martes, 27 de octubre de 2020

Los yo nunca

Me encantaría acordarme del momento de este fin de semana en que se me ocurrió escribir sobre la ligereza con que soltamos los Yo nunca al aire. No sé en qué contexto fue, ni en qué andaba metida para que se me ocurriera pero llevo un par de días dándole vueltas y acordándome de las madres de Ucrania que durante la gran hambruna de Stalin acabaron comiéndose a sus hijos. 

Cuando eres pequeño, joven, maduro pero poco, los yo nunca salen de tu boca constantemente, se te van cayendo cada dos pasos y cada tres opiniones. Tienes yo nunca para cualquier tema: yo nunca votaré a este partido, yo nunca dejaré esta ciudad, yo nunca tendré hijos, yo nunca me casaré, yo nunca trabajaré en algo que no me guste, yo nunca me llevaré mal con mi madre, yo nunca le haría eso a mi hermano, yo nunca traicionaría a un amigo, yo nunca mentiría para conseguir un trabajo, yo nunca comeré carne, yo nunca llevaría pantalones pitillo, yo nunca me pondré vestidos de tirantes, yo nunca llevaré traje, yo nunca me pondré zapatos de cordones de pijo. No tienes medida ni control. Ni lo piensas medio segundo. Repartes yo nunca para todo y para todos y para ocasiones especiales tenemos guardado el top de la gama: el famoso yo jamás. Yo jamás haría algo así.  

Cuando caminas un poco por la vida, avanzas, dejas de mirarte el ombligo y la vida comienza a reirse de ti en tu cara te encuentras de repente tragándote muchos de los yo nunca que  tan alegremente habías ido soltando en los años anteriores. Los lanzaste y ahora vuelven a ti como un boomerang, golpeándote con toda su fuerza entre ceja y ceja. Si eran de los discretos, de los que nadie se acuerda, de los poco importantes, recoges esos yo nunca de tu pasado y discretamente, casi sin que nadie te vea, a escondidas, los tiras a la basura, miras a los lados y piensas: bueno, no es grave, nadie se ha dado cuenta. Y te pones los pantalones pitillo, los vestidos de tirantes o empiezas a beber cerveza.

Hay otros yo nunca que al golpearte te dejan brecha y resulta que como en su día no te contentaste solo con decirlos, con gritarlos sino que los enarbolaste como tu estandarte, como tu lema de vida, la discreción para recogerlos no está a tu alcance. Alguien, un amigo al que golpeaste con ese yo nunca, o un familiar o tu yo del pasado desde algún cuaderno, un mail o un viejo audio te mirará con cara de "Pero ¿tú no decías que tú nunca?" Y entonces, como no quieres aún reconocer que te equivocaste, que aquello fue una estupidez, elucubras una excusa para justificarte. «A ver yo dije que nunca tendría hijos pero a Pedro le hace ilusión» «Yo dije que nunca me casaría pero lo hago por mi madre» «Dije que yo nunca llevaría pantalones de tiro bajo pero es que ahora no hay otra cosa» A nadie le importa que no hayas cumplido tus yo nunca pero cuesta mucho bajarse del pedestal de sabiduría al que tan alegremente nos subimos. Todo se ve claro, cristalino y fácil desde el pedestal de las opiniones absolutas. Por último están los yo nunca que al volver te dejan tirado en el suelo, con conmoción cerebral. Son los yo nunca que vienen a revolcarte en tu vida, a demostrarte que, en realidad, no tienes ni idea ni de lo que eres capaz de hacer para lo bueno ni de la capacidad que tienes para sufrir, ni de la que tienes para ser cruel, para mentir, para defraudar, para aguantar, para sufrir o para dejarte llevar. Son los yo nunca que frente a ti te dicen: qué fácil era tenerlo todo claro cuando no estabas aquí, ¿verdad?  

Estos yo nunca te los tragas como puedes. Los digieres y si has aprendido la lección aprendes a manejar los yo nunca como si fueran nitroglicerina. Con mimo, con cuidado, midiéndolos con precisión milimétrica y rodeándolos de señales de precaución como "yo creo que yo nunca", "ahora mismo creo que yo nunca pero en realidad nunca se sabe". Cuando un par de estos te estallan también la cara decides prescindir por completo de ellos, y los cambias por el siempre socorrido y casi nunca bien apreciado: "pues, sinceramente, no lo sé". 

Este arduo camino plagado de brechas, golpes, conmociones hasta alcanzar el momento en el que dices nunca más un yo nunca no lo recorre todo el mundo. Hay muchísima gente aferrada a sus yo nunca como si tuvieran algún valor, como si sirvieran para algo. Aferrados a ellos aunque les hagan sufrir. Aferrados a ellos por el que dirán si los sueltan. Y luego están los otros, los que de verdad se creen los yo nunca. Y últimamente estamos rodeados de ellos, por todas partes. 

Los chinos dicen no sé qué de no desear algo. Yo solo te deseo, deseo que a todo el mundo la vida le ponga en una situación en la que al tragarse un yo nunca se de cuenta de que hasta que no estás ahí, hasta que no lo estás viviendo (lo que sea) en realidad no tienes ni idea de qué harías. Y por eso, la mejor opción siempre, es que te guardes tus juicios sobre los que está pasando otra persona y que si quieres decir algo digas: pues, yo no sé que hubiera hecho. 



miércoles, 21 de octubre de 2020

Siluetas del pasado

Willy Ronis

El otro día le expliqué a mi hija qué eran las páginas amarillas. Me miró con sorpresa. Para ellas la vida antes de internet es casi un pasado mitológico lleno de leyendas y seres fantásticos que ya no existen, que solo pueden conocer porque los mayores de la tribu: mi madre, mis hermanos, su padre y yo, les hablamos de ellos. No sé si ellas tienen la sensación de haberse perdido un pasado mejor, un pasado más chulo o más acogedor. Recuerdo cuando mi madre me hablaba del sereno de nuestro barrio y como nos abría el portal cuando llegábamos por la noche desde Los Molinos y nosotros, mis hermanos y yo, dormíamos en el coche. Cada vez que mi madre me contaba esas historias yo echaba de menos no haber conocido al sereno. Me pasaba lo mismo con los tranvías de Madrid o con los guateques en el bar Zacarías en el que se conocieron mis padres, con su cocinita de juguete en la que ardía un fuego de verdad y con el lechero que les traía las botellas a casa.

No sé si es la pandemia, tener cuarenta y siete años y medio, que mis hijas sean ya mayores y autónomas o un estado de ánimo a juego con mis canas pero me siento nostálgica. Me sorprendo enumerando cosas que ya no existen y no son solo objetos, son también sensaciones, palabras, rutinas, hábitos. Por ejemplo, ya casi nadie hace embozos. Muy pocos saben lo que es un embozo y yo, sin embargo, debajo de mi edredón con su preciosa funda echo de menos una sábana y un embozo. (Sí, he escrito tres veces la palabra, como si fuera un conjuro de la Bruja Novata para que  no se pierda la palabra). Echo de menos los teléfonos fijos. Sí, sé que eran un engorro, que no saber quién te llamaba te exponía a tener que hablar con gente con la que no querías hablar, que no podían silenciarse (bueno, sí se puede. Mi amigo Juan lleva con el teléfono descolgado desde que comenzó el siglo) y que siempre sonaban en la siesta pero los echo de menos. Un callejero. Algo que cualquier conductor guardaba en la guantera de su coche porque ¿Cómo ibas a saber llegar a la calle Garabito sin callejero?  ¿Quién sabe usarlo ahora? Sí, es cómodo que una voz te vaya guiando y  el callejero tendía a deshacerse y era incómodo y faltaban calles pero echo de menos esa sensación de buscar tu camino en vez de sentirte como un personaje de videojuego manejado por una voz que te dice a 200 metros gire a la derecha.  Echo de menos no saber qué tiempo hará mañana, levantarte sabiendo que a las tres de la tare lloverá está muy bien, te permite hacer planes, dejar la ropa tendida dentro y elegir el calzado adecuado pero es tan poco emocionante. 

Las páginas amarillas, los tocadiscos, los teléfonos de rueda,  el quedar con los amigos a base de pasear y con suerte encontrarte, el bono metro que se picaba en una máquina, las fotos en papel, estas cosas van perdiéndose poco a poco porque así tiene que ser, porque nada es eterno. Yo no conocí las tiendas de sombreros, ni a las chicas con falda lápiz para  vestir a diario, ni a lo serenos, ni los guateques, ni muchísimas otras cosas porque se fueron desdibujando hasta desaparecer. Pero , ahora mismo, hay otras cosas que están desapareciendo de golpe, que se están esfumando ante nuestras narices y que mis hijas serán capaces de recordar: el tiempo en el que podías ir por la calle sin mascarilla, la seguridad de una rutina, el contacto físico con otra persona, los conciertos, llorar al lado de un desconocido que está sentado pegado a ti en una butaca en el teatro, los folletos de las exposiciones, las consignas en los museos, los aeropuertos abarrotados...

Sí, sí, sé que quizás estoy exagerando. "No seas dramas, todo volverá". Quizá no, quizá se han perdido para siempre.  Una de las características de las cosas que desaparecen es que no saben que están desapareciendo, creen, creemos, que permanecerán para siempre porque ¿Cómo vamos a desaparecer? 

