martes, 3 de noviembre de 2020

Lecturas encadenadas. Octubre

No tengo mucho que contar como introducción a este post. Por la ventana veo el otoño y fantaseo con jubilarme. Una jubilación dedicada sencillamente a leer, con un tiempo para leer todo lo que me gustaría y con una impresora. En mi brujuleo diario por la red y en las (demasiadas) newsletter interesantísimas que recibo, encuentro cada día artículos que  me gustaría leer, pero no sirvo para leer en pantalla. Quiero un despacho, un sitio fijo para trabajar y una impresora para, cada vez que encuentro uno de esos artículos, darle a imprimir, coger esas hojas todavía calientes y dejarlas en una bandeja que ponga "para leer". Sé que así, en papel, los leería y aprendería y quién sabe, quizá me hicieran más sabia. 

Al lío. 

Empecé el mes yendo a la exposición de Delibes en la Biblioteca Nacional, un plan que recomiendo mucho porque además de ser preciosa y muy emocionante es un sitio muy seguro a efectos de pandemia: hay poquísima gente. En una de las vitrinas de la exposición estaba el manuscrito de Viejas historias de Castilla-La Vieja y una primera edición que Delibes dedica a su mujer y sus hijos y en la que dice que es su libro favorito. Al salir de la exposición, allí mismo, compré un ejemplar. ¿Qué nos cuenta aquí Delibes? Las viejas historias a las que hace mención el título son las historias, llenas de recuerdos y personajes,  que Isidoro se cuenta a sí mismo mientras vuelve a su pueblo cuarenta años después de salir de él. Se marchó porque no quería ni estudiar ni trabajar en el campo y ahora vuelve completando el círculo de la vida y siendo recibido por el mismo personaje, Aniano, y teniendo casi la misma conversación que tuvo hace cuarenta años. Este círculo es la metáfora perfecta de lo que para Delibes significa la vida rural: aunque todo cambie, aunque los pueblos se vacíen o se modernicen, en ellos tú siempre eres el mismo y las sensaciones que te provocan son siempre iguales. 

Viejas historias de Castilla-La Vieja es un libro sencillo, lleno de campo, de pueblo, de lugares seguros aunque sean áridos y para el ajeno puedan parecer incluso hostiles. El libro destila el mismo amor de siempre por el campo y leyéndolo tenía ganas de huir a Soria, a Valladolid, a Zamora y caminar por el páramo con el viento frío en la cara bajo un cielo inmenso sabiendo que siempre puedes volver a casa.

«Y empecé a darme cuenta, entonces, de que ser de pueblo era un don de Dios y que ser de ciudad era un poco como ser inclusero y que los tesos y el nido de la cigüeña y los chopos y el riachuelo y el soto eran siempre los mismos, mientras las pilas de ladrillo y los bloques de cemento y las montañas de piedra de la ciudad cambiaban cada día y con los años no restaba allí ni uno solo testigo de nacimiento de uno, porque mientras el pueblo permanecía, la ciudad se desintegraba por aquello del progreso y las perspectivas del futuro.» 

Yo no soy de pueblo pero para mí, La Peñota, Siete Picos, El Pico de la Golondrina, Puente Verde, El Roto, Montón de trigo son referencia que se mantienen intactas, como algunas casas, como las historias que contamos sobre nuestra infancia y la de nuestros padres y nuestros abuelos antes que nosotros. 

En el mismo volumen aparece también un relato corto sobre caza, en el que un trasunto de Delibes, El cazador charla con El Barbas sobre las vicisitudes de la caza de la perdiz roja. Un diálogo lleno de sencillez que huele a campo, a tomillo y salvia.   

«—Antaño las perdices se cazaban con las piernas, ¿es cierto esto, jefe o no es cierto?
—Cierto, Barbas.
—Hoy basta con aguardar.
—¿Y sabe quién tuvo la culpa de todo?
—¿Quién, Barbas?
—Las máquinas. 
—¿Las máquinas?
—Atienda, jefe, las máquinas nos acostumbrado a tener lo que queremos en el momento en el que lo queremos. Los hombres ya no sabemos aguardar. 
—Puede ser.
—¿Puede ser? El hombre de hoy ni espera ni suda. No sabe aguardar ni sabe sudar. ¿Por qué cree usted que va hoy tanta gente al fútbol ese?
El Cazador se encoge de hombros. 
—Porque en la pradera hay veintidós muchachos que sudan por ellos. El que los ve, con el cigarro en la boca, se piensa que él también hace un ejercicio saludable. ¿Es cierto o no es cierto?
—No lo sé, Barbas.»

Leed a Delibes, os sentiréis mejor. 

Llevaba meses pensando en releer Los anillos de Saturno de W.G. Sebald. Era uno de esos libros de los que tenía más que un recuerdo, la sensación de haberlo disfrutado mucho. Sabía que en su día me había sorprendido como un libro diferente, con muchas capas, con una manera de narrar que no se parecía a nada de lo que hasta entonces yo había conocido. Llegó este octubre raro y con él, el momento de reencontrarme con estos anillos. Al abrirlo encontré la fecha "Agosto de 2001", yo tenía otra vida que estaba a punto de abandonar al casarme, era otra persona muchísimo más joven y era otra lectora, muchísimo más inexperta y con muchos territorios aún sin explorar. 

Recordaba que Sebald caminaba por una zona de Inglaterra, que ha resultado ser Suffolk, y contaba historias. Tenía un vago recuerdo de alguna de ellas, como la visita a la mansión señorial venida a menos de la familia Fitzgerald y alguna cosa más. Como he dicho antes, yo era joven y ahora lo he leído mejor porque algunas de las referencias, personajes o acontecimientos han llegado a mi vida entre aquel lejano 2001 y el año de la pandemia y ese conocimiento me ha hecho apreciar mejor este ensayo de un paseo. Además, el libro está cargado de una nostalgia por un pasado que ya no volverá y que creo que es imposible de apreciar y medir cuándo tienes veintiocho años. Sebald en sus paseos nos lleva a Suffolk pero también nos traslada al pasado de la mano de personajes que recuerda y con los que se funde, dejando que ellos hablen por él. De ahí la sensación que yo recordaba haber tenido de que este libro era un viaje más imaginario que real, no sabía entonces que llega un momento en la vida en que tus recuerdos, las cosas que has aprendido, los libros que has leído, las películas que has visto, la música que has escuchado, los cuadros que te han emocionado,  te acompañan como compañeros reales haciéndose un hueco mental en tus recuerdos y en tu manera de pensar. El viaje de Sebald no era imaginario, era y es un viaje por su cabeza. 

«Y ahora nada más y nadie, ningún jefe de estación con gorra de uniforme reluciente, ningún empleado, ningún carruaje, ningún huésped, ninguna partida de caza, ni caballeros en tweed indestructible, ni damas en elegantes trajes de viaje. Una décima de segundo, pienso a menudo, y se ha acabado toda una época.»

Me temo que eso nos está pasando a nosotros y todavía no nos hemos dado cuenta.  

No digas nada de Patrick Radden Keefe es un librazo. Ya con esto debería bastar para animaros a leerlo pero por si acaso, aquí va alguna razón más. No digas nada cuenta la historia de los Troubles en Irlanda del Norte que, por si alguien no lo sabe, es el conflicto terrorista que arrasó esa zona y especialmente la ciudad de Belfast durante veinte años. Radden Keefe es periodista del New Yorker, autor del fabuloso podcast Wind of change y un fantástico escritor. Es ameno, interesante, serio, cualidades todas ellas indispensables para hablar de un tema como este, el terrorismo nacionalista. 

Me gustaría aclarar que esto no es un libro de historia, que nadie piense encontrar aquí un desarrollo pormenorizado de la historia de un conflicto, con unos antecedentes históricos y todo eso. Radden Keefe nos planta a bocajarro en 1972, la noche en que Jane McConville, madre de diez hijos, desapareció de su casa arrastrada por una banda de hombres y mujeres que entraron, la cogieron y se la llevaron. ¿Quién era ella? ¿Qué pasaba en Belfast? Radden Keffe nos lleva de la mano por las calles de Belfast presentándonos a víctimas y terroristas, sobre todo terroristas, no para que les entendamos sino para que les conozcamos, para poner delante de nuestros ojos la realidad del terrorismo para los que asesinan, matan, secuestran, ponen bombas. Alguno puede pensar que hacer eso es darle credibilidad, darle sentido a lo que hacen pero nada más lejos de la realidad en este caso. Radden Keffe no justifica en ningún caso lo que estos hombres y mujeres, porque las hay, hicieron, cuenta cómo lo veían ellos, cómo lo hicieron y lo que les ocurrió después. 

