miércoles, 10 de marzo de 2021

Como polvo en el viento: un deslumbrante tostón


Resumen del contenido de este post por si no queréis leer casi dos mil palabras: no leáis Como polvo en el viento. 

Desarrollo de mi consejo: 

2021 se está revelando como un año de lecturas malas, regulares o mal escogidas. Algo así como cuando todos los tíos que te gustaban resultaban ser al final un fiasco, idiotas o simplemente aburridos. Pues así voy, en el caso de este último desastre literario, el tío, perdón, el libro en cuestión me apetecía muchísimo, lo compré con todo el cariño del mundo y lo reservé para empezarlo con ganas, con expectativas, dispuesta a rendirme a él porque con Padura ya había tenido otra cita, en El hombre que amaba a los perros, que me había gustado muchísimo. Era un buen plan seguro. 

Pues no. Siguiendo con el símil, El hombre que amaba a los perros había sido una primera cita en el restaurante, con gran conversación, buena compañía y un buen vino que terminó con la promesa de ser mejor la segunda vez y Como polvo en el viento, a pesar de su prometedor título, ha sido como una segunda cita en la que vas a casa del tío, la tiene llena de mierda, con las persianas bajadas, te habla de su ex y encima es eyaculador precoz. No ves el momento de marcharte pero no quieres ser maleducada y te quedas hasta la mañana siguiente, hasta que llegas a la última palabra de la página seiscientos sesenta y cinco. 

El gran gramatizador automático es un cuento de Roal Dahl en el que el protagonista, desesperado porque no consigue vender ningún relato, inventa una máquina que escribe los relatos.  

«Con mi máquina, gracias a un coordinador adaptado entre la sección de "memoria de argumentos" y la de "memoria de palabras", puede producir cualquier tipo de relato que quiera, simplemente apretando el botón correspondiente. [...] Los argumentos los introducimos nosotros. No hay ningún problema. En esta carpeta de la izquierda hay unos doscientos o trescientos argumentos.»

Sospecho que Padura ha usado esa máquina y además para no andarse con chiquitas, ni quedarse a medias, al pulsar las teclas dijo: «Dale, que en esta novela salgan los trescientos argumentos». Y ahí están, todos, absolutamente todos. 

¿Exilio cubano? Check. ¿Pandilla de amiguísimos que se jode por algo misteriosísimo que al lector le importa un pepino? Check. ¿Mujer misteriosa con secretitos? Check. ¿Gays? Check. ¿Lesbianas puede que si, puede que no, y luego definitivamente sí? Check. ¿Hijas que descubren que su padre no es su padre y su madre no es su madre? Check. ¿Exmaridos? Check. ¿Hambre y buscarte la vida? Check. ¿Palizas? Check ¿España? Check. ¿Estados Unidos? Check. ¿Francia? Check. ¿Italia? Check. ¿Drogas? Check. ¿Alcohólicos? Check. ¿Alcohólicos que se rehabilitan? Check. ¿Hombres estériles? Check. ¿Folladores con grandes pollas? Check.  ¿Asesinatos? Check. ¿Infidelidades? Check. ¿Casualidades cósmicas de las que aparecían en las novelas rosas de los años cuarenta cuando la hija de la cocinera era en realidad la heredera de un imperio? Check. ¿Cubano que llega a España y se vuelve catalanista independiente? Check. ¿Madre puta? Check. ¿Padre poderoso que acaba traficando con droga? Check. ¿Amiga buenísima, buenísima, buenísima a la que todos quieren? Check. ¿Vieja sabia que cambia la vida de alguien? Check.  ¿El Retiro? Check. Esta lista no es ni mucho menos exhaustiva, hay muchísimos más argumentos en la máquina de Padura y los ha metido todos en la novela, no se ha dejado ni uno. Ha decidido ser ambicioso y vago. Lo más difícil de escribir no es, como mucha gente cree, ponerte a inventar una historia y escribirla entera en un cuaderno. Lo más difícil es que la historia tenga sentido, que conmueva, que interese. Lo más complicado es deshacerse de lo superfluo, de lo que no encaja, de lo que da vergüenza ajena, de lo que chirría. Uno se enamora de lo que escribe y cuesta mucho borrarlo pero hay que hacerlo. Padura y sus editores han decidido que lo de borrar era innecesario, que si la máquina era tan buena, lo que escupiera estaría bien. 

Y no lo está. Esta es una novela en la que efectivamente pasan muchísimas cosas, doscientas o trescientas, todo el tiempo. Es una novela en la que los personajes van, vienen, piensan, hablan, se encuentran, se van, viajan, vuelven, se pelean, cuentan mentiras, piensan en las mentiras, las discuten, preparan comida, follan, huyen, se encuentran, descubren, hacen fiestas, son infieles, cambian de pareja...muchas cosas pero ninguna te interesa. Esta novela es muy aburrida, aburridísima. No voy a contar la trama porque me entra sueño y se me cierran los ojos del sopor de intentar recordarla. En la página treinta ya te das cuenta de que nada de lo que Padura te está contando te interesa. Ningún personaje tiene enjundia, son todos clichés con su papel dentro de la pandilla y la continua sucesión de cosas pasando te va resbalado por la vista porque nada de te interesa. El supuesto misterio de la novela sobre la que en teoría gira la tensión narrativa es menos interesante que verte crecer las uñas. TE ABURRES y eso es imperdonable en una novela en la que pasan cosas (doscientas o trescientas cosas). 

Además de que la novela es un tostón infumable que se lee igual que si estuvieras viendo un maratón de pelis alemanes de mediodía con mucha resaca, (en mi caso llegué al final para poder escribir esto) Padura, que es un grandísimo escritor, capaz de retratar la vida en Cuba con muchísima viveza y de manejar el tiempo narrativo con mucha maestría, en esta novela deja que la máquina escriba algunos párrafos que son una cumbre de la vergüenza ajena. 

«Ella era como el águila que, en función de su lugar en el orden natural, vio bajar hasta el agua y salir volando con un enorme salmón entre sus garras. ¿O ella era el salmón atrapado? ¿la afectaba el potente sortilegio del lugar? ¿Su madre también habría sido beneficiaria de ese sentimiento en el rincón apacible del mundo que consideró su paraíso encontrado y donde resultaba tan fácil caer en tales trances de comunicación con la naturaleza y lo eterno? ¿Qué le había pasado a Elis Correa, cuales eran sus pena, cargas y culpas, el infierno personal del cual llevaba veintiséis años huyendo, procurando liberarse?»

La "ella" que está siendo tan cursi que su lado Blancanieves es un camionero de Idaho, es Adela que por historias que nos importan un pepino ha descubierto que su misteriosa madre, Loreta*, en realidad se llama Elisa y se ha ido a buscarla a ese "paraíso encontrado" que es un rancho de caballos en Tacoma. 

Elisa-Loreta estaba allí en Tacoma cuidando caballos (¿Mujer que susurra a los caballos? Check) y allí, resulta que a sus más de cincuenta años descubre o le apetece probar sus inclinaciones lésbicas. Chapó por Elisa-Loreta pero claro, Padura lo cuenta mal. 

«En la intimidad, desnudas sobre el elegante lecho inglés king size del aposento de Miss Miller, las dos mujeres se sintieron plenas y activas, compartieron cigarros de marihuana, se excitaron con películas porno, experimentaron con penes de goma en consistente erección, se lubricaron con mantequilla, aceite de oliva griego, escupitajos y hasta se untaron mermeladas que se lamían. Ambas se confesaron que jamás habían tenido tan intensos orgasmos ni explorado estrategias tan radicales y reconocieron que los hombres de sus vidas quizás habían sido potentes, fuertes, resistentes, pero poco creativos, hombres, al fin y al cabo.»

Dejando de lado que si este párrafo lo mando yo a una editorial me lo devuelven diciendo "aprende a escribir", lo siento por Padura y su máquina pero lo que él cuenta como "estrategias radicales" tiene pinta de ser de primero de relaciones sexuales de cualquier tipo salvo quizás lo del aceite de oliva griego. Por otro lado yo hubiera dicho "lubricarse con saliva" y no con escupitajos que tiene otra connotación y, por último,  Padura, los penes de plástico para jugar en la cama siempre están en consistente erección. Si no lo estuvieran serían globos o pollas, perdón, penes normales. 

Elisa, ante de este festival lésbico, había estado casada con Bruno quince años y antes de eso con Bernardo otros tantos y ahí, mientras estaba casada con él, se quedó embarazada pero no de él (recordad el check en hombre estéril). El bombo le vino de un par de polvos con un amigo, Héctor, con el que usó condón. Ella piensa ¿Cómo puede ser? ¿Héctor pincho los condones o serían condones soviéticos y ya sabemos que los rusos hacen las cosas regulinchis? Pero no, entonces recuerda que después de los polvos con condón, se fue desnuda a ponerle la comida al gato, se agachó, puso el culo en pompa y: 

«Horacio se acercaba a ella por la retaguardia, la tomaba con firmeza por las caderas y, empuñando su miembro todavía endurecido o vuelto a endurecer, delicada pero insistentemente le recorría con el glande cobrizo el perineo húmedo -quita que estoy sucia, había dicho ella; quiero más, reclamaba él, dale a bañarte, insistió ella sonriendo-, en un movimiento deslizante que iba y volvía del ano a la vulva...Un pene descubierto, de cuya uretra podría haberse escurrido una gota remanente de semen, que por un enorme capricho biológico, al ritmo in crescendo del Bolero de Ravel, había iniciado el largo viaje hacia el inicio de una nueva vida. ¿Era posible?»

¿Semen al ritmo del Bolero de Ravel avanzando por la vagina? Claro que sí, Padura...y cuando se encuentra con el óvulo dice: PAMPLONA. 

