jueves, 17 de noviembre de 2016

Amsterdam, la ciudad transparente


Visitar una nueva ciudad es como conocer a un nuevo amante. Crees que te gustará, quieres que te guste, vas dispuesto a encontrarle el encanto pero, en realidad, nunca sabes qué pasará. Hay ciudades para visitar, ciudades para ver y ciudades en las que te imaginas viviendo... Amsterdam, para mí, ha sido de éstas últimas. 

Amsterdam es transparente, es todo ventanas, todo puertas. Sus calles, sus casas, sus tiendas, todo dice "ven y entra", "ven y mira", "ven y descubre". Esa vida que atisbas, no, no la atisbas, la ves al otro lado de los enormes ventanales exacerba el gen cotilla que llevas dentro. Pasear por sus calles de noche y poder asomarte a todas las casas te hace imaginar una vida en esos salones, en esas cocinas. En Amsterdam todo el mundo vive en una casa del catálogo de Ikea. Los españoles, que somos ridículos hasta extremos increíbles, pensamos "qué horror, qué poca intimidad, yo no podría", sin recordar que en nuestros bares es posible enterarse de la vida del que está tres mesas más allá charlando con su novia y en un vagón de tren cuando llegas a destino has conocido a todos tus compañeros de viaje y a todos sus interlocutores telefónicos, pero ¡eh!, sin cortinas no podemos vivir. Somos ridículos. Yo sí podría vivir sin cortinas.

Amsterdam es plana. Siempre que viajo a una ciudad completamente llana me visualizo a mí misma como Obelix en "Asterix en Helvecia", haciendo el gesto de mover el brazo para explicar que no hay ni una sola cuesta. 

En Amsterdam todo el mundo va en bici pero no hay mística en su manera de montar en bici, en el uso que le dan. Son bicicletas normales y corrientes, sin alardes, sin motor, sin tres millones de marchas ni ningún extra absurdo. Van en bici pero no son ciclistas. Pedalean tranquilos en sus enormes bicicletas, unas bicicletas que a mí me saben a mi infancia, a paseo y tranquilidad. Nadie lleva casco. 

La catedral de Amsterdam no tiene culto religioso. En el edificio montan bodas reales y coronaciones pero también exposiciones. Ahora mismo hay una que se titula "90 Years Mrs Monroe" y las puertas al templo están cubiertas con enormes fotografías de Marilyn. Es un contraste curioso entrar en una catedral con tu ánimo de curtido visitante de templos y encontrarte una fotografía gigante de Marilyn cubriendo la pared del crucero. Resulta cuando menos chocante pasear admirando 250 objetos que fueron de su propiedad con la audioguía pegada la oreja mientras la escuchas cantar Diamonds are girl´s best friend o el Happy birthday más caliente de la historia y tus pasos resuenan sobre las tumbas de antiguos canónigos catedralicios. Es raro pero mola todo. En Amsterdam he descubierto que laz princezaz no sabían quién era Marilyn, hecho este que me he propuesto solucionar enseguida, en el próximo cineclub de princezaz. 

Amsterdam es Van Gogh y su museo. Es salas abarrotadas pero silenciosas y en las que descubrí una escultura de una adolescente bañándose, obra de Edgar Degas, frente a la que me pasé un buen rato completamente abstraída. Los museos también son como los amantes, nunca sabes qué será lo mejor de ellos, lo que más te gustará.

Amsterdam ha sido Banksy por sorpresa. Una exposición maravillosa que nos encontramos y que ha dejado a laz princezaz con ganas de más. 

A Amsterdam el otoño con olor a invierno le sienta de muerte. Hace un frío intenso. Frío de gorro, frío de "mami, pareces un elfo",  de guantes, botas y bufanda. Frío de agradecer entrar en un bar y tomar algo caliente. Frío de invierno, de mi infancia. Frío de respirar flojito.   

Amsterdam parece estar, por ahora, a salvo del síndrome del parque temático. Hay barcos por los canales pero no he visto el trenecito ese del demonio que marca el comienzo del fin de cualquier ciudad que se precie. Y es una ciudad con vida, con gente por la calle que entra y sale de las tiendas y de las casas y de los bares. Gente que lleva a los niños al colegio, o al parque o que queda en un bar a tomar algo y fumar al calor de una de esas estufas de exterior. Amsterdam es bullicio pero no ruido. 

Amsterdam es quesos maravillosos, panes de llorar de ricos y olor a marihuana en sus calles. Amsterdam ha sido también el sitio en el que explicar a laz princezaz como funciona la prostitución y qué hacían esas mujeres en esos ventanales por los que no quieres mirar.  

Y Amsterdam es sus hombres.  Un festival de hombres guapos, atractivos y estilosos. Madre mía. Pensé que estaba enferma, que mis gafas me nublaban la vista. El porcentaje de hombres guapos, altos, estilosos, atractivos y sexys que hay en Amsterdam es sencillamente asombroso. En cualquier tienda, museo, bar, restaurante, andando por la calle, esperando el tranvía, en el tren al aeropuerto... las vistas siempre son buenas. Jóvenes, maduros, viejos... da igual. Espectacular. 

-Juan, estoy alucinando con los hombres de Amsterdam.
-Lo sé pero no te emociones, creo que no son muy juguetones.

Pues eso, quiero un holandés. Con su cuello vuelto, su gorro, su bici para ir a comprar el pan para el desayuno y su dosis justa de norueguismo.  



martes, 15 de noviembre de 2016

Olvidar lo que escribimos


"Hay cosas que uno no desea publicar, pero que no hace desaparecer. Algo tan candoroso como sentir pena lo impide"

Así comienza el artículo. Levanto la vista del ordenador, dejo de leer y pienso que yo publico casi todo lo que escribo. ¿Casi? ¿Tengo algo escrito que no haya publicado en el blog? No. Tengo alguna cosa sin terminar, algún pensamiento solo abocetado, mil millones de ideas pensadas y un par de ellas completamente decididas en mi cabeza pero que no consigo enfocar de manera que me convenzan o, a lo mejor, me da pereza intentarlo. 

A lo mejor se refiere a cosas escritas ANTES. ¿Qué tiempo es antes? Para Tallón debe ser antes de ser famoso, antes de ser "escritor". Para mí, antes es antes de Cosas que (me) pasan. ¿Tengo algo escrito antes de saber que me gustaba escribir? Sí, tengo un cuaderno mugriento, con tapas negras ya arrancadas, lleno de letra menuda y borrosa que empecé a escribir en noviembre de 1997. Páginas y páginas de letras apretujadas, subiéndose unas encima de las otras, corriendo por llegar a la página por quedarse ahí antes de que se me escaparan de la cabeza. Escritura de la pena y de la borrachera. Entre las páginas hay tickets de metro y recortes y cartas lamentables. Hay un poema a máquina que dice algo de "tus pechos enharinados" y que yo no escribí, sólo recibí perpleja. Ese cuaderno se cerró en junio de 1999 y no volví a escribir absolutamente nada hasta que empecé Cosas que (me) pasan. 
"Escribir es fácil. Escribir bien es muy difícil. Destruir lo que un día escribiste, aunque sea malo, es dificilísimo."
Sigo leyendo y dejo de pensar en escritos y pienso en amantes, en antiguos amores. "Enamorarse es fácil, enamorarse bien es muy difícil. Destruir (aquello) de lo que un día te enamoraste, aunque sea malo, es dificilísimo" leo en mi cabeza. 