No digas nada se lee con la dedicación de un thriller y el horror con el que nos enfrentamos a la crónica periodística de un conflicto, de una tragedia. Algunas de las historias me sonaban vagamente, algunas historias las conocía pero de entre todas ellas, me ha horrorizado sobre todo el retrato de Gerry Adams (doy por hecho que el lector medio de estos posts sabe quién es Adams). Adams se negó a ser entrevistado para esta libro, y todo lo que se cuenta está basado en lo que ha dicho en entrevistas ahora y hace treinta años, en testimonios ante la policía, en sus discursos, en sus memorias y en los testimonios de gente que le conoció muy bien. Es un retrato preciso del cinismo y la hipocresía más absoluta y es terrorífico. Del resto de personajes, lo que más aterra como siempre que te enfrentas a conocer de cerca a alguien capaz de hacer algo que tú te crees a salvo de hacer, es como esas personas no son seres caídos de un planeta lejano, ni enfermos ni nada por el estilo. Esos terroristas tienen madre, padre, hermanos, amigos y creen en sus ideales con la misma fe que podemos tener los demás en otras cosas. No queremos verlos como iguales porque es más fácil vivir al otro lado de la línea que nos separa a nosotros y nuestra infinita bondad de ellos, los malos. 

Como dice Claude Lévi-Strauss en una cita que recoge Radden Keefe en el libro «para la mayoría de la especie humana y durance decenas de millares de años, la idea de que la humanidad incluye a todo ser humano sobre la faz de la tierra no existe en absoluto. La designación pierde sentido más allá de los límites de cada tribu o de cada grupo lingüístico, a veces incluso de una simple aldea.»

El tebeo del mes ha sido La levedad de Catherine Meurisse y me ha gustado sin entusiasmarme. Chaterine Meurisse era dibujante de Charlie Heddo y se libró de morir en el atentado del 7 de enero de 2015 porque, ese día, llegó tarde a trabajar. Se había pasado la noche en vela dándole vueltas a la absurda relación que mantenía con un hombre casado. Tras el shock inicial, Catherine (igual que Philippe Laçon) pasó a vivir con guardaespaldas, sufrió estrés post traumático y un síndrome de disociación brutal. Se veía a sí misma desde fuera y era incapaz de recordar, de sentir, de concentrarse, de centrarse en nada. En este tebeo cuenta ese "no estar" y el camino que recorre para volver a la superficie, a ser. Es un camino que recorre fijándose en la belleza a su alrededor, que le sirve para dejar de no ser y vuelve a anclarla la realidad. Esa belleza está a su alrededor pero también, y sobre todo, en el arte. Digo que el tebeo me ha gustado regular porque así como la primera parte es fantástica y Meurisse consigue a través de un dibujo muy ligero y evocador meter al lector en ese estado de levedad, de flotar por encima de la realidad, en la segunda parte creo que no sabe como contarlo y se enreda  y se embarulla y se pierde el tono. A pesar de esto conviene echarle un vistazo y es un perfecto complemento para El colgajo de Philippe Laçon (que resulta que leí hace justo un año)  

«Tenemos el arte para no morir de la verdad» Nietzsche

Casi olvido comentar que entre Delibes y Sebald intenté leer Una habitación propia de Virginia Wolf pero no fui capaz. Después de cuarenta páginas de idas y venidas sobre la idea de que la mujer tiene que ser independiente y tener su propio espacio me cansé y me aburrí. Entiendo que hace cien años esta idea fuera revolucionaria y entiendo, incluso, que lo sea para muchos ahora mismo pero es que yo ya me lo sé, yo ya vivo así. Lo siento, Virginia yo lo que necesito ahora es tiempo y una impresora.  

Y con esto y viendo llover por la ventana, hasta los encadenados de noviembre. 

Todos los enlaces a los libros os llevaran a todostuslibros.com una nueva web que reúne a todas las librerías de España (o casi) y en la que podéis pedir lo que queráis y os llegará a casa desde la librería más cercana. Si no pedís libros es porque no queréis, porque no puede ser más fácil.  


martes, 27 de octubre de 2020

Los yo nunca

Me encantaría acordarme del momento de este fin de semana en que se me ocurrió escribir sobre la ligereza con que soltamos los Yo nunca al aire. No sé en qué contexto fue, ni en qué andaba metida para que se me ocurriera pero llevo un par de días dándole vueltas y acordándome de las madres de Ucrania que durante la gran hambruna de Stalin acabaron comiéndose a sus hijos. 

Cuando eres pequeño, joven, maduro pero poco, los yo nunca salen de tu boca constantemente, se te van cayendo cada dos pasos y cada tres opiniones. Tienes yo nunca para cualquier tema: yo nunca votaré a este partido, yo nunca dejaré esta ciudad, yo nunca tendré hijos, yo nunca me casaré, yo nunca trabajaré en algo que no me guste, yo nunca me llevaré mal con mi madre, yo nunca le haría eso a mi hermano, yo nunca traicionaría a un amigo, yo nunca mentiría para conseguir un trabajo, yo nunca comeré carne, yo nunca llevaría pantalones pitillo, yo nunca me pondré vestidos de tirantes, yo nunca llevaré traje, yo nunca me pondré zapatos de cordones de pijo. No tienes medida ni control. Ni lo piensas medio segundo. Repartes yo nunca para todo y para todos y para ocasiones especiales tenemos guardado el top de la gama: el famoso yo jamás. Yo jamás haría algo así.  

Cuando caminas un poco por la vida, avanzas, dejas de mirarte el ombligo y la vida comienza a reirse de ti en tu cara te encuentras de repente tragándote muchos de los yo nunca que  tan alegremente habías ido soltando en los años anteriores. Los lanzaste y ahora vuelven a ti como un boomerang, golpeándote con toda su fuerza entre ceja y ceja. Si eran de los discretos, de los que nadie se acuerda, de los poco importantes, recoges esos yo nunca de tu pasado y discretamente, casi sin que nadie te vea, a escondidas, los tiras a la basura, miras a los lados y piensas: bueno, no es grave, nadie se ha dado cuenta. Y te pones los pantalones pitillo, los vestidos de tirantes o empiezas a beber cerveza.

Hay otros yo nunca que al golpearte te dejan brecha y resulta que como en su día no te contentaste solo con decirlos, con gritarlos sino que los enarbolaste como tu estandarte, como tu lema de vida, la discreción para recogerlos no está a tu alcance. Alguien, un amigo al que golpeaste con ese yo nunca, o un familiar o tu yo del pasado desde algún cuaderno, un mail o un viejo audio te mirará con cara de "Pero ¿tú no decías que tú nunca?" Y entonces, como no quieres aún reconocer que te equivocaste, que aquello fue una estupidez, elucubras una excusa para justificarte. «A ver yo dije que nunca tendría hijos pero a Pedro le hace ilusión» «Yo dije que nunca me casaría pero lo hago por mi madre» «Dije que yo nunca llevaría pantalones de tiro bajo pero es que ahora no hay otra cosa» A nadie le importa que no hayas cumplido tus yo nunca pero cuesta mucho bajarse del pedestal de sabiduría al que tan alegremente nos subimos. Todo se ve claro, cristalino y fácil desde el pedestal de las opiniones absolutas. Por último están los yo nunca que al volver te dejan tirado en el suelo, con conmoción cerebral. Son los yo nunca que vienen a revolcarte en tu vida, a demostrarte que, en realidad, no tienes ni idea ni de lo que eres capaz de hacer para lo bueno ni de la capacidad que tienes para sufrir, ni de la que tienes para ser cruel, para mentir, para defraudar, para aguantar, para sufrir o para dejarte llevar. Son los yo nunca que frente a ti te dicen: qué fácil era tenerlo todo claro cuando no estabas aquí, ¿verdad?  

Estos yo nunca te los tragas como puedes. Los digieres y si has aprendido la lección aprendes a manejar los yo nunca como si fueran nitroglicerina. Con mimo, con cuidado, midiéndolos con precisión milimétrica y rodeándolos de señales de precaución como "yo creo que yo nunca", "ahora mismo creo que yo nunca pero en realidad nunca se sabe". Cuando un par de estos te estallan también la cara decides prescindir por completo de ellos, y los cambias por el siempre socorrido y casi nunca bien apreciado: "pues, sinceramente, no lo sé". 

Este arduo camino plagado de brechas, golpes, conmociones hasta alcanzar el momento en el que dices nunca más un yo nunca no lo recorre todo el mundo. Hay muchísima gente aferrada a sus yo nunca como si tuvieran algún valor, como si sirvieran para algo. Aferrados a ellos aunque les hagan sufrir. Aferrados a ellos por el que dirán si los sueltan. Y luego están los otros, los que de verdad se creen los yo nunca. Y últimamente estamos rodeados de ellos, por todas partes. 

Los chinos dicen no sé qué de no desear algo. Yo solo te deseo, deseo que a todo el mundo la vida le ponga en una situación en la que al tragarse un yo nunca se de cuenta de que hasta que no estás ahí, hasta que no lo estás viviendo (lo que sea) en realidad no tienes ni idea de qué harías. Y por eso, la mejor opción siempre, es que te guardes tus juicios sobre los que está pasando otra persona y que si quieres decir algo digas: pues, yo no sé que hubiera hecho. 



miércoles, 21 de octubre de 2020

Siluetas del pasado

Willy Ronis

El otro día le expliqué a mi hija qué eran las páginas amarillas. Me miró con sorpresa. Para ellas la vida antes de internet es casi un pasado mitológico lleno de leyendas y seres fantásticos que ya no existen, que solo pueden conocer porque los mayores de la tribu: mi madre, mis hermanos, su padre y yo, les hablamos de ellos. No sé si ellas tienen la sensación de haberse perdido un pasado mejor, un pasado más chulo o más acogedor. Recuerdo cuando mi madre me hablaba del sereno de nuestro barrio y como nos abría el portal cuando llegábamos por la noche desde Los Molinos y nosotros, mis hermanos y yo, dormíamos en el coche. Cada vez que mi madre me contaba esas historias yo echaba de menos no haber conocido al sereno. Me pasaba lo mismo con los tranvías de Madrid o con los guateques en el bar Zacarías en el que se conocieron mis padres, con su cocinita de juguete en la que ardía un fuego de verdad y con el lechero que les traía las botellas a casa.