Según avanza la novela, mejor dicho, según pasan páginas y más páginas parece que el gran gramatizador se aburre y empieza a estar más lujurioso y sin control. Cositas como "En las playas como las de Segur de Calafell la potencia del sol y la plenitud del verano difuminan las inhibiciones y sacan al aire las tetas de las mujeres, desde jovencitas con senos turgentes y puntiagudos hasta ancianas con bolsas pendientes, con pezones como teteras mustias»

Pezones como teteras mustias. Sin comentarios, Padura. 

O esta joya:

«Su iniciación se habrá concretado con una novia, de igual edad, y con la aceleración en el aprendizaje aportado por la hermana mayor de esa novia, una contundente trigueña de dieciocho años que se templaba hasta los pepinos, por delante y por detrás, como le demostró un día al adolescente (y luego se comía esos mismos pepinos, lavados con esmero y rociándolos con sal, pues en Cuba no estaban como para botar comida)»

Meses fregando la comida con lejía para que luego llegue Padura y te cuente que te puedes comer los pepinos que te has metido por el culo si los lavas bien. 

Ninguno de estos párrafos me produce asco (lo de los pepinos un poco) o me escandaliza, lo que me provocan es muchísima vergüenza ajena, porque están mal escritos, porque no transmiten ninguna emoción, porque son propios de una malísima novela pseudoerótica pensada para alimentar pensamientos lujuriosos abocados a la masturbación. ¿Estoy en contra de esas novelas? No,  pero, Padura, ¿qué es esto? ¿Qué despropósito de novela has escrito? ¿Por qué nadie te ha dicho que le sobran doscientas cincuenta páginas? ¿Qué le dieras una vuelta? Que, quizás, sería buena idea quitar algún topicazo, que pasaran menos cosas pero más interesantes. ¿Por qué nadie te dijo que Como polvo en el viento es aburridísima? Que es mala, que no necesitabas publicarla. 

Padura, qué decepción pero mándame un pin porque he aguantado el deslumbrante tostón hasta el final. 

*Yo leo Loreta y pienso en los Monty Phyton y en "quiero tener útero" y la verdad es que un giro en el que Loreta hubiera sido un hombre con útero, creado a partir de un ser llegado de Raticulín me hubiera interesado más que cualquier otra cosa pero Padura capó los argumentos de ciencia ficción, por lo visto. No se atrevió.  

jueves, 4 de marzo de 2021

Y tenía que llegar: mi primer directo en Instagram


Un día de mayo de 2014 tras una noche de terror llena de ataques de ansiedad e insomnio llegué a trabajar sin parar de llorar. Me senté en mi sitio, lloré y lloré y lloré queriendo morirme y sin que me importaran las miradas de preocupación de mis compañeros. Cuando creí que me ahogaba, llamé a Mónica y entre hipidos le dije: 

—No sé que me pasa, estoy muy triste.

—No estás triste. Esto es mucho más. Llama a tu centro de salud y vete ahora mismo al médico. Cuéntale que te pasa y luego hablamos.

Hablamos ese día y muchos más en mis días iguales.  Hablamos muchísimo, mis hijas la llaman "Mónica que hace el tonto" porque cuando eran pequeñas y venía a vernos, según le abría la puerta, se ponía a correr persiguiéndolas por toda la casa y llevándolas a un estado de excitación incompatible con acostarlas durante las siguientes tres horas. Ella, por entonces, no tenía hijos pero esperé un tiempo prudencial y, ahora, cuando veo a sus hijos no corro detrás de ellos pero les dejo comer patatas, tirarse a lo bruto en la piscina y correr medio enloquecidos por el jardín.   

En octubre la volví a llamar llorando desde el coche y me dijo: ven a casa. Nos sentamos en un sofá a hablar, me abrazó y  me dijo: hemos vuelto a los días iguales, al  médico, a las pastillas y a terapia pero, no te preocupes, esta vez va a ser mejor.  

Mónica siempre está ahí para mí y el sábado voy a hacer con ella mi primer directo ¡chispas! para hablar de depresión y de como viene contarlo e ir al médico y sentirte comprendida. Hablaremos de muchas cosas más y seguro que nos reímos y a lo mejor lloramos. 

Los directos de instagram son el mal pero... por si os apetece.  

lunes, 1 de marzo de 2021

Lecturas encadenadas. Febrero


Me siento a escribir este post y tengo la sensación de que no estoy escogiendo bien las lecturas, que los libros que elijo leer o que llegan a mis manos, las recomendaciones que sigo, las novela que compro no están siendo todo lo satisfactorias que deberían. Vuelvo a mi cuaderno, repaso lo que escribí al terminar cada uno de los libros y veo que no están tan mal pero no me puedo quitar la sensación de fracaso lector. No me había pasado nunca. ¿Es por mi culpa? Un amigo me dice que soy demasiado crítica. ¿Es el momento? A lo mejor, en este momento de desasosiego permanente,  le estoy pidiendo demasiado a la lectura, a los libros; como esa gente que le pide a su pareja que le solucione la vida, que aguante todo, que cargue con todas sus penas. ¿Estoy eligiendo mal? No sé pero espero que el año remonte, por lo menos en cuanto a lecturas. 

El infinito es viajar de Claudio Magris esperaba en mi estantería desde mayo de 2019, cuando lo compré en la Cuesta Moyano. Casi dos años viéndolo y pensando que ganas tenía de que llegara el momento de sumergirme en el ritmo de viaje de Magris, erudito, tranquilo y pausado. En su día (madre mía, hace seis años), leí El Danubio  y me apetecía volver ahí, a un lugar tranquilo. Fracaso. Lo dejé a la mitad aburrida, hastiada, completamente desinteresada por lo que Magris cuenta de sus viajes por Europa entre los 80 y los primeros dos mil. Creo que hay dos tipos de libros de viajes: los que envejecen bien y los que se quedan totalmente desfasados, los que se enrancian.. Del primer tipo se me ocurren por ejemplo, Viajes con Charlie de Steinbeck o la travesía europea de Patrick Leigh Fermor. Con olor a naftalina estaría este de Magris o algunos de los artículos de viajes de Delibes que leí el año pasado. 

A pesar de esto, Magris siempre es Magris. 

«Casi siempre se tienen demasiadas razones para esperar que nuestra existencia pase lo más rápidamente posible, que el presente se convierta lo más deprisa posible en futuro, que el mañana llegue cuanto antes, porque se espera con ansia el diagnóstico del médico, el comienzo de las vacaciones, la ultimación de un libro, el resultado de una actividad o una iniciativa, y así se vivía no por vivir, sino para haber vivido ya, para estar más cerca de la muerte, para morir.» 

Cuando un sábado por la tarde dejé a Magris de lado porque me moría de aburrimiento y miré a mi alrededor, pensé: ¿Qué puedo hacer ahora? Y me fui a comprar libros. ¿Los necesitaba? No ¿No tenía nada pendiente de leer por casa? Tengo muchísimos pero el cuerpo me pedía droga fresca, así que me fui a La lumbre y me compré tres libros, los tres de autoras aunque eso no lo pensé hasta que llegue a casa. Sánchez de Esther García Llovet fue el primero que escogí. A García Llovet me la había recomendado Juan Tallón y yo no sabía quién era, ni qué escribía (jamás leo las contraportadas) así que me adentré en esta breve novela totalmente a ciegas. 

Las ciento treinta páginas de Sánchez se leen en un suspiro y se viven como una película. Nada más empezar te sientes dentro de una película, una que se parece a Jo que noche de Scorsese pero ambientada en la noche madrileña, con un toque de cine quinqui. Hay coches, hay búsquedas de personajes en bares y lugares reconocibles de la noche de Madrid, hay personajes propios de la noche que podrían resultar increíbles pero que García Llovet consigue retratar de una manera totalmente creíble, hay mentiras y medias verdades, y futuros llenos de cuentos de la lechera y pasados turbios que parecen mejores cuando se ven desde el presente y partidas de cartas y mentirosos y tramposos. Todo ocurre en una sola noche que parece no terminar nunca, una noche de agosto en Madrid que casi puedes oler y sentir. 

Corred a leer Sánchez para que cuando hagan la película, que la harán, podáis decir: yo ya he leído la novela. 

«Las cinco de la mañana existen aunque no las mire nadie. Están ahí, las cinco, muertas de aburrimiento, sin ganas de palique ya, esperando sentadas a que se haga de día y pase algo de una vez.»

Por qué volvías cada verano de Belén López Peiró fue la segunda adquisición en La Lumbre, también por recomendación de un amigo. Este es otro de esos libros de auto ficción que se han puesto tan de moda, y no lo digo como crítica. Que sea auto ficción sobre un hecho traumático no lo hace bueno directamente y digo un hecho traumático porque es curioso como la necesidad de contar la propia vida casi nunca, de hecho ahora mismo no se me ocurre ningún ejemplo, surge de un momento de felicidad, nace con la idea de contar un buen momento, una buena relación, algún momento feliz. Creo que el dolor necesita ser expresado para dejar de doler mientras que con la felicidad sentimos que debemos no exponerla demasiado para que no se extinga, para que se no se evapore en nuestras palabras. No sé. 

Belén López Peiró cuenta en este breve volumen los años durante los cuales sufrió abusos sexuales por parte de uno de sus tíos. En realidad no cuenta esos años sino la reacción que se produce a su alrededor: su madre, su padre, el novio de su madre, la mujer de su tío, la hija de su tío, sus otras primas, su abuela, su novio cuando ella lo cuenta, cuando lo dice en alto y presenta una denuncia. La reacción de cada uno de ellos a la noticia del abuso está contada en primera persona mezcladas con las declaraciones judiciales de los implicados. Me ha parecido original la manera de contarlo, la única posible para poder mirarlo con distancia pero resulta reiterativo, casi machacón después de unas cuantas páginas. A lo mejor ese es el efecto buscado, un abuso es algo que, una vez formulado en voz alta, señalado, mostrado, denunciado, no desaparece nunca, permanece en la vida de las personas implicadas y es  una presencia constante, machacona, agotadora. 