¿Recuerdas el nombre de todos los hombres que has besado? Alguien me preguntó el otro día. Contesté que sí... pero es que no. ¿Cuándo los he olvidado? o ¿Cuándo he empezado a olvidarlos? Porque sé quiénes eran y dónde estábamos pero sus nombres han desaparecido de mi cabeza. 
 "Cómo pude escribir esto", se pregunta, y se le escapa una risa floja. Si alguien lo leyese, alguien a quien tuviese en consideración por su criterio, se moriría de vergüenza. "Era poco matarme", se dice."
Mi mente abandona mis cuadernos y piensa en cartas, en mails escritos hace tiempo a destinatarios que han desaparecido de mi vida. Cartas y mails que guardo en un rincón de mi bandeja de entrada cogiendo polvo y sin mirarlos. A veces, por descuido, los veo ahí. No releo porque no me hace falta. Soy Funes el memorioso y sé qué escribí, porqué y cuándo. Sé también cuanto me avergonzaría leerlo ahora. Quizás vergüenza no sea la palabra. Cuando pienso en releer esas cosas sé que lo que voy a tener ganas de hacer es coger una máquina del tiempo, viajar al pasado y darle collejas a mi yo de ese tiempo. 
"A veces la obra escondida ni siquiera es mala. Atesora méritos, vaticina un futuro, compone un puzzle. Pero, oh: el escritor igualmente la repudia. No se identifica con ella. Pasado el tiempo, cree que no muestra al autor que es ahora. No consentiría su publicación ni que dios, o alguien por el estilo, se lo pidiese. Naturalmente, eso no significa nada. Basta que el autor muera, y que el manuscrito caiga en manos desaprensivas que ignoren sus deseos, y el libro inexistente saldrá a la luz."
Pienso en la muerte y en hacer testamento. No tengo dinero, no tengo propiedades, no tengo joyas. Lo único valioso que poseo son mis cuadernos y se los dejaré a mis hijas para que los lean y se avergüencen cuando yo ya no esté, para que sepan quién fui además de su madre y qué pensé que jamás les dije. Pero los mails y las cartas no se los dejaré. Eso morirá conmigo o se perderá en el agujero negro de la red cuando ya no haya quien entre en mis cuentas. 

O quizás no. Quizás algún día, un día de estos, cualquiera, hoy, mañana o dentro de una semana decida eliminarlo todo.   
"Escritor, destrúyelo todo. No mires atrás. ¿Te da pena? Destrúyela también a ella."
¿Es pena lo que me hace no destruirlo todo? No, no es pena. Destruirlo físicamente no serviría de nada si lo hago antes de tiempo. Tengo que esperar y asistir al proceso, al viaje, en el que esos escritos se vuelvan inofensivos, ver como poco a poco deja de importarme lo que dicen y lo que fueron... hasta llegar a un punto en el que darle a eliminar no signifique absolutamente nada.



viernes, 11 de noviembre de 2016

Los jóvenes amantes

I kissed you on the lips once more
And we said goodbye just adoring the nighttime
Yeah, that´s the right time
To feel the way that young lovers do

Los dos son menudos. Ella lleva el pelo largo, castaño claro, anudado sin mucho miramiento un peinado que ya no se lleva y la melena cayendo sin orden, a los lados de su cara. Es un peinado que se llevaba cuando yo era niña, me recuerda a mi uniforme, a mi colegio. Él es moreno, con el pelo muy rizado pero sin efecto Jackson Five. Será calvo con 35 pero aún no lo sabe y, ahora mismo, no le importa. Ahora mismo solo le importa controlar los nervios que se le salen por la boca, por los ojos y por los dedos mientras el metro traquetea y hablan. 

Han entrado delante de mí en el vagón y no puedo dejar de mirarlos. De hecho, no dejo de mirarlos en todo el trayecto y ellos, ni por un segundo, son conscientes de mi mirada. No creo que ni siquiera sepan dónde están o a dónde van. 

Intento adivinar su historia. Ella lleva una camiseta blanca y un jersey gris brillante con un gran lazo a la espalda que sólo intuyo una de las pocas veces que despega la espalda de la puerta del metro. Minifalda, medias negras y zapatillas de lona. En una mano sostiene un plumas y en la otra el móvil. Me fijo que entre la funda y el móvil ha guardado el bonometro. Una chica organizada. Es de piel clara, de dedos largos, uñas cortas y mirada dulce. Los ojos azules. Habla con nerviosismo. No calla. Le cuenta a él una historia ridícula y carente de todo interés sobre  una aplicación que le ha instalado a su madre para contar los pasos que hace en el día. Repite las cosas, las frases y, de pronto, como si se hubiera escuchado a si misma siendo otra persona, se queda callada. Sé lo que está pensando porque yo he sido ella, "¡qué tonterías estoy diciendo, va a pensar que soy boba!"

Pero él no está pensando eso. Para nada. La ha estado escuchando, embobado, dando pequeños pasos para acercarse. Percibe el silencio incómodo que está creciendo, ¡es incómodo hasta para mí! mira el móvil buscando algo que decir, casi veo su cerebro como en Inside Out diciendo "vamos, vamos, vamos... tenemos que decir algo" y contraataca.

–Me han llamado del centro porque mañana hay actividad y quieren que yo me encargue de cobrar la cuota a los que faltan. 

Noto el alivio de ella y su agradecimiento. Se agarra al tema de conversación y comienza a preguntarle: ¿y por qué tú? bueno es que eres muy directo. ¿A qué hora tienes que ir? ¿Te gusta?

Me pregunto si se conocerán del trabajo. No soy capaz de adivinar qué edad tienen. Hace un momento hubiera jurado que no habían salido del colegio pero él le está contando ahora dónde ha dejado el coche aparcado antes de coger el metro para ir a buscarla. 

No hacía falta que vinieras. Podíamos haber quedado en cualquier otro sitio.
–Lo he hecho encantado.

Son tan monos que resultan magnéticos. Él empieza a contarle historias de su familia. Tiene un acento curioso, que yo había interpretado como un suave deje de algún país de Sudamérica, pero no. 

–Mi primo viene de Israel este fin de semana y se queda un par de meses. 
–¿Se queda en tu casa?

¿Israel? ¿Judio? Es un chico guapo, guapo como de la franja de Gaza, quizás sí es judío. A pesar de ser chiquitito es elegante, descuidadamente estiloso, atractivo. Desnudo también debe serlo, mucho. Tiene un cuerpo tenso.  

Mi tío tiene aquí unas librerías

¿Un tío librero? La elucubración sobre ese tío misterioso que desde Israel manda a su hijo cada dos meses a trabajar a Madrid en sus tiendas de libros casi me abstrae de lo que está pasando ante mis ojos. Siguen sin darse cuenta de que les miro. 

Las manos de los dos han dejado de revolotear a su alrededor y están entre ellos. Él roza sus dedos largos mientras le dice:

Mi primo se llama Abraham...

Ella ya no levanta la vista de las manos de ambos. Sus dedos le devuelven la caricia. Primero un dedo se atreve a rozar los de él, tan levemente que, por un momento, temo que no haya sido suficiente y él no lo haya notado y se eche atrás. Pero no, sus nervios están alerta y han percibido esa tímida caricia. Ella se atreve entonces a enredar dos dedos en los de él y después la mano entera. Se aprietan y él da un paso para acercarse más. Ella sigue concentrada en las manos sin levantar la vista. 

¡Vamos! ¡Mírale ya! Dale ese beso que te estás aguantando.

El tren llega a mi estación, tengo que dejar de mirarles, tengo que bajarme. Llego tarde a una cita. Mientras salgo del metro voy pensando que ojalá, mi cita,  sea como la de esos chicos. 




miércoles, 9 de noviembre de 2016

El tablero de mis ideas

"Pensar es pensar cosas distintas, para empezar. La gente que dice “Yo pienso lo mismo que a los dieciséis años” no ha pensado nunca nada. Es imposible que estés leyendo libros, viendo películas, conociendo gente, viajando, y todo para pensar exactamente igual que antes de salir de casa el primer día. Pensar es cambiar." (Fernando Savater)

Desde que, la semana pasada, leí la conversación entre Jonás Trueba y Fernando Savater en Letras libres  no me he quitado estas palabras de la cabeza. (Dejad de leer mis reflexiones y leed esa conversación)

¿Pienso lo mismo que cuando tenía dieciséis años? ¿y lo mismo que cuando tenía venticinco? ¿o treinta y cinco? Mi cambio de ideas, de pensamiento ¿ha sido a mejor? ¿Por qué supongo que pienso ahora mejor que hace, pongamos 8 años? Mejor ¿significa más claramente? ¿Con más criterio? O, sencillamente, ¿es todo esto un pensamiento de autojustificación porque, de manera inconsciente, siempre pensamos que al avanzar en la vida, en la edad, en lo que sea... mejoramos? 

