martes, 26 de abril de 2022

Un paseo que cura

Justo cuando iba a salir de trabajar, el cielo de Madrid se ha hecho noche y ha empezado a llover a mares, con truenos que en la Gran Vía resuenan como el final de una sinfonía y grandes charcos formándose en el alféizar de mi ventana. «Estarás contenta» me han dicho. Lo estaba pero solo un poco porque aunque me guste la lluvia, un tormentón gigante no me conviene para mi plan de ir y volver andando al trabajo. Entre unas cosas y otras, al salir ya no llovía y Silvia me esperaba abajo. Quería hablar conmigo, había subido a verme mientras yo bajaba y, por un momento, parecía que estábamos en una peli de enredos. Pero no estábamos para risa. 

«Ya casi no llueve. ¿Vamos andando?» le he preguntado. 
«Venga» 

Ella llevaba el pelo recogido con un arte que no tendría yo ni aunque dedicara el resto de mis días a intentarlo. Una gabardina marrón y unas zapatillas elegidas, claramente, sin haber mirado la previsión del tiempo. Siempre está guapa pero hoy tenía mala cara, cara de no puedo más, cara de vencida, cara de déjame descansar.  Pero ha podido, hemos atravesado Madrid sin parar de hablar. Sentada ahora escribiendo esto me doy cuenta de que no tengo ningún recuerdo de las calles que hemos atravesado, los semáforos que hemos cruzado, los edificios que nos han visto pasar inmersas en la conversación. Mi recuerdo empieza cuando hemos entrado en El Retiro. No había nadie, los paseos embarrados y nosotras caminando mientras empezaba a llover. 

«Te vas a mojar, que no llevas capucha» le he dicho mientras veía como sus gafas se llenaban de pequeñas gotitas. 
«No importa. ¿de cuantos colores tienes ese impermeable?»
«Solo tengo uno. Este»
«Pero ¿no era rojo»
«No, siempre ha sido verde»

Nos reímos de su despiste cuando pasamos justo por delante del Palacio de Cristal. Ya hablamos de lo que nos preocupa ni lo que nos indigna, se ha quedado atrás, en el asfalto que no recordamos haber pisado. Hablamos de hombres, de relaciones, de ser cuarentonas. Y sigue lloviendo.  Por los cristales de sus gafas se escurren cada vez más gotas de lluvia pero Silvia ya sonríe. El verde brillante de mi impermeable, el verde que nos ha caído desde las hojas de los castaños bajo los que hemos caminado, el que se reflejaba en el estanque y en el Palacio de Cristal, el de los pinos y la rosaleda y el de nuestras risas le ha sentado bien. Está mejor. Nos despedimos en la puerta del Mercadona con unos besos y más risas: «Cómprate algo rico para cenar» 

Sigo caminando, de camino a casa robo una lila del jardín de un vecino. 

Al llegar a casa ya no llovía y mi impermeable brillaba. Mientras lo dejaba en la cocina y colocaba la lila en un tarro viejo de mermelada he pensado «Qué buen paseo. Ha sido lo mejor del día» 

La lluvia nos ha aliviado. 

sábado, 23 de abril de 2022

Instagram y los padres de Chihiro

 

En la película El viaje de Chihiro hay una escena aterradora. Los padres de Chihiro no hacen caso a la advertencia que su hija les hace de no entrar en un parque de atracciones abandonado y acaban convertidos en cerdos que no paran de tragar toda la comida que les ponen delante sin fijarse en nada más. 

Ultimamente esta escena me viene a la cabeza cada vez que entro en Instagram y veo como mucha gente se queja de que el algoritmo maltrata su contenido, de que tienen que estar publicando todo el tiempo para que les lleguen seguidores, atención, interacciones, clics, comentarios y demás. En España estamos ahora surfeando la cresta de la ola en Instagram y creyéndonos los reyes del mundo (yo no). Como llevo muchos años por aquí y sé como de maligna es la mente de algunos lectores (alguno de los pocos que se dejan caer por aquí ahora) sé que alguno estará frotándose las manos y pensando "Ja, ya sé que comentario inteligente voy a dejar: «pues para no creerte la reina del mundo, hablas mucho de IG, si no te gusta para que lo usas». 

