lunes, 14 de diciembre de 2020

El aburrimiento y la vida

«Habría que escribir una Historia del aburrimiento en los años ochenta. Es la década que más aburrimiento ha producido. Y más música disco. Fue la sobremesa del siglo». (Física de la tristeza de Gueorgui Gospodínov)

Mira qué frase más buena le dije a un amigo por wasap.  Me contestó enseguida: Es una afirmación difícil de defender pero suena bien. Yo le contesté que a mí me convencía mucho, que yo me había aburrido muchísimo en los ochenta. Tú te aburriste en la época en la que te tocaba aburrirte que coincidió que era los ochenta. Sentenció él, creo que le daba rabia que no se le hubiera ocurrido esa fabulosa descripción de los ochenta: la sobremesa del siglo. 

Efectivamente yo me aburrí soberanamente en los ochenta y me aburrí aún más en las sobremesas de los ochenta. Cuando eres niño no hay un momento peor a lo largo del día que el trecho de ¿tarde? que va entre la comida y la merienda. No sé en otras casas pero en la mía no se podía hacer ruido, la televisión estaba en manos de los adultos (bueno, esto ocurría a cualquier hora menos a la de los dibujos), hacia demasiado calor fuera o demasiado frío y en cualquier caso "estas no son horas de ir por ahí a casas de nadie". Nos aburríamos. El tiempo no pasaba, esas horas hasta que nos dejaban hacer algo eran el colmo del aburrimiento, un tiempo detenido en el día en el que había que aguantar la respiración hasta poder volver a salir y disfrutar de lo que fuera: el paseo, los amigos, la piscina, los juegos a gritos, correr, saltar, construir. 

«Tenía seis años  cuando escuché por primera vez la palabra aburrimiento. Me preocupé enseguida porque no sabía lo que era. Seguramente te aburres todo el día solo, me dijo una vecina, la tía Pepa. Lo imaginé como una enfermedad, algún tipo de indisposición como un resfriado o la alergia a la pelusa del álamo. Por eso respondí vagamente. No, qué va, no es nada, estoy bien. De donde yo venía nadie conocía el aburrimiento, no lo manejaban».(Física de la tristeza de Gueorgui Gospodínov)

No sé cuando lo aprendí yo. No recuerdo que alguien me dijera "te aburres", recuerdo repetírselo a mi madre a todas horas: Me aburro. Me aburro. Me aburro. Pues cómprate un burro. Acompañaba la frase con un gesto con la mano que quería decir desapareced de mi vista y no hagáis ruido y ya estaba. Y seguíamos aburridos. No sé como lo aprendí pero me hice experta. Sí recuerdo decírselo a mi hija María. Cuando Clara tenía un par de meses y ella no llegaba a los dos años, nos acabábamos de mudar y yo no tenía tiempo para nada. María se levantaba, desayunaba y al cabo de un rato decía "quiero comer". Yo sabía que era mentira porque no comía nada (de hecho no comió nada hasta los siete años pero esa es otra historia), quería la comida por tener algo en su día que rompiera las horas. No quieres comer, estás aburrida. No sé si ella me entendía pero yo se lo enseñé. 

De niño te aburres de no hacer nada. Necesitas hacer, ver, contar, hablar, escuchar, leer, ir a sitios, volver, tener tareas, jugar a algo, cambiar de juego, construir, pintar, cantar, que te hagan caso, que tus minutos se llenen, que te cuenten historias. De niño el aburrimiento viene por no hacer nada, hacer cualquier cosa despeja esa sensación, ninguna película te aburre, cualquier visita se considera "algo de emoción". De niño no hacer nada es catastrófico, pero un futuro próximo sin nada que hacer es apocalíptico y se te antoja una eternidad porque, además, todo lo que se te ocurre para llenar ese vacío sabes que está mal, está prohibido, acarreará bronca o hace ruido. Mal. 

Con el tiempo y como no hay otra solución llegas a la adolescencia donde sigues aburriéndote pero no por no hacer nada. En la adolescencia adoras no hacer nada, no ir a ninguna parte, no tener ninguna novedad, no ver más que a tus amigos, adoras tu pequeña rutina de comodidad. Si pudieras, si tus padres, esos seres creados solo para hacerte la vida incómoda, te dejaran no saldrías de tu cuarto, de tu cama, del sofá. Te aburres pero no por inacción como cuando eras pequeño, te aburres por negación. Te aburres por no poder hacer lo que tú quieres, por no poder comer lo que a ti te apetece, por no poder entrar y salir a tu antojo, por no poder dejar de estudiar, por no poder ver a tus amigos a todas horas, por no disponer de todo tu tiempo para lo que tú quieres. 

Cuando llegas a la adultez, no te aburres ni por inacción ni por negación, te aburres por acción. Te aburre tu trabajo, un libro, una película, una situación, una conversación, un trámite, una persona, una relación. Fantaseas con un infinito de tiempo para no hacer nada, ¿horas en el sofá sin hacer nada? Maravilloso. ¿Un fin de semana sin salir de casa? Ojalá. ¿Un viaje para simplemente conducir y mirar el paisaje? Dime cuando. Cuando eres adulto no hay tiempo suficiente en la vida para aburrirse y vas a aprendiendo a desprenderte de las cosas aburridas o, si eso no es posible, a resolverlas lo más rápidamente posible para que se conviertan en pasado cuanto antes. 

Hay gente que no se cura jamás de esa versión del aburrimiento infantil, se quedan anclados ahí como si siguieran teniendo moluscos o varicela o sarampión, nunca superan la etapa del aburrimiento por inacción. Son esa gente que con treinta, cuarenta, cincuenta años dice: "me aburro". Cada vez que lo escucho pego un respingo. ¿Qué has dicho? ¿Cómo es posible? y poco a poco me alejo de ellos. No sé si es contagioso, pero sé que es peligroso. El aburrimiento en los adultos es una enfermedad tan fatal como las paperas porque convierte a esos adultos en seres molestos, complicados para la convivencia y el trabajo. "Me aburro" dice alguien y te das cuenta de que está hueco por dentro, en su interior hay eco. Creo que  el aburrimiento que no se cura te vacía por dentro para siempre. 

Procurad no aburríos y, sobre todo, no os aburráis a mi alrededor. Me da repelús. 

jueves, 10 de diciembre de 2020

Drogas y listas

Hemos terminado de ver Gambito de dama, "La droguitas" como la llamábamos en casa. La Droguitas con sus pastillitas verdes de la felicidad, sus visiones nocturnas, su sonrisa de todo me da igual. Que no, que no es que yo frivolice con esos temas con mis brujas, pero hablamos de todo con humor, incluido de drogas, aunque yo todo lo que les he podido decir es: «en mi vida solo le he dado dos caladas a un porro y me entró tanto sueño que nunca más». Como experiencia vital con la drogadicción es ejemplar pero poco interesante y, sí, ya sé que no se trata de ser interesante pero con tus hijas adolescentes ser medianamente interesante y haber hecho cosas en tu vida que les provoquen un poquito de curiosidad está muy bien. (Por si alguien no lo sabe, los adolescentes llegan a una etapa en que consideran milagroso que sus padres siendo tan poco interesantes hayan conseguido llegar a la edad provecta que tienen sin saber todo lo que ellos ya saben) A lo que iba, he sido muchas (no tantas) cosas en mi vida, pero curiosa con las drogas jamás. Siempre me dieron miedo, ¿y si me sientan mal? ¿y si veo cosas? ¿y si se aparece mi madre a regañarme incluso en un viaje de pastis? ¿y si me da por desnudarme y montar un numerito? ¿y si me gusta y me hago adicta? Valiente, lo que se dice valiente y arrojada  tampoco he sido nunca. 

Ahora que he vuelto a las pastillas, a "mis droguitas", me extraña que la gente se haga adicta a ellas o, mejor dicho, no lo entiendo por como me sientan a mí. Ni siento ni padezco, no duermo, no como, no me concentro, no hablo y tengo la misma creatividad que un neumático. Doy vueltas por mi casa intentando pensar en algo fresco, divertido, chisporroteante (como dice Isa Calderón) e ingenioso y no se me ocurre nada. Leo el New Yorker, una novela búlgara y las noticias del New York Times buscando algo que me provoque una reflexión sesuda. Escucho podcasts, uno tras otro, sobre las temáticas más variadas y aunque se me ocurre alguna cosa pienso «me voy a repetir» o «esto no da para un post». 

«Haz listas de lo mejor del año» me dice un amigo que me temo que se guarda sus mejores ideas para él. «Esas listas son un rollo» le digo. Me gustaría hacer algo ingenioso, una lista interesante, divertida, efervescente, llena de datos sorprendentes: 20 (bueno, mejor 10, no seamos ambiciosos) cosas que he aprendido este año, 10 cosas que no había hecho jamás hasta que llegó una pandemia, 10 cosas buenas de las relaciones de segunda vuelta, 7 datos para sospechar de las manzanas, 7 reacciones diferentes cuando tus amigos se dan cuenta de que has quitado el doble check azul de whasapp, 10 cosas que no sabías que tus hijas te iban a preguntar, 10 (por acotar, porque podría poner 20) cosas que tus hijas adolescentes siguen sin aprender a pesar de que se las ha repetido tres millones de veces, las treinta cinco veces que has cerrado la puerta del baño porque siempre se la dejan abierta y la blasfemia que has soltado en cada una de ellas, 10 cosas que me ponen muy nerviosa de las cuentas de decoración, las 10 frases más insultantes de las gurús de instagram que siempre contienen las palabras tú, poder y querer y siempre van asociadas con comprar alguna mierda que no necesitas y que se vende en Cobo Calleja por la décima parte, 10 (o 45) prendas de ropa que pensé «ey, esto me gusta» pero que no compré porque  «bah, para qué, si no lo necesito», 5 razones por las que creo que el director de casting de The good doctor es ciego porque de otra manera es incomprensible que siempre emparejan a actores que tienen entre ellos la misma química que una vela y un zapato, las siete maravillas del teletrabajo, las siete etapas de dejarte el pelo blanco, los ocho atuendos (atentos que no he escrito look ni oufit, soy la resistencia) que le robaría a "la droguitas", ocho escenarios apocalípticos que imagino durante mi insomnio y siete enfermedades terminales que cada noche creo sentir, etc. 

