viernes, 22 de julio de 2022

Washington road trip: de orden, humedad y el peligro de llamarte Robert

En nuestra primera noche en la caravana las niñas llegaron a un acuerdo para repartirse las camas. La primera semana Clara dormiría en la cama situada encima de los asientos del conductor y copiloto y María en la que, cada noche, hay que montar donde está la mesa. Después cambiarían. Juan y yo dormimos las doce noches en la cama doble, él en lado de fuera y yo en la ventana.  Tras despedirnos de los vecinos, nos acostamos, apagamos la luz y nos fundimos a negro. Sé que poco antes de deslizarme a la inconsciencia pensé, por primera vez, algo que se repitió cada día del viaje.«No me puedo creer este silencio. Estamos en un camping enorme, con muchísimas caravanas, familias, amigos y no se oye nada. Nadie grita, nadie tiene puesta la música a todo volumen. Si esto fuera en España esto sería impensable». A las cinco de la mañana, me desperté porque con solo la sábana tenía frío y nos eché uno de los edredones por encima. Volví a dormirme para despertar un poco después, no sé cuanto, con la sensación de que ya no iba a poder dormir más. El silencio continuaba siendo impresionante, abrí las cortinas de mi ventana y vi que llovía fino, con calma, las gotas de lluvia resbalaban por las ramas del arce que rozaban la ventana. Con esta visión, me puse los cascos y escuché cuatro episodios de podcasts porque una cosa es desconectarte de tu vida real y otra dejar de hacer lo que te gusta: cayeron uno del Daily, el comienzo de temporada de uno de mis grandes favoritos, Revisionist History, y dos de Misterio en la Moraleja (de este ya hablé aquí). A las nueve de la mañana ya estaba aburridísima y los levanté al grito de: «¿nos hemos venido hasta aquí para pasar el día durmiendo?» que no fue muy bien recibido, por supuesto. 

El desayuno es algo sagrado para mí y para mis hijas. Juan, que vive solo y no cocina jamás, en su vida habitual se lo salta pero si se lo preparas y hay buena compañía se come un jabalí. Zumo de naranja, fresas con yogur, cereales, baggles tostados con mantequilla y mermelada, leche, café, te. Devoramos todo mientras comentábamos lo bien que habíamos dormido y los planes para el día. Aquí comento que mi hija María desde antes de salir de Madrid, desde que empezamos a planear el viaje, declaró que ella no quería saber nada, que no quería spoliers del viaje. «Viajas como los ricos» le dije yo, «con todo preparado y a que te sorprendan». «Exacto. Sé que podéis», me contestó ella. Así que el planning del día estaba siempre lleno de «vamos a ir un sitio chulísimo, y luego a otro y luego a uno que ya veremos» para no hacer spoilers a la princesa.  

Entre desayunar, ir a ducharnos y recoger y limpiar la caravana se nos fueron dos horas y no salimos hasta las once. Inciso logístico.- Si estás en un camping con duchas, lo suyo es usar las comunitarias que siempre están muy bien, muy limpias y son cómodas. La ducha de la caravana es un poco último recurso y es pelín incómoda. De hecho, nosotros no la hemos usado más que para colgar los chubasqueros y toallas mojadas. Cuando vas a campings sin duchas y sin posibilidad de engancharte al agua, sencillamente no te duchas, lavadito de gato y a volar que para eso estás de vacaciones en la naturaleza.Además,  en una caravana hay que ser ordenado porque, si no lo eres, te come el desorden en unos 3 minutos. Aún teniendo cuidado, cuando te acuestas es inevitable que el desaliño haya cundido pero, después del desayuno y antes de ponerse en marcha con el día, debe todo quedar perfectamente recogido y ordenado. Todo limpio (esto es opcional dependiendo de lo guarro que seas) y todo guardado en su sitio (esto no es opcional porque nadie quiere que le golpee un cazo, una zapatilla o una caja de cereales en el cogote en un frenazo o una curva). Fin del inciso logístico. 

La fina lluvia con la que yo me había despertado fue arreciando a lo largo del día. Según mi hija Clara, y tras su experiencia de un año en Washignton, allí nunca llueve "a lo bestia" es más una especie de sirimiri pertinaz y nadie, nunca, usa paraguas. Inciso climatológico.- En todo el estado hay una media de 140 días con lluvia al año. Es más lluvioso en el oeste, en el territorio entre la cordillera de las Cascadas y el mar y mucho más seco en el este donde se ubican las granades llanuras. Yo, por supuesto, me iba mañana a vivir a un sitio donde llueve 150 días al año.- Fin del inciso climatológico. Con lluvia y todo ordenado nos encaminamos a la primera gestión del día, renovar la tarjeta del movil de Clara para poder estar comunicados por teléfono durante el viaje. Inciso tecnológico.- las tarjetas sim españolas en USA no funcionan, tienes que tener un número americano. Nosotros, para tener internet, optamos por viajar con un wifi portatil, alquilado en España, con datos ilimitados y al que se pueden conectar cinco dispositivos simultáneamente. Coste 121 euros. Te lo mandan por correo a la dirección que indiques y, al terminar el viaje, lo devuelves. Ya lo usamos cuando fuimos a Nueva York y lo recomiendo mucho sobre todo si vas a estar mucho tiempo fuera de rango de wifi, caminando por la calle o, en este caso, conduciendo. Aún así, en los parques nacionales no hay cobertura de ninguna clase en kilómetros a la redonda (25, 50, 60 km), no hay datos y no hay cobertura de teléfono, solo puedes hacer llamadas de emergencia al 112.- Fin del inciso tecnológico.




El plan para el día era recorrer la Scenic Byway camino a nuestro camping en el North Cascades National Park, rodeando Mont Baker y Mont Shuksan. Rodearlos los rodeamos pero no los vimos. La lluvia persistía y, a pesar de que nos permitía bajarnos del coche y pasear por distintos enclaves, las nubes estaban encajadas en los valles que atravesábamos y no podíamos ver las cumbres de las montañas. A pesar de esto, la ruta era espectacular, empianadas laderas pobladas de grandes coníferas, con una densidad tal que yo comenté: «en estos bosques siempre es de noche». Aquí, por primera vez, nos dimos cuenta de que no éramos capaces de describir la frondosidad y verdor de la vegetación de este estado, está más allá de nada que hubieramos visto nunca. Ni en Los Pirineos, ni en los Alpes, ni en la Selva Negra, ni en los bosques ingleses o irlandeses... esto es otro mundo. Un color verde imposible de describir y una humedad casi alimenticia, que se huele y casi se mastica, que te hidrata física y emocionalmente, rezuma por todas partes: el suelo, los troncos, las ramas, las hojas, los musgos, las piedras, los líquenes, tu piel, tus ojos. 


La primera parada del día la hicimos en Glacier Public Service para comprar los pases para los dos días. Estos pases te permiten ir parando a lo largo de la ruta para hacer excursiones, caminar y hacer rutas, hacer un picnic. Inciso logístico.- esto es necesario en todos los parques nacionales de Estados Unidos. SOn nacionales pero para mantenerlos y cuidados hay que comprar un pase. El de día, en este caso, eran 5$, lo pones en el salpicadero y listo. A mí me parece una manera fabulosa de primero, conseguir ingresos para mantener ese tesoro de uso público y, segundo, concienciar al visitante, usuario, ciudadano, turista, del valor de conservar y preservar esa naturaleza.- Fin del inciso logístico. En este centro de visitantes nos atendieron los primeros guardabosques con los que tratamos en el viaje y que resultaron ser tan encantadores como todos los demás. Aquí también había una breve exposición en la que se contaba como en los años 30, el Civil Conservation Corps, empezó a construir parte de las infraestructuras que existen ahora en este parque nacional y en  muchos otros. El CCC fue una fuerza de trabajo creada por Roosvelt durante el New Deal para ocupar a los millones de hombres que se habían quedado desocupado tras el crack del 29. Cientos de miles de hombres solteros, entre los 18 y los 26 años, muchos sin ninguna experiencia, se dirigieron, en este caso, al lejano Nortwestern para construir carreteras, puentes, túneles, sendas, albergues, talar bosques para tener madera, encauzar tuberias para centrales hidroelétricas. 


La siguiente parada fue Horseshoe Bend, una curva en forma de herradura del North Fork Nooksak River, donde, por primera vez, fuimos conscientes de que nunca habíamos visto ríos así. El caudal de la corriente era impresionante, ensordecedor, las riberas, a los dos lados del cauce, estaban arrasadas, llenas de grandes troncos (20, 30, 40 metros de largo) encallados ahí, dejados por la corriente durante el deshielo de la última primavera. No dábamos crédito pero luego, más adelante en el viaje, hemos visto que es algo habitual cada primavera en los ríos del estado. No es por comparar y sé que son climas y situaciones distintas, pero el Duero al lado de estos riachuelos de alta montaña en Estados Unidos, da hasta pena...

Ojipláticos y sin palabras ya, nos encaminamos a la siguiente parada: Nooksack Falls, unas cataratas impresionantes que caen casi 30 metros en un estrechamiento del valle. Este río, el Nooksack, alimenta  una planta hidroeléctrica desde 1906 que proporcioba electricidad, por ejemplo, a toda la zona cercana al camping donde nosotros habíamos pasado la noche. Fue operado manualmente hasta que se automatizó en 1978. En ese año se derribaron las casitas de los operarios que trabajaban en ella para que nadie se metiera en ellas a vivir. (La central la operaban un jefe y dos operarios, cada uno con su casita. La compañía contrataba un profesor para que diera clase a los niños de los operarios. Vivían todos ahí)


La fuerza con la que el agua se precipita es descomunal y por eso, nada más bajarte del coche/caravana, hay un cartel enorme en el que se puede leer: WARNING: THERE IS EXTREME DANGER HERE! AS YOU VISIT PLEASE BE CAREFUL. DON´T VENTURE BEYOND FENCES AND WARNING SIGNS. YOUR LIFE DEPENDS ON IT. PARENTS, PLEASE KEEP A WATCHFUL EYE ON YOUR CHILDREN. (Atención. Peligro Extremo. Mientras visita este lugar tenga mucho cuidado. No cruce las barandillas ni vaya más allá de los carteles de aviso. Su vida depende de ello. Padres, vigilad muchísimo a vuestros hijos). Es sin duda uno de los carteles más aterradores que he visto en mi vida. Pero es que no contentos con estas advertencias o, precisamente porque saben que no son suficientes, debajo de esos mensajes pone: No seguir estos consejos puede llevar a tener que añadir su nombre a la larga lista de visitantes que han muerto visitando estas cascadas. La mayoría de las muertes se debieron al empeño de los visitantes por acercarse más para sacar mejores fotografías. Disfrute la belleza de las cascadas y de su entorno natural. Sin jugarse la vida es imposible conseguir mejores fotos que las que ya existen realizadas por profesionales. 

