la vida de millones de personas meses  no solo justo después del paso del huracán sino años después, destrozando futuros. Eso mismo nos ha pasado a nosotros,  nos va a seguir pasando y no somos capaces de verlo todavía. 


3.-De eso no se habla.  
Cuando recomendé este podcast de Isabel Cadenas Cañón y todo su maravilloso equipo, en octubre, acababa de salir y aunque sabía de la profesionalidad y cariño que habían puesto en el trabajo el resultado completo de la serie estaba por ver. Confiaba plenamente en que fuera muy bien pero, los caminos del podcast son, a veces, inescrutables y pódía haber ido no tan bien. Ahora que la temporada ha terminado, puedo decir bien alto que es una serie espectacular. El hilo conductor de romper el silencio puede hacer pensar a alguien que todos van a ser iguales «vaya, otra historia de un secreto» pero para nada es así. Cada episodio ha sido una sorpresa, todas emocionantes aunque con algunas te identifiques o te lleguen más que otras. Es, y ya lo dije hace meses, un trabajo finísimo de producción y escritura que se nota en cada segundo. Y bueno, para leer una reseña mejor, ya sabéis volved a octubre cuando hice de pitonisa. 



4.- An oral history of The Office
A ver, este podcast solo se puede escuchar si has visto la serie completa. Es para devotos de Michael Scott, Jim, Pam, Angela, Kevin, Oscar y demás fauna entrañable de DunderMifflin. Hacer un podcast sobre una serie de televisión no es fácil, de hecho yo he escuchado bastantes que no aportan nada y que son aburridos. Pero este y el que hizo HBO sobre la serie Chernobyl son los mejores con diferencia. ¿Qué tiene que tener un podcast sobre una serie de televisión para ser interesante? Contar algo más de lo que pasa en la serie, su intrahistoria. Cómo se hizo, cómo se eligió a los actores, cómo se escribió la historia, los problemas o no que tuvieron para conseguir llegar a producirla, etc. En el caso de The Office es una historia apasionante muy bien contada por Brian Baumgartner que es el productor y presentador y que cuenta con la presencia de todo el equipo tanto artístico como técnico. Es un podcast que además de contar anécdotas y ser entretenido explica muchísimas cosas sobre la industria de la televisión que no son conocidas por el gran público. Hablé de él aquí y lo único malo, una vez más, es que solo se puede escuchar en Spotify. 

5.- 22424 Lo que nos jugamos en Bankia. 
¿A mí que me importa un podcast de economía de El País? podía haber pensado este verano, pero lo que pensé fue "A ver qué tal", aunque confieso que lo pensé con expectativa limitada. Me alegré muchísimo de haberme lanzado a escucharlo porque Lo que nos jugamos en Bankia es con diferencia el mejor podcast de investigación que se ha hecho este año en España y no lo tenía fácil tanto por competidores como por la aridez del tema. Desde que recomendé este podcast en septiembre, mucha gente me ha escrito diciéndome que se habían enganchado totalmente y se lo habían escuchado casi de una sentada, mi hermana entre ellos. Es un producto que responde perfectamente a la premisa que daba al comienzo de la lista: un tema árido que puede, a priori, no interesarte, bien contado se convierte en algo interesantísimo.  Ojalá a partir de ahora se hagan más así y desde ya abogo porque Iñigo de Barrón tenga su propio podcast contando historias económicas.  

6.- Wind of change.  
 Una de las ventajas del podcast es que no tiene limitación temporal ni de espacio lo que permite escoger una premisa extraña, absurda, algo que obsesione al creador y desarrollarla siguiendo mil y un vericuetos hasta tratar de llegar a alguna conclusión. La premisa de este podcast de Patrick Radden O´Keefe (Muy conocido también este año por la publicación de No digas nada, su excelente libro sobre Irlanda del Norte que también recomiendo) es ¿Escribió la CIA la canción de Scorpios Wind of change para desestabilizar la Unión Soviética? Partiendo de esta idea loquísima, el periodista del New Yorker nos lleva de viaje a los setenta, a conocer a muchos espías, a  bandas de música, a antros clandestinos de rock en la URSS, a conocer a un manager loco, a narcotraficantes, todo magnificamente hilado y contado. 


