viernes, 28 de agosto de 2020

Podcasts encadenados (XIV)


¡Tachán! Una nueva entrega de una de las series de posts que menos éxito tienen pero que más me gusta escribir. Es lo que tiene tener un blog personal con el que no ganas nada más que satisfacción personal, horas de entretenimiento, algún rato de reflexión, lectores malísimos y anónimos envidiosos encabronados (tururú). 

Vamos a hablar de podcasts. 

1.- ¡Ay campaneras! con Lidia Garcia (@thequeercanibot). Me cuesta la vida encontrar podcasts en español para recomendar pero esta es un recomendación muy entusiasta y con la que pienso dar mucho la brasa. ¿De qué va ese podcast de la albaceteña Lidia Garcia? Pues de copla. No puede ser más en español. Antes de que alguien diga «a mí no me gusta la copla» le voy a decir lo que les decía a mis hijas cuando eran pequeñas «pero ¿lo has probado?» Yo soy una absoluta analfabeta del mundo copla, puedo tararear breves estrofas de algunas más por su presencia en películas, sintonías y programas de televisión que por auténtico conocimiento y aún así este podcast me ha encanado. Lidia García es una catedrática del mundo coplero, no solo conoce las coplas sino que demuestra un conocimiento apabullante de las artistas, las letras, las circunstancias históricas, sociales y económicas de las coplas y también sus influencias musicales. Sabe todo esto y además, y esto es lo más importante, sabe contarlo. 

¡Ay campaneras! es un podcast redondo. Reúne un buen tema: la copla, un conocimiento exhaustivo de la materia por parte de Lidia y una perfecta organización narrativa. Cada episodio está dedicado a un tema: salir de pobres, si las mujeres mandasen, madres, la copla lésbica, viva el vino, etc en el que siguiendo el hilo de ese tema suenan distintas coplas situadas en su contexto histórico y explicadas por Lidia tanto en su letra como en su intrahistoria. 

Estáis tardando en escuchar Ay campaneras para aprender de música y de historia de España porque te guste o no te guste la copla, la copla es parte de nuestra historia. 

Escuchas este podcast mientras cocinas y acabas moviendo el delantal creyéndote Lola Flores o Estrellita Castro. 

Podcast: ¡Ay, campaneras!
Duración: depende, de 20 minutos a casi una hora que pasa volando.
Periodicidad: semanal, ya tenéis 19 episodios disponibles para disfrutarlos. 
Episodio para empezar: Recomiendo empezar por el principio porque aunque pueden escucharse independientemente y cada uno tiene su arco narrativo particular, Lidia traza un hilo que es mejor seguir desde la primera puntada. 

2.- An oral history of The Office. Podcast exclusivo de Spotify, es decir, solo se puede escuchar en Spotify.  Este podcast, como su propio nombre indica, cuenta la historia de la serie de televisión The office que si no habéis visto os animo muchísimo a ver. La serie está disponible en Amazon Prime, tiene diez temporadas y como se avecina un otoño muy casero, con muchas horas de estar en casa, es un planazo disfrutar de esta serie con una historia maravillosa y una calidad estratosférica. 

The Office es originariamente una serie británica creada por Ricky Gervais y Stephen Merchant. Nada más estrenarse, el guionista/productor/showrunner Craig Daniels la vió y decidió hacer un remake americano. An oral History of The Office cuenta precisamente eso, la intrahistoria de la serie, como surgió la idea de hacer la versión americana, las negociaciones con los creadores británicos (que fliparon con la idea), los intentos de vendérsela a distintas cadenas americanas sabiendo que la serie no se ajustaba a los gustos americanos. ¿Por qué? Pues porque The office es una serie incómoda, su personaje principal, Steve Carrell en la versión americana, es un director de oficina estúpido, egoísta, racista, machista y que te pone muy nervioso. En la versión británica (Ricky Gervais) el personaje es más ácido y duro pero aún así para los americanos constituía un salto al vacío.  El podcast va contando todo el proceso de producción, los guionistas involucrados, el proceso de casting , como pasaron de estar al borde de la cancelación a ser la serie con más éxito de la parrilla y ganar varios Emmys y un millón de anécdotas del rodaje. 

El host/presentador es Brian Baumgartner (Kevin en la serie) que también es el guionista y productor hace un trabajo estupendo tanto narrativo como entrevistando a todo el equipo, técnico y artístico, construyendo un mosaico que retrata perfectamente tanto la serie como las bambalinas. 

A este podcast llegué porque mis hijas y yo empezamos a ver The Office en febrero y nos hemos hecho adictas. Cuando salió el podcast, en el mes de julio, me pareció el complemente perfecto para el visionado y desde luego que lo es. 

Es un podcast feliz, un podcast para disfrutar tras haber visto la serie, conocer a los actores y las tripas de una serie de televisión. 

Podcast: An Oral history of The Office. 
Duración: unos 40 minutos, ahora mismo va por el episodio 9.
Periodicidad: semanal, sale los martes. 



3.- The Cut de Vox Media con Avery Trufelman.  Antes de hablar del podcast, voy a hacer una confesión, siento adoración por todo lo que hace Avery Trufelman, siento por ella la misma devoción que en literatura siento por Amos Oz, Richard Ford o Natalia Ginzburg. Todo lo que hace me interesa y todo lo que hace es "casa". Hace un mes recomendé de ella Articles of interest, un podcast maravilloso sobre moda y la industria de la ropa que había realizado dentro de la franquicia de 99% invisible de Roman Mars. (Si no habéis escuchado este podcast aún, ya vais tarde) . Al terminar ese podcast, se anunció públicamente que Avery Trufelman dejaba la compañía para empezar otra cosa. ¿Qué sería? Pues The Cut, un podcast que se puso en marcha en 2018 y había terminado en diciembre de 2019. 

The Cut es un podcast de media hora de duración que, con Avery, solo lleva dos entregas cuanto escribo este post. La primera de ellas trataba sobre el optimismo en tiempos de pandemia y el segundo sobre la visión que tenemos de la naturaleza. Cualquier idea preconcebida que te surja en la cabeza al leer esos dos temas está a años luz de la manera en la que Avery trata el tema, la manera en la que te lo cuenta y lo que te deja pensando y reflexionando. 

Por Avery siendo admiración y mucha, mucha envidia porque con solo veintiocho años tiene un talento increíble. 

Enganchaos a Avery, a su voz y a su manera de contar las cosas y montemos un club de fans. 

Pocast: The Cut. 
Duración: 30 minutos que pasan volando. 
Periodicidad: semanal, sale los martes. 
Episodio para comenzar: cualquiera de los dos que ha sacado ya: optimism o Nature is healing, casi que empecéis por el de la naturaleza. 


Como siempre, si escucháis alguno y os gustan, venid a contármelo.




martes, 25 de agosto de 2020

Consejos prácticos para la pandemia

Retrato de Sylvia Von Harden de Otto Dix
No se presta atención a las majaderías que dice Miguel Bosé. No se lee lo que dice, no se comenta, no se reenvía diciendo «mira que idiota».

No se le dedica ni medio nanosegundo de atención a los gritos de «hacedme casito» que da Perez Reverte. Tampoco se presta atención a sus sermones sobre lo que necesitamos nosotros, la chusma, para entender la pandemia. Lo primero que necesitamos es que se calle. 

No se habla con alguien que lleva la nariz por fuera de la mascarilla. Ni con aquel que la lleva en la barbilla. Mientras uno se aleja se le dice: «no voy a hablar contigo sin mascarilla, eres infeccioso». Yo añadiría: «fus, fus» para darle un toque Gracita Morales. 

Se ignora al que no sabe cuánto son dos metros de separación. «Que no te acerques, bicho» Ayuda mucho imaginarlos como cucarachas. 

«Yo no me pienso poner la vacuna» Ante esta afirmación, uno hace un pimpinela: vete, olvida mi nombre, mi cara, mi casa y pega la vuelta. 

«Las mascarillas son muy caras, yo lavo las higiénicas o las utilizo tres días seguidos» Dejas dos euros encima de la mesa y te marchas. Nunca más. 

A todos aquellos que creen, todavía, que los políticos darán respuesta a la pandemia se les prepara un colacao, se les arropa con la mantita de la sirenita, se enciende la lamparilla de mesilla de BuzzLightyear y se le explica muy despacio que no, que eso no va pasar. Que la solución la darán los técnicos, gente en la sombra, que no conocemos y que son los que saben de verdad. Si por alguna razón, la persona empieza a defender a algún político, se da al paciente por perdido y se acaba el cuento.  

«El problema son los emigrantes que traen la enfermedad» Portazo y nunca más. 