Después me puse a pensar en si esto que a mí me parece tan obvio, el hecho de que no puedes tener las mismas ideas con dieciséis o veinte que con cuarenta es así para todo el mundo. Pensé en gente que conozco desde mi adolescencia y que mantiene exactamente las mismas ideas, las mismas creencias, e idénticas estructurales mentales que cuando íbamos al colegio. Gente que se enfrenta al mundo de la misma manera desde hace 30 años. 

Pensé, después, recurriendo a mi absurda necesidad de ponerle imágenes a todo, que de niños nuestra cabeza es un corcho vacío. Lo que vamos colgando ahí viene dado por lo que nos dicen nuestros padres, lo que nos enseñan en el colegio, lo que nos dicen nuestros amigos. Vamos clavando post-it con pensamientos que realmente no son nuestros, no los hemos generado nosotros. No vienen dados y tal cual nos los entregan los clavamos en nuestra cabeza. Poco a poco nuestro corcho se llena de ideas con las que encaramos la vida. 

Esa gente de la que hablo le coge cariño a esos post-it. Los coloca, los ordena y ahí los deja para siempre. Llega un momento en que tampoco clava nuevos post-it porque ya tiene el corcho lleno, le gusta lo que tiene y no se plantea que quizás podría cambiarlos. Ni siquiera los reordena. Rechaza cualquier otra idea, cualquier otro post-it de otro color. Ya tiene sus ideas y está cómoda con ellas ¿para qué más? 

Otros, creo, llega un momento en que arrancan todo lo que habían clavado. Hacen tabla rasa y cambian por completo de ideas. Detestan todas aquellas que tuvieron de niños, de adolescentes y empiezan de cero. Post it nuevos y relucientes con los que construyen un pensamiento, un sistema nuevo con el que enfrentarse al mundo. 

Creo, sin embargo, que la mayoría de la gente que yo conozco lo que ha hecho con su corcho mental es abarrotarlo de cosas. O eso hago yo si pienso en el mío. Yo no he arrancado las ideas que me vinieron impuestas cuando era niña por la familia que tengo, la época, mi colegio, mis amistades, mis inseguridades, lo que creía que tenía que pensar, lo que pensaba que era correcto. Lo veo todo ahí, muy muy pegado al corcho, tanto que se funde con el propio material. Muchas de esas ideas están ya desdibujadas, casi ilegibles y prácticamente olvidadas, sepultadas por capas y capas de ideas nuevas. Muchas veces me sorprendo recordando, por ejemplo, ¿de verdad yo creía en Dios? Apenas las recuerdo pero sé que están ahí, y sobre esos post-it mugrientos y viejos, que me han acompañado siempre, he ido clavando ideas nuevas, pensamientos, asociaciones. Ahí he pegado lo que sé, lo que he aprendido, lo que he leído, ideas de gente nueva que llegó a mi vida y que se quedó o se marchó, pensamientos adquiridos por mí misma, destilaciones variadas de razonamientos en arabesco lateral que me costaron sangre, sudor y lágrimas. Y, a veces, alcohol. 

Sé que en algún momento, si no muero joven, cogeré mi corcho y lo enmarcaré. Le pondré un cristal y me dedicaré a contemplarlo y como mucho quitarle el polvo que se le vaya acumulando. Creeré tener la razón absoluta sobre todo y cualquier idea nueva me parecerá una agresión que intentará romper ese cristal y mis ideas. 

Mientras tanto mi corcho pesa cada vez más y cada día es más caótico y complejo, pero igual que soy consciente de que voy cambiando de ideas soy consciente de que lo que soy y pienso ahora tiene sus raíces en lo que pensé y fui hace 30, 20 u 8 años. 

Y creo que es importante no olvidarlo, aunque a veces me avergüence.  

lunes, 7 de noviembre de 2016

Alegría para bailar

Es curioso como realizar todos los días desde hace 16 años menos 20 días el mismo camino me provoca el mismo estado de ánimo. La calma me invade cuando quito la tertulia política, engancho la música o el podcast y me dejo llevar por el coche. Miro las cigüeñas posadas en las farolas de la la M31 y todos los días pienso, debería pararme y hacer una foto. Y nunca me paro.  Tras la calma y según me voy acercando a Mordor el estado de ánimo que me invade es, por llamarlo de alguna manera, el laboral, el obligatorio. Me gusta mi trabajo (ahora) pero es trabajo. Llega la monotonía que se va haciendo más y más densa mientras sumo kilómetros. Todo esto no lo pienso, voy sumida en ese estado de ánimo como si me metiera en una nube gris. 

Conduzco dentro de esa nube gris ensimismada en mis cosas. Probablemente no hay nadie en el mundo que encaje mejor en la definición de "conducir con el piloto automático". Muchos días, la mayoría, cuando por fin aparco en el polígono, a la entrada de mi trabajo me sorprendo como si despertara de un sueño. ¿Ya he llegado? ¿Cómo he venido? ¿Ya estoy aquí? ¿Cuándo ha empezado a llover? A veces me asusto.  

El otro día me desperté de mi ensoñación justo en la última rotonda. Llegué bruscamente a la consciencia al tener que frenar por la lentitud del coche blanco que llevaba delante y que no sé de dónde había salido. El frenazo hizo que lo que fuera en lo que iba pensando se esfumara y la realidad entrara con fuerza en mi cabeza. Me puse a pensar en los mails que tenía que enviar, en los datos a revisar, en ir a nadar, en escribir, en llamadas. En la pereza que me daba todo.

El coche blanco siguió yendo lentísimo, tanto que pensé fugazmente que debía ser alguien nuevo en el polígono, quizás alguien contratado en su trabajo de manera temporal y que no sabía que puede ir un poquito más deprisa en este tramo final de la recta. 

No me lo podía creer, el coche blanco me quitó el sitio donde siempre aparco. No tiene mucha importancia, hay hueco de sobra en medio de los descampados pero me  molesta aparcar 4 metros más allá. Es una manía como otra cualquiera. Aún así, lo olvidé según maniobraba, apagaba la música y guardaba el móvil en el bolso junto con las gafas de sol. Mi cabeza ya estaba otra vez en modo trabajo, invadida por el estado de ánimo profesional, plomizo y monótono.

Al bajarme y cerrar la puerta del coche atisbé un flashazo azul eléctrico en el coche blanco que me acababa de robar el sitio. 

Pero ¿Quién se atreve a llevar unos pantalones de ese color? 

¡Pero sí eres tú!
Hola
Joder, ¡qué alegría verte! ¡estás estás fenomenal!
Sí, sí... estoy muy bien.
Pero joder, ¿cuándo te has incorporado?
No, no me he incorporado. He venido a traer los papeles de la baja...
 ...pero qué buen aspecto, en serio. 
Sí, está todo yendo muy bien.
Es que el día que te vi hace meses antes de saber qué estabas enfermo, que tenías cáncer, ¿te acuerdas que estuvimos hablando?
Sí, te dije que estabas flaquísima y, por cierto, sigues estándolo.
Eso da igual, el caso es que me contaste que estabas haciendote pruebas de celiaquía....
Sí...me acuerdo y me dijiste "tienes un aspecto horrible"
Ya, bueno, ya me conoces pero el caso es que joder, qué alegrón me ha dado verte. 
Gracias, yo también me alegro.

Le dejé atrás en control de accesos saludando a otros compañeros. Me sentí ligera. Fuera de la nube gris de monotonía. Deseé vivir en una peli musical de los años 40, llevar una falda de vuelo o pantalones de pinzas y zapatos de claqué y bailar alegremente todo el camino sorteando los charcos, entrar en el vestíbulo cantando y subir los peldaños de tres en tres de pura alegría por haberme encontrado con él y que estuviera tan bien.

Cuando llegué a la pradera me preguntaron ¿Qué te pasa? ¿Por qué estás tan contenta? 