7.- ¡Ay, Campaneras!
de Lidia García es el podcast independiente del año en español. Ella sola, con esas manitas, un micrófono, una cultura enciclopédica sobre copla e historia de España en la dictadura y su talento para escribir se cascó un podcast durante la cuarentena que se alargó hasta el mes de noviembre que lo ha dejado en pausa. El podcast sirve para volver, como dice Malcom Gladwell sobre las cosas del pasado "overlooked or misunderstood" y si hay algo de lo que, en este país, hemos pasado olímpicamente y hemos malinterpretado muchísimo, subestimándola y despreciándola es la copla y la historia de sus protagonistas. «Bah, eso es de abuelas», «Bah, eso es de viejos»  te dice el alternativo de turno mientras escucha blues de Robert Johnson o a Aretha Franklin que como todos sabemos son de antes de ayer. Ay Campaneras es un recorrido gozoso, entretenido y divertido por nuestra historia y sirve para reencontrar o, como en mi casa, conocer la copla y entenderla. No hace falta escucharse la serie entera, se puede ir picoteando de episodio en episodio, cada uno recoge un tema y a la vez que se aprende de literatura, derechos, historia, feminismo y cultura se escucha copla. Nunca se sabe qué copla te va a tocar el corazón, os aviso.  

8.- Forgotten: Women of Juarez
de IHeart Radio con la periodista mexicana Mónica Ortiz Uribe y el americano Oz Woloshyn es una serie completísima sobre los feminicidios en Ciudad Juarez en la frontera con El Paso en Estados Unidos. Alguien podría pensar que es un true crime al uso, una investigación sobre unos asesinatos en los que se busca a un asesino siguiendo pistas que nunca nadie ha seguido. Nada más lejos de la realidad, Forgotten es una investigación periodística sobre algo que todo el mundo sabe a un lado y al otro de la frontera, la completa impunidad con la que bandas de criminales: narcos y demás, actúan en Juarez secuestrando y asesinado a mujeres, a chiquillas, después de haberlas utilizado. Este es un podcast que da miedo. Sientes miedo por los dos periodistas y por mucha de la gente con la que hablan que, en un momento u otro de su vida, han sido amenazados de muerte y han tenido que abandonar la zona porque en cualquier momento podían ser asesinados. Sientes miedo por esas madres que siguen buscando a sus hijas desaparecidas, por esos padres que van a la policía y la policía no hace nada porque ya sabe que les ha pasado. Sientes miedo por los abogados que se juegan la vida investigando y por los que la pierden.  Por cierto, este podcast será traducido al español por Podimo así que los que no habláis inglés podréis disfrutarlo.  


9.- X-Rey.  
Otro podcast exclusivo de Spotify, (aprovecho para decir que odio Spotify para escuchar podcasts y que es una app del demonio así que cuando recomiendo algo de ellos es porque me ha gustado tanto que considero que el esfuerzo merece la pena)  Es una serie de investigación escrita por Álvaro de Cózar y Eva Lamarca que ha tenido la increíble suerte de que el protagonista máximo de la serie se haya dedicado a dar publicidad a la historia convirtiendo las sospechas de que quizás era un poquito sinvergüenza en realidades que ha mostrado al mundo en letras de neón de colirinchis. X-Rey es otro podcast de investigación muy completo y bastante bien contado aunque para mi gusto tiene en el medio, dos o tres episodios que flojean y pasaban un poco de puntillas por cosas que tenían mucha más chicha. Es posible que ahora, que todo el mundo está trinchando esa chicha y gritando a los cuatro vientos "mirad, mirad, qué hermosos jabalíes nos ha robado mientras se piraba del país" pudieran sacr más episodios siendo más incisivos. Lo traigo a la lista de mejores podcasts, porque igual que ocurría con el de Bankia creo que son podcasts que marcan caminos a seguir en el mundo del podcast en español: historias producidas e investigadas con tiempo, dinero y dedicación.  

