jueves, 4 de febrero de 2021

Una lista útil


Hoy vengo a dar un consejo que no encontraréis en ninguna de las cuentas cuquis de influencers vende humos que pasan sus días en casas blanquísimas, o con colores pasteles o "muy naturales" y que siempre llevan los labios pintados y las uñas impolutas. Es un consejo que tampoco encontraréis en los libros de esas influencers ni en sus clases magistrales ni en sus directos (recordadme que escriba de los directos de instagram) ni en sus "bundles" que si no sabéis lo que son, mejor que mejor, una tontería menos que os ocupa memoria. Es un consejo gratuito, sincero y desinteresado, algo que tampoco encontraréis en esas cuentas que son tan bonitas como la casa de chuches de Hansel y Gretel pero que en realidad están habitadas por una bruja que lo único que quiere de vosotros, es exprimiros. Os echa consejos y consejos y consejos para que engordéis... y luego paguéis. 

¿Intrigados? Allá voy. 

Haced una lista de gente que os cae mal. Gente que os cae gorda, que pensáis que es idiota, aprovechada, que un día os hizo una putada, o un feo, o se la hizo a tu madre, tu hija, tu pareja o tu mejor amigo. Una lista numerada y si queréis hacerla con letra bonita pues adelante. No me opongo a la creatividad pero tampoco os vengáis arriba porque es una lista para desahogarse y es mejor emplear la creatividad en el título. Llamadla Lista de la rabia o Lista de memos o algo así. Esta es una lista del odio  y del saber estar al mismo tiempo. A pesar de que yo esté muy a favor de no fingir simpatía jamás y de no tratar de quedar bien con todo el mundo, entiendo que para poder vivir más o menos en armonía hay que intentar guardarse la bilis para uno mismo. Esta lista permite sacar la rabia sin que se entere nadie y desahoga muchísimo. 

Yo tengo dos listas de gente que me cae mal.  Una  particular, solo mía, en la que aparece gente que conozco en mi vida, en el trabajo, algún familiar, conocidos y demás. Y luego tengo otra, a medias con un amigo, en la que aparece gente que no conocemos o que solo conocemos uno de los dos en persona pero que hemos decidido que merecen estar en esa lista, porque nos caen gordísimos, porque no los soportamos, porque a nosotros nos parecen unos merluzos insoportables. Es una lista mental, no está anotada en ningún cuaderno, ni compartida en ningún archivo, ni nos la mandamos por mail  porque no queremos dejar pistas y porque además no nos hace falta. La función "desahogadora" de escribirla a mano la cumplen aquí los wasaps con "hay que meter en la lista a menganito", "ya estamos tardando".  Nos retroalimentamos mutuamente con motivos por los que fulanito o menganita deben permanecer en esa lista, nos consultamos nuevos añadidos para valorar si merecen estar en esa lista o no y, como somos magnánimos, inteligentes y es nuestra lista, cuando alguno que nos cae mal, hace algo bien o que nos gusta, lo reconocemos y valoramos si merece salir de la lista o no. (Normalmente no lo merece. Es fácil entrar pero muy difícil salir)

¿Qué razones tenemos para meter a alguien en esa lista? En mi vida real la gente me cae mal es por algo, tengo un motivo de peso para mi desconfianza/desprecio/hostilidad hacia ellos. Es más, ahora que lo pienso, en mi vida real el paso a "caer mal" se sobrepasa muy rápidamente. Por ejemplo, llega alguien nuevo al trabajo, me lo presentan, me da mal feeling, me cae gordo aunque no se muy bien por qué, pasan los días, interactúo con él y pronto decido que me cae mal. Ahí permanece solo unos días, una semana como mucho, y enseguida paso a la siguiente etapa que es "madre mía, no le soporto", y luego paso a evitarlo a toda costa para no llegar a la hostilización. Si llega la hostilización permanecerá ahí unos años hasta que lo saque empujándolo por la senda que lleva al barraco de la indiferencia, donde cae y nunca más. 

En el mundo virtual, caer mal es el limbo, la gente puede permanecer ahí durante meses, incluso años. Solo algunos elegidos que se esfuerzan en conseguirlo, salen de la lista de caer mal y entran en la de gente a la que deseo torturas con palillos o lanzallamas.  

