jueves, 4 de febrero de 2021

Una lista útil


Hoy vengo a dar un consejo que no encontraréis en ninguna de las cuentas cuquis de influencers vende humos que pasan sus días en casas blanquísimas, o con colores pasteles o "muy naturales" y que siempre llevan los labios pintados y las uñas impolutas. Es un consejo que tampoco encontraréis en los libros de esas influencers ni en sus clases magistrales ni en sus directos (recordadme que escriba de los directos de instagram) ni en sus "bundles" que si no sabéis lo que son, mejor que mejor, una tontería menos que os ocupa memoria. Es un consejo gratuito, sincero y desinteresado, algo que tampoco encontraréis en esas cuentas que son tan bonitas como la casa de chuches de Hansel y Gretel pero que en realidad están habitadas por una bruja que lo único que quiere de vosotros, es exprimiros. Os echa consejos y consejos y consejos para que engordéis... y luego paguéis. 

¿Intrigados? Allá voy. 

Haced una lista de gente que os cae mal. Gente que os cae gorda, que pensáis que es idiota, aprovechada, que un día os hizo una putada, o un feo, o se la hizo a tu madre, tu hija, tu pareja o tu mejor amigo. Una lista numerada y si queréis hacerla con letra bonita pues adelante. No me opongo a la creatividad pero tampoco os vengáis arriba porque es una lista para desahogarse y es mejor emplear la creatividad en el título. Llamadla Lista de la rabia o Lista de memos o algo así. Esta es una lista del odio  y del saber estar al mismo tiempo. A pesar de que yo esté muy a favor de no fingir simpatía jamás y de no tratar de quedar bien con todo el mundo, entiendo que para poder vivir más o menos en armonía hay que intentar guardarse la bilis para uno mismo. Esta lista permite sacar la rabia sin que se entere nadie y desahoga muchísimo. 

Yo tengo dos listas de gente que me cae mal.  Una  particular, solo mía, en la que aparece gente que conozco en mi vida, en el trabajo, algún familiar, conocidos y demás. Y luego tengo otra, a medias con un amigo, en la que aparece gente que no conocemos o que solo conocemos uno de los dos en persona pero que hemos decidido que merecen estar en esa lista, porque nos caen gordísimos, porque no los soportamos, porque a nosotros nos parecen unos merluzos insoportables. Es una lista mental, no está anotada en ningún cuaderno, ni compartida en ningún archivo, ni nos la mandamos por mail  porque no queremos dejar pistas y porque además no nos hace falta. La función "desahogadora" de escribirla a mano la cumplen aquí los wasaps con "hay que meter en la lista a menganito", "ya estamos tardando".  Nos retroalimentamos mutuamente con motivos por los que fulanito o menganita deben permanecer en esa lista, nos consultamos nuevos añadidos para valorar si merecen estar en esa lista o no y, como somos magnánimos, inteligentes y es nuestra lista, cuando alguno que nos cae mal, hace algo bien o que nos gusta, lo reconocemos y valoramos si merece salir de la lista o no. (Normalmente no lo merece. Es fácil entrar pero muy difícil salir)

¿Qué razones tenemos para meter a alguien en esa lista? En mi vida real la gente me cae mal es por algo, tengo un motivo de peso para mi desconfianza/desprecio/hostilidad hacia ellos. Es más, ahora que lo pienso, en mi vida real el paso a "caer mal" se sobrepasa muy rápidamente. Por ejemplo, llega alguien nuevo al trabajo, me lo presentan, me da mal feeling, me cae gordo aunque no se muy bien por qué, pasan los días, interactúo con él y pronto decido que me cae mal. Ahí permanece solo unos días, una semana como mucho, y enseguida paso a la siguiente etapa que es "madre mía, no le soporto", y luego paso a evitarlo a toda costa para no llegar a la hostilización. Si llega la hostilización permanecerá ahí unos años hasta que lo saque empujándolo por la senda que lleva al barraco de la indiferencia, donde cae y nunca más. 

En el mundo virtual, caer mal es el limbo, la gente puede permanecer ahí durante meses, incluso años. Solo algunos elegidos que se esfuerzan en conseguirlo, salen de la lista de caer mal y entran en la de gente a la que deseo torturas con palillos o lanzallamas.  

¿Y para que sirven estas listas de odio, desprecio y rabia? Pues para desahogarse, para soltar la rabia, para pensar "tú no lo sabes pero estás en mi lista de gente que me cae fatal, de personas que no soporto". 

Parece una chorrada pero funciona. Mucho más que el bullet journal y esas chorradas, es mucho más barato y os aseguro que no hay ni que inspirarse ni practicar. Te sale perfecto a la primera.   

lunes, 1 de febrero de 2021

Lecturas encadenadas. Enero


¿Cuántos días ha durado enero? ¿Treinta y uno o trescientos treinta y uno? Recibí el año con mis amigos, paseé estrenando el año, llegaron los Reyes Magos cargados de ropa de estar en casa que no sea de mendiga, llegó la nevada y salimos a pasear con unas pintas como si fuéramos a asaltar el Capitolio, estrené mi gorro de Lara, he ido a terapia, a trabajar, de compras con mis princesas, he pasado un confinamiento de quince días y me han hecho mi primera pcr, ¡chispas! A pesar de todo este trajín, este ir y venir y las preocupaciones, he leído seis libros, yendo claramente de menos a más a lo largo del mes. 

Al lío. 

En diciembre (el tiempo ha pasado de una manera tan peculiar que me parece que fue algo mucho más lejano) leí Física de la tristeza de Gueorgui Gospodínov y me encantó. Hice tantas loas a esta novela por redes que mi gran amiga María Jesús, el único día que nos hemos visto este año, me regaló otro de los libros del escritor búlgaro: Novela natural. En esta ocasión, Gospodínov nos cuenta la historia de un divorcio mezclada con otra serie de reflexiones, retazos, escenas en los que, a veces, pierde el hilo conductor:  la historia de las palabras, el lenguaje, las moscas. Todo parece un disfraz, una serie de paletadas de arena, para no hablar de lo que, de verdad, le afecta, el divorcio y su dolor. 

Pensando en si me había gustado o no, imaginé que Novela natural había sido como una segunda cita tras una cita espectacular. Gospodínov y yo nos habíamos conocido con Física de la tristeza, casi sin querer y nuestra cita fue tan buena como esas en las que acabas desayunando con la otra persona y alargándolo hasta el aperitivo y si puedes hasta la siesta. Cuando vuelves a quedar, tus expectativas son tan altas que no hay manera de alcanzarlas y esa segunda cita está bien, es correcta, estás a gusto, pero ni de lejos llegas a la excitación y asombro de la primera. Eso me ha pasado con Novela natural que, por otro lado, es su primera novela publicada en 1999 mucho antes que Física de la tristeza, así que ha sido como si mi primera cita hubiera sido con un Gospodínov que sabe lo que hace y como hacerlo y mi segunda con un jovencito que anda a ciegas, que busca el camino y es tímido y está nervioso. Todo lo que conseguirá después, el tono, la maestría, el ingenio, está en Novela natural pero le queda camino hasta conseguir perfeccionarlo, hasta perder el miedo a contar lo que, de verdad, quiere contar. 

Conclusión: leed a Gospodínov pero empezad por Física de la tristeza que os encantará. 

«Nunca nadie ha conseguido traerse nada desde el sueño. Existe una aduana invisible a la salida del sueño en la que te confiscan todo. Fue en la infancia cuando percibí por primera vez aquella delgada frontera en que se apostaba aquello. Lo llamaba así porque aún no disponía de una palabra para nombrarlo. Aquello me cacheaba a fondo a la salida del sueño y solo me permitía despertarme cuando se cercioraba de que no me había llevado nada.»

Sobre mi segunda lectura del mes, Cien noches de Luisgé Martín, solo tengo dos cosas que decir: Pamplona y que su despelleje ha tenido más de veinticinco mil visitas lo que significa que a la gente no le gusta leer recomendaciones de libros, le gusta la crítica despiadada, aunque no lo era tanto, podía haber sido muchísimo más cruel. 

Para recuperarme del horror me lancé a leer El Gatopardo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa. Estoy convencida de que ya había leído esta novela hace unos treinta años o así pero no recordaba nada y al volver a ella me he dado cuenta de que aunque la leyera con veintipocos es imposible que me gustara, que la entendiera o que me impactara como lo ha hecho ahora. Por eso la olvidé. 

En esta ocasión me he sumergido en la historia, entendiendo como se siente el final de una época, de la tuya, que es algo por lo que todos pasamos o vamos a pasar aunque no haya una revolución o un hecho traumático. Según avanzamos por la vida todo aquello que habíamos aprendido y entre lo que habíamos vivido empieza a difuminarse, a desdibujarse,  y tenemos dos opciones o, quizá, tres: empeñarnos en mantener lo "nuestro" oponiéndonos a lo nuevo, adoptar todo lo nuevo despreciando lo antiguo como algo no válido sin darnos cuenta de que eso también pasará y nos habremos quedado sin referentes o, hacer como el Gatopardo, no hacer nada. El príncipe de Salina es dolorosamente consciente de que su tiempo pasó y lo único que intenta es que algo de lo suyo, algo de lo que lo hizo a él, de lo que lo conformó, pase a su hijos, a los que vienen detrás. Nunca será todo pero mejor algo, una sombra, que nada. 

Sobre la altura de la escritura de Lampedusa no voy a decir nada porque hay miles de cosas más sesudas e interesantes que loque yo pueda escribir, pero sé que el personaje del Gatopardo no se me va a olvidar nunca. (Ya sé que me olvidó una vez, pero aquel no era el momento de entenderlo). Ahora ya, llevo para siempre pegado en mi memoria, al príncipe, sus palacios, el ambiente árido de Sicilia, su decadencia. Lampedusa consigue sumergir al lector en el final de algo, retratando a la perfección el poso de nostalgia que provoca el haber conocido algo en su máximo esplendor, llameando con fulgor y ver luego, poco a poco, como se va a apagando hasta extinguirse. Se acaba una época y nos acabamos nosotros y podemos resistirnos y tratar de ignorarlo o asumirlo y presenciarlo con plena consciencia como hace el príncipe. 