Maravilla de cartel. 

Pero no termina ahí. Debajo de todo este: No sea usted gilipollas y no se mate por hacer una foto y eso que este cartel tiene pinta de ser A. I. (antes de instagram) hay todavía algo más. Una lista de los visitantes que fueron gilipollas y se mataron por acercarse demasiado. "Respetuosa enumeración de los que se han matado visitando las cataratas". 

«Vaya, si te llamas Robert es mejor que no vengas por aquí. Hay muchas probabilidades de que te mates. De ocho muertos, tres se llamaban Robert» dijo Clara mientras mirábamos, con cierto interés morboso, los nombres de los muertos. Además del peligro para los Roberts, nos llamó la atención la última muerta, Deborah, que se mató con 30 años estando embarazada. Mucho más tarde, días después, en un sitio con cobertura, descubrimos que Deborah estaba embarazada de nueve meses y de milagro se salvó su hijo de apenas dos años que también estaba con ella. «A lo mejor al bebé pensaba llamarlo Robert» Sí, somos de humor negro. *


Hicimos fotos sin poner en juego nuestras vidas y de ahí decidimos irnos al camping directamente porque seguía lloviendo y porque el jetlag, que es muy tracionero y te hace creer que estás bien antes de atizarte cuando menos te lo esperas, estaba golpeándonos muy fuerte. Silver Fir Camping fue nuestro primer contacto con los campings públicos dentro de los parques naturales y no puedo explicarlos la maravilla que son. Son, para empezar, más pequeños que los privados y están siempre en parajes naturales completamente salvajes en los que las parcelas que te asignan son meros claros (claro, ¿qué claro?, lo siento la referencia a Asterix tenia que meterla) en el bosque. Nuestro spot, el 20, además del lugar para dejar la caravana tenía un sendero entre helechos que se abría a una zona llana con una mesa de picnic a la orilla del río. En estos campings no hay servicios de ningún tipo: solo baños y puedes comprar leña. En esta caso además, los baños eran un vater letrina. En todos hay peligro de osos. Vas al baño y pone: «si ve o escucha un oso, haga muchísimo ruido» un consejo que, a lo mejor es valioso, pero que acojona. 

Tras inpeccionar minimamente la zona nos metimos en la caravana. Fue una pena que al llegar lloviera más persistentemente porque si no hubiera sido así, nos hubiéramos tirado ahí a leer y pasar la tarde. Lo que hicimos fue cenar, aunque eran las cinco e intentar mantenernos despiertos hasta las nueve. Yo me puse a escribir, Clara a leer un rato, María a hacer sodukos y Juan a ver Ataque a los titanes en compañia de Clara. A las nueve caímos muertos escuchando el rugir del río y pensando en osos. 

Mañana más. 

Caseta de  la letrina de Silver Fir Campground
Caseta de la letrina de Silver Fir Campground. Por supuesto unisex


*Estas cascadas aparecen en la peli El cazador protagonizada por Robert de Niro. Yo no digo nada, pero veo un patrón. 

miércoles, 20 de julio de 2022

Washington road trip: nos lanzamos a la carretera

Escribir un diario del viaje, por muy chulo que pueda parecer, es algo que, a veces, me da una pereza monumental. Cada noche, después de cenar, mientras mis compañeros de viaje se enfrascaban en sus ocios respectivos o en una conversación que normalmente tenía como topic meterse conmigo, yo desplegaba mis libretas, las tijeras, el celo y todos los papeles recogidos durante el día para escribir.  Muchas veces tenía que esforzarme por cumplir mi compromiso porque estaba cansada, porque tenía muchísimo sueño o porque lo que me apetecía era tumbarme a leer. Tenía que decirme a mí misma: si no lo escribes, se te olvidará, lo olvidarás. Es algo que me obsesiona ultimamente, olvidar los buenos momentos, los pequeños detalles esenciales que me hicieron feliz aunque solo sea por un instante. Hacía entonces un esfuerzo, recordaba la cita de Kevin Kelly «The biggest lie we tell ourselves is "I don´t need to write this down because I will remember it"» y me ponía a ello. Descubría cada noche que, una vez superada la pereza inicial, disfrutaba de repasar nuestro y añadiendo cada pensamiento lateral que se me ocurría. Este diario en el blog también lo escribo por las noches,  golpeada por un jetlag brutal que está acabando conmigo y con la cama tentándome desde las seis de la tarde. Apreciadlo. (espero que con vosotros funcione mejor que con mis compinches que me miraban con cara de: Ahhh, tú has decidido hacerlo.)

El sábado dos de julio terminamos de cenar a las nueva y media de la noche. El menú con el que cerramos un día larguísimo consistió en bocadillo de tortilla de queso con guarnición de palitos de zanahoria con humus y, de postre,fresas con yogur. La pregunta bomba de Clara en esa cena fue: «imaginad que entra un asesino en serie en el camping y dicen que va a matar a todas las personas de dos caravanas. ¿Os quedariáis o no? Si te quedas te dan diez millones de euros y si te vas eres pobre para siempre» Ella, por supuesto, dijo que se quedaría y que no nos daría nada de los diez millones. A veces me planteo qué tipo de valores les he inculcado. 

Doce horas antes el día había comenzado recogiendo el increíble caos que en solo veinte horas habíamos creado en la habitación de nuestro hotel y disfrutando de nuestra última ducha en un baño espacioso hasta que volviéramos a Seattle. Habíamos intentado encontrar un buen lugar para desayunar (con gluten free) pero fue imposible.  Seattle, a las diez de la mañana un sábado, es una ciudad fantasma. Terminamos en el Starbucks del hotel. Me repito pero ¿qué le ve la gente a esta cadena? Está todo malísimo. Yo pedí un café con leche que no pude terminarme y un croissant con almendras que se llevó la palma a la bollería industrial más repugnante que he probado nunca. Lo tiré después del primer bocado. ¿Por qué os gusta Starbucks? ¿Sabeís que tenéis un problema con vuestro sentido del gusto? 

A las 11 de la mañana estábamos en Everet, a 46 kilómetros al norte de Seattle para recoger la caravana. Nos atendió una amabilísima dependienta oriunda de Alaska con el estrabismo más extremo que yo he visto en mi vida. Me voy a detener ahora en el tema de la autocaravana que se que interesa.

Inciso logístico.La caravana, RV en la jerga americana, la llevábamos reservada desde España. Habíamos hecho una búsqueda por internet y la teníamos más o menos elegida pero la reserva final la hicimos a través de mi amiga Isabel porque había algunos detalles importantes que preferíamos que nos resolviera una profesional. ¿Puedes hacerlo solo? Sí, igual que puedes pintar tu casa o instalar una cocina pero es mejor si lo hace un profesional de confianza. El modelo que alquilamos es este https://cruisemotorhomes.com/autocaravana-estandar-c25 y el coste, que sé que es lo que os preocupa, fue de 4400 euros por doce noches. ¿Qué incluye ese precio? Pues incluye la caravana, kilometraje ilimitado (se pueden alquilar para un número determinado de millas con distintos paquetes de 200, 500 y creo que 800 millas), el equipamiento para la cocina (dos ollas, una sarten, una fuente, un escurridor, dos tapas, una kettle, varios cubiertos de cocinar y servir, una abrelatas, cuberteria para seis, una escoba, seis platos, seis vasos, seis cuencos, seis tazas, un cazo y seis trapos de cocina) y cuatro sets personales que incluían cada uno: una sábana enorme, un edredón saco y dos toallas . Fuera de esto nosotros pagamos por 34 euros, dos sillas de acampada y una carga de propano. En ese precio también está incluído el seguro. Fin del inciso logístico

La amabilísima dependienta nos explicó todo el funcionamiento de la caravana, los elementos con los que teníamos que tener precaución y resolvió todas nuestras dudas. La explicación que te dan y los vídeos disponibles en la web y que Juan nos hizo volver a ver en la oficina de alquiler son más que suficientes para manejar la caravana si eres novato. Además, la compañía pone a tu disposición un teléfono 24 horas al que puedes llamar si tienes cualquier problema. Todo es bastante sencillo y no hay que tener experiencia previa para manejarse con una caravana por Estados Unidos. En nuestro caso, además, Juan ya había hecho varios viajes con caravana así que íbamos preparados. (Si no te gusta o te da miedo conducir y no has cogido jamás un coche automático a lo mejor este no es el plan adecuado para ti por muy atractivo que te parezca y muy aventurero que quieras intentar ser). Tras la explicación y tragarnos el detalladísimo video de media hora, metimos todas nuestras cosas en la caravana y nos dispusimos a salir. Una familia que acababa de terminar su viaje se acercó a ofrecernos las provisiones que les habían sobrado y que podíamos aprovechar: una red de limones, un bote pequeño de fairy, un estropajo nuevo, un saco de arroz, un paquete de macarrones, un bote de ketchup sin estrenar, bolsas de basura, rollo de cocina y un bote gigante de pretzels. Lo aceptamos todo, por supuesto. De hecho, cuando nosotros terminamos nuestro viaje hicimos lo mismo y regalamos a una familia varias garrafas de agua, rollo de cocina, la red de limones, dos saleros, un bote de pimienta y otro de orégano. Sé que suena ridículo pero al recibir de alguien que ha terminado su viaje y ha sobrevivido te sientes como cuando empezabas el colegio y veías a los mayores y pensabas: Qué mayores son, ¿algún día seré así? ¿lo lograré? Cuando eres tú el que entregas te sientes igual que al acabar el colegio, piensas: lo he superado, tú también podrás, confía. 