No sé si es la pandemia, tener cuarenta y siete años y medio, que mis hijas sean ya mayores y autónomas o un estado de ánimo a juego con mis canas pero me siento nostálgica. Me sorprendo enumerando cosas que ya no existen y no son solo objetos, son también sensaciones, palabras, rutinas, hábitos. Por ejemplo, ya casi nadie hace embozos. Muy pocos saben lo que es un embozo y yo, sin embargo, debajo de mi edredón con su preciosa funda echo de menos una sábana y un embozo. (Sí, he escrito tres veces la palabra, como si fuera un conjuro de la Bruja Novata para que  no se pierda la palabra). Echo de menos los teléfonos fijos. Sí, sé que eran un engorro, que no saber quién te llamaba te exponía a tener que hablar con gente con la que no querías hablar, que no podían silenciarse (bueno, sí se puede. Mi amigo Juan lleva con el teléfono descolgado desde que comenzó el siglo) y que siempre sonaban en la siesta pero los echo de menos. Un callejero. Algo que cualquier conductor guardaba en la guantera de su coche porque ¿Cómo ibas a saber llegar a la calle Garabito sin callejero?  ¿Quién sabe usarlo ahora? Sí, es cómodo que una voz te vaya guiando y  el callejero tendía a deshacerse y era incómodo y faltaban calles pero echo de menos esa sensación de buscar tu camino en vez de sentirte como un personaje de videojuego manejado por una voz que te dice a 200 metros gire a la derecha.  Echo de menos no saber qué tiempo hará mañana, levantarte sabiendo que a las tres de la tare lloverá está muy bien, te permite hacer planes, dejar la ropa tendida dentro y elegir el calzado adecuado pero es tan poco emocionante. 

Las páginas amarillas, los tocadiscos, los teléfonos de rueda,  el quedar con los amigos a base de pasear y con suerte encontrarte, el bono metro que se picaba en una máquina, las fotos en papel, estas cosas van perdiéndose poco a poco porque así tiene que ser, porque nada es eterno. Yo no conocí las tiendas de sombreros, ni a las chicas con falda lápiz para  vestir a diario, ni a lo serenos, ni los guateques, ni muchísimas otras cosas porque se fueron desdibujando hasta desaparecer. Pero , ahora mismo, hay otras cosas que están desapareciendo de golpe, que se están esfumando ante nuestras narices y que mis hijas serán capaces de recordar: el tiempo en el que podías ir por la calle sin mascarilla, la seguridad de una rutina, el contacto físico con otra persona, los conciertos, llorar al lado de un desconocido que está sentado pegado a ti en una butaca en el teatro, los folletos de las exposiciones, las consignas en los museos, los aeropuertos abarrotados...

Sí, sí, sé que quizás estoy exagerando. "No seas dramas, todo volverá". Quizá no, quizá se han perdido para siempre.  Una de las características de las cosas que desaparecen es que no saben que están desapareciendo, creen, creemos, que permanecerán para siempre porque ¿Cómo vamos a desaparecer? 

Los objetos, las rutinas, las sensaciones, las palabras, los oficios, las faldas lápiz, los cardados y los tranvías desaparecen. Y todo va dejando una silueta, como la que se traza en las películas con tiza alrededor de los cadáveres, para que, por lo menos, no las olvidemos. 



viernes, 16 de octubre de 2020

Podcasts encadenados




Con un poco que leas la prensa, escuches la radio, veas las portadas de alguna revista, pulules por twitter o te pasees por instagram, la palabra podcast está por todas partes. Todo el mundo habla de podcasts y casi todo el mundo los hace. Es el medio de moda o nos lo quieren vender como el medio de moda. En mi experiencia creo que es una burbuja gigante que está muy lejos de la realidad del mundo. La mayoría de las personas con las que yo me relaciono no escucha podcasts y me mira con cara de «Pobrecita, que obsesión le ha entrado» cuando con cada tema de conversación que tocamos, yo digo algo como «Ay, conozco un podcast sobre eso». ¿Qué quiero decir con todo esto? Pues que el mundo de los podcasts es estupendo y está lleno de posibilidades pero que no hay que dejar que este boom nos predisponga contra él. En España está casi todo por hacer y casi todo por descubrir y para eso escribo estos post (que nadie escucha) para dar a conocer las maravillas que podéis encontrar por ahí, alejadas de lo que se publicita a bombo y platillo que, no por estar en todos lados, tiene necesariamente que ser lo mejor. (Sencillamente tienen más dinero para promoción).

Empiezo las recomendaciones de esta semana con una novedad en español que sé que va a tener éxito. DE ESO NO SE HABLA, es un podcast nuevo realizado por un grupo de mujeres estupendas con Isabel Cadenas Cañón como voz cálida y cantante. El podcast es tan estupendo, la idea primigenia para realizarlo era tan buena, que fue seleccionado para un programa de mentoria, tutoria y acompañamiento por parte de PRX y el Google Podcasts Creator Program entre cientos de proyectos presentados de todo el mundo. Sé que esto puede no deciros nada pero es el equivalente a que te llame el M.I.T para financiarte tu investigación y significa que desde España se pueden tener ideas maravillosas para podcasts con proyección internacional. 

¿De qué va DE ESO NO SE HABLA? Pues justo de eso, de las cosas que no se hablan porque es mejor no mencionarlas, porque los secretos aireados pueden doler o matar o crear incomodidad. De las cosas que todo el mundo sabe pero no quiere saber, de las historias familiares con las que se vive pero de las que no se habla. No quiero contar mucho más porque prefiero que lo descubráis, que os adentréis de la mano de la voz de Isabel, que ya aviso que tiene un punto ASMR, en el primer episodio que sé que no os va a dejar indiferentes. Al terminar, saltaréis al segundo que no se parece al primero porque todos los silencios, las cosas de las que no se habla son diferentes aunque yo creo que se sienten igual.  Además de la historia y lo que se cuenta sobre el silencio, conviene anotar que detrás de este podcast hay un año de trabajo, un año de pensar, buscar historias, escribir, reescribir, editar, grabar, cortar, corregir y dedicar a cada detalle mucho mimo y eso se nota. Igual que he comentado la falsa burbuja que podemos ver ahora en los medios y a la que me opongo, estoy en contra también de la idea de que para hacer un buen podcast solo hace falta charlar de manera espontánea delante de un micrófono. No es verdad, se puede hacer un buen podcast de manera amateur  pero siempre se hará mejor si se trabaja sobre él con tiempo y con dinero.  (Por si acaso hay dudas, se puede hacer un podcast horrible con mucho dinero y mucho tiempo y hay innumerables pruebas de ello). 

Un último consejo, no miréis nada antes de escuchar DE ESO NO SE HABLA. Id y dadle al play, escuchad y luego visitad su web en la que encontráis el material que necesitáis para completar los  silencios que habéis escuchado. 


Podcast:
DE ESO NO SE HABLA. 
Episodios: quincenales, los domingos. Duran una media hora. 
Pista: empezar por el primero, PREGUNTAN POR TI se titula. Una maravilla. Saltad luego al segundo. Todos son diferentes. Visitad la web. Ah, y si tenéis alguna historia de silencio que queráis contar, contactad con ellas. 


¿Qué más tengo por ahí que me haya gustado mucho? Pues del tirón me he escuchado CALIFORNIA CITY, un podcast de LAist Stuidos con la periodista ambiental Emily Guerin. Este podcast cuenta la historia de una ciudad en el desierto. Pedro Torrijos eligió California City para su primer hilo sobre curiosidades urbanísticas y arquitectónicas y podéis verlo aquí para haceros una idea.Emily se sumerge en esta historia para intentar entender que lleva a alguien a querer construir una ciudad en medio del desierto, en mitad de ninguna parte, ¿idealismo? ¿avaricia? ¿maldad? ¿locura? y a conocer también porque otro alguien a escucha los cantos de sirena del que le ofrece comprar un terreno en medio del desierto. Esto no tiene misterio, en la base de cualquier estafa piramidal está la avaricia, el creerse más listo que los demás y el deseo de enriquecerse. Aprovecharse de esa inclinación natural es lo que hacen los estafadores y lo hacen muy bien.

CALIFORNIA CITY se sigue con mucho interés y es muy entretenido porque combina el recorrido histórico de la ciudad desde su creación hasta nuestros días, con la experiencia personal de la propia Emily contando como encontró la historia y como la fue siguiendo, sus dudas, sus cambios de opinión a lo largo de la investigación y, también, la presencia de implicados en toda la historia: creadores, estafadores, estafados y hasta un asesino.

