jueves, 5 de agosto de 2021

Experimento. Miércoles 4 de agosto

Miércoles 4 de agosto


«Ya entonces comprendí que los sonidos de la naturaleza podían contener un enorme y valioso cúmulo de información que se mantiene a la espera de que alguien lo descifre. No obstante, a aquellas alturas de mi vida, todavía no había tenido la oportunidad de comprobare el mundo natural estaba abarrotado de conversaciones gloriosas. ¿Cómo iba a saberlo? Muchas personas ni siquiera diferencian las acciones de escuchar y oir. Una cosa es oír de manera pasiva y otra muy distinta es ser capaz de escuchar con una actitud activa y una conexión plena» Estoy leyendo el libro de Bernie Krause, La gran orquesta animal. Lo compré después de escuchar un episodio del podcast Invisibilia en el que hablaba sobre su (apasionante) vida y cómo había aprendido a escuchar la naturaleza. 


Le doy vueltas a lo que cuenta mientras damos un paseo y, una vez más, nos perdemos. Escucho nuestras pisadas, sonidos que creo que vienen de insectos que no veo y que por supuesto no me puedo imaginar. Descifro el sonido de unas chicharras cuando aprieta el sol. El vuelo de las moscas, entontecidas por la tormenta que se acerca, suena alrededor de mis oídos. Intento escuchar el paisaje, qué escucho además del resonar cada vez más lejano, según nos adentramos en el bosque, de los coches por la carretera. El musgo de las tapias no suena, mas bien aísla. Mientras intento registrar más y más sonidos, recuerdo un día esta primavera en que mientras trabaja en casa, recibí un mensaje de un amigo bombero: “Hay dos dotaciones en tu calle”. Al leer sus palabras, mis oídos se conectaron y escuché las sirenas. Me asomé a mi terraza y saludé a un amable bombero que con una escala subía a los últimos pisos de mi casa a buscar posibles losas desprendidas. Pasado el momento espectáculo me pregunté ¿cómo no lo he oído? 


Más pisadas. El viento en los árboles. Un repiqueteo constante que parece lluvia pero que no nos moja. Mi respiración. Más repiqueteo. Más rápido. Empezamos a mojarnos. Las pisadas corriendo. El barro suena cuando lo golpean mis zapatillas. Mis pies en los escalones de madera que suben a la ermita. El sonido del pasador de la verja de la ermita. Un trueno. Arrecia la lluvia contra la pizarra de la techumbre. Ya no hay insectos ni sonido de carretera, solo la lluvia. 


Ya en casa y mientras se van las luces con el atardecer, escribo esto horas después: el zumbido de la nevera, multitud de pájaros cantan fuera, no conozco ninguno. Un par de niños pasando en bici, las pisadas del excursionista despistado qué pasa ante nuestra puerta y que resuenan en el silencio del pueblo casi desierto.  Una cucharilla golpeando una jarra de cristal en la que me están preparando un mojito. El sonido de las teclas de mi Mac, así suena un post. Escuchad.



miércoles, 4 de agosto de 2021

Experimento. Martes 3 de agosto

Martes 3 de agosto. 

«La contemplación es un arte que requiere, apártese la disposición, una sabiduría que no se adquiere de un día para otro y que necesita tiempo, ese tiempo que tanto desperdiciamos durante el año yendo de un sitio a otro y que ahora se abre ante nosotros como una página en blanco llena de luz y de sol. Llenarla con nuestros pensamientos es el mejor regalo que podemos hacernos a nosotros mismo y al mundo que pertenecemos. Aunque crean que perdemos el tiempo» Leí a Julio Llamazares en el País del domingo y recorté la columna para guardarla en mi cuaderno. He decidido volver a esa rutina, a leer el periódico en papel y a recortar lo que me guste. ¿Para qué? Pues no lo sé pero me apetece. Necesito los textos en papel, las lecturas impresas, tocar lo que leo, verlo, saber que está ahí, que tiene presencia física y que no desaparece aunque cierre una pantalla o le de al off. 