A los que en Madrid te dicen: «El problema es Barajas» se les indica que busquen en google maps el centro de salud más cercano para que comprueben dónde está el problema. No van a entenderlo y dudo que sepan usar google maps pero ya lo dice la sabiduría popular dale una senda a un tonto y ya lo tienes entretenido. 

Para los de «Pues me han mandado un video por wasap que dice que» se recurre a instrumentos de nuestra tierna infancia, se giran los brazos uno alrededor del otro mientras se canta «habla chucho, que no te escucho, habla chucho que no te escucho».

La pandemia es una circunstancia que ninguno esperábamos. Pensábamos que algo así no nos iba a pasar a nosotros, porque las desgracias, las tragedias que trastocan toda tu vida siempre son cosa de otros. Nos pasa a nosotros ahora y ha pasado mil veces antes en la historia, ¿alguien cree que los europeos vieron venir los cuatro años de guerra mundial que los hicieron pasar de tener casa, trabajo, escuela y ocio a matarse por comer patatas podridas? No. Somos infantiles y estúpidos. Vivimos dando por hecho que lo que tenemos es seguro, es para siempre y que, lo que es peor, nos lo merecemos.  Muchos están aferrados a que todo vuelva a ser como antes, son como niños pequeños gritando que quieren lo de antes y ya va siendo hora de que asuman, como adultos funcionales que se suponen que son, que eso no va pasar. Que hay que adaptarse a lo que viene, que es algo nuevo, que acabará con algunas de las costumbres que teníamos antes y nos traerá otras nuevas. Hay que mentalizarse de que toda esta situación  exige cierto grado de sacrificio (que ni de lejos pasa por matarse por comer patatas podridas) y que con eso y un poco de suerte, esta pandemia no nos costará la vida. 

—Es que la mascarilla es incómoda.
— Lo que es incómodo es lo gilipollas que eres. 


miércoles, 19 de agosto de 2020

Quince frases de tus quince años


«Mamá, ¿el post de mi cumpleaños ya lo tienes escrito? No te leo nunca pero esos del cumple los leo siempre»  

«¿Cuál es mi talento más inútil?» me preguntaste el último domingo de tus catorce años. No lo sé. El que más me saca de quicio es tu capacidad para dividir tu cerebro en dos mitades. Una que funciona en modo rutina de la vida diaria y otra, muy peligrosa, que lleva una vida independiente. Una vida que se manifiesta, de pronto, en preguntas como esa o en cosas como «Mamá, ¿una primera cita es muy incómoda, no? 

«Mira como tengo de perfecto el armario, los cajones, mi mesa» Te has convertido en una persona  tan ordenada que se me saltan las lágrimas. A veces, te confieso que me preocupa que te pases de frenada y acabes convertida en una maniaca del orden, como esa gente que forra los sofás de plástico o les pone fundas para que no se manchen, para que no se estropeen, esperando, quizá, a que otras personas, en otros momentos, en otras vidas disfruten de esos sofás mientras ellos solo las conservan.

«No me despiertes, ya me despertaré yo sola» Ahora mismo tienes el superpoder de los perros de poder dormir a voluntad: cuando quieres y dónde sea. Estás durmiendo trece horas al día con picos de quince. No quiero asustarte pero estás quemando horas de sueño que necesitarás en el futuro. Algún día te costará creer que fueras capaz de dormir tantas horas del tirón y por eso lo dejo escrito aquí. 

«Mamá, ¡no me acordaba de eso!» Has descubierto el valor de lo que escribo: de este blog y de los diarios de viaje. El año pasado me empeñé en escribir un diario de Nueva York y, este año, uno de los mejores momentos ha sido, ver vuestras caras, cada noche después de cenar, mientras yo leía en alto nuestras aventuras. El año que viene leeremos el del viaje a Ibiza. 

«Salgo horrible» Ya no sonríes. Miro mis fotos con quince años y veo que yo tampoco sonreía, ponía cara de seriedad, de intensidad y de falsa espontaneidad. Tú,  en la era de Instagram, pones morritos, sacas la lengua o te muerdes las mejillas por dentro, todo para no parecer tú. Pero cuando sonríes, cuando te pillo sonriendo porque estás tranquila y relajada, sonríes como cuando eras tú todo el tiempo y no pretendías ser otra cosa o no andabas intentando descubrir quien eres. Sonríes y se te achinan los ojos y por ahí se te escapa la risa.  

«Tengo manos de niña de ocho años»  No te gustan tus pies, ni tus piernas, ni tus brazos ni tus manos. La inseguridad de la adolescencia es una putada pero se te pasará. Espero llegar a verte cuando todo eso te de igual aunque ya sabes que jamás tendrás mi nariz perfecta (como la de Cleopatra)

«Vamos a hablar de la vida» es tu frase favorita para empezar una conversación y lo mejor que tiene es que con esa frase no esperas hablar tú, lo que quieres es que los demás te cuenten historias. Te encantan escuchar historias, cuando más detalladas mejor y preguntas y repreguntas y, después, dejas a tu mitad de cerebro independiente procesando toda la información para volver a esa historia días o semanas después. Te interesa la vida y las historias, todas. 

«Mamá, no te sorprendas, yo soy bilingüe» Hemos descubierto The Office y Jim y Pam te parecen la mejor pareja de la historia. Te encantan las películas de miedo y las de “que me explote la cabeza” y ya no necesitas subtítulos, yo no te he oído hablar ni una palabra de inglés pero me lo creo. 

«Mamá, acepta que a mí Los Molinos no me gusta como a ti» Esto me va a costar, me va a costar casi tanto como que hayáis dejado de leer por completo. Con las dos cosas no pierdo la esperanza de que pasada la adolescencia volváis a entrar en razón, dejéis de traicionarme y os guste estar en Los Molinos leyendo en el jardín o frente a la chimenea.  No me quites la ilusión. 

«Necesito ropa». Cuando tenías seis años escribí «Habrá superado la adicción al rosa pero será una esclava de la moda y pretenderá renovar su vestuario cada temporada» y acerté de pleno. Entonces eras muy pequeña y todavía era yo la que te elegía la ropa, no podía saber que desarrollarías el superpoder de saber exáctamente qué quieres comprarte y cómo combinarlo. Para mí eso es magia y sinceramente viéndonos a tu padre y a mí, no sé de quién lo has heredado. 

«Por favor, no discutáis, qué más da»  En este año he descubierto que rehuyes el enfrentamiento y la confrontación. No te gusta discutir y no te gusta que se discuta delante de ti.

«Mamá, no te preocupes por las cosas antes de tiempo. No sirve para nada. Si tiene que pasar algo malo, cuando pase, ya nos agobiaremos pero no lo pienses ahora porque no sirve para nada». Tienes el superpoder de no preocuparte. Te escucho y te veo vivir de acuerdo con esta filosofía y me das envidia. Te envidio esa capacidad. Cumples quince años y tengo la sensación de que te han robado casi seis meses de los catorce. Tú no tienes esa sensación. «Mamá, yo esto del confinamiento lo llevo fenomenal. Me gusta estar en casa, no te preocupes» me has dicho un montón de veces en estos meses. Y sé que has estado bien, que has estado tranquila y contenta y que sigues estándolo pero yo no puedo dejar de preocuparme por ti, por vosotras. En la peli perfecta de la maternidad yo soy la que debería estar diciéndote esas cosas, sigo sin tener superpoderes. Quizás, como ya dije una vez, son como los ojos azules y salan una generación. 

«Me encanta mi pelo y no pienso cortármelo»  Llevas el pelo demasiado largo. Sé que te encanta, que ahora mismo es una de las pocas cosas que te gustan de ti pero lo dejo aquí escrito para que podamos comprobarlo: dentro de cuatro o cinco años verás fotos tuyas con ese melenón salvaje y  te arrepentirás: «¡qué horror, mamá! ¿cómo no me dijiste nada?» Que conste que te lo dije. 

«Y yoooo», me contestas cuando te digo que te quiero. 

«¿Sabes que el día 19, cuando cumpla 15, estaré igual de cerca de mi nacimiento que de tener treinta años?» fue tu pregunta tu último miércoles con catorce años.  No, no lo sabía. No lo había pensado porque no quiero pensar en que ya no serás pequeña nunca más ni quiero pensar en ti con treinta años porque eso significará que a mí me quedarán menos años para disfrutarte. Añadiría «si es que llego» pero ya te oigo contestar «Mamá, no seas dramas»

Feliz cumpleaños, quinceañera. Todo va a salir bien. 


lunes, 17 de agosto de 2020

Podcasts encadenados (XIII)



Para desesperación de parte de mi familia, sigo escuchando podcasts a diario a pesar de estar de vacaciones. Escucho podcasts mientras hago bici, mientras limpio, mientras plancho, mientras corto el césped o barro las hojas del jardín. Los días en que no hago nada de eso, coloreo mandalas para poder escuchar podcasts al mismo tiempo porque he descubierto que si escucho podcasts sin hacer nada, no los escucho bien, mi mente se dispersa y no les presto suficiente atención. De todo lo que estoy escuchando (que es muchísimo) hoy traigo unas cuantas recomendaciones interesantes pero voy a empezar por lo que no recomiendo. 

