jueves, 15 de diciembre de 2016

10 verdades absolutas en la caja del super



1.- Al entrar por la puerta mirarás las cajas y serás optimista: vaya, qué suerte he tenido, parece que hay poca gente. Esto irá rápido. 

2.- Cuando llegues a la caja descubrirás que en tu concentración consumista no has visto las multitudes escondidas en los pasillos y todos ellos han sido más rápidos que tú.

3.- Dudarás al elegir la caja. Fruncirás el ceño, descartarás gente con carros muy llenos, escudriñarás cestas, olfatearás actitudes y comportamientos, escanearás a los cajeros. Valoraras todos los datos en tu cabeza, dudarás, caminarás hacia una, caminarás hacia otra, mirarás atrás. Tomarás una decisión. Error. 

4.- Espiarás la compra de la persona que tienes inmediatamente delante de ti. No tiene el más mínimo sentido hacerlo pero lo harás. Intentarás saber qué tipo de persona es, si vive solo, en compañía, con alguien a quien quiere o alguien a quien odia, si está de día "la vida es para disfrutarla y me voy a dar un homenaje" o de día "ni un día más comiendo hidratos de carbono". Pensarás ¿Por qué la gente baja a estas horas a comprar yogur líquido, piñones, suavizante y un sobre de sopa? o ¿En serio va a cenar gazpacho, salmorejo y crema de tomate? Siempre te parecerá que tu compra tiene muchísimo más sentido, más lógica. Si cometes la equivocación de mirar tu cesta para comprobarlo y después te atreves a mirar al comprador que va detrás de ti, verás en su cara que él está pensando que tu compra de aguacate, sepia y betún dice claramente que eres un psicópata con una infancia traumática.  

5.- Elijas la caja que elijas siempre siempre siempre habrá alguien que lleve solo un sobre o un paquete de pavo en lonchas. 

6.- Las probabilidades de que haya alguien delante de ti en la caja, con más de 70 años pagando en monedas de cobre que saca de una en una de su cartera es inversamente proporcional a la prisa que tengas. Esa probabilidad es del 100% si a) tienes el coche mal aparcado b)has dejado a tus niños 5 minutos solos diciendo "subo enseguida" c) has bajado a por vino porque tienes una cita.  

7.- De las cinco cosas urgentísimas que te han obligado a entrar en el supermercado, se te olvidará una al llegar a la caja. Tendrás que salir corriendo a por ella y descubrirás que en la última reordenación de pasillos la han trasladado a la última esquina del local. 

8.- Si se te han olvidado los ajos y mandas a tu hija de 11 años a por ellos, al pagar descubrirás que llevas una malla de cebollas. Algo estás haciendo mal con su educación culinaria. 

9.- Un 80% de las veces se te habrá olvidado la maravillosa bolsa que tienes para ir a la compra. Las veces que te acuerdes de llevarla, un 50% será demasiado pequeña y el otro 50 % la llenarás tanto que  te provocarás una lesión de espalda al cargar con ella. 

10.- Al salir por la puerta juraras que la próxima vez elegirás mejor la caja y que vas a comprarte un carrito de la compra. 

lunes, 12 de diciembre de 2016

Marie Kondo ordena libros

"Muchas personas dicen que los libros son una cosa de la que no pueden separarse, sin importar si son lectores ávidos o no,  el verdadero problema es en realidad la forma en que se separan de ellos".

Marie, chata, si no eres un ávido lector, si no te gustan los libros te aseguro que no tienes mucho problema en deshacerte de libros. Si eres un ávido lector, si adoras los libros, si te encantan, si te parece que no hay nada mejor que tener en tu casa, el problema no es cómo te separas de ellos, sino que no quieres separarte de ellos. Aunque también te digo, si a mí alguien me regala tu libro sé la forma exacta en que querría deshacerme de él. Lo disfrutaría tanto que solo de pensarlo babeo: una gran fogata a la que ir echando las páginas, una por una, mientras apuro una botellita de vino a tu salud.


—Pero cuéntame Marie, ¿qué hago con mis libros?
—Tienes que sacarlos de las estanterías. 
—Ajá. Menos mal que vienes de allende los mares a iluminarme. A ningún lector se le ocurriría jamás que hay que sacar los libros de las estanterías para ordenarlos. Está el descubrimiento del fuego, la rueda... y tú con este consejo. 
—Los libros que están mucho tiempo en la estantería sin que nadie los toque durante mucho tiempo están inactivos. O tal vez debo decir que son "invisibles".
—Ajá. Marie, define mucho tiempo. Define inactivos. Define invisibles porque yo ahora mismo, sentada en mi cuarto veo a mi alrededor varias estanterías llenas de libros que puede que no haya tocado en un par de años y desde luego invisibles no son. No es solo que los estoy viendo es que sé qué pone en sus páginas, dónde los compré, con quién, cuando los leí y porqué me gustaron o los odié. Para mí tú eres bastante más invisible. 
—Yo he sido doncella en un santuario sintoista, hay que mover tus libros y voy a hacer fus fus fus y mis polvos mágicos harán que tus libros se vuelvan conscientes. 
—Fus fus fus pero con la mano abierta voy a hacerte yo Marie Kondo porque no tienes vergüenza. Además, si vas a venderme la moto de los polvos mágicos házmelo bien: o eres Merlín con varita o eres Pablo Escobar y me traes un regalo en una bolsita o eres un hombre que me guste mucho y vaya a dejarme sin respiración. Déjalo, sería largo de explicar, doncella sintoísta. No creo que lo entiendas, esos polvos desordenan mucho. 
—Coge cada libro, tócalo. Uno a uno decides si te lo quedas o lo tiras. Por supuesto sólo tienes que quedártelo si al tocarlo sientes placer. 
—Marie, ¿qué va a ser lo siguiente? ¿explicarme como respirar? 
—Es que no me refiero al placer que te proporciona leerlos. De hecho no puedes abrirlos mientras haces limpieza, ni mucho menos leerlos. Eso rompería el hechizo. Todo tiene que ser por lo que sientas. 
—Marie no digas memeces. O dilas si te apetece pero lejos de mí o te daré con una sartén en la cabeza. 
—Alguna vez significa nunca. 
—¿Perdona? Pareces Miyagui. 
—Te digo que no tengas libros por si alguna vez los lees, eso significa que nunca los leerás.  
—Mira Marie Kondo como te lo explico para que no te estalle la cabeza. Lo leeré en el futuro quiere decir eso y, además, tengo otra cosita para comentarte. Hay libros que he leído una, dos y hasta tres veces y los tengo ahí por si me apetece releerlos. Y hay otros que sé que no releeré nunca pero que no pienso dar jamás. 
— Acumular libros con la intención de leerlos pero sin hacerlo disminuye el efecto que tienen en ti los libros que lees.
—Lapartecontratantedelaprimeraparte es la partedcontratante de la primera parte. 
—¿Perdón?
—Que no digas más chorradas. 
—El momento de leer un libros es el primer momento en el que te encuentras con él, por eso es importante tener pocos libros. 
—Marie Kondo, DARLING, según tu teoría solo podría tener un libro en mis estanterías. El libro que estoy leyendo. 
—¡Claro! así todo estaría ordenado y yo tendría razón. No olvides que soy doncella sintoísta.  
—Fus, Fus, Fus... eres la Nada. 





