Un perro en relieve en el papel higiénico, un perro en relieve en el papel higiénico. Lo miro, lo toco y pienso: esto costará dinero. ¿Será más o menos barato que hacer el papel liso? ¿Alguien se habrá preguntado esto alguna vez? Y ¿por qué un perro como emblema de un papel higiénico? Recuerdo el anuncio del perrito monísimo corriendo por lo que parecía el comienzo de la moda de los pisos piloto con luz a raudales con el rollo entre los dientes pero ¿alguien lo compra esperando encontrar ese perrito inmortalizado en el papel? Últimamente creo que he perdido memoria y capacidad de concentración. No, no es exactamente eso. He perdido agudeza, he perdido filo para conectar ideas y conocimientos. Antes hacía esas conexiones sin pensar, me salían solas, era si de mis dedos, de mi cabeza o de mi lengua saliera un chispazo, una descarga eléctrica (como la de las anguilas) que estableciera esa conexión. Ahora, para conseguir algo parecido la sensación es que tengo que tirar un cable submarino por debajo de una pesada masa de agua y conseguir llegar al otro lado. A veces tengo fuerzas y lo consigo, otras veces dejo el cable a medias y digo: ya volveré. Me debato entre dos superpoderes. El que tienen mis hijas de dormir como los perros, a su antojo, donde sea, como sea y cuando sea y el de con un chasquido de dedos poder cambiar todos los cuadros de mi casa. Concretamente me encantaría tener una pared frente a la que desayunaría cada día, llena de láminas botánicas y querría, cada día, con un chasquido de dedos poder cambiarlas todas. A lo mejor cada día es excesivo, pero poder cambiarlas cuando me las hubiera aprendido de memoria, tan de memoria como me sé los refranes irlandeses que cuelgan encima de la mesa de la cocina en Los Molinos o las etiquetas de vinos de la cocina de Madrid. Sueño con Michael Jordan un día y al siguiente con Camilo José Cela, se lo comento a Juan y hablamos de que se sueña poco porno. Odio el deporte, odio el deporte con toda la fuerza de mi ser y ese odio es lo único que me empuja a hacerlo y terminar cuanto antes. Cuando me crece el pelo parezco un perro de aguas y mi madre me dice que llevo el pelo aplastado, creo que no tengo síndrome del impostor porque mi madre ha conseguido desgastarlo de tanto echármelo en cara. Debió dejarlo a cero cuando yo tenía veinte o veinticinco años. Salir a cenar con mis amigos y que las cosas que nos contamos hayan pasado hace treinta años da un vértigo parecido al de la montaña rusa. Es una mezcla de susto al darte cuenta de lo viejos que somos y de alegría porque tenemos todo ese pasado en común y esperamos seguir teniendo futuro. Hacerte mayor es darte cuenta de que has tenido mucha suerte de no haber perdido ningún amigo por el camino en accidentes, enfermedades o cualquier cosa dramática... y saber que en algún momento ocurrirá y que puedes ser tú. Más vértigo existencial. La playa de Nogales, ver dormir a mis hijas una siesta de cuatro horas como si no hubieran dormido catorce esa misma noche, las pestañas de María, las manos de Clara, escucharlas respirar. Emocionarme y que esa emoción estalle cuando se despiertan y absolutamente todo lo que yo hago les parece mal. Internet está lleno de gatos y de consejos sobre como ser madre. Me sobran gatos y esos consejos. La realidad tiene más perros y lo difícil no es ser madre, lo complicado es encajar en tu cabeza ser madre e hija a la vez, querer parecerte a tu madre en lo bueno y pasarte el día huyendo despavorida de las cosas malas que te hacen parecerte a ella. De eso no hay nada en internet. Querer escribir algo y que no se te ocurra nada, solo hilachas de cosas que (te) pasan por la cabeza y que no pueden ser un post. ¿Y si las junto todas?
lunes, 26 de julio de 2021
lunes, 5 de julio de 2021
Podcasts encadenados. Salir del a mí eso no me gusta.