«Tengo setenta y tres años, aproximadamente habré vivido, vivido, un total de dos...o a lo sumo tres años. "¿Cuántos habrán sido los años de dolor, de tedio?" El cálculo era fácil; todo el resto: setenta años»

El libro me gustó tantítisimo que después de terminarlo vi la película con un Burt Lancaster espectacular y escenas clavadas palabra por palabra a la novela y escuché el episodio de Un libro, una hora de Antonio Asensio. 

Leed El Gatopardo, haced el favor. 

De Sicilia salté a Londres con Como cambia el mar de Elizabeth Jane Howard, novela de la autora inglesa que Siruela ha decidido publicar, con buen criterio de marketing, tras el éxito de la saga de los Cazalet. Esto no son los Cazalet, no vayáis a por este novela pensando en arrebujaros en vuestra butaca y sumergiros en historietas familiares porque aquí no hay nada de eso. Como cambia el mar es una novela muchísimo más introspectiva que gira en torno a cuatro personajes que pasan una temporada viviendo juntos y la historia está contada alternativamente desde cada uno de los puntos de vista de los personajes. El problema fundamental de la novela es que de los cuatro, hay tres que son incomprensibles para el lector y uno odioso. Howard es una maestra relatando detalles minuciosos de las acciones o pensamientos de sus personajes: las cenas de los Cazalet, sus problemas con la ropa, las flores, los libros, los regalos, las pequeñas minucias del día a día, pero aquí esas minucias, que también están, aparecen envueltas en una especie de "intensismo" que resulta cansino y, a veces, soporífero. El mejor personaje de la novela, Alberta, la jovencita que llega del campo es con mucho lo único que da brillo, interés y vida a los demás protagonistas y a la novela en general y en cuanto ella no aparece, la novela se apaga sin remedio. 

¿Es Como cambia el mar una mala novela? No. ¿Merece la pena su lectura? Pues tampoco. ¿Gustará al que haya leído Las crónicas de los Cazalet? No. 

«No lo sé. [Mi padre] dice que la experiencia es como la comida y que, si el organismo funciona bien, utiliza una parte de ella para nutrirse y debe eliminar el resto. Dice que la mayoría de las personas infelices son aquellas que no puedes deshacerse de las experiencias inservibles.»

El éxito de Pamplona me trajo muchos seguidores nuevos y entre ellos Marina, que en Instagram recomienda lecturas casi todos los días. Le gustó el despelleje, hablamos y en dos minutos nos habíamos recomendado libros mutuamente. Me recomendó Secretos de Mara Mahía y, sin dudarlo, lo compré y fue un acierto absoluto fiarme de su criterio. 

Me ha gustado muchísimo y lo leí del tirón. ¿Qué cuenta Secretos? La historia a retazos de la familia de la autora o de la narradora. Esas historias, esos cuentos y relatos que en todas las familias están ahí y de los que muchas veces no se habla o se habla solo a medias. Esas historias son el sustrato, la red sobre la que se construyen las relaciones familiares, los afectos, los odios, los olvidos y los rencores. Aquí se construyen a partir de la figura central de la madre de la narradora, a partir de los cuentos que, de niños, les contaba a la narradora y a su hermano y de los que, de mayores, tienen que empezar a separar la fantasía y el adorno de la realidad. La niña Leonor, la tía desaparecida, el abuelo muerto, el misterioso hombre del acordeón. Tíos, abuelos, primos, hermanos, el pueblo, el bar, la civilización que conforma la vida de cada uno de nosotros porque aunque haya vida más allá de esos márgenes lo que nos afecta está dentro de esos límites, dentro de la familia y el entorno.  

Mara Mahía tiene un estilo de escritura que definiría como certero: no le sobra ni le falta nada, siempre la palabra justa, el tono perfecto y la expresión personal de un concepto, de una idea, de un sentimiento que, sin embargo, el lector entiende a la perfección como si fuera una expresión universal porque entiende lo que Mahía explica, lo que refleja o porque quizá lo ha sentido. 

Secretos de Mara Mahía me ha gustado muchísimo y os lo recomiendo hasta el infinito. Corred a leerlo. Si además lo compráis en la web de la editorial os lo mandan en un paquete precioso con una carta personalizada. No sé qué más queréis. 

«Me di cuenta de que eso era lo que nos unía, lo que nos salvaba, era nuestra fuerza de gravedad. Esos secretos eran precisamente lo que nos mantenían con los pies en la tierra, pegados unos a otros, juntos y revueltos, como raíces profundas y retorcidas. Nuestra fuerza residía precisamente ahí, en el peso inmensurable de nuestros secretos.» 

Andaba yo pensando que Mahía retrata muy bien, además, el cambio de la relación con tu madre desde que eres una niña hasta que eres una adulta, como cambia por completo el peso de la relación y sientes que el eje de equilibrio ya no es ella, eres tú. Es una transición extraña, incómoda muchas veces, compleja que ilumina unas facetas de tu madre y oscurece otras, no necesariamente las que ella y tú queréis. 

Le daba vueltas a esto, ahora que mis hijas son mayores y estoy encerrada con mi madre, cuando llegó a mi buzón, (gracias, Juan) Una mujer de Annie Ernaux. Un libro que cuenta una historia muy parecida a la de Mahía pero más trágica. La madre de Ernaux muere y la autora francesa traza un círculo perfecto partiendo desde el día de su muerte: «Mi madre murió el lunes 7 de abril en la residencia de ancianos del hospital de Pontoise donde la había ingresado dos años antes.» recorriendo toda su vida,  hasta el final absoluto, cuando te das cuenta de que ya nunca más, ni aunque vivieras mil años volverás a ver a tu madre. 

«Ya no volveré a oír su voz. Es ella, con sus palabras, sus manos, sus gestos, su manera de reír y caminar , la que unía a la mujer que soy con la niña que fui. Perdí el último nexo con el mundo del que salí.»

Ese círculo perfecto que traza Ernaux está lleno de dolor por la ausencia pero también de dolor causado por la frustración que provoca la consciencia de que nunca comprenderemos a nuestras madres. Es imposible verlas como mujeres como nosotras, como niñas, como chicas jóvenes, nuestro juicio sobre ellas está siempre sesgado por nuestra relación con ellas. Cuando nos empeñamos en entenderlas, cuando lo intentamos conseguimos alcanzarlas solo hasta un límite, uno que quizás ellas no quieran que veamos o que nosotros no queremos ver. Además, el reconocimiento de los errores o fallos de nuestras madres casi nunca resultan satisfactorios porque nos enfrentan a los nuestros propios. ¿Qué sabemos de nuestros padres? Casi nada, son siempre desconocidos porque, para los hijos, es imposible librarse del peso de la dependencia, de la infancia para bien o para mal. 

«Su imagen tiende a volver a ser la que, creo, tenía de ella cuando era pequeña, una sombra grande y blanca por encima de mí.»

Dándole vueltas a estos dos libros, he recordado otro sobre hijas y madres que leí en 2019, que me encantó y que he recomendado, creo que con poco éxito, hasta el infinito: Fugitiva y Reina de Violaine Huisman. Otro relato profundo y doloroso provocado por el deseo de entender a una madre cuando ya es demasiado tarde, porque siempre es demasiado tarde. La lucidez con respecto a nuestros padres llega siempre cuando no se puede hacer uso de ella. 

«Quizá sea algo característico de la relación con nuestros padres: la sensación de que se debería alcanzar alguna meta, luego la constatación de lo que inevitablemente es esa meta, para volver a centrar la atención en el aquí y ahora. A lo que está sólo aquí». (Mi madre. Richard Ford)

He pensado también en como la relación con la madre es algo sobre lo que escriben muchas mujeres y pocos hombres o yo conozco pocos. Ahora mismo se me ocurre Sobre mi madre de Richard Ford o Una historia de amor y oscuridad de Amos Oz. que, por supuesto, recomiendo muchísimo. 

Y con esta reflexión quizás un poco deprimente y un viento espeluznante soplando fuera de mi ventana, hasta los encadenados de febrero que espero sean más alegres y que durante el mes apenas pase nada, solo mi cumpleaños.  



jueves, 28 de enero de 2021

Trece años de Cosas que (me) pasan

Bebo champagne cuando estoy contenta y cuando estoy triste. A veces, cuando estoy sola. Cuando estoy con amigos lo considero obligatorio. Tomo una copa o dos si estoy tranquila, y lo bebo si estoy agobiada. Aparte de eso, no lo toco nunca. Sólo si tengo sed. 

                        Lilly Bollinger

El problema de crear ocasiones especiales, darles un significado y celebrarlas, es que llega un momento, cuando pasan muchos años o cuando eres el único que conoce esa ocasión, en que no sabes muy bien qué celebras ni porqué lo celebras. Semanas o días antes te das cuenta de que se acerca esa fecha una vez más. "Algo tendré que hacer pero ya lo pensaré mañana". Alargas el mañana todo lo que puedes pero en ningún mañana se te ocurre nada y piensas "bueno, hay tiempo de sobra, siempre se me ocurre algo". Cuando atraviesas ese supuesto tiempo de sobra, descubres que no es un lugar plácido. No es para nada una pradera verde y suave en la que las ideas brotan como flores que puedes ir recogiendo para hacer un ramillete que se convertirá en un post digno de la celebración del acontecimiento. No, tu tiempo de sobra se parece mucho más a una calle gris llena de edificios ruinosos y con basura volando delante de ti: cazas un trozo de periódico que parece prometedor y descubres que es algo que a nadie le interesa, ves una lata de refresco y te recuerda a algo pero resulta que sobre eso ya escribiste, ¿y esa planta mustia que hay ahí? Es de plástico no sirve. Recorres tu "tiempo de sobra" intentando encontrar algún resquicio de inspiración y no hay nada de nada. Lo único que hay es eco.