Podcast: CALIFORNIA CITY 
Episodios: ocho episodios de media hora de duración.
Pista: yo empezaría echando un vistazo al hilo de Pedro Torrijos para ver realmente en toda su dimensión en qué consiste el concepto mitad de la nada y luego escucharía la serie completa. Hay que prestar especial atención a como los estafadores, los buenos, despliegan sus artes de tal manera que aunque nos creamos a salvo, cuando estás cerca de ellos, cualquiera puede caer en sus redes. 

Hay todo un género de podcasts dedicado a estafadores y estafas que yo encuentro particularmente interesante porque  siempre crees que «a mí no me de la darían» pero cuanto más escuchas estas historias, más cuenta te das de que no estás a salvo para nada. (Si alguien, como yo, se siente inclinado por estas cosas, que me lo diga y le daré más recomendaciones)


Para terminar vamos al que para mí es uno de los podcasts más importantes de la historia. IN THE DARK, es un podcast monumental, impresionante y, además, un ejemplo de trabajo periodístico magistral. No sé si ya lo he recomendado en otras ocasiones pero el final, esta semana,  de la segunda temporada merece que le vuelva a dedicar tiempo. In the Dark es un podcast de American Public Media, y tiene a la cabeza a la periodista Madeleine Baran. El propósito detrás de este podcast es el de investigar en profundidad, y cuando digo en profundidad quiero decir hasta el más mínimo detalle un caso en concreto. La primera temporada investigaba la desaparición, en 1989, de Jacob Wetterling, un niño de once años. A mí me encantó y la recomiendo muchísimo pero no quiero extenderme sobre ella porque lo que ha llevado a In the dark a las portadas de todos los medios americanos ha sido su segunda temporada.

El 16 de julio de 1996 alguien entró en el almacén de muebles Tardy en Winona, Mississippi y asesinó a cuatro personas. Curtis Flowers fue detenido meses después acusado de haber sido el responsable de los asesinatos. En 2017, Madeleine Baran recibió un mail de una mujer que le decía: ¿sabes que hay un hombre en Mississippi que ha sido juzgado seis veces por el mismo caso? Aquello le pareció tan raro que pensó que era imposible pero decidió investigarlo y comprobó que era cierto. A partir de ese momento, el equipo de APM se instaló en Winona e investigó hasta el más mínimo detalle sobre el caso. Entrevistaron a cientos de personas, abogados, policías, la familia de Curtis, la familia de los asesinados, testigos, compañeros, amigos. Rastrearon al milímetro lo que ocurrió aquel día, los informes policiales, las declaraciones de los testigos, la vida de Curtis, la de las víctimas, la de los testigos. Repasaron lo que ocurrió en cada juicio, lo que dijo el fiscal del distrito, el juez, los abogados defensores. Todos y cada uno de los pequeños detalles fue milimétricamente investigado y, poco a poco, descubrieron que las piezas no encajaban, que algo estaba mal, que parecía haber por parte del fiscal un empeño en acusar a Curtis incluso manipulando testimonios y ocultando información. Descubrieron también que se había manipulado la elección de los jurados favoreciendo siempre la presencia de blancos. La importancia de sus investigaciones llegó hasta el punto de conseguir que unos nuevos abogados cogieran el caso y lo presentaran al Tribunal Supremo de los Estados Unidos. El Tribunal no coge muchos casos al año pero éste sí y resolvió sobre él el verano pasado. ¿Puede ser emocionante como un capítulo de CSI un episodio de podcast que transcurre en una sesión del Tribunal Supremo? Ya os digo yo que sí. 

 La segunda temporada fue creciendo y creciendo según se fueron desarrollando los acontecimientos pero, a pesar de todos sus esfuerzos, nunca consiguieron entrevistar a los dos protagonistas principales: el fiscal y Curtis Flowers. Esta semana, por fin, Madeleine se ha reunido con Curtis que ha salido de la cárcel definitivamente y sin cargos. 

IN THE DARK es apabullante en todo. La manera en que te cuentan la historia de manera detallada pero tan ordenada y bien explicada que en ningún momento se te hace pesada o reiterativa. El guión medido al milímetro para que el arco narrativo funcione en cada episodio, el trabajo exhaustivo de investigación que resulta palpable en todo momento. Es un podcast espectacular, una cumbre periodística que ha conseguido eso tan raro hoy en día: que el trabajo periodístico sirva para dar a conocer una historia y mejorar la realidad. Eso casi no pasa ya, no pasa nunca. 

Mientras escribo esto, tengo la sintonía del podcast sonando en mi cabeza. Eso solo pasa con las cosas que te dejan huella. 

Podcast: IN THE DARK.
Episodios: 20 de casi una hora cada uno. 
Pista: empezar por el principio, con calma, para conocer la historia poco a poco. La trama se sigue como una capítulo de CSI, como una novela de misterio que te va atrapando poco a poco en cada detalle. 

Para terminar un par de avisos: hay nuevo episodio del podcast de Bankia después de que haya salido la sentencia que los absuelve a todos. Y ¡tachán! la semana que viene llega la nueva temporada de Gabinete de curiosidades a Podium Podcast, sé que soy muchos los fans de Nuria y me encanta daros buenas noticias. 

Como siempre, si escucháis algo, venid a contármelo.  

jueves, 8 de octubre de 2020

La tristeza y el silencio

 «Siempre que te veo me sabe a poco y vuelvo a reflexionar sobre ese absurdo fenómeno que cada día se da con más frecuencia, de ir perdiendo la conexión con los seres que nos son más afines, mientras, por el contrario, gastamos tantas horas en frecuentar o aguantar a gente que nos importa muy poco. Tú eres para mí uno de esos afectos sólidos y constantes que resuenan al fondo de otras cosas más bulliciosas y aparentemente de mayor relieve. Y siempre estás igual que cuando bajabas en corbata y playeras a la playa de Formentor.» (Carta de Carmen Martín Gaite a Miguel Delibes en abril de 1983) 

Martín Gaite describe a Delibes como un afecto sólido en el que poder anclarse, descansar, retomar fuerzas. No dice me encanta hablar contigo o qué bien lo pasamos o como me ayudó lo que me contaste. En la oscuridad de la sala de la exposición de la Biblioteca Nacional, leo y releo ese fragmento y casi puedo verlos juntos, sentados, hablando sin grandes expresiones y sin tratar de cambiar el mundo, simplemente disfrutando del bálsamo que su compañía mutua les proporciona. 

Imagino a Delibes en su casa, melancólico como él se definía y arrasado de tristeza desde la muerte de su mujer, sintiéndose reconfortado por las cartas de Martín Gaite y de otros amigos. Probablemente no contestara  diciéndoles que lloraba al vestirse, que la tristeza le ahogaba mientras se sentaba a trabajar o cuando salía a pasear. Contestaba a todas las cartas que recibía y quiero pensar que en sus respuestas encontraba un desahogo o un medio para encauzar su tristeza y que ésta fuera más llevadera, por lo menos durante un rato o, a veces, durante días.  

Me obligo a salir de casa,  a ponerme zapatos, a peinarme, a bajar a la calle y a caminar. La gente dice que Madrid está más triste, a mí me parece que está más vacío pero igual de hostil, sigue sentándome fatal y después de siete meses de ausencia me está costando habituarme. Probablemente porque no quiero habituarme. Llevo tres días llorando de tristeza. Lloro abrazada a mis hijas, lloro mientras cocino y lloro mientras trabajo. Lloro mientras hago la cama y ordeno la ropa. Y no lloro mientras hago la tabla de abdominales porque el odio consume toda mi energía, pero lloro, otra vez,  mientras escribo a Juan. «Estoy muy triste»«¿Te llamo?» me pregunta.  «No, no quiero hablar, voy a salir a dar un paseo y a ver la expo de Delibes.» 

Para mi la tristeza es solitaria, muda. No quiero contarla, ni explicarla, ni buscarle razones, ni justificaciones. Y no quiero hablarla. La tristeza no mejora al ponerle palabras porque se enreda, porque parece, entonces, inexplicable y frívola e innecesaria. Y no lo es, nunca lo es. Se dice que es difícil expresar, con palabras, la felicidad pero, para mí, es al revés, es la tristeza lo que no tiene explicación porque ponerle palabras me resquebraja. Puedo contar mi felicidad, mi tristeza solo puedo enseñártela.  Se que lo que mejor marida con mi tristeza es el silencio que dice: se que estás triste, estoy aquí. El silencio que solo dan los afectos sólidos y constantes, aquellos a los que siempre puedes recurrir sin tener que explicarte, diciendo solo "estoy triste" y que eso sea suficiente consuelo. 


lunes, 5 de octubre de 2020

Lecturas encadenadas. Septiembre

 Ya está aquí el otoño, los días más cortos y de nuevo (nunca se fue) la pandemia que nos obliga a quedarnos en casa tan ricamente, sin compromisos, sin recados, sin visitas inesperadas. Espero sacar, de esta época de reclusión,  mucho más tiempo para leer. Ya que no escribo (lo sé, lo sé, la semana pasada no publiqué nada) a ver si me dedico a leer. 

Al lío. Septiembre ha sido un mes de muchos tebeos, me ha dado por ahí. 