Contemplar. En el paseo de ayer pensé que este paisaje ha cambiado poco, por no decir nada, en los veintidós años que llevo contemplándolo desde el banco de la iglesia. Subiendo a la iglesia me voy fijando en la preciosa tapia construida acumulando piedras que bordea el huerto de Javier tan perfecto que me entran ganas de ser un pilluelo de película y saltar a robar tomates. Es tan perfecto que incluso me apetece ser hortelana y me imagino por las mañanas paseando entre las hileras de tomates, pimientos, calabacines, judías, cebollas, escarolas, quitando malas hierbas. Juego con ventaja con esta fantasía porque no hay ni una sola mala hierba. Es el Versailles de los huertos. Justo antes de girar y sobrepasar el ábside de la ermita, a la izquierda, hay unos matorrales de boj. Siempre están igual, nunca tapan el camino. Por primera vez en mi vida me pregunto si alguien los podará cuando yo no estoy aquí, cuando no lo veo. Al llegar al banco y asombrarme, otra vez más, por la vista del valle con el Turbón al fondo, pienso en todo lo que pasa aquí cuando yo no estoy, cuando no lo veo. La sierra de Chía justo enfrente, inmensa, maciza, siempre en sombra y casi amenazadora. Si este valle se convirtiera alguna vez en una peli de catástrofes o de superhéroes geológicos, Chía sería la villana que se levanta de su lecho y aplasta los pueblos del Solano antes de encaminarse hacia Francia. El lecho del río corre bastante seco, tienen el agua contenida en el pantano de Eriste para que los turistas hagan piragüismo. La carretera corre paralela al río pero pasan pocos coches. 


Damos un paseo al Dolmen. Mis pisadas, las ramitas pequeñas que voy pisando, hojas secas. Campánulas violeta, flores azules, flores blancas de distintos tipos, espigas, pequeñas flores rosas y unas amarillas que, cuando me agacho a coger para mi ramo, descubro que son suculentas. No sé nada de flores, se me olvidan los nombres de las que un día supe y no retengo los que intento aprender de nuevas. Pacas de paja en los prados. Sesenta, cien, doscientos, trescientos años atrás, los que pasearan por estos senderos que ya existían uniendo pueblos que ya existían, al ver las pacas de paja pensarían en ganado, en colchones, en la previsión para el invierno. Yo, hija del siglo audiovisual, veo las pacas de paja en los prados y lo primero que me viene la cabeza es Julie Trinos en Sonrisas y lágrimas. Cojo flores hasta que mi mano no puede abarcar más. No encontramos el Dolmen, es casi mágico. De cada tres veces que doy el paseo a buscarlo, dos no lo encuentro. Los que construyeron el dolmen no pensaban nada cuando veían pacas de paja, no hacían pacas pero veían el mismo paisaje que yo y quizás, a ellos también, la sierra de Chía les daba miedo. 


Escucho un podcast tumbada en el sofá mientras veo las nubes pasar y espero que llueva. Hablan sobre la falta de mano de obra en Estados Unidos, sobre la gente que no quiere volver a trabajar porque está cobrando el paro. Los empresarios se quejan. Los que desempleados dicen que se han dado cuenta de que antes no vivían, trabajaban ochenta horas a la semana en cocinas a cien grados, o sirviendo mesas sin parar, o limpiando hoteles sin tener si quiera media hora para comer. No quieren volver a eso, quieren tener tiempo para ver el sol, para ver lo que ocurre alrededor, para contemplar. 

martes, 3 de agosto de 2021

Experimento. Lunes de 2 de agosto

Lunes 2 de agosto

Bacon decía «I would like my pictures to look as if a human being had passed between them like a snail, leaving a trail of the human presence and memory trace of past events as the snail leaves its slime» Leo en el New Yorker un perfil sobre Francis Bacon y su vida y me quedo con esto, que le gustaría que en sus cuadros pareciera que alguien ha pasado entre ellos como un caracol, dejando su presencia y su memoria, sus recuerdos, como el caracol deja su baba sobre las hojas por las que pasa. No sé porqué me llama la atención pero le doy vueltas y vueltas, pensando en si, en sus cuadros, se verá algo de la “baba” de Bacon. La crítica dice que sí, su infancia, su sexualidad atormentada y extrema, sus amistades, su extrema generosidad, su obsesión por las bocas. Sí, todo eso está pero ¿en ellos hay algo más cotidiano? Si pudiéramos saber que había desayunado el día que pintó determinada cuadro o si había comido con alguien que le hizo enfadar o qué película había visto el día anterior ¿seríamos capaces de encontrar ese resto en su obra? 