Los objetos, las rutinas, las sensaciones, las palabras, los oficios, las faldas lápiz, los cardados y los tranvías desaparecen. Y todo va dejando una silueta, como la que se traza en las películas con tiza alrededor de los cadáveres, para que, por lo menos, no las olvidemos. 



viernes, 16 de octubre de 2020

Podcasts encadenados




Con un poco que leas la prensa, escuches la radio, veas las portadas de alguna revista, pulules por twitter o te pasees por instagram, la palabra podcast está por todas partes. Todo el mundo habla de podcasts y casi todo el mundo los hace. Es el medio de moda o nos lo quieren vender como el medio de moda. En mi experiencia creo que es una burbuja gigante que está muy lejos de la realidad del mundo. La mayoría de las personas con las que yo me relaciono no escucha podcasts y me mira con cara de «Pobrecita, que obsesión le ha entrado» cuando con cada tema de conversación que tocamos, yo digo algo como «Ay, conozco un podcast sobre eso». ¿Qué quiero decir con todo esto? Pues que el mundo de los podcasts es estupendo y está lleno de posibilidades pero que no hay que dejar que este boom nos predisponga contra él. En España está casi todo por hacer y casi todo por descubrir y para eso escribo estos post (que nadie escucha) para dar a conocer las maravillas que podéis encontrar por ahí, alejadas de lo que se publicita a bombo y platillo que, no por estar en todos lados, tiene necesariamente que ser lo mejor. (Sencillamente tienen más dinero para promoción).

Empiezo las recomendaciones de esta semana con una novedad en español que sé que va a tener éxito. DE ESO NO SE HABLA, es un podcast nuevo realizado por un grupo de mujeres estupendas con Isabel Cadenas Cañón como voz cálida y cantante. El podcast es tan estupendo, la idea primigenia para realizarlo era tan buena, que fue seleccionado para un programa de mentoria, tutoria y acompañamiento por parte de PRX y el Google Podcasts Creator Program entre cientos de proyectos presentados de todo el mundo. Sé que esto puede no deciros nada pero es el equivalente a que te llame el M.I.T para financiarte tu investigación y significa que desde España se pueden tener ideas maravillosas para podcasts con proyección internacional. 

¿De qué va DE ESO NO SE HABLA? Pues justo de eso, de las cosas que no se hablan porque es mejor no mencionarlas, porque los secretos aireados pueden doler o matar o crear incomodidad. De las cosas que todo el mundo sabe pero no quiere saber, de las historias familiares con las que se vive pero de las que no se habla. No quiero contar mucho más porque prefiero que lo descubráis, que os adentréis de la mano de la voz de Isabel, que ya aviso que tiene un punto ASMR, en el primer episodio que sé que no os va a dejar indiferentes. Al terminar, saltaréis al segundo que no se parece al primero porque todos los silencios, las cosas de las que no se habla son diferentes aunque yo creo que se sienten igual.  Además de la historia y lo que se cuenta sobre el silencio, conviene anotar que detrás de este podcast hay un año de trabajo, un año de pensar, buscar historias, escribir, reescribir, editar, grabar, cortar, corregir y dedicar a cada detalle mucho mimo y eso se nota. Igual que he comentado la falsa burbuja que podemos ver ahora en los medios y a la que me opongo, estoy en contra también de la idea de que para hacer un buen podcast solo hace falta charlar de manera espontánea delante de un micrófono. No es verdad, se puede hacer un buen podcast de manera amateur  pero siempre se hará mejor si se trabaja sobre él con tiempo y con dinero.  (Por si acaso hay dudas, se puede hacer un podcast horrible con mucho dinero y mucho tiempo y hay innumerables pruebas de ello). 

Un último consejo, no miréis nada antes de escuchar DE ESO NO SE HABLA. Id y dadle al play, escuchad y luego visitad su web en la que encontráis el material que necesitáis para completar los  silencios que habéis escuchado. 


Podcast:
DE ESO NO SE HABLA. 
Episodios: quincenales, los domingos. Duran una media hora. 
Pista: empezar por el primero, PREGUNTAN POR TI se titula. Una maravilla. Saltad luego al segundo. Todos son diferentes. Visitad la web. Ah, y si tenéis alguna historia de silencio que queráis contar, contactad con ellas. 


¿Qué más tengo por ahí que me haya gustado mucho? Pues del tirón me he escuchado CALIFORNIA CITY, un podcast de LAist Stuidos con la periodista ambiental Emily Guerin. Este podcast cuenta la historia de una ciudad en el desierto. Pedro Torrijos eligió California City para su primer hilo sobre curiosidades urbanísticas y arquitectónicas y podéis verlo aquí para haceros una idea.Emily se sumerge en esta historia para intentar entender que lleva a alguien a querer construir una ciudad en medio del desierto, en mitad de ninguna parte, ¿idealismo? ¿avaricia? ¿maldad? ¿locura? y a conocer también porque otro alguien a escucha los cantos de sirena del que le ofrece comprar un terreno en medio del desierto. Esto no tiene misterio, en la base de cualquier estafa piramidal está la avaricia, el creerse más listo que los demás y el deseo de enriquecerse. Aprovecharse de esa inclinación natural es lo que hacen los estafadores y lo hacen muy bien.

CALIFORNIA CITY se sigue con mucho interés y es muy entretenido porque combina el recorrido histórico de la ciudad desde su creación hasta nuestros días, con la experiencia personal de la propia Emily contando como encontró la historia y como la fue siguiendo, sus dudas, sus cambios de opinión a lo largo de la investigación y, también, la presencia de implicados en toda la historia: creadores, estafadores, estafados y hasta un asesino.

Podcast: CALIFORNIA CITY 
Episodios: ocho episodios de media hora de duración.
Pista: yo empezaría echando un vistazo al hilo de Pedro Torrijos para ver realmente en toda su dimensión en qué consiste el concepto mitad de la nada y luego escucharía la serie completa. Hay que prestar especial atención a como los estafadores, los buenos, despliegan sus artes de tal manera que aunque nos creamos a salvo, cuando estás cerca de ellos, cualquiera puede caer en sus redes. 

Hay todo un género de podcasts dedicado a estafadores y estafas que yo encuentro particularmente interesante porque  siempre crees que «a mí no me de la darían» pero cuanto más escuchas estas historias, más cuenta te das de que no estás a salvo para nada. (Si alguien, como yo, se siente inclinado por estas cosas, que me lo diga y le daré más recomendaciones)


Para terminar vamos al que para mí es uno de los podcasts más importantes de la historia. IN THE DARK, es un podcast monumental, impresionante y, además, un ejemplo de trabajo periodístico magistral. No sé si ya lo he recomendado en otras ocasiones pero el final, esta semana,  de la segunda temporada merece que le vuelva a dedicar tiempo. In the Dark es un podcast de American Public Media, y tiene a la cabeza a la periodista Madeleine Baran. El propósito detrás de este podcast es el de investigar en profundidad, y cuando digo en profundidad quiero decir hasta el más mínimo detalle un caso en concreto. La primera temporada investigaba la desaparición, en 1989, de Jacob Wetterling, un niño de once años. A mí me encantó y la recomiendo muchísimo pero no quiero extenderme sobre ella porque lo que ha llevado a In the dark a las portadas de todos los medios americanos ha sido su segunda temporada.

El 16 de julio de 1996 alguien entró en el almacén de muebles Tardy en Winona, Mississippi y asesinó a cuatro personas. Curtis Flowers fue detenido meses después acusado de haber sido el responsable de los asesinatos. En 2017, Madeleine Baran recibió un mail de una mujer que le decía: ¿sabes que hay un hombre en Mississippi que ha sido juzgado seis veces por el mismo caso? Aquello le pareció tan raro que pensó que era imposible pero decidió investigarlo y comprobó que era cierto. A partir de ese momento, el equipo de APM se instaló en Winona e investigó hasta el más mínimo detalle sobre el caso. Entrevistaron a cientos de personas, abogados, policías, la familia de Curtis, la familia de los asesinados, testigos, compañeros, amigos. Rastrearon al milímetro lo que ocurrió aquel día, los informes policiales, las declaraciones de los testigos, la vida de Curtis, la de las víctimas, la de los testigos. Repasaron lo que ocurrió en cada juicio, lo que dijo el fiscal del distrito, el juez, los abogados defensores. Todos y cada uno de los pequeños detalles fue milimétricamente investigado y, poco a poco, descubrieron que las piezas no encajaban, que algo estaba mal, que parecía haber por parte del fiscal un empeño en acusar a Curtis incluso manipulando testimonios y ocultando información. Descubrieron también que se había manipulado la elección de los jurados favoreciendo siempre la presencia de blancos. La importancia de sus investigaciones llegó hasta el punto de conseguir que unos nuevos abogados cogieran el caso y lo presentaran al Tribunal Supremo de los Estados Unidos. El Tribunal no coge muchos casos al año pero éste sí y resolvió sobre él el verano pasado. ¿Puede ser emocionante como un capítulo de CSI un episodio de podcast que transcurre en una sesión del Tribunal Supremo? Ya os digo yo que sí. 

 La segunda temporada fue creciendo y creciendo según se fueron desarrollando los acontecimientos pero, a pesar de todos sus esfuerzos, nunca consiguieron entrevistar a los dos protagonistas principales: el fiscal y Curtis Flowers. Esta semana, por fin, Madeleine se ha reunido con Curtis que ha salido de la cárcel definitivamente y sin cargos. 

