Un perro en relieve en el papel higiénico, un perro en relieve en el papel higiénico. Lo miro, lo toco y pienso: esto costará dinero. ¿Será más o menos barato que hacer el papel liso? ¿Alguien se habrá preguntado esto alguna vez? Y ¿por qué un perro como emblema de un papel higiénico? Recuerdo el anuncio del perrito monísimo corriendo por lo que parecía el comienzo de la moda de los pisos piloto con luz a raudales con el rollo entre los dientes pero ¿alguien lo compra esperando encontrar ese perrito inmortalizado en el papel? Últimamente creo que he perdido memoria y capacidad de concentración. No, no es exactamente eso. He perdido agudeza, he perdido filo para conectar ideas y conocimientos. Antes hacía esas conexiones sin pensar, me salían solas, era si de mis dedos, de mi cabeza o de mi lengua saliera un chispazo, una descarga eléctrica (como la de las anguilas) que estableciera esa conexión. Ahora, para conseguir algo parecido la sensación es que tengo que tirar un cable submarino por debajo de una pesada masa de agua y conseguir llegar al otro lado. A veces tengo fuerzas y lo consigo, otras veces dejo el cable a medias y digo: ya volveré. Me debato entre dos superpoderes. El que tienen mis hijas de dormir como los perros, a su antojo, donde sea, como sea y cuando sea y el de con un chasquido de dedos poder cambiar todos los cuadros de mi casa. Concretamente me encantaría tener una pared frente a la que desayunaría cada día, llena de láminas botánicas y querría, cada día, con un chasquido de dedos poder cambiarlas todas. A lo mejor cada día es excesivo, pero poder cambiarlas cuando me las hubiera aprendido de memoria, tan de memoria como me sé los refranes irlandeses que cuelgan encima de la mesa de la cocina en Los Molinos o las etiquetas de vinos de la cocina de Madrid. Sueño con Michael Jordan un día y al siguiente con Camilo José Cela, se lo comento a Juan y hablamos de que se sueña poco porno. Odio el deporte, odio el deporte con toda la fuerza de mi ser y ese odio es lo único que me empuja a hacerlo y terminar cuanto antes. Cuando me crece el pelo parezco un perro de aguas y mi madre me dice que llevo el pelo aplastado, creo que no tengo síndrome del impostor porque mi madre ha conseguido desgastarlo de tanto echármelo en cara. Debió dejarlo a cero cuando yo tenía veinte o veinticinco años. Salir a cenar con mis amigos y que las cosas que nos contamos hayan pasado hace treinta años da un vértigo parecido al de la montaña rusa. Es una mezcla de susto al darte cuenta de lo viejos que somos y de alegría porque tenemos todo ese pasado en común y esperamos seguir teniendo futuro. Hacerte mayor es darte cuenta de que has tenido mucha suerte de no haber perdido ningún amigo por el camino en accidentes, enfermedades o cualquier cosa dramática... y saber que en algún momento ocurrirá y que puedes ser tú. Más vértigo existencial. La playa de Nogales, ver dormir a mis hijas una siesta de cuatro horas como si no hubieran dormido catorce esa misma noche, las pestañas de María, las manos de Clara, escucharlas respirar. Emocionarme y que esa emoción estalle cuando se despiertan y absolutamente todo lo que yo hago les parece mal. Internet está lleno de gatos y de consejos sobre como ser madre. Me sobran gatos y esos consejos. La realidad tiene más perros y lo difícil no es ser madre, lo complicado es encajar en tu cabeza ser madre e hija a la vez, querer parecerte a tu madre en lo bueno y pasarte el día huyendo despavorida de las cosas malas que te hacen parecerte a ella. De eso no hay nada en internet. Querer escribir algo y que no se te ocurra nada, solo hilachas de cosas que (te) pasan por la cabeza y que no pueden ser un post. ¿Y si las junto todas?
lunes, 26 de julio de 2021
lunes, 5 de julio de 2021
Podcasts encadenados. Salir del a mí eso no me gusta.
Cuando uno empieza a escuchar podcasts, como cuando empiezas a leer, uno elige lo que cree que va a gustarle guiado por sus gustos, empieza por lo fácil. Si me gusta la novela romántica solo leo novela romántica, si me gusta la fantasía solo leo fantasía, si me gusta el amor y lujo solo leo amor y lujo. Estás convencido de que cualquier otra cosa "No te gusta". ¿Por qué no te gusta si no lo has probado? Porque así lo has decidido. Yo también he pasado por ahí con la lectura, el cine, la música y, por supuesto, los podcasts pero creo que es una señal de madurez, crecimiento personal o como queramos llamarlo, el hecho de decidir un buen día qué vas a probar esas cosas que has decidido que no te gustan. Me pasó en literatura primero con el ensayo y luego con la ciencia ficción, me pasó en la música con los barrocos y me pasa ahora con los podcasts y la ficción. En principio no me atraen los podcasts de ficción pero me obligo a escuchar alguno porque sé que es un prejuicio absurdo que me priva de descubrir cosas fantásticas. Una de esas cosas ha sido la serie La esfera de Podium Podcast escrita por Polo Menárguez, con diseño sonoro de Teo Rodríguez y un cast de actores que están espléndidos. No soy oyente de ficción y, además, la ciencia ficción no es mi fuerte pero os recomiendo esta serie con todas mis fuerzas porque he devorado sus ocho episodios. Los guiones son fabulosos, los diálogos convincentes, los personajes creíbles y me he reído como nunca escuchando un podcast. Casi parece la vida real. Dejad a un lado vuestros prejuicios porque os va a gustar, entretener, divertir y gozar con unas interpretaciones maravillosas.
miércoles, 30 de junio de 2021
Lecturas encadenadas. Junio
Hay posibilidades de que este post sea el más corto dentro de la sección lecturas encadenadas porque junio ha sido un mes muy intenso para muchas cosas que me han tenido apartada de la lectura y, sobre todo, me han hecho caer como una piedra al acostarme. Estar ocupadísima y dormir bien son dos actividades que van mal con la lectura.
Al lío.
El mes empezó con ganas pero se desinfló en la página doscientos cincuenta. El mundo después del cumpleaños de Lionel Shriver fue una adquisición en la Cuesta Moyano porque no había leído nada de esta autora y me apetecía (ya sé que el que hay que leer es Tenemos que hablar de Kevin, lo tengo en mi lista). Veo en mis notas que me tomó solo ocho días leerlo pero se me hicieron largos. La novela parte de una idea que si bien no es original puede tener su gracia pero a partir de la página doscientos cincuenta se acaba la gracia. Irina vive con Lawrence, son pareja desde hace más de diez años y llevan una vida monótona pero cómoda y confortable. Un buen día, en una cena con el exmarido de una examiga, siente una pequeña atracción y, a partir de ahí, Shriver bifurca la narración en dos direcciones paralelas. Una en la que Irina es infiel y otra en la que no. Cada uno de estos universos paralelos está contado con una minuciosidad que si bien, como he dicho antes, al principio interesa porque cualquier detalle puede cambiar una percepción, una sensación, una palabra, según avanza resulta repetitiva y cansina.