Salimos a dar un paseo que se convierte en diecisiete kilómetros de caminata. Cuando nos quedan veinte minutos me pongo de mal humor, cuando estoy cansada me irrito. Me irrito por estar cansada, por no ser capaz de no estarlo. Lo de los diecisiete kilómetros lo descubro al volver a casa y mi enfado me parece casi justificado. Se disuelve por completo con un vaso de gazpacho y macarrones con chorizo. 


En la carretera encontramos una oruga gigante, tan grande y tan brillante que no parece real, parece una oruga dibujada por Pixar para protagonizar una de sus películas. Es verde brillante con irisaciones y se contonea, bastante deprisa para ser una oruga, por el asfalto de la carretera. No deja rastro.
 La dejamos atrás y al poco rato nos cruzamos con un camión gigante. No creo que la oruga brillante haya sobrevivido a sus ocho ruedas. Seguro que ahora sí ha dejado un rastro. Me pregunto si parecerá una mancha de líquido venenoso. También hay gente que, por donde pasa, deja un rastro de baba venenosa. 

lunes, 2 de agosto de 2021

Lecturas encadenadas. Julio


Y llego julio y se marchó y saqué seis libros de la biblioteca y solo conseguí leer tres. Llevo más de dos meses de retraso en mi lectura del New Yorker, el número de verano de Slighted Fox sigue intacto y tengo veinte o treinta artículos impresos que me interesa leer encima de la mesa. ¿Qué me está pasando? He decidido que este mes de agosto, de vacaciones, no voy a aspirar a leerlo todo. Mi plan es tomármelo con calma y simplemente leer todo lo que pueda sin agobios. Bajar las expectativas es algo que siempre funciona. Para todo. Bajar las expectativas como lema de vida. 


Al lío. 

Empecé el mes con Diario de los años del plomo de Richard Matheson que había comprado en la Librería La Lumbre en abril. Hace tres o cuatro años, en el podcast Todopoderosos, escuché hablar de Matheson a quien, confieso, no conocía. Basada en su novela, El increíble hombre menguante, había visto la película pero no tenía más conocimiento de él y por lo que escuché tenía el gusanillo de conocer su literatura. 

Diarios de los años del plomo es una novela del oeste pura y dura. Hay indios, vaqueros, forajidos, ladrones de ganado, dueños de salones, prostitutas, soldados, periodistas que buscan noticias de ese oeste legendario que se estaba creando y llegaría hasta nuestros días convertido en el oeste real y sheriffs corruptos. Hay, por supuesto, tiros y muchísima violencia descontrolada. Sé que esta descripción echará a mucha gente para atrás: «uf, novela del oeste, yo paso» pero en esta casa, el salvaje oeste se respeta. Nos criamos leyendo las novelas de Zane Grey una y otra vez, volviendo a ellas cuando no sabías que leer y las tenemos en un altarcito en una de las estanterías. Además, este año leí también Ahora me rindo y eso es todo, de Álvaro Enrigue y recobré ese gusto por el oeste, por la vida dura, por los cabellos, dormir al raso, pelear por un mundo nuevo que termina con otro. 

Matheson reconstruye a partir de unos supuestos diarios la historia de Clay Halser, un joven del este, veterano de la guerra que tras el conflicto no encuentra su sitio en su pueblo y se marcha en busca de aventuras. Las encuentra y se convierte en una leyenda tan grande que acaba devorándole. La historia la cuenta uno de esos periodistas que se inventó el oeste y que me ha recordado a, W. Beauchamp, el periodista que persigue a English Bob para contar su historia. Aquí carece de ese perfil ridículo pero el trabajo que hace es el mismo: crear leyendas del oeste que se lean en el este. 

Volver a tener doce años fue una experiencia estupenda y creo que es una buena novela veraniega. 

¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal? de Jeanette Winterson tiene probablemente uno de los mejores títulos que yo recuerdo. Es la frase que la madre de la autora, la madre adoptiva, le dijo a la autora cuando se fue de casa con dieciséis años. «Me voy para intentar ser feliz» y la madre no lo entendió, le pareció marciano esa aspiración absurda pudiendo ser normal o lo que ella creía que era normal. 