Tú, una bici y la carretera de Eleanor Davis fue el primer libro del mes. Es una historio autobiográfica trazada con un dibujo sencillo pero muy lírico, lleno de sensibilidad. Eleanor Davis se retrata así misma en su empeño por recorrer en bicicleta la distancia que va desde Arizona a Georgia. Los paisajes que atraviesa, la gente que conoce, las penurias físicas, que son muchas, la superación del dolor, la frustración, la soledad, el consuelo en manos de extraños o de tus seres queridos. 

Es un tebeo bonito, muy bonito, aunque al principio pienses: "esto lo dibujo yo".  Y la historia que cuenta es un poco americana, un poco rollo "Salvaje", de superación, pero con la que conectas mucho porque ella ni se pinta guapa, ni atlética, ni montando en bici feliz y sin renegar de los dolores. Añado que a mí me ha parecido bastante imprudente dedicarte a dormir en las cunetas de las carreteras pero los americanos son así.  

Del lirismo y la sensibilidad de Davis pasé del tirón a El hombre deseado de Ralf König, un tebeo que, por lo visto, es un referente en el mundo gay. Es un tebeo de 1986 y se nota. Ha envejecido en cuanto al tipo de dibujo y, por supuesto, en cuanto al tono. Es probable que gente que lo lea ahora lo encuentre ofensivo pero no lo es para nada. Está lleno de humor, de auto parodia y de sarcasmo. El hombre deseado cuanta la historia de un grupo de amigos gays de Dusseldorf cuando a su pandilla llega un hombre heterosexual guapo y muy machista por el que todos se sienten atraídos y que todos quieren llevarse a la cama. Es una gamberrada divertida. Me ha encantado que en la solapa cuenten que el autor estudió carpintería y salió del armario en la misma época, porque me ha parecido el colmo de la fantasía gay: un rudo carpintero con su cinturón de herramientas. (Bueno, y también es un poco fantasía de mujer heterosexual, que conste.)  

La primera novela del mes fue Basilisco de Jon Bilbao y lo primero que tengo que decir es que no se parece a nada que haya leído hasta ahora. Mitad historia del oeste con indios, vaqueros, buscadores de oro, sectas y mitad novela ¿autobiográfica? sobre hacerse adulto, tener hijos, ser consciente de tus padres como entidades independientes de ti. La imbricación de estas dos historias está, la mayor parte del tiempo, muy bien conseguida y solo en algunos momentos flojea pero en general es una novela que funciona a la perfección a pesar de la inicial extrañeza que puede sentir el lector provocada más que nada por la sorpresa. En la parte autobiográfica, en algunos momentos, se vuelve dolorosa por lo que se dice, se hace y se siente y la parte del western se sigue como una novela de aventuras en la que casi puedes tragar el polvo de los caballos. 

Leyendo esta novela descubrí que estoy un poco harta de novelas de parejas que se llevan mal, se hacen el vacío, están hastiadas y no encuentran sentido a su vida. Desde aquí invito a los novelistas de este país a escribir, para variar, algo sobre parejas que se lleven bien, que sean felices en general aunque discutan, que disfruten de la vida aunque no se parezca al cuento que todos hemos soñado y, sobre todo, que no den pereza.  Una historia bonita sin estridencias, para variar.  No sé cuando hemos decidido que eso no puede ser literario y que todo tiene que ser atormentado. 
Anoté en mi cuaderno esta cita que encabeza la novela. 
(...) la sensación que tenemos de fracaso, y de que nos equivocamos en nuestros juicios, y ese debatirnos entre la culpa y la vergüenza, eso es porque somos seres humanos. Así que intenta recordar solo una cosa. No fue culpa tuya. (Alan L. May, Centauros del desierto)
 Leed Basilisco porque no se parece a nada aunque hayáis leído cosas parecidas. 

A lo mejor alguien que lee esta sección ha pensado "Ah, como ya dio su charleta sobre Delibes, ya no va a leer más". Pues no, sigo con mi plan de un mes, un Delibes y el de septiembre fue Las guerras de nuestros antepasados.  Confieso que sigo con el plan y que me daba un poco de pereza volver a él pero ¡menos mal que he vuelto! Esta novela, formalmente, no se parece a ninguna de las otras que he leído hasta ahora. 

La historia de Pacífico Pérez está construida a través de un único diálogo, que tiene lugar durante siete noches, con su médico, el Doctor Burgueño. Formalmente, como he dicho, es muy diferente, casi como si Delibes hubiera probado una nueva manera de jugar con su juguete favorito y éste es, otra vez, la vida en un pueblo.  Delibes, de la mano de Pacífico, nos lleva a Humanes del Otero, un pueblo dividido y unido donde vivía con su Bisa, su Abue, Padre, Madre y su hermana. Allí se cría entre historias de guerras, aprendiendo de la naturaleza, sabiéndose distinto y alentado por las enseñanzas de su tío Paco. La Candi que llega de fuera, "contaminado" con otras ideas, con las de la ciudad, le descubre el sexo, la pasión, otra manera de pensar y desencadena el acontecimiento que lleva a la segunda parte de la novela. No quiero contar más para no destriparla porque es mejor llegar a ella y sorprenderse. 

Una vez más, es impresionante la maestría de Delibes para construir un personaje, una vida, un escenario, un paisaje y otros personajes a partir de un diálogo continuo, de un monólogo. 

«Bueno, oiga, pues mi tio Paco me enseñó a mirar, que hay cosas que uno tiene delante de las narices y, por lo que sea, no las ve ¿entiende? Pues a lo que voy, doctor, mi tio Paco me enseñó a mirar. Que, por él supe que nuestro pueblo es hermoso, que desde lo alto del Crestón veía los tejados del HUmán y, alrededor, las ringleras de los manzanos. Y, abajo, en la cuenta, el Embustes, espejando ¿entiende? Y las dos cervigueras de robles empinándose a los lados. Y, por cima de todo, las atalayas de los nogales. Que luego, tal que así, a mano derecha, en la cresta del cerro, andaba el caserío del Otero, de piedra de toba ¿sabe? Y a un lado la parroquia, ciega, oiga, como un castillo y, orilla suya, las tapias del camposanto, ¿se da cuenta? , las que desmontó el Teoista el día de la cantea grande. Y dentro, o sea, asomando, cuatro cipreses negros, que si soplaba el norte se cimbreaban como juncos. O sea, doctor, para que me entienda, yo aprendí a ver eso, y usted lo creerá o no, que es muy libre, pero solo de verlo yo me sentía como otro, que a días, a saber por qué hasta me venían las ganas de llorar y todo.»
Aprender a mirar los pueblos con Delibes. 

A mitad de mes leí un tebeo que me dejó fría. McCurry, NY 11 Septiembre  2001 se ajusta más a la definición de novela gráfica porque mezcla el dibujo de Jung Gi Kim con las fotografías de McCurry. el tebeo es una especie de biografía autorizadísima del fotógrafo. Se cuenta su vida y como llegó a ser uno de los reporteros gráficos más importantes del mundo con lo que hizo el 11S y los días siguientes, cuando al darse cuenta de lo que ocurría en NY salió corriendo de su estudio en Washington Square para adentrarse en lo que luego se conocería como zona cero. El problema que tuve con este tebeo es que me pareció deslavado, poco coherente y pobre en general. El dibujo es correcto y las fotografías de McCurry son excepcionales tanto las del 11S como las de toda su carrera. Él es el responsable de la portada más famosa del National Geographic, la de la famosa niña afgana de increíbles ojos verdes. Aquí se cuenta la historia de esa fotografía y el reencuentro con la protagonista años después pero todo resulta frío, poco interesante, deslavazado...esa es la palabra. 

Poeta chileno de Alejandro Zambra ha sido una lectura interesante y frustrante a la vez. No tenia ni idea de qué iba porque era una recomendación. Empecé y me enganché desde el primer minuto, estaba deseando que llegara el momento de acostarme para ponerme a leer porque me lo estaba pasando en grande con la historia de Gonzalo, un personaje entrañable, con sus mierdas y sus cosas, pero nada intenso ni misterioso. Ahora que lo pienso, Poeta chileno se ajusta un poco a la petición que hacía antes para dejar de escribir historias de intensidades forzadas. Bien, todo iba sobre ruedas hasta, más o menos, la mitad de la novela, momento en el que Zambra pega un golpe de tirón o, mejor dicho, parece que pierde el rumbo y hay un montón de páginas de algo que, en principio, dices "bueno, a ver donde vamos" y acabas pensando "Alejandro, acaba con mi sufrimiento y con mi aburrimiento de una vez". Cuando crees que todo está perdido, Zambra encuentra de nuevo su camino y la novela se vuelve a encauzar pero, en mi caso, no he conseguido quitarme el mal sabor de boca de es parte central. Que conste que recomiendo Poeta chileno pero me da pena porque podía haber sido una novela muchísimo más redonda. No es un reproche, es muy difícil escribir una novela redonda. 

«Generalmente cambiaban las sábanas y las expectativas. Ocasionalmente jugaban carioca y dominó. Ocasionalmente jugaban a hacer sombras con las manos. Nunca desfragmentaban el disco duro. Nunca quitaban a tiempo las hojas de los canalones. Nunca se quedaban dormidos con la tele prendida [...] Generalmente Carla quería estar donde estaba y quería ser quien era. Dicen que eso es la felicidad: nunca sentir que sería mejor estar en otra parte, nunca sentir que sería mejor ser alguien más. Otra persona. Alguien más joven, más viejo. Alguien mejor.»