Con todas las instrucciones aprendidas, las maletas metidas en el maletero y las provisiones proporcionadas por los caravanistas graduados salimos en dirección a nuestro viaje. Lo primero que hay hubo que hacer es, obviamente, echar gasolina. Inciso logístico. La gasolina en USA está a una media de 5,4$ por galón. Como sé que no lo sabéis os explico que un galón son más o menos cuatro litros lo que quiere decir que el litro de gasolina está, más o menos, 1,3€ el litro. Sí, más barato que aquí. (Gasto en gasolina de todo el viaje unos 1000-1200€) Fin del inciso logístico.

Después de llenar el depósito, había que llenar la nevera, así que la siguiente parada fue Winco Foods, un supermercado correcto con precios interesantes. Vamos a decir que es más o menos como un Ahorra Más. Los supermercados buenos en USA, entre Carrefour y un Supersol, son los Safeways pero son, obviamente, más caros. Cuando comparo con las marcas españolas es para dar una idea del estilo. De tamaño todos son casi como un Ikea. Es agotador. Tardamos la vida en hacer la compra porque todo nos parecía o absurdamente grande o no sabíamos como se comía, pero conseguimos una compra base que incluía fruta y verdura fresca y bastantes productos compatibles con no disparar nuestro colesterol hasta niveles incompatibles con la vida por 180$. (Me aburro de dar estos datos, que conste, pero lo hago por vosotros. Apreciadlo)

Acomodar todo en la nevera, el congelador y los armarios nos llevó un tiempo pero, por fin, nos lanzamos a la carretera. Con gran disgusto, muy pronto, descubrimos  que viajar en autocaravana se parece mucho a ir dentro de un sonajero. Hay un ruido infernal que hace practicamente imposible la conversación entre los pasajeros y el conductor y el copiloto. Para disgusto de los pasajeros, la música en la parte trasera se escucha bastante poco... a no ser que lo pongas a un volumen que, entonces, disgusta mucho al conductor. Fue dificil encontrar el punto de no fricción con este tema.  Otra cosa que descubrimos muy pronto es que, a pesar de tu te sientes muy poderoso conduciendo dos metros por encima del asfalto, tu caravana es una pulga comparada con los vehículos que pueblan las carreteras americanas. El ruido y el susto no fueron, ni en ese primer momento ni en ningún otro del viaje, suficiente para nublar lo impresionante del paisaje. Avanzábamos hacia el norte por una autopista que, una vez dejadas atrás las últimas estribaciones de la periferia de Seattle, se abría en unas inmensas llanuras agrícolas, llenas de prados cultivados, graneros, granjas y ríos. En Washginton hay agua por todas partes, el verdor que lo cubre es infinito y su cercanía al mar, que hace que las heladas sean escasas, confiere al entorno aspecto de terreno fértil, rico, próspero. Más al norte y el este, en el horizonte, elevándose imponente veíamos la Cordillera de las Cascadas. Cumbres alpinas nevadas recortadas contra el cielo azul que nos pillaron por sorpresa, casi como si nunca hubiéramos visto una montaña. 

Tras hora y media de continuo éxtasis paisajístico  que nos sirvió para ir cogiendo el pulso a la caravana, llegamos a nuestro destino: Beachwood Resort, un camping en Birch Bay a muy pocos kilómetros de la frontera canadiense. Los campings de los primeros campings, a pesar de haberlos buscado con meses de antelación, nos costó bastante encontrarlos porque coincidían con la fiesta del 4 julio en la que los americanos viajan muchísimo. (Sobre los campings ya doy datos logísticos mañana, que no soy una guía de viajes) En este caso era un camping privado con todos los servicios posibles (baños, duchas, lavandería, piscina, club social, tienda, etc) y teníamos un espacio reservado al final de una hilera de caravanas. Al llegar,  nuestro hueco lo estaban usando nuestros vecinos de caravana para jugar una partida de corne hole, un juego que consiste en tirar unas bolsas de tela rellenas de maiz a un tablero en el que hay un agujero. Se juega por equipos pero desconozco como es el conteo y quien gana. Visto durante un rato no parece apasionantemente competitivo porque una vez que tienes medido el peso de la bolsa y la distancia al agujero que, obviamente, no se mueve, lo complicado es fallar.Amabilísamente se apartaron y nos indicaron para aparcar. «¿Venís desde Arizona?» nos preguntaron al ver la matrícula de la caravana. «No, de España». Su cara de sorpresa fue para verla.  Tras instalar la caravana, colocar nuestra ropa dentro y comprobar que habíamos sobrevivido a todo y que nada de lo que podía salir mal había salido mal, nos fuimos a dar un paseo para ver el atardecer en la playa y empezar, de verdad, a estar de vacaciones. Hace mil años escribí aquí un podcast sobre como el primer día de vacaciones no debería contar, debería ser comodín. Ese primer día siempre genera tensión: hacer maletas, deshacer maletas, comprobar que no te has olvidado nada, que el apartamento que parecía estupendo es estupendo, que el hotel no te ha timado, hacer la compra, abrir tu vivienda de vacaciones y prepararla, todos esos preparativos de las vacaciones no deberían contar. Las vacaciones empiezan cuando ya está todo y dices: Ahora. Nuestro Ahora fue ese paseo a la playa. 

Como hacía un día estupendo, cálido, soleado y sin pizca de viento, las casas estaban llenas de gente, se respiraba el ambiente de celebración, de fiesta, de descanso. La bahía de Birch está situada frente a las costas de la isla de Victoria y cuando nos sentamos en unas mesas de picnic a comernos unas aceitunas, un salteado de frutos secos y un kit kat derretido disfrutamos de una vista espectacular: el mar y Canadá a un lado y al otro, Mont Baker y las montañas. A nuestro alrededor había mucho ambiente: familias haciendo barbacoas, gente jugando al fubtol, jóvenes haciendo piruetas y ligando lastimosamente, niños pequeños tirando piedras al mar, parejas de enamorados deseando que todos los demás nos esfumáramos, etc. Nos hubiera encantado ver la puesta de sol pero el jet lag empezó a golpearnos con fuerza. Al llegar a la caravana los vecinos nos invitaron a sumarnos a ellos en su fuego de campamento pero declinamos amablemente su oferta explicándoles que estabamos agotados porque el día anterior. Aún así y como eran tan majetes les dimos un poco de conversación. Ellos que eran muchísimos, nos contaron que eran todos familia y que aunque vivían en condados cercanos, cada año, se reunían ahí para celebrar el 4 de julio. «Dejamos de jugar para no molestaros» «No, no, por favor, de verdad que no nos importa, estamos tan cansados que no vamos a oir nada» 

Y así fue. Caímos como piedras. Como espero caer ahora por el bien de mi salud física y mental y la continuidad de este diario.

Mañana más.

martes, 19 de julio de 2022

Washington roadtrip: la llegada


Como decía ayer, conseguir un vuelo más económico, dentro de la pasta que cuesta un vuelo trasatlántico de diez horas y con maletas facturadas, pasa por pegarte un madrugón que chapotea directamente en el insomnio pero eh, que no se diga que no hago sacrificios por mis hijas. El día 1 de julio a las 3:30 de la mañana nos plantamos en el aeropuerto de Barajas para descubrir que no éramos los únicos pringados del planeta por el madrugón. Eso sí, la sorpresa parecían también tenerla los empleados de KLM de facturación (dos exactamente) ante la aglomeración de gente para facturar. Nuestra sorpresa era entendible pero ¿en serio KLM os pilla desprevenidos que haya mucha gente para facturar vuestro propio vuelo? Joder, que no sois el frutero que no sabe si esa mañana irá o no irá gente a comprar picotas. En fin, el misterio del funcionamento de las compañías aéreas. 

Tras la cola, el control de seguridad que, por cierto, es más exhaustivo en Barajas que en Amsterdam y que en Seattle, a las seis de la mañana despegábamos para el primer vuelo. Mis compañeros de viaje tienen el superpoder de los perros de dormir a voluntad. Se sientan o se tumban y dicen: voy a dormir y se duermen. Es como magia. Por supuesto, yo no tengo ese superpoder y si consigo dormir en un avión es siempre treinta segundos antes de que el sobrecargo te informe de que estás llegando o enciendan todas las luces para darte una toallita que permanecerá en mi bolso hasta su descomposición. Llegamos a Amsterdam sin más sobresaltos que mi incapacidad para dormir dispuestos a esprintar por el aeropuerto de Schipol para coger la conexión. 

Dos días antes de mi vuelo, una tía mía muy adorable pero a la que le encanta dar malas noticias me llamó por teléfono. 

—¿Has visto las noticias?
—No sé. ¿cuales?
—La de los aviones.
—¿Qué aviones?
—Todos.
—¿Qué coño pasa con los aviones?
—Que hay muchísimas huelgas y vais a perder los aviones. Entérate bien.
—Prefiero no enterarme, no puedo hacer nada para cambiar un vuelo a Seattle.
—A lo mejor puedes ir por el otro lado.
—¿Qué lado? ¿Por Seul? 
—Yo solo quiero ayudar. 

El caso es que con esa ayuda llegamos a Amsterdam acojonados y aún nos entró más pánico cuando empezamos a correr y descubrimos que Schipol estaba atestado de gente, como la Gran Vía en el puente de diciembre. El cuello de botella estaba en el control de seguridad con una cola interminable en la que, de vez en cuando, un guarda gritaba: «los que vayan a perder el vuelo que levanten la mano». A nosotros, como buenos ciudadanos comunitarios, nos tocaba el control robótico de seguridad. Pasas un torno, metes tu pasaporte, la máquina lo lee, te hace una foto y comprueba si eres la misma persona. Esto que antes lo hacia un policia en 10 segundos, la máquina se toma sus buenos 60 segundos porque además unas veces te hace la foto solo la coronilla, otra te saca solo la papada y si te has dejado el pelo blanco o llevas gafas cortocircuita, no te reconoce y bloquea la salida. Al cargo de este milagro de la inteligencia artificial había dos policias holandeses, un él y un ella, altos, guapos y rubios y visiblemente más interesados en ligar entre ellos que en liberarnos de la supuesta inteligencia artificial. A pesar de todo conseguimos llegar al embarque a tiempo. 