Instagram me hace gracia y me entretiene, me parece la banalidad más absoluta y me divierto. Ahora que en el Hola ya no conozco a nadie y además hacen un uso del photoshop tan extremo que creo que debería pasar a llamarse Hola Today, IG me sirve para ver casas bonitas que son mentira, historias de amor que son mentira y ver anuncios. Estoy muy a favor de la frivolidad, las mentiras brillantes y la publicidad engañosa. Lo que me preocupa y preocupa en sitios donde la cresta de la ola está revolcando a los entusiastas surferos de instagram es que ha convertido a la audiencia en vagos redomados. La gente ya no quiere ir a ningún sitio a buscar algo, ni siquiera quiere leerlo o tener que teclearlo en el buscador, quiere que una foto (sin mucho texto que me aburro) o un vídeo corto con un link donde pueda pinchar (porque como va a retenerlo en su memoria y buscarlo luego) le acerquen absolutamente todo. Ya no hay interés en buscar, en encontrar. Todo es "lo que me des y, por favor, machacadito, que no tenga ni que pensarlo, ni recordarlo, ni mucho menos buscarlo". Si tienes un blog tienes que contarlo en IG, si tienes una tienda tienes que estar poniendo fotos todo el día, si tienes un negocio, no dejes de hacer stories absolutamente banales y llenas de links, porque si dejas un solo momento de alimentar la máquina, caerás en el olvido. 

Por lo visto y esto no lo controlo porque yo no uso IG (ni twitter ni el blog) para ganar dinero ni influencia ni promoción, el algoritmo es un ente maligno, como el parque abandonado de la peli,  que va en contra de los creadores, que los penaliza si no están todo el día creando, vomitando contenido para que otros que, convertidos en los padres de Chihiro, lo engullan sin mirar. Veo a gente agotada "creando contenido" todos los días para no dejar de ser relevante y a mucha gente que si algo no está en IG cree que no existe.

Pero, 

vamos

ver

¿Estamos tontos? 

¿No es hora de pararse a pensar?

Si tu tienes un negocio y tienes tu cuenta de IG y muestras tu negocio, tus cositas y tal... y, de repente, la gente deja de hacer clic o de escribirte o de comprarte, ¿el problema es el algoritmo o que tus clientes, la gente, todos nos hemos vuelto gilipollas? ¿Somos los padres de Chihiro? A lo mejor esa gente que te escribía que le encantaba tu producto, tu cuenta, tus fotos, tu contenido, no apreciaba tu producto, tu cuenta, tus fotos, tu contenido...simplemente se lo tragaba porque tropezaba con él, porque le caía encima por el comedero automático de IG. 

Pensemos.

A lo mejor el problema no es el algoritmo, a lo mejor es que nos hemos vuelto idiotas o vagos o unos vagos idiotas. No queremos buscar nada porque "no tengo tiempo". Idiotas, vagos y mentirosas. ¿No tienes tiempo y pasas horas mirando IG o FB o Twitter? Claro que tienes tiempo pero no te da la gana. Claro que tienes tiempo pero no quieres reconocer que te has vuelto idiota. Quieres los destacados de IG, y las stories, y el servicio de entrega de lo que sea que compres en 24 horas. 

A mí no se me olvida donde está mi pastelería favorita, ni las librerías que me gustan ni dónde comprar la tinta con la que más me gusta escribir. Y no hablo solo de tiendas físicas, busco la web en el que sé que mejor revelan las fotos y donde hay descuentos para comprar mis sandalias favoritas. Tengo un lector de feeds en el que entro cada mañana y reviso todos los blogs o publicaciones que me interesan. Busco los artículos que me interesan en el periódico y leo newsletters. Y cuando no encuentro algo, lo busco, tecleando combinaciones diversas, en Google. Esto de buscar y encontrar no siempre es fácil porque aquí hay otro problema. Mucha de la gente que anda ahora corriendo y creando contenido en pildoritas ridículas de fácil digestión, tuvo un día un blog, una web. Un sitio en el que escribía con pausa, daba explicaciones y redactaba textos, un sitio con un buscador y etiquetas, con la información organizada. Muchos, la mayoría, lo abandonó o lo dejó ahí, aparcado. Todo lo que crea está ahora a merced del parque de atracciones maldito que ni ordena, ni explica y en el que es imposible encontrar nada. Hay que tragarse lo que te dé. Y ¿qué pasa si mañana esa red social desaparece? ¿Se esfuma? 

No veo muchas soluciones a este problema. De hecho la única solución que le veo al hechizo que nos ha convertido en cerdos con orejeras y enormes tragaderas sería, de hecho, que IG desapareciera, que se esfumara y despertáramos saliendo de esa rueda infernal. Que abriéramos los ojos y fuéramos a buscar lo que nos interesa o podría interesarnos, que sintiéramos curiosidad para movernos, para ir más allá de lo que sale a nuestro encuentro. 

