El mes de noviembre, como todos los meses impares (menos julio) es de solterismo. El solterismo es un estado vital que me sumerge en un ritmo de vida en el que no descanso y en el que, por alguna razón, que no consigo entender, leo menos. O no. No sé, el caso es que en noviembre sólo he leído dos libros. Dos libros maravillosos y de dos autores que me encantan.
Francamente Frank, de Richard Ford. Este libro tiene una historia y como bloguera vuestra que soy, voy a contarla. A mí, internet, la red, los blogs, twitter solo me han traído cosas buenas. Una de esas cosas buenas ha sido la inmensa cantidad de gente que he conocido y que se han hecho amigos, gente cercana con la que hablar, reírme, quedar, hablar de libros y de mil cosas más y que, muchas veces, me demuestran su aprecio hacia mí haciendo cosas que me dejan sin palabras. Cuando Teresa Valdés-Solís me mandó un mensaje para preguntarme qué libro de Richard Ford quería tener dedicado me eché a reír y le dije: estás loca.
No sólo no estaba loca sino que movió todos sus contactos en Oviedo para conseguirme este libro dedicado por Richard Ford para mí.
Lo importante de los libros es su contenido pero tener un ejemplar dedicado especialmente para ti por uno de los autores que más admiras es una experiencia maravillosa y ese libro ocupa un lugar especial en mi estantería. Si además el libro te reencuentra con un personaje, que te lleva acompañando casi 10 años, su lectura se convierte en un lugar acogedor, en una especia de volver a casa, de encontrar tu sitio, tu hueco en los cojines del sofá, tu taza de café, tu almohada.
Ford nos lleva otra vez a la vida de Frank Bascombe que ahora tiene ya 68 años, está jubilado y ha vendido su casa de la playa. Todo lo que se cuenta ocurre semanas después de que el huracán Sandy arrasasara la costa de Nueva Jersey. El libro lo componen cuatro relatos que suceden en unos pocos días pero que aparte de tener a Frank como protagonista y narrador no guardan relación entre sí.
Al terminar de leerlo y mientras escribía sobre él en mi cuaderno de lecturas pensé que, quizás, los relatos sí que tenían un nexo común y es que todos tratan del peso del pasado en nuestras vidas, en nuestro presente. No es solo que lo que hayamos hecho, pensado, decidido, amado, dejado o no, nos haga quienes somos y nos haya llevado hasta donde estamos, es que el pasado es como una goma que estiras y estiras y estiras y, a veces, en algunos momentos se suela de su anclaje en el antes y a toda velocidad viaja hasta tu presente y te golpea en la cara volviéndose tu ahora y obligándote a lidiar con ello aunque no quieras.
Eso es lo que le ocurre a Frank en estos cuatro relatos. Se me había olvidado como es de egoísta y de introspectivo, como es capaz de ignorar casi por completo lo que les ocurre a los demás centrándose únicamente en sí mismo. Es fascinante como Ford ha creado un personaje tan redondo, tan complejo y con tantos ángulos, cuesta creer que no sea una persona real, que no sea él. Es inmenso en su normalidad, en su cotidianidad.
"Yo no creo en eso desde luego. La mayor parte de las cosas que no nos matan en el acto nos matan después".
"No hay necesidad de tocar, besar, abrazar. Pero lo hago de todos modos. Es nuestro último fetiche. El amor no es otra cosa al fin y al cabo, que una interminable serie de actos individuales".
"Porque no hay una forma adecuada de planificar la vida ni tampoco de vivirla: sólo un montón de formas inadecuadas".
"Los errores son errores mucho antes de que los cometamos".
No digas noche, de Amos Oz. Compré este libro en la Feria del Libro Antiguo porque si veo algo de Oz tengo que comprarlo. Es un escritor que me fascina. Me fascina lo que escribe, sus personajes, sus historias que transcurren en un espacio, Israel, que me es completamente ajeno y extraño y me fascina él. Su cara, sus arrugas, su historia, su mirada, sus ideas, las entrevistas, sus ensayos. Un hombre fantástico frente al que me quedaría paralizada y sin habla.
Reconocería cualquiera de sus libros aún sin ver su nombre en la portada. Es empezar a leer y entrar en un ritmo, en una cadencia de palabras, en un estado de ánimo, un estado vital tan real que noto el polvo del desierto de Israel, el calor y también el desasosiego de los personajes.
No digas noche cuenta la historia de una pareja, de Teo y Noa. Una pareja que se construye como todas, con mucho empuje y brío al principio, como se construye la ciudad en la que transcurre todo, Tel Keider y que es, creo yo, el tercer personaje de la novela.
Las relaciones surgen de la nada como esa ciudad construida comiéndole terreno al desierto. Al principio se hace con grandes planes, teniendo en mente un ideal y luego, cuando uno la ve terminada y se pone a vivir en ella se da cuenta de que no se ajusta exactamente a lo que proyectó. No tiene porqué ser peor pero es distinto. Habitas esa relación, esa ciudad, esa casa acostumbrándote a ella, la vas haciendo tuya y luego las cosas empiezan a estropearse por el uso. Pequeños detalles que pueden no ser importantes pero que pueden enfadar y que hay que ir reparando. En esas reparaciones de la casa, de la habitación que supone la pareja uno puede hacerse daño o herir al otro, pero puede también que el arreglo, el reajuste sirva para seguir adelante.
No digas noche va de todo esto. De las relaciones y de su continuo reajuste, siempre hay que estar afinando y calibrando. Al que se deja ir y se despreocupa se le cae la casa encima.
"Tú eres una persona a la que le gusta resumir. No me resumas aún".
Esa frase resume el estado en el que las relaciones dejan de repararse para simplemente convivir con el declive, con los desconchones, esperando que aguanten hasta el final o que, poco a poco, derrumben todo.
"Aquellos que no se entusiasman con nada se enfrían y comienzan a morirse. Hay que empezar a desear de verdad. Coger la vida con las dos manos para que no se escape, si es que comprendéis lo que quiero decir. Si no, todo está perdido".
Leed a Ford y a Oz, dos hombres fantásticos.