Hay un nicho de podcasts que ya está saturado y es el de gente famosa entrevistando a gente famosa que se encuentra situado en el aún más saturado nicho de "colegas de cháchara con colegas". A este difícil hueco ha llegado Michelle Obama con su podcast. ¿Cómo se llama? El podcast de Michel Obama y eso ya te da una pista de por donde van a ir los tiros. Todo el interés de esta producción, exclusiva de Spotify, está centrado en que ella es Michelle Obama y a los productores eso les ha parecido más que suficiente y han decidido no apostar por nada más. «Es Michelle Obama, ¿para qué vais a querer nada más?» Pues lo siento pero yo quiero más. 

¿Qué puedo decir de este podcast? Pues bueno casi nada. Tenía muchas expectativas puestas en esta producción. Esperaba escucharla charlar con diferentes personalidades, algunas más conocidas que otras, y encontrar historias interesantes, reflexiones inteligentes y algo de ingenio. Lo que he encontrado es aburrimiento supremo. El primer episodio es un conversación con Barak Obama (otro ejemplo más de que los productores lo fiaban todo a su fama) en la que ambos resultan planos, aburridos y si el episodio dura diez minutos acabas cogiéndoles manía. La charla entre ellos tiene el mismo interés que asistir a la conversación de tus vecinos de apartamento en la playa, es decir...ninguna. Y el resultado es el mismo. Termina y piensas «¿por qué no he dedicado estos cuarenta minutos a leer o a dormir en vez de estar aquí escuchando esta cháchara intrascendente?» 

Para poder hacer esta crítica bien, he escuchado también el tercer episodio en el que Michelle habla sobre menopausia con una amiga suya, doctora. Cháchara, cháchara, cháchara.

Un podcast de entrevistas no debe de ser una conversación entre colegas, ni un intercambio pactado de preguntas promocionales, ni un diálogo sin rumbo. Si ambos, entrevistador y entrevistado, se conocen no pueden hablar como si los oyentes también los conocieran, como si supieran en todo momento de que están hablando. Si no se conocen el entrevistador tiene que pensar en qué preguntarían sus oyentes, en que podría interesarles a ellos, en qué preguntas harían la entrevista más interesante, con más contenido y no en las preguntas más fáciles, más anecdóticas o más favorables a las risas. 

Nada de esto se cumple en el podcast de Michelle Obama que no es más que eso, el podcast de Michelle Obama, no tiene nada más y, lo siento, pero no es suficiente. 

Casi lo olvido, dentro de este nicho de colegas hablando con colegas también he escuchado Smartless, un podcast en el que tres actores más o menos conocidos: Jason Bateman, Sean Hayes y Will Arnett charlan con un conocido. La nada absoluta, os lo podéis ahorrar completamente.  

Y ahora, lo que sí interesa: 

1.- Más se perdió en la guerra.  De Radio Ambulante ya he hablado varias veces y lo seguiré haciendo. El último episodio de la temporada ha sido una reflexión en voz alta de Daniel Alarcón, editor y creador del podcast, sobre la pandemia, el confinamiento, la vuelta a algo que queremos creer que es una nueva normalidad y la angustia, la ansiedad y el temor que todos sentimos. Daniel es peruano criado en Alabama y vive en Nueva York. Desde su ventana reflexiona sobre lo que veía sin verlo desde ella antes del confinamiento, lo que dejó de ver mientras estaban encerrados y cómo es la nueva normalidad a la que se asoma ahora. Es una reflexión maravillosa, calmada e inteligente, con la que es imposible no sentirse identificado. 

Podcast: Radio Ambulante.
Episodio: Más se perdió en la guerra.
Duración: 13 minutos

2.- Land of giants. The Netflix Effect. Todos tenemos Netflix en casa, todos conocemos Stranger things, House of cards o Tiger King pero ¿cómo se creo Netflix? ¿De dónde surgió esta idea loca de crear una plataforma que te permitiera ver desde casa, por internet, todo lo que quisieras? ¿Por qué funcionó? ¿Contra que luchó cuando empezó? ¿Qué ha cambiado la aparición de Netflix en la manera no solo de ver la tele sino también en la manera de hacerla?  ¿Netflix nos ofrece a todos lo mismo o el algoritmo está personalizado? Esta serie de Vox Media con Recode, presentada por Peter Kafka y Rani Molla responde todas estas preguntas y muchísimas más. Son siete episodios desde los inicios de Netflix como un servicio de envío de dvds a casa por correo postal hasta las guerras del streaming que estamos viviendo ahora. Los presentadores forman un tándem perfecto y hacen avanzar la historia poco a poco examinándola desde distintos puntos de vista. No dejan ni un tema sin tocar, hablan hasta del éxito de La casa de papel y el empeño de Netflix en doblar y subtitular todo lo que ofrece para hacerse aún más global. 

Es interesante, entretenida y te permite entender muchísimo mejor la historia que hay detrás de que en el mando de tu televisión haya un botón en el que ponga Netflix. 

Episodios: 7
Duración: 30 minutos


3.- Forgotten: The women of Juarez. Este es un podcast de iHeartradio en el que los periodistas Oz Woloshyn y Mónica Ortiz Uribe investigan los asesinatos de mujeres en Ciudad Juarez en la frontera con El Paso en Estados Unidos. Los feminicidios comenzaron en los años 90 cuando jóvenes emigrantes mexicanas que trabajaban en las fábricas instaladas en Juarez desaparecían sin dejar rastro para aparecer días, semanas o meses después arrojadas en el desierto o enterradas de cualquier manera en fosas comunes. Eran jóvenes, eran pobres, eran mujeres y eran emigrantes. Sus asesinatos no importaban a nadie, solo a sus familias que empezaron a protestar y a alzar la voz llamando la atención de periodistas a los dos lados de la frontera. Esos periodistas empezaron a investigar tanto los asesinatos como la falta de interés de la policia por resolverlos. El podcast traza un exhaustivo recorrido por toda la historia de los crímenes, sus implicaciones políticas y policiales, entrevista a periodistas, policías y agentes americanos del FBI que en su día trataron de resolverlos y que tras recibir amenazas de muerte acabaron huyendo a Estados Unidos y dejando el tema. 

Forgotten no es solo un podcast de crímenes. Es una investigación en profundidad de la realidad de la frontera mexicana con todas las implicaciones políticas, económicas y sociales que tienen tanto el establecimiento de factorías americanas que pagan 1 dólar a la hora como el que ese paso fronterizo sea la ruta preferida por los carteles de droga para hacer llegar su mercancía a Estados Unidos. Aterra la corrupción y la impunidad con la que esas mujeres, esas niñas, son raptadas como mercancía para violarlas y asesinarlas como si no valieran nada, como si fueran basura. 

Un podcast necesario con regusto a Better call Saul y Braking Bad y una sintonía maravillosa con esta canción de Natalia Fourcade.

Podcast: Forgotten. The women of Juarez
Episodios: 10
Duración: 40-50 

Tengo alguna recomendación más en la recamara pero las dejaré para más adelante, cuando volváis de vacaciones y necesitéis algo para distraeros de la rutina y de las noticias de la radio. 

Como siempre, si escucháis algo de lo que recomiendo venid a contármelo. Incluso si es Michelle Obama y os ha encantado. 


lunes, 10 de agosto de 2020

El baño y las hormigas

Hay una invasión de hormigas minúsculas en el baño de arriba. Las dos cosas son novedad: que sean minúsculas y el territorio invadido. Lo normal en esta casa es que las invasiones hormiguiles anuales sean de asquerosas hormigas voladoras y ocurran siempre en el piso de abajo, en un par de ventanas a las que parecen tener especial querencia o en una zona alrededor de la piscina. La de la piscina, además, es una invasión británica: ocurre siempre a la misma hora. Te sientas en la hamaca, te pones a leer, la tarde cae, el sol baja hasta casi ocultarse por detrás del puerto de los leones y cuando levantas la vista del libro, estás rodeada de columnas de hormigas voladoras que salen de debajo de la tierra y vuelan hacia arriba. Es asqueroso aunque no deja de tener su lado hipnótico. ¿A dónde van? ¿Por qué salen huyendo de sus agujeros bajo tierra? ¿Por qué a esta hora? Desconocemos las respuestas pero por lo menos hay un patrón. Lo de las hormigas minúsculas me tiene desconcertada. Aparecieron un día en junio, abrí la tapa del vater y, ¡menos mal que miré! la taza estaba llena de minúsculas hormigas negras. ¿De dónde han salido? ¿Cómo han llegado aquí? Investigando encontré un hilillo de hormigas en la parte exterior y satisfecha con ese descubrimiento, me armé con un insecticida especial hormigas y monté una bomba de humo en la taza: rocié todo generosamente, cerré la tapa y tiré de la cadena. Nunca la aniquilación fue más fácil. Me sentí un poco genocida pero, al fin y al cabo, la vida en la taza del vater no prometía grandes cosas para las hormigas minúsculas.