¿Es una mala novela? No. ¿la recomiendo? Pues tampoco a no ser que la saques de la biblioteca, te la encuentres en una librería de viejo y quieras echar un ratillo. Pero vamos que es prescindible completamente.
Londres de Julio Camba, me llamó la atención el Día del libro en la Librería La Lumbre. Nunca había leído a Cambra y esta recopilación de los artículos que escribió en 1910 cuando llegó a la capital británica como corresponsal del diario El Mundo (otro Mundo, no el de ahora). Las crónicas que se recogen aquí son todas muy parecidas y al leerse todas seguidas dan la sensación de que Camba se repite. Se parecen también mucho a lo que ahora mismo podrían escribir Tallón, Jabois, Manuel de Lorenzo o cualquier otro articulista gallego. Camba también lo era y supongo que eso marca algo. Tiene el mismo tono, la misma ironía, la misma capacidad para de lo más trivial escribir quinientas palabras.
Obviamente eran otros tiempos para el periodismo porque, ahora mismo, dudo mucho que ningún periódico mandara a alguien a Londres, con todos los gastos pegados, a escribir sobre la niebla, el roastbeef, las mujeres ingleses, el peligro de ser inglés o cualquier otra cosa. Esto es lo que hace Camba, pasear, encontrarse con gente, charlar con sus compañeros de pensión y contar todo lo que le parece chocante sobre todo comparándolo con lo español y lo francés porque también había estado de corresponsal en París.
"Un español se tumba en un sofá y sueña. En cambio, cuando un inglés se tiende en la misma forma, deja de existir. Un inglés tendido es como un mueble volcado."
"Todas las cosas inglesas están perfectamente rematadas; pero ninguna lo está tanto como el inglés mismo. Un inglés es un inglés y no podrá ser otra cosa. Aunque viva medio siglo en el extranjero, seguirá siendo inglés. Si tiene hijos fuera de Inglaterra, estos hijos serán tan ingleses como él. Si estos hijos tiene a su vez otros hijos, también saldrán ingleses. El ingles un producto admirablemente irreductible".
A Camba le chocan las comidas (no descarto que en algún momento aparezca una pintada, un grafiti romano o una anotación en un incunable que diga "Como en España no se come en ningún sitio"), la niebla espesa que cubre la ciudad y que, en cierta manera, es la ciudad, el carácter inglés siempre orgulloso de ser todo lo británico que se pueda, su moral, su racismo, las mujeres independientes que trabajan, van con pantalones y no tienen intención de casarse, etc.
A partir de esa extrañeza inglesa, Camba (nos) retrata muy bien. No hemos cambiando en ciento diez años.
"Cada español, como el marqués de Bradomin, ha divido a España en dos grandes bandos: uno, él y el otro, todos los demás".
"Todos los españoles son políticos y es probablemente, la causa de que España esté tan mal gobernada".
Mi última lectura del mes ha sido Los días perfectos de Jacobo Bergareche y, curiosamente, en este encadenamiento de lecturas, también va de infidelidades. Luis, periodista, conoce a Camila, arqutecta, en un congreso en Austin y tiene uno de esos affaires que son perfectos precisamente porque son affaires. No destripo nada porque esto se cuenta en la contraportada.
Bergareche traza un acertado retrato de una infidelidad que es como todas las demás: preciosa y única vista desde dentro y corriente y moliente vista desde fuera. Bergareche retrata bien no solo la infidelidad sino el inicio de cualquier enamoramiento, ese momento en el que no hay nada más que la otra persona, en que cada actividad parece única y especial, en que crees que nadie ha amado como os amáis vosotros, que no se te olvidará nunca y que durará siempre porque harás todo lo posible y lo imposible para que sea siempre así, porque es imposible que no sea así. Todos hemos estado ahí. Incluso William Faulkner que tiene una presencia importante en la trama y que no voy a destripar.
La novela se estructura también, de una manera parecida a la de Shiver en dos partes. En la primera parte la carta de Luis a Camila: "Verte se queda corto. Te tuve, me tuviste. Nos tuvimos". La segunda parte que para mí desmerece la primera parte tanto en la forma como en el fondo es la carta de Luis a Paula, su mujer: "Me aburro. me aburres. Nos aburrimos. Probablemente no sea más que eso, aburrimiento. Tedio. Ni más ni menos que la mayoría de las parejas que conocemos."
Es una novelita correcta, entretenida y con algunas cosas muy buenas.
Y ya está. No hay más. No me ha dado tiempo. Ayer saqué seis libros de la biblioteca que planeo leer en el próximo mes. Con la espereza de conseguirlo y un bizcocho, hasta los encadenados de julio.
lunes, 28 de junio de 2021
Su columna es mala
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Rosie McGuinness |
Soy su editora y el motivo de este correo es comunicarle que la última columna que nos ha remitido no va a publicarse. Sí, sé que ahora mismo está sorprendido por dos cosas. La primera que exista una editora en el periódico que lea sus cositas y qué, además, haya decidido no publicarla y tenga autoridad para ello. ¡Sorpresón! Me imagino que, ahora mismo, está pensando ¿Cómo se atreve esta muchacha? Sí, porque usted es uno de esos que llama a las mujeres, muchachas, chicas, chatas, chavalas o feas si son de su cuerda y feminazis comunistas con cara de rata si no lo son. Es también de los que piensa que usted vale tres mil o cuatro mil millones de veces más que una mujer por algún extraño motivo que no alcanzo a comprender pero que tampoco me importa un comino. Me juego una mano a que su segundo pensamiento ha sido "voy a llamar a Mengano Rodrigañez de Felpudinez a decirle que a esta chica no la quiero ahí y que yo publico lo que me da la gana, que no ha nacido la persona y menos una mujer que me diga a mí lo que publico o no".
He acertado ¿a qué sí? Está estupefacto. Además de mujer y su jefa soy espabilada. Sí, espabilada es el adjetivo que ponen los hombres como usted a las mujeres inteligentes y dispuestas. Es como un premio de consolación, "qué espabilada", como si tuviéramos seis años y hubiéramos aprendido a montar en bici sin ruedines seis meses antes de lo esperado.