Pues porque parecía que iba a ser un día como todos  y no lo fue. Un encuentro casual lo convirtió en un día para bailar. 


jueves, 3 de noviembre de 2016

Lecturas encadenadas. Octubre

Tras la experiencia de La Broma Infinita estoy tratando de recuperar un ritmo normal de lecturas. No sé muy bien si es por exceso de trabajo, de energía, de entusiasmo, de intereses, o por caer muerta de sueño a horas tempranas pero me está costando. Aún así, este mes han caído cuatro libros. 

El viajero involuntario de Min Tran Huy. En descargo de esta novelita debo decir que ser el siguiente libro en mis lecturas después de La Broma Infinita es jugar con tanta desventaja que es casi injusto. Aún así, hice un esfuerzo por abstraerme de la experiencia anterior para  intentar disfrutar de la historia que cuenta este libro. El problema es que Tran Huy no sabe qué quiere contar o, sí lo sabe, pero se hace un lío. De hecho, quiere contar varias cosas, empieza con una, luego la deja para empezar con otra tejiendo un nexo tan enrevesado que te dan ganas de decirle "a ver, céntrate Tran Huy". La novela comienza con un narradora protagonista que nos cuenta la historia de Albert Dadas. Este obrero de finales del siglo XIX se levantaba por las mañanas y empezaba a caminar, caminaba hasta agotarse o hasta llegar a algún sitio en el que sentía que debía parar. Como un sonámbulo, de repente se daba cuenta de que ya no estaba en Burdeos, su ciudad natal, ni en su trabajo en la compañía de gas y se encontraba en París, Lyon, Nantes o incluso Argelia. Es uno de los casos más famosos del síndrome del viajero. La historia es apasionante y muy interesante pero Tran Huy y su narradora deciden esbozarla así un poco por encima y, de repente, realiza un triple mortal y se pone a contarnos la historia de  Samia Yusuf Omar,  una atleta de Somalia que se hizo famosa mundialmente por correr una única serie de 200 metros en los Juegos Olímpicos de Pekin y acabó muriendo en 2014  mientras intentaba llegar a Europa.  

¿Qué tienen que ver estas dos historias? ¿A dónde nos lleva Tran Huy? Pues con un par de puntadas dadas de mala  manera, en la página 100, llegamos, por fin, a lo que de verdad quiere contarnos que es la historia del padre de la protagonista, Line. El viajero involuntario es, en realidad,  la historia del padre de Line. Una historia de emigración, de empezar de cero fuera de todo, lejos de tu familia, de tu cultura, de tus costumbres, de tu comida, tu música, tus olores y convertirte en otra persona. No peor, ni mejor, sino distinta, distinta de la que hubieras sido al quedarte en tu sitio. 

El viajero involuntario es una novela que se lee sin más. Lo peor que puedo decir de ella es que lo que más recuerdas al terminar son las dos historias reales. Es agradable, no agrede, no molesta, no inquieta, no perturba, es un libro que se pasa sin más, un libro que se olvida.  

Limonov de Emmanuel Carrère ha sido un préstamo de Juan. "Tienes que leer este libro". Había leído cosas sobre él pero sin profundizar y no tenía mucha idea de que iba. La historia de Limonov es desmesurada, sorprendente y excesiva, tan excesiva que dejas de sorprenderte primero y de creértelo después. Esta biografía funciona casi como una peli de James Bond o de Indiana Jones, al principio estás con la boca abierta y al final ya estás en plan "sí, claro, chaval" y lo que menos importa es la hazaña, la anécdota y con lo que te quedas es con la ambientación. En este caso la ambientación en la Unión Soviética justo antes, durante y después de su desmoronamiento es, para mi, lo mejor del libro. 

Carrère, además, en un determinado momento decide que Limonov está tomando demasiado protagonismo y decide plantarse en el centro de la narración y, rompiendo lo que en tele se llama la cuarta pared, ponerse a dar explicaciones al lector de cómo está escribiendo el libro, dónde está él y lo que quiere o no quiere que el lector piense o sienta.  
"Actúa con valor y determinación, sin esperar que se den las condiciones ideales, porque las condiciones ideales no existen". 
Incendios de Richard Ford. Compré este libro el día que fui con las princezaz a la expo de Bruce Davidson y luego a dar un paseo por la Feria del Libro Antiguo. Había llovido, no había nadie y me hice con todo un botín. Encontrar este título de Ford, que no había leído, en la semana en que él llegaba a España a recoger el premio Princesa de Asturias era un buen motivo para volver a leerle. 

Incendios es una historia de Ford tal cual. Recuerda a Canadá y a Rock Springs, su primera recopilación de relatos. A Canadá recuerda por el narrador adolescente que analiza lo que ocurre a su alrededor intentando entender que les pasa a los adultos, porqué hacen lo que hacen, intentando buscar una explicación que le consuele porque lo que, en realidad, sabe no quiere saberlo. Los dos adolescentes, el de Canadá y Joe el protagonsita de Incendios, luchan por quedarse en el lugar seguro que es la infancia, dónde todo parece aburrido y predecible cuando estás allí pero que al asomarte a la vida adulta percibes como un paraíso perdido de seguridad al que quieres volver al enfrentarte a la incertidumbre de la vida adulta. 

Joe, asiste a la ruptura entre sus padres. La pérdida de trabajo del padre, dificultades económicas, cambio de rutinas, breve viaje del padre, infidelidad de la madre. La narración se desliza en las primeras páginas para presentar a los personajes y, luego, con la marcha del padre todo se ralentiza, es como si el tiempo se parara e, incluso, mi ritmo de lectura paró. Es un libro breve que tardé una semana en leer precisamente porque me costaba avanzar, me sentía como andando sobre barro, tenía que ir despacio. 

Joe va dando cada vez más y más detalles, contando pormernorizadamente cada movimiento, cada gesto y palabra que él dice o que sus padres pronuncian en los tres días en los que siente que su vida se desmorona. Lo hace como tratando de individualizar cada segundo de esos tres días y conseguir así dar con el momento exacto en que su vida dejó de ser su vida para descontrolarse y asustarle. Todos hemos hecho eso alguna vez.  

Me ha gustado muchísimo. 

Como siempre, en todos sus libros, Ford desmenuza la realidad entre padres e hijos de una manera tan lúcida que siempre acierta. 
"Después de aquella noche de principios de septiembre, las cosas - en nuestra vida-empezaron a ir más rápidas, y a cambiar. Cambió nuestra vida en casa. Cambio la vida que mi madre y mi padre llevaban. El mundo, pese a lo poco que yo había pensado en él o planeado acerca de él, cambió. Cuando uno tiene dieciséis años no sabe lo que sus padres saben, ignora mucho de lo que entienden, y más aún de lo que puede haber en su corazón. Ello puede salvarte de hacerte un adulto demasiado pronto, evita que tu vida llegue a ser tan solo una repetición de la suya, lo que siempre implica una pérdida. Pero escudarte en ti mismo -cosa que yo no hice-parece un error aún más grave, pues lo que pierdes es la verdad de la vida de tus padres, y lo que deberías pensar acerca de ellas, y -más allá incluso- la justa valoración del mundo en el que estás a punto de integrarte." 
"En tu vida vas a tener más mañanas como ésta en la que al despertar nadie será capaz de aclarar tus sentimientos". 
Leer mejor para escribir mejor de María Antonia de Miquel. Antes de nada voy a decir que María Antonia es amiga, compañera de lecturas y la persona responsable de que yo publicara un libro. Además de todo eso es una maravillosa recomendadora de lecturas y una editora fabulosa. Iba sobre seguro con este breve manual con interesantes ideas para enfrentarte a la lectura y a la escritura si te atreves. 

Yo sé que soy mejor lectora con cada libro que leo  y sé también que es un proceso que he seguido de manera inconsciente, sin proponérmelo. Empecé leyendo para entretenerme y, poco a poco, el entretenimiento dejó de ser lo más importante para que otras cosas ocuparan su lugar. Ahora, además de buscar otras cosas en la lectura, soy capaz de detectar un estilo, de saber como está escrito un libro o de intentar adivinar qué es lo que el autor pretende. No siempre lo consigo pero sé que hay algo  más que una historia que discurre. 