A Seattle volábamos con Delta Airlines y, como ya comenté cuando fuimos a Nueva York, me sorprende muchísimo que en las aerolíneas americanas la edad media de los auxiliares de vuelo está claramente muy por encima de los cincuenta y cinco años con grandes glorias que rozan los setenta. Además, contra todo pronóstico (yo me veo trabajando cara al público con setenta años y acabo en la cárcel seguro), ese personal no está amargado ni es antipático, parecen disfrutar muchísimo de su curro, sonríen y son encantadores. Nosotros, cuando descubrimos que los elfos que asignan asientos nos habían colocado en una fila de las de salida de emergencia que nos permitía estirar las piernas a placer nos volvimos también encantadores y muy sonrientes, casi parecíamos elfos. 

(Este post va a ser largo...lo digo aquí por si queréis ir al baño, dejarlo para mañana...)

Lo más cerca que puedes estar de vivir el Día de la marmota es volar a Seattle desde Amsterdam. Sales a las 10 de la mañana del viernes 1 y llegas a destino a las 11 de la mañana del viernes 1. Es casi magia sino fuera porque tu cuerpo no lo entiende y exige cosas como dormir o apagarse que no puedes darle. Para intentar sobrellevar esa magia llevábamos drogas buenas (con receta, no os droguéis), pastillitas de las que te funden a negro seis horas y hacen que un vuelo eterno se convierta casi en un puente aéreo. Estas pastillas además siempre funcionan igual. Te las tomas y dices: no me está haciendo nada...y cuando te despiertas han pasado seis horas que no han existido. Magia potagia. En las restantes cuatro horas, por cierto, vi Promising Young Woman que me gustó mucho a pesar de que el sonido dejaba mucho que desear. Responsables de aerolíneas que me leéis, subtitulad las películas aunque sea en inglés porque hay veces que es imposible entererarse de qué están diciendo. En fin, conseguimos llegar a Seattle a tiempo. Con nervios, claro. María, que es muy sabia, me dijo: «Mamá, no te emociones, seguro que Clara no está en la puerta cuando salgamos». Yo, con el tono de madre que he visto que ponen en las películas, le dije: «no seas mala, confía en tu hermana». 

Salimos y Clara no estaba. No os fiéis de las películas. 

Tras una tensa espera llena de mensajes absurdos: «¿donde estais?» «en llegadas». «En llegadas ¿donde?» «Yo que sé, no conozco este aeropuerto». «Por aquí no os veo». «Por aquí, ¿por donde?»...apareció, por fin, mi bruja pequeña con su hermano americano, Santi. Hay, por supuesto, un vídeo del abrazo y de los besos. No, no lloramos. No os creáis todo lo que sale en Tik Tok. 

Venga que solo me ha costado mil palabras llegar a Seattle. 

En Seattle, la ciudad en la que en Anatomía de Grey llueve permanentemente, hacía un sol espléndido. (No os creáis tampoco las series) Del aeropuerto fuimos al hotel Sheraton a dejar las maletas y el coche. Nuestra idea era aprovechar el día paseando hasta la hora de la cena en la que el resto de la familia americana de Clara viniera para cenar todos juntos. Si estuvistéis atentos a lo que escribí ayer, os habréis dado cuenta de que algo no encaja. Ayer dije que Clara iba a una familia de una madre soltera y tres hijas y ahora ya hay un hermano y un padre. 

Clara llegó a su familia asignada en agosto y todo fue bien. Empezó el colegio, las rutinas y obligaciones de la casa y empezaron las fricciones. Problemas de convivencias entre las hermanas que creaban tensiones, poco caso a las dos alumnas de intercambio que se encontraban los fines de semana sin posiblidad de salir a hacer nada porque nadie las llevaba en coche, etc. De todo esto yo era muy poco consciente porque Clara siempre me decía que todo fenomenal y porque ella siempre ve el lado bueno de las cosas. A principios de noviembre la situación llegó a un límite, Clara y la estudiante alemana hablaron con la coordinadora, se organizó el family meeting previsto en el protocolo y la familia, lejos de querer arreglar los problemas, dijo que prefería que se fueran. Buscar una familia, con el curso empezado, en la misma zona para mantener los amigos hechos en el colegio no era fácil. Pero antes de que me diera tiempo a preocuparme y agobiarme y yo soy capaz de hacer esas dos cosas en milísimas de segundo, Clara lo había solucionado y se mudó a casa de su amigo Santi. La familia Stonack, Karen y Mike y Alana, les acogió con los brazos abiertos. Después de meses de mensajes y de mails nos íbamos a encontrar para conocerles y, sobre todo, para darles las gracias por cuidar a Clara. Pero claro, había que hacer tiempo seis horas. 

Seattle no es una ciudad especialmente bonita ni tiene un centro "visitable". Esto que le pasa a muchas ciudades americanas. A esta zona llegaron los primeros colonos en 1850, antes de ayer como el que dice. Obviamente antes vivían innumerables tribus nativas americanas que no construían ciudades y de las que queda poco rastro más allá de unas cuantas reservas con sus casinos correspondientes y algunos nombres topográficos. Seattle-Tacoma-Bellevue (donde vive Bill Gates) es la capital del estado de Washington y está situada entre el lago Washigton y la bahía de Puget Sound y pegada, obviamente, al Pacífico.  En nuestro paseo desde el hotel nos sorprendió el poquísimo tráfico que había (viven 700.000 personas) y aún más los escasos peatones un viernes a las dos de la tarde. Sabíamos que en Estados Unidos todo el mundo va en coche pero en una gran ciudad esperábamos ver más gente en una mañana laborable. Nos encaminamos a la zona de Pike Place Market, un antiguo mercado reconvertido, como pasa también en Madrid, en una atracción turística. Entre los puestos que quedan de pescado y fruta (en uno compramos unas cerezas espectaculares y melocotones deliciosos), se mezclan puestos de ramos de flores bastante feos, otros de antiguedades y muchos turistas. Es un paseo curioso pero poco más. 

Pegado al Pike Place Market está el primer
Starbuck de la historia. ¿Qué interés tiene esto? A mí parecer ninguno pero estoy claramente en minoría porque había una cola espectacular de gente para entrar. Tampoco tiene el más mínimo encanto otra de las grandes atracciones turísticas de Seattle: un callejón completamente cubierto de chicles pegados a las paredes, al suelo, al techo. Es una guarrada monumental que el único interés que tiene es preguntarte: ¿A quién se le ocurrió esta majadería Nosotros pasamos del Starbuks y cruzamos el callejón con rapidez y bastante asco y nos dirigimos a la gran noria porque si estás de vacaciones en la otra parte del mundo, te has reencontrado con tu hija después de un año y en una ciudad en la que, por lo visto, siempre llueve luce el sol en un cielo completamente azul...¿cómo no vas a subir a una noria para celebrarlo? Es casi como si fuera una película. (Recordad..no os creáis...) 

Desde la noria se veía toda la bahía y lo mejor de todo Mont Rainier al fondo. Mont Rainier es el volcán más alto de Estados Unidos, se eleva 4400 metros sobre el mar y a pesar de que se ve desde toda la ciudad está a 87 km de Seattle. Es un monte imponente que no puedes dejar de admirar cada vez que te lo encuentras al tomar una curva, subir por una cuesta o llegar a lo alto de una noria. Es majestuoso y parece, al mismo tiempo, protector y peligroso. Ya volveré sobre él pero la vista desde la noria fue chulísima. 

Nos encaminamos hacia el hotel no sin antes parar en una libreria/papeleria en el que nos volvimos un poco locas. Ahí fue donde empezamos a comprar las preciosas postales y stickers que hemos coleccionado en el viaje. Después de esto las fuerzas empezaban a fallarnos, nuestros cuerpos sabían que llevábamos 24 horas danzando y empezaban a revelarse asi que nos encaminamos hacia el hotel a ver si podíamos descansar algo antes de la cena pero fue llegar y llegar la familia Stonack: Mike, Karen y Alana 

Nos reunimos en el lobby del hotel, en esas mesas con silloncitos que, cuando te alojas en un hotel, nunca entiendes quien tiene tiempo para ocupar. Pues ya lo sé. Mike tiene 63 años y lleva cuarenta años conduciendo camiones para el supermercado Safeway. Si te dicen que tiene 50 te lo crees, es macizo, con amables y dulces ojos azules, un pelo cano que seguramente fue rubio y unas manos como para despedazar osos sin pestañear. Karen es agente inmobiliaria, tiene poco más de cuarenta años y es una de esas personas que con su manera de hablar consigue caldear un ambiente. Alana, tiene doce años y comparte con su madre la belleza y la dulzura pero todavía no lo sabe, una timidez inmensa coloniza, por ahora, cualquier posibilidad de descubrirse. Nos abrazamos, nos besamos, nos presentamos y repartimos regalos. Mike traía para Clara un album con fotos de su año con la familia y cartas que cada uno de ellos le habían escrito. Hay que aclarar que ellos estaban tristísimos por la marcha de Clara y se les saltaban las lágrimas cada vez que hablábamos del año siguiente en España. Nosotros también llevábamos regalos, por supuesto. Una lámina de Madrid, un colgante, una pulsera y luego queso de Mercadona, picos, aceitunas rellenas de anchoa y membrillo. Regalos de calidad. Charlamos sobre Clara, sobre España, sobre la siesta, la comida, la pandemia, los toros, los Sanfermines y cualquier otro tópico español que podáis imaginar mientras hacíamos tiempo para ir a cenar. Creo que hablé de Hemingway pero no me hagáis mucho caso porque mi cerebro ya funcionaba en automático. 

Al restaurante que habían reservado había que ir en coche asi que nos repartimos. Los chavales en uno con Santi (allí se conduce con 17) y los adultos en otro. A Karen y Mike no les gusta Seattle, les parece peligroso. A mí no me lo pareció pero tampoco conozco la ciudad, simplemente no vi gente suficiente en la calle como para percibir peligro. Lo que sí hay en Seattle es muchísimo más homeless que en Madrid. Fruto de su economía, su individualismo y su total falta de red social, cuando alguien pierde el trabajo, tiene una enfermedad mental o sufre una adicción las posibilidades de quedar fuera del sistema son altísimas (el último día del viaje en el Museo del Pop, ya llegaremos a eso, vi una estadística escalofriante: 7 de cada 10 americanos están a un solo cheque de paga de quedarse sin casa). En Seattle los homeless se establecen en campamentos en cualquier sitio, en cualquier calle. No quiero decir con esto que estén en todas las calles, ni siquiera en muchas, pero que hay campamentos montados. Yendo a cenar, por ejemplo, Mike esquivó a un hombre que estaba tirado en mitad de una calle, imaginad la calle Goya, entre los coches que circulaban. Terrorífico. 