IN THE DARK es apabullante en todo. La manera en que te cuentan la historia de manera detallada pero tan ordenada y bien explicada que en ningún momento se te hace pesada o reiterativa. El guión medido al milímetro para que el arco narrativo funcione en cada episodio, el trabajo exhaustivo de investigación que resulta palpable en todo momento. Es un podcast espectacular, una cumbre periodística que ha conseguido eso tan raro hoy en día: que el trabajo periodístico sirva para dar a conocer una historia y mejorar la realidad. Eso casi no pasa ya, no pasa nunca. 

Mientras escribo esto, tengo la sintonía del podcast sonando en mi cabeza. Eso solo pasa con las cosas que te dejan huella. 

Podcast: IN THE DARK.
Episodios: 20 de casi una hora cada uno. 
Pista: empezar por el principio, con calma, para conocer la historia poco a poco. La trama se sigue como una capítulo de CSI, como una novela de misterio que te va atrapando poco a poco en cada detalle. 

Para terminar un par de avisos: hay nuevo episodio del podcast de Bankia después de que haya salido la sentencia que los absuelve a todos. Y ¡tachán! la semana que viene llega la nueva temporada de Gabinete de curiosidades a Podium Podcast, sé que soy muchos los fans de Nuria y me encanta daros buenas noticias. 

Como siempre, si escucháis algo, venid a contármelo.  

jueves, 8 de octubre de 2020

La tristeza y el silencio

 «Siempre que te veo me sabe a poco y vuelvo a reflexionar sobre ese absurdo fenómeno que cada día se da con más frecuencia, de ir perdiendo la conexión con los seres que nos son más afines, mientras, por el contrario, gastamos tantas horas en frecuentar o aguantar a gente que nos importa muy poco. Tú eres para mí uno de esos afectos sólidos y constantes que resuenan al fondo de otras cosas más bulliciosas y aparentemente de mayor relieve. Y siempre estás igual que cuando bajabas en corbata y playeras a la playa de Formentor.» (Carta de Carmen Martín Gaite a Miguel Delibes en abril de 1983) 

Martín Gaite describe a Delibes como un afecto sólido en el que poder anclarse, descansar, retomar fuerzas. No dice me encanta hablar contigo o qué bien lo pasamos o como me ayudó lo que me contaste. En la oscuridad de la sala de la exposición de la Biblioteca Nacional, leo y releo ese fragmento y casi puedo verlos juntos, sentados, hablando sin grandes expresiones y sin tratar de cambiar el mundo, simplemente disfrutando del bálsamo que su compañía mutua les proporciona. 

Imagino a Delibes en su casa, melancólico como él se definía y arrasado de tristeza desde la muerte de su mujer, sintiéndose reconfortado por las cartas de Martín Gaite y de otros amigos. Probablemente no contestara  diciéndoles que lloraba al vestirse, que la tristeza le ahogaba mientras se sentaba a trabajar o cuando salía a pasear. Contestaba a todas las cartas que recibía y quiero pensar que en sus respuestas encontraba un desahogo o un medio para encauzar su tristeza y que ésta fuera más llevadera, por lo menos durante un rato o, a veces, durante días.  

Me obligo a salir de casa,  a ponerme zapatos, a peinarme, a bajar a la calle y a caminar. La gente dice que Madrid está más triste, a mí me parece que está más vacío pero igual de hostil, sigue sentándome fatal y después de siete meses de ausencia me está costando habituarme. Probablemente porque no quiero habituarme. Llevo tres días llorando de tristeza. Lloro abrazada a mis hijas, lloro mientras cocino y lloro mientras trabajo. Lloro mientras hago la cama y ordeno la ropa. Y no lloro mientras hago la tabla de abdominales porque el odio consume toda mi energía, pero lloro, otra vez,  mientras escribo a Juan. «Estoy muy triste»«¿Te llamo?» me pregunta.  «No, no quiero hablar, voy a salir a dar un paseo y a ver la expo de Delibes.» 

Para mi la tristeza es solitaria, muda. No quiero contarla, ni explicarla, ni buscarle razones, ni justificaciones. Y no quiero hablarla. La tristeza no mejora al ponerle palabras porque se enreda, porque parece, entonces, inexplicable y frívola e innecesaria. Y no lo es, nunca lo es. Se dice que es difícil expresar, con palabras, la felicidad pero, para mí, es al revés, es la tristeza lo que no tiene explicación porque ponerle palabras me resquebraja. Puedo contar mi felicidad, mi tristeza solo puedo enseñártela.  Se que lo que mejor marida con mi tristeza es el silencio que dice: se que estás triste, estoy aquí. El silencio que solo dan los afectos sólidos y constantes, aquellos a los que siempre puedes recurrir sin tener que explicarte, diciendo solo "estoy triste" y que eso sea suficiente consuelo. 


lunes, 5 de octubre de 2020

Lecturas encadenadas. Septiembre

 Ya está aquí el otoño, los días más cortos y de nuevo (nunca se fue) la pandemia que nos obliga a quedarnos en casa tan ricamente, sin compromisos, sin recados, sin visitas inesperadas. Espero sacar, de esta época de reclusión,  mucho más tiempo para leer. Ya que no escribo (lo sé, lo sé, la semana pasada no publiqué nada) a ver si me dedico a leer. 

Al lío. Septiembre ha sido un mes de muchos tebeos, me ha dado por ahí. 

Tú, una bici y la carretera de Eleanor Davis fue el primer libro del mes. Es una historio autobiográfica trazada con un dibujo sencillo pero muy lírico, lleno de sensibilidad. Eleanor Davis se retrata así misma en su empeño por recorrer en bicicleta la distancia que va desde Arizona a Georgia. Los paisajes que atraviesa, la gente que conoce, las penurias físicas, que son muchas, la superación del dolor, la frustración, la soledad, el consuelo en manos de extraños o de tus seres queridos. 

Es un tebeo bonito, muy bonito, aunque al principio pienses: "esto lo dibujo yo".  Y la historia que cuenta es un poco americana, un poco rollo "Salvaje", de superación, pero con la que conectas mucho porque ella ni se pinta guapa, ni atlética, ni montando en bici feliz y sin renegar de los dolores. Añado que a mí me ha parecido bastante imprudente dedicarte a dormir en las cunetas de las carreteras pero los americanos son así.  

Del lirismo y la sensibilidad de Davis pasé del tirón a El hombre deseado de Ralf König, un tebeo que, por lo visto, es un referente en el mundo gay. Es un tebeo de 1986 y se nota. Ha envejecido en cuanto al tipo de dibujo y, por supuesto, en cuanto al tono. Es probable que gente que lo lea ahora lo encuentre ofensivo pero no lo es para nada. Está lleno de humor, de auto parodia y de sarcasmo. El hombre deseado cuanta la historia de un grupo de amigos gays de Dusseldorf cuando a su pandilla llega un hombre heterosexual guapo y muy machista por el que todos se sienten atraídos y que todos quieren llevarse a la cama. Es una gamberrada divertida. Me ha encantado que en la solapa cuenten que el autor estudió carpintería y salió del armario en la misma época, porque me ha parecido el colmo de la fantasía gay: un rudo carpintero con su cinturón de herramientas. (Bueno, y también es un poco fantasía de mujer heterosexual, que conste.)  

La primera novela del mes fue Basilisco de Jon Bilbao y lo primero que tengo que decir es que no se parece a nada que haya leído hasta ahora. Mitad historia del oeste con indios, vaqueros, buscadores de oro, sectas y mitad novela ¿autobiográfica? sobre hacerse adulto, tener hijos, ser consciente de tus padres como entidades independientes de ti. La imbricación de estas dos historias está, la mayor parte del tiempo, muy bien conseguida y solo en algunos momentos flojea pero en general es una novela que funciona a la perfección a pesar de la inicial extrañeza que puede sentir el lector provocada más que nada por la sorpresa. En la parte autobiográfica, en algunos momentos, se vuelve dolorosa por lo que se dice, se hace y se siente y la parte del western se sigue como una novela de aventuras en la que casi puedes tragar el polvo de los caballos. 

Leyendo esta novela descubrí que estoy un poco harta de novelas de parejas que se llevan mal, se hacen el vacío, están hastiadas y no encuentran sentido a su vida. Desde aquí invito a los novelistas de este país a escribir, para variar, algo sobre parejas que se lleven bien, que sean felices en general aunque discutan, que disfruten de la vida aunque no se parezca al cuento que todos hemos soñado y, sobre todo, que no den pereza.  Una historia bonita sin estridencias, para variar.  No sé cuando hemos decidido que eso no puede ser literario y que todo tiene que ser atormentado. 
Anoté en mi cuaderno esta cita que encabeza la novela. 
(...) la sensación que tenemos de fracaso, y de que nos equivocamos en nuestros juicios, y ese debatirnos entre la culpa y la vergüenza, eso es porque somos seres humanos. Así que intenta recordar solo una cosa. No fue culpa tuya. (Alan L. May, Centauros del desierto)
 Leed Basilisco porque no se parece a nada aunque hayáis leído cosas parecidas. 

A lo mejor alguien que lee esta sección ha pensado "Ah, como ya dio su charleta sobre Delibes, ya no va a leer más". Pues no, sigo con mi plan de un mes, un Delibes y el de septiembre fue Las guerras de nuestros antepasados.  Confieso que sigo con el plan y que me daba un poco de pereza volver a él pero ¡menos mal que he vuelto! Esta novela, formalmente, no se parece a ninguna de las otras que he leído hasta ahora. 