He doblado muchísimas esquinas con reflexiones sobre la lectura.
"Todo libro está destinado a alguien. Puede que el acto de escribir sea solitario, pero siempre es un intento de llegar a otra persona - a una sola persona - ya que también cada libro se lee en solitario. El autor no sabe para quien escribe. El rostro del lector es invisible. Sin embargo, cada frase impresa en una página contiene el deseo de establecer una relación y la esperanza de ser comprendido." (Siri Hustvedt)
"La obra de Dickens es como un vino que mejora con la edad; no de la botella sino del catador. Cuanto más rica es la experiencia del lector, más maduro parece Dickens." (Aldoux Huxley)

Diario para la prometida de Italo Svevo es uno de esos libros que no sé cómo han llegado a mis manos. Quiero decir que sí se cómo ha llegado físicamente, lo compré el mismo día lluvioso en el que adquirí el de Ford pero no sé qué impulso me llevó a comprarlo. No he leído nada de Svevo y, realmente, no sabía ni quien era. ¿Qué me llevó a comprarlo? ¿Por qué? No lo sé. Pero lo compré y lo he leído. 

A ver. Italo Svevo se llamaba en realidad Ettore Schmitz. El 20 de diciembre de 1895 se comprometió con su prima Livia Veneziani y ella, tres días después, le regaló un "Kalenderbuch" (un diario) que a ella le habían dado cuando cumplió 21 años. Le pidió a él que escribiera un Diario para la prometida, escribiendo cada día hasta que se casaran, lo que él hizo desde ese día hasta el 2 de septiembre de 1896.

Diario para la prometida no es, por tanto, ficción sino vida real y por eso resulta tan raro. En realidad, el nombre que le pega más a este breve cuadernillo es "Diario de un inseguro compulsivo" porque Italo se muestra lleno de celos, de dudas, de inquietudes sobre el amor de Livia por él, duda si la merece o no, si ella será capaz de aguantarle. En sus anotaciones que no hay que olvidar nunca debió pensar que se publicarían, se muestra inseguro, posesivo, egoísta, malcriado pero sobre todo terriblemente frágil. Es una confesión, "este soy yo, ¿seguro que me quieres?". Italo escribe de amor y sobre amor. Y sobre tabaco, porque no deja de intentar abandonar el tabaco por amor a Livia... y no lo consigue. 
"Y sin embargo tendremos que acostumbrarnos a una mayor contención delante de la gente. Hay que estar atento ¡qué diantre!, pues de lo contrario la gente hablará de nosotros. En un primer momento, cuando estamos acompañados, ni siquiera te miro. Después, un poco por casualidad, descubro tus ojos verdes y me quedo mirándolos estupefacto de que sean así y no de otra manera. Entonces, naturalmente, doy vueltas alrededor de los ojos, desciendo por la nariz y paso a la boca de la que recuerdo tantas y tantas cosas.(...) Oía, pero no podía comprender verdaderamente por qué toda esa gente se ocupaba de todas esas cosas mientras a mí me preocupaba sólo una. Con estas palabras deseo decirte que debo tener cuidado con tus ojos porque sino termina por mirar todo lo demás".  
Es un librito curioso que olerá eternamente a mí porque derramé un bote entero de mi colonia sobre él. 

 Y con esto y un bizcocho hasta los encadenados del mes que viene. 

Eso sí, recomiendo muchísimo este artículo de Juan Tallón que habla de los libros que nos quedan por leer. 
"Hay una alegría desconocida, a la espera, inabarcable, en los libros que ya leerás". 
Hacia ella voy porque estoy leyendo este libro dedicado por el mismísimo Richard Ford. Gracias infinitas Teresa.


martes, 1 de noviembre de 2016

Mi padre se me escapa


Se me escapa. 

Hoy hace 19 años que murió mi padre. Llevo escribiendo sobre él desde que tengo el blog, hace casi nueve años, unas veces para recordarle en el último día que le vi, como hoy, y otras veces porque tenía historias, anécdotas o sensaciones que contar sobre él, sobre mí con él o sobre su ausencia y lo que eso ha supuesto en mi vida. 

Llevo semanas pensando en este post, le he dado vueltas y más vueltas mientras conducía, mientras me duchaba, mientras preparaba la comida, mientras escribía otras cosas. Y he llorado, sobre todo conduciendo, porque he llegado a la conclusión de que ya no tengo nada más que decir y de que lo que he dicho cada vez es más pequeño, más insignificante. 

El luto hacia delante es un camino por el que avanzas aunque no quieras y por eso mi padre y mi relación con él está cada vez más lejos. La distancia que nos separa cada vez es más grande. Yo avanzo sin remedio, crezco, me hago mayor, me pasan cosas y me alejo sin remedio. Mis recuerdos sobre mi vida con él, los 24 años que pasé con él y de los que sólo recuerdo 20, con mucha suerte, jamás crecerán. Este año me he dado cuenta de que los recuerdos, las sensaciones, los sentimientos que tengo sobre él son los que son, están fosilizados, cristalizados y congelados. Durante un tiempo esa colección de recuerdos ha sido como un caminito de miguitas que me permitía mirar atrás y me conectaba con él y con quién yo era con él. Esa cristalización de mi pasado no crecerá nunca y, me he dado cuenta este año, pensando en escribir sobre mi padre, de que según avance por la vida esas migas, esos recuerdos, tendrán que estar cada vez más y más separados para poder conectarme con mi padre y con quien yo era con él... y llegará un día en que perderé esa conexión, lo perderé a él y me perderé a mí con él.  

Decía Joan Didion que en el luto, hay un momento, que uno no considera nunca hasta que le pasa, que es aquel en el que tras pasarte un año pensando "hace un año estábamos haciendo tal o cual" o "hace un año me dijo no sé qué", piensas "hace un año ya no estaba". 

Ese momento para mí pasó hace muchos años, pasé llorando el momento en que me di cuenta de que ya no me acordaba de su voz y el día en que fui consciente de que ya no era la persona que él había conocido. Lo que no me esperaba era este relámpago de conciencia al darme cuenta de que lo estoy perdiendo cada día que pasa  y no puedo hacer absolutamente nada para remediarlo. 

Siento que mi padre se me escapa y que lo único que puedo hacer es coger mis recuerdos cristalizados y apretarlos muy fuerte en el puño para no olvidarlos.

Ese puño es este blog...

jueves, 27 de octubre de 2016

Hablemos de series

Ayer, tras casi un año de visionado en meses pares, las princezaz y yo terminamos de ver Friends. Para ellas era su primera vez, para mí mi primera vez del tirón. He descubierto que algunos capítulos me los sabía casi de memoria, algunos nos los recordaba y unos pocos se me habían pasado en su momento. 

Revisionar Friends con las niñas ha sido una experiencia estupenda aunque se lo propuse con algo de miedo. Pensé que lo mismo no había aguantado bien o que aburría o que no les haría gracia pero yo la he disfrutado mucho y ellas ayer estaban al borde de las lágrimas. Por primera vez en su vida están teniendo ese síndrome de abstinencia que uno siente tras leer un buen libro, ver una buena peli o sumergirse durante semanas o meses, en su caso, en una buena serie.

–Mamá ¿Y ahora qué? ¿qué vamos a ver?
–Da igual lo que elijas mamá, nada será como Friends.  

Tienen razón, nada será como Friends pero vamos a ver otras cosas bastante chulas. 