PD: mirad la cara de Marie Kondo haciendo fus fus.  

lunes, 5 de diciembre de 2016

Lecturas encadenadas, noviembre.

El mes de noviembre, como todos los meses impares (menos julio) es de solterismo. El solterismo es un estado vital que me sumerge en un ritmo de vida en el que no descanso y en el que, por alguna razón, que no consigo entender,  leo menos. O no. No sé, el caso es que en noviembre sólo he leído dos libros. Dos libros maravillosos y de dos autores que me encantan.

Francamente Frank, de Richard Ford. Este libro tiene una historia y como bloguera vuestra que soy, voy a contarla. A mí, internet, la red, los blogs, twitter solo me han traído cosas buenas. Una de esas cosas buenas ha sido la inmensa cantidad de gente que he conocido y que se han hecho amigos, gente cercana con la que hablar, reírme, quedar, hablar de libros y de mil cosas más y que, muchas veces, me demuestran su aprecio hacia mí haciendo cosas que me dejan sin palabras. Cuando Teresa Valdés-Solís me mandó un mensaje para preguntarme qué libro de Richard Ford quería tener dedicado me eché a reír y le dije: estás loca.

No sólo no estaba loca sino que movió todos sus contactos en Oviedo para conseguirme este libro dedicado por Richard Ford para mí.


Lo importante de los libros es su contenido pero tener un ejemplar dedicado especialmente para ti por uno de los autores que más admiras es una experiencia maravillosa y ese libro ocupa un lugar especial en mi estantería. Si además el libro te  reencuentra con un personaje, que te lleva acompañando casi 10 años, su lectura se convierte en un lugar acogedor, en una especia de volver a casa, de encontrar tu sitio, tu hueco en los cojines del sofá, tu taza de café, tu almohada.

Ford nos lleva otra vez a la vida de Frank Bascombe que ahora tiene ya 68 años, está jubilado y ha vendido su casa de la playa. Todo lo que se cuenta ocurre semanas después de que el huracán Sandy arrasasara la costa de Nueva Jersey. El libro lo componen cuatro relatos que suceden en unos pocos días pero que aparte de tener a Frank como protagonista y narrador no guardan relación entre sí.

Al terminar de leerlo y mientras escribía sobre él en mi cuaderno de lecturas pensé que, quizás, los relatos sí que tenían un nexo común y es que todos tratan del peso del pasado en nuestras vidas, en nuestro presente. No es solo que lo que hayamos hecho, pensado, decidido, amado, dejado o no, nos haga quienes somos y nos haya llevado hasta donde estamos, es que el pasado es como una goma que estiras y estiras y estiras y, a veces, en algunos momentos se suela de su anclaje en el antes y a toda velocidad viaja hasta tu presente y te golpea en la cara volviéndose tu ahora y obligándote a lidiar con ello aunque no quieras.

Eso es lo que le ocurre a Frank en estos cuatro relatos. Se me había olvidado como es de egoísta y de introspectivo, como es capaz de ignorar casi por completo lo que les ocurre a los demás centrándose únicamente en sí mismo. Es fascinante como Ford ha creado un personaje tan redondo, tan complejo y con tantos ángulos, cuesta creer que no sea una persona real, que no sea él. Es inmenso en su normalidad, en su cotidianidad.
"Yo no creo en eso desde luego. La mayor parte de las cosas que no nos matan en el acto nos matan después".
"No hay necesidad de tocar, besar, abrazar. Pero lo hago de todos modos. Es nuestro último fetiche. El amor no es otra cosa al fin y al cabo, que una interminable serie de actos individuales". 
"Porque no hay una forma adecuada de planificar la vida ni tampoco de vivirla: sólo un montón de formas inadecuadas". 
"Los errores son errores mucho antes de que los cometamos". 
No digas noche, de Amos Oz.  Compré este libro en la Feria del Libro Antiguo porque si veo algo de Oz tengo que comprarlo. Es un escritor que me fascina. Me fascina lo que escribe, sus personajes, sus historias que transcurren en un espacio, Israel, que me es completamente ajeno y extraño y me fascina él. Su cara, sus arrugas, su historia, su mirada, sus ideas, las entrevistas, sus ensayos. Un hombre fantástico frente al que me quedaría paralizada y sin habla. 

Reconocería cualquiera de sus libros aún sin ver su nombre en la portada. Es empezar a leer y entrar en un ritmo, en una cadencia de palabras, en un estado de ánimo, un estado vital tan real que noto el polvo del desierto de Israel, el calor y también el desasosiego de los personajes.

No digas noche cuenta la historia de una pareja, de Teo y Noa. Una pareja que se construye como todas, con mucho empuje y brío al principio, como se construye la ciudad en la que transcurre todo, Tel Keider y que es, creo yo, el tercer personaje de la novela. 

Las relaciones surgen de la nada como esa ciudad construida comiéndole terreno al desierto. Al principio se hace con grandes planes, teniendo en mente un ideal y luego, cuando uno la ve terminada y se pone a vivir en ella se da cuenta de que no se ajusta exactamente a lo que proyectó. No tiene porqué ser peor pero es distinto. Habitas esa relación, esa ciudad, esa casa acostumbrándote a ella, la vas haciendo tuya y luego las cosas empiezan a estropearse por el uso. Pequeños detalles que pueden no ser importantes pero que pueden enfadar y que hay que ir reparando. En esas reparaciones de la casa, de la habitación que supone la pareja uno puede hacerse daño o herir al otro, pero puede también que el arreglo, el reajuste sirva para seguir adelante.  