La historia de Pacífico Pérez está construida a través de un único diálogo, que tiene lugar durante siete noches, con su médico, el Doctor Burgueño. Formalmente, como he dicho, es muy diferente, casi como si Delibes hubiera probado una nueva manera de jugar con su juguete favorito y éste es, otra vez, la vida en un pueblo.  Delibes, de la mano de Pacífico, nos lleva a Humanes del Otero, un pueblo dividido y unido donde vivía con su Bisa, su Abue, Padre, Madre y su hermana. Allí se cría entre historias de guerras, aprendiendo de la naturaleza, sabiéndose distinto y alentado por las enseñanzas de su tío Paco. La Candi que llega de fuera, "contaminado" con otras ideas, con las de la ciudad, le descubre el sexo, la pasión, otra manera de pensar y desencadena el acontecimiento que lleva a la segunda parte de la novela. No quiero contar más para no destriparla porque es mejor llegar a ella y sorprenderse. 

Una vez más, es impresionante la maestría de Delibes para construir un personaje, una vida, un escenario, un paisaje y otros personajes a partir de un diálogo continuo, de un monólogo. 

«Bueno, oiga, pues mi tio Paco me enseñó a mirar, que hay cosas que uno tiene delante de las narices y, por lo que sea, no las ve ¿entiende? Pues a lo que voy, doctor, mi tio Paco me enseñó a mirar. Que, por él supe que nuestro pueblo es hermoso, que desde lo alto del Crestón veía los tejados del HUmán y, alrededor, las ringleras de los manzanos. Y, abajo, en la cuenta, el Embustes, espejando ¿entiende? Y las dos cervigueras de robles empinándose a los lados. Y, por cima de todo, las atalayas de los nogales. Que luego, tal que así, a mano derecha, en la cresta del cerro, andaba el caserío del Otero, de piedra de toba ¿sabe? Y a un lado la parroquia, ciega, oiga, como un castillo y, orilla suya, las tapias del camposanto, ¿se da cuenta? , las que desmontó el Teoista el día de la cantea grande. Y dentro, o sea, asomando, cuatro cipreses negros, que si soplaba el norte se cimbreaban como juncos. O sea, doctor, para que me entienda, yo aprendí a ver eso, y usted lo creerá o no, que es muy libre, pero solo de verlo yo me sentía como otro, que a días, a saber por qué hasta me venían las ganas de llorar y todo.»
Aprender a mirar los pueblos con Delibes. 

A mitad de mes leí un tebeo que me dejó fría. McCurry, NY 11 Septiembre  2001 se ajusta más a la definición de novela gráfica porque mezcla el dibujo de Jung Gi Kim con las fotografías de McCurry. el tebeo es una especie de biografía autorizadísima del fotógrafo. Se cuenta su vida y como llegó a ser uno de los reporteros gráficos más importantes del mundo con lo que hizo el 11S y los días siguientes, cuando al darse cuenta de lo que ocurría en NY salió corriendo de su estudio en Washington Square para adentrarse en lo que luego se conocería como zona cero. El problema que tuve con este tebeo es que me pareció deslavado, poco coherente y pobre en general. El dibujo es correcto y las fotografías de McCurry son excepcionales tanto las del 11S como las de toda su carrera. Él es el responsable de la portada más famosa del National Geographic, la de la famosa niña afgana de increíbles ojos verdes. Aquí se cuenta la historia de esa fotografía y el reencuentro con la protagonista años después pero todo resulta frío, poco interesante, deslavazado...esa es la palabra. 

Poeta chileno de Alejandro Zambra ha sido una lectura interesante y frustrante a la vez. No tenia ni idea de qué iba porque era una recomendación. Empecé y me enganché desde el primer minuto, estaba deseando que llegara el momento de acostarme para ponerme a leer porque me lo estaba pasando en grande con la historia de Gonzalo, un personaje entrañable, con sus mierdas y sus cosas, pero nada intenso ni misterioso. Ahora que lo pienso, Poeta chileno se ajusta un poco a la petición que hacía antes para dejar de escribir historias de intensidades forzadas. Bien, todo iba sobre ruedas hasta, más o menos, la mitad de la novela, momento en el que Zambra pega un golpe de tirón o, mejor dicho, parece que pierde el rumbo y hay un montón de páginas de algo que, en principio, dices "bueno, a ver donde vamos" y acabas pensando "Alejandro, acaba con mi sufrimiento y con mi aburrimiento de una vez". Cuando crees que todo está perdido, Zambra encuentra de nuevo su camino y la novela se vuelve a encauzar pero, en mi caso, no he conseguido quitarme el mal sabor de boca de es parte central. Que conste que recomiendo Poeta chileno pero me da pena porque podía haber sido una novela muchísimo más redonda. No es un reproche, es muy difícil escribir una novela redonda. 

«Generalmente cambiaban las sábanas y las expectativas. Ocasionalmente jugaban carioca y dominó. Ocasionalmente jugaban a hacer sombras con las manos. Nunca desfragmentaban el disco duro. Nunca quitaban a tiempo las hojas de los canalones. Nunca se quedaban dormidos con la tele prendida [...] Generalmente Carla quería estar donde estaba y quería ser quien era. Dicen que eso es la felicidad: nunca sentir que sería mejor estar en otra parte, nunca sentir que sería mejor ser alguien más. Otra persona. Alguien más joven, más viejo. Alguien mejor.»



Voy a colar aquí el último tebeo que terminé ayer, Tangencias de Miguelanxo Prada.  Es un pequeño album con ocho historietas de relaciones ¿amorosas? que terminan, que se cruzan, que se reencuentran para darse cuenta de que hicieron bien en separarse. Es un tebeo muy sombrío, algunas de las historias son muy sórdidas porque cuentan polvos de esos de los que te arrepientes antes de haber dejado de jadear. Es un tebeo que te hace sentir frío, son historias en las que no quieres verte. Otra vez relaciones complicadas...a lo mejor es que lo difícil es escribir una historia de amor que no duela, a lo mejor es porque cuando tienes una bonita de historia de amor, aunque sea imaginaria, te da vergüenza contarla. Y a lo mejor no tienen éxito porque no queremos saber que existen. 

Repasando mis lecturas, me doy cuenta de que han ido ensombreciéndose según avanza el mes, igual que mi estado de ánimo y la situación general. A lo mejor debería replantearme mi selección para el mes de octubre sino quiero llegar a noviembre metida debajo del edredón. 

Y con esto y esperando el cambio de hora, hasta los encadenados de octubre. 




viernes, 25 de septiembre de 2020

Podcasts encadenados (XVI)


La realidad está para encerrarse en casa, literal y metafóricamente, y dedicarnos a tratar de mantenernos lo más alejados posible de lo que ocurre fuera, también literal y metafóricamente. Mi consejo es apagar las redes sociales, apagar los informativos de televisión, apagar las tertulias de la radio y coger un libro, ver una peli o, claro, escuchar podcasts. Recomiendo hacer cualquier cosa que te mantenga alejado de la realidad y si vives en Madrid, de morir por incompetencia política. Ojalá, algún día, alguien haga un podcast de investigación sobre la gestión de la CAM en esta pandemia, sería un exitazo y su escucha estaría salpicada de «no me lo puedo creer» o «pero como fueron así de irresponsables» o «vaya panda de malnacidos, me alegro de que se estén pudriendo en la cárcel». Espero vivir para poder escucharlo. 

Al lío. 

1.- My Gothic Dissertation de Anna Williams es un podcast que llevaba tiempo queriendo recomendar pero no había encontrado el momento. Es un podcast independiente, esto es que no depende de una gran productora, ni de  un gran medio. Anna Williams se lo guisa y se lo come ella solita  y es uno de los podcasts más originales en cuanto a fondo y forma que he escuchado nunca. La premisa es la siguiente: Anna Williams es estudiante de literatura (de English, como dicen ellos) y tras terminar los estudios y hacer el doctorado, se enfrenta a la realización de la tesis. Quiere hacer una tesis diferente, rompedora, que realmente aporte un conocimiento nuevo a su campo de estudio que es la novela gótica y, tras mucho pensarlo, se le ocurre hacerlo en forma de podcast comparando las aventuras y desventuras de diferentes protagonistas de novelas góticas con las penurias que le suceden a los estudiantes (a ella y a otros) que se enfrentan a un doctorado y a una tesis. 

Cada episodio gira en torno a una novela gótica (sobre Frankestein hay dos) y se traza un paralelismo entre sensaciones y situaciones que sufre el protagonista de la novela con algo que experimentan los estudiantes. Así, por ejemplo, el primer episodio trata sobre la llegada del estudiante al mundo académico para sus años de doctorado comparándolo con la llegada una heroína cuando llega a la casa donde va a vivir a partir de ahora. Es un mundo nuevo, con unas normas estrictas y firmemente aceptadas que ambos deben acatar si quieren seguir vivos en el caso del personaje de ficción o conseguir un futuro laboral en el caso del estudiante. Hay otro episodio interesantísimo sobre la "invalidación emocional", la necesidad de los estudiantes de conseguir la aprobación de sus profesores y como la ausencia de ella les supone una quiebra de su confianza en su proyecto y sus ideas.  

El podcast está maravillosamente producido, Anna tiene una voz peculiar, cálida y cristalina y el guión es excepcional. Además de todo esto, cuenta con una web preciosa con las transcripciones de todos los episodios.  