Los abusos sexuales son casi siempre realizados por una persona de confianza, alguien que se aprovecha del entorno de cariño, seguridad y convivencia para desde una posición de poder abusar de un menor sabiendo que ese menor está bajo su control y que guardará silencio por miedo al principio y para no enturbiar la vida familiar después. Cuando se denuncia, cuando se verbaliza, no es solo el abuso lo que sale a la luz, se descompone la seguridad, la confianza y la familia. Están los que no quieren creerlo, los que lo niegan y los padres y su culpabilidad por no haberlo visto y por no haber sabido proteger a sus hijos. 

«Y entonces, ¿por qué volvías cada verano? ¿Te gusta sufrir? ¿Por qué no te quedabas en tu casa?"

Por mi cumpleaños pedí Muerte con pingüino de Andrei Kurkov y lo encontré al final de mi caminito de chuches. Necesitaba una novela así, una novela que no fuera autobiográfica (espero que no lo sea, ahora que lo pienso), que todo fuera ficción, casi alocada y esto justo lo es. 

Vicktor es escritor y periodista. Mientras anda decidiendo si empieza su gran novela, recibe el encargo de escribir necrológicas de personas que todavía están vivas. El director del periódico le manda directamente la información de esas personas y él tan solo tiene que redactarlas para cuando esas personas mueran. Es un buen trabajo, con buen sueldo y  lo acepta sin sospechar, ni el lector tampoco, todo lo que va a desencadenarse. Vicktor, además, vive con Misha, un pingüino que decidió acoger en su casa cuando el año anterior el zoo de su ciudad al no poder atenderlos, empezó a regalar animales. Tengo la teoría de que todo es siempre mejor con pingüinos y esta novela lo es. Es entretenida, divertida, tierna, alocada, interesante, enigmática y melancólica. Se lee con placer, muchas veces con una sonrisa y con la felicidad que solo procura una buena ficción. 

«Todo le iba bien, al menos en apariencia. Cada época tenía su normalidad. Lo que antes era una monstruosidad ahora era moneda corriente y la gente lo aceptaba como normal y seguía viviendo en lugar de angustiarse demasiado. Para ellos, igual que para Vicktor, lo esencial era seguir vivos, al precio que fuera»

Domingo. Relatos, crónicas y recuerdos de Natalia Ginzburg fue el tercer libro que compré en La Lumbre. El resumen rápido es no compréis este volumen porque sinceramente no merece la pena. Entiendo que Acantilado quiera exprimir el éxito que ha tenido Ginzburg en los últimos años. Un éxito merecidísimo porque casi toda la obra de la autora italiana merece ser leída y releída y comentada y conocida. Y digo casi porque hay cosas que no son tan buenas, que son malas y que no hay porque sacar del cajón. En este brevísimo volumen se recogen relatos, crónicas y recuerdos. En mi opinión los relatos son bastante reguleros y prescindibles. Además, uno de ellos titulado "El paso de los alemanes por Era" es una ligera ficcionalización de un recuerdo, El miedo,  que aparece más adelante en el volumen, son prácticamente idénticos. A esto se suma que otros de los recuerdos como La casa ya ha sido publicado en otros volúmenes, lo que nos deja que Domingo es un libro completamente prescindible. Si ya conoces a Ginzburg no vas a encontrar nada nuevo ni mejor de lo que ya has leído de ella y si no la conoces no es un buen lugar para empezar. 

Salvo de la quema, un par de crónicas de carácter social que no conocía. una sobre las mujeres y su trabajo y otro sobre la condición de inválidos de muchos obreros expulsados de sus trabajos y el recuerdo Via Pallamagio del que rescato este extracto:

«Las ciudades están hechas de estratos superpuestos de las distintas épocas en que las hemos habitado. Es famoso eso que dijo Proust "Las casas, los caminos, los paseos, desgraciadamente son tan fugitivos como los años". Nuestra memoria permanece a veces en un estrato y otras en otro. Se posa sobre ellos como un pájaro. Pero en las ciudades en las que hemos crecido, en los lugares que hemos observado en la adolescencia o en la infancia, nuestra memoria se detiene más a menudo y con más detenimiento. Reencuentra intacta la curiosidad, la impaciencia, la aversión y la expectación de esa primera mirada.» 

El Ángelus de Homs y Giraud ha sido el tebeo del mes. Otro tebeo de hombre de mediana edad que tiene la crisis de los cuarenta y da un giro en su vida. Clovis es un hombre gris: un trabajo aburrido, una familia normal con una mujer con la que lleva mil años y dos hijos adolescentes que piensan que él es aburrido, una madre distante, pocos amigos... gris. Un buen día , entra en el Museo de Orsay, llega delante del Ángelus de Millet y sufre una epifanía que lleva a cambiar su vida. Es un tebeo bonito, el dibujo es maravilloso, los colores son fantásticos e imprimen mucho sentido a la historia pero el guión, en fin, es un poquito peli de sobremesa. ¿Importa mucho? No, El ángelus es un tebeo que se disfruta con agrado pasando por alto algunos agujeros de guión que tampoco importan tanto. No lo compréis pero sacadlo de la biblioteca si tenéis ocasión. 

Leed a Esther García Llovet y leed a Kurkov. 

Y con esto y con la impresión de que la decepción libresca va a ser una constante este año, hasta los encadenados de marzo. 

miércoles, 24 de febrero de 2021

Las madres y Greta Garbo

«
Patio de San Gregorio. Las columnas neoclásicas donde apoyaba su delgado brazo, bellísima de cuerpo, Greta Garbo. Siempre seria en las fotos, como yo.» Estas palabras escribió Paco Umbral en su libro El hijo de Greta Garbo y las recita Aitana Sánchez-Gijón en el documental Anatomía de un Dandy que se puede ver en Filmin. Es un buen documental porque si bien no consigue que el escritor te caiga especialmente simpático, cosa que dudo mucho que él tuviera el más mínimo interés en conseguir, te hace descubrirlo, entenderlo un poco más y sobre todo compadecerlo muchísimo. La compasión no tiene porque provocar simpatía pero sí entendimiento. 

Umbral adoraba a su madre, la quería muchísimo. Estaban los dos solos, y él cuenta que cuando ella se estaba muriendo creyó volverse loco del dolor de perderla  pero, al mismo tiempo, se alegraba porque con su muerte desaparecería lo único que se interponía ante él para ser escritor. 

«Mi madre era guapísima, la confundían con Greta Garbo». Comenta Sofía Loren con su voz cantarina y su leve acento italiano al hablar inglés en una entrevista en el podcast Desert Islands de la BBC. «Mi madre nunca supo quién era. Fue un alma perdida, tenía muchísimas ganas de hacer cosas pero le faltó la fuerza y la energía para sobreponerse al pesimismo y hacer lo que de verdad quería. Pero era una buena persona y una buena madre»

Ni Paco Umbral ni Sofía Loren conocieron apenas a sus padres. El de Umbral le dio su segundo nombre, Alejandro, en plan "te reconozco pero de refilón" y el de Sofía fue una presencia ausente, la actriz comenta que solo lo vio dos veces en su vida. Los dos nacieron de madres solteras, cuando ser madre soltera era algo tan fuera de la común como encontrarte un Unicornio (madre soltera reconocida, escondidas las había a miles) y que mantuvieron esa condición para siempre; jamás se casaron. Solteronas, madres y, para sus hijos, tan guapas como Greta Garbo y casi tan desconocidas como la actriz sueca. Llevo días pensándolo, quizá meses; leo sobre madres en artículos, en novelas, en libros de memorias, escucho recuerdos sobre ellas en podcasts, en documentales. Leo dolorosos posts por madres súbitamente ausentes o recordadas en su ya larga ausencia y siempre me viene a la cabeza el mismo recuerdo de mi madre y la misma sensación.  

Enero de 2004. Vivo en la calle Viriato de Madrid, en un edificio construido por Antonio Palacios. Es un piso diáfano con paredes, suelos y ventanas de un color gris arquitecto, elegante y sobrio. He sido muy feliz en esa casa que me encanta pero, ahora, en esa mañana de enero, no lo soy. Estoy sobrepasada por la presencia de mi hija María nacida tres semanas antes. Estoy cansada, triste, aburrida y desbordada, siento que no quiero estar ahí, que no quiero ser madre, que no me interesa, que ojalá se acabara y, claro, al mismo tiempo, siento una culpabilidad tan enorme que temo que llene el piso hasta el techo y reviente la enorme ventana que da al  improbable jardincillo en medio de Madrid que tiene esta casa. Estoy asomada allí, con el bebé en brazos, como un náufrago. Espero que mi madre venga a salvarme, que llegue cuanto antes, porque no puedo más. Aparece por la calle, caminando deprisa, directa a la puerta del jardincillo. No veo su cara, solo su cabeza, cuando todavía llevaba el pelo oscuro, y pienso: este es el momento que más recordaré cuando ya no esté, cuando ella muera. Aquel día, en aquella mañana, supe que ese sería el recuerdo que tendría de ella, el más significativo. Un momento que ella, seguramente, no recuerda. 

Las madres son las personas que menos conocemos, son misteriosas e imposibles de conocer. Por eso cuando mueren, cuando se van, cuando desaparecen, nos encontramos con un hueco más grande de lo que pensábamos, porque el vacío de la presencia desconocida pero reconfortante siempre es inabarcable.  Mi madre no se parece a Greta Garbo pero sí que es un misterio, como todas. Como yo lo soy para mis hijas aunque siempre sonría en las fotos.  

martes, 16 de febrero de 2021

Aquí no hay nada para ti, mujer normal


Soy muy fan de Celeste Barber
"Ana, ¿no tienes ningún pantalón negro decente? No, ese no vale. Te está fatal. De hecho, tíralo". 

