martes, 27 de octubre de 2020

Los yo nunca

Me encantaría acordarme del momento de este fin de semana en que se me ocurrió escribir sobre la ligereza con que soltamos los Yo nunca al aire. No sé en qué contexto fue, ni en qué andaba metida para que se me ocurriera pero llevo un par de días dándole vueltas y acordándome de las madres de Ucrania que durante la gran hambruna de Stalin acabaron comiéndose a sus hijos. 

Cuando eres pequeño, joven, maduro pero poco, los yo nunca salen de tu boca constantemente, se te van cayendo cada dos pasos y cada tres opiniones. Tienes yo nunca para cualquier tema: yo nunca votaré a este partido, yo nunca dejaré esta ciudad, yo nunca tendré hijos, yo nunca me casaré, yo nunca trabajaré en algo que no me guste, yo nunca me llevaré mal con mi madre, yo nunca le haría eso a mi hermano, yo nunca traicionaría a un amigo, yo nunca mentiría para conseguir un trabajo, yo nunca comeré carne, yo nunca llevaría pantalones pitillo, yo nunca me pondré vestidos de tirantes, yo nunca llevaré traje, yo nunca me pondré zapatos de cordones de pijo. No tienes medida ni control. Ni lo piensas medio segundo. Repartes yo nunca para todo y para todos y para ocasiones especiales tenemos guardado el top de la gama: el famoso yo jamás. Yo jamás haría algo así.  

Cuando caminas un poco por la vida, avanzas, dejas de mirarte el ombligo y la vida comienza a reirse de ti en tu cara te encuentras de repente tragándote muchos de los yo nunca que  tan alegremente habías ido soltando en los años anteriores. Los lanzaste y ahora vuelven a ti como un boomerang, golpeándote con toda su fuerza entre ceja y ceja. Si eran de los discretos, de los que nadie se acuerda, de los poco importantes, recoges esos yo nunca de tu pasado y discretamente, casi sin que nadie te vea, a escondidas, los tiras a la basura, miras a los lados y piensas: bueno, no es grave, nadie se ha dado cuenta. Y te pones los pantalones pitillo, los vestidos de tirantes o empiezas a beber cerveza.

Hay otros yo nunca que al golpearte te dejan brecha y resulta que como en su día no te contentaste solo con decirlos, con gritarlos sino que los enarbolaste como tu estandarte, como tu lema de vida, la discreción para recogerlos no está a tu alcance. Alguien, un amigo al que golpeaste con ese yo nunca, o un familiar o tu yo del pasado desde algún cuaderno, un mail o un viejo audio te mirará con cara de "Pero ¿tú no decías que tú nunca?" Y entonces, como no quieres aún reconocer que te equivocaste, que aquello fue una estupidez, elucubras una excusa para justificarte. «A ver yo dije que nunca tendría hijos pero a Pedro le hace ilusión» «Yo dije que nunca me casaría pero lo hago por mi madre» «Dije que yo nunca llevaría pantalones de tiro bajo pero es que ahora no hay otra cosa» A nadie le importa que no hayas cumplido tus yo nunca pero cuesta mucho bajarse del pedestal de sabiduría al que tan alegremente nos subimos. Todo se ve claro, cristalino y fácil desde el pedestal de las opiniones absolutas. Por último están los yo nunca que al volver te dejan tirado en el suelo, con conmoción cerebral. Son los yo nunca que vienen a revolcarte en tu vida, a demostrarte que, en realidad, no tienes ni idea ni de lo que eres capaz de hacer para lo bueno ni de la capacidad que tienes para sufrir, ni de la que tienes para ser cruel, para mentir, para defraudar, para aguantar, para sufrir o para dejarte llevar. Son los yo nunca que frente a ti te dicen: qué fácil era tenerlo todo claro cuando no estabas aquí, ¿verdad?  

Estos yo nunca te los tragas como puedes. Los digieres y si has aprendido la lección aprendes a manejar los yo nunca como si fueran nitroglicerina. Con mimo, con cuidado, midiéndolos con precisión milimétrica y rodeándolos de señales de precaución como "yo creo que yo nunca", "ahora mismo creo que yo nunca pero en realidad nunca se sabe". Cuando un par de estos te estallan también la cara decides prescindir por completo de ellos, y los cambias por el siempre socorrido y casi nunca bien apreciado: "pues, sinceramente, no lo sé". 