En fin, mis droguitas me tienen bloqueada. Y sí, quizá me estoy identificando un poco con El Nota. 

viernes, 4 de diciembre de 2020

Sin batería

 © Stefan Zsaitsits
Nunca he sido muy buena midiendo. No sé calcular alturas, ni volúmenes, ni distancias, ni capacidades y al elegir un táper para guardar los restos de la comida siempre dudo, siempre pienso que voy a equivocarme, que será demasiado grande o demasiado pequeño. Tampoco soy buena calculando el tiempo que voy a tardar en llegar a algún sitio, en prepararme y, por eso, suelo llegar tarde. Solía, cuando iba a alguna parte. Ya no voy a ningún sitio. 

Ahora, además, soy malísima calculando lo que me durará la batería o las fuerzas para hacer algo por la tarde. La mañana, casi sin dormir, me muevo propulsada por el café, la pastilla, las tostadas y la ducha pero esa energía se acaba según se acerca la comida y a las tres de la tarde ha desaparecido por completo. Cualquier cosa que, al levantarme, planeo hacer por la tarde, se vuelve totalmente inalcanzable cuando llega el momento. Dicen que la energía ni se crea ni se destruye, pero en una depresión se destruye, se esfuma, desaparece, se queda reducida a lo justo para permitirte seguir respirando y darte cuenta de cuando tienes que ir al baño. El resto es imposible. 

Cuando termino de trabajar me desplomo. No tengo ni siquiera ganas de leer. Me pongo a ver Silicon Valley, María se marcha a un examen, Clara a clase de baile. Se hace de noche y no enciendo la luz. Escucho el tráfico de mi calle, veo las luces encendidas en los edificios que rodean mi casa, me pregunto qué tipo de psicópatas viven en el piso que ha puesto unas luces de navidad que parecen las de poltergeist y se acabaran acuchillándose unos a otros enloquecidos por esa luz blanca que desde mi casa a cien metros en insoportable. Pienso en que no tengo nada obligatorio que hacer, que puedo vegetar sin sentirme (muy) culpable. Nada urgente, nada importante, nada vital. Vuelven las niñas, oigo el ascensor, sus pasos en el rellano y el giro de la llave en la puerta. Entran con cuidado, como si hubiera un enfermo en casa, hay un enfermo en casa. Se duchan, tocan la guitarra, cantan, se pelean por la franja de diez cm que une y separa sus mesas y que es su Linea Maginot. Lo que hay ahí no es de nadie y es de las dos y se defiende con la vida y a gritos. ¡Ese calcetín no es mío!¡Sí, es tuyo y lleva ahí tres días! ¡Hace tres días yo no estaba, ja...es tuyo!

Sigo en el sofá. Es de noche cerrada y agradezco tanto que sea diciembre y no mayo o junio con sus días eternos. Se está mejor de noche. Duele menos. Queda menos. Preparo la cena, el pollo se ha puesto malo así que solo hay brócolí. Larga vida al yogur griego de Mercadona en envase para zambullirse, que nos sirve de complemento. Vosotras, cuando estudiáis historia ¿Dónde os posicionáis? Clara lanza una de sus preguntas bomba que caen en medio de la conversación creando un vacío de sorpresa. ¿Qué? "Sí, que si sois realeza, nobleza, clero, burguesía o campesinado. Yo me pongo en la burguesía". No sé puede ser más personaje que ella, pero sacando temas de conversación no tiene precio. 

Vemos Gambito de dama. No soporto el ajedrez, provoca en mí el mismo efecto que las matemáticas, los sudokus o la legislación sobre inversión en obra cinematográfica, no me interesa absolutamente nada. No me gustan los juegos de pensar, de contar, cuando juego a algo quiero divertirme, descansar la mente, distraerme, pasar el rato, perder. A ellas les gustan las escenas de ajedrez, saben jugar. A mí me gusta ver la serie con ellas y las faldas de vuelo de ser feliz. Y me gusta escribir cosas divertidas pero tampoco tengo energía para eso. 


lunes, 30 de noviembre de 2020

Lecturas encadenadas. Noviembre



Noviembre no ha tenido mucho que contar: medicación, podcasts y libros que es exactamente de lo que he escrito. Supongo que en algún momento volveré a escribir chorradas o sobre temas que me hostilicen pero el estado de aletargamiento en el que me encuentro no me da para grandes reflexiones pero sí para leer bastante aunque confieso que al principio de mes, me costó concentrarme. 

Al lío. 

Durante los primeros veinte días del mes traté de concentrarme en El conde negro. Gloria, revolución, traición y el verdadero Conde de Montecristo de Tom Reiss. Este libro llevaba en mi lista de pendientes por lo menos ocho años, desde que me lo recomendó Elena Rius. Por fin, en mi pedido de este mes lo encargué en Nakama Librería y le llegó el turno. Esta biografía ganó el Premio Pultizer en 2013 y es un rigurosísimo estudio histórico a través de todo tipo de documentación de la figura de Alejandro Dumas, padre, que por si alguien no lo sabía era negro, nació en lo que hoy conocemos como Haiti de conde francés venido a menos y esclava negra y tuvo una vida digna de la más espectacular novela, como El Conde de Montecristo escrita por su hijo y basada en su vida, o de una película de acción de gran presupuesto. Sinceramente yo veo a Idris Elba interpretando a Alejandro Dumas padre, a caballo combatiendo por Napoleón en los pasos de los Alpes, lo veo.  Además de una biografía completísima, El Conde Negro es una repaso a la historia de la Francia prerevolucionaria, revolucionaría y napoleónica. Un ejemplo más de como la historia no siempre "avanza" sino que muchas veces camina hacia atrás. En este caso ha sido sorprendente para mí, descubrir que en Francia en el siglo XVIII los esclavos negros que llegaban de las colonias se convertían automáticamente en hombres libres al pisar suelo francés disfrutando de una vida sin restricciones de ninguna clase. El joven Alexander llegó así, como esclavo del capitán de barco al que su padre le había vendido y al llegar a Francia se convirtió en un hombre libre, acudió a una de las mejores escuelas del país y acabó convertido en uno de los generales más importantes del ejército napoleónico antes de caer en desgracia. No quiero contar más porque El conde negro se lee como una historia de aventuras y es una historia que  me extraña muchísimo que no sea más conocida. Ni que decir tiene que tras leer la historia de su padre se entiende de dónde viene mucha de la inspiración para las novelas de su hijo. 

"¿Qué no has leído Los Modlin? ¿Dónde estás? Ahora mismo voy para allá y te lo dejo." Y Pablo se presentó en casa con el libro. Paco Gómez, autor del libro,  recibe una buena día la llamada de su cuñado que le dice que en una esquina de la calle del Pez, en Madrid, alguien ha tirado un montón de fotos, papeles y recuerdos de alguna casa y que se vaya para allá por si encuentra algo interesante. Paco Gómez, fotógrafo y aficionado a recoger cosillas, va para allá y arrampla con lo que puede mezclado con otras personas interesadas también en rebuscar en esa montaña de recuerdos de alguien.  Durante años tiene todo lo que ha recogido en una caja que mira de vez en cuando, con curiosidad pero pensando que ya lo mirará en algún momento, hasta que un día por una de esas casualidades de la vida, encuentra en casa de uno amigo algo que le hace empezar a tirar del hilo. La historia que va descubriendo sobre esas fotografías, sobre esos papeles le lleva a descubrir a Los Modlin, la familia que a la que pertenecían que tienen una historia alucinante. Los Modlin es un libro que se lee como una ficción pero con la fascinación de reconocer muchas de las historias, de los personajes, de los lugares. Es un libro que no te deja indiferente porque, además, está muy bien editado con fotografías que dan contexto, profundidad y yo diría que misterio a lo que se cuenta. No os lo perdáis. 

Mi Delibes del mes ha sido Señora de rojo sobre fondo gris. Tenía muchísimas ganas de leer este libro que Delibes dedica a su mujer después de todos los documentales, entrevistas y artículos que me he empollado en este año sobre su vida. Es una historia muy triste llena de un amor intenso de esos que uno quiere creer que no existen para no tener envidia y no sentirse un fracaso. Ella, Ana, es perfecta, guapa, animosa, buena persona, la compañera ideal y la madre abnegada. Todo el mundo la quiere y su marido Nicolás, trasunto de Delibes, la adora. 

El texto entero está lleno de amor y de una tristeza lenta y pesada por lo que ya no será nunca, por el luto hacia delante que no termina jamás y en el que Delibes sabe que vivirá para siempre. 