No digas noche va de todo esto. De las relaciones y de su continuo reajuste, siempre hay que estar afinando y calibrando. Al que se deja ir y se despreocupa se le cae la casa encima. 
"Tú eres una persona a la que le gusta resumir. No me resumas aún". 
Esa frase resume el estado en el que las relaciones dejan de repararse para simplemente convivir con el declive, con los desconchones, esperando que aguanten hasta el final o que, poco a poco, derrumben todo. 
"Aquellos que no se entusiasman con nada se enfrían y comienzan a morirse. Hay que empezar a desear de verdad. Coger la vida con las dos manos para que no se escape, si es que comprendéis lo que quiero decir. Si no, todo está perdido". 
Leed a Ford y a Oz, dos hombres fantásticos.  




jueves, 1 de diciembre de 2016

Twitter es el mal porque (les) conviene


"Hordas twitteras"
"Linchamientos en twitter" 
"Arde twitter"

Oigo, leo y veo estos titulares en los medios de comunicación. Entro en mi cuenta de Twitter y encuentro a mis umpalumpas, a los que yo he decido seguir, enfrascados en conversaciones, en intercambios, en monólogos en voz alta. Algunos están muy tranquilos, otros charlan, otros (los que no veo) solo miran y leen y otros, unos pocos, están siempre muy enfadados con algo. Muchos, cada día, cada minuto encuentran un motivo para estar enfadadísimos. 

Oigo, leo y veo que los medios, los periodistas, los políticos, los actores, los escritores y casi cualquiera con un mínimo de presencia mediática se muestra indignado contra esas "hordas tuiteras" que boicotean sus iniciativas, critican sus artículos contrastando datos, sus opiniones políticas, sus películas, sus libros o lo que sea. 

No voy a defender a la gente que insulta, que desprecia o que manifiesta una hostilidad beligerante y agresiva hacia otros o hacia las opiniones, trabajos o creencias de otros pero encuentro que se da una importancia desmesurada a algo que puedes apagar con un click. 

Sé que puede no ser tan fácil. "Es que lo que se dice en twitter luego se escucha en todas partes". Ya. Claro. Pero ¿quién lo saca de twitter? ¿cómo se entera alguien que no tiene twitter, alguien de esa inmensa mayoría de españoles, de una polémica en twitter? 

Aja. Por la prensa. Por los periodistas. Por los programas de radio. Por los políticos. Por los artistas. Por los escritores. Todos ellos han jugado a ser Willy Wonka. 

En mi mente, Twitter está constituido por una serie de pequeños cubos de metacrilato. Dentro de ellos hay personas diminutas que a través de las paredes transparentes ven el mundo y opinan, comparten y, a veces, critican. Twitter es como un mundo paralelo lleno de umpalumpas gritándose entre ellos. Dentro de esos cubos el griterío es ensordecedor, y si no eliges bien a quién metes en tu cubo de metacrilato puedes volverte loco o directamente idiota, pero lo que gritan los umpalumpas no se oye fuera. No se oye, si los Willy Wonka de turno no les dan altavoz. 

La prensa, la radio, las televisiones critican twitter pero usan los tweets para rellenar horas y horas de contenido, para escribir artículos, para pedir que sus seguidores les jaleen. Los políticos critican a los umpalumpas que no les siguen pero achuchan a los suyos y se lamentan de los contrarios. Los periodistas se quejan de que les critiquen los artículos pero buscan umpalumpas para encontrar testimonios cuando los necesitan. Y así con todo. 

¿Estoy defendiendo Twitter? No. Pero no creo en el concepto "hordas tuiteras". En Twitter hay el mismo número de idiotas que en cualquier otro sitio, hay los mismos que en tu trabajo, tu bar, tu gimnasio, el colegio de tus hijos o entre tus amigos. 

Las críticas en Twitter pueden ser aquelarres de indocumentados e ignorantes o pueden estar fundamentadas y ser esgrimidas por personas con autoridad sobre el tema en cuestión. El problema es que los Willy Wonka de turno dan  altavoz a las primeras y ningunean las segundas. Los Willy Wonka azuzan las que les conviene y atacan las que no les gustan o les afectan. 

¿Cuál es el problema ahora? El problema es que ya no hay control sobre eso, los periodistas, los medios, los actores, escritores... se encuentran ahora con que además de sus umpalumpas hay otros, o puede pasarles incluso que sus propios umpalumpas se les rebelen. Y entonces ya no molan, una rebelión de umpalumpas descontrolados con sus propias opiniones ya no es interesante ni divertido. Hay que acabar con ello. 

En cualquier caso, estoy de acuerdo con que no te guste que te critiquen en Twitter. No sólo estoy de acuerdo sino que lo encuentro perfectamente legítimo y comprensible, pero antes de hacerte la víctima y lloriquear, hay una solución muchísimo más sencilla: dejar de usarlo. 

Es sorprendente como las "polémicas tuiteras"  se convierten en cenizas de papel en el mundo real, fuera de los pequeños mundos de metacrilato. Los "aquelarres en Twitter" son llamaradas al encender un fuego, son la fogata que monta el que no sabe encender una chimenea, el que no sabe prender la leña ni hacer que algo permanezca. Las polémicas en twitter consisten en coger hojas de papel y quemarlas. Una gran llamarada que se apaga enseguida en cuanto cierras tu cuenta. 

A no ser que los Willy Wonka de turno decidan mostrárselas al mundo para  utilizarlas en su propio beneficio. 


martes, 29 de noviembre de 2016

Frenética calma


Por primera vez en mi vida siento que no me dan las horas, los días para hacer todo lo que quiero hacer. No lo que tengo que hacer, sino lo que quiero hacer. 

A veces me siento como el conejo de Alicia corriendo para que me de tiempo a leer todo lo que quiero leer, a escribir todo lo que se me ocurre, a ver a toda la gente con la que estoy deseando quedar y a dormir algo. 

Quiero dormir, quiero vaguear, probar nuevos vinos, ir al cine, ver tres mil películas que tengo pendientes, temporadas de series que tengo colgadas. Quiero tener horas para hablar con algunos de mis amigos y quiero comidas y cenas para compartir. Quiero noches y más noches con las princesas viendo series y quiero tardes de paseo por Los Molinos. Quiero ordenar mis libros. Quiero escribir a mano con mi pluma y la tinta verde todo lo que se me pasa por la cabeza. Quiero ordenar todos los números del New Yorker. Quiero cambiar las fotos de los marcos que cuelgan en la pared sobre mi cama en mi madriguera. Quiero viajar. Quiero leer todo lo que guardo en mi carpeta de feedly titulada "para leer con calma". 

Algunos días, en momentos raros en los que no estoy perdida en ensoñaciones locas medito sobre si debería ser más organizada. Hacerme un horario, organizarme por días, buscar huecos para determinadas cosas... pero me conozco y sé que eso no me va. Ni siquiera me gustaría sentarme con un cuaderno, dibujar un cuadrante y rellenarlo con rotuladores de colores diferentes según la actividad. Sé que hay gente a la que eso le calma, le da la sensación de que controla su tiempo, su vida y lo que hace con ella. Yo no soy así, probablemente me frustraría cuando las líneas no me salieran rectas y  cuando confundiera los colores de los rotuladores y tuviera que volver a empezar. 

"Calma, frenético es el ritmo cuando hay calma". 