Episodios: 7
Duración: unos cincuenta minutos. 
Por dónde empezar: por el principio. Por supuesto, si no has leído Frankestein quizás el principio debería ser la novela de Mary Shelley, otro buen lugar para resguardarse de la realidad. 


2.- Juego de niños de Radio Ambulante.
¡Albricias, la décima de temporada de Radio Ambulante ya está aquí! Sé que ya he recomendado este podcast pero voy a seguir haciéndolo hasta que consiga que todos lo escuchéis. Este episodio, además, está especialmente indicado para cualquiera que tenga hijos y haya escuchado alguna vez en su vida: ¿juegas conmigo? y sentido que lo último que le apetecía era jugar. Acto seguido se ha sentido muy culpable y candidato a peor padre del año. Este episodio, primero de la nueva temporada, va sobre eso y mientras lo escuchaba, paseando por Los Molinos, recordaba todas la veces, hace ya muchos años, en que jugué con mis hijas deseando que aquellos juegos terminaran, intentando disimular que me estaba aburriendo y pensando si ellas se darían cuenta. Si tienes hijos y has pasado por eso, vas a sentirte identificado con todo lo que cuentan y también aliviado. 

Duración: 20 minutos.
Por dónde empezar: si nunca has escuchado Radio Ambulante, empieza por aquí y luego ¡enhorabuena! tienes cientos de episodios para disfrutar mientras te hacen compañía. 
Bonus: Radioambulante tiene una newsletter semanal muy recomendable, con cinco recomendaciones a la semana de libros, webs, perfiles de instagram, canciones, documentales. Merece la pena suscribirse y es gratis. 



3.- One child to rule them all de Flashforward  Este podcast estructura todos los episodios de la misma manera, plantea algo que pueda ocurrir en el futuro y, a partir de ahí, reflexionan sobre qué pasaría si eso llegará a ocurrir estudiando nuestra realidad, la ciencia y nuestra manera de pensar. En este interesantísimo episodio plantean la premisa de imagina que en el 2030 se decide implantar la política de hijo único en todo el planeta para limitar la población y hacer un uso eficiente de los recursos del planeta que no son ilimitados. ¿Qué pasaría? Sé que la idea puede parecer poco atractiva pero os animo muchísimo a escucharlo porque os vais a sentir sacudidos en vuestros más íntimas creencias, en esas cosas de pensáis porque son "de sentido común".  La conductora del podcast, es la periodista científica, Rose Eveleth hace un trabajo increíble de organización, estudio y desarrollo del planteamiento con la colaboración de muchos expertos a los que da voz sin que en ningún momento el episodio resulte pesado. Recomendadísimo pero más para oyentes experimentados que para alguien que empieza. 

Podcast: Flashforward.
Episodio: One child to rule them all. 
Duración: 1 hora. 
Por dónde empezar: por aquí. Además, si os pica la curiosidad y tenéis tiempo para bucear en más información, en la web hay un completo listado de referencias, artículos, libros y demás para leer. Acostumbraos a este podcast porque va a aparecer muchas veces por aquí. 

Por último, otra cosa que en estos momentos me hace feliz es la newsletter mensual de Lauren Collins, periodista americana que se ha ido a vivir a Francia y, que una vez al mes llega a mi buzón llena de historias interesantes, enlaces a cosas que merece la pena ver, noticias sin crispación, lecturas con las que aprendo y joyas de internet como la que he visto esta mañana y os dejo aquí para que os deleitéis: The Supremes, en 1965, grabando una especie de videoclip cantando por los Campos Elíseos hasta que llega un gendarme y las echa a empujones de allí. 




Por supuesto, si escucháis algo y os gusta, venid a contármelo. 

miércoles, 23 de septiembre de 2020

Algo que celebrar

Esta mañana, al abrir twitter, me he encontrado con un mensaje que decía "Felicidades, @molinos1282. Hoy es un día para celebrar. Beso inmenso, querida". Desde que empezó la pandemia mi cerebro ha desconectado el modo calendario y la mayoría de los días no sé si es lunes o jueves o domingo. ¿Qué tengo que celebrar? ¿Qué día es hoy? 

Lo primero que me ha venido a la cabeza ha sido que hoy es el cumpleaños de Springsteen, una fecha sin duda importante, pero no tanto como para ser felicitada por ella. El mensaje venía con una fotografía y al ampliarla, he descubierto el motivo de celebración, la persona que me felicitaba (una desconocida, conocida solo por redes) había anotado en su calendario "Fin de la depresión de Ana Ribas" (gazapo en mi apellido)" 

«¿Hoy es ese día?» Ha sido mi siguiente pensamiento. Y sí, es ese día. Hoy hace cinco años que mientras conducía por la Gran Via de camino a una cita con mi amigo Antonio pensé que estaba bien. Han pasado solo cinco años y, a la vez, ya han pasado cinco años. Sigo estando bien. Hace cinco años hacia calor, el sol lucía en la calle y todavía llevaba ropa de verano. Hoy, por la ventana, veo llover  y llevo jersey, calcetines y pantalón largo. Hace cinco años vi el mundo de colores, sentí que podía ir a por él, que ya no me daba miedo, que podía y quería hacer planes. Sentí que, otra vez, me gustaba estar viva. 

Hoy el mundo que me rodea es aterrador y tengo miedo. No sé que va a pasar la semana que viene y apenas salgo de casa. Cuento los días para volver a estar confinados y me armo mentalmente de recursos para estar preparada porque este nuevo confinamiento va a ser muchísimo más  negro que el de marzo porque ya no podemos sosteneros en que nos pilló por sorpresa, no podremos escudarnos en que no sabíamos que en el bosque había un lobo, no podremos justificarnos con la idea de que fuimos imprudentes por desconocimiento. Ahora nos hemos metido en la boca del lobo a conciencia, no hay excusa, no hay justificación.  Sabemos que no vendrá nadie  a salvarnos, que los que nos gobiernan no tienen ni la intención ni la voluntad ni la capacidad para organizar, si quiera minimamente, la situación. Ahora, sabemos que mucha gente a nuestro alrededor se deja llevar por rumores, por conspiraciones, por planteamientos idiotas y simplistas que les hacen la vida más fácil porque les permiten posicionarse en un no o en un sí que les da tranquilidad. Sabemos que no sabemos lidiar con la incertidumbre y que incertidumbre es lo que vamos a tener durante muchos meses sino años. Sabemos que lo que teníamos antes no va a volver jamás. Sabemos que nunca volveremos a ser tan inocentes pero que seguiremos siendo igual de idiotas. Esa es otra cosa que hemos perdido, el optimismo tonto que, en abril, nos hacia pensar con esperanza en el verano. 

Hoy, 23 de septiembre de 2020 tengo muchísimas más cosas de las que preocuparme que hace cinco años.  Tengo dos hijas adolescentes a las que no puedo proteger con mis palabras, saben que si les digo que todo saldrá bien es más un deseo que una realidad. Tengo una madre cinco años más mayor, cinco años más cabezota y cinco años más difícil de manejar. Y tengo la certeza de que no queda más que apretar los puños y aguantar la época que se me viene encima que va a ser más triste, más dura y más difícil que cualquiera que haya vivido antes. 

Por todo esto, me sorprende estar bien. Preocupada, agobiada a ratos y con ansiedad en otros, pero no quiero morirme, no quiero esconderme, no quiero desaparecer de la vida... en resumen, no tengo una depresión. Y sí, eso se merece una celebración o por lo menos un recordatorio. Hace cinco años me curé, hace cinco años dejé de querer morirme, hace cinco años volví a reconocerme. Y aquí estoy, preparada. 

jueves, 17 de septiembre de 2020

Lo que nos cuentan las fotos

La foto que da comienzo a la tradición familiar es en blanco y negro y ya amarillea en algunas zonas. La luz que, durante años, la ha iluminado entrando por la galería del patio se ha comido los blancos y los negros. En ella hay diecisiete personas. En el centro, mis bisabuelos maternos, Eleuterio y Teresa, sentados en dos sillas con sus cuatro hijas (su hijo murió en la guerra, en el hundimiento de su barco), sus yernos, sus nietos y un perro, Morris. Mis bisabuelos parecen viejísimos, ancianos, pero por la edad que parece tener mi madre en esa foto, quizás tuvieran setenta escasos. Miran adustos a la cámara, muy serios y, a pesar de que es verano, porque todos los demás van en pantalón corto, camiseta o incluso, como mi madre, en traje de baño,  ellos van vestidos formales: él chaqueta, corbata y pantalón largo y ella vestido y moño. Mi abuelo José Luis, justo detrás de su suegro, lleva gafas de sol y sonríe divertido mirando algo fuera de cámara que no veo. Por detrás de él se ven las casas al otro lado de la carretera, los árboles del jardín de La Rosaleda no eran por entonces tan altos, eran jóvenes, como todos ellos, y no tapaban la vista. 