Vaya por delante del comentario que este libro me ha gustado mucho, muchísimo. Tenía muchísimas ganas de cogerlo desde hace años y no me ha defraudado para nada. Me ha parecido impresionante y doblé muchísimas esquinas. 

Winterson realiza un ejercicio de retrospección interior espectacular. Se busca en lo que fue su infancia y también en lo que no fue. Su vida con sus padres adoptivos, fanáticos religiosos, y su no vida con la madre que la dio en adopción son las que han formado la persona que es. Su vida con sus padres adoptivos fue una continua lucha con ellos, un intento permanente de encajar y de sobrevivir al maltrato y la incapacidad de su madre para querer, para quererla a ella y a si misma. Con dieciséis años la echaron de casa cuando confesó que era lesbiana y que no pensaba dejar de serlo a pesar del exorcismo al que la habían sometido dos años antes para limpiarla de pecado. 

A Winterson, igual que a la protagonista del Domingo de las madres, la salvan los libros. Los que lee compulsivamente en la biblioteca empezando por la A en la sección de literatura inglesa y también los que, de adolescente, se imagina escribiendo y los que finalmente escribe de adulta para ordenarse, encontrarse y contarse.  Su primer libro, Fruta prohibida, era una ficcionalización de su vida que la hizo famosa y la llevó a ganar una palma en Cannes por el guión adaptado. 

«Me costó bastante darme cuenta de que existen dos tipos de escritura; la que tu escribes y la que te escribe a ti. La que te escribe a ti es peligrosa. Va a donde no querías ir. Mira donde no querías mirar.»


En ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal? Winterson escribe para ordenar su niñez y adolescencia hasta que entra en Oxford y descubre un mundo nuevo. De ahí, pega un salto temporal para llegar a la época actual, (2012 fecha de publicación de la primer edición) tras confesar que no quiere escribir sobre los años intermedios. En 2012 tras la muerte de su padre adoptivo decide buscar a su madre biológica. Esa búsqueda junto con el duelo y una ruptura dolorosa «la vuelven loca» como dice ella. Sufre una depresión terrible con la que yo me he sentido muy identificada. 


«No estaba mejorando. Estaba empeorando. No fui al médico porque no quería pastillas.
Si aquello iba a matarme, mejor dejar que me matara. Si eso iba a ser el resto de mi vida, no podía vivir. 

Sabia perfectamente que no podría reconstruir mi vida ni rehacerla de ningún modo. No tenía ni idea de lo que habría al otro lado de este lugar. Solo sabía que el mundo anterior había desaparecido para siempre. 

Tenía la sensación de ser como una casa encantada. Nunca sabía cuando algo invisible iba a golpearme, y era como un soplo, una especie de viento en el pecho o en el estómago. Cuando lo sentía, gritaba de lo fuerte que era. A veces me tumbaba enroscada en el suelo. A veces me arrodillaba y me agarraba a un mueble. Esto es un momento, has de saber que otro…Aguanta, aguanta, aguanta.»


Es, sin duda, uno de los mejores libros que he leído este año. Uno de esos que se te queda pegado y te da material para reflexionar durante meses. Somos lo que fuimos de niños, lo que vimos, lo que nos enseñaron pero también forma parte de nuestra persona lo que no fuimos, lo que no nos dejaron ser, pensar o sentir. Esa ausencia, ese vacío también nos configura. 


«Cuando somos objetivos también somos subjetivos. Cuando somos neutrales, nos implicamos. Cuando decimos «creo que» no dejamos nuestras emociones al otro lado de la puerta. Pedirle a alguien que no sea emotivo es como pedirle que esté muerto». 


Leed a Jeanette Winterson. 


De este librazo salté a otro mayúsculo. En mi año Toni Morrison saqué de la biblioteca Paraíso, una de sus novelas más aclamadas y una auténtica cumbre de la literatura. Me ha parecido una novela muy compleja y muy ambiciosa. La narración se entrecruza en el tiempo y en el espacio a través de enrevesados linajes familiares a los que se suma un componente mágico que, a mí, me recuerda a Cien Años de Soledad.