A los pocos días detecté otra colonia trepando por los barrotes de la estantería metálica. ¿Qué hacían ahí? ¿Eran nuevas o supervivientes de la matanza de la taza? ¿Irían en busca de restos de pasta de dientes infantil, rosa, dulzona y con la consistencia de una chuchería derretida? Quizás. Así tenía más sentido esa expedición. No se habían lanzado a los yermos páramos de la loza higiénica sino que iban en busca de alimento dulzón, de droga. Seguí la cuidada hilera de hormigas y descubrí que pasaban de largo, dejaban atrás el tubo de pasta de dientes y se lanzaban hacia la cesta de las gomas de pelo de mis hijas. ¿A qué iban allí? Otra expedición de destino trágico. Procedí a terminar con su sufrimiento con un nuevo exterminio hormiguil parecido al de la semana anterior pero con menos concentración. Fumigué la estantería y limpié todo de restos. 

Ayer, entré en el baño a lavarme los dientes y allí estaban otra vez, en el lavabo y trepando por el espejo. Minúsculas hormigas correteando por la superficie. Mientras me cepillaba los dientes las estuve observando. ¿Se divertían? ¿Se divierten las hormigas? ¿Son todo instinto y nada de diversión? Si son todo instinto, ¿qué hacen en un baño que utilizan siete personas, en el piso de arriba de una casa y sin absolutamente nada de comida? ¿Se les ha atrofiado el instinto? ¿Son exploradoras? ¿Son adictas al spray que acaba con ellas? ¿Se han reunido en algún lugar remoto del jardín y han pensando "esto se nos está quedando pequeño, creo que al otro lado de los árboles, allí arriba, he visto un reflejo y deberíamos ir a investigar"? ¿Y si son de una secta? ¿Y si las han echado de un hormiguero y han llegado hasta allí siguiendo a un hormiga chalada que les ha comido la cabeza con promesas de una tierra prometida blanca, fría y resbaladiza? Le estuve dando vueltas hasta que me enjuagué la boca, me lave la cara, me eché crema y procedí a un tercer día del Apocalipsis para las hormigas minúsculas. Game over para ellas pero es que habían llegado a una pantalla sin salida. 

Casi todo el mundo se ha marchado de esta casa y soy la única usuaria de ese baño. Quedo yo y las hormigas minúsculas. Todo es posible: quizás descubra algo o quizás me convierta para ellas en su Apocalipsis. O quizás un día me pillen despistada, use el baño sin mirar antes y acabe invadida por  una avanzadilla de hormigas minúsculas.

Hoy empiezo mis vacaciones, convencer a las hormigas minúsculas que donde mejor están es en su casa encaja a la perfección con mi plan de no hacer nada productivo en las próximas tres semanas. 


miércoles, 5 de agosto de 2020

Delibes, los pueblos y los bares

Y me fui a Valladolid, me puse mi falda de colores y hablé con Juan Tallón de Delibes, los pueblos y los bares.

Por si queréis echar un ratillo viéndome aletear con las manos y a Tallón contando anécdotas de su pueblo.





Gracias a la Universidad de Valladolid y a Carmen Herrero por invitarme. 

lunes, 3 de agosto de 2020

Lecturas encadenadas. Julio

Portada de 20 de julio de 1951. De Arthur Getz
No sé me ocurre nada que escribir como breve introducción a este post. Ha pasado julio, otro mes más en este año que no termina nunca y que, a veces, me gustaría poder saltarme con un chasquido de dedos. Hago chas y aparezco en el verano de 2021. 

A principios de mes, mientras conocía una Ibiza sin turistas, sin aglomeraciones, sin gente en las playas, leí Salvaje de Cheryl Strayed. Había comprado este libro porque durante el confinamiento escuche el podcast que la autora hizo charlando con autores de más de sesenta años sobre la pandemia, la escritura y su manera de enfrentarse a la vida. (Lo recomendé aquí). Ella, a pesar de ser demasiado americana y un pelín cursi de vez en cuando, me pareció interesante y sobre todo me gustó su manera de preguntar, de dialogar con los entrevistados. Al comentarlo en redes, alguien me recomendó este libro y como quería saber más de ella decidí leerlo. 

¿Qué cuenta Cheryl? Con veinticuatro años y tras morir su madre de un cáncer fulminante, Cheryl se encuentra descolada y arrasada de tristeza. Deja la universidad, se dedica a boicotear su matrimonio, se divorcia y se enrolla con un tío que la lleva a la heroína. En un momento de lucidez de esos que tienen los americanos, decide que lo que tiene que hacer es lanzarse a recorrer el Sendero del Macizo del Pacífico que discurre paralelo a la costa del océano desde México a Canadá. Y allí que se va con una mochila que pesa más que ella y sin tener ni idea de la montaña ni de a lo que se enfrenta. Salvaje es una aventura con pies doloridos, uñas arrancadas, sed, hambre, amistades forjadas en el sendero, reflexiones y el intento de Cheryl de reencontrarse así misma. Mientras nos cuenta sus desventuras caminando (que son muchas), nos enteramos de cómo fue su infancia, la relación con su madre, con los hombres y lo que aspira a conseguir cuando, por fin, llegue a la frontera de Oregón y Washington. 

¿Está bien este libro? Pues bueno, a mí no me emocionó demasiado y la prueba es que tardé más de una semana en terminarlo a pesar de ser una lectura facilísima. Puede que la comparación con Un paseo por el bosque de Bill Bryson, que leí a principios de año, haya pesado mucho en mi sensación de que lo que cuenta Cheryl no me interesa demasiado. 

¿Lo recomiendo a pesar de esto? Pues sí, es una lectura fácil, muy de tumbona y de peli de sobremesa. De hecho, hay una peli basada en este libro protagonizada por Reese Whiterspoon que tengo intención de ver en cualquier momento.  

Mis Delibes del mes han sido una relectura de El disputado voto del Señor Cayo para ir bien preparada a la charla de Valladolid y la lectura de Diario de un emigrante ya que Diario de un cazador me gustó muchísimo. 

En esta especie de continuación de las aventuras de Lorenzo, éste se ha casado con Anita y tras recibir una invitación de un tío de la chica, deciden emprender la aventura y embarcarse hacia Santiago de Chile. Para mi, la travesía en barco es lo mejor de la novela. Tiene encanto, peso, identidad y parece un retrato perfecto de cómo debían ser esos viajes. Cuando llegan allí, primero a Buenos Aires y después a Chile, todo se convierte para los protagonistas en desilusión y decepción y para el lector en tedio e incomodidad. Para mí, Diario de un emigrante es un libro fallido porque todo está basado en Lorenzo y así como en Diario de un cazador, él resultaba entrañable y cercano, aquí resulta amargado, antipático y desagradable. Creo que también influye el hecho de que Delibes es siempre mejor escribiendo de lo que conoce de primera mano y creo que la vida de un emigrante que se abre camino en Chile le pillaba demasiado lejos. Eso sí, el uso del lenguaje es apabullante. Como dijo Tallón en la mesa redonda de Valladolid: «Delibes escribe en un idioma que ya no existe».

¿Recomiendo Diario de un emigrante? De Delibes hay que leer todo lo que se pueda pero este podéis dejarlo para el final. 

Tras estas dos lecturas no del todo satisfactorias me lancé a leer Despojos. Sobre el matrimonio y la separación de Rachel Cusk. No me voy a extender en comentar este libro porque ya lo dije todo la semana pasada. 

Leed Despojos aunque os duela y os haga revolveros en la tumbona. 

¿Os podéis creer que nunca había leído Diez Negritos de Agatha Christie? Pues creedlo. Hasta este mes de julio, y si la memoria no me falla, jamás había leído nada de Christie. Este año los Reyes le trajeron a María cuatro novelas de la autora inglesa con la esperanza de que se volviera a aficionar a la lectura. Por supuesto, eso no ha ocurrido pero a mí me ha servido para pasarme un par de días en la Isla del Negro intentando saber quién era el asesino. Diez negritos es uno de los libros más vendidos de la historia de la literatura junto con la Biblia y entiendo su éxito. Es una novela de intriga, con personajes interesantes que eres perfectamente capaz de imaginar en tu cabeza y que te enfrenta constantemente a la idea de que estás tratando de descubrir el truco, al asesino, pero Christie es más lista que tú y además tiene todos los trucos. 

