Tienes dos años y tu madre acaba de acomodarte en el “corralito”. Te deja
allí sentada, con tu vestidito blanco, al sol de marzo que entra por la terraza
y entre todos los juguetes que deja a tu alrededor para entretenerte, no se
sabe si a propósito o por descuido, deja un catálogo, una revista de brillantes
páginas de colores. Se va a atender a tu hermano de un año y cuando vuelve al
cabo de un rato alertada por la falta de ruido, te encuentra sentada con la
revista en las piernas, pasando las páginas hacia delante y hacia atrás.
Estás en la guardería, llevas un pichi gris. Polo, jersey y calcetines
rojos. “Sit down in the yellow line”. Unas cartas maravillosas, mágicas,
aparecen en las manos de tu profesora. “Mi mamá me mima. Yo mimo a mi mamá”.
Estás harta de esas frases y quieres pasar a las siguientes, quieres ver el
resto de las cartas, aprender el resto del juego para poder conocer todas las
letras, saber todas las palabras.
Estás en casa de tus abuelos, en la pared hay cuadros de caballos, crees
que pintados por una de las hermanas de tu abuela que era una maravillosa
pintora. Tus tíos se afanan en conseguir que lo logres. Te sientan en medio de
la habitación, se ponen muy serios.
- Repite despacio. Ca
- Ca.
- Ba.
- Ba.
-Llo.
- Llo.
- ¡Bien! Ahora seguido caballo.
- Callabo.
- Vamos Moli...con lo bien que lees..¿no lo ves aquí escrito?
-Callabo.
Tienes 7 años, es tu cumpleaños y tu madre te regala el primer libro que le
regalaron a ella. “Celia lo que dice”. Un libro de mayores. Lo coges y lo
devoras, ese y toda la colección. Nunca te gustó Celia, no se parece a ti, no
tiene nada que ver contigo. Tu eres responsable, preocupona y nada
traviesa...pero eso da igual, te encantan sus libros. Lees Los Cinco, y los
Hollister, y elige tu propia aventura y todos los Asterix.
Tienes 9 años. Lees tan bien que te eligen para hacer de narrador de El
Gato con Botas. Tu madre te hace un chaleco, un sombrero y unas calzas de tela
de sofá. Pareces un juglar y te da mucha vergüenza pero lo haces fenomenal. Tus
padres compran una casa nueva en Los Molinos, la primera noche estás tan fuera
de lugar y tan asustada porque entren bichos por la ventana que la pasas
leyendo todos los cuentos que los anteriores inquilinos han dejado en la casa. Alguien
te regala “Konrad el niño que salió de una lata de conserva”.
Tienes 12 años y tu madre harta de que la acoses con “no tengo nada que
leer” te da una novela vieja, viejísima, con el papel marrón áspero. Un papel
que no has visto nunca y no se parece al de tus otros libros, “Río Perdido” de Zane Grey. El oeste, vaqueros, indios,
vacas, ganaderos malvados, damiselas e historias de amor. Leiste todos los que
había en casa de tus abuelos, la estantería completa uno detrás de otro.
Lees compulsivamente, a cualquier hora en cualquier sitio. Quieres leerlo
todo, así que vas a las estantería de tu casa y como ya tienes 15 años no
preguntas. Vas cogiendo aleatoriamente o eso te crees tú, todavía no sabes que
los libros te eligen. Lees “El amante de Lady Chaterley”, “Cien años de
soledad”, “Conversación en la catedral”, "Guerra y Paz", "Éxodo", "La colmena, la serie completa de “Los Reyes
Malditos”, los “Episodios Nacionales contemporáneos”. Lo lees todo.
Tienes 21 años y le regalas a tu hermano pequeño “Konrad el niño que salió
de una lata de conservas” y le escribes una dedicatoria.
Tienes 24 años, lees y empiezas a apuntar los libros que lees en un
cuaderno que acarreas a todos lados. Sólo los títulos. En la última página
escribes los libros que te gustaría leer. No lo haces con orden y muchas veces
olvidas hacerlo. No es sistemático.
Tienes 28 años. Le regalas al Ingeniero todos los libros que has ido
leyendo en tu vida y que crees que le gustarán. La mayoría de ellos le gustan.
Tienes 32 años, una casa nueva, y dos hijas. Un día de diciembre, sin
pensarlo, siguiendo un impulso compras un precioso cuaderno rayado con una
ilustración japonesa con el firme propósito de a partir de enero empezar a
llevar un registro exhaustivo de lo que lees. En enero de 2006, con tu
caligrafía de colegio de monjas e intentando no tachar, lo empiezas con un
libro de Wallander. Ese mismo año, coges tu ejemplar de “Todo cuanto amé”
y te plantas a que Siri Hustdvedt te lo dedique ante la atónita mirada de Pedro
Almodóvar, ni siquiera sabes cómo eres capaz de articular palabra.
Tienes 33 años, te vas de viaje a Berlín pero por listos perdéis el avión.
Volvéis a Madrid a hacer tiempo y en un mercadillo de libros usados, El
Ingeniero decide comprar “Berlín. La caída: 1945
” para leer algo sobre la ciudad a la
que váis a intentar llegar en otro avión por la tarde. Llegaís y te enamoras de
la ciudad. Al volver, sólo quieres leer cosas sobre Berlín...lo lees todo, lo
que sea sobre Berlín y la II Guerra Mundial: Stalingrado, ,Berlín. La caída: 1945
, Stalingrado (Biblioteca Antony Beevor)
, Una mujer en Berlín
...todo.
Tienes 36 años y tienes un blog desde hace un año. En un rapto de
inspiración te das cuenta de que los libros que has leído en enero y febrero
estaban extrañamente “encadenados”, en cada uno has encontrado algo: un nombre,
un lugar, una situación o una sensación que lo enganchaba con el anterior y
decides empezar a escribir sobre lo que lees en el blog y lo llamas “Libros
encadenados”
Tienes 37 años y charlas con P sobre libros y la II Guerra Mundial. “Moli,
tienes que leer Maus”. Lo apuntas en tu lista de libros que quieres leer. Al
acercarse tu cumpleaños, Juan te llama y te pregunta qué quieres. “Quiero que
me regales Maus”.
Tienes 38 años, lees Maus
pocos días después de tu cumpleaños. Fascinada,
impresionada y cautivada. Te encanta. Escribes sobre él en tu cuaderno el 23
de febrero de 2011. Al terminar el mes, escribes tus libros encadenadoscon una entusiasta recomendación para que todo el mundo lo lea. Hablas sin
cesar de Maus, lo recomiendas, lo regalas, lo relees.
Alguien lee tu recomendación. Alguien que no te conoce y que tú ni siquiera
sabes que existe decide conocerte porque has leído Maus y has escrito sobre
ello.
“...por qué no lo leía y por qué empecé a leerlo”...pone en el mail de ese alguien.
Sentada en tu mesa de comedor, en pijama, con tu pluma y tu cuaderno
japonés, no lo sabías...pero ese día leer te cambió la vida.