La siguiente foto es en color. Se intuyen jersey verdes, azules y granates y mis primos llevan pantalones cortos y y mis hermanos y yo llevamos vaqueros. La foto entera está adquiriendo un color pardo, dorado, como si estuviéramos, como Marty McFly desapareciendo. Los árboles y los lilos del jardín ya han crecido y posamos con un fondo verde que tapa las casas que se veían en la foto anterior. Entre una foto y otra creo que han pasado unos quince años. Esta vez, los que están sentados en las sillas son mis abuelos. También parecen mayores pero se que tenían apenas sesenta. No hay nadie con chaqueta y corbata y está tomada a principios de otoño en el mismo sitio: la rampa del garaje. (Hace poco fui a esa casa y como me pasa siempre que vuelvo me pregunto en que momento empezó alguien a llamar rampa a una superficie con tan poca inclinación que una canica se quedaría parada después de recorrer 20 cm) Aquí tengo cinco o seis años. Llevo el pelo cortado como ahora, corto y tapándome el ojo derecho. (Poco se habla de que la raya del pelo es para siempre). Estoy sentada en el suelo, con las piernas cruzadas, junto con mis hermanos y mis primos. Llevo algo en las manos, ¿un palo? y miro a cámara muy seria. Hace cuarenta años las fotos eran algo serio, se hacían para la posteridad, como recuerdo y tenían que salir bien.  Fotografiarse era algo trascendente, se "revelaban" (Hasta este verbo ha dejado de existir, ahora se imprimen) y pasaban a formar parte del paisaje de las casas, de las rutinas diarias durante los años y años que permanecían en un marco encima de una mesa, en una pared colgadas. No te dabas cuenta pero las veías cada día y se convertían en atrezzo de tus recuerdos. Las que hay en mi casa, las tengo tan  interiorizadas, que como estoy haciendo ahora, puedo describirlas sin verlas. Mi yo de seis años parece decir "Ey, estuviste aquí, eres esta familia aunque pasen muchos años". 

Las últimas fotos de la serie familiar nos las hemos hecho este fin de semana, como hacemos cada verano. Ya no hay una única foto porque podemos permitirnos hacer doscientas: solo los hermanos, solo los nietos, por parejas, por familias, los primogénitos, los segundogénitos, con los perros, sin los perros, poniéndonos muy serios, haciendo el tonto, saltando, tumbados en el suelo, con los pies dentro de la piscina, bailando una coreografía. Todas son en color, brillan como supongo que brillaban las anteriores cuando se tomaron. Camisetas rojas, pantalones azules, bañadores verdes, chanclas fluorescentes, minifaldas de rayas, camisetas rosas. Salimos despeinados, con la ropa sin planchar, los pantalones rotos, manchas de regaliz y de chocolate. Salimos con los ojos cerrados, con papada, con la boca abierta, bizcos, mirando a otro lado, hacia abajo, hacia arriba, gritando «Espera». Ya nadie se sienta en ningún silla, ni estamos en la famosa rampa. No miramos a la cámara serios porque podemos repetir la foto todas las veces que queramos o hasta que los perros se cansen de posar y mis sobrinos pequeños digan "ya basta". 

No sé quien hizo las dos primeras fotos. Si cierro los ojos o me quedo mirando el jardín desde la ventana puedo oír las voces de los que ya no están, viviendo en esas fotos diciendo: «venga, colocaos, a ver que miro a ver si estamos todos. Le doy y voy corriendo, me pongo en la esquina" y, después, las sonrisas congeladas, mirando a cámara. Los «¿ya?», los «¿habrá salido?». «Haz otra por si acaso». Cuando las fotos no pueden ampliarse con un movimiento de dedos en una pantalla, su fortaleza viene de las historias que nos cuentan. «Estos son los tios de Vitoria, Manuel y Teresa, y esta es una niña de la India que adoptaron cuando era bebé», «Este es Morris, el perro que tu tia Mayte tenía cuando era joven». Cuando no puedes ampliar para ver si se la sonrisa era perfecta, es más fácil prestar atención, fijarse en las historias de las fotos. 

En la primera foto aparecen diecisiete personas, diez ya han desaparecido. En la segunda también somos diecisiete y seis ya no están.  De todos ellos les he hablado a mis hijas. En la de este años somos catorce y dos perros. Aspiro a que cuando yo ya no esté, cuando algunos de los de la última foto desaparezcamos, alguien sea capaz de recordarme así: de colores, en familia, aquí. «Esta es tu tía/abuela Ana, es el verano que se dejó el pelo blanco». Por eso siempre imprimo una de estas fotos familiares y la cuelgo en mi pared. 

Imprimid las fotos y ponedlas en vuestras casas hasta que de tanto mirarlas hayáis dejado de verlas. Es justo en ese momento cuando pasan a formar parte de tu vida. 


viernes, 11 de septiembre de 2020

Podcasts encadenados (XV)




Mi hermana ha comenzado a escuchar podcasts. Esto es importante, es un hito en mi relación con los podcasts porque he conseguido que a base de verme permanentemente con los auriculares puestos y salpicar cualquier conversación con comentarios como: "pues en un podcast que escuché ayer" o "¿sabes dónde lo cuentan muy bien? En un podcast bastante chulo", mi familia (el público más duro) empiece a mostrar cierto interés.

Si mi hermana se ha lanzado a escuchar podcasts intuyo que el mundo del podcasting no va a parar de crecer.

Al lío. Hoy traigo tres recomendaciones serias, tres podcasts de los que de primeras puedes pensar "a mí eso no me interesa" pero sí, te interesa. Que nadie se asuste porque todas merecen muchísimo la pena.


1.- 22424. Lo que nos jugamos en Bankia. Este podcast de título absurdo es una producción de El País y sus periodistas económicos y es excelente tanto en el tema como en la forma. ¿Qué cuenta? Pues como es fácil de adivinar, la caída de Bankia con Rodrigo Rato a la cabeza, las circunstancias que llevaron a aquel desastre que arrasó con los ahorros de miles de personas y el juicio a la cúpula directiva. La historia está contada por Elena G. Sevillano e Iñigo Barrón, con guión de Álvaro de Cózar y Jerónimo Andreu y está perfectamente armada para engancharte desde el primer episodio. En particular me ha gustado Iñigo de Barrón que explica de manera sencilla, pero no obvia, una trama económico/financiera/política con miles de ramificaciones y subtramas. Lo cuenta bien, tiene buena voz y consigue eso tan especial que pocos consiguen, que te quedes pensando "cuéntame más".

Lo que nos jugamos en Bankia es un muy buen podcast periodístico para empezar con este formato y sí, escúchalo aunque creas que el tema no te interesa


Podcast: 22424. Lo que nos jugamos en Bankia.
Duración: 5 episodios de 20 minutos. Es decir, cuando le deis al play os pasaréis más o menos hora y media enganchados del tirón a la historia. Igual que una peli mala de sobremesa pero aprovechando muchísimo mejor el tiempo.
Episodio para empezar: por el principio, claro.



2.- Nice white parents. Este podcast es la nueva producción de Serial Producciones tras su adquisición por el New York Times. Chana Joffe-Walt es la host y escritora de la historia y es, además, madre en Brooklyn. Cuando comienza a buscar colegio para sus hijos, descubre con sorpresa que los "agradables padres blancos" de los que ella forma parte tienen una influencia increíble en cómo se organizan los colegios, cómo se deciden los procesos de adjudicación de las plazas, los planes de estudio, las actividades extraescolares, etc. Esos "nice white parents" tienen en la mayoría de los casos buenas intenciones. No son, en principio, racistas, están a favor de la integración y la igualdad y sus procedimientos parecen siempre, a primera vista, beneficiosos. Lo que este podcast investiga es el origen de toda esta influencia, casi nunca positiva a pesar de sus buenas intenciones, y como se ha ido repitiendo a lo largo de los años. 

Quizás haya gente que piense que este tema, sobre la organización de las escuelas públicas en Nueva York, no tiene nada que ver con ella pero el análisis de las motivaciones de los padres para presionar a la escuela, a las autoridades para organizar los colegios como ellos consideran sí tiene que ver con nosotros. ¿Cuando presionamos a las autoridades lo hacemos pensando en nuestros hijos o en la totalidad de los estudiantes? ¿Pensamos alguna vez si lo que nosotros queremos para nuestros hijos perjudica a otros? ¿Y si lo que a nosotros no nos gusta para nuestros hijos sí beneficia a otros menos privilegiados?

Es un podcast muy serio, bastante denso lo que no quiere decir que no sea interesante ni ameno y recomendado para oyentes experimentados. No lo recomiendo para alguien que empieza.

Podcast: Nice White Parents.
Duración: 5 episodios de casi una hora. Ya he dicho que es para oyentes experimentados.
Episodio para empezar: Por el principio, en el primer episodio Chana Joffe-Walt nos lleva al colegio sobre el que girará toda la historia, el School of International Studies, para contarnos como la llegada de los nice white parents a un colegio mayoritariamente afroamericano y latino, trastocará toda la realidad del colegio y las relaciones de poder.


3.- Nice Try. Utopian. Los que leéis esta sección de manera habitual no os lo vais a creer pero ¡este podcast también es de Avery Trufelman! Y sí, ya empiezo a estar hasta un poco enamorada de ella pero es que no se puede tener tanto talento. Utopia es una serie de 8 episodios que Trufelman hizo el año pasado para Curbed y Vox Media que habla de lo que su título indica: ocho intentos de la humanidad de poner en marcha comunidades utópicas con determinadas características. Desde Jamestown, la ciudad que los primeros pioneros británicos organizaron a su llegada a América, pasando por Germania, la ciudad pensada por Hitler y Speer para la exaltación de la raza aria o Bioesfera 2, una locura de experimento en el desierto de Arizona, Trufelman explica el origen de las utopías, su desarrollo y como el lugar perfecto con una sociedad perfecta no existe.