¿Recomiendo leer Diez Negritos? Pues claro. Una buena novela policiaca con asesinatos y asesinos, bien escrita y con personajes que toman el té y se arreglan antes de bajar a cenar cuando suene el gong es siempre buena idea. 

La mejor lectura del mes ha sido una que me llegó por sorpresa. En la Librería Sandoval de Valladolid, Juan Tallón me dijo «a mí este me gusto, creo que a ti también te gustará».  No fue efusivo ni entusiasta ni nada por el estilo pero me convenció y acertó. El amigo de Sigrid Nuinez ha sido todo un descubrimiento. (Al empezar a leer me di cuenta de que Amaya Ascunce la había recomendado en el podcast de Cristina Mitre). 

El amigo es una novela extraña que te sorprende casi en cada página. La premisa de la novela es la historia de una mujer que tras la muerte de su mejor amigo se ve obligada a quedarse con el perro de éste, un gran danes enorme. Un perro demasiado grande para su apartamento y demasiado emocional para que cuidar de él no acabe acarreando una relación casi tan personal como una relación de pareja.  Partiendo de esta premisa la novela reconstruye la historia de la amistad entre ella y el amigo muerto y está plagada de reflexiones sobre la soledad, las relaciones, leer y escribir. 

«Seguro que me preocupó que escribir acerca de ello fuese un error. Escribes algo porque esperas controlarlo. Escribes acerca de experiencias en parte para comprender lo que significan, en parte para no olvidarlas con el tiempo. En el olvido. Pero siempre está el peligro de que suceda lo contrario Perder el recuerdo de la experiencia en sí en el recuerdo de escribir sobre ello. Como la gente cuyos recuerdos de lugares a los que ha viajado son de hecho solo recuerdos de las fotografías que tomaron allí. Al final, la escritura y la fotografía probablemente destruyen más del pasado de lo que sin duda lo conservan. Así que podría suceder: al escribir sobre alguien a quien has perdido —o incluso nada más que hablar demasiado sobre ese alguien— puede que lo estés enterrando para bien»

Me ha gustado muchísimo y he doblado muchísimas esquinas. Hay además muchas reflexiones sobre un tema del que se habla mucho últimamente: la separación de obra y artista y la estúpida exigencia moralista que pretende que un autor, un artista de cualquier clase, deba ser moralmente intachable para los valores de la época actual para poder si quiera empezar a considerar su obra.

El libro está además lleno de citas de escritores y ésta de Rilke me ha gustado especialmente:

«Quizá todos los dragones de nuestra vida son princesas que solamente esperan vernos alguna vez actuar con belleza y valor. Quizá todo lo que nos asusta sea -en su más profunda esencia- algo indefenso que solo ansía nuestra amor»

Corred a leer El amigo.

Y con esto y una pila de veinte libros pendientes y las vacaciones por delante, hasta los encadenados de agosto que, si todo va bien, espero que sean multitudinarios. 





martes, 28 de julio de 2020

Secuelas de un divorcio


Christian Wilt
«A la gente le horroriza el cáncer, tan invisible y silencioso, y la ruptura de algunas parejas que nunca se han mostrado hostilidad públicamente. Parecían muy felices, dicen, porque la idea de que la muerte pueda no dar ninguna señal de que se está acercando nos hace sospechar que ya está aquí» (Despojos, Rachel Cusk)

Hace un par de años leí un perfil de Rachel Dusk en el New Yorker. Me gustó ella, me gustó lo que decía y pensé en comprar alguna de sus novelas, pero no encontré el momento hasta que, en Valladolid, este libro me asaltó en la Librería Sandoval. 

Despojos. Sobre el matrimonio y la separación es el título en español. En inglés es Aftermath y creo que yo lo habría traducido por Secuelas mejor que despojos. La palabra despojos da sensación de abandono, de expulsión, de desprecio. Despojos sugiere que lo que te ha quedado no vale, que hay que tirarlo a la basura, deshacerte de ellos, olvidarlos. Secuelas se ajusta más a la realidad de lo que ocurre tras un divorcio, porque divorciarse no es un proceso del que se salga limpio, impoluto y renovado. Has estado casado durante un cierto tiempo, has vivido de una determinada manera, siguiendo unas normas, unas rutinas, compartiendo una vida y cuando todo eso se acaban quedan secuelas. Divorciarte deja cicatrices al cortar con la vida que has llevado hasta ese momento y se llevan toda la vida, para bien y para mal.  

El libro de Rachel Cusk habla de eso, de las secuelas y aunque, para mi gusto, ella se ve demasiado víctima creyéndose, por momentos, expulsada de lo que ella considera la "vida normal", tiene muchísimas reflexiones muy interesantes y muy ciertas sobre las secuelas que, sobre todo al principio, deja un divorcio o una separación.  
«Mi marido y yo nos separamos recientemente y, en cuestión de unas semanas, la vida que habíamos construido juntos se desarmó, como un puzle convertido en un montón de piezas con los bordes recortados.»
Divorciarse es un corte limpio, una amputación de la vida que tenías antes. Al principio no te das cuenta,  como al enfermo que se despierta sin pierna, te cuesta darte cuenta de que aquello a lo que has estado unido durante tanto tiempo, ya no está. Experimentas un dolor fantasma, y te descubres pensando "si siguiera casada ¿qué estaría haciendo ahora?" o "esto antes, lo hacíamos así". Incluso haciendo las cosas como antes, cuando todo era distinto... pero tú aún no te has dado cuenta. Rachel explica bien como te vas haciendo poco a poco a esa nueva vida, a esa nueva situación. Esta ruptura con tu vida anterior no es algo exclusivo de los divorcios o separaciones, ocurre lo mismo si enviudas o, por adición en vez de por sustracción, cuando tienes un hijo y te das cuenta de que tu vida de antes ya no volverá. En todos los casos la adaptación a la nueva normalidad es algo dolorosa, conlleva tiempo y el descubrimiento de nuevos aspectos de ti mismo que pueden gustarte o no. Rachel descubre por ejemplo que se niega a tener custodia compartida y repartir todo lo que tenían al 50%. Cuando sus hijas nacieron, la pareja decidió que ella trabajaría y sería el soporte económico de la familia y él cuidaría de la casa y de las niñas. Fue un acuerdo compartido porque Rachel, y en esto sí coincido con ella, se sentía atrapada y a la vez una intrusa en su papel como madre. Era algo que sabía hacer, «Fue como si hubiera aprendido a hablar ruso de golpe: lo que podía hacer -este trabajo de las mujeres- tenía una forma propia y, al mismo tiempo, no sabía de dónde me venía ese conocimiento» pero que no quería hacer o, por lo menos, no quería hacer al 100% quedándose en casa. Cuando se divorcia descubre que a pesar de eso ella quiere representar el papel de madre/mujer y que a su marido le corresponda el de hombre.  
«Son mis hijas, insistí. Son mías.» Su marido le espeta «Y tú te llamas feminista» Y Rachel tiene entonces que reflexionar sobre sí misma y descubrir que es un fraude, que todo aquello que decía defender, no se aplica cuando le toca a ella. «Por tanto, no soy feminista. Soy una travestida que se odia a sí misma.» 
Yo no comparto con Rachel este tema porque en mi caso siempre tuvimos claro que todo iría al 50% pero ya he contado muchísimas veces como me encontré con que mucha gente me decía: pero ¿por qué no te quedas tú con las niñas, la casa y una pensión? Ni siquiera entré a discutir con esa gente, les ignoré directamente y les puse en la lista de gente de la que no fiarme. 

Coincido muchísimo, sin embargo, en su visión sobre la mujer trabajadora y la que se queda en casa. Yo, como ella, nunca he dependido económicamente de un hombre desde que me casé pero, como ella, no lo considero un mérito espectacular igual que un hombre nunca presume de lo mismo. A mí me parece lo normal, lo correcto, lo que yo necesito y a lo que no estoy dispuesta a renunciar bajo ningún concepto. Rachel habla, y coincido con ella al 100%, en como las mujeres que se quedan en casa por decisión propia, suelen decir siempre que se sienten afortunadas, que es lo mejor para ellas y para todos. Consideran que es una suerte que con el dinero de sus parejas puedan vivir sin trabajar, mejor dicho sin tener un trabajo remunerado, ocupándose de las mil quinientas cosas que conlleva quedarse en casa ( y también no quedarse, pero ese es otro tema). Lo chocante de este planteamiento es que esas mujeres, cuando son madres, nunca quieren eso para sus hijas. Las madres quieren paras sus hijas que estudien, que consigan un trabajo en el que sean brillantes o en el que disfruten, un trabajo que las haga salir de casa. En nuestros tiempos no conozco a ninguna madre que diga «yo para mi hija quiero que se case, tenga hijos y se quede en casa». A nadie.  