Este arduo camino plagado de brechas, golpes, conmociones hasta alcanzar el momento en el que dices nunca más un yo nunca no lo recorre todo el mundo. Hay muchísima gente aferrada a sus yo nunca como si tuvieran algún valor, como si sirvieran para algo. Aferrados a ellos aunque les hagan sufrir. Aferrados a ellos por el que dirán si los sueltan. Y luego están los otros, los que de verdad se creen los yo nunca. Y últimamente estamos rodeados de ellos, por todas partes. 

Los chinos dicen no sé qué de no desear algo. Yo solo te deseo, deseo que a todo el mundo la vida le ponga en una situación en la que al tragarse un yo nunca se de cuenta de que hasta que no estás ahí, hasta que no lo estás viviendo (lo que sea) en realidad no tienes ni idea de qué harías. Y por eso, la mejor opción siempre, es que te guardes tus juicios sobre los que está pasando otra persona y que si quieres decir algo digas: pues, yo no sé que hubiera hecho. 



15 comentarios:

Chitin dijo...

Mi abuela decía: "nunca digas de este agua no beberé...", lo de los deseos creo que es algo así como "ten cuidado con lo que deseas, no vaya a ser que se cumpla".

marthabaz dijo...

la vida se ríe de ti en tu cara... me ha encantado y es verdad, te comes las cosas de las que estuviste más seguro y te das cuenta que no tienes ni idea de nada de todo lo que un día tuviste tan claro. Y cuanto más segura estuviste, más fuerte es el porrazo que te pega la certeza desmoronada que te cae encima...

Laura. dijo...

"Si quieres juzgar mi camino, te presto mis zapatos"
Ojalá no dejemos de darnos cuenta de nuestros yo nunca !

rousmery68 dijo...

Genial Moli, como siempre.

Anónimo dijo...

Que barbaridad,que bien escribes 👏

lolo dijo...

Qué bueno este post. Empecé hace poco a quitar el yo e introducir el creo cuando doy una opinión. La vida se te ríe, es verdad, pero esa labor de desnudarte de absolutismos te ayuda a llegar, adonde haya que llegar, con la conciencia de que mandamos poco, de que se trata solo de transitar con menos carga. Lo de no juzgar ya es top y vip, al menos para mí.

Anónimo dijo...

Como decía uno de mis hermanos cuando era pequeño:"Yo siempre nunca..." pues eso!

Qué buen post y qué razón tienes. Aparte de canas, la vida aporta sabiduria

Anónimo dijo...

Hace muchos años que aprendí que todo cambia, yo la primera, y que lanzarme a dar opiniones categóricas era una temeridad que no quería asumir, así que no soy muy de yonuncas.
Bueno, con la excepción de las cuatro cosas en la vida que sí tengo claras, que entonces mis yonuncas se escuchan en la luna.

Qué bien escribes, Moli.

Gordi

Anónimo dijo...

Hace muchos años que aprendí que todo cambia, yo la primera, y que lanzarme a dar opiniones categóricas era una temeridad que no quería asumir, así que no soy muy de yonuncas.
Bueno, con la excepción de las cuatro cosas en la vida que sí tengo claras, que entonces mis yonuncas se escuchan en la luna.

Qué bien escribes, Moli.

Gordi

sonia dijo...

Verdad verdadera.Y muy bien escrito.Superbien.

Esther dijo...

Qué razón tienes. Yo me he comido muchos de esos, sobre todo cuando fui madre, que fácil se ve todo cuando no tienes hijos. Un abrazo

Anónimo dijo...

Siempre te leo y nunca comento, pero al leer este post, no puedo dejar de hacerlo. Para mi es perfecto tal cual lo has escrito. Enhorabuena por todos y en particualar, por este.
Me he tragado muchisimos Yo nunca. Hace un tiempo que dejé de utilizar esa expresión.

Anónimo dijo...

Hay una peli de Meryl Streep y William Hurt aká "Cosas que importan", donde ella le dice a la hija que de joven pensaba "yo nunca..." y que con el tiempo toda la perspectiva cambia.
En mi tierra se dice: "mejor no escupir al viento", pues eso, mejor no ser tajante con las aseveraciones...
Saludos,
Verónica

Anónimo dijo...

GRANDE ESTE POST. GRANDE.

Tita dijo...

Mi madre siempre ha dicho que no hay nada más castigado que la boca, e intento recordarlo siempre.

Abrazos