10.- On things we left behind es un podcast que no vais a encontrar en ninguna otra lista pero que a mí me gustó muchísimo. Solo tiene cinco episodios y está producido y narrado por dos hermanas de origen somalí, Samir y Saredo Mohamed. El año pasado, en el 2019, ganaron un premio en Inglaterra con la idea para este podcast y esto es el resultado. On things we left behind trata de la vida que dejan atrás los emigrantes, en este caso y fundamentalmente sus padres cuando tienen que salir de Somalia a finales de los 80, primero a Europa y luego a Canadá. La idea del podcast es que cuando un refugiado llega a su país de acogida, la vida que tenía antes desaparece. Deja de ser piloto (con el caso del padre de las narradoras) o arquitecta (como su madre) o madre o padre o hija o alguien a quien le guste leer o jugar al fútbol o que disfrute de la música clásica y se convierte solo en "refugiado" una palabra que pasa a definirles y que para ellos, para nosotros si nos tocara, no significa nada. Es un podcast muy especial, ellas hablan un inglés elegantísimo y las historias, centradas en su familia, están perfectamente hiladas. Lo recomiendo de corazón porque se lo merecen y porque me gustó muchísimo. 

Pues ya estarían los diez. Se han quedado, obviamente, muchos fuera y ya he dicho que solo entraban los realizado en 2020. Quiero hacer una mención especial a tres podcasts en español, uno muy consolidado y que como las chicas de Deforme no para de crecer, que es el de Cristina Mitre y sus entrevistas. A mí no me interesan todas ni mucho menos pero no para de crecer y crecer y de tener éxito (hasta ha salido en las marquesinas de autobuses y todos sabemos que eso es lo más) y del que voy a destacar esta entrevista con Rosa María Calaf que me encantó. Es evidente que Cristina se prepara su podcast al máximo y, además, consigue eso tan difícil que es hacer la pregunta que justo tú, como oyente, preguntarías. Conoce a la persona que entrevista pero también conoce a su público. Quiero recomendar también Un periódico de ayer, podcast colombiano de La No ficción que salió en este año y que ha contado algunas historias maravillosas y del que ya hablé en su día. Y, por último, en el año de la pandemia y la tristeza quiero dejar también aquí, por si alguien no lo conoce, el podcast de Fran Izuzquiza, Buscando una luz, en el que cuenta qué le hizo el COVID a su familia. 


A lo largo del año, en los podcasts encadenados he recomendado muchísimos más. Podéis encontrar todas las recomendaciones aquí. Y ya sabéis, si escucháis algo y os gusta, venid a contármelo.  

jueves, 17 de diciembre de 2020

Diecisiete años

 

Diecisiete años. Te escapas de mis manos poco a poco, iba a decir una cursilada espectacular pero, como siempre he hecho, trato de no avergonzaros con lo que escribo sobre vosotras, así que no lo voy a decir. Al comenzar este año tan raro, estabas cogiendo carrerilla. Tenías miles de planes, viajes a Italia, el Camino de Santiago, fiestas, idas y venidas, escapadas... y justo cuando estabas a punto de saltar, se paró el mundo. Y tu carrerilla se desinfló como la del corredor que hace una salida nula. Esas salidas siempre causan tristeza, te preocupas por el corredor, crees que está nervioso, impaciente, que se ha quedado decepcionado consigo mismo por ese fallo y que no se recuperará. Así me sentía yo cuando se te (nos) paró el mundo. Me preocupé por como te sentirías, por si estarías triste, preocupada, agobiada, enfadada o solo harta y frustrada. 

«Mamá, que estoy bien. Que no me llames cada día, que estamos confinados, que no ha pasado nada»

Quería creérmelo claro, a todo el mundo le gusta creer cosas buenas pero como yo estaba subida en la espiral de la ansiedad pensaba que era imposible que estuvieras bien con todos tus planes desmoronándose, rozando la salida hacia tu (cierta) independencia y la puerta cerrándose de golpe pillándote los dedos. 