Al grano. La columna que ha remitido es mala. Mala de solemnidad. (Ja, que califique así su escrito seguro que le ha escocido porque es una expresión viejuna y casposa que usted reparte a diestro y siniestro y ¡oh, sorpresa! se la acaba de llevar en toda la cara, como un bofetón de película). La columna es mala, aburrida, soporífera yo diría y llena de incongruencias conceptuales que no se sostienen de ninguna de las maneras. Miento, se sostienen en su posicionamiento político que usted se empeña en recalcar todo los dias como si no lo supiéramos y como si le importara a alguien. La columna huele a rancio. Huele como el piso que me compré hace años. La dueña había muerto, los herederos cerraron la casa dejándola tal y como estaba y cuando fuimos a visitarla por primera vez, olía exactamente como su columna. Solo podría ser peor si usted hubiera aclarado que las feas a las que se refiere en sus líneas, son feas de izquierdas. Las feas de derechas pueden exhibirse alegremente porque, por supuesto, feas de derechas hay pocas y las que hay son elegantes, sofisticadas, con conversación, saber estar, apellidos con historia y sobre todo le encuentran a usted fascinante, inteligentísimo e ingenioso. Hay feas de derechas pero no hay tantas que además sean idiotas. Confié en mi, si una mujer le ríe las gracias a su edad, es por pena. Disculpe mi sinceridad y, por favor, no caiga usted en acusarme de edadismo, no creo que usted no sea gracioso por edad, es simplemente que no tiene usted gracia ni la ha tenido nunca. Para que lo entienda, como la que es fea, que es lo es para siempre. Pues usted igual, de gracioso ni medio.
No me venga ahora con "me cancelan porque la izquierda limita mi derecho de expresión". No tengo tiempo, ni ganas, ni creo que merezca la pena explicarle que no se puede recurrir al pataleo de la cancelación cuando se lleva cuarenta años dando la turra en un periódico y supongo que alguna radio (lo siento pero no sigo su carrera con interés). No explico desde tan abajo. No le cancela nadie, simplemente no vamos a publicar una columna malísima. Sí, sí, sé que se ha hecho el moderno y ha puesto el título esperando enganchar a la gente con la indignación, sobre todo a las feas feminazis que llevan zapatos proabortistas ¿a que sí? Ay que picarón, creía usted que yo iba a picar con eso. Pues no. Puestos a pensar titulares que enganchen se me ocurren otros con usted de protagonista que, le aseguro, le procurarían a cualquier medio millones de clics y no solo de feminazis incultas, feas y adoradoras de Satán, sino de cualquier hijo de vecino, incluidos marqueses que opinan que votar es de ricos, que los pobres no saben.
A lo que voy. No vamos a publicar su tontería de señor con ínfulas de provocar. No insista. No me haga enfadar. No me obligue a amordazarle con una pelota de ping pong.
¿Ha visto Pulp Fiction? Pues eso.
Lo haré por su bien si me obliga. No quiero que se ponga, aún más, en evidencia. Se lo debo como editora. No haga el ridículo. Escriba otra cosa, algo sobre los naranjos de Sevilla, el olor a verano o como se ve el pasado desde su provecta edad, cuando no había chavalas en puestos de responsabilidad y la vida era más fácil.
Atentamente.
Ojalá hubiera pasado esto.
lunes, 21 de junio de 2021
Pasado mañana y más
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«La Junta Directiva ha valorado tu cuestionario, por el equipo encargado de las adopciones, sentimos comunicarte que ha encontrado varios puntos que difieren con la filosofía y la política de nuestra protectora. Se ha considerado, no se adaptó al 100% con nuestros puntos de vista, como para darlo por válido, con lo cual te informamos que procedemos a desestimarlo.No damos perritos en adopción que vayan a dormir en caseta, fuera del domicilio, en ninguna estación del año, los damos en adopción para que sean un miembro más de la familia y bajo nuestro punto de vista ningún miembro de la familia puede dormir en una caseta.»
Cuando después de tener perro durante más de treinta años, recibes esta contestación a una solicitud de adopción de una cachorrita de mastín, por parte de una misteriosa Junta Directiva que, sospecho, son tres mataos con camisetas con mensaje y ukelele (con todo mi respeto a las camisetas de con mensaje y a los ukeleles) te quedas un poco sorprendido. ¿Está mal que un perro duerma en un jardín? ¿Lleva la humanidad maltratando perros toda su historia? ¿La Junta directiva ha convivido alguna vez con un perro de 50 o 60 kilos? Entiendo que la Junta Directiva quiera asegurarse de que vas a cuidar al perro pero de ahí a pedir absurdeces, va un mundo. Levanto la vista y veo a Turbón durmiendo justo en la sombra que da el pino al caer la tarde. Es un miembro de la familia que, desde luego, tiene pinta de no tener traumas por dormir en el jardín.
–Mamá, eso es mentira.
–¿Y qué? Son bobos
Vamos al cine a ver A Quiet Place 2. Acabo la película echa una bola en la butaca y me entra ardor de puro susto.
No sé cuándo volveremos a ir al cine las tres juntas. Últimamente cuento las últimas veces que estamos haciendo las cosas.
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Cuando unas instrucciones de Ikea dice que se necesitan dos personas y tres horas, en realidad son dos personas suecas que se corresponden con tres españolas y las tres horas hay que multiplicarlas por la diferencia horaria con España: diez o doce. Un mueble de Ikea nunca está mal. Lo siento pero si no sale bien el que te has equivocado eres tú. Y nunca falta un tornillo, lo has perdido.
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–No, solo aprendes a funcionar con ellas y a suspirar por volver a ser capaz de dormir doce horas del tirón y tener tiempo para hacerlo.
martes, 15 de junio de 2021
La litera
Los siguientes veinte años los pasé trepando cada noche a la cama de arriba (sin usar la escalerita). Un pie en el tablón a los pies de la cama de abajo, otro en el cubre radiador y arriba. Algunos de esos años cuando me acostaba miraba un poster de Bruce Springsteen que había pegado al techo de la habitación. Durante todos esos años una estantería soportaba el peso de mis lecturas justo encima de mi cama. Varias veces no lo soportó y fui reprendida por "poner demasiados libros". ¿No ves que la estantería no aguanta tanto peso? me decían. No, no lo veía, ni se me había ocurrido.
En esa litera he pasado unas cuantas resacas, grandes disgustos, grandes lloros y grandes ilusiones (Nunca una noche de lujuría, para eso okupaba la cama de mi hermana). Las noches sin dormir antes de los Reyes, el día antes de mi cumpleaños, el día antes de empezar el cole. Las grandes vomitonas infantiles me las ahorré porque con todo mi morro, si me encontraba tan mal como para vomitar asomaba la cabeza por la barandilla y vomitaba hacia el suelo o hacia mi hermana. Nunca me lo ha perdonado. Durante todos esos años, según iba creciendo, pensaba: cuando pasé a BUP ya no podré dormir en la cama de arriba, cuando cumpla dieciocho ya no dormiré ahí, cuando esté en la Universidad seguro que ya no trepo por el radiador, cuando empiece a trabajar no podré dormir ahí. Imaginaba con antelación esos hitos, a personas mayores que yo durmiendo en litera y era incapaz. Me parecía que no pegaba dormir en litera si tenías catorce o eras mayor de edad, o estabas en la carrera o ganabas un sueldo. Dormir en litera era de pequeños. Dormí en esa litera, trepé por ese radiador y hasta los veintiocho años, hasta la víspera de mi boda.