"No obstante, es ahora, a cosa pasada, cuando deploro mi mezquindad. Es algo que suele suceder con los muertos: lamentar no haberles dicho a tiempo cuánto lo amabas, lo necesarios que te eran. Cuando alguien imprescindible se va de tu lado, mueves los ojos a tu interior y no encuentras más que banalidad, porque los vivos, comparados con los muertos, resultamos insoportablemente banales. Ensimismado en su tarea, uno cree, sobre todo si es artista, que los demás le deben acatamiento, se erige en el ombligo del mundo y desestima la contribución ajena. Pero un día adviertes que aquel que te ayudó a ser quien eres se ha ido de tu lado, y entonces, te dueles inútilmente de tu ingratitud. Tal vez las cosas no puedan ser de otra manera, pero resulta difícilmente tolerable. La imposibilidad de poder replantearte el pasado y rectificarlo es una de las limitaciones más crueles de la condición humana. La vida sería más llevadera si dispusiéramos de una segunda oportunidad." 

Nosotros en la noche de Kent Haruf fue una recomendación de Tallón y también lo pedí a Nakama Librería. Si queréis leer algo que os reconforte, que os acompañe antes de dormiros y os haga disfrutar de una tarde de sofá y manta, corred a leer esta novelita. No quiero contar la trama para no reventar la novela, solo diré que va de gente que se acompaña, de segundas vueltas y de saber lo que uno quiere en la vida. No hay grandes alaracas ni fuegos artificiales ni reflexiones profundas que te dejen del revés pero todo el poso de la novela es de una ternura y una sabiduría que conmueven. No quiero decir más. Os gustará. (Sé que hay peli pero todavía no la he visto, la veré)  

Mujeres excelentes de Barbara Pym también vino en el pedido de Nakama y también fue una recomendación de Elena Rius. Estoy pensando que todos los libros que he leído este mes, excepto el del Conde Negro, son libros sobre gente normal, viviendo vidas normales, rutinarias con sus pequeños destellos de alegría, preocupación o tristeza que diferencian unos días de otros. En  Mujeres excepcionales estamos en Londres, después de la guerra, y nos encontramos con Mildred, una solterona hija de un vicario, que vive una vida perfectamente organizada y predecible con su trabajo de funcionaria y su relación con la parroquia a la que asiste y su amistad con el vicario y su hermana. Un buen día todo se trastoca, y con todo me refiero a que sin proponérselo se encuentra teniendo que enfrentarse a problemas que no son suyos pero que ella siente como suyos, cuando llegan uno nuevos vecinos a su casa con los que no tiene nada que ver y el vicario decide casarse. Mildred es incapaz de desentenderse o despreocuparse, es una mujer excelente en cuya naturaleza no existe el egoismo ni la maldad y trata de sobrellevar todas las preocupaciones que estas dos situaciones la provocan de la mejor manera posible y siendo siempre extremadamente preocupada. Mujeres excelentes es un novelón inglés lleno de una fina ironía y un sentido del humor también muy inglés. 

"Una lista de muebles no es un buen comienzo para una carta, aunque a mi entender una persona inteligente podría transformar en un poema hasta la lista de la colada" 

El tebeo del mes, recomendación de Antonio, ha sido un poco chasco. Verano indio con guión de Hugo Pratt y dibujo de Milo Manara cuenta una historia de venganza y muerte en la América del siglo XVII. Colonos ingleses puritanos, indios, violaciones, muerte, destrucción, un odio profundo y sin límites, el sexo como arma ofensiva y defensiva. La historia y el dibujo tienen a ratos lirismo y delicadeza, sobre todo al principio, pero pronto todo se convierte en una orgía de violencia en la que ninguno de los personajes te cae bien y lo único que quieres es acabar cuanto antes para ver si al cerrar las tapas consigues ordenar tus pensamientos y entender qué han querido contarte.  

Y con esto, un bizcocho y esperando que vuelva la inspiración para escribir tonterías y ser capaz como dice Mildred de Mujeres Excelentes, de hacer algo bueno de la lista de la colada, hasta los encadenados de diciembre.  


miércoles, 25 de noviembre de 2020

Podcasts encadenados


Antes no podía escuchar podcasts sin hacer nada, me distraía y me parecía estar perdiendo el tiempo igual que cuando me desmayo los fines de semana frente a una peli alemana de sobre mesa en la que una cirujana cardiaca que vive en una casa ideal y está liada con otro cirujano canadiense se enamora por error de su nuevo vecino artista gay y acaban teniendo un hijo juntos. Es una pérdida de tiempo que hay que tener de vez en cuando para seguir siendo humano pero que no se puede convertir en una rutina porque entonces te quedas sin riego cerebral. Escuchar los podcasts sin hacer nada más que estar tumbada me parecía no tan grave como lo de la cirujana pero sí una pérdida de mi valioso tiempo ¿Por qué escuchar solo cuando al mismo tiempo podía estar haciendo bici estática, ordenando el armario, paseando, planchando o rastrillando? Pues ya sé la respuesta: porque sí. Señores, en esta vuelta a los días iguales puedo pasarme horas tumbada mirando por la ventana y escuchando podcasts sin parar. Y no me siento culpable, ni tengo la menor sensación de estar perdiendo el tiempo: me estoy curando. (Quizás debería pedirle a Ximena una ilustración nueva, conmigo en plan dama de las camelias, postrada en un sofá para ilustrar estos posts)

Gabinete de curiosidades ha vuelto con una apabullante tercera temporada, producida por Podium Podcasts. Además de la maestría, la escritura y las ideas de Nuria Pérez, el podcast tiene ahora una elegancia sonora que pone los pelos de punta. Cuando escribo esta reseña, han salido cinco episodios a cual mejor. En esta nueva temporada todos tienen, además, un trasfondo social, el propósito de hacernos pensar en cosas que están mal en nuestra sociedad y a las que todos somos ahora, creo, más sensibles en estos tiempos de pandemia. Las historias, como siempre, están llenas de detalles y delicadeza y de personajes que Nuria presenta con su característica elegancia y que invitan siempre a querer conocer más.  

El último episodio, el que salió ayer, se titula Al otro lado y trata sobre la frontera entre México y Estados Unidos y los inmigrantes que intentan cruzarla, los voluntarios que tratan de ayudarles a que no mueran y las fuerzas del orden que se dedican a impedir su entrada. Como complemento perfecto a ese episodio, os recomiendo también el último de The Cut, con mi querida Avery Truefelman, que se titula THE BORDER PATROL I KNOW en el que una reportera entrevista a un agente de la frontera. Son dos personajes antagonistas, con posturas completamente diferentes respecto a la inmigración y al trato que debe darse a las personas que intentan cruzar pero que, sin embargo y en contra de lo que estamos acostumbrados últimamente, charlan sobre sus posturas intentando entenderse. Es descorazonador escuchar como el agente justifica sus acciones "porque es la ley" pero entiendes su postura, su dedicación a su trabajo aunque te gustaría que fuera otro o que dijera "yo no quiero hacer esto" o, como en las pelis, "en realidad les ayudo jugándome mi puesto". Pero la frontera no es una película, es una realidad en la que mueren miles de personas. 

¿Qué más recomiendo? 


Un libro, una hora de Antonio Asensio y la Cadena Ser, es uno de los mejores podcasts sobre literatura que he escuchado. El título lo dice todo. Durante una hora, Antonio Asensio acompañado por un par de voces, una masculina y otra femenina (de las que no he podido encontrar los nombres en la web) desmenuzan grandes obras de la literatura universal. Es un podcast sencillo, íntimo, que se siente como si te leyeran en voz alta uno de tus libros favoritos frente a una chimenea, a la orilla del mar o mirando un paisaje. Las voces son cálidas, los extractos que se leen están perfectamente elegidos y el contexto histórico y literario de la obra se explica con sencillez pero sin frivolidad, aprendes del libro que has leído. Lo recomiendo muchísimo sobre todo para volver sobre grandes libros que te hayan gustado mucho, en tus oídos, con Un libro, una hora, esas historias crecen, los personajes cogen vuelo, vuelven a tu memoria y recuerdas las sensaciones que aquella historia te provocó en su día. Yo solo escucho episodios sobre libros que ya he leído pero eso depende de cada uno. 

Podcast: Un libro una hora. 
Duración: Una hora, obvio. 
Pista: es un podcast perfecto para meterte en la cama y escucharlo con la luz apagada, recordando cuando te leían cuentos hasta quedarte dormido (si tuviste esa suerte). Para empezar voy a recomendar el episodio sobre una de mis novelas más favoritas del mundo mundial, El último encuentro de Sandor Marai. 

Que levanta la mano quien no sepa quién es Mandy Patinkin y abandone sin mirar atrás este blog. Mandy Patinkin es actor, cantante, Iñigo Montoya, Saul Berenson, Avigdor y un señor maravilloso casado con una señora maravillosa con gafotas gigantescas que está haciendo este año mejor para todo el mundo. Durante el confinamiento, uno de sus hijos se fue a vivir con ellos y empezó a grabarles en su día a día y a subir los videos a twitter.  Han bailado, cantado, discutido, y han hecho muchísimo trabajo de apoyo a Biden y a candidatos demócratas en las elecciones. Si alguna vez vuelvo a vivir con un hombre quiero ser como Mandy Patinkin y señora, exactamente igual y tener una casa parecida. En este episodio de The Axe Files with David Axelrod entrevistan a Mandy que, repito, es un señor maravilloso que además cuenta las cosas muy bien. Habla de su vida, de su familia, de como su madre jamás le dijo "hijo mío, qué bien has hecho esto" (me suena), de sus inicios de como actor, de como conoció a Barbra Streisand, de La Princesa Prometida, del encuentro con su adorable esposa, de Homeland y los campamentos de espías que hacían y de un montón de cosas más. Es una conversación muy interesante que merece muchísimo la pena.  