Rachel reflexiona también, de manera dolorosísima, sobre la nueva relación con sus hijas, sobre los cambios que el divorcio establece en su manera de relacionarse con ellas pero también de verlas, quererlas y pensarlas. En esto tampoco coincido con ella en todo pero sí en algunas cosas. Ella se siente terriblemente culpable por su divorcio (en ningún caso se explican los motivos del divorcio y a mí me parece perfecto porque así las ideas tratan sobre qué pasó después y no en el qué lo provocó que es algo en lo que la gente tiene muchísima curiosidad porque nadie quiere afrontar que, a veces, las relaciones se terminan sin que un meteorito las impacte, se terminan por erosión, por desgaste, porque tenían que acabarse) y creo que proyecta esa culpabilidad en su relación con sus hijas. 
«Les hice daño, y con eso aprendí a quererlas de verdad. O, mejor dicho, lo reconocí, reconocí este amor, reconocí lo grande que era. Lo exterioricé: interiorizado, habría sido un instrumento de tortura. Pero ahora estaba en el mundo y era visible y práctico. ¿Qué es una madre amorosa? Es una persona que renuncia a su interés personal por el bienestar de sus hijos. El sufrimiento de sus hijos les causa más dolor que el suyo: es María a los pies de la Cruz».
Cuando te divorcias la relación con tus hijos también sufre el embate de un nuevo oleaje y es inevitable sentirse culpable porque la sociedad, los demás, nos trasmiten la idea de que terminar una relación, de que no ser capaz de "aguantar" te convierte en una mala madre, en un mal padre, porque has preferido terminar una relación a mantenerla por ellos. Tú, eres inteligente y tienes criterio y sabes que eso es una majadería pero cuesta mucho arrancarse el velo de culpabilidad que como una teleraña te cubre de vez en cuando. Te encuentras a cada rato, manoteando delante de tu cara, diciendo "fuera, fuera" y volviendo a repensar con objetividad que eso no es verdad. Miras a tus hijos y los ves bien, tranquilos, contentos, felices y sabes que todo está bien hasta la próxima vez que la telaraña se te enrede en el pelo. Además de esto, hay que construir una relación diferente en la que tienes un papel en solitario con ellos y otro (que hay que mantener siempre por su bien) con tu expareja que sigue siendo su padre (o su madre) aunque ya no viváis todos juntos. Construir todo esto lleva tiempo, se hace a base de prueba y error y como todo lo nuevo, acojona pero se puede hacer y se puede hacer bien. Rachel escribe al principio de todo el proceso y le parece que es una tarea titánica y que no saldrá bien parada de ello. Apuesto a que sí lo consiguió y a que sus hijas están perfectamente. 

Cuando te quedas embarazada o te compras un coche automáticamente empiezas a ver embarazadas por la calle y tu mismo coche en cada cruce. Cuando te divorcias lo que te ocurre es que vas escudriñando cada pareja que te cruzas por la calle tratando de saber porqué ellos siguen juntos y parecen felices y tú no. 
«Desterrada del matrimonio, veo a los matrimonios con otros ojos. Felicito en silencio a las parejas con las que me cruzo por la calle, a la vez que me pregunto por qué ellos están juntos y yo estoy sola. Sé que han triunfado en lo que yo he fracasado, pero no consigo recordar por qué».
Se te olvida que de puertas afuera nadie sabe qué ocurre dentro de una pareja y caes en la autocompasión más absoluta y dudas. 
«Y yo tampoco soy capaz de recordar qué me llevó a destruir la vida que tenía. Solo sé que la he perdido, que ya no existe».
Ya digo que Rachel está muy al principio del proceso y se está hurgando en la herida continuamente para ver si así consigue que deje de doler. Normalmente, uno llega al divorcio sabiendo perfectamente que aquello es inviable.

Despojos es un libro sobre lo que viene después del divorcio. Sobre como se siente un divorcio y la vida que se construye después. Rachel Cusk escribe muy bien y tiene, además de las que he contado, algunas reflexiones interesantísimas sobre relaciones y mitología, sobre grandes clásicos griegos e incluso un capítulo entero dedicado a la extracción de una muela como metáfora del fin de una relación que son espectaculares. El trabajo de auto examen que realiza es doloroso y valiente y por eso Despojos no es un libro bonito y ella no te cae bien pero lo recomiendo para todo el mundo. El que se ha divorciado se verá reflejado de la misma manera que cuando pierdes a alguien te ves reflejado en el auto examen que del luto hace Joan Didion en El año del pensamiento mágico y si no te has divorciado para saber cómo es aunque creas que a ti no te va a pasar porque como dice Cusk nunca sabes qué te va a pasar. 
«Siento cierta simpatía por la historia de Edipo. Su historia expresa lo que a mi modo de ver es la principal tragedia humana: que desconocemos las cosas que nos empujan a nuestro destino. Nos somos plenamente conscientes de lo que hacemos ni de por qué lo hacemos».
Y, para terminar, este agradecimiento de Rachel a sus hijas con la que también me identifico muchísimo. 
«Gracias a mis estupendas hias, Albrtine y Jessye, por soportar tiempos difíciles con tanta fortaleza y dignidad. Es imposible estar con ellas y no animarse por su manera de derrotar a la tristeza. No soy capaz de expresar lo orgullosa que estoy de ellas. Espero que algún día lean este libro y, al menos, no sientan vergüenza».  

jueves, 23 de julio de 2020

Olvídate de aquello

«No, señora Smith, no puede someterse al procedimiento tres veces en un solo mes», le dice Kirsten Dust a una paciente que llama por teléfono a la consulta del doctor en cuya sala de espera Jim Carrey aguarda para someterse al "procedimiento". La peli es Olvídate de mí. 

El tratamiento consiste en borrar de tu mente una relación amorosa que ha terminado o que debe terminar o que ha resultado ser muy dolorosa por la razón que sea. En el caso de la Sra. Smith sospecho que su razón para borrarse la memoria tres veces en el mismo mes es la vergüenza. Imagino que ha sufrido múltiples encontronazos amorosos inapropiados, de esos de los que te despiertas al día siguiente sintiéndote tan avergonzado que evitas tu reflejo hasta en la puerta del horno. 

Si pudiera borrarme la mente ¿qué borraría? La primera respuesta que me viene a la cabeza es obvia, lo lógico sería borrar todo lo que te hace daño al recordarlo, aquello que te asalta cuando menos te lo esperas, te acorrala entre la vergüenza, el arrepentimiento y la tristeza y se queda pegado a tu memoria durante un buen rato, inmune a tus denodados esfuerzos por volver a enterrarlo bajo capas y capas de recuerdos. Eso sería lo lógico pero he estado pensando que quizás sería mejor idea un "procedimiento" que borrara de la memoria de los demás aquellas cosas de las que tú te arrepientes porque lo peor de ellas es que no te arrepientes por lo que esas cosas significaron, por las palabras que dijiste, por las acciones que tomaste, por los besos que quizás no deberías haber dado o las decisiones que quizás fueron un error, lo peor, lo que más te duele, es pensar en cómo las interpretaron los demás, qué imagen de ti se hicieron a partir de ellas o el dolor que causaron. Si ellos las olvidan, estás a salvo de la vergüenza pero protegido de volver a repetirlas porque tú si las recuerdas y te has jurado a ti mismo hacer todo lo que esté en tu mano para no volver a repetirlas. Olvidarlas, borrarlas de tu mente sería el camino más fácil para volver una y otra vez al mismo error. 

¿Quién no ha tenido alguna vez una resaca atroz de las de fundido a negro? Una de esas resacas de las que te levantas creyendo que todo fue bien, que solo tienes dolor de cabeza y que, de repente, empieza a iluminarse con relámpagos de consciencia revelando un fugaz terrible recuerdo? Los relámpagos solo te dejan vislumbrar algo, asomarte a aquello de lo que sabes que tienes que arrepentirte y avergonzarte pero no puedes asirlo para poder valorarlo en toda su plenitud. Ni siquiera sabes si quieres verlo. Ojalá no hubiera relámpagos. Pero lo peor es pensar que los demás sí saben que hiciste, qué dijiste, qué gritaste. Lo saben, lo ves en su mirada. «que no digan nada, que tengan compasión, qué hagan como que no lo recuerdan». ¿No sería maravilloso poder pedir que lo olvidaran? Tú puedes manejar los relámpagos pero no su silencio. Lo mismo pasa con las relaciones amorosas, manejar la pena, la tristeza por su fin, por las cosas que no debiste decir es más o menos fácil. Manejar el pensamiento de que el otro piensa que eres imbécil, que no mereció la pena estar contigo  o que le desilusionaste es una carga mucho más pesada. "Procedimiento" y fuera.  