¿Y para que sirven estas listas de odio, desprecio y rabia? Pues para desahogarse, para soltar la rabia, para pensar "tú no lo sabes pero estás en mi lista de gente que me cae fatal, de personas que no soporto". 

Parece una chorrada pero funciona. Mucho más que el bullet journal y esas chorradas, es mucho más barato y os aseguro que no hay ni que inspirarse ni practicar. Te sale perfecto a la primera.   

lunes, 1 de febrero de 2021

Lecturas encadenadas. Enero


¿Cuántos días ha durado enero? ¿Treinta y uno o trescientos treinta y uno? Recibí el año con mis amigos, paseé estrenando el año, llegaron los Reyes Magos cargados de ropa de estar en casa que no sea de mendiga, llegó la nevada y salimos a pasear con unas pintas como si fuéramos a asaltar el Capitolio, estrené mi gorro de Lara, he ido a terapia, a trabajar, de compras con mis princesas, he pasado un confinamiento de quince días y me han hecho mi primera pcr, ¡chispas! A pesar de todo este trajín, este ir y venir y las preocupaciones, he leído seis libros, yendo claramente de menos a más a lo largo del mes. 

Al lío. 

En diciembre (el tiempo ha pasado de una manera tan peculiar que me parece que fue algo mucho más lejano) leí Física de la tristeza de Gueorgui Gospodínov y me encantó. Hice tantas loas a esta novela por redes que mi gran amiga María Jesús, el único día que nos hemos visto este año, me regaló otro de los libros del escritor búlgaro: Novela natural. En esta ocasión, Gospodínov nos cuenta la historia de un divorcio mezclada con otra serie de reflexiones, retazos, escenas en los que, a veces, pierde el hilo conductor:  la historia de las palabras, el lenguaje, las moscas. Todo parece un disfraz, una serie de paletadas de arena, para no hablar de lo que, de verdad, le afecta, el divorcio y su dolor. 

Pensando en si me había gustado o no, imaginé que Novela natural había sido como una segunda cita tras una cita espectacular. Gospodínov y yo nos habíamos conocido con Física de la tristeza, casi sin querer y nuestra cita fue tan buena como esas en las que acabas desayunando con la otra persona y alargándolo hasta el aperitivo y si puedes hasta la siesta. Cuando vuelves a quedar, tus expectativas son tan altas que no hay manera de alcanzarlas y esa segunda cita está bien, es correcta, estás a gusto, pero ni de lejos llegas a la excitación y asombro de la primera. Eso me ha pasado con Novela natural que, por otro lado, es su primera novela publicada en 1999 mucho antes que Física de la tristeza, así que ha sido como si mi primera cita hubiera sido con un Gospodínov que sabe lo que hace y como hacerlo y mi segunda con un jovencito que anda a ciegas, que busca el camino y es tímido y está nervioso. Todo lo que conseguirá después, el tono, la maestría, el ingenio, está en Novela natural pero le queda camino hasta conseguir perfeccionarlo, hasta perder el miedo a contar lo que, de verdad, quiere contar. 

Conclusión: leed a Gospodínov pero empezad por Física de la tristeza que os encantará. 

«Nunca nadie ha conseguido traerse nada desde el sueño. Existe una aduana invisible a la salida del sueño en la que te confiscan todo. Fue en la infancia cuando percibí por primera vez aquella delgada frontera en que se apostaba aquello. Lo llamaba así porque aún no disponía de una palabra para nombrarlo. Aquello me cacheaba a fondo a la salida del sueño y solo me permitía despertarme cuando se cercioraba de que no me había llevado nada.»

Sobre mi segunda lectura del mes, Cien noches de Luisgé Martín, solo tengo dos cosas que decir: Pamplona y que su despelleje ha tenido más de veinticinco mil visitas lo que significa que a la gente no le gusta leer recomendaciones de libros, le gusta la crítica despiadada, aunque no lo era tanto, podía haber sido muchísimo más cruel. 

Para recuperarme del horror me lancé a leer El Gatopardo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa. Estoy convencida de que ya había leído esta novela hace unos treinta años o así pero no recordaba nada y al volver a ella me he dado cuenta de que aunque la leyera con veintipocos es imposible que me gustara, que la entendiera o que me impactara como lo ha hecho ahora. Por eso la olvidé. 