¿Qué más? Un podcast australiano de llorar y no parar. A veces hacen falta estas cosas. Goodbye to all this es la historia de Sophie Townsed y la muerte de su marido, Russell por un cáncer.  Lo sé, el tema es para salir corriendo pero Sophie lo cuenta muy bien, con una delicadeza y una sensibilidad que te pone los pelos de punta y te salta las lágrimas desde el primer momento. Sophie susurra con un acento australiano bastante cerrado como era su relación con Russell, su vida con él y sus dos hijas pequeñas y como él empezó a estar muy cansado, débil y una pequeña luz de alarma se encendió en su interior. El proceso completo de diagnóstico, negación, terror, enfermedad, la relación con las niñas, verbalizarlo al exterior, asistir al final, el luto, la imposibilidad de avanzar, de ausencia, de sentir que nadie la entendía, todo está contado con una crudeza íntima que desarma y a la vez tranquiliza porque hace real algo en lo que la mayoría no queremos pensar ni un segundo.  

La producción es sencillísima, acorde con la narración, pero llena de pequeños detalles sonoros: el viento, una puerta, un timbre, una cucharilla, una música leve que dan textura a la historia, que la situan en una realidad cotidiana. La mayor parte de la narración está en la voz de Sophie, como ya he dicho muy peculiar, con pequeñas intervenciones de gente cercana a ella que dan su punto de vista sobre como estaba Sophie, como fue un determinado acontecimiento: su madre, su mejor amiga, las madres con las que tomaba café al dejar a las niñas en el colegio, etc. 

Es un podcast de llorar, aviso pero merece mucho la pena. 

Duración: media hora escasa cada episodio. 
Pista: hay que empezar por el primero, para mí el que más vértigo da, cuando todo en tu vida está bien y de repente deja de estarlo y tienes un impulso irrefrenable de que la vida no sea como es, quieres volver atrás en el tiempo, no llegar a ese momento en el que todo se rompe, no vivirlo, no saber.  

¿Os da miedo volar? ¿Os flipan los aviones? Da igual, me apuesto las dos manos a que todos alguna vez habéis mirado las instrucciones de seguridad plastificadas (por cierto, ¿ahora en pandemia siguen estando?) de los aviones y habéis pensado: esto es una chorrada que no sirve para nada y ¿por qué harán los dibujos tan feos? Yo confieso que he hecho las dos cosas y hasta escribí un post al respecto hace muchísimos años. Como nunca te acostarás sin saber una cosa más que te haga darte cuenta de que eres idiota en In the Unlikely event este episodio de uno de mis podcasts favoritos 99% invisible, hablan justamente de esas instrucciones, de su historia, cuando comenzaron a hacerse, qué sentido tienen y lo más alucinante de todo: está comprobado estadísticamente que tus posibilidades de supervivencia en un accidente aéreo están directamente relacionadas con el hecho de que las hayas leído y memorizado. En el episodio hablan de muchísimas cosas, entrevistan incluso a los principales diseñadores de esos monigotes y cuentan la historia del peor accidente de aviación de la historia, el que ocurrió en el aeropuerto de Los Rodeos en Tenerife. Lo más impactante es la cantidad de gente que murió en ese accidente no por la colisión, sino porque se quedaron petrificados en sus asientos sin saber salir. Escuchad el podcast y, por favor, leed las instrucciones de seguridad.   

Mi última recomendación por hoy es un episodio de 2018 de This American Life. This American Life es el decano de los podcasts en Estados Unidos y su estilo y el de su presentador Ira Glass han marcado a cientos de periodistas y podcasters. Sara Koening, autora de Serial, el podcast que marca el comienzo de la Edad de Oro del medio trabajaba con Ira Glass antes de eso. El caso es que This American Life cumple veinte años y están recuperando los mejores episodios de estos años elegidos por el propio equipo. Que entre más de setecientos episodios te escojan los mejores es un trabajo que se agradece. El que os recomiendo hoy para finalizar esta sección se titula Rom-com (Romantic Comedies) y trata sobre eso, sobre las comedias románticas, porqué nos gustan y al mismo tiempo nos cuentan varias historias de amor que podrían haber sido perfectamente guiones de comedias románticas de Hollywood. Es un episodio precioso, lleno de amor, de comedia, de placer culpable y diálogos de Cuando Harry encontró a Sally, la quinta esencia del género y como dice uno de los productores "A lo mejor eres buena persona pero si no te encanta Cuando Harry encontró a Sally, yo no puedo salir contigo".  

Y ya para terminar de verdad, os recuerdo que De eso no se habla sigue publicando episodios aunque ya quedan pocos para terminar la temporada y que Ay, campaneras se toma un descanso después de veinticinco maravillosos episodios sobre copla e historias de copleras. Estáis a tiempo de engancharos a ellos.  

Pues esto es todo por ahora. Como siempre, si escucháis algo, venid a contármelo. 


jueves, 19 de noviembre de 2020

De paseo

Mi perro, Turbón, es muy pesado. Es el perro más pesado del planeta. En realidad tampoco es mi perro, es el de todos los que vivimos en este casa y es un poco más de mi madre, de mi hermano Borja y de mis hijas y mis sobrinos. Los dos perros son un poco más de todos ellos pero, este año, como llevo viviendo aquí tanto tiempo son también un poco míos. Turbón es uno de los perros más guapos del planeta pero es un brasas. Sacarlo de paseo es ir arrastrando una mole de 55 kilos que va oliendo absolutamente todo: cada planta, cada roca, cada esquina, cada grieta, cada tapia, cada recodo. ¿Puedes con él? te preguntan cuando te ven caminando con él pensando que si tira fuerte de la correa, saldrás disparada. Turbón no corre jamás, soy yo la que tengo que arrastrarle para que deje de frotar el morro contra todo. A veces creo que está haciendo una cata olfativa de cada pis que otros perros, caballos, gatos o humanos han hecho en el campo. 

Antes de ayer salimos de paseo, Juan y yo, con los perros. Nunca habíamos salido de paseo con ellos, pensé que era bonito que después de tantos años de amistad nos queden cosas por hacer por primera vez. Salimos sin rumbo fijo, con Juan llevando a Tuca en un agradable trotecillo a su lado y yo arrastrando a Turbón que permanece siempre imperturbable a mis gritos de "Turbón, no seas pesado". Bordeamos el río, vigilamos las obras de casas de amigos, vimos vacas a las que, por supuesto, los perros no hicieron ni caso, desechamos casas que quizás pueda comprarme en algún momento porque están muy cerca de la carretera o porque son muy feas o porque sospechamos que tienen vecinos gritones. Soltamos a los perros un rato para que corretearan y hablamos de Trump y de cotilleos de Los Molinos y de impuestos. Se fue haciendo de noche mientras bajábamos por el pinar y bordeábamos la cuadra de Juan, un prado con una construcción de piedra antigua a la que íbamos de pequeños a merendar y a pasar la tarde. Era ya casi de noche pero ver la cuadra, el prado,  era casi como atisbarnos hace treinta años, llenos de hormonas y de adolescencia intentando gustarnos unos a otros porque eso es lo que se hace de adolescente, buscar que alguien te guste y gustar a alguien entre la gente que conoces. Rara vez funciona bien pero claro, eso también hay que aprenderlo. Pensé que, con suerte, dentro de treinta años seguiremos paseando por aquí, con otros perros o sin perros y que tenemos mucha suerte. Llegamos al borde de la  civilización de noche cerrada y por las calles desiertas alumbradas por farolas escasas seguimos comentando las casas, los planes que tenemos para cuando me encuentre mejor y las desacertadas decisiones estéticas y constructivas de todo aquel que pone una baranda de escayola en su terraza. 

Al llegar a casa, Turbón estaba exhausto pero supongo que con su olfato colmado de nuevos aromas y Tuca iba con la lengua fuera. Invité a Juan a un trozo de bizcocho. Él ha vuelto a meterme en la lista de gente que puede despertarle de la siesta y yo pensé que había sido una buena tarde. 


jueves, 12 de noviembre de 2020

Back in Los días iguales

Ha ganado Kamala y ha ganado Biden. Leo por ahí en un hilo indignado de alguien que da la turra. Por cierto, el otro día vi Cuento de otoño de Eric Rohmer y no puedo creer que no haya por ahí un artículo, video o tesis doctoral que comente como las heroínas jóvenes y plastísimas de Rohmer son las predecesoras de las turreras en twitter. Son el mismo perfil: cansinas hasta el infinito y encantadísimas de haberse conocido. A lo que iba, que me disperso, leo por ahí que a los dos nuevos cargos de Estados Unidos habría que llamarlos  Kamala y Joe o Harris y Biden. Ni me había parado a pensarlo, ¿qué más da? ¿En serio esto es importante? Sentí tanto alivio cuando por fin se confirmó que habían ganado, que no íbamos a tener que seguir, otros cuatro años, conteniendo la respiración cada mañana al levantarnos, pensando en que nueva estupidez, maldad o crimen iba a realizar Trump que me da igual como les llamen y me juego una mano que a ella, a Kamala se la chufla. A mí me da igual si me llaman Ana, Ribera, Molinos, Riberita o AnaRibera todo seguido como si no supieran darle a la barra espaciadora. 