¿Y aplicar el  procedimiento a relaciones que no sean sentimentales? ¿Y si pudiéramos borrar del recuerdo de nuestros hijos los momentos en los que fallamos, en los que perdimos la paciencia, en los que gritamos, no les escuchamos lo suficiente o no fuimos capaces de entenderlos? ¿Eso nos convertiría en mejores padres a ojos de nuestros hijos? ¿Nos haría mejores o peores personas? No lo sé pero nos quitaría mucho sentimiento de culpa. 

En cualquier caso, he estado pensando que si, como dice Kirsten Dust en la peli, el procedimiento solo se pudiera aplicar tres veces, tengo claro cuales serían las tres cosas que querría borrar de la mente de otros. 

Pensadlo. 


lunes, 20 de julio de 2020

En Valladolid sin Brad Pitt pero casi

A lo mejor he dormido en la misma habitación que Brad Pitt. No al mismo tiempo, ni en el mismo año ni en la misma década. Ni siquiera en el mismo siglo pero es lo más cerca que voy a estar de compartir espacio con él. Sé con seguridad que, si es una persona con principios que se levanta y se toma un café, hemos compartido espacio de desayuno. El que no se consuela es porque no quiere. Este curioso descubrimiento me fue revelado a las dos y media de la mañana en la puerta del hotel Olid al mismo tiempo que aprendía la historia de "la chica de Valladolid", aparentemente una historia harto conocida pero de la que yo no tenía ni idea. "¿no sabías esta historia?" No, no la sabía. A mí Brad Pitt en 1991 no me gustaba. Ni en 2001 ni en 2011. 

Probablemente también he caminado por las mismas calles que recorrió él, los alrededores del Teatro Calderón, la plaza y los bares de la catedral, los alrededores de la Iglesia de San Benito. Quizás comió pincho de tortilla en el Bar Postal aunque seguro que no lo hizo poniéndose y quitándose la mascarilla. Con seguridad sé que no tuvo mi suerte, y no pudo entrar en los jardines del Palacio de Santa Cruz para sentarse bajo sus castaños a escuchar varios conferencias. Y segurísimo que no se subió al estrado a hablar de Delibes, los bares y los pueblos. 

A esos jardines llegué gracias a la amabilidad de Carmen, de la Universidad de Valladolid, que me invitó en enero, casi en otra vida, a participar en un encuentro de verano. A esos jardines he llegado, aunque cueste creerlo, gracias a este blog, que me ha proporcionado lectores maravillosos que, además, piensan en mí cuando organizan eventos. Mi empeño en releer y leer a Delibes se debía a mi interés en cumplir con las expectativas de esos lectores y en no defraudar al público de Valladolid, mucho del cual sabe muchísimo más que yo de Delibes. Creo que lo conseguimos. 

En Valladolid me lo he pasado en grande gracias a Carmen y a otra mucha gente (Carmen, Ricardo, Antonio, Vivi, Araceli, Miguel Ángel  y todos los demás) que me han acogido como si me conocieran de toda la vida, me han llevado de vinos y cañas y a probar pinchos, me han recomendado librerías maravillosas y con los que ha charlado de todo, desde ventanas encadenadas en palacios renacentistas hasta entierros peculiares pasando por abuelos incluseros y noches locas vallisoletanas. 

No sé si he compartido cama con Brad Pitt pero lo que sí se es que es imposible es que a él, en su día,  le trataran mejor que a mí. 


miércoles, 15 de julio de 2020

En mantenimiento

«Te tocaron las vacas flacas», me dice un amigo. 

Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce, trece, catorce, quince. Quince días sin escribir. Los primeros siete tenía excusa, una excusa endeble como las que suele dar los políticos para no hacerse responsables de absolutamente nada de lo que son responsables cuando algo, o todo, va mal. La excusa era que estaba de viaje, de mini vacaciones en Ibiza. En el fondo yo sabía que eso no era verdad, podía no tener tiempo para escribir pero, en otras vacaciones, en otros momentos, hubiera tenido un montón de ideas sobre las que escribir aunque no tuviera tiempo de hacerlo hasta volver a casa. En esos siete días, nada. Y luego otros ocho días y más nada. No es que no le de vueltas. Rebusco en mi cabeza alguna idea que me inspire. ¿Ibiza y sus bosques de pinos? ¿El ferry y la gente y sus mascarillas? ¿El curioso hecho de que los adolescentes a pesar de venir de una infancia con querencia veraniega mayoritariamente acuática se transforman todos en gatos que huyen del agua cuando llegan a los quince? ¿La asquerosa superioridad moral que sientes, sin querer, cuando te levantas a las seis de la mañana y a las seis y media estás en carretera para ir a trabajar? ¿Delibes? ¿Los podcasts? Esto no que ayer me dijeron "llevabas un rato sin hablar de podcasts y ya me estaba preocupando". ¿De mi montaña de libros pendientes esperando a que lleguen mis largas vacaciones? ¿De cómo ahora, que son mayores,  echo de menos a mis hijas mucho más que cuando eran pequeñas? ¿Sobre como ellas sólo fingen, y bastante mal por cierto, que me echan de menos? ¿Sobre porque tengo la sensación de que este verano está siendo, sin duda, el más largo de mi vida? ¿Sobre cómo la convivencia de diez personas en una casa, siete de ellas compartiendo baño, es un ejercicio acrobático digno de estar en el Circo del Sol? ¿Sobre mi malsana tendencia a pensar en negocios que, lamentablemente, no sobrevivirán al coronavirus y mis patéticos intentos de pensar en uno a prueba de pandemias, interesante, reconfortante y con sentido? 

Nah. Nada de eso me inspira ni da para más que tres o cuatro líneas. No es que piense que a nadie más le va a interesar, es que ni siquiera a mí me interesa darle más carrete. El otro día, ordenando unas cajas, encontré un cuaderno, de mi época de la depresión, con notas y reflexiones para posts que escribí en su día. Mi letra apretada llenando páginas y los márgenes y tachando y añadiendo. Me descubro sesuda, capaz de atar ideas, montando párrafos y construyendo argumentos. Me veo incapaz de hacer eso ahora mismo. Quizás gasté toda esa capacidad intelectual en aquellos días, quizás fue un efecto secundario de la medicación. Quizás es solo que me han tocado las vacas flacas. 

Este post debería haber llevado una advertencia al comienzo: «No leer, se están realizando tareas de mantenimiento en la inspiración literaria. Esperamos restablecer el servicio de manera adecuada lo antes posible.» 

martes, 30 de junio de 2020

Lecturas encadenadas. Junio.

Pues ya se ha pasado junio. El tiempo ha comenzado a acelerarse otra vez pero yo me agarro con uñas y dientes y con lo que me deja al ritmo de los días del confinamiento. No quiero acelerarme, ni correr, ni perder el tiempo ni dejarlo pasar sin enterarme pero me está costando. La vida me empuja a empellones poniéndome trampas que tengo que ir saltando: hay que ir al despacho y pasar la ITV que había olvidado y recuperar citas médicas perdidas estos meses y mil cosas más y a pesar de todo esto, he leído bastante. ¿Cuándo? No lo sé. Con la aceleración de la vida los días se vuelven borrosos y no consigo saber cuándo ni como hago las cosas.

Comencé el mes leyendo La tierra de los abetos puntiagudos de Sarah Orne Jewett y fue una medicina eficaz para luchar contra toda esa prisa sobrevenida porque es una novela que te traslada a otra época, casi a otro mundo, cuando no había prisa. Es una novela breve, publicada en 1896 que cuenta un veraneo en un pequeño pueblo pesquero de la costa de Maine en Estados Unidos. La narradora, de la que nunca conocemos su nombre ni su edad ni cómo ha conocido el pueblo, llega para pasar el verano descansando y escribiendo. Se aloja en casa de una lugareña, la Sra. Todd que además de alquilar habitaciones, recoge hierbas y prepara remedios para distintas enfermedades. La madre y el hermano de la Sra. Todd viven en una islita frente a la costa y la protagonista también irá a conocerlos.

La novela es un veraneo. Es un paseo por el pueblo conociendo a sus habitantes, escuchando el sonido de los pasos en las calles empedradas, viendo el mar cambiar de un día para otro dependiendo del oleaje, el viento y las nubes y conociendo a sus habitantes que cuentan historias del presente y también del pasado. En realidad no pasa nada, solo los personajes y sus vidas pero la autora los describe tan bien que uno siente al terminar el libro que el pueblo sigue viviendo aunque tú ya no lo veas. Quieres creer que podrás volver allí el próximo verano.