Después de casarme, la litera y yo nos separamos durante cinco años. Ella hizo su vida con mi hermana y yo me dediqué a las camas de dos por dos y luego a las cunas. Pasado ese tiempo nos volvimos a juntar, la desmontamos, la trajimos a nuestra casa para que la disfrutaran mis hijas. Durante los últimos quince años María ha dormido en la de arriba y Clara en la de abajo. Han dormido en ella como ceporros, han jugado a las cabañas, a los teatros, a lanzarse al suelo, han usado la escalerita una sola vez y han trepado. Por supuesto, también han vomitado en ella.
Era una litera estupenda, una gran litera. No era un mamotreto de esos que en la tienda parecen monísimos y en tu casa parece que has aparcado un submarino en la habitación, ni tan pequeña que fuera ridícula. Tenía el tamaño perfecto, era la que hubiera elegido Ricitos de Oro. Permitía hacer la cama de arriba con comodidad sin tener que trepar y sentarte en la de abajo a leer cuentos o charlar sin darte con la cabeza con la de arriba. Era perfecta, no ha habido nunca una litera mejor.
La litera que me ha acompañado durante cuarenta años ha desaparecido de mi vida. La hemos desmontado y ha salido de nuestra casa para siempre. Su desaparición se debe a que en la guerra por tener un cuarto para cada una, mis hijas, finalmente, han ganado. Ha sido más que la Guerra de los Siete Años pero no hemos llegado a los Treinta aunque sin pandemia, puede que, nosotros hubiéramos aguantado más. Mis hijas se independizan la una de la otra y la litera ha sido el daño colateral.
En el cuarto de mis hijas ha quedado un hueco enorme, ahora la habitación parece muchísimo más grande. ¿Veis como no es un dormitorio pequeño? aprovecho para decirles. No les digo que además del hueco de la litera, yo veo el hueco que ha dejado su infancia. Mientras escribo este pequeño homenaje a esa litera, ellas montan su nueva cama. Ojalá las acompañe cuarenta años y no la vomiten mucho.
jueves, 10 de junio de 2021
Adiós, Nan.
Adiós, Nán.
Adiós, Nán. Adiós, maravilloso amigo. Adiós, recomendador de libros maravilloso y animador de todos mis intentos de escribir. Adiós a uno de los amigos más fieles, cariñosos y generosos que he tenido y tendré nunca.
Hoy ha muerto Nán y escribo esto anestesiada, sintiéndome de corcho porque no puedo creerlo, porque me parece imposible que no vaya a estar al otro lado. Que no participe más en nuestro grupo de whasap con Di, "La broma infinita", comentado el día a día, compartiendo los éxitos de su hijo o alegrándose y emocionándose al ver crecer a las mías.
No quiero decir que los amigos de las redes son como los amigos en la vida real porque para mí no hay distinción y me parece una estupidez. Los amigos llegan a tu vida por las redes, por el trabajo, por casualidad o en el gimnasio (no en mi caso, por supuesto). Nán llegó a la mía por Cosas que (me) pasan. Apareció en mi blog, leyó y comentó. Creo que es el mejor comentarista que he tenido nunca. No solo leía lo que yo escribía, también veía mi intención y lo que había dejado fuera. Era crítico cuando no le había gustado algo y el más entusiasta de los fans cuando algo le había impresionado. Para mí que Nan aprobara mis textos era un honor porque he conocido pocos lectores más atentos, más perspicaces y sobre todo, que traten con tanto cariño las palabras tanto al leerlas como al escribirlas.
El primer correo que me envío es de 2010, casi lo más importante de mi vida ha pasado desde entonces y él ha estado conmigo en todo momento. Tengo cientos y cientos de sus correos, siempre interesantes, siempre escritos llenos de generosidad y de cosas a compartir. He aprendido tanto, tantísimo con él. Nos hemos contado nuestra vida, nuestros secretos. Me llevó de la mano durante la depresión compartiendo conmigo como se había sentido él cuando atravesó la suya. Fue uno de los primeros lectores de Los días iguales y su sonrisa el día que presenté Una madre sin superpoderes era aún más grande que la mía. Durante un tiempo fue también el corrector de mis posts, yo se los mandaba y él me los devolvía corregidos y enseñándome a puntuar y demás. Si algo he mejorado es gracias a él. Se sentía orgulloso de mí y esa sensación me encantaba.
Nán era el mejor amigo, no le gustaba salir de su área de confort, de su Malasaña querido. Lo más lejos que quedamos nunca de su casa fue en el Retiro pero le encantaba que Di y yo le pasáramos fotos de nuestras vacaciones lejanas, con nuestras hijas en playas, ciudades o pueblos que él ni se planteaba conocer. Por él viajaba Lola, su mujer, su gran amor y la mejor compañera. Por él viajaba Luis, su hijo, del que siempre hablaba con un orgullo que le brotaba en las palabras, en los ojos, por la piel.
"Inspiras una gran confianza. Si alguna vez lo necesito, gritaré ¡Moli!" me escribió hace muchos años.
¡Nán!
Adiós, Nán. Ya nadie me llamará Molinillos. Nos dejas huérfanos.
lunes, 7 de junio de 2021
Lecturas encadenadas. Mayo
Al lío.
Jazz de Toni Morrison, sacado de la biblioteca de mi barrio, ha sido mi segundo acercamiento a la autora americana y otro acierto. Me gustó muchísimo. Morrison es una de esas escritoras que, cuando las lees, te hace pensar en cómo tienes el valor de encadenar tres frases seguidas por escrito. Cada frase, cada giro temporal, cada expresión me hace preguntarme ¿cómo funciona su cabeza para llegar a esto? Y ¿por qué la mía no funciona igual? Jazz es una novela que transcurre en Nueva York en los años veinte pero también en otros mil lugares y momentos. El manejo de Morrison del punto de vista es impresionante, el salto de narrador omnisciente al narrador situado en los personajes, los saltos hacia delante y hacia detrás, conectando acontecimientos del pasado, el presente y el futuro a través de los anhelos, ideas y sufrimientos que se repiten. El anhelo de felicidad, la búsqueda de las raíces, el deseo de ser amado, de compañía. Por supuesto, en la novela, tiene un papel fundamental la exploración del lugar que ocupan las mujeres negras en la sociedad americana, como se perciben a sí mismas y como se relacionan entre ellas y con los hombres.
Es una novela de escritura compleja pero que no puedes dejar de leer. El acontecimiento del que surge la trama se cuenta en la primera página y de ahí se expande al pasado y al futuro en busca de su origen y su resultado. Las páginas finales son un espectáculo.
Hay que leer a Toni Morrison.
«Todos necesitamos muchos periódicos: para desplegar un par de hojas y pelar patatas encima, para atender a las necesidades del cuarto de baño, para envolver basura. Pero no como Alice Manfred. Ella debía leerlos y releerlos varias veces, pues, si no, ¿para qué los guardaba? Y si resulta que leía algo en el periódico un par de veces sabía demasiado poco sobre demasiadas cosas. Si tienes secretos que guardar, si pretendes deducir cuáles son los que tienen otras personas, un periódico puede trastornarte la mente.»