Estoy en calma porque lo que tengo que hacer, las obligaciones inevitables que vienen de serie con ser adulto, tener que ganarte la vida y ser responsable de mi prole, me ocupan el mínimo de tiempo en mi vida. Les dedico el tiempo justo para cumplirlas de manera satisfactoria para todos los involucrados. 

El resto de mi tiempo tiene un ritmo frenético por todo lo que quiero hacer. Y entre lo que quiero hacer ocupa un espacio muy grande el deseo de no hacer nada. La sensación de desear hacer mil cosas, de sentir que no puedo abarcar todo lo que me interesa me sumerge en una especie de torbellino a medio camino entre ser absorbida por un agujero negro y ser inmensamente feliz porque me ha tocado el golden ticket y voy a visitar dando saltos de alegría la fábrica de Willie Wonka. Me gusta esa sensación, la sensación de querer hacer miles de cosas, de desearlas con mucha fuerza.  Me siento como si diera vueltas sobre mí misma hasta marearme, hasta emborracharme de alegría. Pero, me gusta más la sensación de ser capaz de pararme y decir: no voy a hacer nada, no voy a planear nada, veremos qué pasa hoy, cómo me siento, qué me motiva. 

Siento que controlo mi vida sin cuadrante de colores, sin organización y sin planes a largo plazo y que estoy en calma con mi ritmo frenético y conmigo misma. Y es maravilloso. 

"Calma, frenético es el ritmo cuando hay calma". 


viernes, 25 de noviembre de 2016

Di no a tus hijos

"Estoy un poquito saturada de la publicidad enfocada a querer hacerte sentir culpable a los padres que tienen vida más allá de sus hijos. Decirle a tus hijos "ahora no puedo", "ahora no me apetece", "ahora no quiero" no te convierte en mala persona. Ya está bien con la estupidez."

Cuando tienes hijos, desde el minuto uno en el que salen de ti y los tienes en brazos se produce en tu cerebro un movimiento de tectónica de placas. Todo aquello que, hasta entonces, había ocupado tu cabeza; tus pensamientos, tus ideas, todo lo que conoces, sabes, te gusta, te entretiene, lo que odias. Todo tu trabajo, tus aficiones, tus hobbys, toda tu vida y todo lo que te hace ser tú y no tu vecino del descansillo o tu compañero de curro empieza a moverse en tu cabeza. Esa masa compacta que eras se resquebraja y comienza a moverse para dejar hueco a todo lo que ese extraño, que tienes en brazos, va a necesitar y ser. 

Los primeros años de tu hijo todo tú eres ese ser. Qué necesita, qué quiere, qué le pasa, qué no le pasa, qué siente. Piensas en todo lo que puede pasarle, en lo que puede sufrir, en si le duele algo, en si come, si engorda. Piensas en si está hablando tan bien como debería, en si sufrirá en el colegio, en si será capaz de hacer amigos, en si necesita ir a piscina o a fútbol, aprender inglés o piano. Dedicas recursos neuronales, físicos y mentales a pensar en lo que hace falta en casa, en que la ropa esté limpia, en mantener una rutina, en estimularlos, en que duerman, que descansen, vacunarles, llevarles a las revisiones. te organizas para ir a todo: fiestas, funciones, reuniones, actividades. Te agobias pensando si lo estarás haciendo bien, en si tus decisiones son correctas o equivocadas. Agonizas a ratos pensando que eres un desastre. Mueres de amor por ellos y te agotas. 

Las placas tectónicas en tu cabeza y en tu interior tienen zonas de subducción por las que todo lo que eras antes de tener hijos se va hundiendo poco a poco hacia lo más profundo, queda sepultado por debajo de todo eso que en otras zonas de tu cabeza, en los bordes constructivos de tu placa no para de crecer construyendo cordilleras cada vez más altas con todo lo que tus hijos requieren de ti. Montañas cada vez más altas con lo que necesitan y lo que te aportan. 

Tras muchos terremotos todo se acomoda. Tus continentes mentales con todo lo que eras antes de tener hijos se consolidan en sus posiciones y las nuevas zonas, dedicadas a tus hijos, ocupan su espacio. Todo se tranquiliza. Tus hijos crecen, se vuelven más independientes y pueden y deben hacer cosas solos. 

La publicidad tira ahora de niños con 8, 10 o 12 años que miran a sus padres como corderos degollados exigiendo una atención que parecen no tener. Esos niños son tan mentira como las modelos retocadas con photoshop que se levantan peinadas después de una supuesta noche de sexo y los detergentes que sacan la ropa planchada de la lavadora. 

Cuando tus hijos son niños independientes que pueden hacer cosas solos, desde ir al colegio hasta calentarse la comida pasando por recoger su cuarto, ordenar sus cosas, vestirse y ser responsables de pequeñas tareas, siguen pidiendo cosas. Piden porque son niños y tú eres su padre o su madre y recurren a ti. Algunas cosas, muchas, necesitan que tú se las soluciones, que tú pases ese rato con ellos pero hay otras que no. 

Y les dices que no. 

Les dices "No, no puedo ponerme ahora a hacerte un disfraz o preparar una pancarta para el cumple de tu amiga Fulanita". 

Les dices "No, no me apetece sentarme a ver 3 capítulos de Violeta". 

Les dices "No, no quiero ir a correr esa carrera del infierno con vosotras". 

Les dices que no puedes porque estás haciendo la cena o tendiendo la lavadora o porque tienes que pelearte con tu compañía de teléfono para que te solucione la avería del Adsl. O a lo mejor tienes que llamar a un amigo que lo está pasando fatal porque ha roto con su pareja o le han echado del curro. O no quieres porque estás leyendo, porque por fin has encontrado media hora para ti. O sencillamente no quieres hacer algo de lo que te proponen porque no te gusta y no quieres. 

Ellos, tus hijos, son niños y puede que te miren con cara de "Joooooo" pero desde luego lo entienden y si no lo entienden tienes que explicárselo porque, tus hijos, tienen que saber que tú eres una persona, que tú eres tú además de su madre o su padre. Deben ser conscientes de que tienes obligaciones y también aficiones. Incluso que te gusta, que necesitas tiempo para ti sin nada que hacer. 

No pasa nada por decir no a tus hijos. Es más, creo sinceramente que es una manera de enseñarles que cada persona es un mundo que necesita su espacio, incluidos sus padres.