Cuando uno empieza a escuchar podcasts, como cuando empiezas a leer, uno elige lo que cree que va a gustarle guiado por sus gustos, empieza por lo fácil. Si me gusta la novela romántica solo leo novela romántica, si me gusta la fantasía solo leo fantasía, si me gusta el amor y lujo solo leo amor y lujo. Estás convencido de que cualquier otra cosa "No te gusta". ¿Por qué no te gusta si no lo has probado? Porque así lo has decidido. Yo también he pasado por ahí con la lectura, el cine, la música y, por supuesto, los podcasts pero creo que es una señal de madurez, crecimiento personal o como queramos llamarlo, el hecho de decidir un buen día qué vas a probar esas cosas que has decidido que no te gustan. Me pasó en literatura primero con el ensayo y luego con la ciencia ficción, me pasó en la música con los barrocos y me pasa ahora con los podcasts y la ficción. En principio no me atraen los podcasts de ficción pero me obligo a escuchar alguno porque sé que es un prejuicio absurdo que me priva de descubrir cosas fantásticas. Una de esas cosas ha sido la serie La esfera de Podium Podcast escrita por Polo Menárguez, con diseño sonoro de Teo Rodríguez y un cast de actores que están espléndidos. No soy oyente de ficción y, además, la ciencia ficción no es mi fuerte pero os recomiendo esta serie con todas mis fuerzas porque he devorado sus ocho episodios. Los guiones son fabulosos, los diálogos convincentes, los personajes creíbles y me he reído como nunca escuchando un podcast. Casi parece la vida real. Dejad a un lado vuestros prejuicios porque os va a gustar, entretener, divertir y gozar con unas interpretaciones maravillosas.
miércoles, 30 de junio de 2021
Lecturas encadenadas. Junio
Hay posibilidades de que este post sea el más corto dentro de la sección lecturas encadenadas porque junio ha sido un mes muy intenso para muchas cosas que me han tenido apartada de la lectura y, sobre todo, me han hecho caer como una piedra al acostarme. Estar ocupadísima y dormir bien son dos actividades que van mal con la lectura.
Al lío.
El mes empezó con ganas pero se desinfló en la página doscientos cincuenta. El mundo después del cumpleaños de Lionel Shriver fue una adquisición en la Cuesta Moyano porque no había leído nada de esta autora y me apetecía (ya sé que el que hay que leer es Tenemos que hablar de Kevin, lo tengo en mi lista). Veo en mis notas que me tomó solo ocho días leerlo pero se me hicieron largos. La novela parte de una idea que si bien no es original puede tener su gracia pero a partir de la página doscientos cincuenta se acaba la gracia. Irina vive con Lawrence, son pareja desde hace más de diez años y llevan una vida monótona pero cómoda y confortable. Un buen día, en una cena con el exmarido de una examiga, siente una pequeña atracción y, a partir de ahí, Shriver bifurca la narración en dos direcciones paralelas. Una en la que Irina es infiel y otra en la que no. Cada uno de estos universos paralelos está contado con una minuciosidad que si bien, como he dicho antes, al principio interesa porque cualquier detalle puede cambiar una percepción, una sensación, una palabra, según avanza resulta repetitiva y cansina.
¿Es una mala novela? No. ¿la recomiendo? Pues tampoco a no ser que la saques de la biblioteca, te la encuentres en una librería de viejo y quieras echar un ratillo. Pero vamos que es prescindible completamente.
Londres de Julio Camba, me llamó la atención el Día del libro en la Librería La Lumbre. Nunca había leído a Cambra y esta recopilación de los artículos que escribió en 1910 cuando llegó a la capital británica como corresponsal del diario El Mundo (otro Mundo, no el de ahora). Las crónicas que se recogen aquí son todas muy parecidas y al leerse todas seguidas dan la sensación de que Camba se repite. Se parecen también mucho a lo que ahora mismo podrían escribir Tallón, Jabois, Manuel de Lorenzo o cualquier otro articulista gallego. Camba también lo era y supongo que eso marca algo. Tiene el mismo tono, la misma ironía, la misma capacidad para de lo más trivial escribir quinientas palabras.