Mi hermana se enfrentó la semana pasada a mi armario con muchísimo interés. A pesar de su ímpetu, salió desfondada y muy desmoralizada. Con la ropa que tengo es complicado sacar algún conjunto decente. Sintiéndome culpable por haber derrotado a mi hermana en su intento de hacerme estilosa, llevo dos días navegando las rebajas de Zara y Mango para intentar comprarme unos pantalones negros y un par de camisas. Odio ir de compras, siempre lo he odiado, desde que ni me atrevía a decirle a mi madre que quería unos vaqueros nevados y ella me acababa convenciendo para comprarme un traje de chaqueta amarillo con botones dorados hasta el momento de ir con mis hijas adolescentes y en el pasillo de los probadores fantasear con una vida de soltería sin descendencia. No me gusta la ropa ni ir de compras. Dicho esto, ir de compras online es bastante más llevadero pero igual de frustrante. 

Vamos a ver, Sr. Amancio Ortega, Consejo de Administración de Inditex, Director General de Zara y de Mango, jefes de línea de producto, responsables de marca, de marketing, comerciales y fotógrafos ¿Juntáis entre todos un cerebro? Uno que funcione, no uno decorativo. ¿De verdad que en una empresa con miles de trabajadores y muchos responsables muy listos a nadie se le ha ocurrido que si la gente está comprando mayoritariamente online necesita saber, por lo menos aproximadamente, como le quedaría la ropa? Ni una sola de las modelos que he estado viendo en estas dos webs pesa más de 50 kg. Ni una sola  mide menos de 1,70. Ni una sola tiene una talla de pecho mayor de la 85B. Eso sí, por algún misterioso proceso evolutivo, todas tienen un 40 de pie. 

Estaba acostumbrada a ir a Zara, mirar vaqueros y sacar de la mesa de "jeans de mujer" una talla 32 que es algo que básicamente le sirve a las patas de las sillas de mi comedor. Si tienes algo más que huesos y tendones es imposible que eso te entre. Ayer vi a una influencer en IG, decir que para saber si unos vaqueros te sirven sin probártelos lo que tienes que hacer es rodearte el cuello con la cinturilla y si te abrochan es que te están perfectos. Lo sé, yo sigo estupefacta con semejante dato. Bien, pues según esta teoría tan científica, si te valen esos vaqueros de la talla 32 es imposible que en la garganta te quepan las cuerdas vocales, la faringe y el esófago. 

Pero bueno, yo iba a Zara, como el que en una peli francesa en blanco y negro pasea por la orilla del Sena mirando al horizonte y rozando con la mano ligeramente las ramas de los árboles... y me marchaba con la única camiseta básica L que había encontrado en toda la tienda. 

Ahora no voy de tiendas, ¡Lord Jesus, thank you! y solo quería comprarme unos putos pantalones negros decentes en rebajas. Mi loquísima idea era mirar unos cuantos, ver como quedan, hacerme a la idea y comprarlos. Un proceso sencillo, rápido e ¡ilusa de mí! pensaba que indoloro. Nada de eso. Como mido 1,60, peso 56 kg y camino normalmente sin desconyuntar la cadera, dislocarme los hombros para lucir jaboneras y sin meter tripa, no tengo manera de saber cómo me quedará la ropa. ¿Me apretará la cinturilla? ¿El largo de las perneras arrastrará por el suelo? ¿Podré meter mis tetas en esa camisa fluida tan ideal que le queda como un guante a la modelo de 1,80 completamente plana? NO LO SÉ. Es imposible saberlo. Cuando en un ataque de ingenuidad pincho en la foto, mi gozo en un pozo. Las fotos  están hechas directamente para que no veas la ropa, para que te la imagines. Son una especie de aviso: mira, mujer normal que quieres comprarte ropa, no nos molestamos en enseñarte la ropa bien porque como clienta te despreciamos así que ni te la enseñamos. Es una especia de táctica de la dependienta de Pretty Woman pero en versión online y sin ni siquiera verte la cara. No te desprecian por ordinaria, te desprecian por ser normal. (Leggins estampado animal. Si alguien consigue ver los leggins, le doy un gallifante)

Estoy hartísima, hasta el coño como dicen las chicas de Deforme Semanal, de esta mierda de marketing de las tiendas de ropa. Estoy asqueada de esa cultura de la barrera de los 50 kg es la frontera que marca la obesidad y de la lógica de "si tienes tetas, lo sentimos, haber nacido plana". A mí me da igual, tengo ya edad para pasar pero me dan arcadas de rabia y ganas de prender fuego a las barrigas de los consejeros delegados de estas empresas pensar en todas las adolescentes que se miran al espejo y solo quieren adelgazar y lloran porque jamás podrán crecer 15 cm más o deshacerse de sus, por lo visto, despreciables tetas. ¿Algún pantalón de hombre del planeta está pensando para que si tienes los huevos grandes no te entren? ¿A qué no? Es que es alucinante.  Y no, no pasa en todas las marcas, daos una vuelta por Nike online y veréis modelos de todos los tamaños.

Sois idiotas y unos catetos jefes de marketing, estilistas y directivos de moda, tenéis la misma visión de negocio que las dependientas de Pretty Woman. "Aquí no hay nada para ti. Me da igual que tengas dinero". 

Lo que me he ahorrado me lo voy a gastar en quesos y anchoas, que se cómo me sientan. Y los pantalones, que me los preste mi hermana. 

lunes, 15 de febrero de 2021

Vivir en un borrador

El otro día, no sé a cuento de qué, se me ocurrió la idea de que vivimos en un borrador, en un primer intento de todo. La sociedad, el ciclo de noticias, las ciudades, las comunicaciones, nosotros mismos tenemos muchísima prisa, todo el tiempo, y todo lo que hacemos es un primer borrador que damos por válido y lanzamos al mundo sin revisar y sin que pase de ahí. 

Ya he hablado mil veces de que ya nadie escribe cartas pero enviamos y recibimos cientos, miles de mensajes ya sea en tweets, mensajes de texto o correos electrónicos. Nada de todo eso tiene la más mínima elaboración, (la mayoría de las veces) y los enviamos sin pensarlo, sin revisar, sin reflexionar que quizás, si lo pensáramos más, si le diéramos un par de vueltas más, si lo reposáramos estaría mejor, sería más exacto, más concreto, reflejaría mejor lo que queremos o no queremos decir. Lo mismo nos ocurre con las fotografías, mil millones de fotografías porque total, son gratis, no importan, ahí se quedan, guardadas en el teléfono hasta que este te dice que ya no caben más borradores más, que todos esos ensayos ocupan demasiado espacio. Nada de esto puede corregirse después, mejorarse, matizarse.

El problema de vivir en un mundo que es un primer borrador de todo es que no hay espacio para la mejora, la corrección o, peor aún, el cambio de idea. Lanzas un tuit, mandas un mensaje de texto, te haces una foto y queda grabado como las tablas de la Ley. Lo has hecho sin pensar pero la sociedad se lo toma como una verdad absoluta que has pronunciado en un determinado momento y que jamás podrás cambiar. Podrás intentarlo pero esos mensajes, esas fotos, incluso esos titulares de noticias que salieron sin pensar, forzados por la prisa en la que vivimos, volverán a ti como un boomerang. 

Nuestros primeros borradores son, además, replicables. Antes, cuando escribías en un cuaderno o en servilletas o en folios sueltos, nada de eso podía llegar a mucha gente porque se necesitaba una fotocopiadora, sellos. Dar publicidad y difusión a un primer borrador exigía una trabajera que casi nadie estaba dispuesto a hacer. Con la era del copia/pega y el reenviar, los borradores además de definitivos se han convertido en algo que puede compartirse hasta el infinito, multiplicando tu error, tu tontería, tu acto espontáneo tonto o tu arranque pasional en algo completamente fuera de control, que escapa de tus manos como jamás pudo hacerlo un cuaderno, una carta garabateada en un arranque pasional o una foto disfrazada de Carmen Miranda con frutas de plástico pinchadas en la cabeza. 

La espontaneidad es una cualidad muy valiosa que hace la vida más animada, más sorprendente pero que, como todo en  la vida, hay que manejar con cuidado. Un exceso de espontaneidad conduce a la dejadez, al desprecio al detalle o a la exactitud. ¡Qué más da que esto que digo sea una majadería si soy espontánea y chupi! Pues no, Mari Carmen, la línea que separa el ser espontáneo de ser bobo es finísima. Hace cincuenta años o veinte, tu exceso de espontaneidad no tenía consecuencias y, con suerte, solo te hacia pasar por ser un ser pizpireto y gracioso,  pero ahora conviene frenar esos arranques, pensar si estás siendo espontáneo o simplemente dejado y pararte un segundo a reflexionar si dentro de dos días, tres semanas, seis meses o dos años esa espontaneidad verborreica que vas a dejar por escrito te va a hacer sonreír o querer convertirte en ermitaño en Los Monegros. 

Es complicado salir del mundo borrador. Hay que pararse, comprar un cuaderno, escribir sin control ni medida y luego releerse, corregirse, exigirse, desechar. Es complicado no caer en la tentación de hacer mil fotos innecesarios, estúpidas, absurdas. Es difícil no pulsar el micrófono y grabar un audio que envías casi sin pensar y que podría llegar a dar la vuelta al mundo si eres tan espontáneo como para llegar a ser estúpido. 

Desechemos el primer borrador de todo. Apaguemos el primer impulso, reservemos la espontaneidad para la distancia corta (si es que algún día vuelve) y volvamos a escribir una primera versión de todo que solo sea para nosotros. 

viernes, 12 de febrero de 2021

12 de febrero. Cuarenta y ocho años

Mis cuarenta y siete años han sido los de la pandemia, el coronavirus, el confinamiento, la distancia de seguridad, el gel hidroalcóholico y las mascarillas. Ha sido un año de enfermedad, miedo, incertidumbre y muerte. Ha sido el año de ver la muerte de los demás, de muchos demás y de pensar en la de los nuestros, incluso en la nuestra. 