Vamos a empezar con Strange Things. Yo ya la ví el verano pasado y aunque no me fascinó, sé que a ellas les va a gustar. ¿Recomiendo Strange Things? Vamos a ver, es una serie graciosa, entretenida y muy tramposa. Está pensada para que gente como yo, de cuarenta palos, reconozca la estética de su adolescencia y se pase un par de capítulos diciendo: eso es los goonies, y eso es ET, y aquello Encuentros en la Tercera Fase y yo tenía una parka igual y unos vaqueros de cuello vuelto como esos que me sentaban de angustia. Al mismo tiempo, si tienes hijos, te sirve para llevarlos a pasear al parque temático de tu infancia pero sin que se aburran. La trama de malos, extraterrestres, adolescentes, amoríos y seres misteriosos en bosques que dan mucho susto les encanta. Y a mí me gusta saber que van a pasar miedo porque me encanta que se acojonen. 

¿Hay que ver Strange things? 

Sí si tienes hijos. 
Sí, si tu vida pasa por una época de muchas horas en el sofá pensando que quizás deberías salir a dar una vuelta y relacionarte con gente en 3D. Mientras decides si sales o no y si te compensa ducharte y quitarte la sudadera mugrienta, ver Strange Things es una buena opción. 

Después vamos a sumergirnos en Gilmore Girls una de las series más maravillosas y más inteligentes que se han hecho nunca. El que crea que es una serie de tías que salga ahora mismo de este post, cierre la puerta y no vuelva más. The Gilmore Girls es un prodigio de guión y de creación de personajes absurdos, encantadores y ellos con O muy muy atractivos. Además, hay tantas referencias culturetas a cine y libros que después de cada capítulo se puede hacer un pedido a Amazon. Sé que a laz princezaz les va a encantar y yo estoy deseando volver a verla. 

¿Qué más he visto y recomiendo?

Love. Serie de Netflix, 10 episodios de media hora. Es una serie de parejas y amoríos. Con un feo gafotas y narizotas que nada más verlo te hace pensar "vaya, podían haber puesto un protagonista guapo" y al segundo capítulo te lo quieres llevar a casa. 

¿Recomiendo Love? 

Sí si quieres ver algo falsamente intrascendente y no quedarte dormido en el sofá.
Sí si estás soltero y te quieres sentir super identificado con el rollo mensajes, mirar si alguien esta conectado, redactar un wasap de 3 palabras 14 veces y arrepentirte al instante siguiente y todo ese tipo de cosas.

Si la soltería te queda lejísimos y miras con cierta pena a la gente que queda mil veces y que no pretende encontrar a un padre para sus hijos... entonces Love no es para ti. 

Narcos. Esta va de narcotraficantes y de policía americana y de política colombiana. Es una serie entretenida con capítulos fascinantes y otros que hacen bola. Sirve para pasar el rato y repasar la historia del narcotráfico en Sudamérica y Colombia y darse cuenta de que no conviene que la moda masculina de los años 70 vuelva a nuestras calles. 

¿La recomiendo? 

Sí, es una serie con la que si eres un vago y jamás en tu vida has leído las páginas de internacional del periódico es posible que aprendas algo sobre narcotráfico y Sudamerica. 

Yo confieso que he abortado misión en la segunda temporada. No tengo más ganas de ver bigotes y la historia de Pablo Escobar me la sé. Además, me crispa la voz en off. 

River. 6 episodios. Un policía inglés, tristón y taciturno. Un caso que se va resolviendo. Sus compañeros, sus jefes, la niebla y la lluvia inglesa. No es Happy Valley ni Fargo ni Canción Triste de Hill Street pero tiene un poco de todo. 

¿La recomiendo? Sí, si quieres ver una serie original con un policía de esos que se te mete dentro. Sí si te gusta Wallander aunque tampoco es Wallander. 

No, si eres de los que quieres persecuciones, tiros y mucha espectacularidad. Y no te gusta la amargura. 

La última recomendación de hoy es Horace & Pete. Esto son palabras mayores. Louis C.K, Steve Buscemi, Alan Alda que está para que le den un Premio Nobel, Eddie Falco y Jessica Lange. Si todo esto no os parece suficiente, os diré que la serie es un bar que recuerda vagamente a Cheers y tiene unos diálogos tan alucinantes que te quedas boquiabierto frente a la televisión. Cada capítulo tiene una duración diferente, son 10 y se puede ver aquí. (pagando, claro)

Es con muchísima diferencia la mejor serie que se puede ver ahora mismo.

¿La recomiendo? Sí. Muchísimo. Pero no es bonita ni feliz. Hace reír pero se te congela la sonrisa y raspa y duele. Es maravillosa. 

He visto más cosas pero por hoy ya está bien. 


lunes, 24 de octubre de 2016

Cuatro cosas que me gusta ver hacer a un hombre.


1.- Tocar la armónica. No me gusta físicamente Bob Dylan y, hasta hace unos días, no podía escuchar a Quique González sin pensar en suicidarme quemándome a lo bonzo pero, hace unos días,  vi un vídeo de Quique González y cuando ya estaba prendiendo la cerilla para empezar a quemarme el pelo, se puso a tocar la armónica. Me quedé maravillada. Ver tocar la armónica a un hombre me fascina. Desconozco el motivo y, de hecho, esta fascinación solo la siento con la armónica. Un hombre que toca la guitarra, el piano o la flauta no me dice absolutamente nada pero dale una armónica y te interpreto a una rata en el Flautista de Hamelín. Me da igual que el tío sea Bruce, Glenn, Bob o Quique González, me gusta un hombre con armónica. 

2.- Que nade bonito. Bonito. No me dice nada un tío que nada rápido o potente, no. Me gusta mirar a uno que lo haga bonito, que se deslice como si no le costara. Des li zar se. En una de las piscinas que frecuento hay un tío que fuera del agua me es completamente indiferente. No muy alto, achaparrado, con coleta y un microbañador azul marino. Vestido ni le vería, pero se mete en el agua y me quedo embobada. Le veo nadar y se me pone la piel de gallina de lo bonito que nada. El otro día descubrí que tiene un amigo y que cuando coinciden en la piscina, se meten en la misma calle a nadar a la vez. Los llaman "las bailarinas" y podría pasarme horas mirándoles. 

3.- Mirar la hora en el reloj de la muñeca. Me fascina. Me encanta ese gesto de agitar la muñeca, levantarse el jersey o la camisa (si llevan) y mirar la hora. Si es con correa metálica que suena, mejor. Lamentablemente en algún momento de un pasado cercano la mayoría de los hombres han decidido que llevar reloj no es cool. Las excusas van desde las más prosaicas del "me molesta, me roza, tengo 3 años y me pica" a las más intensas "paso de llevar reloj, estoy fuera de horarios". Buuu buuu buuuu. Y no, no me vale que mire la hora en el móvil. 

4.- Que planche bien. Agarrar la plancha y golpear con ella la ropa no es planchar.  Me da igual que un hombre limpie (quiero decir que es su casa y su suciedad y él verá) y no me emociona sobremanera que cocine. De hecho un hombre cocinando me aburre, me pongo a leer mientras prepara lo que sea. Con un hombre planchando de verdad no me concentro en ninguna otra cosa. El tío de la tintorería de mi barrio puede dar fe de esto, creo que hasta me mira raro. Confieso que no tengo claro si me gusta por el hecho en sí o por la rareza de encontrar a alguno que lo haga. Estoy pensando que no sé si debería catalogar esto como una fantasía. 

Me gustan los hombres. No todos, la verdad es que no me gusta casi ninguno pero me gusta ver a un hombre hacer estas cosas. Y no, no me gustan igual en una mujer. Y no, que me guste ver a un hombre hacer estas cosas no quiere decir para nada que quiera un rollo, un lío o una boda en Malibú. 

No quiero nada, sólo verle hacer esas cosas. 


miércoles, 19 de octubre de 2016

Richard Ford y yo


"La mujer con la que estás tiene que interesarte mucho, debes tener ganas de descubrirla."

Cuando leí esta entrevista a Richard Ford en 2013, ya llevaba 4 años enamorada de sus libros. Al terminar la  entrevista me enamoré de él. 

Richard Ford está en Oviedo y yo no y me da rabia. Es una rabia absurda porque probablemente si estuviera en Oviedo tampoco podría verle ni muchos menos hablar con él o sencillamente idolatrarle de cerca que es lo que me gustaría hacer. Digo probablemente porque mis contactos asturianos no paran de decirme que Oviedo es un pueblo, insinuando que si hubiera ido a visitarles en vez de estar haciendo lo que estoy haciendo en medio de los páramos de Mordor tendría posibilidades de tomarme unos vinos con Ford (no soy muy fan de la sidra). 