Del trabajo de Trufelman ya lo he dicho todo en anteriores entregas de estos posts pero reitero una vez más que es un prodigio de escritura, información y emoción. No os lo perdáis.

Podcast: Nice Try. Utopian. 
Duración: ocho episodios de 30 minutos. Se pasan volando.
Episodio para empezar: yo iría al principio pero si os parece que los colonos americanos no os interesan mucho, podéis empezar por el episodio dedicado a Oneida, una utopia que comenzó como una comuna de amor libre y acabó convertida en la multinacional que durante años ha llenado las mesas americanas de cuberterías. Una historia loquísima.

Por cierto, si alguien quiere saber cómo escucho yo los podcasts: utilizo la app de Pocket Casts que tras probar muchas es la que más me convence.

Y ya sabéis, si sois como mi hermana y escucháis algo de lo que recomiendo, venid a contármelo. 




miércoles, 9 de septiembre de 2020

Sonidos para vivir


Election Eve. William Eggleston
En marzo y abril, durante el confinamiento, en Los Molinos todo era silencio, un silencio profundo, absorbente, como un agujero negro. No había pájaros, no había coches, solo el rumor del tren vacío, pasando a y veinte y a menos veinte. No había gente y los pocos que estábamos, nos encerramos en nuestras casas y cuando salíamos procurábamos ser discretos, no hacer ruido, casi andábamos de puntillas de camino al contenedor, como si el sonido de nuestros pasos fuera a despertar a la bestia o nuestras voces fueran a retumbar, como lo hacen en una catedral vacía, sonando irrespetuosas y fuera de lugar. Incluso nevó un par de días como si la naturaleza nos tapara con una manta y dijera: hale, hale, ya pasará.

Al terminar el confinamiento, Los Molinos se llenó de ruido. Volvieron los pájaros a acompañar a los trenes. Se abrieron casas cerradas durante años, y chirriaron las verjas oxidadas de jardines con vegetación descontrolada. Las mañanas se llenaron del ruido de las máquinas cortacésped, las podadoras, las aspiradoras y el chatarrero. Coches en procesión al punto limpio, paseantes, gente en bici, obras, reformas años pospuestas porque "total, a Los Molinos solo vamos de vez cuando" que se volvieron imprescindibles "por si acaso nos confinan otra vez". Música, reuniones, barbacoas, amigos. Lo raro era el silencio. 

Ahora ya es septiembre y Los Molinos se va apagando de nuevo. Se escuchan obras de fondo pero la efervescencia sonora del verano va desapareciendo cada día un poquito más, como si alguien fuera apagando poco a poco los interruptores de una casa justo antes de salir: ya no hay casi tráfico, no hay cortacésped, no hay barbacoas ni música. Ahora lo que se oye es el sonido de septiembre que  no se parece a ningún otro. Ha vuelto (o quizás siempre estuvieron aquí pero solo ahora, cuando lo demás desaparece, se pueden escuchar con claridad) como cada año, el canto de unos pájaros determinados que no sé cuales son pero que me lleva a mis ocho, nueve años, a cuando vivíamos todavía en la casa de mis abuelos y al escucharlos me ponía triste porque sabía que pronto tendríamos que volver a Madrid. 

Yo no voy a volver a Madrid hasta octubre pero solo de pensarlo me entristezco, me hundo en la melancolía y elucubro escenarios en los que puedo evitar esa vuelta.  Cuando la gente me pregunta pero ¿qué tiene Los Molinos? no sé que decirles. Los Molinos no es bonito, no tiene calles empedradas, ni edificios bien conservados. Su calle principal, la calle Real, está llena de carteles de se alquila y se vende pegados en los escaparates de lo que en algún momento fueron un ultramarinos, una floristería, una pescadería, una heladería, una pastelería, una mercería y que ahora ya no están. Sobreviven una pequeña ferretería, una farmacia, el banco, la oficina de correos. Por no haber, en Los Molinos ya casi no hay bares. Todos los míticos que la gente recuerda hace tiempo que desaparecieron. Ahora la vida social transcurre en el tramo de la calle Real que se transforma en carretera de salida del pueblo, en el tramo de calle que recorre la fachada del supermercado local.  Bajas a por patatas La Montaña y ahí es donde te encuentras a todo el mundo haciendo la compra, saliendo de la farmacia o corriendo al chino a comprar algo imprescindible o de última hora. «Hola, ¡qué tal! ¡no nos vemos nunca!» Ahora esos saludos también se van apagando, la gente se ha marchado, quedamos los de siempre y La Peñota.  

Los pájaros en septiembre, el ruido de la puerta de la oficina de correos que huele a expectativa, el viento en las ramas del pino del jardín, la moto del cartero, el sonido de los pasos en las calles de tierra, las campanas de la iglesia, el tren de menos viente y el de las y veinte. 

Eso es lo que tiene Los Molinos y por eso quiero vivir aquí. No se explicarlo mejor.  


jueves, 3 de septiembre de 2020

Lecturas encadenadas. Agosto

«Sonó el teléfono. Me llevé el aparato a la oreja y esperé. Nunca soy el primero en hablar cuando me llaman. Después de todo, no soy quien les telefonea a ellos». (De un cuento de Roald Dahl)

De vuelta al trabajo me encantaría poder aplicar este principio del personaje de uno de los cuentos de Roald Dahl que he leído durante este mes de agosto. Mil páginas de cuentos que terminé justo al acabar el mes, esa ha sido mi gran lectura veraniega, esa que es imposible acometer durante el invierno porque me llevaría meses y meses y acarrear el libro de un lado a otro. En agosto me ha acompañado en las interminables tardes de piscina y porche y en las noches sin preocuparme por madrugar.  

Empecé el mes con otro de esos libros que hay que leer cuando sabes que vas a tener tiempo para leer en un mismo lugar. Lo que más me gustan son los monstruos de Emil Ferris es un tebeo monumental en tamaño y en concepto que no se puede llevar ni en el bolso, ni en la mochila y que hay que tratar casi con reverencia. 

Karen tiene once años y vive con su madre y su hermano en el Chicago de los años 70. Se siente atraída por las niñas, no es precisamente popular y lo que más desea en el mundo es ser un monstruo. De hecho, ella se ve como un monstruo y así la vemos porque ella es la narradora de la historia. Cuando una vecina muere, quizás asesinada, Karen decide convertirse en detective para saber que ha ocurrido. La historia de la investigación es casi lo de menos aunque nos lleva a lugares muy turbios de los que quieres salir huyendo para no verlos, para no saber que existen. Lo más interesante es la construcción paralela de la investigación junto con el universo de Karen, la relación con sus compañeros y amigos, con su familia, su madre y su hermano, al que adora y guarda un secreto familiar que ella desconoce, y todo ello sobre el horizonte social, económico y político del Chicago de los años 70.


Todo el tebeo está dibujado con bolígrafo sobre papel pautado y simplemente a base de líneas, Emil Ferris es capaz de hacer algo completamente distinto en cada viñeta, sorprendiendo en cada página por la complejidad, por los cambios de registro, por la innovación. Hay páginas en las que puedes bucear un buen rato hasta captar todos los detalles. Es un tebeo con mil capas que de vez en cuando hay que dejar a un lado para poder respirar. 

«Lo que pasa con los mayores es que a los niños les parecen libres. Pero, de hecho, muchos viven en una cárcel. Te preguntas quién los hace sentir así. Por lo que he visto, en nueve de cada diez casos, son sus fantasmas».
Este es un tebeo caro, así que buscadlo en vuestras bibliotecas, colocadlo sobre una mesa y dedicad una semana a leerlo y disfrutarlo. 

Compré Escenas de la vida rural de Amos Oz en la Librería Sandoval en Valladolid. Oz es una de mis debilidades, me sumerjo en sus libros con la tranquilidad que da saber que estaré en una casa agradable, confortable en la siempre estaré a gusto. En este volumen se recogen varias historias cruzadas que suceden en un pequeño pueblo, Tel Ilán, en las montañas de Israel. Es un pueblo fundado hace cien años el que la gentrificación está empezando a mostrar sus primeras señales: casas antiguas que se derruyen para construir viviendas de fin de semana, tiendas de productos artesanales y turistas en peregrinación cada sábado. Cada relato, escena, se centra en un habitante o en una casa con ligeras menciones a otros personajes que ya han aparecido o aparecerán. 

Me gustó muchísimo porque he estado ahí, en Tel Ilán, en sus jardines y paseando por sus calles, en el parque del Memoria y en la calle de la Cuesta. He conocido al alcalde, la profesora, la bibliotecaria y la médica. He sentido el calor del verano y la niebla húmeda y fría de febrero. Oz siempre consigue hacer esto, envolverme y transportarme dentro de sus historias que rara vez son felices pero que, aún así, siempre me hacen sentir "casa". 
«Entre él y  Rachel solía reinar ese alto el fuego habitual  entre las parejas tras muchos años de matrimonio, después de que las peleas, las ofensas y las sepraciones temporales hubiesen enseñado a los cónyuges a mirar cuidadosamente dónde ponían los pies y a sortear los campos de minas señalizados. Esa rutina de la cautela era similar, desde fuera, a una mutua aceptación, e incluso dejaba margen a una especie de tranquila amistad, semejante a la camaradería que se crea a veces entre soldados de dos ejércitos enemigos que se encuentran a pocos metros de distancia en una guerra de trincheras confirmada»

Leed a Oz. 