Obviamente eran otros tiempos para el periodismo porque, ahora mismo, dudo mucho que ningún periódico mandara a alguien a Londres, con todos los gastos pegados, a escribir sobre la niebla, el roastbeef, las mujeres ingleses, el peligro de ser inglés o cualquier otra cosa. Esto es lo que hace Camba, pasear, encontrarse con gente, charlar con sus compañeros de pensión y contar todo lo que le parece chocante sobre todo comparándolo con lo español y lo francés porque también había estado de corresponsal en París.
"Un español se tumba en un sofá y sueña. En cambio, cuando un inglés se tiende en la misma forma, deja de existir. Un inglés tendido es como un mueble volcado."
"Todas las cosas inglesas están perfectamente rematadas; pero ninguna lo está tanto como el inglés mismo. Un inglés es un inglés y no podrá ser otra cosa. Aunque viva medio siglo en el extranjero, seguirá siendo inglés. Si tiene hijos fuera de Inglaterra, estos hijos serán tan ingleses como él. Si estos hijos tiene a su vez otros hijos, también saldrán ingleses. El ingles un producto admirablemente irreductible".
A Camba le chocan las comidas (no descarto que en algún momento aparezca una pintada, un grafiti romano o una anotación en un incunable que diga "Como en España no se come en ningún sitio"), la niebla espesa que cubre la ciudad y que, en cierta manera, es la ciudad, el carácter inglés siempre orgulloso de ser todo lo británico que se pueda, su moral, su racismo, las mujeres independientes que trabajan, van con pantalones y no tienen intención de casarse, etc.
A partir de esa extrañeza inglesa, Camba (nos) retrata muy bien. No hemos cambiando en ciento diez años.
"Cada español, como el marqués de Bradomin, ha divido a España en dos grandes bandos: uno, él y el otro, todos los demás".
"Todos los españoles son políticos y es probablemente, la causa de que España esté tan mal gobernada".
Mi última lectura del mes ha sido Los días perfectos de Jacobo Bergareche y, curiosamente, en este encadenamiento de lecturas, también va de infidelidades. Luis, periodista, conoce a Camila, arqutecta, en un congreso en Austin y tiene uno de esos affaires que son perfectos precisamente porque son affaires. No destripo nada porque esto se cuenta en la contraportada.
Bergareche traza un acertado retrato de una infidelidad que es como todas las demás: preciosa y única vista desde dentro y corriente y moliente vista desde fuera. Bergareche retrata bien no solo la infidelidad sino el inicio de cualquier enamoramiento, ese momento en el que no hay nada más que la otra persona, en que cada actividad parece única y especial, en que crees que nadie ha amado como os amáis vosotros, que no se te olvidará nunca y que durará siempre porque harás todo lo posible y lo imposible para que sea siempre así, porque es imposible que no sea así. Todos hemos estado ahí. Incluso William Faulkner que tiene una presencia importante en la trama y que no voy a destripar.
La novela se estructura también, de una manera parecida a la de Shiver en dos partes. En la primera parte la carta de Luis a Camila: "Verte se queda corto. Te tuve, me tuviste. Nos tuvimos". La segunda parte que para mí desmerece la primera parte tanto en la forma como en el fondo es la carta de Luis a Paula, su mujer: "Me aburro. me aburres. Nos aburrimos. Probablemente no sea más que eso, aburrimiento. Tedio. Ni más ni menos que la mayoría de las parejas que conocemos."
Es una novelita correcta, entretenida y con algunas cosas muy buenas.
Y ya está. No hay más. No me ha dado tiempo. Ayer saqué seis libros de la biblioteca que planeo leer en el próximo mes. Con la espereza de conseguirlo y un bizcocho, hasta los encadenados de julio.
lunes, 28 de junio de 2021
Su columna es mala
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Rosie McGuinness |
Soy su editora y el motivo de este correo es comunicarle que la última columna que nos ha remitido no va a publicarse. Sí, sé que ahora mismo está sorprendido por dos cosas. La primera que exista una editora en el periódico que lea sus cositas y qué, además, haya decidido no publicarla y tenga autoridad para ello. ¡Sorpresón! Me imagino que, ahora mismo, está pensando ¿Cómo se atreve esta muchacha? Sí, porque usted es uno de esos que llama a las mujeres, muchachas, chicas, chatas, chavalas o feas si son de su cuerda y feminazis comunistas con cara de rata si no lo son. Es también de los que piensa que usted vale tres mil o cuatro mil millones de veces más que una mujer por algún extraño motivo que no alcanzo a comprender pero que tampoco me importa un comino. Me juego una mano a que su segundo pensamiento ha sido "voy a llamar a Mengano Rodrigañez de Felpudinez a decirle que a esta chica no la quiero ahí y que yo publico lo que me da la gana, que no ha nacido la persona y menos una mujer que me diga a mí lo que publico o no".