En la cena con vistas al atardecer en la bahía seguimos charlando de cosas variadas y de la próxima visita de Santi a España (vendrá a Madrid en agosto para pasar con nosotros tres semanas) y después volvimos al hotel para despedirnos de ellos. Todos lloraron al despedirse de Clara, lloraban desconsolados, tan desconsolados que casi me daba pena que mi hija se volviera conmigo dejándolos abandonados. Es una sensación muy extraña que unos completos extraños, al fin y al cabo nos acabábamos de conocer, quieran tantísimo a tu hija. Sientes algo muy extraño, una mezcla de orgullo, de alegría y, sobre todo, de agradecimiento infinito por el amor que le han dado a tu hija mientras tu estabas en la otra parte del mundo. Sentí que durante este año había estado en el lugar correcto. Por ella y por ellos. 

El agotamiento pudo a la pena y tras despedirnos de todos ellos subimos a la habitación a desmayarnos. Mis tres lirones se durmieron como ceporros sin pestañear. Yo, haciendo honor a la ciudad que me acogía en nuestra primera noche allí, pasé la noche Slepless en Seattle con estas vistas.(A Nora Ephron hay que creersela siempre)




Mañana más... empieza el road trip. 

domingo, 17 de julio de 2022

Washington roadtrip: el previo

Mi hija Clara llevaba toda su corta vida diciéndonos que quería irse a estudiar un año a Estados Unidos. No solo era un deseo o una aspiración, era un propósito a conseguir en el que puso todo su empeño y trabajo. Con el objetivo de pedir una de las becas de la Fundación Amancio Ortega, se buscó una profesora de inglés en el 2019 para mejorar su conversación. Cuando la convocatoria de esas becas quedó en suspenso por la pandemia, no se rindió. En octubre de 2020 elaboró una presentación en power point con las ventajas de enviarla a estudiar a América, un estudio de las distintas agencias realizado por ella basándose en las redes sociales y las opiniones de exalumnos y un estudio sobre el visado necesario. Por supuesto ese empeño nos impresionó bastante y decidimos considerarlo. Justo después, El Ingeniero se quedó en paro y pusimos el proyecto en suspenso porque no era el momento. Ella lo entendió perfectamente. En enero de 2021 charlando con uno de mis primos de una y mil cosas, me comentó que mandaba a su hija a USA. Le pregunté detalles y acabamos contactando con la misma agencia (Juventud y Cultura) y tras valorarlo todo, nos decidimos. 

Mucha gente me ha preguntado si recomiendo enviar a los hijos a estudiar fuera. Mi respuesta es que solo lo recomiendo si los niños quieren, si de verdad ellos tienen ese deseo. ¿Por qué? Porque a pesar de que sí, la vida de los americanos se parece muchísimo a lo que vemos y conocemos por las películas, marcharse de casa un año, a vivir en una familia extraña, a tener unas rutinas diferentes y un modo de vida completamente ajeno no es para todos los niños. Además, y esto es fundamental, el modo de vida americano está basado en el coche, no se puede ir andando a ninguna parte y si tu hijo no tiene la intención, las ganas o sencillamente no le sale, de apuntarse a mil actividades extraescolares que le exijan pasar la tarde en el instituto y conocer gente más allá de su familia, es posible que sus días en USA se limiten a ir al colegio y volver. Ir un mes a estudiar fuera es algo para todo el mundo (obviando el tema económico), irse un año es solo para los que quieran ir y abrirse a vivirlo a tope con sus cosas buenas que son muchísimas y sus cosas malas que también las hay. Dicho esto, es posible que tu hijo tenga ganas, vaya, y lo pase mal, con esto también hay que contar. 

Cuento todo esto para explicar cómo hemos acabado haciendo el Washington Road Trip. Cuando apuntas a tu hijo a una agencia, en principio no eliges familia, te puede tocar desde Alaska hasta Hawai. Si quieres elegir estado o zona hay que pagar más y nosotros no estábamos por la labor así que tras hacer todo el papeleo, nos quedamos esperando la asignación de familia. A principios de julio de 2021 nos llamaron para ofrecernos Alaska, un pueblecito de 200 habitantes a cinco horas en barco de la ciudad más grande. Como era un destino muy extremo nos lo ofrecían pero no era obligatorio cogerlo. Tras estudiarnos google maps, buscar el instituto que le correspondería y valorarlo mucho decidimos que ese pueblecito era ideal para mí pero no para Clara. (Esto no se puede hacer con otras asignaciones, la que te toca, te toca). Teníamos que seguir esperando. A principios de agosto, cuando ya estábamos agonizando pensando que a lo mejor nos quedábamos sin familia (hay un boom de padres enviando a sus hijos a USA sin sentido, (revisar párrafo anterior) y no hay familias para tantos estudiantes, asi que si os apuntáis que tengáis claro que es muy posible que os quedéis sin familia), nos llamaron para decirnos que ya teníamos destino: Puyallup, un pueblecito a 25 minutos de Seattle en el estado de Washigton. Era una familia afroamericana, con una madre y tres hijas de 19,18 y 17 años y en la casa habría también una estudiante alemana. 

Desde que se decidió que Clara pasaría el año en USA, el plan de vacaciones para el verano de 2022 estuvo claro: María, mi amigo Juan y yo, el cuarteto de la muerte que lleva vacacionando junto desde 2017, iríamos a buscarla y haríamos un viaje en caravana por USA. ¿Por qué zona? Pues dependería de dónde le tocará. Washington fue un destino muy celebrado, la otra parte del mundo, un estado verde, con grandes cosas para ver y pegado a Canadá. Un destino al que es dificil que se te ocurra ir si no es por un motivo tan importante como este. 

Asi que con el destino elegido en agosto de 2021 quedaban por determinar las fechas. Teniendo en cuenta las variables exámenes de María y caducidad del visado de Clara, teníamos que viajar del 1 al 15 de julio de 2022. Con esto decidido, nos pusimos en enero con el planning del viaje. «¿Bajaréis a San Francisco?»« Id a Canadá». «Id a Yellowstone». «Mola mucho Death Valley». Entre Seatle y San Francisco hay más distancia que entre Madrid y Paris, con eso queda dicho todo sobre la ridiculez de la sugerencia de ir a San Francisco, Death Valley u otros destinos y sobre la completa ignorancia que tenemos en España de la enormidad de país que es Estados Unidos. La idea de ir a Canadá era buena porque la frontera está a hora y media de Seattle y, de hecho, la valoramos pero descubrimos que no podíamos ir porque en las fechas de nuestro viaje el visado de Clara estaría en el llamado "periodo de gracia" que es el que te dan después de que el visado haya caducado (caducaba el 24 de junio). Si hubiéramos cruzado a Canadá quizás no hubiéramos podido volver a entrar, o ella no hubiera podido volver a entrar. Decidimos entonces, tras un estudio de todo lo que había que ver en Washington que nuestro road trip se limitaría ese estado y la parte norte de Oregón porque yo tenía muchas ganas de ir a una librería en Portland. 

Ya teníamos destino, fechas y recorrido más o menos claro. Nos quedaban los billetes de avión, la reserva de la caravana, el seguro y los dos hoteles en Seattle del día de llegada y salida. Juan y yo miramos varias opciones pero desbordados por mi falta de tiempo para juntarnos y terminar de organizarnos, decidimos hablar con mi amiga Isabel, que trabaja en una agencia de viajes, para que nos gestionara esas cosas: aviones, hoteles, seguro y autocaravana. 

Tema vuelos. A Seattle tiene iberia un vuelo directo que supongo cuesta más o menos dos riñones y un trozo de pancreas y se puede ir también via Dallas (esta es la ruta que hizo Clara) pero Isabel nos encontró un vuelo más barato via Amsterdam con conexiones que nos permitían llegar a tiempo. Eso sí, a la idea nos levantamos a las 2:30 de la mañana porque el vuelo era a las 6. ¿El coste? más o menos 1000 euros por persona con maleta facturada. (Hemos traído de vuelta tres maletas grandes llenas de cosas de Clara) 

Sobre la caravana hablaré cuando llegue al día de recogida de la caravana. Los hoteles en el día de llegada y de ida son necesarios porque no te alquilan caravanas el día de tu vuelo internacional. ¿El coste? Noche de hotel en habitación con dos camas grandes, calculad unos 200-300 euros. Sin desayuno, por supuesto. El seguro pues chavales, hay que llevar seguro a USA que cubra todo. ¿El coste? 100 euros por persona 15 días. 

A mediados de junio teníamos ya todo, incluídos los ESTA y solo nos quedaba esperar a que llegara el día 1 de julio. Se hizo muy largo como ya conté por aquí pero llegó y como he prometido en IG, lo iré contando en el blog porque no quiero que nada de este viaje se me olvide. Quiero recordar siempre que hemos terminado haciendo el viaje de nuestras vidas porque Clara, con 12 años, puso todo su empeño en conseguir algo que quería. No ha sido solo por eso, pero si hemos acabado durmiendo a la sombra de Mont Rainier ha sido porque ella, hace años, soñó con estudiar en Estados Unidos. (podíamos haber acabado en Missouri pero esa es otra variable) 

Quiero poder volver a este viaje, a cada detalle, a cada paisaje, a cada desayuno en la caravana, a cada curva de la carretera que nos descubría un nuevo paisaje impresionante, a cada conversación ridícula y cada momento en que pensamos: ¡qué suerte tenemos! 

Mañana más. 

jueves, 30 de junio de 2022

Doscientos ochenta y dos días y alguna noche

Doscientos ochenta y dos días, cuarenta cartas escritas a mano cada tarde de cuarenta domingos y cuarenta video llamadas después, mañana nos volveremos a encontrar. Los doscientos cincuenta y un días desde que te dejamos en el aeropuerto han pasado volando, casi han sido un abrir y cerrar de ojos. Los últimos treinta y uno, el mes de junio, sin embargo ha durado más o menos lo mismo que toda la Edad Media y estos últimos cuatro días creo que han sido igual de largos que la última glaciación. A este ritmo creo que las casi veinte horas de viaje mañana van a durar como todo el Pleistoceno. 

