jueves, 8 de octubre de 2020

La tristeza y el silencio

 «Siempre que te veo me sabe a poco y vuelvo a reflexionar sobre ese absurdo fenómeno que cada día se da con más frecuencia, de ir perdiendo la conexión con los seres que nos son más afines, mientras, por el contrario, gastamos tantas horas en frecuentar o aguantar a gente que nos importa muy poco. Tú eres para mí uno de esos afectos sólidos y constantes que resuenan al fondo de otras cosas más bulliciosas y aparentemente de mayor relieve. Y siempre estás igual que cuando bajabas en corbata y playeras a la playa de Formentor.» (Carta de Carmen Martín Gaite a Miguel Delibes en abril de 1983) 

Martín Gaite describe a Delibes como un afecto sólido en el que poder anclarse, descansar, retomar fuerzas. No dice me encanta hablar contigo o qué bien lo pasamos o como me ayudó lo que me contaste. En la oscuridad de la sala de la exposición de la Biblioteca Nacional, leo y releo ese fragmento y casi puedo verlos juntos, sentados, hablando sin grandes expresiones y sin tratar de cambiar el mundo, simplemente disfrutando del bálsamo que su compañía mutua les proporciona. 

Imagino a Delibes en su casa, melancólico como él se definía y arrasado de tristeza desde la muerte de su mujer, sintiéndose reconfortado por las cartas de Martín Gaite y de otros amigos. Probablemente no contestara  diciéndoles que lloraba al vestirse, que la tristeza le ahogaba mientras se sentaba a trabajar o cuando salía a pasear. Contestaba a todas las cartas que recibía y quiero pensar que en sus respuestas encontraba un desahogo o un medio para encauzar su tristeza y que ésta fuera más llevadera, por lo menos durante un rato o, a veces, durante días.  

Me obligo a salir de casa,  a ponerme zapatos, a peinarme, a bajar a la calle y a caminar. La gente dice que Madrid está más triste, a mí me parece que está más vacío pero igual de hostil, sigue sentándome fatal y después de siete meses de ausencia me está costando habituarme. Probablemente porque no quiero habituarme. Llevo tres días llorando de tristeza. Lloro abrazada a mis hijas, lloro mientras cocino y lloro mientras trabajo. Lloro mientras hago la cama y ordeno la ropa. Y no lloro mientras hago la tabla de abdominales porque el odio consume toda mi energía, pero lloro, otra vez,  mientras escribo a Juan. «Estoy muy triste»«¿Te llamo?» me pregunta.  «No, no quiero hablar, voy a salir a dar un paseo y a ver la expo de Delibes.» 

Para mi la tristeza es solitaria, muda. No quiero contarla, ni explicarla, ni buscarle razones, ni justificaciones. Y no quiero hablarla. La tristeza no mejora al ponerle palabras porque se enreda, porque parece, entonces, inexplicable y frívola e innecesaria. Y no lo es, nunca lo es. Se dice que es difícil expresar, con palabras, la felicidad pero, para mí, es al revés, es la tristeza lo que no tiene explicación porque ponerle palabras me resquebraja. Puedo contar mi felicidad, mi tristeza solo puedo enseñártela.  Se que lo que mejor marida con mi tristeza es el silencio que dice: se que estás triste, estoy aquí. El silencio que solo dan los afectos sólidos y constantes, aquellos a los que siempre puedes recurrir sin tener que explicarte, diciendo solo "estoy triste" y que eso sea suficiente consuelo. 


17 comentarios:

Maripuchi dijo...

La tristeza es necesaria. Y la melancolía, aunque, como dice un amigo, es adictiva. Pero te sitúan ante las cosas con otra perspectiva.
La gente que está siempre feliz no es creíble. Es postureo puro.
Un beso grande.

Anónimo dijo...

Estar en Madrid te ha permitido ir a la exposición... Ahora me odias y estás un poco menos triste ...

Carmen dijo...

Aparte de todo lo que has dicho (y a ver si puedo entrar en Madrid de una vez a ver la exposición), está la forma en que Carmen Martín Gaite escribía cartas. Su correspondencia con Benet es también preciosa, por si quieres echarle un vistazo.

Miriam dijo...

Gracias! Por fin alguien lo dice. Llevo siete años viviendo en Madrid por trabajo. Y desde el momento que llegué no puedo liberarme de esa sensación. Es hostil.Vuelve a Los Molinos en cuanto puedas. Se te leía más feliz.
Y echo de menos las fotos de las flores en Twitter...