Al final del tiempo de sobra, al borde del precipicio hay dos carteles, uno que dice «Abandona, nadie recuerda esa ocasión, nadie lo va a echar de menos, a nadie le importa ni siquiera a ti. ¿Qué más da? No hagas nada, no escribas nada. ¿Qué puede pasar? Prueba. A lo mejor te llevas la sorpresa y la gente reclama la celebración. O quizás, seguramente, no ocurra nada y podrás liberarte para siempre.» Lo lees una vez y dos y tres. Todavía procesándolo y acariciando la tentación de rendirte, te giras y lees el otro cartel.  Es menos luminoso, menos atractivo:  «Escribe lo que sea, lo que te salga porque, al fin y al cabo, ¿no estás celebrando que llevas trece años escribiendo las cosas que (te) pasan y que no le importan a nadie? Trece años son muchísimos, mira hacia atrás. ¿Cuántos se han quedado en el camino? ¿Cuántos quedan? ¿Cuántos siguieron el camino del cartel luminoso? No te vengas arriba porque no tienes un mérito especial pero coño, haz algo para celebrarlo, para que quede escrito. Lo mismo es la última vez, lo mismo no llegas al catorce.» 

Decides adentrarte en ese sendero y escribir lo que sea. Quizás algún día deberías girarte y ver que detrás del cartel viene escrito: camino de las obligaciones autoimpuestas. 

Trece años de blog, jamás pensé que llegaría hasta aquí. Hay que celebrarlo como se pueda, por si acaso. 

 Felicidades a todos y gracias. 

miércoles, 20 de enero de 2021

Llámalo TAE, llámalo sentirse a salvo

En una Novela natural de Georgy Gospodinov, el autor habla de hacer una lista de cosas que ahuyentan la tristeza. Hablaba de una tristeza concreta, de la suya y de las cosas que le valen a él. Ahora vivimos en una época triste, no vamos a engañarnos, no es un momento para estar feliz, ni espídico, ni exultante, como mucho puedes estar aliviado si eres uno de los agraciados con la vacuna o si tú y tu familia seguís teniendo trabajo. Todos estamos tristones y si nos preguntaran que nos haría estarlo menos diríamos: ¡la vacuna! ¡que se acabe la pandemia! ¡que nuestros políticos supieran gestionar y no fueran una panda de cretinos compitiendo por quién lo es más! Luego hay otras cosas que creemos que nos harían estar menos tristes: ¡que me toque la lotería! ¡dar la vuelta al mundo! ¡encontrar pareja!  En esta lista hay cosas que a priori tienen pinta de ser perfectas para acabar con la tristeza pero que con el tiempo y experiencia descubres que quizás pueden no ser tan efectivas. 

Al tema. ¿Qué hace que mi tristeza huya a un rincón? La lluvia. Cuando, como hoy, se levanta un día gris muy oscuro con la nubes cubriéndolo todo y no para de llover estoy más feliz. Consulto la previsión del tiempo para saber si lloverá o no, si el cielo estára cubierto y pulso con miedo el botón de "previsión para quince días", cuando veo un par de dias grises, cruzando los dedos para que la racha dure. Sé que es raro, sé que mucha gente dirá: eso es porque no tienes que salir de casa, si tuvieras que coger aceituna en La Mancha no te gustaría tanto. Correcto y si fuera rubia y me llamara Lotta sería danesa. Que mi tristeza huya cuando llueve, cuando los días son grises, cuando hay niebla no quiere decir que yo sea imbécil, que no digo que no lo sea, pero no por eso. 

Los días cortos también ahuyentan mi tristeza. El domingo de octubre después del cambio de hora, del cambio bueno, me levanto feliz, energética, contentísima ante la perspectiva de los meses que me quedan por delante con los días más cortos, con las noches más largas, con las tardes en casa con las luces encendidas viendo la calle oscurecerse. Me encanta que se haga de noche pronto porque eso, por alguna razón, termina con la necesidad de salir de casa, de hacer cosas, si es de noche hay que recogerse como decían nuestros abuelos. ¿Dónde vas a estar mejor que en casa? "Si en vez de casa tuvieras un sitio mugriento en el que vivir preferirías los días largos". ¿Y si no tuvieras casa?" ¿Y si trabajaras en la calle?" Y si tuviera plumas sería Caponata. 

Le he estado dando vueltas y creo que prefiero la lluvia, el invierno, la oscuridad y el frío porque me meten en mí. Si llueve, si hay niebla, si es de noche pronto no puedes hacer grandes planes ni reales ni mentales, ya lo pensarás cuando deje de llover. Lo más inteligente, la respuesta evolutiva correcta es hibernar, descansar tanto física como sobre todo mentalmente. No hay luz, no veo lo que hay más allá, lo que está por venir y así no me agobio. No sé explicarlo mejor pero sé que es así. 

Ni soy Lotta, ni soy Caponata, ni estoy loca por preferir la lluvia, el frío, la noche y el invierno. Leyendo por ahí he descubierto que lo que a mí me pasa se llama TEA inverso, trastorno afectivo estacional inverso. Está bien ponerle nombre a las cosas pero llamarlo trastorno no me convence, para mí no es un trastorno, es simplemente una querencia. 

Estos días me siento a salvo. 

lunes, 18 de enero de 2021

Mrs Lebowitz, quiero ser su amiga


Cuando veo y escucho a Fran Lebowitz, por un lado deseo con toda mi alma tener la oportunidad de ser su amiga  y, por otro, tengo la impresión de que tiene un carácter como para entrar en la habitación que está ella con una silla y un látigo, como los domadores para defenderse aunque, en este caso, nada de eso serviría porque el arma de Lebowitz son sus palabras y esas cejas que no paran de moverse mientras habla. Con una frase puede tumbarte, dejarte ko o mucho peor, puede hacer que te sientas una completa majadera. 

Decia Kallifatis «Mi abuela no era periodista, ni filósofa, pero solía decir que las "las palabras no tienen huesos pero los rompen". Sabía lo que casi todo el mundo sabe: que una palabra puede hacer más daño que el cuchillo más filoso. Decir algo es hacer algo.», pues Lebowitz es tu madre dejándote clavada en el sitio. 

La semana pasada me tragué de una sentada la miniserie de Netflix Pretend is a city en la que su amigo Scorsese le rinde un homenaje a ella y a la ciudad, dejando que las dos hablen lo que quieran y se muestren como son. He leído críticas pelín parternalistas, que ya hay que tenerlo cuadrados para permitirse ser paternalista con Lebowitz y Scorsese, diciendo "Scorsese le hace un favor a su amiga" y «Es irritante que Scorsese se ría tanto con las ocurrencias de Lebowitz». Perdón, el que decía esto los tenía aún más cuadrados y decía «Es irritante que Marty». ¿Qué? Pero ¿quién eres tú para llamar al Sr. Scorsese, Marty? Cuando me gusta algo me vuelvo muy entusiasta y muy monotemática asi que tras la serie he estado escuchando podcasts y leyendo entrevistas y resulta que Mr. Scorsese cuando terminó el documental que grabó con su amiga hace diez años, inmediatamente, le propuso hacer otro y ella le dijo: Marty, (porque ella sí puede llamarle así porque son amigos) ahora no que la gente va a pensar que somos unos brasas. Y han esperado diez años y a que hubiera una cultura de series y una plataforma para lanzarlo que les permitiera hacer algo parecido pero en otro formato. La miniserie de siete episodios de media hora dedica cada uno de ellos a un tema o, mejor dicho, más que un tema, a una idea: las bibliotecas, el transporte público, la cultura, deportes y salud, etc. 

Lebowitz es un personaje fascinante, es mujer, es feucha y tiene un ingenio y una seguridad en sí misma que acojona. «A mí es que me cansa ver esa retahila de ocurrencias ingeniosas». Bueno, pues nada, pues no lo veas, quédate viendo a Broncano en La resistencia. A mí, sin embargo, esa retahila de pensamientos ocurrentes, de ideas fundamentadas en años de vida, en experiencia y en una seguridad en sí misma apabullante me resulta hipnótica y fascinante. Y me provoca mucha envidia: yo quiero ser así, tenerlo todo tan claro y que todo me la sople muchísimo. 

No quiero contar aquí la vida de Lebowitz porque se cuenta en la miniserie y forma parte del descubrimiento del personaje y de la forma en que ella se ha curtido y, ahora mismo, se puede permitir cosas como no tener ordenador ni móvil o decir que la industria del "bienestar" no es más que avaricia. No queremos estar bien, queremos estar mejor que bien y no nos conformamos con estar bien ahora, con tener salud, queremos asegurarnos de que tendremos salud dentro de cinco, diez o veinte años. Estoy totalmente de acuerdo con ella en esta opinión y en que la industria del bienestar es el cuento de la lechera: dentro de cinco años es un tiempo que no existe. 

Lebowitz charla, se ríe, mueve las manos mientras habla, pasea con fundas en los pies recorriendo la maqueta de la ciudad que realizó Robert Moses para la exposición universal de 1964, camina por las calles cruzándose con peatones absortos en sus móviles y charla con Scorsese y su ayudante sentada en la mesa de un club al que quiero ir a beberme un gintonic y escribir en mi cuaderno. 