Hamnet de Maggie O´Farrell fue una de mis compras en La Lumbre por el Día del Libro. De esta novela había visto todo tipo de loas, halagos, fanfarrias y demás así que me daba un poco de miedo pero me tiré a la piscina. De O´Farrell leí hace años La primera mano que sostuvo la mía que a todo el mundo le enloqueció y a mí me dejó bastante fría y de la que apenas recuerdo nada. Hamnet me ha gustado mucho y además sé que no se me olvidará. La historia que cuenta O´Farrell se sitúa en el siglo XVI en el pueblo de Shakespeare, la protagonista es Agnes, una madre, la mujer del escritor que, por supuesto, es una mujer misteriosa dotada de un poder casi de hechicera. Lo mejor que consigue O´Farrell es la creación del ambiente de un pequeño pueblo inglés, con un lenguaje casi cinematográfico (me apuesto una mano a que ya hay ofertas por los derechos audiovisuales). O´ Farrell realiza una magistral descripción del luto, de la locura, de la incongruencia existencial a la que nos enfrenta la muerte.
Es una novela entretenida y recomendable para cualquier tipo de lector perfecta para la tumbona y las vacaciones.
«Con qué facilidad, piensa Agnes mientras recoge platos, nos pasan desapercibidos el sufrimiento y la angustia de una persona si esa persona guarda silencio, si se lo guarda todo para si, como una botella con un tapón muy ajustado; la presión aumenta en el interior hasta que…¿qué? Agnes no lo sabe.»
Uno de los tebeos del mes ha sido Trazo de tiza de Miguelanxo Prado. Una historieta de dibujo precioso con una delicadeza impresionante y una historia circular con un toque misterioso que te va envolviendo según vas leyendo y se queda contigo al cerrar el tebeo y recordarlo días después. Es un poco Lost y un poco Lady Halcón, ahí lo dejo.
La nariz de Cleopatra de Judith Thurman. Este libro llevaba años en mi lista después de que Bárbara Ayuso me lo recomendara tras leer una entrevista que hizo a Thurman en Mallorca (la entrevista es de obligada lectura). El libro recoge veintiséis artículos del New Yorker que tratan fundamentalmente sobre moda, diseñadores o tienen a mujeres como protagonistas como Jacqueline Kennedy, Madame Pompadour, Maria Antonieta o Yasmina Reza. Hay también un par de ensayos sobre artistas.
Thurman escribe muy bien con esa erudición, amenidad e ingenio tan propias del estilo New Yorker y que a mí me gusta tanto. He disfrutado mucho de las historietas especialmente las dedicadas a personajes de los que no conocía más que el nombre como Balenciaga, Schiaparelli o Yves Saint Laurent.
Es un libro interesante que recomiendo para leer a traguitos, degustando cada historia y buscando las fotos en internet para comprenderlo todo. Thurman tiene, además, mucha mala leche y mucha ironía así que, en muchas ocasiones, no deja títere con cabeza. En el perfil de Jacqueline Kennedy, a la que conoció en su propia casa cuando la ex primera dama la invitó a cenar explica con gran agudeza lo que es el carisma en los personajes públicos:
«Y cuando la figura carismática es o parece ser sincera en su muestra de respeto hacia los que están por debajo de ella en la jerarquía, lo cual es bastante inusual, despierta en los destinatarios de su benevolencia una gratitud que excede con creced el verdadero alcance de sus buenas acciones. La afabilidad con los inferiores se interpreta como una comunión y esa es la esencia del carisma, su truco mágico: que humilla y exalta a la vez.»
Terminé el mes con otro tebeo, Asterios Polyp de David Mazzucchelli, que me dejó que ni fu ni fa. El estilo de dibujo es muy chulo, el uso de las dos tintas, la historia del destino que podía ser diferente pero a mí no me ha gustado. Me he quedado ¿y? Si lo encontráis en la biblioteca de vuestro barrio echadle un vistazo pero no creo que merezca la pena comprarlo.
En fin, tarde y un poco a destiempo aquí os dejo los encadenados de mayo. Y con esto y el calor asqueroso llegando a nuestras vidas, hasta los encadenados de junio.
miércoles, 2 de junio de 2021
La casa y la perspectiva
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Cinta Vidal |
Un mes soy madre y otro soy hija. Un mes cocino y otro me siento a la mesa. Mis hijas no me llaman, yo no llamo a mi madre. Yo llamo a mis hijas, mi madre me llama a mí. Todas nos llamamos cuando necesitamos algo y nos desesperamos porque las demás no nos cogen el teléfono. Un mes organizo y reordeno y hago mejoras, otro sigo órdenes y contesto con un "me parece estupendo" a las sugerencias. Un mes ceno yogur y queso y otro a las nueve me siento a la mesa sin saber a que hora terminará la sobremesa. Un mes veo series con mi madre, otro mes con mis hijas. Un mes paso mucho tiempo sola porque mis hijas tienen planes y otro soy yo la de los planes y es mi madre la que disfruta la soledad. Un mes escucho "voy" y otro soy yo la que contesta "voy" cuando no tengo intención de moverme, por lo menos, hasta la segunda o tercera llamada impaciente. Las tres me sacan de quicio y y yo las exaspero a todas. "No seas pesada" vuela en todas nuestras conversaciones.
Ser hija y ser madre a la vez no es nada exclusivo y especial, nos pasa a muchos. En mi caso, el cambio mensual me provoca un reseteo completo en la cabeza. No en lo esencial ni en lo importante pero, igual que al subir o bajar una escalera, al cruzar una calle o al mirar hacia atrás la perspectiva cambia, mi vida de caracol me obliga a ver las cosas de forma diferente o, mejor dicho, a verlas. Veo a mi madre envejecer, veo a mis hijas hacerse mayores. Disfruto del placer de saberme más paciente para comprender a mi madre y de la satisfacción de disfrutar de mis hijas con tranquilidad y asombro. Ninguna de las tres cambia radicalmente de mes en mes, ni siquiera de semana en semana, pero mi cambio de posición descubre en ellas cosas nuevas, detalles minúsculos inapreciables en el día a día.
Mi amiga Rosa tiene la teoría de que para disfrutar de las pequeñas cosas, de la rutina de la vida diaria, de las calles que estás harta de ver, hay que "pensar en guiri". Intentar mirarlo todo como si no fuera tu vida, como si no fuera a ser para siempre, como si el tiempo en el que fueras a disfrutarlo estuviera fijado por una reserva de avión. Mi vida de caracol es una versión del "piensa en guiri", cada cambio de mes, cojo mis bártulos y me marcho. Siempre siento nostalgia por dejar a quien he sido ese mes y pereza por enfrentarme a quién seré el mes siguiente, pero según pongo el pie en mi casa de ese mes, lo contemplo todo como si fuera nueva, con una ilusión absurda pero bastante motivadora.