Pero era verdad. Resulta que me mientes poco, muy poco. Hay cosas que crees que no sé y te sorprenderías al saber desde cuando las sé pero en general no me mientes. Tampoco te hace falta. No pides permiso para cosas desorbitadas ni escondes oscuros secretos que vayan a hacer que me desmaye, así que cuando me dices que estás bien, es que estás razonablemente bien. No ha sido un año para estar espectacular, ha sido un año para surfear lo que nos ha venido con sus momentos de risas y disfrute puntuales. De este año contigo y tus dieciséis años me quedo con el día que os quedasteis en cuarentena con papá y os saludé desde la calle, el primer viaje a Los Molinos a finales de abril en el que ibais mirando el paisaje por la ventanilla como si no lo hubierais visto nunca, tus abrazos a los perros cada vez que los ves, tu coleta y el moño que has aprendido a hacerte, tu felicidad cuando te dejé raparte la nuca, tus risas viendo The office, el viaje a Ibiza, cómo te acurrucas a mi lado por las noches mientras vemos una serie, las conversaciones sobre política, tu "te tenía que haber hecho caso y haberme cambiado de colegio", que hayas empezado a tomar café por las mañanas pero lo hagas con la capucha de tu bata con orejas puesta como si siguieras teniendo siete años, verte llegar de la biblioteca cada día, tus súbitos discursos cuando estás muy estresada en los que lo único que esperas de mí es que me siente y te escuche mientras te desahogos, las ganas que tienes de llegar a la Universidad y conocer gente nueva, nuestra mirada cómplice cuando tu hermana nos suelta una de sus frases bombas y tus abrazos cuando lloro. 

Reviso tus fotos de este año, las que tengo guardadas, y descubro que tengo muy pocas tuyas y que en la mayoría sales pegada a tu hermana.  Este ha sido el año en que ella ha empezado a llamarte "mi tatita". Quién sabe de qué oscuro rincón de Tiktok lo ha sacado pero me hace gracia y me gusta porque refleja perfectamente la relación que tenéis y que cada día me asombra. Jamás hubiera pensado que algo así de bueno fuera a pasarme, que para ambas la otra sea lo más importante del mundo. 

Hoy cumples diecisiete años y el mundo te espera ahí fuera, la universidad, gente y planes nuevos, inquietudes que te llevaran lejos, problemas que no imaginas y ahí estás, esperándolo con los brazos abiertos. 

Ojalá este año cojas carrerilla y puedas saltar bien alto. No podría estar más orgullosa de ti. (Bueno, si alguna vez cerraras la puerta del baño, podría estarlo un poquito más) 

Feliz cumpleaños, princesa de los ojos azules. 



lunes, 14 de diciembre de 2020

El aburrimiento y la vida

«Habría que escribir una Historia del aburrimiento en los años ochenta. Es la década que más aburrimiento ha producido. Y más música disco. Fue la sobremesa del siglo». (Física de la tristeza de Gueorgui Gospodínov)

Mira qué frase más buena le dije a un amigo por wasap.  Me contestó enseguida: Es una afirmación difícil de defender pero suena bien. Yo le contesté que a mí me convencía mucho, que yo me había aburrido muchísimo en los ochenta. Tú te aburriste en la época en la que te tocaba aburrirte que coincidió que era los ochenta. Sentenció él, creo que le daba rabia que no se le hubiera ocurrido esa fabulosa descripción de los ochenta: la sobremesa del siglo. 

Efectivamente yo me aburrí soberanamente en los ochenta y me aburrí aún más en las sobremesas de los ochenta. Cuando eres niño no hay un momento peor a lo largo del día que el trecho de ¿tarde? que va entre la comida y la merienda. No sé en otras casas pero en la mía no se podía hacer ruido, la televisión estaba en manos de los adultos (bueno, esto ocurría a cualquier hora menos a la de los dibujos), hacia demasiado calor fuera o demasiado frío y en cualquier caso "estas no son horas de ir por ahí a casas de nadie". Nos aburríamos. El tiempo no pasaba, esas horas hasta que nos dejaban hacer algo eran el colmo del aburrimiento, un tiempo detenido en el día en el que había que aguantar la respiración hasta poder volver a salir y disfrutar de lo que fuera: el paseo, los amigos, la piscina, los juegos a gritos, correr, saltar, construir. 