Lebowitz es una constante, algo a lo que no estamos acostumbrados en la actualidad. Lleva siempre chaqueta, un abrigo inmenso, vaqueros rectos con la vuelta dada en los bajos, botas camperas, camisas de hombre de grandes cuellos y puños con gemelos. ¡Gemelos! No recuerdo la última vez que vi a alguien llevarlos. En la era de la camiseta y la manga corta, los gemelos son casi una recreación histórica. En la charla entre amigos se intercalan imágenes y vídeos de Lebowitz hace treinta años, cuando era joven, recién llegada a la ciudad y empezó a escribir y tenía exactamente la misma pinta: chaquetas, vaqueros, camisas y jersey, quizás era más friolera de joven o salía más de casa. Lleva exactamente el mismo peinado y el mismo color de pelo, lo que tiene muchísimo mérito teniendo en cuenta que acaba de cumplir setenta y un años. Supongo que de la industria de la belleza no podemos escapar por completo y el tinte capilar es un pequeño desliz que Lebowitz se permite y que, por supuesto, me parece fenomenal. 

«Nunca he sido fácil de tratar pero antes lo era más. Siembre me he cabreado con facilidad pero ahora siento una rabia constante. Lo malo de salir de casa es que hay mucha gente fuera. Lo bueno de mi casa, de mi piso, aparte de que está fenomenal es que controlo si entran otras persona y eso es muy importante para mí»

Como he dicho al principio Lebowitz impone respeto y ella misma sabe que acojona. A lo mejor hay alguien que piensa «eso es que es insegura y blablabla y es una coraza». Pues no lo sé, pero mi apuesta es que no tiene nada que ver con todo eso; Lebowitz puede resultar, a veces, incómoda para cierto grupo de personas porque va a contracorriente, lo sabe y además no tiene ningún problema en dar su opinión. En una época, en una sociedad, que nos vende que todos tenemos algo bueno, que solo por intentarlo ya merecemos una medalla y el buenísimo nos arrolla, ella dice cosas como: 

«A la mayoría de la gente que le encanta escribir lo hace fatal, por eso les gusta. A mí me gusta cantar y lo hago fatal». 

Y es así. Casi todos hacemos las cosas mal o regular como mucho pero hemos decidido alentarnos unos a otros diciendo que todo es estupendo y precioso y que solo el esfuerzo merece el halago pero no es verdad. Si tienes más de siete años que te digan que todo lo que haces es maravilloso es un lastre que vas a acarrear toda tu vida y no te servirá, ni de lejos,  para ser mejor. Y, por supuesto, como dice ella, que algo te guste mucho no quiere decir que lo hagas bien. 

En fin, que si podéis veáis a Fran Lebowitz con sus abrigos gigantes, su pelo constante, sus gemelos maravillosos y su charla inteligente. Y admiréis el talento de Scorsese para retratarla, para crear un ambiente, para enseñarte la ciudad, para hacerte sentir como si estuvieras con ellos. 

«Vivimos en un mundo en el que nadie se siente culpable por matar o por enjaular a niños en la frontera y ¿yo me tengo que sentir culpable por repetir de spaghettis o leer una novela policiaca?»

Mrs. Lebowitz, I want to be your friend. 


PS: Mi amiga Ximena Maier tuvo la suerte de conocerla hace un par de años en Madrid y me comenta que a lo mejor no me hace falta la silla y el látigo. Ximena sí hace algo fenomenal, dibuja maravillosamente bien e hizo estos dibujos sobre su charla en Madrid. 

martes, 12 de enero de 2021

Cien noches con un peso atado a los pies

 


Advertencia: este post contiene lenguaje y expresiones vulgares y descripciones crudas de lo que se supone son actos sexuales entre adultos.

Segunda advertencia: no me hago responsable de la vergüenza ajena que los lectores puedan sentir al leerlo. 

Tercera y última advertencia: el post es un puro spoiler pero no importa nada porque de ninguna manera y bajo ninguna circunstancia, ni siquiera de fuerza mayor (como que os secuestraran a un hijo y os exigieran leerlo) debéis acercaros a este libro ni con un palo, ni con una pértiga. Ni lo miréis. 

Allá vamos. Para empezar entono el mea culpa, casi un año después de poner a Dios por testigo, de prometer que no leería más libros aclamados por la crítica y premiados he vuelto a caer. Y Dios me ha castigado fortísimo. Lo único que puedo hacer para redimirme es salvar a otros de mi error. 

«Quizás yo lo recuerdo mal, no importa. Quizá yo tampoco tenía sentimiento de culpa. Pero un día, con mi semen todavía en la boca, me preguntaste si era razonable lo que estábamos haciendo. Tú amabas a Claudio y yo era feliz con Harriet como nunca lo había sido con nadie»

Con esta imagen tan innecesaria y tan asquerosa en mente, os voy a contar quienes son los protagonistas de esta escena tan bochornosa. 

La del semen en la boca (ojalá dijera Pamplona que me parece una frase muchísimo mejor para decir en esas circunstancias que preguntar por la moralidad de los cuernos que estás poniendo) es Irene y  es guapísima. Pero guapa de doler, guapa de tener un problema. ¿Qué problema tienen los guapos? Nadie lo sabe, pero es un problemón. «¿Qué habría sido de mi si no hubiera sufrido la maldición de la belleza?» Pues mira, Irene, lo mismo nos habíamos ahorrado este espanto. El caso es que Irene es guapísima aunque por supuesto de niña era feúcha pero  cuando se vuelve guapísima, pero una cosa mala de guapa (si os está resultando cansina esta reiteración, imaginad lo que es la novela cuando ella misma no se cansa de repetirlo), los hombres la acosan muchísimo, todos quieren ligar con ella. Como consecuencia de esto, su amigo Hugo la viola. Mal por Hugo pero tal y como está contando y a pesar de que estás en la página diez, ya te da igual. 

Bueno pues la Irene guapísima y de familia millonaria con un tío en la cárcel por corrupción en el franquismo y una tía que vive en Estados Unidos porque quiso ser piloto y su padre no le dejó y no me acuerdo pero pasó algo y se fue y volvió y luego se volvió a ir, se va estudiar psicología o psiquiatría a Chicago. ¿Por qué Chicago? Porque su amiga del alma Adela quería ir ahí. Es su amiga del alma pero Irene la describe así cuando recuerda como su amistad se rompió cuando, de adolescentes, a Hugo empezó a gustarle ella y no Adela que estaba enamorada de él: «Ella sintió celos de Hugo. El amor dejó de ser un juego social y se convirtió en un torneo de guerra en el que no se respetaban las lealtades ni las jerarquías. Adela se había transformado en una jovencita gorda y con la piel llena de escamas. Los carrillos le caían blandos sobre la mandíbula, y los molledos de los brazos y las piernas blancuzcos se le escurrían sin consistencia. Incongruentemente,  era corpulenta en todo menos en el pecho: tenia unos senos pequeños, casi masculinos».

Podría detenerme en que si tienes una amiga que te describe así lo mejor es que jamás le des la espalda o en la absoluta ignorancia que refleja el hecho de que al autor le parezca incongruente ser gorda y tener pechos pequeños pero no tenemos tiempo...sigamos. 

Irene se va a Chicago a estudiar algo. Además está obsesionada con asesinos en serie y psicópatas así que a lo largo del libro reparte historietas de asesinos que puedes buscar en la wikipedia y te dan exactamente los mismos datos pero con menos adjetivos.  En Chicago decide que se va a follar a todo lo que pille y apuntarlo en un cuadernito para algo, para sus teorías, ¿Qué teorías? da igual, a nadie le importa. Ella folla y lo apunta y le deja claro al lector que a ella lo de saltar de cama en cama le parece muy muy liberador y lo ha descubierto ella y todos los demás, lector incluido, son unos mojigatos  y unos estrechos. Alardea de acostarse con todo tipo de hombres incluidos los feos, gordos, desagradables y maleducados. Irene es además de guapa, imbécil pero misteriosamente ella no se da cuenta en todo el libro y ningún personaje se lo dice. Irene vive en un universo de luz y de color y de sexo. Vive en una peli porno con ínfulas pero ella se cree Grisom de CSI y Gillian Anderson en Sex Education. 

Bueno pues en Chicago mientras hace el idiota, un buen día, en un bar, se le acerca un tipo porque ella es tan guapa que los atrae como un imán y la escena transcurre así: 

«Estoy buscando una mujer que sepa apreciar el dinero.
Yo hice lo que había aprendido a hacer en aquellos últimos meses: controlé mi miedo y me comporté como una taxónoma que mira fríamente la realidad. 
El dinero es lo único que sé apreciar, Mister Cary Grant- le respondí- El dinero y los penes grandes.» 

(Yo ahí hubiera dicho pollas, pero en fin.. que sé yo de diálogos encorsetados y ridículos. Si supiera estaría ganando premios literarios y no despellejándolos) 

Acaban en el catre después de que él ponga mil quinientos dólares encima de la barra porque ella le dice que cobra quinientos. Y el dice «quinientos por cada vez» y cuando crees que no vas a poder más de bochorno ella dice «¿solo aguantas tres?». (El lector en ese momento sueña con pagar por darle tres bofetones con la mano abierta). 

Este supuesto Cary Grant es Adam el otro protagonista de la escena del semen en la boca (que no quiero que olvidéis). Por supuesto, y como no podía ser de otra manera, es guapo, multimillonario, elegante, encantador, educado, culto e inteligente. Podría haber sido feo, asqueroso, deforme, gañán, inculto, de extrema derecha y con boqueras de saliva en las comisuras de los labios porque recordemos que a Irene le da igual ocho que ochenta pero no, resulta que tiene suerte en esto. Bueno pues eso, se acuestan y el autor escribe muchas veces verga y muchas veces vulva porque por lo visto se le ha olvidado la palabra coño que no escribe ni una sola vez en todo el texto. Y se hacen amantes ocasionales porque lo suyo es especial, ellos son especiales y unos ridículos.

Mientras andan en este ir y venir de polvos, Irene va a un concierto, se fija en el guitarrista, cuando termina el concierto va al camerino, le mira y él la besa, se la lleva a casa, la empuja del pelo para que se arrodille y blablabla: verga, gritos y lo de siempre.  Si fuera una peli porno se llamaría "El argentino guitarrista que con su mástil era todo un artista" 

Irene en su querido diario de polvos escribe: «tiene un pene grande, de diecinueve o veinte centímetros, sin circuncidar. Cuando está erecto, hace un ángulo de cuarenta y cinco grados con el vientre, apuntando hacia el frente. Los testículos, casi sin vello, están pegado al cuerpo». 