Mañana a estas horas. Mañana a estas horas en Seattle, porque aquí será ya noche cerrada, estaremos juntas. Tengo muchísimas ganas de verte, bruja. No estoy temblando de la emoción ni al borde del llanto pero tengo ganas de verte con la misma sensación de anticipación, las mismas cosquillas en la tripa que, de pequeña, tenía cuando iba a ir al Parque de atracciones o a una fiesta especial o la noche de los Reyes Magos. Son ganas de disfrutar de algo que sé que va a ser especial que no me defraudará (en el caso del parque de atracciones esto solo funciona la primera vez que vas y si tienes menos de diez años, el resto de los intentos siempre son decepcionantes). Es esa emoción eléctrica que sientes cuando estás a punto de conseguir algo, cuando casi lo rozas. Durante todos estos doscientos ochenta y dos días (y algunas noches porque para ti el cambio horario no existe) te he visto disfrutar, crecer, entusiasmarte, conocer gente nueva, apuntarte a un coro, ser actriz, ¡cocinar!, disfrazarte de Bruno Mars, participar en un musical, ir a un partido de fútbol americano, hacerte fotos que has revelado en papel, escribir un ensayo en inglés sobre si la gente religosa es más moral que la no religiosa (no), hacerte una grupie de los grupos, comprar ropa de segunda mano, tú, la reina del escrúpulo, ir a un baile y a ver un amanecer nublado. Te he visto graduarte, hacer la colada y hasta pescar un pez gato. Lo que no te he visto ha sido hablar inglés. Has silenciado cada videollamda en la que alguien de tu familia entraba a preguntarte algo. Lo mismo esa es la gran sorpresa que me espera, que después de nueve meses y ocho días en Puyallup no hablas inglés. Contigo nunca se sabe. 

Me disperso. Durante todo este tiempo y a ocho mil quinientos treinta y cinco kilómetros te he visto hacer todas esas cosas y crecer. Te intuyo más lista, mucho más curiosa (algo que creí imposible), más divertida, más abierta, más inquieta y con el pelo horriblemente largo. Estoy deseando llegar a Seattle y empezar el viaje de nuestras vidas (por ahora). Estoy deseando llegar, verte y comprobar que todas esas cosas que me has enseñado y que he ido sintiendo desde aquí son reales y te han hecho una mejor versión de ti misma. Ya sé que tú ya te considerabas perfecta antes, con cuatro años ya lo tenías claro, pero creo que algo que no sabes es que tu forma de ser te va a permitir siempre ir a mejor porque no dices que no a nada (¡si hasta te has apuntado a un gimnasio!) y siempre siempre ves el lado bueno de la vida. 

Bruja, mañana llego. 

Gracias por este año tan chulo. Nunca pensé que también me serviría a mí. 

Prepara tu lista de preguntas que "solo puedo hacerte a ti, mamá". 

miércoles, 29 de junio de 2022

Wilco y mi zona de confort

 

Ayer leí en un titular ridículo que decía que María Pombo había salido de su zona de confort porque se había hecho trenzas para una fiesta. Es un titular que dice mas de nuestra sociedad y nuestra estupidez que de María Pombo que, por otro lado, ni siquiera se peinó ella sola, lo que reduce su zona de confort prácticamente a respirar por sí misma. 

A mí salir de mi zona de confort me da mucha pereza y no lo veo para nada necesario. En realidad todo, en general, me da mucha pereza y si implica salir de mi casa y hablar con gente la pereza es casi insuperable. Ayer, sin embargo, fui a ver a Wilco y pensé que ir de concierto no es salir de mi zona de confort es simplemente un rincón de ella que hacía muchísimo que no visitaba. ¿Cuándo fui por última vez a un concierto? No me acuerdo. Sí recordaba haber visto a Wilco, también en las Noches del Botánico en 2017. Otra vida. Aquel día llevaba un pantalón amarillo que ya no tengo, una camisa azul que me roba mi hija y unas sandalias que siguen en mi armario. Aún me teñía el pelo. Fui con Juan. Ayer también. 

«El martes tenemos eso»«¿Qué tenemos? ¿qué es eso?»«El concierto de Wilco» Hasta el domingo no me enteré de que habíamos sacado entradas. Ir a ver a Wilco fue como entrar en una habitación de tu casa que hace mucho que no visitas, o abrir un cajón que lleva tiempo cerrado y empezar a quitar telarañas, polvo y descubrir bajo toda esa capa de tiempo y suciedad, cuánto te gusta lo que hay ahí y porqué lo guardaste. Pensar que esa noche no será como todas, que tengo un concierto. La antipación. Poder decir "voy a ver a Wilco". Ser lo suficientemente adulto y conocerme lo suficientemente bien para haber sacado entradas de sentado y saber que no volveré a casa con una contractura en las cervicales y otra en las plantas de los pies por intentar ver algo entre gente que siempre es más alta que yo. Llegar al Botánico de la Complu y recordar, como siempre, la primera vez que paseast por la Avenida de la Complu, con 18 años, sintiéndome adulta por primera vez. Esperar a Juan mientras me comparo con toda la gente que va entrando. Wilco definitivamente es un concierto en mi media de edad pero con un atractivo especial para los hombres altos y con barba. Entrar al recinto, pasear y empezar a encontrarte gente que conoces y saludas y gente que conoces e ignoras con más o menos estilo. Beber en vasos de cartón (nos preocupa el planeta y ganar dineretes cobrándolos a precio de Santo Grial) y comer el que probablemente sea el peor perrito caliente de la historia (cobrado a precio de Vellocino de Oro). 

Escuchaba a Wilco concentrada en no desconcentrarme y pensar en María Pombo, las maletas o mi trabajo. Escuchaba las canciones y pensaba en cómo me gusta ese rincón de mi zona de confort y en porqué ya casi no escucho música. ¿Por qué he dejado de hacerlo? Porque ya casi no conduzco y porque no me gusta escuchar música mientras hago otras cosas, o me desconcentra de lo que tengo que hacer o lo que sea que estoy haciendo me impide disfrutar de la melodía, la letra y la sensaciones. No puedo escuchar música mientras leo, eso son dos placeres incompatibles. Se acaba el concierto. Vuelvo a sentir esa emoción, las ganas de llegar a casa y no parar de escuchar a Wilco en tres semanas. Quiero escucharlos, aprenderme las letras que aún no me sé, leer sobre ellos. Me acuesto pensando en escribir este post, porque escribir es otro rincón de mi zona de confort que ultimamente visito menos. 

No quiero salir de mi zona de confort, solo acordarme de recorrerla entera, es bien chula. 

sábado, 25 de junio de 2022

Podcasts encadenados: furia, ira, tristeza y un misterio en La Moraleja

 


Escribo estas recomendaciones semanales rezumando furia, ira, tristeza y miedo a partes iguales. El retroceso en los derechos fundamentales que dábamos por supuesto está siendo tan brutal y tan rápido que me aterra ver un futuro en el que mis hijas, en el que todos vivamos muchísmo peor enfrentados unos con otros. La decisión, ayer,  de una serie de jueces retrógrados y conservadores hasta extremos absurdos de terminar con el derecho a optar a un aborto legal en Estados Unidos es un desastre de tal magnitud que no somos capaces de imaginarla.  Es un desastre, un ataque a los derechos de las mujeres y, lo peor de todo, el primer paso en una carrera para terminar con otros muchos derechos. «Eso no pasará aquí» Ja. También pensamos que nunca elegiríamos a alguien como Trump. Jaja. O que aquí nunca habría un partido de ultraderecha. JA JA JA. 

Desde que se filtró la opinión del infame Juez Alito mucho de tiempo de escucha de podcasts ha estado dedicado a este tema. A conocer cómo se aprobo el derecho al aborto hace cincuenta años, a saber cómo era la situación antes, a entender qué podría pasar si finalmente se confirmaba lo peor.  He escuchado gente que se hace llamar provida y gente que lucha y seguirá luchando por ese derecho. He aprendido muchísimo y lo voy a compartir hoy por si alguien le interesa. 

Justo ayer, cuando venía a Los Molinos conduciendo, terminé la nueva temporada de Slow Burn, un fabuloso podcast de investigación que lleva ya años produciendo grandes temporadas. (En su día recomendé la dedicada a Monica Lewinsky) La temporada de este año tiene solo cuatro episodios y trata, por supuesto, del aborto. Se titula Roe vs Wade y es un recorrido por distintos aspectos del aborto. El primer episodio está dedicado a la historia de alguien mucho más desconocido pero que marcó mucho el movimiento abortista en USA a principios de los 70, antes de Roe. Cuentan la historia de Shirley Wheeler, una chica de 21 años que abortó, (ya había tenido un hijo antes, fruto de una violación) y fue acusada de asesinato y condenada a veinte años de carcel que luego, cuando se demostró que no había abortado estando de siete meses como decía el fiscal (que aparece hablando en el episodio porque sigue vivo) se lo cambiaron por libertad bajo fianza con unas condiciones tremendas. Era en Florida y allí no podía vivir ni sola ni con otra mujer y con un hombre solo si se casaba, tenia 23 años. Es decir, o te casas o te vas del estado. Además cuando la detuvieron acusada de asesinato, en la carcel, los policias le ensañaron fotos de bebes muertos acúsandola de haber matado a su hijo. Se convirtió en una de las figuras del movimiento en favor de los derechos reproductivos en USA. El segundo episodio está dedicado al matrimonio Willker, una pareja de pastores cristianos que ante las preguntas de su hija al volver de la universidad con muchas dudas sobre feminismo y aborto, (la hija aparece en el podcast) escribieron un librito fundamental para el movimiento anti abortista. Los Wilker son los responsables del uso de fotos de fetos (muchísimas veces trucadas) para, según ellos, demostrar que hay vida desde el momento mismo de la concepción. Los dos últimos episodios cubren más el aspecto legal de la lucha por los derechos reproductivos y el último, el que terminé justo antes de enterarme de la decisión de los impresentables, cuenta la historia del juez Blackmun responsable de escribir la opinión que en 1973 legalizó el aborto en USA. Estremece pensar como, hace cincuenta años, un señor de Oklahoma tuvo más respeto por los derechos de las mujeres que los impresentables que hay ahora mismo. Blackmun comenta en el episodio, en declaraciones de hace años porque murió ya, que creía que con la sentencia Roe vs Wade, el tema del aborto estaba zanjado en USA. Se debe de estar revolviendo en su tumba o muriéndose de pena.