En mis cuarenta y siete el mundo se ha parado y ahora solo avanzamos a rastras y hay días que ni eso. El mundo nos ha descolocado y estamos todavía intentando no marearnos. Tratamos de saber si tenemos que acostumbrarnos a vivir boca abajo o seguimos esperando a que todo gire de nuevo y vuelva a su posición original. Ha sido el año de sentirnos como en la peli Cube; despertarnos súbitamente sin saber cómo hemos llegado ahí y pasarnos el día buscando la salida, volver atrás. 

Pero en mis cuarenta y siete han pasado más cosas. Ha sido el año que decidí que era el momento perfecto para, por fin, dejarme el pelo blanco. En medio de tanto caos, dolor y vida casera ¿qué importancia tenía el aspecto? ¿qué sentido tenía teñirme, ocultar mis infinitas canas? Para mí, ninguno y claro, sin nadie que te mire a la raíz del pelo mientras te habla es mucho más fácil hacerlo. Ha sido el año de Ibiza, Valladolid y Salamanca. Volví a Sos y subí el Pico Cerler mientras le contaba a Antonio Tal como éramos para sobrevivir a la súbita pájara que me atacó por sorpresa. Subí a los ibones del Valle de Estós y me comí uno de los mejores bocadillos de jamón serrano de mi vida. Ha sido el año de hablar de Delibes y de hacer un casting para un programa de televisión. El año de volver a tomar "droguitas" antes de que fuera demasiado tarde. El año de hacerme experta en podcasts y fracasar haciendo pulled pork. Ha sido el año que menos kilómetros he hecho en los últimos veinte años; casi olvido aparcar. Ha sido el año de ver la mejor serie que he visto en muchísimo tiempo y de sentirme huérfana meses después de terminarla. Ojalá no haberla visto y poder descubrirla una y mil veces. Ha sido el año de releer a Sebald y a Delibes. Ha sido el año de los selfies, convivir con mi madre, la ropa de estar en casa y las videollamadas. El año de Biden, Trump y aprenderlo todo de política americana. El año de los paseos, el huerto y las tablas de ejercicio en casa. 

 En mis cuarenta y siete años he llorado mucho pero también ha sido el año de las flores, la familia, los amigos más cercanos, mis hijas y los «cuando esto termine a ver si nos vemos, ya queda menos».

Entro en el cuarenta y ocho simplemente que al llegar al cuarenta y nueve estemos todos ahí.





lunes, 8 de febrero de 2021

Podcasts encadenados


Con los podcasts pasa como con los libros o las series, hay épocas de sequía, temporadas en las que por mucho que escuches nada acaba de convencerte, todo lo que eliges te decepciona, no te gusta o es malo. Saltas de un podcast a otro, vuelves a escuchar, rebuscas, les das otra oportunidad y no consigues encontrarte a gusto con nada ni encontrar nada verdaderamente bueno. 

Y como con los libros, de los podcasts que no me gustan o que, in my opinion, están mal hechos o fallan en algo también voy a hablar. 

Nick Quah es algo así como el gurú de la recomendación de podcasts en Estados Unidos. Él junto con Sarah Larsson del New Yorker, y los chicos de Bellocolective y alguno más son los que marcan las recomendaciones de podcasts, tanto de grandes productoras como independientes y, en general, suelen acertar bastante. En las listas de todos ellos aparecía en enero Anything for Selena, un podcast de  WBUR & Futuro Studios  presentado por la periodista mexicana María García. El podcast tenía buena pinta, contar la historia de la cantante Selena, asesinada hace veinticinco años, y su impacto e influencia en la identificación de la comunidad latina en USA. Una especie de Dolly Parton´s America pero con Selena y para los latinos. Además los episodios están disponibles en español y en inglés y pensé: mira que bien, así puedo recomendar algo en español. 

Pues no puedo recomendarlo. Anything for Selena promete algo que no es. Se presenta como un podcast narrativo que va a contarte quién fue Selena, qué pasó en su vida, por qué sigue siendo importante veinticinco años después de su muerte, etc y resulta que es un podcast de entrevistas. María García charla con distintas mujeres (no he escuchado toda la serie, pero en los episodios que sí he escuchado solo salían mujeres) sobre el impacto de Selena sobre todo en ella, en su vida. A mí esto, en principio no me parece mal, pero dado que ella tenía siete u ocho años cuando la cantante fue asesinada, me cuesta mucho creer que haya marcado su vida. No entiendo tampoco decisiones editoriales como empezar el segundo episodio contando que has ido a entrevistar a Abraham, el padre de Selena, un personaje vital en su vida y que durante todo el episodio no se le oiga hablar ni un solo minuto y cuando se habla de él ¡se pongan los cortes de audio de Edward James Olmos que interpretó su papel en  la película!. En resumen: Anything for Selena es, para mí, un podcast fallido. No da lo que promete y lo que da es aburrido y poco interesante. ¿Lo recomiendo? No, aunque no sea horrible hay mucho para escuchar que merece más la pena. 

Otro podcast que está en todas las listas, en este caso en las de podcasts en español, es El verdadero robo del siglo de Adonde Media. Este es un podcast argentino presentado por Mariano Pagella que cuenta un robo alucinante que ocurrió en un banco de Buenos Aires en enero de 2006. Cuando digo alucinante me quedo cortísima, el robo fue tan espectacular que ya ha habido películas basadas en él así que el material del que parte el podcast es buenísimo. ¿Qué problema le encuentro entonces? Edición, edición y edición y tono, tono, tono. 

Por partes y empezando por el final. Mariano Pagella conoce la historia y la maneja bien pero no sé porqué han decidido darle un tono y un ritmo completamente televisivo. La historia no fluye porque todo el discurso está trufado de expresiones como: "y ahora ocurre lo que nadie se esperaba" y "entonces pasó algo espectacular que nadie se esperaba" y "¿Cómo pude ser que blablablabla?" Es un permanente intento de crear falsos cliffhangers que aparte de resultar cansinos son innecesarios: la historia ya es lo suficientemente interesante y, no olvidemos nunca, el oyente de podcast te ha elegido, está ahí porque quiere, no ha caído haciendo zapping como ocurre en televisión. 

En segundo lugar, y este es un problema que encuentro en muchísimos podcasts es que le falta edición y revisión de guión. Escuchando esta historia me he encontrado gritando «¡eso ya lo has contado!», «¿otra vez esto? y «¡No te repitas más, por favor! ¡Tengo memoria a corto plazo!». Los fallos de edición puedo llegar a entenderlos, un poco, en podcasts más amateur pero que una producción como esta, con medios y gente detrás que sabe lo que hace, no haya hecho un trabajo de repaso de guiones y del desarrollo de la historia no consigo entenderlo. O se han enamorado mucho de su material o creen que sus oyentes son memos. Ninguna de las dos opciones es buena.  

¿Recomiendo El verdadero robo del siglo? Sí. La historia es tan alucinante que merece la pena conocerla y el podcast tiene una muy buena producción. Eso sí, como ya he dicho, armaos de paciencia con las repeticiones. 

¿Qué más he estado escuchando? Pues a principios de año, concretamente el día 1 empezó 365 stories I want to tell you before we both die. El concepto de este podcast fue lo que me llamó la atención; durante 365 días el director de cine (para mi, completamente desconocido) Caveh Zahedi cuenta una historieta de su vida en dos, tres o como mucho seis minutos. Él es de origen iraní porque sus padres emigraron desde Teheran a Estados Unidos, estudió en un colegio interno en Suiza, su madre se marchó a Alemania donde vivía con otro hombre y él vive en Los Ángeles. Las historias no siguen un orden cronológico, son pequeños apuntes, retazos de una vida como los que podemos tener todos. Un día que dijiste algo a un amigo y jamás lo has olvidado, el encontronazo con alguien, una noche increíble, una mentira que contaste, mil pequeños detalles. La gracia del podcast está en eso, en su pequeñez. No tiene nada: Zahedi hablando durante unos minutos sin música, sin sonido de fondo hasta que termina. La gracia de este podcast es que se puede escuchar en cualquier momento, en un minirato y aunque no todas las historias son igual de buenas, algunas te dejan pensando «a mí me pasó algo así» o «mierda, ¿que sería de aquel amigo/novio/tio que conocí no se dónde?» o «¿se acordará Menganita de esa tarde como me acuerdo yo?». 

¿Recomiendo este pequeño podcast? Sí. Puedes escucharlo un día sí, cuatro no, o ir pinchando de historia en historia. Mí recomendación para empezar, por ejemplo, es este episodio, el tres. My least favourite person. 

Justo en el extremo opuesto a las mini hitorias de Zahedi está otro de los podcast que he estado escuchando últimamente y que es un ocho mil, solo para oyentes profesionales y comprometidos. Se trata de Lolita Podcast, el mega proyecto de audio de Jamie Loftus, famosa el año pasado en el mundo del podcast anglosajón por My year in Mensa (que no he recomendado por aquí porque no era tan interesante). El tema del podcast está claro, es un estudio en profundidad de la novela de Nabokov y todo lo que la rodea. Cuando digo en profundidad me estoy quedando cortísima porque Loftus disecciona la novela, la vida de Nabokov, las vicisitudes para la publicación, las mil y una historias asociadas a la novela antes y después de su publicación como por ejemplo los casos de secuestros de menores por parte de pedófilos que se hicieron famosos en Estados Unidos, las polémicas por la elección de los diseños para las distintas cubiertas, los foros de internet y mil cosas más. Por supuesto se habla de las dos versiones cinematográficas hasta el más mínimo detalle e incluso de los distintos intentos que se hicieron de llevar Lolita a Broadway como una obra de "amor cómica" y hasta ¡un musical! Lo que pretende Loftus con este trabajo tan pormenorizado es demostrar como la novela de Nabokov nunca fue una historia de amor y el autor ruso jamás legitimó los actos de Humbert Humbert pero la sociedad del momento en la que eran normales las relaciones entre hombres muy mayores con jóvenes, muchas veces menores, y la actual,  han utilizado la novela para legitimar de alguna manera la existencia de ese tipo de "amor". Hace también mucho hincapié en los efectos muy nocivos que el efecto Lolita ha tenido en muchísimas adolescentes. 