El triunfo de los demócratas ha sido la única buena noticia en una semana espantosa, una de esas en las que cae un torpedo en la línea de flotación y parece hundir hasta el fondo la zona de impacto y levantar grandes olas que acabarán con cualquier cosa que sobreviva a la explosión.  Yo ya sabía que había peligro de minas, pero pensé que me las saltaría, que llegaría al otro lado del campo quizá con astillas en la cara, con heridas en la rodilla o con alguna amputación. Desde la trinchera he escrito en mi cuaderno renglones apresurados, de letra diminuta y frases entrecortadas para que no se me olvidara nada, para recordar como había llegado allí. Carreras en tinta verde para intentar ordenarme antes de desbordarme, para hacerme un escudo antes del impacto, pero no lo he conseguido. El torpedo llegó, me desbordé y ahora, hoy, después de quince días de dormir hora y media cada noche, he dormido seis horas gracias a una pastilla de esas que te "funde a negro". Después de días de disfrutar de más viajes de los que quisiera en el Dragon KHan de la ansiedad, de haber perdido 4 kilos en una semana y de haber vuelto al 16, hoy me siento como El Nota. Las pastillas han vuelto a mi vida y me lo tomo todo de otra manera, amortiguado, con calma. Me he pasado un mes siendo el Coyote perseguido por el Correcaminos, Hansel y Gretel aterrorizados por la Bruja, los tres cerditos huyendo del Lobo, los adolescentes americanos huyendo de Jason y Blancanieves corriendo por el bosque mientras creía que todos los árboles querían matarla. Y no he corrido lo suficiente o me he cansado antes de tiempo o qué más da. Back to the pills y al 16. 

Mientras tanto el otoño está precioso, ya tengo el pelo blanco por completo, mis amigos han hecho el círculo de seguridad, los audios de wasap son fabulosos para retransmitir crisis de llanto y ansiedad, salgo a pasear por la tarde y a espiar casas que por ahora no puedo comprarme y tengo proyectos. para el futuro y experiencia en esto. Como soy una chica con suerte sé que voy a estar bien. Para estos días iguales no sé si comprarme un albornoz como El Nota y Tony Soprano. ¿Acaso no soy como ellos, una referencia de la depresión? 

martes, 3 de noviembre de 2020

Lecturas encadenadas. Octubre

No tengo mucho que contar como introducción a este post. Por la ventana veo el otoño y fantaseo con jubilarme. Una jubilación dedicada sencillamente a leer, con un tiempo para leer todo lo que me gustaría y con una impresora. En mi brujuleo diario por la red y en las (demasiadas) newsletter interesantísimas que recibo, encuentro cada día artículos que  me gustaría leer, pero no sirvo para leer en pantalla. Quiero un despacho, un sitio fijo para trabajar y una impresora para, cada vez que encuentro uno de esos artículos, darle a imprimir, coger esas hojas todavía calientes y dejarlas en una bandeja que ponga "para leer". Sé que así, en papel, los leería y aprendería y quién sabe, quizá me hicieran más sabia. 

Al lío. 

Empecé el mes yendo a la exposición de Delibes en la Biblioteca Nacional, un plan que recomiendo mucho porque además de ser preciosa y muy emocionante es un sitio muy seguro a efectos de pandemia: hay poquísima gente. En una de las vitrinas de la exposición estaba el manuscrito de Viejas historias de Castilla-La Vieja y una primera edición que Delibes dedica a su mujer y sus hijos y en la que dice que es su libro favorito. Al salir de la exposición, allí mismo, compré un ejemplar. ¿Qué nos cuenta aquí Delibes? Las viejas historias a las que hace mención el título son las historias, llenas de recuerdos y personajes,  que Isidoro se cuenta a sí mismo mientras vuelve a su pueblo cuarenta años después de salir de él. Se marchó porque no quería ni estudiar ni trabajar en el campo y ahora vuelve completando el círculo de la vida y siendo recibido por el mismo personaje, Aniano, y teniendo casi la misma conversación que tuvo hace cuarenta años. Este círculo es la metáfora perfecta de lo que para Delibes significa la vida rural: aunque todo cambie, aunque los pueblos se vacíen o se modernicen, en ellos tú siempre eres el mismo y las sensaciones que te provocan son siempre iguales. 

Viejas historias de Castilla-La Vieja es un libro sencillo, lleno de campo, de pueblo, de lugares seguros aunque sean áridos y para el ajeno puedan parecer incluso hostiles. El libro destila el mismo amor de siempre por el campo y leyéndolo tenía ganas de huir a Soria, a Valladolid, a Zamora y caminar por el páramo con el viento frío en la cara bajo un cielo inmenso sabiendo que siempre puedes volver a casa.

«Y empecé a darme cuenta, entonces, de que ser de pueblo era un don de Dios y que ser de ciudad era un poco como ser inclusero y que los tesos y el nido de la cigüeña y los chopos y el riachuelo y el soto eran siempre los mismos, mientras las pilas de ladrillo y los bloques de cemento y las montañas de piedra de la ciudad cambiaban cada día y con los años no restaba allí ni uno solo testigo de nacimiento de uno, porque mientras el pueblo permanecía, la ciudad se desintegraba por aquello del progreso y las perspectivas del futuro.» 

Yo no soy de pueblo pero para mí, La Peñota, Siete Picos, El Pico de la Golondrina, Puente Verde, El Roto, Montón de trigo son referencia que se mantienen intactas, como algunas casas, como las historias que contamos sobre nuestra infancia y la de nuestros padres y nuestros abuelos antes que nosotros. 

En el mismo volumen aparece también un relato corto sobre caza, en el que un trasunto de Delibes, El cazador charla con El Barbas sobre las vicisitudes de la caza de la perdiz roja. Un diálogo lleno de sencillez que huele a campo, a tomillo y salvia.   

«—Antaño las perdices se cazaban con las piernas, ¿es cierto esto, jefe o no es cierto?
—Cierto, Barbas.
—Hoy basta con aguardar.
—¿Y sabe quién tuvo la culpa de todo?
—¿Quién, Barbas?
—Las máquinas. 
—¿Las máquinas?
—Atienda, jefe, las máquinas nos acostumbrado a tener lo que queremos en el momento en el que lo queremos. Los hombres ya no sabemos aguardar. 
—Puede ser.
—¿Puede ser? El hombre de hoy ni espera ni suda. No sabe aguardar ni sabe sudar. ¿Por qué cree usted que va hoy tanta gente al fútbol ese?
El Cazador se encoge de hombros. 
—Porque en la pradera hay veintidós muchachos que sudan por ellos. El que los ve, con el cigarro en la boca, se piensa que él también hace un ejercicio saludable. ¿Es cierto o no es cierto?
—No lo sé, Barbas.»

Leed a Delibes, os sentiréis mejor. 

Llevaba meses pensando en releer Los anillos de Saturno de W.G. Sebald. Era uno de esos libros de los que tenía más que un recuerdo, la sensación de haberlo disfrutado mucho. Sabía que en su día me había sorprendido como un libro diferente, con muchas capas, con una manera de narrar que no se parecía a nada de lo que hasta entonces yo había conocido. Llegó este octubre raro y con él, el momento de reencontrarme con estos anillos. Al abrirlo encontré la fecha "Agosto de 2001", yo tenía otra vida que estaba a punto de abandonar al casarme, era otra persona muchísimo más joven y era otra lectora, muchísimo más inexperta y con muchos territorios aún sin explorar. 

Recordaba que Sebald caminaba por una zona de Inglaterra, que ha resultado ser Suffolk, y contaba historias. Tenía un vago recuerdo de alguna de ellas, como la visita a la mansión señorial venida a menos de la familia Fitzgerald y alguna cosa más. Como he dicho antes, yo era joven y ahora lo he leído mejor porque algunas de las referencias, personajes o acontecimientos han llegado a mi vida entre aquel lejano 2001 y el año de la pandemia y ese conocimiento me ha hecho apreciar mejor este ensayo de un paseo. Además, el libro está cargado de una nostalgia por un pasado que ya no volverá y que creo que es imposible de apreciar y medir cuándo tienes veintiocho años. Sebald en sus paseos nos lleva a Suffolk pero también nos traslada al pasado de la mano de personajes que recuerda y con los que se funde, dejando que ellos hablen por él. De ahí la sensación que yo recordaba haber tenido de que este libro era un viaje más imaginario que real, no sabía entonces que llega un momento en la vida en que tus recuerdos, las cosas que has aprendido, los libros que has leído, las películas que has visto, la música que has escuchado, los cuadros que te han emocionado,  te acompañan como compañeros reales haciéndose un hueco mental en tus recuerdos y en tu manera de pensar. El viaje de Sebald no era imaginario, era y es un viaje por su cabeza. 

«Y ahora nada más y nadie, ningún jefe de estación con gorra de uniforme reluciente, ningún empleado, ningún carruaje, ningún huésped, ninguna partida de caza, ni caballeros en tweed indestructible, ni damas en elegantes trajes de viaje. Una décima de segundo, pienso a menudo, y se ha acabado toda una época.»

Me temo que eso nos está pasando a nosotros y todavía no nos hemos dado cuenta.  

No digas nada de Patrick Radden Keefe es un librazo. Ya con esto debería bastar para animaros a leerlo pero por si acaso, aquí va alguna razón más. No digas nada cuenta la historia de los Troubles en Irlanda del Norte que, por si alguien no lo sabe, es el conflicto terrorista que arrasó esa zona y especialmente la ciudad de Belfast durante veinte años. Radden Keefe es periodista del New Yorker, autor del fabuloso podcast Wind of change y un fantástico escritor. Es ameno, interesante, serio, cualidades todas ellas indispensables para hablar de un tema como este, el terrorismo nacionalista. 