Esta cita describe perfectamente la novela:
«Puede que haya otras limitaciones en un verano así, pero la tranquilidad de una vida sencilla es suficiente encanto para compensar lo que pueda faltar, y las recompensas de La Paz no puedo valorarlas quienes viven en el fragor de la batalla.»

Lamento lo ocurrido de Richard Ford fue mi siguiente lectura del mes.  Cualquiera que siga estos posts con cierta asiduidad sabe que soy incondicional de Richard Ford, me gusta incluso cuando no me gusta.

Este volumen es una colección de relatos que te colocan en medio de la vida de los protagonistas. En la mayoría de ellos te sientes como si hubieras viajado en una máquina del tiempo y por sorpresa hubieras aparecido en una reunión en la que no conoces a nadie y no sabes que está pasando. No puedes hacer otra cosa que observar a tu alrededor y tratar de comprender porqué esa gente está allí, qué está haciendo y qué va a ocurrir. Y así es como Ford te lleva de la mano por sus historias. Algunas de ellas están ambientadas en Irlanda porque Ford estuvo becado allí mientras escribía este libro pero, en realidad, da igual donde sucedan, todas tienen un carácter universal: el amor, el desamor, el reencuentro. Eso sí, todas están protagonizadas por gente mayor, gente que recuerda historias, anécdotas, otros encuentros, otros amores y que se pregunta cosas como ¿Por qué me gustó está persona? ¿Por qué no seguí con ella? ¿Debería haber hecho algo? Para mí, los dos mejores relatos son el primero Nada que declarar y el último Perder los papeles pero los he disfrutado todos.

Y Ford sigue siendo el autor que mejor refleja en pocas palabras el desamor, el desapego que produce el final del amor:

«En algún momento alguien lo había encontrado atractivo y luego lo había lamentado».

No se puede decir más con menos palabras.

La mortaja fue el (primer) Delibes del mes. No había leído este breve relato (80 páginas) y no tenía ni idea de qué iba. Es tristísimo. La historia del Senderines y su empeño en encontrar a alguien que le ayude a amortajar a su padre para que nadie le vea desnudo es desoladora. Desde el comienzo, desde la primera línea descriptiva de ese paisaje árido, salvaje, amarillo, hostil en el que el niño juega con el barro la sensación de tragedia se te agarra al pecho. Quieres correr a recogerle, llevártelo a casa, darle de merendar, decirle que todo irá bien. Me ha recordado muchísimo a Intemperie, tanto la novela de Jesús Carrasco como la adaptación al cine de Benito Zambrano (recomiendo muchísimo las dos cosas).

En La mortaja están otra vez los tres temas estrella de Delibes: la infancia, el campo y la muerte. El Senderines comienza siendo un niño feliz y acaba siendo un niño sin vida porque ahora que tiene que abandonar su casa, su pueblo, ese valle hostil nada de lo que ha tenido hasta entonces seguirá en su vida y tendrá que empezar de nuevo. Coincide este relato con El Camino en la dimensión temporal porque todo pasa en una noche, una noche en la que un niño salta de la infancia a la realidad de la vida adulta pasando por el encontronazo con la muerte.

«–Yo aprendí a escupir por el colmillo, hijo, cuando me di cuenta d que el mundo hay mucha mala gente y que con la mala gente si te lías a trompazos te encierran y si escupes por el tomillo, nadie te dice nada. Entonces yo me dije: «Pernales, has de aprender a escupir por el colmillo para poder decir a la mala gente lo que es sin que nadie te ponga la mano encima ni te encierren». Lo aprendí. Y es bien sencillo, hijo».

Para esto mismo tengo yo el blog ( y para otras muchas cosas).

Hace unos años me encantó Apegos feroces, el primer libro de Vivian Gornick que se publicaba en español veinte años después de su publicación original. Me gustó tantísimo que fui a un encuentro con ella en La casa Encendida en Madrid y entonces el libro me gustó aún más porque Gornick es una mujer increíble, con más de ochenta años se había pasado el día paseando por Madrid, montando en autobús y a las diez de la noche frente a un auditorio de rendidos admiradores sentados en el suelo contó cosas de su vida, de su manera de pensar, de relacionarse, del amor, del trabajo. Desde entonces leo todo lo que se publica de ella y la sigo con interés aunque, a veces, como en este caso, me deje fría.

En Mirarse de frente, no he conseguido conectar con ella, interesarme con lo que cuenta y como lo cuenta. Me he aburrido de sus reflexiones, algunas muy brillantes pero co las que me ha costado conectar mejor dicho, no he conectado con el tono general del libro.

Mirarse de frente es una recopilación de ensayos de temática diversa. Comienza el volumen con una reflexión sobre el feminismo y el lugar que ha jugado en su vida desde que lo descubrió en los años sesenta. Desde la excitación del descubrimiento de las ideas feministas, la identificación con un grupo, con una camaradería y comunión que decidió que le valía, que con ella podía renunciar al amor y la pareja y volcarse en el trabajo y la hermandad. El segundo ensayo es Dirty Dancing con trasfondo reivindicativo, Gornick trabajaba de camarera en uno de esos refugios de verano americanos para familias y una de sus compañeras fue agredida sexualmente. Una cosa que me gusta mucho de Gornick siempre es que nunca se embellece, nunca se idealiza o se autodisculpa por los errores pasado o por los fallos presente. Este ensayo tiene un final demoledor cuando termina diciendo a su compañero «algo habrás hecho».

La mayoría de los ensayos de este libro tienen como tema el análisis de la dificultad para entablar relaciones sinceras y profundas con otros seres humanos. No se trata tanto de diseccionar el amor en pareja como aquello que nos hace capaces de entablar amistades verdaderas con las que compartir sin fingir, sin sufrir y de manera provechosa.

«La buena conversación depende de un engarce entre mente y espíritu tan sencillo como misterioso que, por lo demás, no se logra, sucede sin más. No es una cuestión de intereses mutuos, conciencia de clase o ideales compartidos, es una cuestión de talante; lo que hace que alguien responda como por instinto con un sensible «sé a lo que te refieres» en lugar de con un desafiante «¿a qué te refieres con eso?» Cuando se dan dos talantes iguales, muy rara vez perderá la conversación su flujo libre y despreocupado. Cuando no coinciden, hay que andar siempre con pies de plomo. Los talantes iguales funcionan de forma parecida a un conjunto de engranajes. No es una idea compleja pero el acoplamiento ha de ser perfecto. No aproximado, perfecto. De lo contrario los engranajes se niegan a tirar.»

Y como soy una señora mayor me ha encantado esto:

«Cuando era joven –le dijo a Andrea–los hombres eran siempre el primer plato, ahora no son más que el aliño. Mi consejo es que llegues a ese punto punto antes, la vida se te hará mucho más llevadera.»

Terminé el mes con Delibes y La Hoja Roja. Estoy leyendo tanto a Delibes porque el próximo día diecisiete estoy invitada a una charla con Juan Tallón sobre Delibes, los pueblos y los bares en la Universidad de Valladolid y qué mejor razón para leer todo Delibes que que me vayan a dejar hablar sobre él largo y tendido.

La Hoja Roja no tiene ni campo ni niños pero tiene muerte. Uno de tres de los temas de Delibes. En realidad es uno y medio porque el campo, el pueblo, está presente en el recuerdo constante que tiene Desi, la protagonista del pueblo que ha dejado atrás para irse a servir a la ciudad, en casa de Don Eloy.

«Su pueblo, pese a distar de la ciudad apenas siete leguas, se le antojaba un lugar vago y remotísimo, sin embargo, el pueblo era su inevitable punto de referencia.

Es una novela tristísima que Delibes, una vez más, escribe con maestría consiguiendo con su estilo y con las repeticiones constantes transmitir el ambiente, el sonido, el olor y hasta la impaciencia que la vejez provoca a veces en los otros, en los que no somos viejos o creemos no serlos. En esta novela, la vejez solitaria y amarga se palpa, se percibe y crea en e lector una sensación de incomodidad culpable. Te sientes culpable por pensar, por sentir que Don Eloy es un pesado, que se repite, quieres decirle que no lo cuente más y a la vez te da tanta pena que te sientes culpable.

La hoja roja es una novela de soledades. Don Eloy y Desi coinciden en estar solos sin saberlo. Los dos se hacen compañía sin saber qué se la hacen y los dos quieren ser queridos sin conseguirlo.


De este mes lo recomiendo todo aunque si vais a empezar con Ford o con Gornick es mejor empezar con El Periodista deportivo del primero y Apegos feroces de la segunda antes que con los que recomiendo aquí. Y leed sobre la tierra de los abetos puntiagudos, huele a verano en el mar y pasos escuchados durante la siesta.

Y con esto y una semana de vacaciones por delante en la que espero volver al ritmo de los días únicos, hasta los encadenados de julio.