«Tenía seis años  cuando escuché por primera vez la palabra aburrimiento. Me preocupé enseguida porque no sabía lo que era. Seguramente te aburres todo el día solo, me dijo una vecina, la tía Pepa. Lo imaginé como una enfermedad, algún tipo de indisposición como un resfriado o la alergia a la pelusa del álamo. Por eso respondí vagamente. No, qué va, no es nada, estoy bien. De donde yo venía nadie conocía el aburrimiento, no lo manejaban».(Física de la tristeza de Gueorgui Gospodínov)

No sé cuando lo aprendí yo. No recuerdo que alguien me dijera "te aburres", recuerdo repetírselo a mi madre a todas horas: Me aburro. Me aburro. Me aburro. Pues cómprate un burro. Acompañaba la frase con un gesto con la mano que quería decir desapareced de mi vista y no hagáis ruido y ya estaba. Y seguíamos aburridos. No sé como lo aprendí pero me hice experta. Sí recuerdo decírselo a mi hija María. Cuando Clara tenía un par de meses y ella no llegaba a los dos años, nos acabábamos de mudar y yo no tenía tiempo para nada. María se levantaba, desayunaba y al cabo de un rato decía "quiero comer". Yo sabía que era mentira porque no comía nada (de hecho no comió nada hasta los siete años pero esa es otra historia), quería la comida por tener algo en su día que rompiera las horas. No quieres comer, estás aburrida. No sé si ella me entendía pero yo se lo enseñé. 

De niño te aburres de no hacer nada. Necesitas hacer, ver, contar, hablar, escuchar, leer, ir a sitios, volver, tener tareas, jugar a algo, cambiar de juego, construir, pintar, cantar, que te hagan caso, que tus minutos se llenen, que te cuenten historias. De niño el aburrimiento viene por no hacer nada, hacer cualquier cosa despeja esa sensación, ninguna película te aburre, cualquier visita se considera "algo de emoción". De niño no hacer nada es catastrófico, pero un futuro próximo sin nada que hacer es apocalíptico y se te antoja una eternidad porque, además, todo lo que se te ocurre para llenar ese vacío sabes que está mal, está prohibido, acarreará bronca o hace ruido. Mal. 

Con el tiempo y como no hay otra solución llegas a la adolescencia donde sigues aburriéndote pero no por no hacer nada. En la adolescencia adoras no hacer nada, no ir a ninguna parte, no tener ninguna novedad, no ver más que a tus amigos, adoras tu pequeña rutina de comodidad. Si pudieras, si tus padres, esos seres creados solo para hacerte la vida incómoda, te dejaran no saldrías de tu cuarto, de tu cama, del sofá. Te aburres pero no por inacción como cuando eras pequeño, te aburres por negación. Te aburres por no poder hacer lo que tú quieres, por no poder comer lo que a ti te apetece, por no poder entrar y salir a tu antojo, por no poder dejar de estudiar, por no poder ver a tus amigos a todas horas, por no disponer de todo tu tiempo para lo que tú quieres. 

Cuando llegas a la adultez, no te aburres ni por inacción ni por negación, te aburres por acción. Te aburre tu trabajo, un libro, una película, una situación, una conversación, un trámite, una persona, una relación. Fantaseas con un infinito de tiempo para no hacer nada, ¿horas en el sofá sin hacer nada? Maravilloso. ¿Un fin de semana sin salir de casa? Ojalá. ¿Un viaje para simplemente conducir y mirar el paisaje? Dime cuando. Cuando eres adulto no hay tiempo suficiente en la vida para aburrirse y vas a aprendiendo a desprenderte de las cosas aburridas o, si eso no es posible, a resolverlas lo más rápidamente posible para que se conviertan en pasado cuanto antes. 

Hay gente que no se cura jamás de esa versión del aburrimiento infantil, se quedan anclados ahí como si siguieran teniendo moluscos o varicela o sarampión, nunca superan la etapa del aburrimiento por inacción. Son esa gente que con treinta, cuarenta, cincuenta años dice: "me aburro". Cada vez que lo escucho pego un respingo. ¿Qué has dicho? ¿Cómo es posible? y poco a poco me alejo de ellos. No sé si es contagioso, pero sé que es peligroso. El aburrimiento en los adultos es una enfermedad tan fatal como las paperas porque convierte a esos adultos en seres molestos, complicados para la convivencia y el trabajo. "Me aburro" dice alguien y te das cuenta de que está hueco por dentro, en su interior hay eco. Creo que  el aburrimiento que no se cura te vacía por dentro para siempre. 