No puedo añadir nada.  

Con este inicio de relación tan prometedor, Irene la guapísima se enamora del guitarrista que se llama Claudio, es argentino y está atormentado por algo que sinceramente al lector le importa un pepino. Irene tiene mucho muchísimo amor pero decide que para comprobar si el amor y el sexo son lo mismo va a seguir follándose a todo lo que se encuentre y luego pasar muchísimo rato decidiendo si tiene remordimientos o no. Claudio, además de estar atormentado, es idiota porque no se entera de nada y es una pena porque el lector está ya fantaseando con que lo descubra y en un ataque de celos mate a Irene haciéndola sufrir muchísimo. Pero no ocurre. Irene sigue vivita y "culeando" (Perdón, perdón) y por supuesto sigue con Adam haciendo cosas que ellos creen que son de glamour y son de peli porno cutre. 

«Llegué puntual al hotel. Adam me esperaba desnudo y con la cena recién servida. Me quitó el mismo toda la ropa y luego me llevó hasta la mesa. No comimos con prisa. A pesar de su erección casi continua, el paladeó con gusto cada uno de los platos».

Qué imagen eh. Ahí con el capullo en el borde de la sopa. Puro erotismo.  

A todo esto, Claudio le ha contado a Irene que su madre ha escrito un libro sobre el Petiso Orejudo un niño asesino muy famoso en Argentina y como a Irene los asesinatos le gustan le pide a su tía (si, la que he nombrado antes y que es piloto) que cuando vaya a Buenos Aires le compre el libro. (Si estáis pensando que porqué no lo pide por Amazon, la novela está ambientada en los años 80 más o menos). La tía llega y le dice que el libro no existe e Irene en vez de decirle a Claudio: chaval, que trola me has contado? se queda en plan "mmmm... soy tan lista que algo me huelo, voy a follar con otros catorce y luego apuntar en mi querido diario mis teorías" 

Llega el verano, se van a Detroit a unos conciertos de Claudio y se alojan en un hostal inmundo y asqueroso y ella dice: «aquella habitación mal ventilada era, en mi arrogancia juvenil, un espacio de aventuras». Irene, eres imbécil no arrogante. Bueno pues follan allí entre chinches y mierda y la última noche cuando ella se despierta, él no está. ¡Uy! ¿Dónde estará? ¿Qué misterio habrá? ¿Habrá sido su gran noche? Y sí, porque Claudio además de guitarrista es ludópata y ha perdido todo el dinero que tenían. Irene se enfada muchísimo, sale de la habitación y piensa:

«¿qué hago? ¿Entrar en la habitación, desnudarle, vaciarle los testículos hasta que gritara?» 

Claro que sí, Irene y con la boca llena le dices: PAMPLONA. 

Vuelven a Detroit y Claudio confiesa que debe seis mil o nueve mil o da igual la cantidad a unos prestamistas malísimos de Chicago. Irene compra el periódico, busca un puticlub, llama, concierta una cita y conoce a Mimí (me apuesto una mano a que si buscas madama en wikipedia también sale Mimí como primer resultado, como novela investigada es un prodigio) que le dice: pues nada chica, aquí lo que quieras, sé limpia y haz lo que los clientes quieren, aquí tienes un corpiño y unas bragas, empieza cuando quieras. Y ahí está Irene la guapa trabajando para salvar a su novio haciendo lo que lleva haciendo toda la novela. Pasa alguna cosa más de mucha pereza y poco interés pero llega el momento en que ella tiene que volver a Madrid porque su madre que, por supuesto, es malvada y estrecha (imagino al autor con una lista de estereotipos al lado del ordenador y haciendo check cada vez que calza uno hasta cantar bingo), le exige que vuelva. Justo antes de marcharse de Chicago llega la madre de Claudio que la mira en plan ¿tú quien eres piltrafilla? y que básicamente se descojona en su cara cuando le pregunta por el libro. Luego Claudio llora y le dice que en realidad se llama Mateo. Aquí viene una historia que al lector, o sea a mí, le provocó carcajadas de pura histeria por el despropósito que es todo. Resumiendo: Claudio y su familia viven bajo identidades falsas en USA porque su padre hizo algo que no se explica bien pero que tiene que ver con corrupción, dictaduras, Alfonsín y no se qué y les persiguen "los argentinos malos" (sic). Algo raro ha pasado y se tienen que marchar a esconderse de nuevo pero le jura a Irene que le escribirá siempre. (Cualquiera con un mínimo de cultura de peli mala de sobremesa sabe que si estás escondido no puedes escribir cartas pero después de preguntar con el semen en la boca si somos buenas personas es obvio que la verosimilitud no es algo que preocupe al autor). Se separan, se escriben cartas e Irene, en Madrid, se reencuentra con Adela y dice estas cosas:

 «Tal vez si le hubiera contado que la belleza me había vuelto tan insegura como a ella la fealdad, habríamos seguido siendo amigas siamesas. Pero yo me escondí en mi concha de perla y ella en su concha de molusco hinchado» 

Por supuesto yo voy a tope con Adela, es mi personaje favorito de la novela y me hubiera encantado que se convirtiera en asesina  y matara a Irene pero se convierte en heroinómana y muere una semana antes de la boda de Irene. ("Mi concha de perla y su concha de molusco", Irene además de cursi es una hija de puta como una casa). 

Sigamos. ¡Oh, sorpresa! Claudio la escribe al final del verano y le dice que eso que les preocupaba tantísimo, ese peligro tan gravísimo que corrían no era real, que no pasaba de verdad y que va a volver a Chicago. (lo de la verosimulitud ya lo he dicho, ¿no?) Así que nada, vuelven a Chicago, van a un apartamento nuevo, Irene siente muchísimo amor por el reencuentro pero antes de recoger a Claudio en el aeropuerto pasa a follarse a Adam y después de estrenar la cama con Claudio, vuelve al hotel a follarse a Adam. Pero se desborda de amor por Claudio, never forget. 

(Llevamos dos mil palabras y os juro que no me he inventado nada y os estoy ahorrando mucho bochorno) 

Cuando vuelve a casa de Claudio, éste no le abre la puerta. ¿Qué pasara? ¿Qué misterio habrá? ¿Puede ser su gran noche? Pues pasa que a Claudio lo han asesinado. ¡Vaya por Dios! Ahora que los argentinos malos no le perseguían y ella haciendo de puta había pagado la deuda, van y lo matan, que disgusto. ¿Quién será el asesino? ¿Los argentinos malos? ¿Los argentinos buenos? ¿Los prestamistas de Chicago? ¡Oh, oh, oh, qué misterio más misterioso! Irene hace lo que hace siempre, llama a Adam que vuela a verla y hablando con él decide que quiere ser policía y que va a investigar que ha pasado. Investiga fenomenal fenomenal y os resumo: a Claudio lo manda matar su madre porque le daba mucha pena que en tres semanas se fuera a morir de cáncer de páncreas. ¿Cómo te quedas?  Pues muerto como Claudio pero de bochorno y descojone. Irene sin embargo cuando lo descubre se queda muy hecha polvo y que hace:

«Le pedí (A Adam) que me penetrara hasta hacerme perder la razón. Diez veces, cien veces. Durante el resto de la vida». 

PAMPLONA. 

¿Y qué pasa con el bueno de Adam? Pues resulta que todo esta historia de la juventud de Irene se entremezcla con una escena en la época actual en el que ambos se encuentran en el Hotel Santo Mauro de Madrid, los dos ya con cincuenta y muchos. El sigue casado con Harriet y ella se ha casado tres veces, tiene varios hijos y habla así de ella misma: 

«En estos últimos años de vejez erótica, me he acordado a menudo de Adela por esa causa. No soy capaz de imaginar cómo es la castidad. No soy capaz de entender qué razón queda para vivir cuando el cuerpo ya no sirve o no les sirve a otros, cuando el deseo se convierte unicamente en una idealización intelectual. Mis fundamentos existenciales no han sido Sigmund Freud o William Shakesperare sino los pezones, la espiral de las orejas, los tobillos, el clítoris, las encías o la boca del ano. Mi espíritu se ha manifestado a través del flujo vaginal y no de la oración o de la poesía». 

Pues cenan y Adam le cuenta que como es multimillonario y muchimillonario y tenía un traumita desde siempre por si los cuernos que le ponía a su mujer, Harriet, eran algo normal que hace todo el mundo o una cosa super especial que solo hacía él, ha encargado un super estudio con psicólogos, psiquiatras y científicos para saber los hábitos sexuales de la gente. No contento con eso, como la mitad han dicho que son fieles, ha pagado otra millonada a detectives e investigadores privados para que comprobaran si eso era verdad y ¡sorpresón! la gente miente cuando dice que no engaña. Que esto se lo podía haber dicho el lector o cualquier hijo de vecino ni se plantea, él se ha gastado trescientos millones de dólares en eso. ¿Y por qué ha hecho esto? Pues porque Adam siente que Harriet se ha alejado de él y ha pensando "Oh, oh, Charlie Babbit ¿y si yo tengo también una cornamenta digna de trofeo de caza". 

«He venido a Madrid para contárteloresponde AdamPorque sé que eres la mejor detective del mundo y solo tú puedes encontrar la respuesta que necesito. 
Yo busco a personas desaparecidas y a asesinos.
Busco a una persona que quizá desapareció-dice Adam- A Harriet. 
Es medianoche. Se oyen las campanadas de un carillón de pared que hay en una sala vecina. Irene vuelva la cabeza hacía allí para disimular su confusión. Después mira otra vez a Adam, que espera. 
¿Te ha abandonado?
No lo sé-responde Adam. Sigue en nuestra casa, duerme conmigo, me acaricia a veces. Pero tal vez me ha abandonado hace mucho tiempo.- Se queda callado durante unos instantes y sostiene la mirada de Irene. No hay nadie a quien pueda encargarle esta tarea-suplica-Ella no le dirá a nadie la verdad. A ti sí».