Voy a colar aquí el último tebeo que terminé ayer, Tangencias de Miguelanxo Prada.  Es un pequeño album con ocho historietas de relaciones ¿amorosas? que terminan, que se cruzan, que se reencuentran para darse cuenta de que hicieron bien en separarse. Es un tebeo muy sombrío, algunas de las historias son muy sórdidas porque cuentan polvos de esos de los que te arrepientes antes de haber dejado de jadear. Es un tebeo que te hace sentir frío, son historias en las que no quieres verte. Otra vez relaciones complicadas...a lo mejor es que lo difícil es escribir una historia de amor que no duela, a lo mejor es porque cuando tienes una bonita de historia de amor, aunque sea imaginaria, te da vergüenza contarla. Y a lo mejor no tienen éxito porque no queremos saber que existen. 

Repasando mis lecturas, me doy cuenta de que han ido ensombreciéndose según avanza el mes, igual que mi estado de ánimo y la situación general. A lo mejor debería replantearme mi selección para el mes de octubre sino quiero llegar a noviembre metida debajo del edredón. 

Y con esto y esperando el cambio de hora, hasta los encadenados de octubre. 




viernes, 25 de septiembre de 2020

Podcasts encadenados (XVI)


La realidad está para encerrarse en casa, literal y metafóricamente, y dedicarnos a tratar de mantenernos lo más alejados posible de lo que ocurre fuera, también literal y metafóricamente. Mi consejo es apagar las redes sociales, apagar los informativos de televisión, apagar las tertulias de la radio y coger un libro, ver una peli o, claro, escuchar podcasts. Recomiendo hacer cualquier cosa que te mantenga alejado de la realidad y si vives en Madrid, de morir por incompetencia política. Ojalá, algún día, alguien haga un podcast de investigación sobre la gestión de la CAM en esta pandemia, sería un exitazo y su escucha estaría salpicada de «no me lo puedo creer» o «pero como fueron así de irresponsables» o «vaya panda de malnacidos, me alegro de que se estén pudriendo en la cárcel». Espero vivir para poder escucharlo. 

Al lío. 

1.- My Gothic Dissertation de Anna Williams es un podcast que llevaba tiempo queriendo recomendar pero no había encontrado el momento. Es un podcast independiente, esto es que no depende de una gran productora, ni de  un gran medio. Anna Williams se lo guisa y se lo come ella solita  y es uno de los podcasts más originales en cuanto a fondo y forma que he escuchado nunca. La premisa es la siguiente: Anna Williams es estudiante de literatura (de English, como dicen ellos) y tras terminar los estudios y hacer el doctorado, se enfrenta a la realización de la tesis. Quiere hacer una tesis diferente, rompedora, que realmente aporte un conocimiento nuevo a su campo de estudio que es la novela gótica y, tras mucho pensarlo, se le ocurre hacerlo en forma de podcast comparando las aventuras y desventuras de diferentes protagonistas de novelas góticas con las penurias que le suceden a los estudiantes (a ella y a otros) que se enfrentan a un doctorado y a una tesis. 

Cada episodio gira en torno a una novela gótica (sobre Frankestein hay dos) y se traza un paralelismo entre sensaciones y situaciones que sufre el protagonista de la novela con algo que experimentan los estudiantes. Así, por ejemplo, el primer episodio trata sobre la llegada del estudiante al mundo académico para sus años de doctorado comparándolo con la llegada una heroína cuando llega a la casa donde va a vivir a partir de ahora. Es un mundo nuevo, con unas normas estrictas y firmemente aceptadas que ambos deben acatar si quieren seguir vivos en el caso del personaje de ficción o conseguir un futuro laboral en el caso del estudiante. Hay otro episodio interesantísimo sobre la "invalidación emocional", la necesidad de los estudiantes de conseguir la aprobación de sus profesores y como la ausencia de ella les supone una quiebra de su confianza en su proyecto y sus ideas.  

El podcast está maravillosamente producido, Anna tiene una voz peculiar, cálida y cristalina y el guión es excepcional. Además de todo esto, cuenta con una web preciosa con las transcripciones de todos los episodios.  

Episodios: 7
Duración: unos cincuenta minutos. 
Por dónde empezar: por el principio. Por supuesto, si no has leído Frankestein quizás el principio debería ser la novela de Mary Shelley, otro buen lugar para resguardarse de la realidad. 


2.- Juego de niños de Radio Ambulante.
¡Albricias, la décima de temporada de Radio Ambulante ya está aquí! Sé que ya he recomendado este podcast pero voy a seguir haciéndolo hasta que consiga que todos lo escuchéis. Este episodio, además, está especialmente indicado para cualquiera que tenga hijos y haya escuchado alguna vez en su vida: ¿juegas conmigo? y sentido que lo último que le apetecía era jugar. Acto seguido se ha sentido muy culpable y candidato a peor padre del año. Este episodio, primero de la nueva temporada, va sobre eso y mientras lo escuchaba, paseando por Los Molinos, recordaba todas la veces, hace ya muchos años, en que jugué con mis hijas deseando que aquellos juegos terminaran, intentando disimular que me estaba aburriendo y pensando si ellas se darían cuenta. Si tienes hijos y has pasado por eso, vas a sentirte identificado con todo lo que cuentan y también aliviado. 

Duración: 20 minutos.
Por dónde empezar: si nunca has escuchado Radio Ambulante, empieza por aquí y luego ¡enhorabuena! tienes cientos de episodios para disfrutar mientras te hacen compañía. 
Bonus: Radioambulante tiene una newsletter semanal muy recomendable, con cinco recomendaciones a la semana de libros, webs, perfiles de instagram, canciones, documentales. Merece la pena suscribirse y es gratis. 



3.- One child to rule them all de Flashforward  Este podcast estructura todos los episodios de la misma manera, plantea algo que pueda ocurrir en el futuro y, a partir de ahí, reflexionan sobre qué pasaría si eso llegará a ocurrir estudiando nuestra realidad, la ciencia y nuestra manera de pensar. En este interesantísimo episodio plantean la premisa de imagina que en el 2030 se decide implantar la política de hijo único en todo el planeta para limitar la población y hacer un uso eficiente de los recursos del planeta que no son ilimitados. ¿Qué pasaría? Sé que la idea puede parecer poco atractiva pero os animo muchísimo a escucharlo porque os vais a sentir sacudidos en vuestros más íntimas creencias, en esas cosas de pensáis porque son "de sentido común".  La conductora del podcast, es la periodista científica, Rose Eveleth hace un trabajo increíble de organización, estudio y desarrollo del planteamiento con la colaboración de muchos expertos a los que da voz sin que en ningún momento el episodio resulte pesado. Recomendadísimo pero más para oyentes experimentados que para alguien que empieza. 

Podcast: Flashforward.
Episodio: One child to rule them all. 
Duración: 1 hora. 
Por dónde empezar: por aquí. Además, si os pica la curiosidad y tenéis tiempo para bucear en más información, en la web hay un completo listado de referencias, artículos, libros y demás para leer. Acostumbraos a este podcast porque va a aparecer muchas veces por aquí. 

Por último, otra cosa que en estos momentos me hace feliz es la newsletter mensual de Lauren Collins, periodista americana que se ha ido a vivir a Francia y, que una vez al mes llega a mi buzón llena de historias interesantes, enlaces a cosas que merece la pena ver, noticias sin crispación, lecturas con las que aprendo y joyas de internet como la que he visto esta mañana y os dejo aquí para que os deleitéis: The Supremes, en 1965, grabando una especie de videoclip cantando por los Campos Elíseos hasta que llega un gendarme y las echa a empujones de allí. 




Por supuesto, si escucháis algo y os gusta, venid a contármelo. 

miércoles, 23 de septiembre de 2020

Algo que celebrar

Esta mañana, al abrir twitter, me he encontrado con un mensaje que decía "Felicidades, @molinos1282. Hoy es un día para celebrar. Beso inmenso, querida". Desde que empezó la pandemia mi cerebro ha desconectado el modo calendario y la mayoría de los días no sé si es lunes o jueves o domingo. ¿Qué tengo que celebrar? ¿Qué día es hoy? 

Lo primero que me ha venido a la cabeza ha sido que hoy es el cumpleaños de Springsteen, una fecha sin duda importante, pero no tanto como para ser felicitada por ella. El mensaje venía con una fotografía y al ampliarla, he descubierto el motivo de celebración, la persona que me felicitaba (una desconocida, conocida solo por redes) había anotado en su calendario "Fin de la depresión de Ana Ribas" (gazapo en mi apellido)" 

«¿Hoy es ese día?» Ha sido mi siguiente pensamiento. Y sí, es ese día. Hoy hace cinco años que mientras conducía por la Gran Via de camino a una cita con mi amigo Antonio pensé que estaba bien. Han pasado solo cinco años y, a la vez, ya han pasado cinco años. Sigo estando bien. Hace cinco años hacia calor, el sol lucía en la calle y todavía llevaba ropa de verano. Hoy, por la ventana, veo llover  y llevo jersey, calcetines y pantalón largo. Hace cinco años vi el mundo de colores, sentí que podía ir a por él, que ya no me daba miedo, que podía y quería hacer planes. Sentí que, otra vez, me gustaba estar viva. 