En esta ocasión me he sumergido en la historia, entendiendo como se siente el final de una época, de la tuya, que es algo por lo que todos pasamos o vamos a pasar aunque no haya una revolución o un hecho traumático. Según avanzamos por la vida todo aquello que habíamos aprendido y entre lo que habíamos vivido empieza a difuminarse, a desdibujarse,  y tenemos dos opciones o, quizá, tres: empeñarnos en mantener lo "nuestro" oponiéndonos a lo nuevo, adoptar todo lo nuevo despreciando lo antiguo como algo no válido sin darnos cuenta de que eso también pasará y nos habremos quedado sin referentes o, hacer como el Gatopardo, no hacer nada. El príncipe de Salina es dolorosamente consciente de que su tiempo pasó y lo único que intenta es que algo de lo suyo, algo de lo que lo hizo a él, de lo que lo conformó, pase a su hijos, a los que vienen detrás. Nunca será todo pero mejor algo, una sombra, que nada. 

Sobre la altura de la escritura de Lampedusa no voy a decir nada porque hay miles de cosas más sesudas e interesantes que loque yo pueda escribir, pero sé que el personaje del Gatopardo no se me va a olvidar nunca. (Ya sé que me olvidó una vez, pero aquel no era el momento de entenderlo). Ahora ya, llevo para siempre pegado en mi memoria, al príncipe, sus palacios, el ambiente árido de Sicilia, su decadencia. Lampedusa consigue sumergir al lector en el final de algo, retratando a la perfección el poso de nostalgia que provoca el haber conocido algo en su máximo esplendor, llameando con fulgor y ver luego, poco a poco, como se va a apagando hasta extinguirse. Se acaba una época y nos acabamos nosotros y podemos resistirnos y tratar de ignorarlo o asumirlo y presenciarlo con plena consciencia como hace el príncipe. 

«Tengo setenta y tres años, aproximadamente habré vivido, vivido, un total de dos...o a lo sumo tres años. "¿Cuántos habrán sido los años de dolor, de tedio?" El cálculo era fácil; todo el resto: setenta años»

El libro me gustó tantítisimo que después de terminarlo vi la película con un Burt Lancaster espectacular y escenas clavadas palabra por palabra a la novela y escuché el episodio de Un libro, una hora de Antonio Asensio. 

Leed El Gatopardo, haced el favor. 

De Sicilia salté a Londres con Como cambia el mar de Elizabeth Jane Howard, novela de la autora inglesa que Siruela ha decidido publicar, con buen criterio de marketing, tras el éxito de la saga de los Cazalet. Esto no son los Cazalet, no vayáis a por este novela pensando en arrebujaros en vuestra butaca y sumergiros en historietas familiares porque aquí no hay nada de eso. Como cambia el mar es una novela muchísimo más introspectiva que gira en torno a cuatro personajes que pasan una temporada viviendo juntos y la historia está contada alternativamente desde cada uno de los puntos de vista de los personajes. El problema fundamental de la novela es que de los cuatro, hay tres que son incomprensibles para el lector y uno odioso. Howard es una maestra relatando detalles minuciosos de las acciones o pensamientos de sus personajes: las cenas de los Cazalet, sus problemas con la ropa, las flores, los libros, los regalos, las pequeñas minucias del día a día, pero aquí esas minucias, que también están, aparecen envueltas en una especie de "intensismo" que resulta cansino y, a veces, soporífero. El mejor personaje de la novela, Alberta, la jovencita que llega del campo es con mucho lo único que da brillo, interés y vida a los demás protagonistas y a la novela en general y en cuanto ella no aparece, la novela se apaga sin remedio. 

¿Es Como cambia el mar una mala novela? No. ¿Merece la pena su lectura? Pues tampoco. ¿Gustará al que haya leído Las crónicas de los Cazalet? No. 

«No lo sé. [Mi padre] dice que la experiencia es como la comida y que, si el organismo funciona bien, utiliza una parte de ella para nutrirse y debe eliminar el resto. Dice que la mayoría de las personas infelices son aquellas que no puedes deshacerse de las experiencias inservibles.»