No dejemos que la publicidad utilice la educación de nuestros hijos y nuestro propio crecimiento personal como argumento publicitario para intentar hacernos sentir culpables por no vivir en un mundo que no existe. Y en el que, desde luego, yo no quiero vivir. 



miércoles, 23 de noviembre de 2016

Dormir como un lirón careto

Me despierto a las 6:58, 2 minutos antes de que suene la alarma. No sé porqué me empeño en ponerla, jamás estoy dormida cuando suena. Abro los ojos y hago recuento como todas las mañanas. ¿Cómo he dormido? Sé que apagué la luz a las 12 porque me dormía leyendo "No digas noche" de Amos Oz, sé que me desperté a la 1:30 y otra vez a las 4:23 porque había un par de tipos gritando en la calle. Una vez más, abrí los ojos a las 5:17. Vuelvo a hacer recuento, en total, 6 y 58 minutos de sueño. He dormido como un lirón, pienso. ¿Un lirón careto? ¿De qué extraño compartimento mental ha salido ese pensamiento? No sé cómo es un lirón careto. ¿Todos son caretos? A lo mejor no existen. 

He dormido bien, del tirón. Es posible que alguien piense "madre mía, ¿eso es dormir del tirón?, para mí eso sería una mala noche". 

Para mí es una buenísima noche. Dormir así, sabiendo que si me despierto volveré a dormirme me parece un tesoro. Los escasos días en los que las siete horas son sin ninguna interrupción, me despierto como una loca de los anuncios de la tele. Abro los ojos, parpadeo, me estiro con una sonrisa en la boca y solo un ejercicio supremo de contención me impide ponerme a saltar en la cama y hacer  mortales.  

Estuve tanto tiempo sin dormir, tantos meses sin conseguir cerrar los ojos más de dos horas que el agradecimiento, que siento ahora, a los dioses del sueño, a la mosca Tse-tse o a los duendes de los sueños, al tener siete horas de descanso, es tal que construiría un altar con flores de plástico en la esquina de mi dormitorio y les haría ofrendas con tal de saber que jamás volveré a no dormir.  

"Ángel de la guarda, 
dulce compañía
pide lo que quieras
yo te lo daré"

Durante meses la ansiedad me comía al despertarme por la noche. Me quedaba paralizada, sin moverme, esperando que el insomnio pasara de largo si no respiraba, si no me movía. Lo imaginaba como una especie de Nazgûl que sobrevolaba mi cama y al que podría despistar si permanecía muy quieta. Nunca funcionó, siempre me encontraba. Noches y noches de no dormir, de saber que cuando abriera los ojos ya no habría vuelta atrás. Durante aquellas horas interminables fantaseaba con un pasado idílico en el que me dormía nada más apagar la luz y me despertaba a la mañana siguiente. Me parecía algo tan imposible, tan fuera de mi alcance que incluso dudaba de haber dormido jamás así. Eso no podía haberme pasado a mí. 

Creí que nunca más volvería a dormir, que jamás volvería a tener sueños completos, con historias increíbles de las que despertar sorprendida, asustada, feliz, excitada o confusa. Creí que el resto de mi vida sería una sucesión de noches de insomnio de las que me levantaría permanentemente agotada. Creí que, para siempre, mis horas de sueño serían horas inducidas químicamente en las que lo que haces es sumergirte en una nada gris que no aterroriza como la ansiedad del insomnio pero que tampoco se parece al verdadero sueño. No es dormir, es no estar. 

Creí todas esas cosas y por eso, ahora, cuando me despierto por la mañana y compruebo que he dormido seis o siete horas sin sentir pánico, pienso que todo va bien. 


martes, 22 de noviembre de 2016

El escritor minúsculo

Escritor. El escritor - no lo llamaremos para no hacer  crecer su ego aún más - es escritor desde hace tiempo. Desde que alguien, un día, supongo que por quitárselo de encima por cansino, le dijo "hala, pues no lo haces mal" y se lo creyó. Al principio, sus novelitas parecían tener gracia o por lo menos no molestar, como las pipas. Sus artículos funcionaban, escribía historietas desde su chaleco de corresponsal contando lo que veía a través de sus gafitas de chico aplicado. La cosa (le) funcionó y el escritor se creció y se creció y se creció y con él su pequeño ego adquirió un tamaño completamente desmesurado, estratosférico.  

El escritor lejos de pensar que ese ego no era saludable para nadie más que para él lo agarró, con fuerza, decidido a no soltarlo, se hizo adicto a sí mismo y armado con su armadura de ego y con una completa y absurda confianza en que su opinión le importaba a alguien se lanzó a internet a predicar. Consiguió un corrillo de palmeros, de seguidores, a los que sus opiniones zafias, machistas, ridículas, pendencieras, altisonantes, prepotentes, displicentes, paternalistas, carentes del más mínimo ingenio y en muchos casos insultantes, les hacían mucha gracia.  

Desde entonces predica sobre todo siempre. Sabe de todo: sabe sobre madres, sobre padres, sobre mujeres, sobre política internacional, sobre lo que piensan las mujeres de 40 y los niños de 13, sobre lo que los hombres sufren, sobre moda, sobre política nacional, sobre el mercado laboral, sobre acoso, sobre literatura, sanidad, educación o incluso, alimentación infantil. ¿Sabe más que nadie? No, pero se lo cree. ¿Se informa antes de emitir vociferando sus opiniones? No. ¿Para qué? Él sabe de todo.  

El escritor tiene mala imagen entre mucha gente. Yo soy parte de esa gente que no solo tiene una mala imagen de él sino una opinión completamente formada y hostil sobre él. Él cree que se debe a que es muy gracioso, muy agudo, muy ingenioso, muy sarcástico y muy inteligente. Más que la media. Y no, yo tengo una mala imagen de él porque es despreciable. Más que la media. Cada día se empeña en airearlo con una dedicación que parece indicar que aparte de un ego desmesurado no tiene mucho más en su vida. 

La peor fama del escritor en el mundo de la gente normal e inteligente viene de la cosa machista y retrógada. No hay una sola frase que salga de sus dedos y de su boquita de buzón que no sea un alegato talibán en favor de lo que él considera las "buenas costumbres" que se han perdido o se están perdiendo o un ataque a las mujeres en general, así a cascoporro. 

Así que, debido a la mala fama que está cosechando y que a él le encanta porque tiene esa idea adolescente y boba de "si se meten conmigo es que les molo" ... el escritor se ha lanzado a escribir con un código que cree que le protege de los ataques y que es solo para iniciados. 

Ese código que cree que maneja con maestría es la ironía. Lo que no sabe, porque su ego no le deja verlo , es que su manejo de la misma está muy por debajo del que desarrollaría un chimpancé adulto durante un viaje con LSD.  

Lo que tampoco sabe es que lejos de verle como lo que él cree que es, un galán maduro, inteligente y atractivo, las mujeres le vemos como lo que es: un macarra patético. Un hombre minúsculo, despreciable y rancio. 

Le despreciamos mientras construimos una vida lo más alejada posible de tipos como él, mientras tenemos relaciones adultas, sensatas y normales con nuestras exparejas,  mientras nos preocupamos de nuestros hijos y su educación y rogamos para que ellos, nuestros hijos jamás se parezcan a un tipo como él y ellas, nuestras hijas jamás tengan que tratar con minúsculos como él.