Lo normal vamos: oye, amante, ¿por qué no hablas con mi mujer a ver si me ha puesto los cuernos?  

En un epílogo en el que grandes lágrimas de descojone y de alivio, por vislumbrar el final de este horror, caían por mi cara,  Harriet (que también es guapísima) e Irene se reúnen y la mujer de Adam le cuenta que ella quiere mucho, muchísimo pero mogollón y mazo a Adam pero que cuando se dio cuenta de que él se acostaba con otras, ella tuvo una crisis existencial, sufrió muchísimo, mogollón y mazo pero al final decidió que ella también podía follar alegremente por ahí pero queriendo mucho, muchísimo, mogollón y mazo a Adam. 

Y chimpún. 

Este relato tan inolvidable está interrumpido por informes de los detectives sobre personas investigadas. Esos informes han sido escritos por otros autores que no consiguen ni de lejos alcanzar el nivelón de la trama principal. Son como oasis en medio de la travesía del desierto.   

Cien noches de Luisgé Martín ha sido galardonado con el Premio Herralde de novela de la editorial Anagrama. Cada uno le da el premio a quien quiere, tú montas un premio en tu editorial y haces lo que quieres pero como lectora y admiradora de la editorial de los libros amarillos me siento estafada, engañada y bastante dolida. 

lunes, 4 de enero de 2021

Lecturas encadenadas. Diciembre.


«No sabes cuántos inviernos te tiene reservados Zeus. Puede que esta sea el último". (Horacio)

Ya han pasado cuatro días de este año nuevo, ya he estrenado cuaderno, cambiado la colcha de mi cama, ordenado las fotos y colocado una lámpara nueva en mi cabecero para poder seguir leyendo sin gafas de viejito. Lo único que me queda para dar por cerrado el año anterior  y estrenar mi año decimocuarto como bloguera es escribir el post que no leéis y que además va a ser eterno porque en diciembre leí muchísimo. 

Al lío. 

Empecé el mes con un desastre, tan desastre que lo terminé en diagonal y con los ojos entrecerrados del aburrimiento. Una lástima porque Lorrie Moore es una autora que me gusta mucho o, mejor dicho, me encantan sus relatos y algunos de sus artículos pero sus novelas son un horror y no todos sus artículos son interesantes ni muchísimo menos. A ver que se puede hacer. Ensayos, reseñas y crónicas es, además de un título muy engañoso, el volumen que recoge un montón de artículos publicados durante años por la escritura americana. Digo que es engañoso porque la inmensa mayoría de los textos recogidos son reseñas de libros publicados hace treinta años. ¿Tengo algo en contra de las reseñas antiguas de lo que sea? Para nada. Las críticas teatrales de Dorothy Parker de los años veinte me encantan y este mismo mes he estado leyendo Slightly Foxed, una revista literaria inglesa, que recoge artículos y reseñas de libros publicados hace mil años y cuenta historietas sobre ellos. Con los autores ingleses me lo he pasado en grande, con Lorrie Moore me aburrí muchísimo tanto como para abandonar el libro. 

A pesar de todo esto Moore tiene mucho talento y algunos de estos textos se pueden rescatar, a mi me han interesado las críticas televisivas de The Wire o True Detective o Lena Dunham o los artículos sobre Richard Ford y Margaret Atwood, pero si no sabes de qué está hablando es como leer chino. Y doblé esquinas. Esta cita sobre el 11S que se aplica perfectamente a lo que estamos viviendo: 

«La interrupción de lo normal, de lo cotidiano, es lo que en verdad resulta inimaginable. El mundo es resiliente, no importa con qué intensidad interrumpamos nuestra vida diaria, siempre queremos recuperarla lo antes posible. El barniz de la civilización desciende rápidamente sobre todas las cosas, como una lluvia, y el polvo se asienta». 

Mi recomendación es que si queréis disfrutar a Moore leáis Pájaros de América. Si queréis leer esta recopilación yo os mando mi ejemplar.  

El karma o simplemente la casualidad hizo que después de Moore llegara una de las mejores lecturas del año: Física de la tristeza de Gueorgui Gospodínov.  Este libro llevaba en mi estantería año y medio, me lo recomendó uno de los infames en la Feria del Libro del 2019 y me daba bastante pereza. Ha sido una gratísima sorpresa, me ha gustado muchísimo. No se parece a ningún otro, se puede dar un aire a Sebald a ratos, a Auster en otros momentos o a Calvino pero con un toque muy diferente, exótico que le viene de ser búlgaro porque cómo escribió Fernando Portorosa en su columna sobre esta novela , de Bulgaria no sabemos prácticamente nada. 

Física de la tristeza es una especie de análisis de la tristeza como un fenómeno, un sentimiento, una sensación que nos acompaña toda la vida. Es el sentimiento que asociamos a la pérdida, a la nostalgia a la conciencia del paso del tiempo, al gris, a la infancia perdida, al recuerdo de los que ya no están, al olvido o a la incomprensión. Partiendo de todo eso y de como el mito del Minotauro, su obsesión desde niño, ha sido siempre algo que nos han contado mal, Gospodínov construye una novela que es como un laberinto, como si nosotros fuéramos el Minotauro y él fuera Ariadna con su hilo intentando guiarnos en la oscuridad porque el Minotauro no es un monstruo, es un niño abandonado. 

Física de la tristeza es un libro inquietante, divertido, nostálgico, entrañable y que se lee con un placer indescreptible, con el placer que surge de lo inesperado. En esta novela he hecho muchísimos hallazgos y he vuelto a tener la sensación de «yo no sé escribir» que me dejan las lecturas que me encantan. 

Gospodínov tiene un humor genial: 

«Es extraño que el socialismo y el vegetarianismo no se llevaran bien. Eran como el yogur y el pescado» 

Y es ácido, habla de una carta que le escribió una novia: 

«O este otro fragmento: "¡¡¡ Quiero que volvamos a ser felices como lo fuimos el ocho y el nueve de marzo!!!" Con tres signos de exclamación. Qué no daría por recordar qué fue lo que ocurrió el ocho y nueve de marzo»

O esto que no pensamos y es así: 

«No somos conscientes de lo difícil que es perderse hoy en día. Casi tanto como en su momento lo era no perderse».

Y reflexiones serias: 

«Me pregunto qué sensación de tiempo y eternidad tendrían aquellos anteriores a nosotros, en la noche de lo primitivo, aquellos que vivían en cabañas perecederas, que sobrevivían a sus cabañas, a sus fogones, que cambiaban de lugar, que medían en días y noches, en fuegos encendidos y apagados su propia vida. Ellos sí que vivieron eternamente, aunque muriesen con treinta años.» 

Corred a leer esta novela. 

Panza de burro de Andrea Abreu ha sido una de esas lecturas actuales a las que sucumbo porque la veo recomendado en todas partes. A estos libros siempre llego con mucha prevención porque ya sé que pasa con esas recomendaciones, que mucho lalalala y luego son un espanto. En este caso, sin embargo, Abreu consigue algo muy difícil, algo complejo para lo que hay que saber escribir muy bien y tener mucho oído: traspasar el habla canaria de una cría de doce años más o menos y su entorno a la página sin que resulte artificial ni chirríe. 

Panza de burro cuenta la historia de dos amigas, dos niñas, en sus vagabundeos durante el verano por su barrio que es su mundo porque no conocen nada más allá. La historia en sí no tiene mucho desarrollo, el valor de esta narración está más en la creación de ese escenario en el que Abreu consigue meterte, consigue que sientas la pobreza, los problemas ocultos de las familias, la "brumasera" ni deja ver el sol ni trae la lluvia y convierte el paisaje en una especie de Nada en la que el tiempo parece detenerse y no hay mucho que hacer ni ningún lugar al que ir. Mi mayor problema con este tipo de historias de amistad entre mujeres es que siempre hay una crece a la sombra de la otra o quizás es que las autoras eligen siempre narrar historias de amistades en desequilibrio y siempre desde el lado débil. Lo mismo ocurría en la tetralogía de Elena Ferrante pero allí era peor porque yo habría despellejado a las dos protagonistas en el primer volumen, no sé cómo aguante hasta el tercero. Aquí me ha chirriado pero Abreu consigue, a mi modo de ver, muchísimo mejor que Ferrante transmitir el habla de una niña y su visión del mundo. 

Original también la ortografía y la puntuación. Lo recomiendo si queréis leer a una nueva escritora con una primera novela interesante. 

«El cielo amaneció tan tapado que a la gente del barrio nos daba ansiedad de que lloviera o de que hiciera sol, pero que por favor no siquiera amenazando sin tomar ni un camino o el otro. A veces deseábamos la lluvia como quien pedía que la clavasen un cuchillo en el tronco porque estaba agonizando, como cuando los gatos le comían el rabo y las patas o les arrancaban la cabeza a las lisas y ellas seguían removiéndose en el suelo como si de verdad no se hubiesen muerto ya y pudiesen seguir viviendo sin cabeza». 

De mi último Delibes del año, Cinco horas con Mario, no puedo decir nada que no se haya dicho ya. Leí esta novela cuando tenía veintidos o veintitres años y recordaba que, en aquel momento, me había asombrado que se pudiera escribir una novela entera a partir de un monólogo sin resultar aburrido. (Estaba en esa etapa en la que uno cree que los diálogos son más entretenidos). Ahora viniendo de Panza de Burro, sorprendida por el oído de su autora para captar la oralidad, llegas a Delibes y madre mía, todo lo que le falta a Abreu está aquí: los personajes, la historia, una vida entera que se expande como una tela de araña y todos los sentimientos humanos: amor, ilusión, frustración, alegría, incomprensión, rabia, decepción, mezquindad, mediocridad, envidia, clasismo, ignorancia, superioridad moral, la necesidad de aparentar. La vida entera está en la historia que Menchu se cuenta a sí misma delante del cadáver de su marido.