Hoy el mundo que me rodea es aterrador y tengo miedo. No sé que va a pasar la semana que viene y apenas salgo de casa. Cuento los días para volver a estar confinados y me armo mentalmente de recursos para estar preparada porque este nuevo confinamiento va a ser muchísimo más  negro que el de marzo porque ya no podemos sosteneros en que nos pilló por sorpresa, no podremos escudarnos en que no sabíamos que en el bosque había un lobo, no podremos justificarnos con la idea de que fuimos imprudentes por desconocimiento. Ahora nos hemos metido en la boca del lobo a conciencia, no hay excusa, no hay justificación.  Sabemos que no vendrá nadie  a salvarnos, que los que nos gobiernan no tienen ni la intención ni la voluntad ni la capacidad para organizar, si quiera minimamente, la situación. Ahora, sabemos que mucha gente a nuestro alrededor se deja llevar por rumores, por conspiraciones, por planteamientos idiotas y simplistas que les hacen la vida más fácil porque les permiten posicionarse en un no o en un sí que les da tranquilidad. Sabemos que no sabemos lidiar con la incertidumbre y que incertidumbre es lo que vamos a tener durante muchos meses sino años. Sabemos que lo que teníamos antes no va a volver jamás. Sabemos que nunca volveremos a ser tan inocentes pero que seguiremos siendo igual de idiotas. Esa es otra cosa que hemos perdido, el optimismo tonto que, en abril, nos hacia pensar con esperanza en el verano. 

Hoy, 23 de septiembre de 2020 tengo muchísimas más cosas de las que preocuparme que hace cinco años.  Tengo dos hijas adolescentes a las que no puedo proteger con mis palabras, saben que si les digo que todo saldrá bien es más un deseo que una realidad. Tengo una madre cinco años más mayor, cinco años más cabezota y cinco años más difícil de manejar. Y tengo la certeza de que no queda más que apretar los puños y aguantar la época que se me viene encima que va a ser más triste, más dura y más difícil que cualquiera que haya vivido antes. 

Por todo esto, me sorprende estar bien. Preocupada, agobiada a ratos y con ansiedad en otros, pero no quiero morirme, no quiero esconderme, no quiero desaparecer de la vida... en resumen, no tengo una depresión. Y sí, eso se merece una celebración o por lo menos un recordatorio. Hace cinco años me curé, hace cinco años dejé de querer morirme, hace cinco años volví a reconocerme. Y aquí estoy, preparada. 

jueves, 17 de septiembre de 2020

Lo que nos cuentan las fotos

La foto que da comienzo a la tradición familiar es en blanco y negro y ya amarillea en algunas zonas. La luz que, durante años, la ha iluminado entrando por la galería del patio se ha comido los blancos y los negros. En ella hay diecisiete personas. En el centro, mis bisabuelos maternos, Eleuterio y Teresa, sentados en dos sillas con sus cuatro hijas (su hijo murió en la guerra, en el hundimiento de su barco), sus yernos, sus nietos y un perro, Morris. Mis bisabuelos parecen viejísimos, ancianos, pero por la edad que parece tener mi madre en esa foto, quizás tuvieran setenta escasos. Miran adustos a la cámara, muy serios y, a pesar de que es verano, porque todos los demás van en pantalón corto, camiseta o incluso, como mi madre, en traje de baño,  ellos van vestidos formales: él chaqueta, corbata y pantalón largo y ella vestido y moño. Mi abuelo José Luis, justo detrás de su suegro, lleva gafas de sol y sonríe divertido mirando algo fuera de cámara que no veo. Por detrás de él se ven las casas al otro lado de la carretera, los árboles del jardín de La Rosaleda no eran por entonces tan altos, eran jóvenes, como todos ellos, y no tapaban la vista. 

La siguiente foto es en color. Se intuyen jersey verdes, azules y granates y mis primos llevan pantalones cortos y y mis hermanos y yo llevamos vaqueros. La foto entera está adquiriendo un color pardo, dorado, como si estuviéramos, como Marty McFly desapareciendo. Los árboles y los lilos del jardín ya han crecido y posamos con un fondo verde que tapa las casas que se veían en la foto anterior. Entre una foto y otra creo que han pasado unos quince años. Esta vez, los que están sentados en las sillas son mis abuelos. También parecen mayores pero se que tenían apenas sesenta. No hay nadie con chaqueta y corbata y está tomada a principios de otoño en el mismo sitio: la rampa del garaje. (Hace poco fui a esa casa y como me pasa siempre que vuelvo me pregunto en que momento empezó alguien a llamar rampa a una superficie con tan poca inclinación que una canica se quedaría parada después de recorrer 20 cm) Aquí tengo cinco o seis años. Llevo el pelo cortado como ahora, corto y tapándome el ojo derecho. (Poco se habla de que la raya del pelo es para siempre). Estoy sentada en el suelo, con las piernas cruzadas, junto con mis hermanos y mis primos. Llevo algo en las manos, ¿un palo? y miro a cámara muy seria. Hace cuarenta años las fotos eran algo serio, se hacían para la posteridad, como recuerdo y tenían que salir bien.  Fotografiarse era algo trascendente, se "revelaban" (Hasta este verbo ha dejado de existir, ahora se imprimen) y pasaban a formar parte del paisaje de las casas, de las rutinas diarias durante los años y años que permanecían en un marco encima de una mesa, en una pared colgadas. No te dabas cuenta pero las veías cada día y se convertían en atrezzo de tus recuerdos. Las que hay en mi casa, las tengo tan  interiorizadas, que como estoy haciendo ahora, puedo describirlas sin verlas. Mi yo de seis años parece decir "Ey, estuviste aquí, eres esta familia aunque pasen muchos años". 

Las últimas fotos de la serie familiar nos las hemos hecho este fin de semana, como hacemos cada verano. Ya no hay una única foto porque podemos permitirnos hacer doscientas: solo los hermanos, solo los nietos, por parejas, por familias, los primogénitos, los segundogénitos, con los perros, sin los perros, poniéndonos muy serios, haciendo el tonto, saltando, tumbados en el suelo, con los pies dentro de la piscina, bailando una coreografía. Todas son en color, brillan como supongo que brillaban las anteriores cuando se tomaron. Camisetas rojas, pantalones azules, bañadores verdes, chanclas fluorescentes, minifaldas de rayas, camisetas rosas. Salimos despeinados, con la ropa sin planchar, los pantalones rotos, manchas de regaliz y de chocolate. Salimos con los ojos cerrados, con papada, con la boca abierta, bizcos, mirando a otro lado, hacia abajo, hacia arriba, gritando «Espera». Ya nadie se sienta en ningún silla, ni estamos en la famosa rampa. No miramos a la cámara serios porque podemos repetir la foto todas las veces que queramos o hasta que los perros se cansen de posar y mis sobrinos pequeños digan "ya basta". 

No sé quien hizo las dos primeras fotos. Si cierro los ojos o me quedo mirando el jardín desde la ventana puedo oír las voces de los que ya no están, viviendo en esas fotos diciendo: «venga, colocaos, a ver que miro a ver si estamos todos. Le doy y voy corriendo, me pongo en la esquina" y, después, las sonrisas congeladas, mirando a cámara. Los «¿ya?», los «¿habrá salido?». «Haz otra por si acaso». Cuando las fotos no pueden ampliarse con un movimiento de dedos en una pantalla, su fortaleza viene de las historias que nos cuentan. «Estos son los tios de Vitoria, Manuel y Teresa, y esta es una niña de la India que adoptaron cuando era bebé», «Este es Morris, el perro que tu tia Mayte tenía cuando era joven». Cuando no puedes ampliar para ver si se la sonrisa era perfecta, es más fácil prestar atención, fijarse en las historias de las fotos. 

En la primera foto aparecen diecisiete personas, diez ya han desaparecido. En la segunda también somos diecisiete y seis ya no están.  De todos ellos les he hablado a mis hijas. En la de este años somos catorce y dos perros. Aspiro a que cuando yo ya no esté, cuando algunos de los de la última foto desaparezcamos, alguien sea capaz de recordarme así: de colores, en familia, aquí. «Esta es tu tía/abuela Ana, es el verano que se dejó el pelo blanco». Por eso siempre imprimo una de estas fotos familiares y la cuelgo en mi pared. 

Imprimid las fotos y ponedlas en vuestras casas hasta que de tanto mirarlas hayáis dejado de verlas. Es justo en ese momento cuando pasan a formar parte de tu vida. 


viernes, 11 de septiembre de 2020

Podcasts encadenados (XV)




Mi hermana ha comenzado a escuchar podcasts. Esto es importante, es un hito en mi relación con los podcasts porque he conseguido que a base de verme permanentemente con los auriculares puestos y salpicar cualquier conversación con comentarios como: "pues en un podcast que escuché ayer" o "¿sabes dónde lo cuentan muy bien? En un podcast bastante chulo", mi familia (el público más duro) empiece a mostrar cierto interés.

Si mi hermana se ha lanzado a escuchar podcasts intuyo que el mundo del podcasting no va a parar de crecer.

Al lío. Hoy traigo tres recomendaciones serias, tres podcasts de los que de primeras puedes pensar "a mí eso no me interesa" pero sí, te interesa. Que nadie se asuste porque todas merecen muchísimo la pena.