Alguien bajo los párpados de Cristina Sánchez Andrade, lo encargué en la Librería Nakama y me lo mandaron a casa junto con otros muchos que ya irán cayendo por aquí. Es una novela curiosísima que recomiendo encarecidamente para todo el mundo. Así como el tebeo de Ferris es para lectores curtidos y Oz es para lectores a los que no les de miedo la tristeza y la soledad, Alguien bajo los párpados es un goce para cualquiera. Las protagonistas son dos ancianas gallegas, muy ancianas y muy vejestorios, señora y criada, que después de convivir setenta años hacen un viaje con un objetivo final. Es algo así como mezclar Las chicas de Oro con Thelma y Louise y Airbag con un leve toque de Eduardo Mendoza. Es una road novela al mismo tiempo que una reconstrucción de la vida en Galicia antes y durante la Guerra Civil. Es también una saga familiar extraña y muy gallega. 

«y no es cierto que el tiempo lo cura tododijo—.El dolor está siempre ahí es insoportable.Doña Olvido apagó las luces de emergencia y pisó un poco el acelerador. Un ronroneo se elevó del motor. Luego desaparece porque es insoportable, porque es imposible e insoportable convivir con él todo el tiempo. No es cierto que el tiempo lo cure todo. Eso solo se dice para consolar a la gente.

Es una majadería como otra cualquiera» 

Es una novela que no se parece a ninguna otra y eso, en la literatura española, es un logro. Leedla y por si mi recomendación os sabe a poco, os dejo la recomendación de mi madre «Me ha gustado, me han tenido loca las dos viejitas». 

Por recomendación de Ximena Maier llegué a El legado de Sybille Bedford (que también compré en Nakama Librería), una escritora con una historia personal que os invito a buscar y leer y que aparece, en parte, en esta novela. Si os gustan las historias de familias acaudaladas ambientadas en la Alemania entre guerras, esta os gustará. En esos años, además de encaminarse hacia una guerra que devastaría Europa por completo, se fragua la total demolición de los valores tanto familiares como económicos, sociales y hasta morales que habían configurado la vida de Alemania (y de casi toda Europa) hasta entonces. Las convenciones sociales, las tradiciones, los códigos de honor y las costumbres se van resquebrajando poco a poco, provocando una sensación de incertidumbre, de desequilibro a la que los protagonistas de esta novela intentan sobreponerse huyendo e ignorando los síntomas. 

Me ha gustado bastante aunque carece de encanto y toda ella resulta un poco aburrida, pero tengo la sensación de que es así como debe ser. Esa sensación de hastío, de dejadez, de nihilismo personal, de egoísmo de supervivencia, está perfectamente retratada. 

Del prólogo que ella misma escribe, me quedo con esto: 
«Lo que hace un escritor es escribir. Se acabaron las dudas y la haraganería, por dificil que pudiera ser, y el cielo sabe que fue, es y será siempre muy difícil para mí».

Sybille Bedford es un personaje interesantísimo, con una vida increíble que os invito a investigar. El legado es una novela de familias, de familias que ya no existen, que desaparecieron junto con su escala de valores y sus rígidas costumbres (igual de rígidas que las nuestras aunque creamos que no) y que, en algún momento y tiene bastante sentido, me ha recordado a La marcha Radeztky de Joseph Roth y al Último encuentro de Sandor Marai. Si habéis leído Tú no eres como las otras madres de Angelia Schrobsdorff, es indudable la influencia de Bedford en ella.   

Los últimos quince días del mes los he pasado dedicada a las más de mil páginas de los Cuentos Completos de Roald Dahl. Este libro llevaba esperando más de dos años en mi estantería, desde que mis hijas me lo regalaron por mi cumpleaños en 2018. Se llama Cuentos Completos así que está claro que vas a encontrar en él, todos los cuentos escritos por el autor inglés desde que comenzó con "Pan Comido". Para que nadie se lleve a engaño, aquí no hay nada "infantil" ni "juvenil", no hay rastro de Charlie, ni del Superzorro, ni de Matilda, ni de Jack. Todo son cuentos para adultos, y casi todos tratan sobre los mismos temas: las apuestas, el sexo y la avaricia. Hay algunos otros, como los primeros que escribió que tratan sobre la guerra, otros que tienen como tema central la avaricia y el engaño al débil y varios sobre las abejas y su mundo. 

No voy a descubrir ahora que Dahl es un grandísimo escritor pero quizás sí os descubra que algunos de sus cuentos son aburridos y muchos se parecen. Ahora mismo, podria recordar con nitidez diez o quizás quince de los más de cuarenta que recoge el volumen, los demás están perdidos en una maraña de apuestas, timadores en busca de beneficio, objetos antiguos, botellas de vinos y bellas mujeres en peligro por el impulso sexual irrefrenable de hombres incapaces de contenerse. Entre todos ellos, me gustaría destacar el cuento más autobiográfico que aparece al final del libro, cuando estás a punto de hacer cumbre a sus mil páginas y ya no puedes más. En ese cuento, Dahl explica como llegó a ser escritor, como descubrió su amor por la literatura y cómo los azares de la vida y un anfitrión mal conversador le hicieron sentarse a escribir y descubrir que podía hacerlo y lo hacía bien. Es una delicia de historia.  

A Dahl hay que leerlo pero quizás os recomendaría hacerlo por etapas, como el Camino de Santiago, y no como un marathon como lo he hecho yo, aunque ha merecido la pena. He aprendido que no debes casarte jamás con un apicultor, no debes hacer el amor  con alguien a quien no le ves la cara y  que si drogas a un faisán para cazarlo, hay que asegurarse de matarlo antes de que se le pase el efecto. 

Y con la llegada de septiembre y la mejor luz del año para leer por la tarde, hasta los encadenados de septiembre. 


lunes, 31 de agosto de 2020

Este algoritmo no es el mío

No me interesan las esterillas de yoga. De hecho no sé ni para qué sirven ni si son diferentes de una esterilla de monte, una de hacer abdominales o una alfombra de pie de cama. Me interesaría mucho más saber saber si hay alguien que se dedica a inventar tipos de esterillas (hace poco un amigo conoció a una mujer que se dedicaba a diseñar tupers). Tampoco tengo pensado empezar a hacer yoga. No he cambiado de bolso desde el 7 de marzo así que imagina el interés que tengo en que mi mascarilla conjunte con la ropa que llevo. Llevo los mismos pendientes desde enero y solo por un día que fui al teatro, me quise sentir elegante, me puse otros. Los que llevo me los regaló El Ingeniero cuando cumplí treinta años y los llevo siempre. Ni soy consciente de llevarlos. Desde que me quite la alianza no llevo ningún tipo de anillos así que la joyería artesanal, fina y coqueta no me dice nada. No necesito ningún bikini nuevo, ni un bañador, ni un kaftán de playa porque tengo una túnica marroquí de colores que rescaté de un baúl de disfraces de casa de mis suegros hace veinte años. No quiero un seguro de vida ni una aplicación para tener el abdomen definido en treinta días. Me levantó cada día deseando desayunar y el ayuno es algo que asocio a la frase "ayuno y abstinencia" que se hacía en viernes santo cuando yo era pequeña y todos éramos católicos practicantes. Me da igual si mi tipo físico es de pera, de manzana o de boniato y si hay una dieta especial adaptada para eso. No tengo casa así que no necesito una empresa de reformas ni darle una nueva vida a mi mobiliario que por otro lado me gusta como está, por eso lo compré, lo heredé o lo rescaté de un contenedor. 

No llevo tacones desde marzo y creo que no volveré a llevarlos nunca. Perdí mis gafas de sol más nuevas (cinco años) y estoy utilizando unas de guardia civil cabreado que tienen diez años. La vida media de las toallas de mi casa ronda los treinta años de edad y, gracias a dios, en mi casa los tupers llevan usándose toda la vida así que no necesito comprar dos docenas de ellos para "aprender a cocinar y organizar mi alimentación". 

Para «darle un aire nuevo a mis textiles» hemos reciclado unos retales de tela de hace dieciséis años y hemos hecho cortinas nuevas para mi cuarto. (Inciso: el hemos es plural mayestático, yo tuve la idea, se la sugerí a mi madre y colgué las cortinas. El resto, corte, confección y medición lo hizo mi madre. Inciso del inciso, yo medí pero mi madre no se fía de mí porque con cuarenta y siete años le sigue sorprendiendo que sea capaz de respirar por mí misma y volvió a medir. Fin de los incisos). 

Yo no quiero ser creativa en mi cocina, preparo comidas y cenas y aunque me preocupo de poner la mesa de manera correcta, no tengo paciencia para dedicar cuarenta y cinco minutos a colocar platos, sobreplatos, copas, cubiertos, platitos para el pan y centros florales cada día. 

No me aburro, no tengo tiempo para hacer todo lo que quiero y no necesito planes creativos, ni alternativos, ni sorprendentes. Solo necesito una buena película, un buen libro, salir a dar un paseo o escuchar un podcast. 

Dicen que la publicidad cada vez está más personalizada, que el algoritmo te conoce, que todo está pensado para ti, que internet solo te enseña lo que te interesa. ¿Dónde están mis anuncios de tintas de colores para pluma estilográfica, de preciosos cuadernos, de recomendaciones de libros que me interesen, de refugios remotos en bosques, de planes para ver llover y de buenos vinos?  

Sospecho que yo tengo el algoritmo de otro. 

Devolvedme el mío.