Me gustaría aclarar que esto no es un libro de historia, que nadie piense encontrar aquí un desarrollo pormenorizado de la historia de un conflicto, con unos antecedentes históricos y todo eso. Radden Keefe nos planta a bocajarro en 1972, la noche en que Jane McConville, madre de diez hijos, desapareció de su casa arrastrada por una banda de hombres y mujeres que entraron, la cogieron y se la llevaron. ¿Quién era ella? ¿Qué pasaba en Belfast? Radden Keffe nos lleva de la mano por las calles de Belfast presentándonos a víctimas y terroristas, sobre todo terroristas, no para que les entendamos sino para que les conozcamos, para poner delante de nuestros ojos la realidad del terrorismo para los que asesinan, matan, secuestran, ponen bombas. Alguno puede pensar que hacer eso es darle credibilidad, darle sentido a lo que hacen pero nada más lejos de la realidad en este caso. Radden Keffe no justifica en ningún caso lo que estos hombres y mujeres, porque las hay, hicieron, cuenta cómo lo veían ellos, cómo lo hicieron y lo que les ocurrió después. 

No digas nada se lee con la dedicación de un thriller y el horror con el que nos enfrentamos a la crónica periodística de un conflicto, de una tragedia. Algunas de las historias me sonaban vagamente, algunas historias las conocía pero de entre todas ellas, me ha horrorizado sobre todo el retrato de Gerry Adams (doy por hecho que el lector medio de estos posts sabe quién es Adams). Adams se negó a ser entrevistado para esta libro, y todo lo que se cuenta está basado en lo que ha dicho en entrevistas ahora y hace treinta años, en testimonios ante la policía, en sus discursos, en sus memorias y en los testimonios de gente que le conoció muy bien. Es un retrato preciso del cinismo y la hipocresía más absoluta y es terrorífico. Del resto de personajes, lo que más aterra como siempre que te enfrentas a conocer de cerca a alguien capaz de hacer algo que tú te crees a salvo de hacer, es como esas personas no son seres caídos de un planeta lejano, ni enfermos ni nada por el estilo. Esos terroristas tienen madre, padre, hermanos, amigos y creen en sus ideales con la misma fe que podemos tener los demás en otras cosas. No queremos verlos como iguales porque es más fácil vivir al otro lado de la línea que nos separa a nosotros y nuestra infinita bondad de ellos, los malos. 

Como dice Claude Lévi-Strauss en una cita que recoge Radden Keefe en el libro «para la mayoría de la especie humana y durance decenas de millares de años, la idea de que la humanidad incluye a todo ser humano sobre la faz de la tierra no existe en absoluto. La designación pierde sentido más allá de los límites de cada tribu o de cada grupo lingüístico, a veces incluso de una simple aldea.»

El tebeo del mes ha sido La levedad de Catherine Meurisse y me ha gustado sin entusiasmarme. Chaterine Meurisse era dibujante de Charlie Heddo y se libró de morir en el atentado del 7 de enero de 2015 porque, ese día, llegó tarde a trabajar. Se había pasado la noche en vela dándole vueltas a la absurda relación que mantenía con un hombre casado. Tras el shock inicial, Catherine (igual que Philippe Laçon) pasó a vivir con guardaespaldas, sufrió estrés post traumático y un síndrome de disociación brutal. Se veía a sí misma desde fuera y era incapaz de recordar, de sentir, de concentrarse, de centrarse en nada. En este tebeo cuenta ese "no estar" y el camino que recorre para volver a la superficie, a ser. Es un camino que recorre fijándose en la belleza a su alrededor, que le sirve para dejar de no ser y vuelve a anclarla la realidad. Esa belleza está a su alrededor pero también, y sobre todo, en el arte. Digo que el tebeo me ha gustado regular porque así como la primera parte es fantástica y Meurisse consigue a través de un dibujo muy ligero y evocador meter al lector en ese estado de levedad, de flotar por encima de la realidad, en la segunda parte creo que no sabe como contarlo y se enreda  y se embarulla y se pierde el tono. A pesar de esto conviene echarle un vistazo y es un perfecto complemento para El colgajo de Philippe Laçon (que resulta que leí hace justo un año)  

«Tenemos el arte para no morir de la verdad» Nietzsche

Casi olvido comentar que entre Delibes y Sebald intenté leer Una habitación propia de Virginia Wolf pero no fui capaz. Después de cuarenta páginas de idas y venidas sobre la idea de que la mujer tiene que ser independiente y tener su propio espacio me cansé y me aburrí. Entiendo que hace cien años esta idea fuera revolucionaria y entiendo, incluso, que lo sea para muchos ahora mismo pero es que yo ya me lo sé, yo ya vivo así. Lo siento, Virginia yo lo que necesito ahora es tiempo y una impresora.  

Y con esto y viendo llover por la ventana, hasta los encadenados de noviembre. 

Todos los enlaces a los libros os llevaran a todostuslibros.com una nueva web que reúne a todas las librerías de España (o casi) y en la que podéis pedir lo que queráis y os llegará a casa desde la librería más cercana. Si no pedís libros es porque no queréis, porque no puede ser más fácil.  


martes, 27 de octubre de 2020

Los yo nunca

Me encantaría acordarme del momento de este fin de semana en que se me ocurrió escribir sobre la ligereza con que soltamos los Yo nunca al aire. No sé en qué contexto fue, ni en qué andaba metida para que se me ocurriera pero llevo un par de días dándole vueltas y acordándome de las madres de Ucrania que durante la gran hambruna de Stalin acabaron comiéndose a sus hijos. 

Cuando eres pequeño, joven, maduro pero poco, los yo nunca salen de tu boca constantemente, se te van cayendo cada dos pasos y cada tres opiniones. Tienes yo nunca para cualquier tema: yo nunca votaré a este partido, yo nunca dejaré esta ciudad, yo nunca tendré hijos, yo nunca me casaré, yo nunca trabajaré en algo que no me guste, yo nunca me llevaré mal con mi madre, yo nunca le haría eso a mi hermano, yo nunca traicionaría a un amigo, yo nunca mentiría para conseguir un trabajo, yo nunca comeré carne, yo nunca llevaría pantalones pitillo, yo nunca me pondré vestidos de tirantes, yo nunca llevaré traje, yo nunca me pondré zapatos de cordones de pijo. No tienes medida ni control. Ni lo piensas medio segundo. Repartes yo nunca para todo y para todos y para ocasiones especiales tenemos guardado el top de la gama: el famoso yo jamás. Yo jamás haría algo así.  

Cuando caminas un poco por la vida, avanzas, dejas de mirarte el ombligo y la vida comienza a reirse de ti en tu cara te encuentras de repente tragándote muchos de los yo nunca que  tan alegremente habías ido soltando en los años anteriores. Los lanzaste y ahora vuelven a ti como un boomerang, golpeándote con toda su fuerza entre ceja y ceja. Si eran de los discretos, de los que nadie se acuerda, de los poco importantes, recoges esos yo nunca de tu pasado y discretamente, casi sin que nadie te vea, a escondidas, los tiras a la basura, miras a los lados y piensas: bueno, no es grave, nadie se ha dado cuenta. Y te pones los pantalones pitillo, los vestidos de tirantes o empiezas a beber cerveza.

Hay otros yo nunca que al golpearte te dejan brecha y resulta que como en su día no te contentaste solo con decirlos, con gritarlos sino que los enarbolaste como tu estandarte, como tu lema de vida, la discreción para recogerlos no está a tu alcance. Alguien, un amigo al que golpeaste con ese yo nunca, o un familiar o tu yo del pasado desde algún cuaderno, un mail o un viejo audio te mirará con cara de "Pero ¿tú no decías que tú nunca?" Y entonces, como no quieres aún reconocer que te equivocaste, que aquello fue una estupidez, elucubras una excusa para justificarte. «A ver yo dije que nunca tendría hijos pero a Pedro le hace ilusión» «Yo dije que nunca me casaría pero lo hago por mi madre» «Dije que yo nunca llevaría pantalones de tiro bajo pero es que ahora no hay otra cosa» A nadie le importa que no hayas cumplido tus yo nunca pero cuesta mucho bajarse del pedestal de sabiduría al que tan alegremente nos subimos. Todo se ve claro, cristalino y fácil desde el pedestal de las opiniones absolutas. Por último están los yo nunca que al volver te dejan tirado en el suelo, con conmoción cerebral. Son los yo nunca que vienen a revolcarte en tu vida, a demostrarte que, en realidad, no tienes ni idea ni de lo que eres capaz de hacer para lo bueno ni de la capacidad que tienes para sufrir, ni de la que tienes para ser cruel, para mentir, para defraudar, para aguantar, para sufrir o para dejarte llevar. Son los yo nunca que frente a ti te dicen: qué fácil era tenerlo todo claro cuando no estabas aquí, ¿verdad?  

Estos yo nunca te los tragas como puedes. Los digieres y si has aprendido la lección aprendes a manejar los yo nunca como si fueran nitroglicerina. Con mimo, con cuidado, midiéndolos con precisión milimétrica y rodeándolos de señales de precaución como "yo creo que yo nunca", "ahora mismo creo que yo nunca pero en realidad nunca se sabe". Cuando un par de estos te estallan también la cara decides prescindir por completo de ellos, y los cambias por el siempre socorrido y casi nunca bien apreciado: "pues, sinceramente, no lo sé". 