La foto es de este tuitero. 

jueves, 17 de noviembre de 2016

Amsterdam, la ciudad transparente


Visitar una nueva ciudad es como conocer a un nuevo amante. Crees que te gustará, quieres que te guste, vas dispuesto a encontrarle el encanto pero, en realidad, nunca sabes qué pasará. Hay ciudades para visitar, ciudades para ver y ciudades en las que te imaginas viviendo... Amsterdam, para mí, ha sido de éstas últimas. 

Amsterdam es transparente, es todo ventanas, todo puertas. Sus calles, sus casas, sus tiendas, todo dice "ven y entra", "ven y mira", "ven y descubre". Esa vida que atisbas, no, no la atisbas, la ves al otro lado de los enormes ventanales exacerba el gen cotilla que llevas dentro. Pasear por sus calles de noche y poder asomarte a todas las casas te hace imaginar una vida en esos salones, en esas cocinas. En Amsterdam todo el mundo vive en una casa del catálogo de Ikea. Los españoles, que somos ridículos hasta extremos increíbles, pensamos "qué horror, qué poca intimidad, yo no podría", sin recordar que en nuestros bares es posible enterarse de la vida del que está tres mesas más allá charlando con su novia y en un vagón de tren cuando llegas a destino has conocido a todos tus compañeros de viaje y a todos sus interlocutores telefónicos, pero ¡eh!, sin cortinas no podemos vivir. Somos ridículos. Yo sí podría vivir sin cortinas.

Amsterdam es plana. Siempre que viajo a una ciudad completamente llana me visualizo a mí misma como Obelix en "Asterix en Helvecia", haciendo el gesto de mover el brazo para explicar que no hay ni una sola cuesta. 

En Amsterdam todo el mundo va en bici pero no hay mística en su manera de montar en bici, en el uso que le dan. Son bicicletas normales y corrientes, sin alardes, sin motor, sin tres millones de marchas ni ningún extra absurdo. Van en bici pero no son ciclistas. Pedalean tranquilos en sus enormes bicicletas, unas bicicletas que a mí me saben a mi infancia, a paseo y tranquilidad. Nadie lleva casco. 

La catedral de Amsterdam no tiene culto religioso. En el edificio montan bodas reales y coronaciones pero también exposiciones. Ahora mismo hay una que se titula "90 Years Mrs Monroe" y las puertas al templo están cubiertas con enormes fotografías de Marilyn. Es un contraste curioso entrar en una catedral con tu ánimo de curtido visitante de templos y encontrarte una fotografía gigante de Marilyn cubriendo la pared del crucero. Resulta cuando menos chocante pasear admirando 250 objetos que fueron de su propiedad con la audioguía pegada la oreja mientras la escuchas cantar Diamonds are girl´s best friend o el Happy birthday más caliente de la historia y tus pasos resuenan sobre las tumbas de antiguos canónigos catedralicios. Es raro pero mola todo. En Amsterdam he descubierto que laz princezaz no sabían quién era Marilyn, hecho este que me he propuesto solucionar enseguida, en el próximo cineclub de princezaz. 

Amsterdam es Van Gogh y su museo. Es salas abarrotadas pero silenciosas y en las que descubrí una escultura de una adolescente bañándose, obra de Edgar Degas, frente a la que me pasé un buen rato completamente abstraída. Los museos también son como los amantes, nunca sabes qué será lo mejor de ellos, lo que más te gustará.

Amsterdam ha sido Banksy por sorpresa. Una exposición maravillosa que nos encontramos y que ha dejado a laz princezaz con ganas de más. 

A Amsterdam el otoño con olor a invierno le sienta de muerte. Hace un frío intenso. Frío de gorro, frío de "mami, pareces un elfo",  de guantes, botas y bufanda. Frío de agradecer entrar en un bar y tomar algo caliente. Frío de invierno, de mi infancia. Frío de respirar flojito.   

Amsterdam parece estar, por ahora, a salvo del síndrome del parque temático. Hay barcos por los canales pero no he visto el trenecito ese del demonio que marca el comienzo del fin de cualquier ciudad que se precie. Y es una ciudad con vida, con gente por la calle que entra y sale de las tiendas y de las casas y de los bares. Gente que lleva a los niños al colegio, o al parque o que queda en un bar a tomar algo y fumar al calor de una de esas estufas de exterior. Amsterdam es bullicio pero no ruido. 

Amsterdam es quesos maravillosos, panes de llorar de ricos y olor a marihuana en sus calles. Amsterdam ha sido también el sitio en el que explicar a laz princezaz como funciona la prostitución y qué hacían esas mujeres en esos ventanales por los que no quieres mirar.  

Y Amsterdam es sus hombres.  Un festival de hombres guapos, atractivos y estilosos. Madre mía. Pensé que estaba enferma, que mis gafas me nublaban la vista. El porcentaje de hombres guapos, altos, estilosos, atractivos y sexys que hay en Amsterdam es sencillamente asombroso. En cualquier tienda, museo, bar, restaurante, andando por la calle, esperando el tranvía, en el tren al aeropuerto... las vistas siempre son buenas. Jóvenes, maduros, viejos... da igual. Espectacular. 

-Juan, estoy alucinando con los hombres de Amsterdam.
-Lo sé pero no te emociones, creo que no son muy juguetones.

Pues eso, quiero un holandés. Con su cuello vuelto, su gorro, su bici para ir a comprar el pan para el desayuno y su dosis justa de norueguismo.  



martes, 15 de noviembre de 2016

Olvidar lo que escribimos


"Hay cosas que uno no desea publicar, pero que no hace desaparecer. Algo tan candoroso como sentir pena lo impide"

Así comienza el artículo. Levanto la vista del ordenador, dejo de leer y pienso que yo publico casi todo lo que escribo. ¿Casi? ¿Tengo algo escrito que no haya publicado en el blog? No. Tengo alguna cosa sin terminar, algún pensamiento solo abocetado, mil millones de ideas pensadas y un par de ellas completamente decididas en mi cabeza pero que no consigo enfocar de manera que me convenzan o, a lo mejor, me da pereza intentarlo. 