Procurad no aburríos y, sobre todo, no os aburráis a mi alrededor. Me da repelús. 

jueves, 10 de diciembre de 2020

Drogas y listas

Hemos terminado de ver Gambito de dama, "La droguitas" como la llamábamos en casa. La Droguitas con sus pastillitas verdes de la felicidad, sus visiones nocturnas, su sonrisa de todo me da igual. Que no, que no es que yo frivolice con esos temas con mis brujas, pero hablamos de todo con humor, incluido de drogas, aunque yo todo lo que les he podido decir es: «en mi vida solo le he dado dos caladas a un porro y me entró tanto sueño que nunca más». Como experiencia vital con la drogadicción es ejemplar pero poco interesante y, sí, ya sé que no se trata de ser interesante pero con tus hijas adolescentes ser medianamente interesante y haber hecho cosas en tu vida que les provoquen un poquito de curiosidad está muy bien. (Por si alguien no lo sabe, los adolescentes llegan a una etapa en que consideran milagroso que sus padres siendo tan poco interesantes hayan conseguido llegar a la edad provecta que tienen sin saber todo lo que ellos ya saben) A lo que iba, he sido muchas (no tantas) cosas en mi vida, pero curiosa con las drogas jamás. Siempre me dieron miedo, ¿y si me sientan mal? ¿y si veo cosas? ¿y si se aparece mi madre a regañarme incluso en un viaje de pastis? ¿y si me da por desnudarme y montar un numerito? ¿y si me gusta y me hago adicta? Valiente, lo que se dice valiente y arrojada  tampoco he sido nunca. 

Ahora que he vuelto a las pastillas, a "mis droguitas", me extraña que la gente se haga adicta a ellas o, mejor dicho, no lo entiendo por como me sientan a mí. Ni siento ni padezco, no duermo, no como, no me concentro, no hablo y tengo la misma creatividad que un neumático. Doy vueltas por mi casa intentando pensar en algo fresco, divertido, chisporroteante (como dice Isa Calderón) e ingenioso y no se me ocurre nada. Leo el New Yorker, una novela búlgara y las noticias del New York Times buscando algo que me provoque una reflexión sesuda. Escucho podcasts, uno tras otro, sobre las temáticas más variadas y aunque se me ocurre alguna cosa pienso «me voy a repetir» o «esto no da para un post». 

«Haz listas de lo mejor del año» me dice un amigo que me temo que se guarda sus mejores ideas para él. «Esas listas son un rollo» le digo. Me gustaría hacer algo ingenioso, una lista interesante, divertida, efervescente, llena de datos sorprendentes: 20 (bueno, mejor 10, no seamos ambiciosos) cosas que he aprendido este año, 10 cosas que no había hecho jamás hasta que llegó una pandemia, 10 cosas buenas de las relaciones de segunda vuelta, 7 datos para sospechar de las manzanas, 7 reacciones diferentes cuando tus amigos se dan cuenta de que has quitado el doble check azul de whasapp, 10 cosas que no sabías que tus hijas te iban a preguntar, 10 (por acotar, porque podría poner 20) cosas que tus hijas adolescentes siguen sin aprender a pesar de que se las ha repetido tres millones de veces, las treinta cinco veces que has cerrado la puerta del baño porque siempre se la dejan abierta y la blasfemia que has soltado en cada una de ellas, 10 cosas que me ponen muy nerviosa de las cuentas de decoración, las 10 frases más insultantes de las gurús de instagram que siempre contienen las palabras tú, poder y querer y siempre van asociadas con comprar alguna mierda que no necesitas y que se vende en Cobo Calleja por la décima parte, 10 (o 45) prendas de ropa que pensé «ey, esto me gusta» pero que no compré porque  «bah, para qué, si no lo necesito», 5 razones por las que creo que el director de casting de The good doctor es ciego porque de otra manera es incomprensible que siempre emparejan a actores que tienen entre ellos la misma química que una vela y un zapato, las siete maravillas del teletrabajo, las siete etapas de dejarte el pelo blanco, los ocho atuendos (atentos que no he escrito look ni oufit, soy la resistencia) que le robaría a "la droguitas", ocho escenarios apocalípticos que imagino durante mi insomnio y siete enfermedades terminales que cada noche creo sentir, etc. 

En fin, mis droguitas me tienen bloqueada. Y sí, quizá me estoy identificando un poco con El Nota.