¿Qué le falta a Loftus? Edición, edición, edición y alguien con una tijeritas que le corte contenido porque tras dos primeros episodios espectaculares e interesantísimos a pesar de la aridez del tema, se viene arriba y los siguientes duran más de hora y cuarto... resultando repetitivos y demasiado exhaustivos. Para que el oyente entienda una idea, ( y esto lo digo por Loftus y muchos otros) no hace falta poner veinticinco ejemplos, con uno bien elegido es más que suficiente.  Además y supongo que por un intento de acortar la duración de los episodios, el podcast está montado cortando todos los espacios en blancos, respiraciones y demás, con lo que al escucharlo parece que Loftus va a caer muerta en cualquier momento porque es imposible hablar a esa velocidad sin respirar ni una sola vez. 

Puede parecer que no recomiendo Lolita Podcast, pero creo que los dos primeros episodios merecen mucho la pena para pensar la novelad de otra manera y animarse a releerla o a descubrirla. 


¿Qué más? Pues un par de episodios de podcasts diferentes que me han interesado mucho. Después de ver Pretend is a city con Fran Lebowitz, me encontré con un episodio de Fresh Air el podcast de entrevistas de Terry Gross en el que aparecía Lebowitz contando algunas cosas de las que ya había hablado con Scorsese y otras nuevas. De Lebowitz ya lo dije todo así que no voy a repetirme pero de Terry Gross voy a contar, por si alguien no sabe quien es, que lleva cuarenta años haciendo entrevistas en la radio, casi siempre con sus invitados en un estudio diferente al que se encuentra ella. Es una entrevistadora alucinante, con un recorrido profesional impresionante y por cuyo programa han pasado las figuras más importantes de la cultura y sociedad americana y  mundial. Conocí parte de su historia y de su trabajo en este episodio del podcast de la BBC Seriously,I´m Terry Gross
and This is Fresh Air.  Merece muchísimo la pena escucharlo atentamente y a mí me impresionó especialmente cuando cuenta las entrevistas que no salieron bien, con invitados que la insultaban o que se marchaban o la última entrevista al escritor Maurice Sendak que da este consejo: Live your life, live your life, live your life. Buenísimo episodio.  

Si solo vais a escuchar dos cosas elegid estos dos episodios. 

Mi última recomendación de esta entrega es  Estirando el chicle de Podium Podcast con Carolina Iglesias y Victoria Martín . A ver como lo explico, Carolina y Victoria son jovencísimas y tienen muchísima mala leche, muchísimo ingenio y ni un solo pelo en la lengua. Escuchándolas me río a carcajadas y a la vez me encuentro pensando que soy muy mayor porque algunas de las referencias de personajes, series, personas de las que hablan ni me suenan o lo hacen solo vagamente como algo de lo que hablaban "los jóvenes" cuando yo ya era adulta. Es una sensación muy rara no por desagradable sino por inesperada. Sentirse, de alguna manera, mayor o, mejor dicho, de otra generación es raro pero el humor que hacen Carolina y Victoria aunque a veces pueda parecer muy bruto está lleno de referencias con las que cualquier mujer se puede sentir o se ha sentido identificada en algún momento de su vida. A veces, incluso, tienes el pensamiento: "Ja, eso me pasaba a mí a vuestra edad pero ahora es que me da completamente igual" y sentirte mayor pero sabia. Ellas funcionan a la perfección como dúo, se nota que llevan años juntas y están perfectamente compenetradas. Dadle una oportunidad por las risas, el descontrol y la frivolidad que siempre viene bien para descongestionar. Y, además, la nueva temporada empieza el día 12. 

Y para terminar, si es que alguno ha llegado hasta aquí dejo una perlita experimental y muy indie. Un podcast muy diferente que me ha gustado mucho por el concepto, la ejecución y la música. Sylvan Esso es un dúo musical del que yo no había oído hablar en mi vida pero para sacar su último trabajo, Free Love, han hecho un pequeño podcast, Shaking out the numb ,con seis episodios, en el que de alguna manera pero no de la manera tradicional presentan sus canciones: no hablan de ellas, no las cantan, es algo mucho más sutil y bonito. Me gustaron todos los episodios y los recomiendo todos pero para empezar, probad con este Party. 

Tenía alguna cosa más en mi cuaderno de podcasts pero no quiero avasallar, las dejo para la próxima entrega. 

Y como siempre, si escucháis algo, venid a contármelo. 

jueves, 4 de febrero de 2021

Una lista útil


Hoy vengo a dar un consejo que no encontraréis en ninguna de las cuentas cuquis de influencers vende humos que pasan sus días en casas blanquísimas, o con colores pasteles o "muy naturales" y que siempre llevan los labios pintados y las uñas impolutas. Es un consejo que tampoco encontraréis en los libros de esas influencers ni en sus clases magistrales ni en sus directos (recordadme que escriba de los directos de instagram) ni en sus "bundles" que si no sabéis lo que son, mejor que mejor, una tontería menos que os ocupa memoria. Es un consejo gratuito, sincero y desinteresado, algo que tampoco encontraréis en esas cuentas que son tan bonitas como la casa de chuches de Hansel y Gretel pero que en realidad están habitadas por una bruja que lo único que quiere de vosotros, es exprimiros. Os echa consejos y consejos y consejos para que engordéis... y luego paguéis. 

¿Intrigados? Allá voy. 

Haced una lista de gente que os cae mal. Gente que os cae gorda, que pensáis que es idiota, aprovechada, que un día os hizo una putada, o un feo, o se la hizo a tu madre, tu hija, tu pareja o tu mejor amigo. Una lista numerada y si queréis hacerla con letra bonita pues adelante. No me opongo a la creatividad pero tampoco os vengáis arriba porque es una lista para desahogarse y es mejor emplear la creatividad en el título. Llamadla Lista de la rabia o Lista de memos o algo así. Esta es una lista del odio  y del saber estar al mismo tiempo. A pesar de que yo esté muy a favor de no fingir simpatía jamás y de no tratar de quedar bien con todo el mundo, entiendo que para poder vivir más o menos en armonía hay que intentar guardarse la bilis para uno mismo. Esta lista permite sacar la rabia sin que se entere nadie y desahoga muchísimo. 

Yo tengo dos listas de gente que me cae mal.  Una  particular, solo mía, en la que aparece gente que conozco en mi vida, en el trabajo, algún familiar, conocidos y demás. Y luego tengo otra, a medias con un amigo, en la que aparece gente que no conocemos o que solo conocemos uno de los dos en persona pero que hemos decidido que merecen estar en esa lista, porque nos caen gordísimos, porque no los soportamos, porque a nosotros nos parecen unos merluzos insoportables. Es una lista mental, no está anotada en ningún cuaderno, ni compartida en ningún archivo, ni nos la mandamos por mail  porque no queremos dejar pistas y porque además no nos hace falta. La función "desahogadora" de escribirla a mano la cumplen aquí los wasaps con "hay que meter en la lista a menganito", "ya estamos tardando".  Nos retroalimentamos mutuamente con motivos por los que fulanito o menganita deben permanecer en esa lista, nos consultamos nuevos añadidos para valorar si merecen estar en esa lista o no y, como somos magnánimos, inteligentes y es nuestra lista, cuando alguno que nos cae mal, hace algo bien o que nos gusta, lo reconocemos y valoramos si merece salir de la lista o no. (Normalmente no lo merece. Es fácil entrar pero muy difícil salir)

¿Qué razones tenemos para meter a alguien en esa lista? En mi vida real la gente me cae mal es por algo, tengo un motivo de peso para mi desconfianza/desprecio/hostilidad hacia ellos. Es más, ahora que lo pienso, en mi vida real el paso a "caer mal" se sobrepasa muy rápidamente. Por ejemplo, llega alguien nuevo al trabajo, me lo presentan, me da mal feeling, me cae gordo aunque no se muy bien por qué, pasan los días, interactúo con él y pronto decido que me cae mal. Ahí permanece solo unos días, una semana como mucho, y enseguida paso a la siguiente etapa que es "madre mía, no le soporto", y luego paso a evitarlo a toda costa para no llegar a la hostilización. Si llega la hostilización permanecerá ahí unos años hasta que lo saque empujándolo por la senda que lleva al barraco de la indiferencia, donde cae y nunca más. 

En el mundo virtual, caer mal es el limbo, la gente puede permanecer ahí durante meses, incluso años. Solo algunos elegidos que se esfuerzan en conseguirlo, salen de la lista de caer mal y entran en la de gente a la que deseo torturas con palillos o lanzallamas.  

¿Y para que sirven estas listas de odio, desprecio y rabia? Pues para desahogarse, para soltar la rabia, para pensar "tú no lo sabes pero estás en mi lista de gente que me cae fatal, de personas que no soporto". 

Parece una chorrada pero funciona. Mucho más que el bullet journal y esas chorradas, es mucho más barato y os aseguro que no hay ni que inspirarse ni practicar. Te sale perfecto a la primera.   

lunes, 1 de febrero de 2021

Lecturas encadenadas. Enero


¿Cuántos días ha durado enero? ¿Treinta y uno o trescientos treinta y uno? Recibí el año con mis amigos, paseé estrenando el año, llegaron los Reyes Magos cargados de ropa de estar en casa que no sea de mendiga, llegó la nevada y salimos a pasear con unas pintas como si fuéramos a asaltar el Capitolio, estrené mi gorro de Lara, he ido a terapia, a trabajar, de compras con mis princesas, he pasado un confinamiento de quince días y me han hecho mi primera pcr, ¡chispas! A pesar de todo este trajín, este ir y venir y las preocupaciones, he leído seis libros, yendo claramente de menos a más a lo largo del mes. 

Al lío. 