Más pronto que tarde dejaré de ser caracol, serán ellas las que se moverán y seré yo la que las reciba. Mi perspectiva volverá a cambiar, se volverá estable, un punto fijo del que no moverme. Espero aprender a pensar en guiri cuando ellas vuelen y mi madre se convierta en una vecina y dejemos de ser Sofia y Dorothy de Las chicas de oro.
jueves, 27 de mayo de 2021
No es ruido visual, es vivir una casa
Para empezar voy a dejar claro que yo soy una persona ordenada y bastante organizada. (Algunas malas lenguas dicen que asquerosamente organizada) Me casé con un señor ordenado y muy cuadriculado y a base de años de educación hemos conseguido que nuestras hijas consideren el orden algo bastante fundamental en sus vidas. Dicho esto, soy una persona ordenada con una tolerancia al desorden generado por otros bastante alta lo que me convierte en alguien con quien se puede convivir sin querer asesinarme.
¿A qué viene todo esto? Pues a que en mis brujuleos por Instagram he descubierto un nuevo palabro, una nueva jerga de neolengua de influencer: el "ruido visual". Una cursilada para denominar el desorden pero llevado al extremo. Me explico: las eliminadoras del "ruido visual" consideran "ruido visual" cualquier cosa que hace que tu casa parezca un lugar en el que vive alguien y no un piso piloto.
¿Los estropajos están a la vista y no en una bandejita de madera? ¡Ruido visual en tu cocina!
En mi brujuleo investigador y por lo que he podido deducir después de inspeccionar unos cuantos cientos de fotos, el antídoto contra esa lacra del "ruido visual" es el mimbre, la madera clarita y catorce catorcenas de colgadores. Además de eso, tienes que pintar todos tus muebles de blanco viejo, verde amanecer o azul profundo porque, por lo visto, la madera no es que haga ruido visual es que es un estruendo insoportable.
Además de ser ordenada, yo no tengo muchos trastos. No acumulo mierdas, de vez en cuanto hago batidas y tiro, dono o regalo ropa, libros, juguetes y demás objetos que pueblan una casa sin casi darte cuenta. A veces, incluso, hago redadas entre la propiedades de mi madre y con nocturnidad y alevosía corro al punto limpio antes de que me pille. Estoy completamente a favor de no convertir nuestras casas en desvanes y de no llegar a sufrir las primeras etapas de un Diógenes....pero, de eso a vivir en un piso piloto o una vivienda de Airbnb va un trecho. Es más, si tengo que elegir entre el piso con la camilla con las fotos de la primera comunión de todos los nietos en marco de plata y una casa llena de cestas de mimbre, etiquetas en las cajas, colgadores por doquier y la misma personalidad que una planta de plástico, me quedo con la camilla.
No sé mucho de decoración y entiendo que es más cómodo, más práctico y más limpio no tener mil trastos por medio pero los tratos, nuestras cosas, son los que hacen de nuestra casa nuestra casa y no la del vecino. "Mira como ha quedado este salón solo pintando el mueble". Y cuando te fijas, además de pintar, han quitado todas las fotos, colocado tres cestas, el mando de la tele ya no se puede encontrar y los libros parecen de esos que se miran pero no se leen.
Hay que tener la casa ordenada, claro que sí. Eso da paz mental y te hace creer que tienes control sobre lo que te ocurre, pero llevar el orden hasta el extremo de borrar completamente tu paso por tus habitaciones es ridículo. ¿Quieres que tu casa esté ordenada o no distinguirla de la del vecino? Lo que ellos llaman "ruido visual" yo lo llamo vivir una casa, hacerla tuya, reconocerla, distinguirla, crear recuerdos, hacerla acogedora. Ordena pero no te borres.
Mi consejo de influencer de garrafón: que el ruido visual no os impida ver a los vende humos.
PS: que conste que algunas ideas para ordenar no están mal. Como influencer de medio pelo con armario minúsculo he probado las perchas de terciopelo y una cosa os digo, corred a comprarlas.
PS2:dejo para otro día, la plaga de las reformas dedicadas a hacer todas las casas exactamente iguales. La cultura del adosado inglés aplicada a los interiores.
lunes, 24 de mayo de 2021
Lo que veo
Hoy el cielo está precioso, son casi las nueve de la noche y se pone el sol por detrás de la falda de La Peñota, dejando en sombra el valle y la montaña. Los verdes se vuelven más oscuros y el amarillo del cambroño florecido (del que en Los Molinos, este año, se han sacado de la manga una fiesta) se va apagando poco a poco.
Justo debajo de mi ventana, que mira al suroeste, está el tejado del porche. Un porche que no siempre estuvo ahí, lo construimos (uso del plural mayestático) después de morir mi padre. Mi madre y mi hermano hicieron una cosa totalmente fuera de mi alcance que fue medir, calcular y pedir las maderas y todo lo demás y construirlo. En mi favor diré que yo me ocupo de pintarlo un verano de cada dos, trepada a una escalera, mientras escucho podcasts. Los porches son bonitos cuando estás en ellos, cuando los miras de frente y de lado pero no desde arriba. El techo de este porche solo me gusta cuando se cubre de nieve porque hace que, desde mi ventana, haya un continuo blanco desde mi alfeizar hasta el jardín. Acabo de recordar que antes de que hubiera porche, mi ventana era accesible trepando por la reja de la ventana que había debajo (ahora es una puerta) y por ahí subía mi primer novio de madrugada a jurarme amor eterno. Me hacía ilusión pero siempre temí que le pasara como al hijo de Rommy Scheneider (referencia para los de más cuarenta). Más allá de este tejado alcanzo a ver una franja de césped por la que, por las mañanas, veo pasear a Turbón buscando un sitio para plantar su pino. Sí, somos ese tipo de gente que no ha conseguido educar a sus perros para que haga sus necesidades en una esquina del jardín pero a cambio son perros que no dan la turra, no pueden ser más cariñosos y no te acosan cuando estás comiendo. Cuando estoy en esta casa teletrabajando y veo a Turbón buscando su momento, hago algo horrible pero que me divierte mucho, golpeo el cristal o le llamo si hace tiempo de tener la ventana abierta y le destrozo el momento mágico de: por fin. Imaginad sentaros en vuestro váter, aposentaros y cuando estáis a punto de gozarlo alguien llama a la puerta. Para Turbón yo soy ese alguien aunque como está mayor, y no sabe de donde viene la voz, puede que crea que soy el Dios de los perros.