Este arduo camino plagado de brechas, golpes, conmociones hasta alcanzar el momento en el que dices nunca más un yo nunca no lo recorre todo el mundo. Hay muchísima gente aferrada a sus yo nunca como si tuvieran algún valor, como si sirvieran para algo. Aferrados a ellos aunque les hagan sufrir. Aferrados a ellos por el que dirán si los sueltan. Y luego están los otros, los que de verdad se creen los yo nunca. Y últimamente estamos rodeados de ellos, por todas partes. 

Los chinos dicen no sé qué de no desear algo. Yo solo te deseo, deseo que a todo el mundo la vida le ponga en una situación en la que al tragarse un yo nunca se de cuenta de que hasta que no estás ahí, hasta que no lo estás viviendo (lo que sea) en realidad no tienes ni idea de qué harías. Y por eso, la mejor opción siempre, es que te guardes tus juicios sobre los que está pasando otra persona y que si quieres decir algo digas: pues, yo no sé que hubiera hecho. 



miércoles, 21 de octubre de 2020

Siluetas del pasado

Willy Ronis

El otro día le expliqué a mi hija qué eran las páginas amarillas. Me miró con sorpresa. Para ellas la vida antes de internet es casi un pasado mitológico lleno de leyendas y seres fantásticos que ya no existen, que solo pueden conocer porque los mayores de la tribu: mi madre, mis hermanos, su padre y yo, les hablamos de ellos. No sé si ellas tienen la sensación de haberse perdido un pasado mejor, un pasado más chulo o más acogedor. Recuerdo cuando mi madre me hablaba del sereno de nuestro barrio y como nos abría el portal cuando llegábamos por la noche desde Los Molinos y nosotros, mis hermanos y yo, dormíamos en el coche. Cada vez que mi madre me contaba esas historias yo echaba de menos no haber conocido al sereno. Me pasaba lo mismo con los tranvías de Madrid o con los guateques en el bar Zacarías en el que se conocieron mis padres, con su cocinita de juguete en la que ardía un fuego de verdad y con el lechero que les traía las botellas a casa.

No sé si es la pandemia, tener cuarenta y siete años y medio, que mis hijas sean ya mayores y autónomas o un estado de ánimo a juego con mis canas pero me siento nostálgica. Me sorprendo enumerando cosas que ya no existen y no son solo objetos, son también sensaciones, palabras, rutinas, hábitos. Por ejemplo, ya casi nadie hace embozos. Muy pocos saben lo que es un embozo y yo, sin embargo, debajo de mi edredón con su preciosa funda echo de menos una sábana y un embozo. (Sí, he escrito tres veces la palabra, como si fuera un conjuro de la Bruja Novata para que  no se pierda la palabra). Echo de menos los teléfonos fijos. Sí, sé que eran un engorro, que no saber quién te llamaba te exponía a tener que hablar con gente con la que no querías hablar, que no podían silenciarse (bueno, sí se puede. Mi amigo Juan lleva con el teléfono descolgado desde que comenzó el siglo) y que siempre sonaban en la siesta pero los echo de menos. Un callejero. Algo que cualquier conductor guardaba en la guantera de su coche porque ¿Cómo ibas a saber llegar a la calle Garabito sin callejero?  ¿Quién sabe usarlo ahora? Sí, es cómodo que una voz te vaya guiando y  el callejero tendía a deshacerse y era incómodo y faltaban calles pero echo de menos esa sensación de buscar tu camino en vez de sentirte como un personaje de videojuego manejado por una voz que te dice a 200 metros gire a la derecha.  Echo de menos no saber qué tiempo hará mañana, levantarte sabiendo que a las tres de la tare lloverá está muy bien, te permite hacer planes, dejar la ropa tendida dentro y elegir el calzado adecuado pero es tan poco emocionante. 

Las páginas amarillas, los tocadiscos, los teléfonos de rueda,  el quedar con los amigos a base de pasear y con suerte encontrarte, el bono metro que se picaba en una máquina, las fotos en papel, estas cosas van perdiéndose poco a poco porque así tiene que ser, porque nada es eterno. Yo no conocí las tiendas de sombreros, ni a las chicas con falda lápiz para  vestir a diario, ni a lo serenos, ni los guateques, ni muchísimas otras cosas porque se fueron desdibujando hasta desaparecer. Pero , ahora mismo, hay otras cosas que están desapareciendo de golpe, que se están esfumando ante nuestras narices y que mis hijas serán capaces de recordar: el tiempo en el que podías ir por la calle sin mascarilla, la seguridad de una rutina, el contacto físico con otra persona, los conciertos, llorar al lado de un desconocido que está sentado pegado a ti en una butaca en el teatro, los folletos de las exposiciones, las consignas en los museos, los aeropuertos abarrotados...

Sí, sí, sé que quizás estoy exagerando. "No seas dramas, todo volverá". Quizá no, quizá se han perdido para siempre.  Una de las características de las cosas que desaparecen es que no saben que están desapareciendo, creen, creemos, que permanecerán para siempre porque ¿Cómo vamos a desaparecer? 

Los objetos, las rutinas, las sensaciones, las palabras, los oficios, las faldas lápiz, los cardados y los tranvías desaparecen. Y todo va dejando una silueta, como la que se traza en las películas con tiza alrededor de los cadáveres, para que, por lo menos, no las olvidemos. 



viernes, 16 de octubre de 2020

Podcasts encadenados




Con un poco que leas la prensa, escuches la radio, veas las portadas de alguna revista, pulules por twitter o te pasees por instagram, la palabra podcast está por todas partes. Todo el mundo habla de podcasts y casi todo el mundo los hace. Es el medio de moda o nos lo quieren vender como el medio de moda. En mi experiencia creo que es una burbuja gigante que está muy lejos de la realidad del mundo. La mayoría de las personas con las que yo me relaciono no escucha podcasts y me mira con cara de «Pobrecita, que obsesión le ha entrado» cuando con cada tema de conversación que tocamos, yo digo algo como «Ay, conozco un podcast sobre eso». ¿Qué quiero decir con todo esto? Pues que el mundo de los podcasts es estupendo y está lleno de posibilidades pero que no hay que dejar que este boom nos predisponga contra él. En España está casi todo por hacer y casi todo por descubrir y para eso escribo estos post (que nadie escucha) para dar a conocer las maravillas que podéis encontrar por ahí, alejadas de lo que se publicita a bombo y platillo que, no por estar en todos lados, tiene necesariamente que ser lo mejor. (Sencillamente tienen más dinero para promoción).

Empiezo las recomendaciones de esta semana con una novedad en español que sé que va a tener éxito. DE ESO NO SE HABLA, es un podcast nuevo realizado por un grupo de mujeres estupendas con Isabel Cadenas Cañón como voz cálida y cantante. El podcast es tan estupendo, la idea primigenia para realizarlo era tan buena, que fue seleccionado para un programa de mentoria, tutoria y acompañamiento por parte de PRX y el Google Podcasts Creator Program entre cientos de proyectos presentados de todo el mundo. Sé que esto puede no deciros nada pero es el equivalente a que te llame el M.I.T para financiarte tu investigación y significa que desde España se pueden tener ideas maravillosas para podcasts con proyección internacional. 

¿De qué va DE ESO NO SE HABLA? Pues justo de eso, de las cosas que no se hablan porque es mejor no mencionarlas, porque los secretos aireados pueden doler o matar o crear incomodidad. De las cosas que todo el mundo sabe pero no quiere saber, de las historias familiares con las que se vive pero de las que no se habla. No quiero contar mucho más porque prefiero que lo descubráis, que os adentréis de la mano de la voz de Isabel, que ya aviso que tiene un punto ASMR, en el primer episodio que sé que no os va a dejar indiferentes. Al terminar, saltaréis al segundo que no se parece al primero porque todos los silencios, las cosas de las que no se habla son diferentes aunque yo creo que se sienten igual.  Además de la historia y lo que se cuenta sobre el silencio, conviene anotar que detrás de este podcast hay un año de trabajo, un año de pensar, buscar historias, escribir, reescribir, editar, grabar, cortar, corregir y dedicar a cada detalle mucho mimo y eso se nota. Igual que he comentado la falsa burbuja que podemos ver ahora en los medios y a la que me opongo, estoy en contra también de la idea de que para hacer un buen podcast solo hace falta charlar de manera espontánea delante de un micrófono. No es verdad, se puede hacer un buen podcast de manera amateur  pero siempre se hará mejor si se trabaja sobre él con tiempo y con dinero.  (Por si acaso hay dudas, se puede hacer un podcast horrible con mucho dinero y mucho tiempo y hay innumerables pruebas de ello). 

Un último consejo, no miréis nada antes de escuchar DE ESO NO SE HABLA. Id y dadle al play, escuchad y luego visitad su web en la que encontráis el material que necesitáis para completar los  silencios que habéis escuchado. 


Podcast:
DE ESO NO SE HABLA. 
Episodios: quincenales, los domingos. Duran una media hora. 
Pista: empezar por el primero, PREGUNTAN POR TI se titula. Una maravilla. Saltad luego al segundo. Todos son diferentes. Visitad la web. Ah, y si tenéis alguna historia de silencio que queráis contar, contactad con ellas. 