No sé. En los podcasts americanos que escucho, en los artículos que leo, hay un run run en el ambiente, se dice, se comenta, se murmura que vuelven los blogs. 

Será los que se han ido, me digo yo a mí misma. 

sábado, 16 de abril de 2022

Podcasts encadenados. De obsesiones, folclóricas y mormones


Ahora que estáis todos entretenidos viendo procesiones, comiendo torrijas o paseando por la orilla del mar pensando en lo maravilloso que es estar de vacaciones, llego yo con mis recomendaciones de podcast para escuchar mañana en el atasco de vuelta. 

Al lío. 

Dentrísimo es un podcast de Manuel Burque para Spotify. La premisa es sencilla, charlar con gente que está dentrísimo de algo, obsesionado a niveles que desde fuera parecen rozar la locura. La gracia de Dentrísimo está en que no es un podcast de entrevistas con un tema, es mucho más. Burque comparte con su entrevistado o no, la obsesión y charlan sobre el tema intercalando esos fragmentos con datos interesantes y mucho humor. Estos fragmentos son de una voz en off, Javier Valera. La gran diferencia de Dentrísimo con cualquier otro podcast de entrevistas o conversacional (que no tienen porqué ser lo mismo pero de lo que ya hablaremos en otro momento) es que tiene un guión y un diseño sonoro trabajadísimo. ¿No lo notas? Bien, eso es porque está muy muy bien hecho. Por ahora hay disponibles tres episodios: dentrísimo de las plantas, dentrísimo del café y dentrísimo de los perfumes. No os lo perdáis porque os va a gustar y es un podcast diferente. 

¡Ay, campaneras! se ha terminado. Con el episodio dedicado a Rocío Jurado ha llegado al final la segunda temporada. ¿Qué voy a decir de este podcast que no haya dicho ya y que no suene a "comprad, comprad mis hermosos jabalíes" porque yo he trabajado en él? Pues lo que digo siempre, que la copla, sus historias y sus protagonistas pueden, a priori, parecernos algo que no nos gusta, que no resuena con nosotros en pleno siglo XXI pero que Lidia García con su escritura y su narración lo convierte en algo apasionante. En esta segunda temporada, durante ocho episodios nos ha ido presentando a mujeres importantes, importantísimas, de la historia de España. Mujeres que se labraron una carrera desde la nada, que triunfaron en España y también a lo largo del mundo, en Nueva York, Buenos Aires, México, que se rodearon de famosos, que arrastraron multitudes. Algunas nos resultan desconocidas como las hermanas Conesa y su trágica historia o La Argentinita. A otras las conocemos, o creemos conocer, mucho: Sara Montiel, Lola Flores o Rocío Jurado. Da igual, de todas Lidia nos descubre aspectos nuevos y nos deja siempre con la sensación de que cualquier cosa que pase, le había pasado antes a una folclórica. 

Sent Away es otra serie que he terminado esta semana. Es un podcast producido por APM reports, una de las organizaciones periodísticas más importantes de USA, Kuer (que no sé quienes son) y el periódico The Salt Lake Tribune. Sent Away es una investigación periodística en siete episodios sobre las organizaciones que hay en el estado de Utah para acoger y "tratar" a adolescentes problemáticos. Como todo el mundo sabe, en Utah los mormones son mayoría y todo en la vida del estado está impregnado por su religión, su visión del mundo, su manera de vivir. En USA existe la creencia de que los mormones y su disciplina pueden corregir cualquier desmán y por eso es el estado a donde van todos los adolescentes problemáticos: drogas, depresión, mal comportamiento, etc. Hay cientos y cientos de instituciones con cientos de programas para esos jóvenes. Sent Way disecciona principalmente uno de esos centros en el que han ocurrido todo tipo de desmanes desde maltratos, abusos, torturas y humillaciones hasta muertes y se centra en explicar como desde el propio estado no se ha ejercido ningún tipo de control sobre esos centros, dejándolos a su aire. ¿Por qué? Porque esos centros son una fuente de ingresos impresionante para el estado. A pesar de lo tétrico de todo el asunto, hay muchos testimonios de jóvenes que cuentan como fue su experiencia en esos centros, al final hay una cierta esperanza, no mucha, en que por fin se ponga algo de control en todo esta "industria". 

Sent away es un podcast muy serio, muy bien hecho, muy riguroso y que se sigue con interés (y horror). Se ha hecho un grandísimo trabajo de documentación e investigación, los testimonios tanto de las víctimas como de algunos responsables son sorprendentes y, además, es un podcast en el que los hosts se van intercalando sin que por ello se resienta la narración o el ritmo. Esta alternancia de hosts rompe una de las reglas del podcasting, que yo siempre repito además, de que hay que tener una voz que te cuente la historia para guiar al oyente. Sent away funciona perfectamente con varias. 