Ruby es un pueblo imaginario, ubicado en Oklahoma. Fue fundado por los descendientes de ocho familias que llegaron, a su vez, de otro pueblo aún más legendario, Heaven, fundado por los esclavos cuando dejaron de serlo. Todos son negros y se practica el racismo hacia los blancos y también hacia los mestizos. A unos kilómetros del pueblo hay un edifico antiguo, conocido como el convento, en el que viven mujeres dañadas que han llegado de alguna manera extraña, empujadas por su destino. Allí de alguna manera se encuentran a misma, se salvan y se encuentran. Paraíso no es una novela fácil, es un cinco mil, una lectura exigente hacia el lector que debe poner la atención y el interés en cada palabra para no perderse en el trazado del universo que Morrison dibuja. Todos los temas de sus otras novelas: las relaciones familiares, el peso de lo heredado, la raza, la fortaleza de las mujeres, la violencia extrema, el odio, el amor. Es una novela profundamente feminista con las mujeres en el centro. 


Tiene un arranque brutal. Un arranque que haría temblar a Tarantino.


«Disparan primero contra la chica blanca. Con las demás pueden tomarse el tiempo que quieran. Aquí no hace falta que se den prisa. Se encuentran a veintisiete kilómetros de un pueblo que, a su vez, queda a cinco cuarenta y cinco kilómetros del más cercano. El convento tendrá muchos escondrijos, pero hay tiempo y el día acaba de empezar» 


A ese día y a esos escondrijos llega el lector al final de la novela, después de un viaje tan intenso que acabas sobrepasado. 


Más mujeres en este mes. De la biblioteca saqué también Los senderos del mar. Un viaje a pie de María Belmonte recomendado por Elena Rius.  Es un libro de viajes a la manera de Bryson, Patrick Leigh Fermor , Cheryl Straded, Helena Atlee o tantos otros. Si eres aficionado a este tipo de literatura Los senderos del mar no va a sorprenderte en la forma y en la manera de encarar la narración pero sí lo hará al contarte las historias de la Costa Vasca.  


Pasear, caminar, el paisaje, los lugares que atraviesas, los que te acogen, los que te asustan y los que ya no ves porque han desaparecido pero estuvieron. Un poco de historia, otro poco de geología, unas gotas de fauna, flora y filosofía, un pelín de conciencia medioambiental. Con todos estos ingredientes, Los senderos del mar, es una lectura apetecible para el verano. Un libro, un camino, para recorrer, aprender y, por momentos, pensar que a lo mejor sería buena idea plantearte hacer alguna de esas etapas.  


Hay anécdotas fantásticas como la del castillo de las maravillas construido por irlandés, de padre vasco, Antoine Abbadia Arrast, viajero, políglota (hablaba catorce idiomas) y enamorado de África. En el comedor del castillo, alrededor de la mesa, todas las sillas llevaban una letra en el respaldo y si se juntaban todas podía leerse: En esta mesa no hay lugar para el traidor. 


Con otro libro muy de verano terminé julio. Piscinas que no cubren de María Agúndez me llegó de la mano de Editorial Dieciséis. Es una novela veraniega, perfecta para leer ahora, que cuenta la historia de una niña que llega a vivir con sus padres a Menorca. Se instalan en una casa azul, El Calypso desde la que se ve el mar. Su vida con sus padres, él notario, ella fotógrafa, sus amigos, la exmonja que la cuida, los vecinos de buena familia, el puticlub al otro lado del bosque, todo es configura su universo. Leyéndola casi podía escuchar Verano Azul. También me ha recordado a Panza de burro aunque sin los coloquialismos y sin esa sordidez sombría y trágica. 


«La cabeza de mi padre funciona de manera totalmente opuesta a la de mi madre: a ella le late el corazón muy deprisa y a él muy despacio. MI padre necesita dormir muchas horas y mi madre podría vivir sin dormir. El siempre tiene frío cuando hace frío y calor cuando hace calor, y ella siempre tiene calor, haga la temperatura que haga. Los dientes de mi madre son todos postizos y mi padre nunca ha ido al dentista. A mi madre le da angustia gastar dinero y a mi padre le angustia tenerlo guardado. Para mi madre, lo primordial son sus cosas y para mi padre, lo primordial son las cosas de su madre» 


Piscinas que no cubren os llevará a vuestros veranos de la infancia, a oler a cloro todo el día y andar descalzo. A pensar que todo va a seguir siempre igual. 


Y con esto y un mes entero de vacaciones por delante que pienso dedicar a mirar el paisaje, pensarlo y leerlo, hasta los encadenados de agosto.