A lo mejor se refiere a cosas escritas ANTES. ¿Qué tiempo es antes? Para Tallón debe ser antes de ser famoso, antes de ser "escritor". Para mí, antes es antes de Cosas que (me) pasan. ¿Tengo algo escrito antes de saber que me gustaba escribir? Sí, tengo un cuaderno mugriento, con tapas negras ya arrancadas, lleno de letra menuda y borrosa que empecé a escribir en noviembre de 1997. Páginas y páginas de letras apretujadas, subiéndose unas encima de las otras, corriendo por llegar a la página por quedarse ahí antes de que se me escaparan de la cabeza. Escritura de la pena y de la borrachera. Entre las páginas hay tickets de metro y recortes y cartas lamentables. Hay un poema a máquina que dice algo de "tus pechos enharinados" y que yo no escribí, sólo recibí perpleja. Ese cuaderno se cerró en junio de 1999 y no volví a escribir absolutamente nada hasta que empecé Cosas que (me) pasan. 
"Escribir es fácil. Escribir bien es muy difícil. Destruir lo que un día escribiste, aunque sea malo, es dificilísimo."
Sigo leyendo y dejo de pensar en escritos y pienso en amantes, en antiguos amores. "Enamorarse es fácil, enamorarse bien es muy difícil. Destruir (aquello) de lo que un día te enamoraste, aunque sea malo, es dificilísimo" leo en mi cabeza. 

¿Recuerdas el nombre de todos los hombres que has besado? Alguien me preguntó el otro día. Contesté que sí... pero es que no. ¿Cuándo los he olvidado? o ¿Cuándo he empezado a olvidarlos? Porque sé quiénes eran y dónde estábamos pero sus nombres han desaparecido de mi cabeza. 
 "Cómo pude escribir esto", se pregunta, y se le escapa una risa floja. Si alguien lo leyese, alguien a quien tuviese en consideración por su criterio, se moriría de vergüenza. "Era poco matarme", se dice."
Mi mente abandona mis cuadernos y piensa en cartas, en mails escritos hace tiempo a destinatarios que han desaparecido de mi vida. Cartas y mails que guardo en un rincón de mi bandeja de entrada cogiendo polvo y sin mirarlos. A veces, por descuido, los veo ahí. No releo porque no me hace falta. Soy Funes el memorioso y sé qué escribí, porqué y cuándo. Sé también cuanto me avergonzaría leerlo ahora. Quizás vergüenza no sea la palabra. Cuando pienso en releer esas cosas sé que lo que voy a tener ganas de hacer es coger una máquina del tiempo, viajar al pasado y darle collejas a mi yo de ese tiempo. 
"A veces la obra escondida ni siquiera es mala. Atesora méritos, vaticina un futuro, compone un puzzle. Pero, oh: el escritor igualmente la repudia. No se identifica con ella. Pasado el tiempo, cree que no muestra al autor que es ahora. No consentiría su publicación ni que dios, o alguien por el estilo, se lo pidiese. Naturalmente, eso no significa nada. Basta que el autor muera, y que el manuscrito caiga en manos desaprensivas que ignoren sus deseos, y el libro inexistente saldrá a la luz."
Pienso en la muerte y en hacer testamento. No tengo dinero, no tengo propiedades, no tengo joyas. Lo único valioso que poseo son mis cuadernos y se los dejaré a mis hijas para que los lean y se avergüencen cuando yo ya no esté, para que sepan quién fui además de su madre y qué pensé que jamás les dije. Pero los mails y las cartas no se los dejaré. Eso morirá conmigo o se perderá en el agujero negro de la red cuando ya no haya quien entre en mis cuentas. 

O quizás no. Quizás algún día, un día de estos, cualquiera, hoy, mañana o dentro de una semana decida eliminarlo todo.   
"Escritor, destrúyelo todo. No mires atrás. ¿Te da pena? Destrúyela también a ella."
¿Es pena lo que me hace no destruirlo todo? No, no es pena. Destruirlo físicamente no serviría de nada si lo hago antes de tiempo. Tengo que esperar y asistir al proceso, al viaje, en el que esos escritos se vuelvan inofensivos, ver como poco a poco deja de importarme lo que dicen y lo que fueron... hasta llegar a un punto en el que darle a eliminar no signifique absolutamente nada.



viernes, 11 de noviembre de 2016

Los jóvenes amantes

I kissed you on the lips once more
And we said goodbye just adoring the nighttime
Yeah, that´s the right time
To feel the way that young lovers do

Los dos son menudos. Ella lleva el pelo largo, castaño claro, anudado sin mucho miramiento un peinado que ya no se lleva y la melena cayendo sin orden, a los lados de su cara. Es un peinado que se llevaba cuando yo era niña, me recuerda a mi uniforme, a mi colegio. Él es moreno, con el pelo muy rizado pero sin efecto Jackson Five. Será calvo con 35 pero aún no lo sabe y, ahora mismo, no le importa. Ahora mismo solo le importa controlar los nervios que se le salen por la boca, por los ojos y por los dedos mientras el metro traquetea y hablan. 

Han entrado delante de mí en el vagón y no puedo dejar de mirarlos. De hecho, no dejo de mirarlos en todo el trayecto y ellos, ni por un segundo, son conscientes de mi mirada. No creo que ni siquiera sepan dónde están o a dónde van. 

Intento adivinar su historia. Ella lleva una camiseta blanca y un jersey gris brillante con un gran lazo a la espalda que sólo intuyo una de las pocas veces que despega la espalda de la puerta del metro. Minifalda, medias negras y zapatillas de lona. En una mano sostiene un plumas y en la otra el móvil. Me fijo que entre la funda y el móvil ha guardado el bonometro. Una chica organizada. Es de piel clara, de dedos largos, uñas cortas y mirada dulce. Los ojos azules. Habla con nerviosismo. No calla. Le cuenta a él una historia ridícula y carente de todo interés sobre  una aplicación que le ha instalado a su madre para contar los pasos que hace en el día. Repite las cosas, las frases y, de pronto, como si se hubiera escuchado a si misma siendo otra persona, se queda callada. Sé lo que está pensando porque yo he sido ella, "¡qué tonterías estoy diciendo, va a pensar que soy boba!"

Pero él no está pensando eso. Para nada. La ha estado escuchando, embobado, dando pequeños pasos para acercarse. Percibe el silencio incómodo que está creciendo, ¡es incómodo hasta para mí! mira el móvil buscando algo que decir, casi veo su cerebro como en Inside Out diciendo "vamos, vamos, vamos... tenemos que decir algo" y contraataca.

–Me han llamado del centro porque mañana hay actividad y quieren que yo me encargue de cobrar la cuota a los que faltan. 

Noto el alivio de ella y su agradecimiento. Se agarra al tema de conversación y comienza a preguntarle: ¿y por qué tú? bueno es que eres muy directo. ¿A qué hora tienes que ir? ¿Te gusta?

Me pregunto si se conocerán del trabajo. No soy capaz de adivinar qué edad tienen. Hace un momento hubiera jurado que no habían salido del colegio pero él le está contando ahora dónde ha dejado el coche aparcado antes de coger el metro para ir a buscarla. 

No hacía falta que vinieras. Podíamos haber quedado en cualquier otro sitio.
–Lo he hecho encantado.