Es un podcast muy serio, muy interesante y fundamental para estar informado sobre este tema.

Este episodio de The Experiment, del podcast de The Atlantic, ya lo recomendé pero lo traigo de nuevo. Lo hicieron en abril  en previsión de que el Tribunal Supremo de Estados Unidos  hiciera lo que ha hecho.  Estça dedicado al resurgimiento de un movimiento de apoyo al aborto clandestino (The resurgence of Abortion underground) La historia del movimiento abortista, su lucha, su logro y el peligro que corre ahora está muy contada y estremece escuchar a una activista de más de ochenta años decir: "sabíamos que no se quedarían tranquilos, que lucharían para abolir ese derecho, sabíamos que lo harían... y aquí están de nuevo para conseguirlo". Es interesantísimo. 

En The Daily han dedicado bastantes episodios al tema y todos son buenos. Todos hemos oído y leido lo de Roe vs Wade pero ¿cuántos sabemos quien era Jane Roe? ¿Cual fue su historia? En estos dos episodios (emitidos en 2018 por primera vez), Who was Jane Roe y The Cultural Wars, lo cuentan y aprendí muchísimas cosas. Entre otras, que Jane Roe acabó siendo una ferviente antiabortista y como se desarrolló el movimiento cultural contra el aborto. Después de contar el pasado, dedicaron dos episodios al futuro. ¿Qué pasaría si finalmente los impresentables del Tribunal Supremo hacian lo que han hecho? En uno de los episodios analizaban el futuro desde el punto de vista de los defensores del derecho al aborto, en otro desde el punto de vista de los anti abortistas. Los dos dan pánico pero el segundo, escuchar a esa gente atacar el derecho de las demás personas en función de sus creencias personales es como ver una película de terror. Por supuesto, todo esta hecho con gran rigor periodístico y respeto a las opiniones de todo el mundo.

¿Qué más? En español os dejo dos episodios de Hoy en El País que hicimos en mayo. Uno dedicado a cómo se aborta (o abortaba) en Usa y otro sobre como se aborta en España. 

Para terminar, aunque tengo mucho más material sobre este tema si alguien tiene más interés, os dejo un estreno en español que me ha enganchado desde el minuto 1. Es raro que una novedad se haga hueco en mi lista de reproducción. Normalmente intento escuchar lo que lleva ahí esperándome meses, o incluso años, pero esta semana un estreno se ha hecho un hueco y, lo que es más importante, me ha gustado tanto que estoy nerviosa esperando los siguientes episodios. El podcast es Misterio en La Moraleja, un podcast original de Spotify producido por True Story y escrito y narrado por Eva Lamarca. De este podcast me gusta todo: el arte (algún día tengo que escribir sobre mis covers favoritas), el título, la idea, el tono y el desarrollo.

Eva Lamarca se embarca en una investigación, casi detectivesca con gabardina y monóculo, para intentar descubrir quién fue el único votante de Podemos, en el barrio más rico de España, en las elecciones de 2021. Esta investigación es un McGuffin perfecto (que haría féliz a Hitchcock) y que sirve de excusa para elaborar un impresionante retrato de La Moraleja: su historia, su configuración y, sobre todos, sus vecinos. Cada conversación es un descubrimiento, una sorpresa, un “no puede ser que haya dicho eso”. Agil, divertido, muy interesante y con su punto de intriga. Un gran trabajo. Os va a enganchar seguro. 

Creo que con esto es suficiente. Como siempre casi todo lo que recomiendo está en esta lista (menos lo que es de Spotify que no sale ahí) y si escucháis algo, venid a contármelo. Me hará ilusión.

sábado, 18 de junio de 2022

Podcast encadenados: ¿Cual fue tu canción de amor cuando tenías 16?



Hace mes y medio que no actualizo esta sección y nadie la ha echado de menos. Solo yo. No es que haya dejado de recomendar podcasts, de hecho es de lo que más hablo en twitter y en instagram pero comentarlos aquí me da tiempo y espacio para poder explayarme y explicar mejor las razones por las que me gusta un podcast y lo recomiendo. 

¿Qué he escuchado ultimamente? Empecemos por Sweet Bobby. A estas alturas de la vida todos hemos conocido a alguien por internet, todos hemos hecho amigos y algunos se han enamorado por la red, algunos final feliz, otros no tanto*. A algunos, además, hay desaprensivos que, durante años los han engañado vilmente con falsas promesas, falsas fotografías y falsas esperanzas en nuevo modelo de abuso emocional bastante dañino. Todos hemos oído o visto algunas de estas historias pero la que cuenta Sweet Bobby, es otro nivel. ¿Qué nos cuenta? (Sin spoilers) Kirat, es una joven locutora de radio en Inglaterra. Forma parte de la comunidad sij y lleva una vida bastante plena, con sus amigos, su trabajo, sus viajes y sus ligues. No piensa en tener una pareja estable pero si surge no tiene problema. Un buen día, por Facebook (si aún seguís en FB estáis tardando en salir de ahí) recibe un mensaje de un conocido de un conocido. Ella, por supuesto, contesta. ¿Quién no lo haría? Y un mensaje, lleva a otro y a otro. Nada precipitado, nada fulminante. Algo pausado que avanza sin tener mucho interés hasta que empieza a tenerlo. 

Sweet Bobby tiene ese componente de intriga, de «¿en serio?», de «no me lo puedo creer» que nos encanta y que hace que no podamos dejar de escuchar. El host, Alexis Mostruos (con este nombre que suerte tiene de no ser español) hace un gran trabajo narrando la historia, poniendo voz a lo que el oyente va pensando y acompañando a Kirat, la protagonista, en el bucle infinito en el que se va metiendo. Hay un momento, más o menos a mitad de temporada en que es imposible no gritar ¡NO ME LO CREO! y quedarte en shock. 

Si os gustan las historias tipo Dirty John o la historia de la falsa heredera alemana... este es vuestro podcast. Es mandanga de la buena, de la adictiva. Son siete episodios de media hora, en una tarde tonta te lo terminas. 

Marcharte de tu país a vivir o estudiar en otro es una situación que te revela algo nuevo de ti mismo, algo que no sabías, que no habías pensado: tienes dos vidas. La vida que estás viviendo en tu nuevo país y que te está haciendo bastante feliz dentro de las vicisitudes que vivir significa y la vida que podrías estar viviendo si te hubieras quedado en casa. Tienes además tus nuevas costumbres y tienes las que dejaste atras. Tienes dos idiomas, dos horarios, dos grupos de amigos, puede que hasta dos familias. Además, si tienes suerte, las dos vidas pueden hacerte muy feliz y no ser incompatibles mas que en el tiempo y en el espacio pero cuando estás en tu nuevo país estás bien y cuando viajas a tu pais de origen en vacaciones o cualquier otro momento también estás bien. Eso sí, siempre estás echando de menos algo. No sé como es eso pero a mí me parece que a lo mejor se siente algo como cuando estás en un aeropuerto, siempre de camino a algo. Estás en un limbo.  Todo esto pero muchísmo mejor es lo que durante años ha pensado Miguel Macías, sevillano que se marchó a Nueva York y que cuenta en Limbo, un episodio de Latino USA, que me gustó muchísimo. Macías es un profesional de la radio y hace un gran trabajo narrativo aunque, ya le dije a él, que si lo hubiera editado para cortarle 7 u 8 minutos del segmento medio hubiera quedado perfecto. A pesar de esto lo recomiendo muchísimo porque es una gran gran historia. Y muy emocionante. 

¿Qué más? En castellano, me estoy riendo mucho con Arsénico Caviar con Beatriz Serrano y Guillermo Alonso.** ¿De qué va Arsénico Caviar? Pues de odiar y todo el mundo sabe, o por lo menos todo el mundo que lee este blog, que yo soy una gran odiadora. (De hecho si tuviera tiempo abriría un club privado del odio. Privado y secreto. Lo tengo todo pensado. Lo organizaría en persona, con poca gente y confiscaría móviles y cualquier otro elemento electrónico para que nada quedara grabado. Incluso haría firmar uno de esos acuerdos de confidencialidad tan draconianos que salen en las pelis. Una vez al mes una reunión para despellejar cosas) Beatriz y Guillermo son divertidos, ingeniosos y, además y esto es lo que más me gustan, tienen muchos referentes culturales muy chulos. En medio de su ejercicio de odio recomiendan pelis, libros, documentales. Es un podcast muy divertido, "fresco" (Ja, ellos van a odiar este adjetivo), entretenido y con el que muchas veces coincides y piensas: es justo así. Mi episodio favorito es, por supuesto, contra Madrid pero también me gustan Contra las bodas y Contra la vida social. Todo me retrata. 

En español, esta semana, he descubierto escuchando el Dentrísimo de Manuel Burque sobre las sartenes que llevo toda mi vida maltratando a mis sartenes. He flipado con los supuestos cuidados que hay que tener con ellas y que yo no hago. He flipado aún más con que haya gente dentrísimo de las sartenes pero oye, no digo nada. *** 

Unos breves para terminar. One million es un episodio del Daily del New York Times que dedicaron el 13 de mayo a homenajear al millón de americanos que han muerto de COVID. Es una obra maestra del podcasting. Un trabajo impresionante de conceptualización (tener la idea), de producción (pedir testimonios a la gente), de selección (escuchar todo lo que llega...que pueden ser millones porque el New York Times tiene ocho millones de suscriptores) y de escritura para organizarlo todo y que tenga sentido. A esto hay que añadir un diseño sonoro maravilloso que acompaña las historias, la tristeza, el luto. Obra maestra, repito. 