Leyendo ahora, con veinticinco años más, me han parecido los dos unos pobrecillos. Ella en su estrechez de miras, aspirando siempre a otra vida, a que su marido fuera una persona que no era ni iba a ser nunca. Él sufriendo por un idealismo que le hacia despreciar a su mujer y sus necesidades sin que nada le importara y sufriendo toda su vida. Él tiene una depresión y me ha sorprendido como Delibes lo cuenta, como refleja la incomprensión social, ese ¿pero cómo vas a tener tú una depresión? 

«Es como lo de llorar, las primeras veces me desgarrabas el corazón, ¿eh?, ¡Dios mío, que hipo! Y "¿por qué lloras querido?" Y tú "no lo sé, por todo y por nada". ¿Tú crees que esas son formas? Y todavía Luis dándote por el gusto, que no es más que un Don Concedo "emotividad incontrolada. Depresión", que lo primero, vaya, lo admito, pero lo que yo le dije, y no me arrepiento, Mario, que me tuvo que oir, "deprimido no te lo consiento", tú dirás si tenías motivos, mira que eres, la comida a su hora, las camisas siempre a punto, una mujer pendiente de ti, ¿qué más puede pedirse?»

Leed a Delibes. Creo que esta frase es una de las que más he repetido este año. 

El tebeo del mes ha sido Bordados de Marjane Satrapi. Resulta que se lo había regalado a mis princesas el año pasado y no lo había leído. Me ha gustado muchísimo y me he reído. Antes de nada voy a aclarar que no tiene nada que ver con coser. Bordados se refiere a los estrechamientos vaginales que se hacen las mujeres en Irán, (y en otros lugares) cuando ya no son vírgenes para que los hombres tengan más placer. De esos "bordados" y de la visión que las mujeres tienen de las relaciones sexuales y amorosas se reúnen a hablar las mujeres en este tebeo: la abuela de Satrapi, sus amigas, su madre y ella misma. Cada una de ellas tiene una historia de amor o de horror o de las dos cosas a la vez. Es un tebeo divertido, tierno y con el que cualquier mujer, de cualquier país, se puede identificar en el tono, la complicidad al hablar con otras mujeres, la confianza, las historias y los secretos. Al leerlo se me ocurrió que es un tebeo con el que Almodovar podría hacer una gran película, lo veo.  

El penúltimo libro del mes ha sido uno que compré por impulso en la Librería La lumbre. Ni conocía al autor, ni había oído hablar del libro pero lo vi y me llamó. Otra vida por vivir de Theodor Kallifatides es la historia del propio autor, cuando después de llevar cincuenta años viviendo en Suecia y escribiendo en sueco decide que va a dejar de escribir. Vende su estudio, se libera de su rutina y se examina a ver qué siente. Dejar de escribir le provoca un cierto alivio, aunque no tanto como había pensado, y también desasosiego y, por primera vez en su vida, desarraigo. Llegó a Suecia huyendo de una Grecia que no quería y ahora es Suecia lo que no le gusta pero volver tampoco parece una opción. Es un librito breve con reflexiones sobre la vida, la vocación, la creatividad, la añoranza, el sentido de pertenencia, la lengua y el uso que hacemos de ella, el arraigo que te da conocer una idioma pero también la inseguridad permanente que acarreas siempre al escribir con él (en esto me ha recordado mucho a Agota Kristoff en La Analfabeta que tenía un capítulo entero sobre esto). Al final del libro vuelve a Grecia y todo esto del idioma tiene una resolución que me ha gustado muchísimo. 

He doblado muchas esquinas, es un libro impregnado de esa melancolía que a todos nos gusta, la de la nieve de Estocolmo y la de hora del atardecer en Grecia (alerta cursilismo por mi parte, no por parte de Kallifatides).

«Mi abuela no era periodista, ni filósofa, pero solía decir que las "las palabras no tienen huesos pero los rompen". Sabía lo que casi todo el mundo sabe: que una palabra puede hacer más daño que el cuchillo más filoso. Decir algo es hacer algo.»

Empecé el año leyendo El disputado voto del Señor Cayo y lo he terminado con La lluvia amarilla de Julio Llamazares.  Un círculo perfecto: empecé con Cayo sobreviviendo en casi soledad en su pueblo y lo he cerrado con el último año de Andrés de Casa Sosas en Anielle. La lluvia amarilla es, sin duda, uno de los libros más tristes que he leído en mi vida. Es una historia de un final, una historia sin esperanza, narra los últimos momentos de algo que jamás volverá y que no podrá recuperarse nunca. La muerte de un pueblo es como la de una persona, todo lo que ha sido desaparece y todo lo que podría haber sido deja de existir como realidad y como aquello que podría haber sido. Cuando avanzaba en la narración, pensaba que en los pueblos también se puede sentir el luto hacia delante, ¿como sería si no se hubieran ido todos? ¿Como serían las cosas si las casas siguieran habitadas? ¿qué voces se escucharían? ¿Qué vidas se vivirían si no nos hubiéramos marchado? 

La lluvia amarilla es la agonía de Andrés contada por él mismo.  El triunfo de la soledad que crece en forma de hiedra y malas hierbas colonizando las casas, las calles, los muros, las acequias y sube también por las piernas de Andrés, por su cuerpo hasta helarle el corazón hasta convertirse él también en ruina. 

«El tiempo fluye siempre igual que fluye el río: melancólico y equívoco al principio, precipitándose a sí mismo a medida que los años van pasando. Como el río, se enreda entre las ovas tiernas y el musgo de la infancia. Como él, se despeña por los desfiladeros y los saltos que marcan el inicio de su aceleración. Hasta los veinte o treinta años, uno cree que el tiempo es un río infinito, una sustancia extraña que se alimenta de sí misma y nunca se consume. Pero llega un momento en que el hombre descubre la traición de los llega. Llega siempre un momento –el mío coincidió con la muerte de mi madre– en el que, de repente, la juventud se acaba y el tiempo se deshiela como un montón de nieve atravesado por un rayo. A partir de ese momento ya nada vuelve a ser como antes. A partir de ese instante, los días y los años empiezan a acortarse y el tiempo se convierte en un vapor efímero –igual que el que la nieve desprende al derretirse– que envuelve poco a poco el corazón, adormeciéndolo. Y, así, cuando queremos darnos cuenta, es tarde ya para intentar querer rebelarse.»

He cerrado el año con un libro tristísimo que me ha encantado, tanto que dejé pasar dos días completos antes de empezar otro porque quería quedarme con él. Estoy pensando que este mes han caído varios libros de gente mayor haciéndose mayor, aunque Menchu tiene apenas mi edad. 

Y este post eterno da fin a un año con sesenta y cuatro lecturas encadenadas, treinta autores y veintidós autoras, doce Delibes, diez tebeos y autores griegos, iraníes, franceses, ingleses, americanos, alemanes, búlgaros, israelíes, mexicanos, portugueses, chilenos, holandeses, ucranianos y una autora rumana infame  responsable del peor libro del año.

Nos vemos en los encadenados de enero.

miércoles, 30 de diciembre de 2020

Sigamos


Hacer una lista de cosas buenas del año 2020 puede parecer una majadería, una estupidez, un rasgo de buenrollismo (no sé porque esta frase me ha sonado a una rima atroz de Mecano) pero creo que, esta vez, todos deberíamos hacerlo. Quizás no cosas buenas, entendiendo buenas como maravillosas, pero simplemente cosas que han ocurrido este año que no sean la pandemia, el confinamiento, el pan casero, las mascarillas,  los aplausos, la enfermedad y la muerte porque aunque nos cueste creerlo, esto pasará y se nos olvidará y recordaremos, si es que queremos recordar, el 2020 como el año del coronavirus y no solo ha pasado eso. 

Al 2020 le agradezco el teletrabajo y la falta de compromisos sociales. Una persona falsamente social como yo agradece muchísimo minimizar las interacciones personales, manteniéndolas centradas exclusivamente en las que deseas con todas tus ganas: tus amigos. El resto, puff, desaparecidas. ¿Y el teletrabajo? Madre mía, lloro cada día al levantarme y no tener que salir de casa, ni interactuar con nadie, ni escuchar cotilleos de pasillo, ni comer rancho de cantina. ¿No es para todo el mundo? Entiendo que el teletrabajo para algunos puede ser como si las hermanas de Cenicienta se probaran el zapato de cristal pero a mí me va como un guante, perfecto. 

El 2020 es el año en que he cumplido uno propósito. ¡Albricias! Dije que cada mes leería un Delibes y lo he cumplido con creces. Hay que decir que era un propósito fácil pero claro, con cuarenta y siete años, una conoce sus debilidades y sus fortalezas (ninguna) así que aspiré a algo asequible. El del 2021 no lo he pensado aún, y a este paso tendré que improvisarlo. 