El éxito de Pamplona me trajo muchos seguidores nuevos y entre ellos Marina, que en Instagram recomienda lecturas casi todos los días. Le gustó el despelleje, hablamos y en dos minutos nos habíamos recomendado libros mutuamente. Me recomendó Secretos de Mara Mahía y, sin dudarlo, lo compré y fue un acierto absoluto fiarme de su criterio. 

Me ha gustado muchísimo y lo leí del tirón. ¿Qué cuenta Secretos? La historia a retazos de la familia de la autora o de la narradora. Esas historias, esos cuentos y relatos que en todas las familias están ahí y de los que muchas veces no se habla o se habla solo a medias. Esas historias son el sustrato, la red sobre la que se construyen las relaciones familiares, los afectos, los odios, los olvidos y los rencores. Aquí se construyen a partir de la figura central de la madre de la narradora, a partir de los cuentos que, de niños, les contaba a la narradora y a su hermano y de los que, de mayores, tienen que empezar a separar la fantasía y el adorno de la realidad. La niña Leonor, la tía desaparecida, el abuelo muerto, el misterioso hombre del acordeón. Tíos, abuelos, primos, hermanos, el pueblo, el bar, la civilización que conforma la vida de cada uno de nosotros porque aunque haya vida más allá de esos márgenes lo que nos afecta está dentro de esos límites, dentro de la familia y el entorno.  

Mara Mahía tiene un estilo de escritura que definiría como certero: no le sobra ni le falta nada, siempre la palabra justa, el tono perfecto y la expresión personal de un concepto, de una idea, de un sentimiento que, sin embargo, el lector entiende a la perfección como si fuera una expresión universal porque entiende lo que Mahía explica, lo que refleja o porque quizá lo ha sentido. 

Secretos de Mara Mahía me ha gustado muchísimo y os lo recomiendo hasta el infinito. Corred a leerlo. Si además lo compráis en la web de la editorial os lo mandan en un paquete precioso con una carta personalizada. No sé qué más queréis. 

«Me di cuenta de que eso era lo que nos unía, lo que nos salvaba, era nuestra fuerza de gravedad. Esos secretos eran precisamente lo que nos mantenían con los pies en la tierra, pegados unos a otros, juntos y revueltos, como raíces profundas y retorcidas. Nuestra fuerza residía precisamente ahí, en el peso inmensurable de nuestros secretos.» 

Andaba yo pensando que Mahía retrata muy bien, además, el cambio de la relación con tu madre desde que eres una niña hasta que eres una adulta, como cambia por completo el peso de la relación y sientes que el eje de equilibrio ya no es ella, eres tú. Es una transición extraña, incómoda muchas veces, compleja que ilumina unas facetas de tu madre y oscurece otras, no necesariamente las que ella y tú queréis. 

Le daba vueltas a esto, ahora que mis hijas son mayores y estoy encerrada con mi madre, cuando llegó a mi buzón, (gracias, Juan) Una mujer de Annie Ernaux. Un libro que cuenta una historia muy parecida a la de Mahía pero más trágica. La madre de Ernaux muere y la autora francesa traza un círculo perfecto partiendo desde el día de su muerte: «Mi madre murió el lunes 7 de abril en la residencia de ancianos del hospital de Pontoise donde la había ingresado dos años antes.» recorriendo toda su vida,  hasta el final absoluto, cuando te das cuenta de que ya nunca más, ni aunque vivieras mil años volverás a ver a tu madre. 

«Ya no volveré a oír su voz. Es ella, con sus palabras, sus manos, sus gestos, su manera de reír y caminar , la que unía a la mujer que soy con la niña que fui. Perdí el último nexo con el mundo del que salí.»

Ese círculo perfecto que traza Ernaux está lleno de dolor por la ausencia pero también de dolor causado por la frustración que provoca la consciencia de que nunca comprenderemos a nuestras madres. Es imposible verlas como mujeres como nosotras, como niñas, como chicas jóvenes, nuestro juicio sobre ellas está siempre sesgado por nuestra relación con ellas. Cuando nos empeñamos en entenderlas, cuando lo intentamos conseguimos alcanzarlas solo hasta un límite, uno que quizás ellas no quieran que veamos o que nosotros no queremos ver. Además, el reconocimiento de los errores o fallos de nuestras madres casi nunca resultan satisfactorios porque nos enfrentan a los nuestros propios. ¿Qué sabemos de nuestros padres? Casi nada, son siempre desconocidos porque, para los hijos, es imposible librarse del peso de la dependencia, de la infancia para bien o para mal. 