¿Qué más tengo por ahí que me haya gustado mucho? Pues del tirón me he escuchado CALIFORNIA CITY, un podcast de LAist Stuidos con la periodista ambiental Emily Guerin. Este podcast cuenta la historia de una ciudad en el desierto. Pedro Torrijos eligió California City para su primer hilo sobre curiosidades urbanísticas y arquitectónicas y podéis verlo aquí para haceros una idea.Emily se sumerge en esta historia para intentar entender que lleva a alguien a querer construir una ciudad en medio del desierto, en mitad de ninguna parte, ¿idealismo? ¿avaricia? ¿maldad? ¿locura? y a conocer también porque otro alguien a escucha los cantos de sirena del que le ofrece comprar un terreno en medio del desierto. Esto no tiene misterio, en la base de cualquier estafa piramidal está la avaricia, el creerse más listo que los demás y el deseo de enriquecerse. Aprovecharse de esa inclinación natural es lo que hacen los estafadores y lo hacen muy bien.

CALIFORNIA CITY se sigue con mucho interés y es muy entretenido porque combina el recorrido histórico de la ciudad desde su creación hasta nuestros días, con la experiencia personal de la propia Emily contando como encontró la historia y como la fue siguiendo, sus dudas, sus cambios de opinión a lo largo de la investigación y, también, la presencia de implicados en toda la historia: creadores, estafadores, estafados y hasta un asesino.

Podcast: CALIFORNIA CITY 
Episodios: ocho episodios de media hora de duración.
Pista: yo empezaría echando un vistazo al hilo de Pedro Torrijos para ver realmente en toda su dimensión en qué consiste el concepto mitad de la nada y luego escucharía la serie completa. Hay que prestar especial atención a como los estafadores, los buenos, despliegan sus artes de tal manera que aunque nos creamos a salvo, cuando estás cerca de ellos, cualquiera puede caer en sus redes. 

Hay todo un género de podcasts dedicado a estafadores y estafas que yo encuentro particularmente interesante porque  siempre crees que «a mí no me de la darían» pero cuanto más escuchas estas historias, más cuenta te das de que no estás a salvo para nada. (Si alguien, como yo, se siente inclinado por estas cosas, que me lo diga y le daré más recomendaciones)


Para terminar vamos al que para mí es uno de los podcasts más importantes de la historia. IN THE DARK, es un podcast monumental, impresionante y, además, un ejemplo de trabajo periodístico magistral. No sé si ya lo he recomendado en otras ocasiones pero el final, esta semana,  de la segunda temporada merece que le vuelva a dedicar tiempo. In the Dark es un podcast de American Public Media, y tiene a la cabeza a la periodista Madeleine Baran. El propósito detrás de este podcast es el de investigar en profundidad, y cuando digo en profundidad quiero decir hasta el más mínimo detalle un caso en concreto. La primera temporada investigaba la desaparición, en 1989, de Jacob Wetterling, un niño de once años. A mí me encantó y la recomiendo muchísimo pero no quiero extenderme sobre ella porque lo que ha llevado a In the dark a las portadas de todos los medios americanos ha sido su segunda temporada.

El 16 de julio de 1996 alguien entró en el almacén de muebles Tardy en Winona, Mississippi y asesinó a cuatro personas. Curtis Flowers fue detenido meses después acusado de haber sido el responsable de los asesinatos. En 2017, Madeleine Baran recibió un mail de una mujer que le decía: ¿sabes que hay un hombre en Mississippi que ha sido juzgado seis veces por el mismo caso? Aquello le pareció tan raro que pensó que era imposible pero decidió investigarlo y comprobó que era cierto. A partir de ese momento, el equipo de APM se instaló en Winona e investigó hasta el más mínimo detalle sobre el caso. Entrevistaron a cientos de personas, abogados, policías, la familia de Curtis, la familia de los asesinados, testigos, compañeros, amigos. Rastrearon al milímetro lo que ocurrió aquel día, los informes policiales, las declaraciones de los testigos, la vida de Curtis, la de las víctimas, la de los testigos. Repasaron lo que ocurrió en cada juicio, lo que dijo el fiscal del distrito, el juez, los abogados defensores. Todos y cada uno de los pequeños detalles fue milimétricamente investigado y, poco a poco, descubrieron que las piezas no encajaban, que algo estaba mal, que parecía haber por parte del fiscal un empeño en acusar a Curtis incluso manipulando testimonios y ocultando información. Descubrieron también que se había manipulado la elección de los jurados favoreciendo siempre la presencia de blancos. La importancia de sus investigaciones llegó hasta el punto de conseguir que unos nuevos abogados cogieran el caso y lo presentaran al Tribunal Supremo de los Estados Unidos. El Tribunal no coge muchos casos al año pero éste sí y resolvió sobre él el verano pasado. ¿Puede ser emocionante como un capítulo de CSI un episodio de podcast que transcurre en una sesión del Tribunal Supremo? Ya os digo yo que sí. 

 La segunda temporada fue creciendo y creciendo según se fueron desarrollando los acontecimientos pero, a pesar de todos sus esfuerzos, nunca consiguieron entrevistar a los dos protagonistas principales: el fiscal y Curtis Flowers. Esta semana, por fin, Madeleine se ha reunido con Curtis que ha salido de la cárcel definitivamente y sin cargos. 

IN THE DARK es apabullante en todo. La manera en que te cuentan la historia de manera detallada pero tan ordenada y bien explicada que en ningún momento se te hace pesada o reiterativa. El guión medido al milímetro para que el arco narrativo funcione en cada episodio, el trabajo exhaustivo de investigación que resulta palpable en todo momento. Es un podcast espectacular, una cumbre periodística que ha conseguido eso tan raro hoy en día: que el trabajo periodístico sirva para dar a conocer una historia y mejorar la realidad. Eso casi no pasa ya, no pasa nunca. 

Mientras escribo esto, tengo la sintonía del podcast sonando en mi cabeza. Eso solo pasa con las cosas que te dejan huella. 

Podcast: IN THE DARK.
Episodios: 20 de casi una hora cada uno. 
Pista: empezar por el principio, con calma, para conocer la historia poco a poco. La trama se sigue como una capítulo de CSI, como una novela de misterio que te va atrapando poco a poco en cada detalle. 

Para terminar un par de avisos: hay nuevo episodio del podcast de Bankia después de que haya salido la sentencia que los absuelve a todos. Y ¡tachán! la semana que viene llega la nueva temporada de Gabinete de curiosidades a Podium Podcast, sé que soy muchos los fans de Nuria y me encanta daros buenas noticias. 

Como siempre, si escucháis algo, venid a contármelo.  

jueves, 8 de octubre de 2020

La tristeza y el silencio

 «Siempre que te veo me sabe a poco y vuelvo a reflexionar sobre ese absurdo fenómeno que cada día se da con más frecuencia, de ir perdiendo la conexión con los seres que nos son más afines, mientras, por el contrario, gastamos tantas horas en frecuentar o aguantar a gente que nos importa muy poco. Tú eres para mí uno de esos afectos sólidos y constantes que resuenan al fondo de otras cosas más bulliciosas y aparentemente de mayor relieve. Y siempre estás igual que cuando bajabas en corbata y playeras a la playa de Formentor.» (Carta de Carmen Martín Gaite a Miguel Delibes en abril de 1983) 

Martín Gaite describe a Delibes como un afecto sólido en el que poder anclarse, descansar, retomar fuerzas. No dice me encanta hablar contigo o qué bien lo pasamos o como me ayudó lo que me contaste. En la oscuridad de la sala de la exposición de la Biblioteca Nacional, leo y releo ese fragmento y casi puedo verlos juntos, sentados, hablando sin grandes expresiones y sin tratar de cambiar el mundo, simplemente disfrutando del bálsamo que su compañía mutua les proporciona. 

Imagino a Delibes en su casa, melancólico como él se definía y arrasado de tristeza desde la muerte de su mujer, sintiéndose reconfortado por las cartas de Martín Gaite y de otros amigos. Probablemente no contestara  diciéndoles que lloraba al vestirse, que la tristeza le ahogaba mientras se sentaba a trabajar o cuando salía a pasear. Contestaba a todas las cartas que recibía y quiero pensar que en sus respuestas encontraba un desahogo o un medio para encauzar su tristeza y que ésta fuera más llevadera, por lo menos durante un rato o, a veces, durante días.  

Me obligo a salir de casa,  a ponerme zapatos, a peinarme, a bajar a la calle y a caminar. La gente dice que Madrid está más triste, a mí me parece que está más vacío pero igual de hostil, sigue sentándome fatal y después de siete meses de ausencia me está costando habituarme. Probablemente porque no quiero habituarme. Llevo tres días llorando de tristeza. Lloro abrazada a mis hijas, lloro mientras cocino y lloro mientras trabajo. Lloro mientras hago la cama y ordeno la ropa. Y no lloro mientras hago la tabla de abdominales porque el odio consume toda mi energía, pero lloro, otra vez,  mientras escribo a Juan. «Estoy muy triste»«¿Te llamo?» me pregunta.  «No, no quiero hablar, voy a salir a dar un paseo y a ver la expo de Delibes.» 

Para mi la tristeza es solitaria, muda. No quiero contarla, ni explicarla, ni buscarle razones, ni justificaciones. Y no quiero hablarla. La tristeza no mejora al ponerle palabras porque se enreda, porque parece, entonces, inexplicable y frívola e innecesaria. Y no lo es, nunca lo es. Se dice que es difícil expresar, con palabras, la felicidad pero, para mí, es al revés, es la tristeza lo que no tiene explicación porque ponerle palabras me resquebraja. Puedo contar mi felicidad, mi tristeza solo puedo enseñártela.  Se que lo que mejor marida con mi tristeza es el silencio que dice: se que estás triste, estoy aquí. El silencio que solo dan los afectos sólidos y constantes, aquellos a los que siempre puedes recurrir sin tener que explicarte, diciendo solo "estoy triste" y que eso sea suficiente consuelo.