Anónimo dijo...

❤️

ELISA dijo...

Lamento que estés baja de ánimo. Estamos viviendo unos tiempos raros. Seguro que ya lo haces pero cuídate.

Anónimo dijo...

No sabes cómo te entiendo Ana. Has descrito a la perfección mi tristeza.

Begoña.

Anónimo dijo...

No tenemos ese afecto sólido pero te mando un abrazo. Espero que te reconforte aunque sea un segundito.

Anónimo dijo...

Si te es posible, supongo que no por temas diversos, múdate al pueblo y líbrate de Madrid, que por lo que sea no te hace ningún bien.
Teka

Anónimo dijo...

Madrid eterna, para lo bueno y para lo malo. Madrid cuanto te quiero!!!

Anónimo dijo...

Estoy igual que tu, Molinos. A pesar de la tristeza y la soledad, este blog sigue siendo una lumbre que da calorcito. Gracias y un abrazo fuerte.

Anónimo dijo...

Que seas capaz de salir, es un gran triunfo, y tienes mucho mérito.

Empecé leyendo una obra de arte y terminé leyendo una grandísima muestra de humanidad y fuerza. Eres grande, Moli, y te queremos admiramos profundamente, aunque no nos hayamos visto nunca.

Un abrazo en silencio

Unknown dijo...

Cómo empatizo contigo y te siento... yo también me siento triste... triste y sola en este Madrid gigante... aunque estoy rodeada de mis hijos y mi marido.
Es una tristeza y soledad muy interna, de las que te duele sobre todo en el alma,...
Muchas gracias por abrirte, por escribir este blog,....
Ojalá yo pudiera también escribir!! Hace tanto que estoy tan vacía, que ya no me salen las palabras.
Un abrazo muy fuerte

Anónimo dijo...

Aggg qué envidia, vivo en un barrio de los confinados, el Sur, ay del Sur, y no me dejan llegar. En fin, ya he hecho mis cálculos y si no es en Madrid espero que pueda ser en Valladolid, donde parece ser que la trasladarán desde diciembre. Por nuestro bien mental espero que el confinamiento termine antes de esa fecha, uff.
Martín Gaite conforma mi memoria sentimental literaria, como tantos otros escritores de esa España vapuleada en lo cultural (y no sólo pero no entro que aquí a veces muerden con éstos temas. Dejémoslo pues en el plano literario), Delibes era otro, por supuesto. Por cierto, estaba preparada para este año la publicación en Destino de la correspondencia inédita entre Delibes y Umbral pero parece ser que por el Covid, normal, se ha retrasado. El maestro Umbral es otro de los señores al que hincar el diente. Comentas a menudo a Joan Didon y su Año del pensamiento mágico y es una maravilla, ¿eh? Me encantó aunque a veces se me quedaba un poco lejos culturalmente hablando, ¿en ocasiones un relato cerebral o demasiado intelectualizado? pero Mortal y rosa de Umbral es el libro más bello que nunca he leído sobre un duelo. Estremecedor y literario desde vísceras, cerebro y corazón. Si eso puede ser.

Me apena que estés triste pero la verdad es que no se me ocurre nada para consolarte, lo entiendo y no sé qué decirte. No hay cauces válidos ni tampoco innecesarios dónde situar lo que sucede.

En cualquier caso gracias a todos los que escribieron con maestría y nos permitieron hablar de ellos y tener nuestras cabecitas ocupadas y llenas de ellos en estos tiempos de bandazos morales y cotidianos. Algo es algo.

Visita lo que puedas y desees y nos cuentas, al menos yo lo agradeceré infinito.

Marga


sonia dijo...

💌💌💌

marta dijo...

A lo mejor soy injusta...pero la tristeza no es por culpa de los lugares..la tristeza la llevamos dentro..No le echemos la culpa a los demás, a los sitios

Silvia dijo...

He leído unos cuantas publicaciones de tu blog estos días. Pienso que eres generosa por compartir tanto. A estas alturas de la vida, la mía, no me atrevería a juzgar a nadie ni a pedirle que opine como yo, o que sienta como yo; ni siquiera tengo demasiado interés en que (me) entiendan o empaticen conmigo pero aprecio enormemente que otros compartan (sus) cosas. A mí me sirven. Me quejo para mí, hace un tiempo, de que los días son iguales. Lo son porque no sé hacerlos distintos pero, esta vez, sé que son iguales para muchos otros.
Un abrazo.