Por último dejo el episodio de ayer del Daily con la historia de Dennis Wayne que lleva veintisiete, ¡27! años en confinamiento solitario en una cárcel de Texas. Veintisiete años en una celda más pequeña que una plaza de aparcamiento, pasa veintitrés horas al día allí solo, sin ver a nadie, sin hablar con nadie y sale solo una hora al día a ejercitarse en un espacio un poco más grande. ¿Su crimen? Varios robos a mano armada en los años noventa cuando era un veinteañero y haberse escapado 2 veces de la cárcel. Es una historia terrible de crueldad carcelaria sin sentido. He aprendido también que en Texas hay más de quinientas personas en confinamiento solitario y más de ciento veinte llevan más de veinte años así. Me resulta incomprensible y aterrador. 

Para no dejaros mal sabor de boca, enlazo también la Banda Sonora de la newsletter La cabaña, llena de música para escuchar en estos días en los que uno fantasea con pasar la vida sin hacer nada, leyendo, escribiendo, paseando y comiendo torrijas. 

Como siempre, (casi) todo lo que recomiendo está en esta lista.

martes, 12 de abril de 2022

Hasta que las pienso

No he visto Retrato de una mujer en llamas porque en su día no encontré el momento de ir al cine, no encontré el momento de verla cuando estaba en una plataforma y el viernes, cuando me apeteció verla, ya no la encontré en ninguna de las que tengo. ¿Por qué me apeteció justamente el viernes? Porque en el desayuno había conocido a la directora, Celine Sciamma leyendo sobre ella un perfil en el New Yorker. Al llegar al artículo me sorprendió lo mucho que Celine se parece a Cate Blanchett, después pensé que seguro que me caí mal y, al acabar el texto, cogí mi libreta de citas y apunté esto: «Si no te lo transmiten, siempre hay que inventar. Eso genera mucha ansiedad. Te genera ansiedad tener que inventar lo que es besar a una mujer cuando no lo has visto. Pero lo haces. Lo inventas».

No lo había pensado nunca. Crecemos pensando que todo lo que tenemos que saber ya está inventado, ya está ahí, flotando en la sociedad, en la vida, en el colegio, la universidad, las pelis, la radio, los periódicos, internet y que lo único que tenemos que hacer es ir aprendiéndolo según un ritmo que nos marca la edad, la educación o nuestra familia. Pero ¿qué pasa con lo que no te cuentan pero existe? ¿Con lo que existe pero no se ha contado nunca? Celine habla de los besos entre mujeres en el cine, besos pasionales, besos lujuriosos. Ella explica como tuvo que inventar la manera de mostrarlo en el cine. Me quedé pensando al terminar el artículo. No es inventar es contarlo, mostrarlo, enseñarlo, convertirlo en algo tan natural como los besos entre hombre y mujer que han inundado nuestros ojos desde siempre porque están en todas partes.

No lo había pensado nunca. 

 Y como eso, hay un millón de cosas.  

El sábado mi madre me contó que una de sus amigas del colegio (tienen un grupo de wasap muy activo en el que están todo el día charlando), les ha confesado que ella no se lava el pelo en casa desde que salió del colegio. «¿Cómo?» «Que no se lava el pelo en casa nunca» Mi madre me lo repite más alto como si yo hubiera preguntado porque estoy sorda y no por la incredulidad que tal afirmación me provoca. 

«Vive cerca y no cocina» leo en otro artículo sobre la actriz Patricia Clarkson. La periodista se ha citado con ella en un bar cerca de su casa y, por lo visto, como Clarkson no cocina, así en general, no cocina nunca, no cocina nada, baja todos los días a comer y/o cenar al susodicho garito. «¿Cómo?» Me quedo tan estupefacta como con la amiga de mi madre. Dedico un buen rato de mi mañana darle vueltas a este pensamiento. Me resulta inconcebible, inimaginable. Puedo imaginarme siendo rica, teniendo una librería, siendo soltera, teniendo seis hijos y catorce nietos, siendo malabarista, carnicera, escritora del New Yorker, ¡francesa!, lesbiana pero comiendo siempre fuera de casa y no lavándome la cabeza jamás... no lo concibo. 

Y como eso, hay otro millón de cosas que no concibo. 

Hasta que me las encuentro. 

Hasta que las pienso. Y algo hace click. 

Y vengo aquí y lo escribo.