Que Ford esté en Oviedo y yo no, me da rabia pero, por otro lado, me alegro mucho de su Premio Princesa de Asturias. Con los escritores que me gusta soy como los hooligans del fútbol. No llego a decir "hemos ganado" pero me entusiasmo. ¿Por qué? Pues porque sí, porque me encanta Ford, porque el premio significa que estará por aquí, que dará entrevistas, que dirá cosas interesantes que yo podré leer y esparcir a los cuatro vientos con el entusiasmo desbordante que me caracteriza cuando algo o alguien me gusta muchísimo. Y Ford me gusta muchísimo, muchísimo.   

Cuándo llegué a sus libros hace siete años era otra persona diferente de la que soy ahora. No, diferente no, era una etapa anterior a la persona que soy ahora. Por aquel entonces todavía leía suplementos culturales y recortaba reseñas de libros Así fue como llegué a él y al Periodista deportivo. Conocí a Frank Bascombe y en lo que escribí sobre él me veo joven, despreocupada, dicharacheramente ligera y sin fondo. Todo lo que pensé en aquel verano sobre el personaje de Bascombe lo mantengo, lo que no sabía es que yo iba a ser Bascombe en los años siguientes. O, quizás, si lo sabía... lo intuía pero no quería verlo. Quizás. 

Cuando leí casi seguido El Día de la Independencia, en la vida de Frank habían pasado siete años (ja, toma coincidencia) pero en la mía solo un par de semanas. Doblé esquinas y anoté citas, entre ellas una que ahora retrata exactamente como me siento como madre. 
“Así pues, lo peor de ser padre es mi sino: ser adulto No hablo el lenguaje adecuado, no me enfrento a los mismos temores y contingencias y oportunidad perdidas; mi sino es saber muchas cosas y sin embargo, tener que estar parado, como un farol con la luz encendida esperando que mi hijo vea el resplandor y se decida a acercarse al calor y la luz que le ofrece calladamente”.
Eso soy ahora y lo seré más en el futuro, soy una luz a la que espero mis hijas se acerquen cuando necesiten algo pero la mayor parte del tiempo sé que preferirán seguir la oscuridad hasta donde las lleve que es lo que hemos hecho todos.
"De alguna manera, quien sabe por qué, tus decisiones un día dan un vuelvo y pierdes tu dominio de las cosas. Y un día te despiertas y te encuentras en la situación en la juraste que jamás te encontrarías, y ya no sabes que es para ti lo más importante en este mundo. Y después de eso, todo ha acabado."
Esta frase estaba en Acción de gracias que leí en junio de 2010. Tras terminarlo apunté "las cosas pasan despacio, el protagonista sigue haciendo y diciendo cosas que no comparto y otras que son directamente tontas, pero entiendo porqué se siente impulsado a hacerlas. No siempre hacemos cosas inteligentes." 

Un millón de veces he pensado en esto, en como hacemos cosas tontas o directamente estúpidas sin ser capaces de evitarlas, cosas que muchas veces nos hacen daño a nosotros mismos y que pasado el tiempo recordamos y pensamos ¿como pude ser tan cretino? Creo que la clave para seguir viviendo o la clave para darte cuenta de que ya eres una persona más o menos madura es aceptar esas cosas y decir "pues sí, aquella cretina era yo". 

A Ford le debo haberme descubierto los relatos de Cheever, a Raymond Carver y a Ann Beatie. Le debo la mejor definición que he leído nunca sobre la sensación de ser un mierda y  le debo la mejor definición que he leído nunca sobre lo que es la censura:
“La verdadera censura- que de eso estamos hablando, al fin y al cabo- no es únicamente un ataque personal que dice “no puede decir eso”, sino un ataque que, insidiosamente dice “no puedes oír eso, no puedes saber eso, no puedes pensar eso”. Es un impulso que se encarga de alimentar la apatía moral de todos nosotros”.
Le debo la inspiración para un post precioso sobre mi padre y le debo el hecho de que cada vez que leo algo suyo, un libro, una entrevista o una reseña de las memorias de Springsteen encuentro algo que alimenta mis ganas de seguir descubriéndole. 

Leed a Richard Ford, malditos. 

lunes, 17 de octubre de 2016

Desnudos para llamar la atención

"También pensé que si posar así y hablar de este tema puede hacer ver a una sola mujer, una, que las revisiones anuales son obligatorias, me siento más que pagada".

No lo entiendo, no consigo entenderlo. Llevo desde el sábado dando vueltas a cómo es posible que ver a Marta Sánchez desnuda mueva a alguien, a una mujer, a ir al médico. Me encantaría entenderlo, me encantaría saber qué proceso mental han seguido ella, y el periodista del artículo, y el jefe de sección y la directora de la revista donde las fotografías y la entrevista se han publicado para considerar que era buena idea publicar fotografías de una cantante desnuda para llamar la atención sobre el cáncer. 

Me encantaría entenderlo, me encantaría saberlo porque la otra opción que se me ocurre es tan espantosa que no quiero contemplarla. 

No quiero pensar que cuando estamos tratando de que las mujeres no sean /seamos un puro objeto y lo primero que se vea /valore /considere de nosotras sea nuestro cuerpo, las tetas y el culo una revista hecha en su mayoría por mujeres y destinada a mujeres haya decidido que publicar fotos en bolas es algo conveniente, necesario y sobre todo justificable. 

No quiero pensar que no hubiera nadie en esa revista y en su entorno que dijera "Vamos a ver, si queremos hablar sobre el cáncer de mama que es un tema interesante y necesario NO ES NECESARIO SACAR A NADIE EN BOLAS, hablemos con médicos, pacientes, investigadores, científicas, familiares. Contemos testimonios, avances científicos, tratamientos.Demos datos". 

No quiero pensar que efectivamente hubiera alguien que dijera todo eso y que alguien con más poder y menos escrúpulos dijera "Si claro, pero eso no da clics. ¿Qué queremos? ¿Hacer algo interesante, necesario y adecuado o conseguir clics y viralidad? Si podemos poner un desnudo en portada lo ponemos y para que no nos coman lo justificamos con el cáncer y ya está".

"Marta Sánchez se desnuda contra el cáncer de mama". 

No. No se desnuda contra nada. Lo hace porque le apetece y porque es una manera de llamar la atención que supongo le conviene a ella y estoy convencida de que le conviene a la revista. 

Me parece increíble, indignante y me hierve la sangre al comprobar que en octubre de 2016 a un medio de comunicación lo único que se le ocurre para llamar la atención sobre el cáncer es una portada con una mujer desnuda. 

Es acojonante que ni siquiera necesitemos a los hombres para cosificar a las mujeres, nos bastamos solitas para hacer esa estupidez y encima lo justificamos. Me parecería más honrado decir "mira, poso en bolas porque me encuentro divina" que "mira que comprometidos estamos... ponemos tetas en portada porque el cáncer nos importa". 

Porque no nos engañemos, el As pone tías en bolas en la contraportada para exactamente lo mismo que el Yo dona: llamar la atención. 

Ese es el nivel. 

Voy a seguir tratando de pensar como los participantes en este engendro porque de otra manera voy a acabar combustionando. 

viernes, 14 de octubre de 2016

Lo de Dylan y el Nobel

Y el Nobel es para Bob Dylan. 

Mi primera reacción fue de sorpresa y luego risas. Me imaginé a Murakami con los ojos fueras de las órbitas por la sorpresa. Le visualicé luego, levantándose lentamente del ordenador dónde se había sentado para seguir con fingida indiferencia y los dedos cruzados el fallo del jurado, y caminar hacia su ordenada estantería de vinilos y poco a poco ir cogiendo todos los discos de Dylan y tirarlos al suelo con rabia. Toda la rabia que un japonés tántrico y que habla a su gato puede soltar. 