«Su imagen tiende a volver a ser la que, creo, tenía de ella cuando era pequeña, una sombra grande y blanca por encima de mí.»

Dándole vueltas a estos dos libros, he recordado otro sobre hijas y madres que leí en 2019, que me encantó y que he recomendado, creo que con poco éxito, hasta el infinito: Fugitiva y Reina de Violaine Huisman. Otro relato profundo y doloroso provocado por el deseo de entender a una madre cuando ya es demasiado tarde, porque siempre es demasiado tarde. La lucidez con respecto a nuestros padres llega siempre cuando no se puede hacer uso de ella. 

«Quizá sea algo característico de la relación con nuestros padres: la sensación de que se debería alcanzar alguna meta, luego la constatación de lo que inevitablemente es esa meta, para volver a centrar la atención en el aquí y ahora. A lo que está sólo aquí». (Mi madre. Richard Ford)

He pensado también en como la relación con la madre es algo sobre lo que escriben muchas mujeres y pocos hombres o yo conozco pocos. Ahora mismo se me ocurre Sobre mi madre de Richard Ford o Una historia de amor y oscuridad de Amos Oz. que, por supuesto, recomiendo muchísimo. 

Y con esta reflexión quizás un poco deprimente y un viento espeluznante soplando fuera de mi ventana, hasta los encadenados de febrero que espero sean más alegres y que durante el mes apenas pase nada, solo mi cumpleaños.  



jueves, 28 de enero de 2021

Trece años de Cosas que (me) pasan

Bebo champagne cuando estoy contenta y cuando estoy triste. A veces, cuando estoy sola. Cuando estoy con amigos lo considero obligatorio. Tomo una copa o dos si estoy tranquila, y lo bebo si estoy agobiada. Aparte de eso, no lo toco nunca. Sólo si tengo sed. 

                        Lilly Bollinger

El problema de crear ocasiones especiales, darles un significado y celebrarlas, es que llega un momento, cuando pasan muchos años o cuando eres el único que conoce esa ocasión, en que no sabes muy bien qué celebras ni porqué lo celebras. Semanas o días antes te das cuenta de que se acerca esa fecha una vez más. "Algo tendré que hacer pero ya lo pensaré mañana". Alargas el mañana todo lo que puedes pero en ningún mañana se te ocurre nada y piensas "bueno, hay tiempo de sobra, siempre se me ocurre algo". Cuando atraviesas ese supuesto tiempo de sobra, descubres que no es un lugar plácido. No es para nada una pradera verde y suave en la que las ideas brotan como flores que puedes ir recogiendo para hacer un ramillete que se convertirá en un post digno de la celebración del acontecimiento. No, tu tiempo de sobra se parece mucho más a una calle gris llena de edificios ruinosos y con basura volando delante de ti: cazas un trozo de periódico que parece prometedor y descubres que es algo que a nadie le interesa, ves una lata de refresco y te recuerda a algo pero resulta que sobre eso ya escribiste, ¿y esa planta mustia que hay ahí? Es de plástico no sirve. Recorres tu "tiempo de sobra" intentando encontrar algún resquicio de inspiración y no hay nada de nada. Lo único que hay es eco.

Al final del tiempo de sobra, al borde del precipicio hay dos carteles, uno que dice «Abandona, nadie recuerda esa ocasión, nadie lo va a echar de menos, a nadie le importa ni siquiera a ti. ¿Qué más da? No hagas nada, no escribas nada. ¿Qué puede pasar? Prueba. A lo mejor te llevas la sorpresa y la gente reclama la celebración. O quizás, seguramente, no ocurra nada y podrás liberarte para siempre.» Lo lees una vez y dos y tres. Todavía procesándolo y acariciando la tentación de rendirte, te giras y lees el otro cartel.  Es menos luminoso, menos atractivo:  «Escribe lo que sea, lo que te salga porque, al fin y al cabo, ¿no estás celebrando que llevas trece años escribiendo las cosas que (te) pasan y que no le importan a nadie? Trece años son muchísimos, mira hacia atrás. ¿Cuántos se han quedado en el camino? ¿Cuántos quedan? ¿Cuántos siguieron el camino del cartel luminoso? No te vengas arriba porque no tienes un mérito especial pero coño, haz algo para celebrarlo, para que quede escrito. Lo mismo es la última vez, lo mismo no llegas al catorce.» 