He acertado ¿a qué sí? Está estupefacto. Además de mujer y su jefa soy espabilada. Sí, espabilada es el adjetivo que ponen los hombres como usted a las mujeres inteligentes y dispuestas. Es como un premio de consolación, "qué espabilada", como si tuviéramos seis años y hubiéramos aprendido a montar en bici sin ruedines seis meses antes de lo esperado.
Al grano. La columna que ha remitido es mala. Mala de solemnidad. (Ja, que califique así su escrito seguro que le ha escocido porque es una expresión viejuna y casposa que usted reparte a diestro y siniestro y ¡oh, sorpresa! se la acaba de llevar en toda la cara, como un bofetón de película). La columna es mala, aburrida, soporífera yo diría y llena de incongruencias conceptuales que no se sostienen de ninguna de las maneras. Miento, se sostienen en su posicionamiento político que usted se empeña en recalcar todo los dias como si no lo supiéramos y como si le importara a alguien. La columna huele a rancio. Huele como el piso que me compré hace años. La dueña había muerto, los herederos cerraron la casa dejándola tal y como estaba y cuando fuimos a visitarla por primera vez, olía exactamente como su columna. Solo podría ser peor si usted hubiera aclarado que las feas a las que se refiere en sus líneas, son feas de izquierdas. Las feas de derechas pueden exhibirse alegremente porque, por supuesto, feas de derechas hay pocas y las que hay son elegantes, sofisticadas, con conversación, saber estar, apellidos con historia y sobre todo le encuentran a usted fascinante, inteligentísimo e ingenioso. Hay feas de derechas pero no hay tantas que además sean idiotas. Confié en mi, si una mujer le ríe las gracias a su edad, es por pena. Disculpe mi sinceridad y, por favor, no caiga usted en acusarme de edadismo, no creo que usted no sea gracioso por edad, es simplemente que no tiene usted gracia ni la ha tenido nunca. Para que lo entienda, como la que es fea, que es lo es para siempre. Pues usted igual, de gracioso ni medio.
No me venga ahora con "me cancelan porque la izquierda limita mi derecho de expresión". No tengo tiempo, ni ganas, ni creo que merezca la pena explicarle que no se puede recurrir al pataleo de la cancelación cuando se lleva cuarenta años dando la turra en un periódico y supongo que alguna radio (lo siento pero no sigo su carrera con interés). No explico desde tan abajo. No le cancela nadie, simplemente no vamos a publicar una columna malísima. Sí, sí, sé que se ha hecho el moderno y ha puesto el título esperando enganchar a la gente con la indignación, sobre todo a las feas feminazis que llevan zapatos proabortistas ¿a que sí? Ay que picarón, creía usted que yo iba a picar con eso. Pues no. Puestos a pensar titulares que enganchen se me ocurren otros con usted de protagonista que, le aseguro, le procurarían a cualquier medio millones de clics y no solo de feminazis incultas, feas y adoradoras de Satán, sino de cualquier hijo de vecino, incluidos marqueses que opinan que votar es de ricos, que los pobres no saben.
A lo que voy. No vamos a publicar su tontería de señor con ínfulas de provocar. No insista. No me haga enfadar. No me obligue a amordazarle con una pelota de ping pong.
¿Ha visto Pulp Fiction? Pues eso.
Lo haré por su bien si me obliga. No quiero que se ponga, aún más, en evidencia. Se lo debo como editora. No haga el ridículo. Escriba otra cosa, algo sobre los naranjos de Sevilla, el olor a verano o como se ve el pasado desde su provecta edad, cuando no había chavalas en puestos de responsabilidad y la vida era más fácil.
Atentamente.
Ojalá hubiera pasado esto.