En diciembre (el tiempo ha pasado de una manera tan peculiar que me parece que fue algo mucho más lejano) leí Física de la tristeza de Gueorgui Gospodínov y me encantó. Hice tantas loas a esta novela por redes que mi gran amiga María Jesús, el único día que nos hemos visto este año, me regaló otro de los libros del escritor búlgaro: Novela natural. En esta ocasión, Gospodínov nos cuenta la historia de un divorcio mezclada con otra serie de reflexiones, retazos, escenas en los que, a veces, pierde el hilo conductor:  la historia de las palabras, el lenguaje, las moscas. Todo parece un disfraz, una serie de paletadas de arena, para no hablar de lo que, de verdad, le afecta, el divorcio y su dolor. 

Pensando en si me había gustado o no, imaginé que Novela natural había sido como una segunda cita tras una cita espectacular. Gospodínov y yo nos habíamos conocido con Física de la tristeza, casi sin querer y nuestra cita fue tan buena como esas en las que acabas desayunando con la otra persona y alargándolo hasta el aperitivo y si puedes hasta la siesta. Cuando vuelves a quedar, tus expectativas son tan altas que no hay manera de alcanzarlas y esa segunda cita está bien, es correcta, estás a gusto, pero ni de lejos llegas a la excitación y asombro de la primera. Eso me ha pasado con Novela natural que, por otro lado, es su primera novela publicada en 1999 mucho antes que Física de la tristeza, así que ha sido como si mi primera cita hubiera sido con un Gospodínov que sabe lo que hace y como hacerlo y mi segunda con un jovencito que anda a ciegas, que busca el camino y es tímido y está nervioso. Todo lo que conseguirá después, el tono, la maestría, el ingenio, está en Novela natural pero le queda camino hasta conseguir perfeccionarlo, hasta perder el miedo a contar lo que, de verdad, quiere contar. 

Conclusión: leed a Gospodínov pero empezad por Física de la tristeza que os encantará. 

«Nunca nadie ha conseguido traerse nada desde el sueño. Existe una aduana invisible a la salida del sueño en la que te confiscan todo. Fue en la infancia cuando percibí por primera vez aquella delgada frontera en que se apostaba aquello. Lo llamaba así porque aún no disponía de una palabra para nombrarlo. Aquello me cacheaba a fondo a la salida del sueño y solo me permitía despertarme cuando se cercioraba de que no me había llevado nada.»

Sobre mi segunda lectura del mes, Cien noches de Luisgé Martín, solo tengo dos cosas que decir: Pamplona y que su despelleje ha tenido más de veinticinco mil visitas lo que significa que a la gente no le gusta leer recomendaciones de libros, le gusta la crítica despiadada, aunque no lo era tanto, podía haber sido muchísimo más cruel. 

Para recuperarme del horror me lancé a leer El Gatopardo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa. Estoy convencida de que ya había leído esta novela hace unos treinta años o así pero no recordaba nada y al volver a ella me he dado cuenta de que aunque la leyera con veintipocos es imposible que me gustara, que la entendiera o que me impactara como lo ha hecho ahora. Por eso la olvidé. 

En esta ocasión me he sumergido en la historia, entendiendo como se siente el final de una época, de la tuya, que es algo por lo que todos pasamos o vamos a pasar aunque no haya una revolución o un hecho traumático. Según avanzamos por la vida todo aquello que habíamos aprendido y entre lo que habíamos vivido empieza a difuminarse, a desdibujarse,  y tenemos dos opciones o, quizá, tres: empeñarnos en mantener lo "nuestro" oponiéndonos a lo nuevo, adoptar todo lo nuevo despreciando lo antiguo como algo no válido sin darnos cuenta de que eso también pasará y nos habremos quedado sin referentes o, hacer como el Gatopardo, no hacer nada. El príncipe de Salina es dolorosamente consciente de que su tiempo pasó y lo único que intenta es que algo de lo suyo, algo de lo que lo hizo a él, de lo que lo conformó, pase a su hijos, a los que vienen detrás. Nunca será todo pero mejor algo, una sombra, que nada. 

Sobre la altura de la escritura de Lampedusa no voy a decir nada porque hay miles de cosas más sesudas e interesantes que loque yo pueda escribir, pero sé que el personaje del Gatopardo no se me va a olvidar nunca. (Ya sé que me olvidó una vez, pero aquel no era el momento de entenderlo). Ahora ya, llevo para siempre pegado en mi memoria, al príncipe, sus palacios, el ambiente árido de Sicilia, su decadencia. Lampedusa consigue sumergir al lector en el final de algo, retratando a la perfección el poso de nostalgia que provoca el haber conocido algo en su máximo esplendor, llameando con fulgor y ver luego, poco a poco, como se va a apagando hasta extinguirse. Se acaba una época y nos acabamos nosotros y podemos resistirnos y tratar de ignorarlo o asumirlo y presenciarlo con plena consciencia como hace el príncipe. 

«Tengo setenta y tres años, aproximadamente habré vivido, vivido, un total de dos...o a lo sumo tres años. "¿Cuántos habrán sido los años de dolor, de tedio?" El cálculo era fácil; todo el resto: setenta años»

El libro me gustó tantítisimo que después de terminarlo vi la película con un Burt Lancaster espectacular y escenas clavadas palabra por palabra a la novela y escuché el episodio de Un libro, una hora de Antonio Asensio. 

Leed El Gatopardo, haced el favor. 

De Sicilia salté a Londres con Como cambia el mar de Elizabeth Jane Howard, novela de la autora inglesa que Siruela ha decidido publicar, con buen criterio de marketing, tras el éxito de la saga de los Cazalet. Esto no son los Cazalet, no vayáis a por este novela pensando en arrebujaros en vuestra butaca y sumergiros en historietas familiares porque aquí no hay nada de eso. Como cambia el mar es una novela muchísimo más introspectiva que gira en torno a cuatro personajes que pasan una temporada viviendo juntos y la historia está contada alternativamente desde cada uno de los puntos de vista de los personajes. El problema fundamental de la novela es que de los cuatro, hay tres que son incomprensibles para el lector y uno odioso. Howard es una maestra relatando detalles minuciosos de las acciones o pensamientos de sus personajes: las cenas de los Cazalet, sus problemas con la ropa, las flores, los libros, los regalos, las pequeñas minucias del día a día, pero aquí esas minucias, que también están, aparecen envueltas en una especie de "intensismo" que resulta cansino y, a veces, soporífero. El mejor personaje de la novela, Alberta, la jovencita que llega del campo es con mucho lo único que da brillo, interés y vida a los demás protagonistas y a la novela en general y en cuanto ella no aparece, la novela se apaga sin remedio. 

¿Es Como cambia el mar una mala novela? No. ¿Merece la pena su lectura? Pues tampoco. ¿Gustará al que haya leído Las crónicas de los Cazalet? No. 

«No lo sé. [Mi padre] dice que la experiencia es como la comida y que, si el organismo funciona bien, utiliza una parte de ella para nutrirse y debe eliminar el resto. Dice que la mayoría de las personas infelices son aquellas que no puedes deshacerse de las experiencias inservibles.»

El éxito de Pamplona me trajo muchos seguidores nuevos y entre ellos Marina, que en Instagram recomienda lecturas casi todos los días. Le gustó el despelleje, hablamos y en dos minutos nos habíamos recomendado libros mutuamente. Me recomendó Secretos de Mara Mahía y, sin dudarlo, lo compré y fue un acierto absoluto fiarme de su criterio. 

Me ha gustado muchísimo y lo leí del tirón. ¿Qué cuenta Secretos? La historia a retazos de la familia de la autora o de la narradora. Esas historias, esos cuentos y relatos que en todas las familias están ahí y de los que muchas veces no se habla o se habla solo a medias. Esas historias son el sustrato, la red sobre la que se construyen las relaciones familiares, los afectos, los odios, los olvidos y los rencores. Aquí se construyen a partir de la figura central de la madre de la narradora, a partir de los cuentos que, de niños, les contaba a la narradora y a su hermano y de los que, de mayores, tienen que empezar a separar la fantasía y el adorno de la realidad. La niña Leonor, la tía desaparecida, el abuelo muerto, el misterioso hombre del acordeón. Tíos, abuelos, primos, hermanos, el pueblo, el bar, la civilización que conforma la vida de cada uno de nosotros porque aunque haya vida más allá de esos márgenes lo que nos afecta está dentro de esos límites, dentro de la familia y el entorno.  

Mara Mahía tiene un estilo de escritura que definiría como certero: no le sobra ni le falta nada, siempre la palabra justa, el tono perfecto y la expresión personal de un concepto, de una idea, de un sentimiento que, sin embargo, el lector entiende a la perfección como si fuera una expresión universal porque entiende lo que Mahía explica, lo que refleja o porque quizá lo ha sentido. 

Secretos de Mara Mahía me ha gustado muchísimo y os lo recomiendo hasta el infinito. Corred a leerlo. Si además lo compráis en la web de la editorial os lo mandan en un paquete precioso con una carta personalizada. No sé qué más queréis. 

«Me di cuenta de que eso era lo que nos unía, lo que nos salvaba, era nuestra fuerza de gravedad. Esos secretos eran precisamente lo que nos mantenían con los pies en la tierra, pegados unos a otros, juntos y revueltos, como raíces profundas y retorcidas. Nuestra fuerza residía precisamente ahí, en el peso inmensurable de nuestros secretos.» 

Andaba yo pensando que Mahía retrata muy bien, además, el cambio de la relación con tu madre desde que eres una niña hasta que eres una adulta, como cambia por completo el peso de la relación y sientes que el eje de equilibrio ya no es ella, eres tú. Es una transición extraña, incómoda muchas veces, compleja que ilumina unas facetas de tu madre y oscurece otras, no necesariamente las que ella y tú queréis. 