También del New York Times pero ahora de su famoso podcast Modern Love, recomiendo el episodio First Love, Mixtape Side B en el que la pregunta era ¿Cual era tu canción romántica a los 16 años? La respuestas son fantásticas porque con dieciséis años no sabes nada del amor pero te crees que lo sabes todo. Todos tenemos esa canción, uno porque nos parecía la cumbre de amor romántico a la que había que aspirar y otros, los más precoces, porque esa canción les recordaba a su enamorado o les consoló en una ruptura. El episodio me gustó tanto que hice la pregunta en Instagram y fue maravilloso y muy divertido. Eso sí, se confirma que mis seguidores tienen mil quinientos años, como yo. Ah y mi canción de los 16 fue Nothing is gonna stop my love for you de Glen Medeiros. ****

Creo que esto es suficiente. Como siempre, todas las recomendaciones están en esta lista y si escucháis algo, me hará ilusión que vengáis a contármelo. 


*La primera persona que yo conocí que se enamoró por internet y acabó casándose fue una compañera con la que trabajaba en la Biblioteca de Económicas de la Facultad de Económicas de la Complutense. Era 1996 y me pareció marcianísimo. Ja. Quién me lo iba a decir a mí. 

** en este podcast trabajo como editora. Reviso los guiones de Beatriz y Guillermo que realmente necesitan poca edición y que agradezco leer en la tranquilidad de mi despacho porque a veces se me escapan carcajadas. 

***Escuché el episodio de Dentrísimo de las zapatillas pensando con superioridad que la gente está idiota... justo antes de abrir mi armario y descubrir que tengo ocho pares de zapatillas Converse. Por si acaso las sartenes no las he contado. 

**** No me agradezcais haberos metido esa canción en la cabeza para lo que queda de día. 



jueves, 16 de junio de 2022

Desde mi ventana veo una terraza

Frente a mi mesa, en el trabajo, hay una pared de cristal a través de la cual vislumbro a mi compañero Pablo. A mi izquierda  hay una pared de cristal y la puerta. A mi derecha, una ventana, de buen tamaño, se abre con vistas a la Gran Vía. Bueno, entre mi ventana y la vista, se interpone la balaustrada de la terraza pero, para el propósito de este escrito, obviaré la balaustrada. Enfrente de mi ventana hay uno de los muchos hoteles de lujo que han llenado la Gran Vía. Me da una tristeza inmensa ver un edificio convertido en hotel. Entiendo que es la manera de mantenerlos, de conservarlos pero siempre me parece que un hotel es como una gran especie invasora, como el mejillón tigre o la hierba esa que parece cesped pero no lo es. Son bonitos, son cuquis, pero acaban con la fauna autóctona, con la diversidad de vidas que habitaban ese edificio. Me gusta pensar en los edificios como en una viñeta de 13 Rue del Percebe, cada casa un mundo. En un hotel no cabe mucha imaginación y menos en la Gran Via: sus moradores o están de turismo o teniendo una aventura (puede que alguno esté por trabajo pero esos suelen ir a otros hoteles) y de turismo y engañando todos nos parecemos muchísimo.  

El hotel queveo desde mi ventana tiene una terraza en el tejado. Como todos. Durante meses he visto a los empleados fregar, pulir, limpiar y preparar todo para que ahora, cuando en esa terraza se pueden freir huevos en el suelo, incautos turistas, esforzados instagramers y algún despitado se pasee, se bañe en el charquito que llaman piscina y pague una cantidad  tan obscena de dinero por una bebida que en comparación desayunar en Barajas parece barato. En la terraza, además de la piscina y un chiringuito en el que despachan las bebidas a precio de oro líquido, hay cuatro sombrillas cuadradas que, como todo el mundo sabe, son antipáticas. Una sombrilla redonda es, como todo el mundo sabe, sinónimo de diversión, alegría, desorden, risas. Las cuadradas no transmiten nada de eso, son unas pijas. Transmiten seriedad, eficiencia, pijerío y hasta, si me apuras, un poquito de clasismo. Esas sombrillas que me miran por encima del hombro desde el otro lado de la calle son tristes. Ellas se saben tristes, poco sexys, poco divertidas y para tratar de compensarlo, de vez en cuando, echan agua para refrescar a los incautos a los que han engañado con su falso atractivo. Como quien salpica los langostinos en la plancha. 

Veo también un par de olivos. Me los imagino en el vivero, deseando salir de alli y pensando, al ver a los clientes: «¿Me llevarán esos señores a su casa?»«¿Me querrán para su jardín?». Invento su emoción en el camión, imaginando un jardín grande, nuevo, en el que crecer y dar sombra y su desconcierto al ver el camión llegar al erial de asfalto y homigón de la Gran Vía.  Los veo ahora, todavía incrédulos ante su destino: un macetero en una planta 12 bajo un sol abrasador y con un ruido infernal.  Más tristeza.  

Supongo que los clientes del hotel me ven mientras estoy aquí, en mi mesa, trabajando. 

A lo mejor imaginan mi vida.

No creo que me envidien. 

Yo tampoco a ellos.  

viernes, 10 de junio de 2022

Un imperio en una tostada

 

«No construyas tu desayuno en torno a las tostadas» leo en el resumen del podcast de mi amiga Cristina. No, no, no. ¿Tú también, Cristina? 

Cuando tenía siete u ocho años, cuando visitaba a mis abuelos, a veces había suerte y salía hacer recados con mi abuela. Si aún tenía más suerte, mi abuela me llevaba a merendar a una cafetería. Por aquel entonces ir a una cafetería me parecía el colmo del exotismo, (puede que ahora también lo sea porque cafetería es una palabra que ha desparecido, como metralleta o esquijama, y ya no se usa. Todo son bares, gastrobares y esa cursilada de cafés). Una cafetería era un sitio mágico, todo era bonito, todo brillaba, todo el mundo vestía elegante (quizá esto fuera porque yo esos días no llevaba uniforme y asociaba mi ropa de calle con la de los demás) y, sobre todo, en ellas olía a cielo. No recuerdo que bebía, seguro que no era café, pero recuerdo las tostadas. Unas tostadas en las que quería echarme a dormir, quería abrazarlas, olerlas hasta gastar su aroma y, sobre todo, hacer que duraran eternamente. Calientes, por supuesto. Para mí, esas tostadas de cafetería eran comida de temporada. No podían comerse todo el año, ni en cualquier sitio y ni de broma en casa. En esto tengo mil quinientos veinticinco años pero hubo un tiempo en que el pan de molde era un lujo. Las tostadas de cafetería eran grandes y eran gordas. Eran doradas con una escala perfecta de amarillos desde el más pálido en el centro de la rebanada, donde se habia puesto la mantequilla antes de apretarla contra la plancha, pasando por los sucesivos tonos dorados hasta llegar a los bordes donde pasaba a un suave tono tostado. Eran jugosas, casi cremosas en el centro y tiernamente crujientes en los lados. Y el olor, un olor intenso, cálido y evocador. Mucho ambientador con bergamota, y mucho olor a playa y a jazmín y a dama de noche y a atardecer en la playa de MIkonos (que a ver quién ha estado ahí para saber que eso huele a Mikonos y no a Javea) y más ambientador con aroma de tostadas de cafetería. Mi pasado de la mano de mi abuela está construído en torno a esas tostadas que me comía con cuidado, con cuchillo y tenedor, deseando que no se acabaran nunca o que mi abuela me dejara pedir otra. 

En mi casa, las tostadas eran rebanadas de pan de barra y eran chiquitas. Cortadas de la barra en perpendicular, mi madre nos las cortaba y las ponía al fuego en un tostador para que se hicieran, dándole la vuelta para que se doraran por los dos lados. No sé en que momento entró el tostador eléctrico en nuestras vidas. Puede que fuera al mismo tiempo que empezamos a cortar el pan en vez de en rebadas en pequeñas, en grandes porciones, como si nos comiéramos las dos mitades de un bocadillo. 

No sé cuando fue pero ahora, en mis desayunos, corto el pan así. Mientras el té se hace y me como un kiwi vigilo el tostador que es un electrodoméstico que necesita cariño, que le hagas caso o se vuelve tan rencoroso como  la impresora. Un día lo tienes en el tres y la tostada sale perfecta, dorada en el centro y marrón en los bordes, con la temperatura perfecta, no demasiado caliente para que la puedas sujetar mientras untas la mantequilla pero lo suficientemente caliente para que la mantequilla se vaya derritiendo y fundiéndose con la miga. Al día siguiente, sin embargo, el tostador, te devuelve el pan tan blanco como lo metiste, frío y triste. ¿Por qué? ¿A qué viene este desamor a las 7 y media de la mañana, en mi momento más vulnerable? Tengo que volver a meter las tostadas (sí, dos) y quedarme mirando muy fijamente porque muchas veces, en ese inesperado resentimiento que tiene esa mañana, me devuelve la tostada chamuscada. Algunos días hasta humea de indignación. 

La tostada se unta caliente y se come caliente. En las series inglesas sufro muchísimo cuando la doncella entra con las tostadas colacadas en una bandejita especial, como si fueran revistas, y las deja sobre la mesa. Los desayunantes siguen hablando y hablando y yo sufro y grito: ¡se están quedando frías, ya se estaban enfriando desde la cocina y si no las untáis ya arrunaréis el manjar! La tostada se come caliente y por eso no se habla en el desayuno porque si hablas, si te distraes, se enfría y las tostadas frías pierden sus poderes mágicos. Las tostadas frías son como cenicienta al llegar la medianoche, dejan de ser princesas y se convierte en pan duro. 

Una buena tostada te consuela del infierno de madrugar, del infierno de enfrentarte a un nuevo día, a la terrible realidad de haber salido de tu maravillosa cama. Una buena tostada con mantequilla y mermelada te da amor, cariño. Una buena tostada es el elemento perfecto sobre el que construir no solo tu desayuno, sobre las tostadas puedes construir tu día, tu vida, tus recuerdos, tu relación de pareja (no te acuestes nunca con alguien que no desayuna tostadas), tu familia y tu futuro. Yo sueno con un futuro en el que tostadas recien hechas me estén esperando en una cocina iluminada por el sol, con un buen te humeante, mi New Yorker, y ninguna prisa por terminar la mejor comida del día, el desayuno. 

No me traicionéis como Cristina (te quiero igual, titi) y construid imperios en torno a vuestras tostadas. Os perdono si son integrales y con aguacate, pero no más.