Decides adentrarte en ese sendero y escribir lo que sea. Quizás algún día deberías girarte y ver que detrás del cartel viene escrito: camino de las obligaciones autoimpuestas. 

Trece años de blog, jamás pensé que llegaría hasta aquí. Hay que celebrarlo como se pueda, por si acaso. 

 Felicidades a todos y gracias. 

miércoles, 20 de enero de 2021

Llámalo TAE, llámalo sentirse a salvo

En una Novela natural de Georgy Gospodinov, el autor habla de hacer una lista de cosas que ahuyentan la tristeza. Hablaba de una tristeza concreta, de la suya y de las cosas que le valen a él. Ahora vivimos en una época triste, no vamos a engañarnos, no es un momento para estar feliz, ni espídico, ni exultante, como mucho puedes estar aliviado si eres uno de los agraciados con la vacuna o si tú y tu familia seguís teniendo trabajo. Todos estamos tristones y si nos preguntaran que nos haría estarlo menos diríamos: ¡la vacuna! ¡que se acabe la pandemia! ¡que nuestros políticos supieran gestionar y no fueran una panda de cretinos compitiendo por quién lo es más! Luego hay otras cosas que creemos que nos harían estar menos tristes: ¡que me toque la lotería! ¡dar la vuelta al mundo! ¡encontrar pareja!  En esta lista hay cosas que a priori tienen pinta de ser perfectas para acabar con la tristeza pero que con el tiempo y experiencia descubres que quizás pueden no ser tan efectivas. 

Al tema. ¿Qué hace que mi tristeza huya a un rincón? La lluvia. Cuando, como hoy, se levanta un día gris muy oscuro con la nubes cubriéndolo todo y no para de llover estoy más feliz. Consulto la previsión del tiempo para saber si lloverá o no, si el cielo estára cubierto y pulso con miedo el botón de "previsión para quince días", cuando veo un par de dias grises, cruzando los dedos para que la racha dure. Sé que es raro, sé que mucha gente dirá: eso es porque no tienes que salir de casa, si tuvieras que coger aceituna en La Mancha no te gustaría tanto. Correcto y si fuera rubia y me llamara Lotta sería danesa. Que mi tristeza huya cuando llueve, cuando los días son grises, cuando hay niebla no quiere decir que yo sea imbécil, que no digo que no lo sea, pero no por eso. 

Los días cortos también ahuyentan mi tristeza. El domingo de octubre después del cambio de hora, del cambio bueno, me levanto feliz, energética, contentísima ante la perspectiva de los meses que me quedan por delante con los días más cortos, con las noches más largas, con las tardes en casa con las luces encendidas viendo la calle oscurecerse. Me encanta que se haga de noche pronto porque eso, por alguna razón, termina con la necesidad de salir de casa, de hacer cosas, si es de noche hay que recogerse como decían nuestros abuelos. ¿Dónde vas a estar mejor que en casa? "Si en vez de casa tuvieras un sitio mugriento en el que vivir preferirías los días largos". ¿Y si no tuvieras casa?" ¿Y si trabajaras en la calle?" Y si tuviera plumas sería Caponata. 

Le he estado dando vueltas y creo que prefiero la lluvia, el invierno, la oscuridad y el frío porque me meten en mí. Si llueve, si hay niebla, si es de noche pronto no puedes hacer grandes planes ni reales ni mentales, ya lo pensarás cuando deje de llover. Lo más inteligente, la respuesta evolutiva correcta es hibernar, descansar tanto física como sobre todo mentalmente. No hay luz, no veo lo que hay más allá, lo que está por venir y así no me agobio. No sé explicarlo mejor pero sé que es así. 

Ni soy Lotta, ni soy Caponata, ni estoy loca por preferir la lluvia, el frío, la noche y el invierno. Leyendo por ahí he descubierto que lo que a mí me pasa se llama TEA inverso, trastorno afectivo estacional inverso. Está bien ponerle nombre a las cosas pero llamarlo trastorno no me convence, para mí no es un trastorno, es simplemente una querencia. 

Estos días me siento a salvo.