Le daba vueltas a esto, ahora que mis hijas son mayores y estoy encerrada con mi madre, cuando llegó a mi buzón, (gracias, Juan) Una mujer de Annie Ernaux. Un libro que cuenta una historia muy parecida a la de Mahía pero más trágica. La madre de Ernaux muere y la autora francesa traza un círculo perfecto partiendo desde el día de su muerte: «Mi madre murió el lunes 7 de abril en la residencia de ancianos del hospital de Pontoise donde la había ingresado dos años antes.» recorriendo toda su vida,  hasta el final absoluto, cuando te das cuenta de que ya nunca más, ni aunque vivieras mil años volverás a ver a tu madre. 

«Ya no volveré a oír su voz. Es ella, con sus palabras, sus manos, sus gestos, su manera de reír y caminar , la que unía a la mujer que soy con la niña que fui. Perdí el último nexo con el mundo del que salí.»

Ese círculo perfecto que traza Ernaux está lleno de dolor por la ausencia pero también de dolor causado por la frustración que provoca la consciencia de que nunca comprenderemos a nuestras madres. Es imposible verlas como mujeres como nosotras, como niñas, como chicas jóvenes, nuestro juicio sobre ellas está siempre sesgado por nuestra relación con ellas. Cuando nos empeñamos en entenderlas, cuando lo intentamos conseguimos alcanzarlas solo hasta un límite, uno que quizás ellas no quieran que veamos o que nosotros no queremos ver. Además, el reconocimiento de los errores o fallos de nuestras madres casi nunca resultan satisfactorios porque nos enfrentan a los nuestros propios. ¿Qué sabemos de nuestros padres? Casi nada, son siempre desconocidos porque, para los hijos, es imposible librarse del peso de la dependencia, de la infancia para bien o para mal. 

«Su imagen tiende a volver a ser la que, creo, tenía de ella cuando era pequeña, una sombra grande y blanca por encima de mí.»

Dándole vueltas a estos dos libros, he recordado otro sobre hijas y madres que leí en 2019, que me encantó y que he recomendado, creo que con poco éxito, hasta el infinito: Fugitiva y Reina de Violaine Huisman. Otro relato profundo y doloroso provocado por el deseo de entender a una madre cuando ya es demasiado tarde, porque siempre es demasiado tarde. La lucidez con respecto a nuestros padres llega siempre cuando no se puede hacer uso de ella. 

«Quizá sea algo característico de la relación con nuestros padres: la sensación de que se debería alcanzar alguna meta, luego la constatación de lo que inevitablemente es esa meta, para volver a centrar la atención en el aquí y ahora. A lo que está sólo aquí». (Mi madre. Richard Ford)

He pensado también en como la relación con la madre es algo sobre lo que escriben muchas mujeres y pocos hombres o yo conozco pocos. Ahora mismo se me ocurre Sobre mi madre de Richard Ford o Una historia de amor y oscuridad de Amos Oz. que, por supuesto, recomiendo muchísimo. 

Y con esta reflexión quizás un poco deprimente y un viento espeluznante soplando fuera de mi ventana, hasta los encadenados de febrero que espero sean más alegres y que durante el mes apenas pase nada, solo mi cumpleaños.  



jueves, 28 de enero de 2021

Trece años de Cosas que (me) pasan

Bebo champagne cuando estoy contenta y cuando estoy triste. A veces, cuando estoy sola. Cuando estoy con amigos lo considero obligatorio. Tomo una copa o dos si estoy tranquila, y lo bebo si estoy agobiada. Aparte de eso, no lo toco nunca. Sólo si tengo sed. 

                        Lilly Bollinger

El problema de crear ocasiones especiales, darles un significado y celebrarlas, es que llega un momento, cuando pasan muchos años o cuando eres el único que conoce esa ocasión, en que no sabes muy bien qué celebras ni porqué lo celebras. Semanas o días antes te das cuenta de que se acerca esa fecha una vez más. "Algo tendré que hacer pero ya lo pensaré mañana". Alargas el mañana todo lo que puedes pero en ningún mañana se te ocurre nada y piensas "bueno, hay tiempo de sobra, siempre se me ocurre algo". Cuando atraviesas ese supuesto tiempo de sobra, descubres que no es un lugar plácido. No es para nada una pradera verde y suave en la que las ideas brotan como flores que puedes ir recogiendo para hacer un ramillete que se convertirá en un post digno de la celebración del acontecimiento. No, tu tiempo de sobra se parece mucho más a una calle gris llena de edificios ruinosos y con basura volando delante de ti: cazas un trozo de periódico que parece prometedor y descubres que es algo que a nadie le interesa, ves una lata de refresco y te recuerda a algo pero resulta que sobre eso ya escribiste, ¿y esa planta mustia que hay ahí? Es de plástico no sirve. Recorres tu "tiempo de sobra" intentando encontrar algún resquicio de inspiración y no hay nada de nada. Lo único que hay es eco.

Al final del tiempo de sobra, al borde del precipicio hay dos carteles, uno que dice «Abandona, nadie recuerda esa ocasión, nadie lo va a echar de menos, a nadie le importa ni siquiera a ti. ¿Qué más da? No hagas nada, no escribas nada. ¿Qué puede pasar? Prueba. A lo mejor te llevas la sorpresa y la gente reclama la celebración. O quizás, seguramente, no ocurra nada y podrás liberarte para siempre.» Lo lees una vez y dos y tres. Todavía procesándolo y acariciando la tentación de rendirte, te giras y lees el otro cartel.  Es menos luminoso, menos atractivo:  «Escribe lo que sea, lo que te salga porque, al fin y al cabo, ¿no estás celebrando que llevas trece años escribiendo las cosas que (te) pasan y que no le importan a nadie? Trece años son muchísimos, mira hacia atrás. ¿Cuántos se han quedado en el camino? ¿Cuántos quedan? ¿Cuántos siguieron el camino del cartel luminoso? No te vengas arriba porque no tienes un mérito especial pero coño, haz algo para celebrarlo, para que quede escrito. Lo mismo es la última vez, lo mismo no llegas al catorce.» 

Decides adentrarte en ese sendero y escribir lo que sea. Quizás algún día deberías girarte y ver que detrás del cartel viene escrito: camino de las obligaciones autoimpuestas. 

Trece años de blog, jamás pensé que llegaría hasta aquí. Hay que celebrarlo como se pueda, por si acaso. 

 Felicidades a todos y gracias. 

miércoles, 20 de enero de 2021

Llámalo TAE, llámalo sentirse a salvo

En una Novela natural de Georgy Gospodinov, el autor habla de hacer una lista de cosas que ahuyentan la tristeza. Hablaba de una tristeza concreta, de la suya y de las cosas que le valen a él. Ahora vivimos en una época triste, no vamos a engañarnos, no es un momento para estar feliz, ni espídico, ni exultante, como mucho puedes estar aliviado si eres uno de los agraciados con la vacuna o si tú y tu familia seguís teniendo trabajo. Todos estamos tristones y si nos preguntaran que nos haría estarlo menos diríamos: ¡la vacuna! ¡que se acabe la pandemia! ¡que nuestros políticos supieran gestionar y no fueran una panda de cretinos compitiendo por quién lo es más! Luego hay otras cosas que creemos que nos harían estar menos tristes: ¡que me toque la lotería! ¡dar la vuelta al mundo! ¡encontrar pareja!  En esta lista hay cosas que a priori tienen pinta de ser perfectas para acabar con la tristeza pero que con el tiempo y experiencia descubres que quizás pueden no ser tan efectivas. 

Al tema. ¿Qué hace que mi tristeza huya a un rincón? La lluvia. Cuando, como hoy, se levanta un día gris muy oscuro con la nubes cubriéndolo todo y no para de llover estoy más feliz. Consulto la previsión del tiempo para saber si lloverá o no, si el cielo estára cubierto y pulso con miedo el botón de "previsión para quince días", cuando veo un par de dias grises, cruzando los dedos para que la racha dure. Sé que es raro, sé que mucha gente dirá: eso es porque no tienes que salir de casa, si tuvieras que coger aceituna en La Mancha no te gustaría tanto. Correcto y si fuera rubia y me llamara Lotta sería danesa. Que mi tristeza huya cuando llueve, cuando los días son grises, cuando hay niebla no quiere decir que yo sea imbécil, que no digo que no lo sea, pero no por eso. 

Los días cortos también ahuyentan mi tristeza. El domingo de octubre después del cambio de hora, del cambio bueno, me levanto feliz, energética, contentísima ante la perspectiva de los meses que me quedan por delante con los días más cortos, con las noches más largas, con las tardes en casa con las luces encendidas viendo la calle oscurecerse. Me encanta que se haga de noche pronto porque eso, por alguna razón, termina con la necesidad de salir de casa, de hacer cosas, si es de noche hay que recogerse como decían nuestros abuelos. ¿Dónde vas a estar mejor que en casa? "Si en vez de casa tuvieras un sitio mugriento en el que vivir preferirías los días largos". ¿Y si no tuvieras casa?" ¿Y si trabajaras en la calle?" Y si tuviera plumas sería Caponata. 

Le he estado dando vueltas y creo que prefiero la lluvia, el invierno, la oscuridad y el frío porque me meten en mí. Si llueve, si hay niebla, si es de noche pronto no puedes hacer grandes planes ni reales ni mentales, ya lo pensarás cuando deje de llover. Lo más inteligente, la respuesta evolutiva correcta es hibernar, descansar tanto física como sobre todo mentalmente. No hay luz, no veo lo que hay más allá, lo que está por venir y así no me agobio. No sé explicarlo mejor pero sé que es así. 

Ni soy Lotta, ni soy Caponata, ni estoy loca por preferir la lluvia, el frío, la noche y el invierno. Leyendo por ahí he descubierto que lo que a mí me pasa se llama TEA inverso, trastorno afectivo estacional inverso. Está bien ponerle nombre a las cosas pero llamarlo trastorno no me convence, para mí no es un trastorno, es simplemente una querencia. 

Estos días me siento a salvo.