El jardín está ahora mismo en su mejor momento, apoteosis de verde y de flores. La palabra follaje tiene ahora todo el sentido. A la izquierda vislumbra la punta de las ramas del pino gigante que está en la otra parte del jardín. Normalmente no lo miro, casi no lo veo pero si me fijo me asombra lo enorme que se ha hecho y me aterra la posibilidad de que algún día se parta, se caiga encima de la casa o se muera. Por alguna razón irrazonable creo que el fin de ese pino significará algo terrible para mi familia. En todo su esplendor veo el castaño. Está gigante y ha brotado a lo bestia, con esa energía como adolescente que hace a los humanos en esa edad un poquito insoportables porque ocupan, suenan y están demasiado. Así está el castaño ahora, en plan: mirad como molo. Es impresionante como ha crecido. No sé cuando lo plantamos (otro plural mayestático). Con todos los árboles del jardín me pasa lo mismo. Me parece que todos los plantamos "hace poco" pero luego calculo y hace poco son quince años o doce o siete. Cinco mil cuatrocientos días, , cuatro mil trecientos ochenta o dos mil quinientos cincuenta y cinco. Cuando plantas un árbol siempre te parece que tardarán tanto en crecer que no lo verás, que pasarán mil cosas antes de que ese pequeño palo con cuatro hojas te de sombra, de fruto o te permita colgar un columpio. Luego, de repente, ese árbol sobrepasa el porche de tu ventana y ya no te deja ver la montaña ni el pueblo, una vista a la que estabas tan acostumbrada que ni siquiera sabes cuándo dejaste de verla. Eso sí, ahora si me desnudo frente a la ventana, nadie puede verme... y creo que es mejor para todos.
A continuación del castaño veo la casa del vecino. Una casa fea. El misterio de porqué la gente se hace las casas feas nunca se resolverá, es uno de los grandes dramas de la humanidad junto cómo consigue alguien vivir en una casa con todas las persianas bajadas todo el tiempo, todos los días. Durante un tiempo pensé que tenían algo que ocultar, ahora después de treinta años de semi convivencia con ellos creo que el mundo no les gusta. Esos esquivos vecinos se esconden del mundo porque todos les caemos mal y creen que les amenazamos.Justo por encima de su antena pasa un cable que marca una perfecta horizontal en el paisaje. En ese cable, por las mañanas, se posan una pareja de palomas (o una cada mañana, no tengo capacidad para distinguir una paloma de otra) que se acercan, se alejan, aletean y se marchan. Por encima del cable veo los abetos de otro vecino, y los tejados apenas vislumbrados de más casas de las que conozco los nombres y a las familias que las habitan. Más allá la mirada se desliza sobre árboles y vegetación hasta la cumbre de la montaña. Eso compensa la casa fea.
Desde mi ventana veo también cuatro pinos que no sé cuando se plantaron porque estaban en esta casa antes de que nosotros nos mudáramos aquí hace casi cuarenta años. No paran de crecer pero no son tan tupidos como para taparme la vista. Tengo el dormitorio más pequeño de la casa pero desde la cama veo cumbre de La Peñota, una cosa por la otra. Debajo de los pinos veo, en este momento de orgía primaveral, las flores de un arbusto que, por lo visto, se llama flor del paraíso. Un nombre muy cursi pero con todo el sentido porque esas flores son casi intangibles. Las miras, te acercas, aprecias sus pequeños pétalos blancos apretados en forma de bola pero en cuanto las tocas o intentas cortarlas para ponerlas en un jarrón se desmoronan. ¿No son la perfecta metáfora de un paraíso? A la derecha veo un arce que parece el hermano pequeño del castaño, crece y crece como diciendo "al final te pillaré y seremos los dos iguales, y me tendrás que dejar salir con tu pandilla" y ahora ya tengo edad para saber que será así. Ese arce, este año, ha crecido lo suficiente como para taparme una de las farolas horribles del jardín. Porqué mi padre eligió esas farolas tan feas es un misterio. ¿Se lo dije en su momento o hace treinta años me gustaban? No lo sé pero son un drama. Más allá de la intuida farola está el bosquecillo de álamos con ramas colgantes debajo de las cuales, en verano, si te tumbas a echarte la siesta te sientes como en una película indie. Cerrando la vista por ese lado veo el muro de ladrillo blanco de la casa cubierto por la enredadera que da la vuelta a la casa y que, cuando yo sea viejita de verdad, espero haya cubierto todas las fachadas dándole un aspecto de casa de cuento.
Ya se ha ido el sol, queda un poco de claridad que se irá poco a poco perdiendo mientras las montañas se oscurecen perdiendo los colores, pasando primero por el azul noche hasta llegar el negro en el que solo veré las luces de las casas, el tren pasando por la montaña y la casa del vecino.
No hago fotos del cielo porque no se puede contar todo esto en una foto.
*El continúo tono irónico de mi hija conmigo lo dejo para otro post.
jueves, 13 de mayo de 2021
Mamá, no quiero ir al banco
Hoy tenido que ir a pagar unas tasas de la Comunidad de Madrid (también añoro los tiempos en que....en fin). Unas tasas que hay que pagar en persona en las oficina de diferentes bancos en los que, gracias a Dios, no tengo cuenta. He perdido una hora de mi mañana y he recorrido tres oficinas. He vuelto a casa sin conseguirlo.
Caixabank ha abierto cerca de mi casa dos CaixaStore. ¿Se puede ser más mamarracho que ese departamento comercial? CaixaStore. Me los imagino a todos con sus trajecitos del Corte Inglés, sus camisitas y sus corbatitas creyéndose muy rompedores: "a la gente no le gusta ir al banco, hay que cambiar la experiencia".
La experiencia MIS COJ...
Bueno, pues en los CaixaStore no hay empleados que te atiendan pero tienen un maître. Entras en la oficina y te sale a recibir una señorita o señorito, a la que le falta decirte que te limpies los pies, a preguntarte qué quieres. Porque claro, estás en un CaixaStore, no vaya a ser que quieras comprar garbanzos o probarte un sujetador. "Vengo a pagar unas tasas". "Aja" contesta mientras teclea algo de la misma manera que un jefe de sala de restaurante comprueba que tu nombre efectivamente está en el libro de reservas.
Por detrás de la pizpireta chica que me hablaba como si yo estuviera sorda o estuviéramos hablando de acera a acera de la Gran Vía, no hay despachos ni cubículos ni siquiera una praderita con mesas de despacho. "La experiencia tiene que ser inmersiva, agradable, diferente" pensaron los mamarrachos de comercial con sus trajecitos, y sus camisitas y sus corbatitas y sus peinaditos y sus eguitos de machotes con master en escuelita de negocios. En un CaixaStore hay mesas como de Starbucks en las que están sentados empleados con sus portátiles. Empleados que no atienden a nadie porque es un CaixaStore y porque tienes que tener cita. La chica que estaba delante de mí quería cambiar el pin de su cuenta porque lo tenía bloqueado y la pizpireta chica gritona le ha dicho que para eso tenía que ir a su oficina, sita a 25 km. Eso sí que es una experiencia diferente, tan diferente como para cerrar la cuenta y mandarlos a tomar por saco con sus trajecitos, y sus camisitas y sus corbatitas y sus peinaditos y sus eguitos de machotes con master en escuelita de negocios y sus rayitas al medio en el pelo.