En el 2020 me he reencontrado con mis hijas. No es que las hubiera perdido, ni nos hubiéramos distanciado pero vivíamos asediadas por la Nada adolescente, por el desasosiego que crea el adolescentismo. Una especie de marejada rodeaba permanentemente la convivencia familiar con días de marejadilla (los menos) y muchos días de fuerte marejada que hacían que los días fueran cuando menos agotadores. El 2020 ha traído calma chicha o quizás nos hemos hecho todos lobos de mar y nada nos asusta. Es más, empiezo a encontrar esta situación extrañamente estimulante, casi me asusta despertarme un día con barba de George Clooney en la tormenta perfecta. El 2020 es por supuesto el año en el que, por fin, me dejé el pelo blanco también contra viento y marea. ¿Parezco más vieja? No creo, parezco la edad que tengo, cuarenta y siete  años. Otro tema es que la publicidad, la sociedad, las pelis, las fotos nos hayan hecho creer que las mujeres con cuarenta y siete tacos no tienen ni una cana, que el pelo blanco es algo de las de más de setenta. Pues no. Isabel Presyler tiene el pelo más blanco que el Yeti... y mucho tiempo y pasta para llevarlo siempre como si no se hubiera hecho nada cuando en realidad lleva seis horas en restauración antes de hacer cualquier cosa. Hablando de señoras estupendas, el 2020 ha sido el de convertirme en Dorothy de Las chicas de oro, conviviendo con mi madre por encima de mis posibilidades y de las de cualquier otra persona. Me saca de mis casillas por completo y a ella todo lo que yo hago le parece regular tirando a muy regular y alcanzando el fatal con bastante frecuencia. La convivencia ha suavizado algunas de esas cosas y, como con mis hijas, navegamos un oleaje tolerable que solo alcanza tempestades si hablamos de política, de la emisora que escucha o de mi tendencia a recordarle que JAMÁS SABE DONDE TIENE EL TELÉFONO y que ella, en una maniobra que me deja totalmente descolocada, sostiene que es por mi culpa. (Todo es por mi culpa pero que ella no sepa donde tiene el teléfono es algo que escapa a mis superpoderes para decepcionarla, no se me había ocurrido escondérselo, la verdad). 

En el 2020 he vuelto a tener depresión, a terapia, a las pastillas, a tener miedo y ansiedad. Esto me preocupa bastante porque he empezado a hacer cálculos, y si la depresión es como El NIÑO y tiene ciclos y vuelve cada cinco años. Y si en el 2025 me toca otra vez? Sé que no tiene sentido pero 2020 ha sido también el año de elucubrar todo tipo de catástrofes y de darnos cuenta de que como dice el dicho "good news takes time but bad news happens instantly". Nos hemos hecho especialistas en imaginar que todo lo malo que antes creíamos imposible va a desplomarse sobre nuestras cabezas en cualquier momento.

En 2020, me enfadé con una señora por abrazar árboles, vi a Antonio Muñoz Molina y Elvira Lindo en una exposición sobre pintores americanos y cené con Oliver Laxe que es encantador y guapísimo pero tiene un tipo raro, mucho tronco y pocas piernas. Me invitaron a un curso de verano, hablé de Delibes, conocí a uno de sus hijos y quizás dormí en la misma cama que Brad Pitt. Estuve en Salamanca, Valladolid y Segovia. Fui a un velatorio y abracé y besé gente, porque mi tío se murió justo antes de que nos prohibieran hacernos compañía cuando los nuestros mueren. Empecé con el cine de Rohmer y aún no me he repuesto de la experiencia de La gran belleza y la orfandad tras terminar Hall & Catch Fire y The office. Quiero faldas de vuelo si alguna vez vuelvo a salir de casa y al mismo tiempo quiero una casa en Los Molinos con un jardín del que no salir nunca. ¿Para qué? Subí el Pico Cerler mientras, para distraerme de la agonía le contaba a Antonio el argumento de Tal como éramos. Qué peliculón, que guapo está Robert y ¿por qué deja a Barbra? Cuando la vi en su día pensé que ella era insoportable y  merecía que él se marchara, ahora he pensado pero Robert, alma de cántaro, ¿no ves que ella es muchísimo más interesante, que precisamente te saca de quicio porque nunca te vas aburrir hablando con ella? Si volviera a nacer, en el turno de pedir dones, pediría saber con dieciocho lo que sabes con cuarenta y siete. Creo que podría dominar el mundo y conseguiría que las mujeres lleven el pelo blanco desde los treinta sin tener que escuchar opiniones de todo el mundo. 

En 2020 he visto el castaño florecer y otoñar. Llevé a mis hijas a Ibiza y he empezado a pensar que parte de mi insomnio brutal es por su culpa, de las catorce horas que duermen del tirón sospecho que alguna hora es mía. En 2020 he montado un huerto que no fue muy allá pero es que ha sido mal año para los huertos, me he aficionado a recoger flores y me he hecho unas gafas rosas. 

En 2020 he empezado dos proyectos nuevos en sus respectivos cuadernos, he coloreado mandalas, he ahorrado muchísimo en gasolina, ropa y cenas, he dejado que mi hija María se rapara la nuca y he asistido (casi) impasible al empeño de Clara en seguir sin cortarse el pelo. Por cierto, en 2020 he aprendido que el padre de Alejandro Dumas era negro y fue general de Bonaparte y que el miedo a cortarse el pelo se llama tonsofobia (no viene en el DRAE, pero es traducción directa de tonsurephobia que sí existe en inglés).  

2020 ha sido el año en que la ultracitada frase de Didion se ha hecho realidad para todos: Te sientas a cenar y la vida que conoces se acaba. 

En el 2020 se ha acabado la vida que conocíamos y no volverá pero eso no quiere decir que la vida se haya terminado. 

Sigamos. 

lunes, 28 de diciembre de 2020

Me acuerdo de ellos


Blue Monday. Brian Rae
Blue Monday. Brian Rae
No sé como se llamaba ni a que se dedicaba. Conozco a su mujer y a sus hijos, una niña y un niño, de la edad de las mías. Era moreno, no muy alto y casi siempre llevaba un traje oscuro, una camisa clara y siempre corbata. Los primeros años nos saludábamos con la misma timidez con que nuestras hijas lo hacían en sus primeros días de clase y luego, poco a poco, con más confianza pero sin pasarse. Un "Hola" al cruzarnos por la calle, un levantamiento de cejas en un pasillo del colegio o una mirada de esas de padre curtido, que crees que no tendrás nunca, cuando ya has ido a más reuniones de padres de las que jamás pensaste que podrías soportar. Para él, supongo que yo era la madre de mis hijas. 
Se ha muerto el padre de C, me dijo María. 

De ella conocía su nombre, su apodo, su apellido, conocía a sus hijos, sus nietos, dónde vivía y la historia de toda su vida. El sonido de su voz y el tacto de sus manos.Una de las mejores amigas de mi madre, llevaba toda la vida quedándose ciega y cuando ibas con ella por la calle se ponía a tu lado y caminaba cogida de tu brazo, mirando al frente sin tropezar ni vacilar. Siempre coqueta y alegre. Siempre con una sonrisa en la cara y la carcajada lista para saltar. Una vez estuve con ella en la playa, en Benidorm, nos bañamos y charlamos mucho. Le comentaba el Hola en alto y a pesar de que ella apenas podía ver las fotos se moría de la risa con mis despellejes. Diferenciaba el color de la ropa por el tacto y su nieta L nació el mismo día y a la misma hora que mi hija María. Me llamaba "Anita". Una mañana de mayo, entré en el cuarto de mi madre, me senté a su lado en la cama y le dije: ha muerto Chati. No le dije nada más, solo la abracé. 

"Soy superfan de tu blog" me dijo la primera vez que la vi. Fue en su oficina, en la editorial en la que trabajaba que por entonces estaba en el Paseo de Recoletos. Nos caímos bien al instante y nos reímos mucho. Cuando volví del viaje a París que había ganado en un concurso organizado con motivo de un libro que habían lanzado "Moli, es muy malo pero se vende como churros", le traje caramelos y nos fuimos a cenar. Ella siempre me llamaba Moli. Hacia fotos, llevaba botas rojas en invierno y converse en primavera, adoraba a los Cazalet, la palabra musgo y la cursilería la sacaba de sus casillas. Le gustaba que yo despellejara libros que ella también odiaba. La última vez que la vi no me dejó darle dos besos, ni a mí ni a nadie, por miedo al Covid. Ya estaba muy enferma pero no dejó de sonreír. Adoraba las flores. Un wasap: Ha muerto Belén.

De él sabía su apellido porque colgaba en la fachada de su tienda. Un comercio mítico de Los Molinos. Recuerdo, de pequeña,  escuchar a mi alrededor "Es que es muy caro". Esto fue antes de Amazon, antes de que prefirieras gastarte más en la tienda de tu pueblo que en comprarlo por internet porque así puedess decir esa frase tan de estar ocupado, de tener algo que hacer, "bajo a hacer recados". Hemos redescubierto el discreto encanto de encargas cosas y esperar a que te llamen. Tenía barba, calva y los ojos claros. Le conocía hace cuarenta años y para mí, siempre tenía la misma edad: eterna.  Era premioso; "¿Qué necesitas? Tenemos estos modelos, este es un poco  más caro pero mejor. Lo he guardado por aquí". Daba paseos, lo vimos pocos días antes y por eso la noticia nos cogió por sorpresa. ¿En serio? ¿Pero él? Era como La Peñota, o Siete Picos o la fuente de Los Leones, algo que siempre está. No sabía cómo me llamaba pero sí de qué familia era. Otro wasap: Ha muerto Partida. 

Nunca he leído sus poemas, lo haré, pero fui a su última presentación hace más o menos un año. Ahora ya no está él, ni ella, ni la librería en la que presentaron su poemario. Alicia a mi lado comía frutos secos porque estaba haciendo algún tipo de dieta y yo, como siempre, me preguntaba como es posible escribir poesía, cómo se te ocurre, qué tipo de sensibilidad en el alma tienes para ver la poesía y escribirla.  No le volví a ver pero con las redes seguí su, como ellos la llamaban, subida al Everest hasta alcanzar el final. Un breve en un periódico: Ha muerto el poeta Miguel Ángel Herranz conocido como Miki Naranja. 

Que te recuerden tus amigos y tu familia es lo que todos esperamos pero ¿Qué huella dejamos en los que solo se cruzaron con nosotros algunos instantes o, en esta época, en la distancia de las redes? El padre de C, Chati, Belén, Partida, Miki se han ido, han muerto este año. Me acuerdo de ellos.