Me vine arriba y le imaginé incluso cantando por Siniestro Total y pensando en Dylan "Te degollaré con un disco afilado... y bailaré sobre tu tumba". 

Mientras dejaba volar mi calenturienta imaginación y me echaba unas risas a costa de mi animadversión a Murakami, la red se incendió de opiniones sobre el Nobel. 

Están los que les parece maravilloso. Dylan es un rapsoda, la literatura empezó siendo cantada, los griegos tocaban el arpa, es un juglar... y yo solo pienso en Asuranceturix, el bardo de Asterix, y en lo ridículo que estaría Dylan con mallas.  

Están los que les parece horrible. ¿Qué va a ser lo próximo? ¿Un guionista de televisión? ¿Un autor de comics?  Esto es una "afrenta" para todos los literatos del mundo, acabo de leer. Ole, una afrenta para todos... no solo para los que podrían ganar el Nobel sino para todos. Sospecho que el autor del artículo está sin respirar de la indignación y sospecho que mi adicción a Asterix es excesiva

Está el bando de los periodistas / especialistas culturales que los que les molesta es que la gente opine sobre el Premio y sobre Nobel. "No veo que los premios científicos se discutan tanto" o "Si no has leído y traducido todas las letras de Dylan tu opinión no es pertinente". Me troncho. A estos lo que les molesta es que les quiten su parcelita de lucimiento. Otros años podían tirarse el pisto o lucir su verdadero conocimiento (en algunos casos) sobre el premiado y eran consultados por medios y gente para dar su opinión sobre algo que casi nadie conocía. Este año su gozo en un pozo, todo el mundo puede opinar sobre Dylan porque todo el mundo le conoce. La superioridad intelectual ha perdido su semana grande de lucimiento. 

¿Qué me parece a mí? Pues la verdad es que me da igual. ¿Es Dylan literatura? Tengo mis dudas. Tengo una opinión más o menos autorizada (para el periodista de esta mañana) porque he escuchado mucho a Dylan, muchísimo, por elección personal y porque mi hermano tuvo una época de adicción absoluta en la que sólo se escuchaba a Dylan. Creo recordar que incluso tenía grabado en cintas Tdk varios programas especiales que José Ramón Pardo dedicó a toda su trayectoria musical. Algunas canciones de Dylan me gustan y otras no. A veces me parece un auténtico coñazo, otras veces me flipa y algunas veces me retrata.  

She takes just like a woman, yes, she does
She makes love just like a woman, yes, she does
And she aches just like a woman
But she breaks just like a little girl.


Tengo mis dudas sobre lo que el propio Dylan opina sobre sus escritos. "Yo ni siquiera considero escribir canciones, la canción está ahí en el aire, estaba allí antes de que yo cogiera el lápiz", dice en esta entrevista con 20 años y en la que está increíblemente "simpático".  "Yo nunca seré rico y famoso" dice con total inocencia.

¿Se merece el Nobel? Pues no lo sé pero es que además da igual. Los Premios Nobel son una organización privada que da unos galardones a quien le apetece en base a unos criterios que ellos saben y los demás no. Este año han decidido que a Dylan, pues estupendo.  A nivel de promoción y publicidad ha sido un golpe maestro.  

Personalmente hubiera dado saltos de alegría si el Premio se lo hubieran dado  por ejemplo a Philp Roth, Margaret Atwood o Richard Ford pero me alegro infinito de que no se lo hayan dado a Murakami. 

Por otra parte este premio me ha permitido decir una frase que jamás pensé que diría "Yo estuve con 15 años en un concierto de un Premio Nobel en el Palacio de los Deportes". Un concierto atroz, espantoso y muy coñazo en el que Dylan estuvo desagradable, antipático y roñoso. Tocó 50 minutos. 

¿Nobel a Dylan? Voy a decir que sí, que me parece bien, solo por las risas y la diversión que me ha proporcionado este momento. 

Eso sí, Murakami ha empezado a darme hasta penita, los del Nobel lo están masacrando. 

Haruki, ¿cuál es tu inspiración?
Los gatos, mi ego, la música americana, el folk...
Aha, pues mira le vamos a dar el Nobel a Dylan por "For having created new poetic expressions within the great American song traditition" que tanto te inspira.

¿A quién quiero engañar? Me encanta.


jueves, 13 de octubre de 2016

Jugando al despiste



La espera se hace interminable, la cola no avanza y me aburro esperando. Las niñas me están contando algo, no sé muy bien qué, cuyo hilo he perdido hace un rato. Inciso, hay mucha filosofía por ahí sobre lo interesante que es charlar con tus hijos y sí, muchas veces lo es; pero otras muchas, igual que pasa con otra gente, porque tus hijos son gente, las cosas que te cuentan son aburridas, muy aburridas. Esta historia ha empezado con algo como "hoy en clase de lengua, Fulanito ha dicho y entonces yo, que no he hecho nada..." y ahora ya va por Menganita y Fulanito y Zutanito y me he perdido. Fin del inciso. 

Me aburro y decido crear un poco de tensión.

–Chicas, me voy a hacer un tatuaje. 

El efecto es instantáneo. Me encanta. Se quedan petrificadas, me miran y hacen eso que me tanto me gusta y que yo no sé hacer: levantan una ceja. 

-Ja, sí, claro. Tú un tatuaje.Me troncho -dice C. 

M sigue con la ceja levantada y me clava su mirada azul.

Eso es imposible -dice muy seria.

–Bueno, pues no os lo creáis.
–Pero ¿cómo te vas a hacer tú un tatuaje?
–Pero ¿qué pasa? ¿Por qué no me lo voy a hacer?
–Porque los odias, nos has dicho siempre que no nos pueden gustar hombres que lleven tatuajes.
–Y lo mantengo. Ni tatuajes, ni camisetas de tirantes en restaurantes, ni anillos, ni pendientes, ni cadenas doradas ni, sobre todo, gorras de visera plana que hacen que cualquiera parezca imbécil. 
–¿Entonces? 
–Yo no soy un hombre que tenga que gustaros.
–¡Anda ya! Que no te lo vas a hacer.
–Vale, vale, pues nada. 

–Pero dinos que no te vas a hacer un libro.
–No
–Mamá, ¡ni una frase por Dios, que eso es muy hortera!
–No
-Ni un cuaderno ni una pluma.
–Que no.
–Y ni se te ocurra tu nombre en chino.
–Que nooooo. 

–Es mentira.
–Ajá. Vale, es mentira.
–¿Qué te vas a poner?
–Amor de madre hasta el infinito y más allá. 
–¡Mamá! ¡Nos estás tomando el pelo!
–¿Y si me pongo MAC? Las iniciales de las tres... sería precioso.
–Ni se te ocurra. 
–No te lo vas a hacer.
–Bueno, pues no os lo creáis. Cuando me lo haga no os lo voy a decir y no lo veréis.
–¿Te lo vas a hacer en el culo?
–¡No! 
–Entonces lo veremos. 

Por fin la cola avanza y consigo distraerlas sacando los mil cachivaches que hemos comprado en Ikea, tras algo que parecía una inteligente maniobra de distracción, conseguir apartar la conversación diaria de "necesitamos cada una un cuarto" a "compramos cosas para que redecoréis el que tenéis". La cantidad de cosas que llevo en el carro me hace percatarme de que, a lo mejor, no ha sido una maniobra tan inteligente. 

Ya en el coche de camino a casa, me doy cuenta de que mi plan para no aburrirme en la cola tampoco ha sido nada inteligente.

–Pero entonces mamá, ¿es en serio o no lo del tatuaje?
–No
–Sí es en serio... te lo noto.
–Pero ¿no decís que no tengo pinta de tatuarme nada?
–No, no tienes pinta y además los odias.
–Bueno, pues he cambiado de idea. ¿Os parece mal que cambie de idea?
–No pero ¡no sabemos si nos estás vacilando!
–Pensad lo que queráis. 

–Mamá, ¿sabes por qué cambias de idea?
–¿Por qué?
–Porque lees muchísimo. A veces, demasiado.