1.- 22424. Lo que nos jugamos en Bankia. Este podcast de título absurdo es una producción de El País y sus periodistas económicos y es excelente tanto en el tema como en la forma. ¿Qué cuenta? Pues como es fácil de adivinar, la caída de Bankia con Rodrigo Rato a la cabeza, las circunstancias que llevaron a aquel desastre que arrasó con los ahorros de miles de personas y el juicio a la cúpula directiva. La historia está contada por Elena G. Sevillano e Iñigo Barrón, con guión de Álvaro de Cózar y Jerónimo Andreu y está perfectamente armada para engancharte desde el primer episodio. En particular me ha gustado Iñigo de Barrón que explica de manera sencilla, pero no obvia, una trama económico/financiera/política con miles de ramificaciones y subtramas. Lo cuenta bien, tiene buena voz y consigue eso tan especial que pocos consiguen, que te quedes pensando "cuéntame más".

Lo que nos jugamos en Bankia es un muy buen podcast periodístico para empezar con este formato y sí, escúchalo aunque creas que el tema no te interesa


Podcast: 22424. Lo que nos jugamos en Bankia.
Duración: 5 episodios de 20 minutos. Es decir, cuando le deis al play os pasaréis más o menos hora y media enganchados del tirón a la historia. Igual que una peli mala de sobremesa pero aprovechando muchísimo mejor el tiempo.
Episodio para empezar: por el principio, claro.



2.- Nice white parents. Este podcast es la nueva producción de Serial Producciones tras su adquisición por el New York Times. Chana Joffe-Walt es la host y escritora de la historia y es, además, madre en Brooklyn. Cuando comienza a buscar colegio para sus hijos, descubre con sorpresa que los "agradables padres blancos" de los que ella forma parte tienen una influencia increíble en cómo se organizan los colegios, cómo se deciden los procesos de adjudicación de las plazas, los planes de estudio, las actividades extraescolares, etc. Esos "nice white parents" tienen en la mayoría de los casos buenas intenciones. No son, en principio, racistas, están a favor de la integración y la igualdad y sus procedimientos parecen siempre, a primera vista, beneficiosos. Lo que este podcast investiga es el origen de toda esta influencia, casi nunca positiva a pesar de sus buenas intenciones, y como se ha ido repitiendo a lo largo de los años. 

Quizás haya gente que piense que este tema, sobre la organización de las escuelas públicas en Nueva York, no tiene nada que ver con ella pero el análisis de las motivaciones de los padres para presionar a la escuela, a las autoridades para organizar los colegios como ellos consideran sí tiene que ver con nosotros. ¿Cuando presionamos a las autoridades lo hacemos pensando en nuestros hijos o en la totalidad de los estudiantes? ¿Pensamos alguna vez si lo que nosotros queremos para nuestros hijos perjudica a otros? ¿Y si lo que a nosotros no nos gusta para nuestros hijos sí beneficia a otros menos privilegiados?

Es un podcast muy serio, bastante denso lo que no quiere decir que no sea interesante ni ameno y recomendado para oyentes experimentados. No lo recomiendo para alguien que empieza.

Podcast: Nice White Parents.
Duración: 5 episodios de casi una hora. Ya he dicho que es para oyentes experimentados.
Episodio para empezar: Por el principio, en el primer episodio Chana Joffe-Walt nos lleva al colegio sobre el que girará toda la historia, el School of International Studies, para contarnos como la llegada de los nice white parents a un colegio mayoritariamente afroamericano y latino, trastocará toda la realidad del colegio y las relaciones de poder.


3.- Nice Try. Utopian. Los que leéis esta sección de manera habitual no os lo vais a creer pero ¡este podcast también es de Avery Trufelman! Y sí, ya empiezo a estar hasta un poco enamorada de ella pero es que no se puede tener tanto talento. Utopia es una serie de 8 episodios que Trufelman hizo el año pasado para Curbed y Vox Media que habla de lo que su título indica: ocho intentos de la humanidad de poner en marcha comunidades utópicas con determinadas características. Desde Jamestown, la ciudad que los primeros pioneros británicos organizaron a su llegada a América, pasando por Germania, la ciudad pensada por Hitler y Speer para la exaltación de la raza aria o Bioesfera 2, una locura de experimento en el desierto de Arizona, Trufelman explica el origen de las utopías, su desarrollo y como el lugar perfecto con una sociedad perfecta no existe.

Del trabajo de Trufelman ya lo he dicho todo en anteriores entregas de estos posts pero reitero una vez más que es un prodigio de escritura, información y emoción. No os lo perdáis.

Podcast: Nice Try. Utopian. 
Duración: ocho episodios de 30 minutos. Se pasan volando.
Episodio para empezar: yo iría al principio pero si os parece que los colonos americanos no os interesan mucho, podéis empezar por el episodio dedicado a Oneida, una utopia que comenzó como una comuna de amor libre y acabó convertida en la multinacional que durante años ha llenado las mesas americanas de cuberterías. Una historia loquísima.

Por cierto, si alguien quiere saber cómo escucho yo los podcasts: utilizo la app de Pocket Casts que tras probar muchas es la que más me convence.

Y ya sabéis, si sois como mi hermana y escucháis algo de lo que recomiendo, venid a contármelo. 




miércoles, 9 de septiembre de 2020

Sonidos para vivir


Election Eve. William Eggleston
En marzo y abril, durante el confinamiento, en Los Molinos todo era silencio, un silencio profundo, absorbente, como un agujero negro. No había pájaros, no había coches, solo el rumor del tren vacío, pasando a y veinte y a menos veinte. No había gente y los pocos que estábamos, nos encerramos en nuestras casas y cuando salíamos procurábamos ser discretos, no hacer ruido, casi andábamos de puntillas de camino al contenedor, como si el sonido de nuestros pasos fuera a despertar a la bestia o nuestras voces fueran a retumbar, como lo hacen en una catedral vacía, sonando irrespetuosas y fuera de lugar. Incluso nevó un par de días como si la naturaleza nos tapara con una manta y dijera: hale, hale, ya pasará.

Al terminar el confinamiento, Los Molinos se llenó de ruido. Volvieron los pájaros a acompañar a los trenes. Se abrieron casas cerradas durante años, y chirriaron las verjas oxidadas de jardines con vegetación descontrolada. Las mañanas se llenaron del ruido de las máquinas cortacésped, las podadoras, las aspiradoras y el chatarrero. Coches en procesión al punto limpio, paseantes, gente en bici, obras, reformas años pospuestas porque "total, a Los Molinos solo vamos de vez cuando" que se volvieron imprescindibles "por si acaso nos confinan otra vez". Música, reuniones, barbacoas, amigos. Lo raro era el silencio. 

Ahora ya es septiembre y Los Molinos se va apagando de nuevo. Se escuchan obras de fondo pero la efervescencia sonora del verano va desapareciendo cada día un poquito más, como si alguien fuera apagando poco a poco los interruptores de una casa justo antes de salir: ya no hay casi tráfico, no hay cortacésped, no hay barbacoas ni música. Ahora lo que se oye es el sonido de septiembre que  no se parece a ningún otro. Ha vuelto (o quizás siempre estuvieron aquí pero solo ahora, cuando lo demás desaparece, se pueden escuchar con claridad) como cada año, el canto de unos pájaros determinados que no sé cuales son pero que me lleva a mis ocho, nueve años, a cuando vivíamos todavía en la casa de mis abuelos y al escucharlos me ponía triste porque sabía que pronto tendríamos que volver a Madrid. 

Yo no voy a volver a Madrid hasta octubre pero solo de pensarlo me entristezco, me hundo en la melancolía y elucubro escenarios en los que puedo evitar esa vuelta.  Cuando la gente me pregunta pero ¿qué tiene Los Molinos? no sé que decirles. Los Molinos no es bonito, no tiene calles empedradas, ni edificios bien conservados. Su calle principal, la calle Real, está llena de carteles de se alquila y se vende pegados en los escaparates de lo que en algún momento fueron un ultramarinos, una floristería, una pescadería, una heladería, una pastelería, una mercería y que ahora ya no están. Sobreviven una pequeña ferretería, una farmacia, el banco, la oficina de correos. Por no haber, en Los Molinos ya casi no hay bares. Todos los míticos que la gente recuerda hace tiempo que desaparecieron. Ahora la vida social transcurre en el tramo de la calle Real que se transforma en carretera de salida del pueblo, en el tramo de calle que recorre la fachada del supermercado local.  Bajas a por patatas La Montaña y ahí es donde te encuentras a todo el mundo haciendo la compra, saliendo de la farmacia o corriendo al chino a comprar algo imprescindible o de última hora. «Hola, ¡qué tal! ¡no nos vemos nunca!» Ahora esos saludos también se van apagando, la gente se ha marchado, quedamos los de siempre y La Peñota.  

Los pájaros en septiembre, el ruido de la puerta de la oficina de correos que huele a expectativa, el viento en las ramas del pino del jardín, la moto del cartero, el sonido de los pasos en las calles de tierra, las campanas de la iglesia, el tren de menos viente y el de las y veinte. 

Eso es lo que tiene Los Molinos y por eso quiero vivir aquí. No se explicarlo mejor.