Por supuesto yo no he podido pagar mis tasas porque los clientes de Starbucks que hacen como que trabajan allí no pueden hacerte esa gestión porque están ocupadísimos fingiendo que hacen algo para clientes imaginarios que tienen que pedir hora para ir a verlos para, una vez allí, ser informados de que "Oh, lo lamento, pero esa gestión justo no se puede hacer aquí". Eso sí, tienen una zona de cafetería con una Nespresso, una barra y taburetes altos. ¿He pensado en hacerme fuerte en esa barra, preparar cafés sin parar y derramarlos por todo el CaixaStore? Por supuesto. Seguro que los mamarrachos de comercial con sus trajecitos, y sus camisitas y sus corbatitas y sus peinaditos y sus eguitos de machotes con master en escuelita de negocios y sus rayitas al medio en el pelo y sus licenciaturitas en ADE no han contado con eso.
"Puedes hacer la gestión en nuestros cajeros de gestión", me ha dicho la chica. ¿Qué es un cajero de gestión? Un cajero normal con ínfulas, a medio camino ser algo creado por Apple y la consola de nave espacial de las pelis de ciencia ficción que los mamarrachos veían de niños. Si os interesa saber cómo funcionan, os comento que con ellos puedes hacer lo mismo que con esas consolas de atrezzo: teclear botones, mirar una pantalla en la que te ves el careto y nada más.
Echo tanto de menos la época en la que ir al banco no era una tortura que estoy ya pensando en tener el dinero debajo del colchón, ColchónStore. Y tratarme a mí misma como José Luis López Vázquez en Atraco a las tres: Ana Ribera, un admirador, un esclavo, un amigo un siervo, cada vez que saque los billetes.
Seguro que los mamarrachos pedantes de comercial con sus trajecitos, y sus camisitas y sus corbatitas y sus peinaditos y sus eguitos de machotes con master en escuelita de negocios y sus rayitas al medio en el pelo y sus licenciaturitas en ADE y sus cuentitas de IG haciendo deportes extremos, no han visto Atraco a las tres. Eso sí que sería rompedor.
PS: También he ido al Santander donde me han dicho que desde el 30 de abril ya no se puede pagar eso ahí y que si rellenaba la encuesta de satisfacción y al BBVA donde si no tienes cuenta, no puedes pagar.
jueves, 6 de mayo de 2021
Unos cuantos cuandos
Cuando empecé a trabajar cogía muchos trenes, casi cada fin de semana. Un domingo, abracé a un hombre en un andén de una estación y le dije le quería. Él no contestó. No dijo nada. En aquel momento no me pareció importante o, quizás, le quité importancia pero es un recuerdo que vuelve a mí de vez en cuando y casi siempre cuando estoy en un andén, esperando un tren.
Cuando estaba estudiando en la universidad mi madre quería que me fuera a Bruselas en verano. Habló con amigos suyos que vivían ahí, me buscó unas prácticas, discutimos, nos gritamos y yo me negué. Un día, a finales de mayo o junio, en lo más duro de la batalla que teníamos entre nosotras, fui a un concierto de Johnny Winters en el antiguo pabellón del Real Madrid. Al salir, hablé de ir a Bruselas con los amigos del que era mi novio por entonces. No recuerdo que me dijeron, ni que les dije yo pero, a veces, pienso en esa conversación y en que si le hubiera dicho a mi madre que sí, quizá mi vida sería distinta. O no pero conocería Bruselas.
Cuando estudiaba historia en la facultad de la Universidad Complutense, mi novio de entonces venía muchas tardes a verme. Se suponía que estábamos estudiando pero nos dedicábamos a darnos el lote hasta desgastarnos retozando en los terraplenes de hierba que daban a la carretera de La Coruña. En una de esas tardes, se nos hizo de noche. Al día siguiente vino muy compungido porque había perdido su reloj. Era un reloj Casio negro, digital, sin correa porque él era y es (creo) uno de esos hombres maniáticos a los que cosas absurdas como los cuellos de las camisas o las correas de los relojes les molestan. Llevaba ese reloj en el bolsillo y lo sacaba cada vez que quería ver la hora. Lo había perdido y estaba desolado. Volvimos al terraplén y lo encontramos. No sé si seguirá teniéndolo pero seguro que no lleva reloj. Era muy cabezota.
Cuando murió mi abuelo José Luis, al que yo adoraba, no me dejaron ir al tanatorio. Me dijeron que me quedara en casa de mis abuelos por si llamaba alguien preguntando donde era el velatorio. Era una casa enorme a la que se podía dar la vuelta entera. Me encantaba aquella casa, me gustaba estar en ella porque me parecía que convivía con los fantasmas de la infancia de mi madre y de mis tíos, que podía verlos protagonizando todas las historias que mi madre nos contaba (es una grandísima contadora de historias aunque ahora sospecho que hay cosas que se inventa). Paseé por la casa, intentando encontrar la huella de mi abuelo en su butaca frente a la tele, su olor en la almohada de su cama, el roce de sus manos artríticas en su despacho. Su butaca y su mesa de despacho están ahora en nuestra casa de Los Molinos y me los pido en la herencia. Aquel día, me senté en su silla y recordé todas las tardes que había pasado allí, con él, acercándole papeles, ordenando documentos, charlando. Me senté y esperé. Ensaye las palabras que diría cuando alguien llamara preguntando. No llamó nadie.
Cuando éramos pequeños, nos íbamos a Benidorm con mi madre mientras mi padre se quedaba en Madrid trabajando. En aquella casa el dormitorio principal tiene una puerta a la terraza y se ve el mar. Con diez años aquella cama me parecía gigantesca y me gustaba tumbarme allí a leer. Una mañana, mi hermano pequeño que por entonces tenía año y medio, andaba por allí agarrándose a los muebles caminando torpemente. De repente, se agarró a la llave del escritorio y empezó a convulsionar. Me quedé sin respiración mirándole. No podía ni gritar. Lo siguiente que recuerdo es correr escaleras abajo con mi madre que llevaba a mi hermano inconsciente en sus brazos y correr después por la calle hacia un puesto de la Cruz Roja que había en la playa. Era 1983. En la ambulancia miraba su cuerpecito intentando comprobar que respirara. "Por favor, que no se muera" pensé.
Cuando tenía 16 años por fin pude tener un cuarto para mí en Los Molinos. No salía de él, la sensación de independencia, de control, de tener un espacio para mí sin pelearme con mi hermana y caos me encantaba. Treinta y dos años después sigo en este cuarto, sigue siendo solo para mí y me sigue encantado. Eso sí, ahora compartiría con mi hermana absolutamente todo, tenerla es de lo mejor que me ha pasado en la vida.
Cuando tenía veinte años, en un viaje a esquiar, un monitor de esquí me dijo: te voy a llevar a la frontera. Eran las cuatro de la mañana y habíamos tomado mil copas. Le miré y le pregunté ¿a Francia? Y me dijo: a la frontera del placer. No fui a esa frontera pero las risas y los chascarrillos que esa frase me ha proporcionado a lo largo de los años seguro que han merecido mucho más la pena que las posibles actividades amatorias de aquel monitor.