Son tan monos que resultan magnéticos. Él empieza a contarle historias de su familia. Tiene un acento curioso, que yo había interpretado como un suave deje de algún país de Sudamérica, pero no. 

–Mi primo viene de Israel este fin de semana y se queda un par de meses. 
–¿Se queda en tu casa?

¿Israel? ¿Judio? Es un chico guapo, guapo como de la franja de Gaza, quizás sí es judío. A pesar de ser chiquitito es elegante, descuidadamente estiloso, atractivo. Desnudo también debe serlo, mucho. Tiene un cuerpo tenso.  

Mi tío tiene aquí unas librerías

¿Un tío librero? La elucubración sobre ese tío misterioso que desde Israel manda a su hijo cada dos meses a trabajar a Madrid en sus tiendas de libros casi me abstrae de lo que está pasando ante mis ojos. Siguen sin darse cuenta de que les miro. 

Las manos de los dos han dejado de revolotear a su alrededor y están entre ellos. Él roza sus dedos largos mientras le dice:

Mi primo se llama Abraham...

Ella ya no levanta la vista de las manos de ambos. Sus dedos le devuelven la caricia. Primero un dedo se atreve a rozar los de él, tan levemente que, por un momento, temo que no haya sido suficiente y él no lo haya notado y se eche atrás. Pero no, sus nervios están alerta y han percibido esa tímida caricia. Ella se atreve entonces a enredar dos dedos en los de él y después la mano entera. Se aprietan y él da un paso para acercarse más. Ella sigue concentrada en las manos sin levantar la vista. 

¡Vamos! ¡Mírale ya! Dale ese beso que te estás aguantando.

El tren llega a mi estación, tengo que dejar de mirarles, tengo que bajarme. Llego tarde a una cita. Mientras salgo del metro voy pensando que ojalá, mi cita,  sea como la de esos chicos. 




miércoles, 9 de noviembre de 2016

El tablero de mis ideas

"Pensar es pensar cosas distintas, para empezar. La gente que dice “Yo pienso lo mismo que a los dieciséis años” no ha pensado nunca nada. Es imposible que estés leyendo libros, viendo películas, conociendo gente, viajando, y todo para pensar exactamente igual que antes de salir de casa el primer día. Pensar es cambiar." (Fernando Savater)

Desde que, la semana pasada, leí la conversación entre Jonás Trueba y Fernando Savater en Letras libres  no me he quitado estas palabras de la cabeza. (Dejad de leer mis reflexiones y leed esa conversación)

¿Pienso lo mismo que cuando tenía dieciséis años? ¿y lo mismo que cuando tenía venticinco? ¿o treinta y cinco? Mi cambio de ideas, de pensamiento ¿ha sido a mejor? ¿Por qué supongo que pienso ahora mejor que hace, pongamos 8 años? Mejor ¿significa más claramente? ¿Con más criterio? O, sencillamente, ¿es todo esto un pensamiento de autojustificación porque, de manera inconsciente, siempre pensamos que al avanzar en la vida, en la edad, en lo que sea... mejoramos? 

Después me puse a pensar en si esto que a mí me parece tan obvio, el hecho de que no puedes tener las mismas ideas con dieciséis o veinte que con cuarenta es así para todo el mundo. Pensé en gente que conozco desde mi adolescencia y que mantiene exactamente las mismas ideas, las mismas creencias, e idénticas estructurales mentales que cuando íbamos al colegio. Gente que se enfrenta al mundo de la misma manera desde hace 30 años. 

Pensé, después, recurriendo a mi absurda necesidad de ponerle imágenes a todo, que de niños nuestra cabeza es un corcho vacío. Lo que vamos colgando ahí viene dado por lo que nos dicen nuestros padres, lo que nos enseñan en el colegio, lo que nos dicen nuestros amigos. Vamos clavando post-it con pensamientos que realmente no son nuestros, no los hemos generado nosotros. No vienen dados y tal cual nos los entregan los clavamos en nuestra cabeza. Poco a poco nuestro corcho se llena de ideas con las que encaramos la vida. 

Esa gente de la que hablo le coge cariño a esos post-it. Los coloca, los ordena y ahí los deja para siempre. Llega un momento en que tampoco clava nuevos post-it porque ya tiene el corcho lleno, le gusta lo que tiene y no se plantea que quizás podría cambiarlos. Ni siquiera los reordena. Rechaza cualquier otra idea, cualquier otro post-it de otro color. Ya tiene sus ideas y está cómoda con ellas ¿para qué más? 

Otros, creo, llega un momento en que arrancan todo lo que habían clavado. Hacen tabla rasa y cambian por completo de ideas. Detestan todas aquellas que tuvieron de niños, de adolescentes y empiezan de cero. Post it nuevos y relucientes con los que construyen un pensamiento, un sistema nuevo con el que enfrentarse al mundo. 

Creo, sin embargo, que la mayoría de la gente que yo conozco lo que ha hecho con su corcho mental es abarrotarlo de cosas. O eso hago yo si pienso en el mío. Yo no he arrancado las ideas que me vinieron impuestas cuando era niña por la familia que tengo, la época, mi colegio, mis amistades, mis inseguridades, lo que creía que tenía que pensar, lo que pensaba que era correcto. Lo veo todo ahí, muy muy pegado al corcho, tanto que se funde con el propio material. Muchas de esas ideas están ya desdibujadas, casi ilegibles y prácticamente olvidadas, sepultadas por capas y capas de ideas nuevas. Muchas veces me sorprendo recordando, por ejemplo, ¿de verdad yo creía en Dios? Apenas las recuerdo pero sé que están ahí, y sobre esos post-it mugrientos y viejos, que me han acompañado siempre, he ido clavando ideas nuevas, pensamientos, asociaciones. Ahí he pegado lo que sé, lo que he aprendido, lo que he leído, ideas de gente nueva que llegó a mi vida y que se quedó o se marchó, pensamientos adquiridos por mí misma, destilaciones variadas de razonamientos en arabesco lateral que me costaron sangre, sudor y lágrimas. Y, a veces, alcohol. 

Sé que en algún momento, si no muero joven, cogeré mi corcho y lo enmarcaré. Le pondré un cristal y me dedicaré a contemplarlo y como mucho quitarle el polvo que se le vaya acumulando. Creeré tener la razón absoluta sobre todo y cualquier idea nueva me parecerá una agresión que intentará romper ese cristal y mis ideas. 

Mientras tanto mi corcho pesa cada vez más y cada día es más caótico y complejo, pero igual que soy consciente de que voy cambiando de ideas soy consciente de que lo que soy y pienso ahora tiene sus raíces en lo que pensé y fui hace 30, 20 u 8 años. 

Y creo que es importante no olvidarlo, aunque a veces me avergüence.