
Hace un tiempo, muchísimos años antes de empezar este blog, me imaginaba a veces sentándome delante de unas hojas en blanco y escribiendo un libro, una historia. Intentaba visualizarme en ese acto creativo y no lo conseguía. Sabía que no sería capaz de escribir nada decente. No podría inventarme una historia. No me la creería.
Años después compré un cuaderno normal. Negro, con una espiral blanca, tamaño cuartilla y empecé a escribir como si me fuera la vida en ello. Y en cierta manera me iba. Fue una época muy chunga y no hablaba con nadie. No quería hablar con nadie. Me recuerdo paseando, leyendo, conduciendo y pasando muchísimo tiempo sola sin hablar con nadie. No es que no tuviera nada que decir...es que tenía tanto que no era capaz de verbalizarlo. Y además me daba vergüenza. Era una tetera andante...todo el día con la cabeza hirviendo de ideas y de pensamientos laterales. Aquello empezaba a ser complicado de gestionar así que probé a escribirlo.
Compré el cuaderno y me puse a escribir. Cuando me apetecía, cuando era una pura necesidad física y escribía sin ningún tipo de control…sólo lo que me salía…todo. Sin filtros, sin vergüenza, sin releer. Páginas y páginas de letra pequeña apretujada. De esa época vienen todas mis costumbres
para escribir.
Un día, mi cabeza dejó de hervir y esa necesidad se acabó. Sé perfectamente qué día fue y qué estaba haciendo. Cerré el cuaderno y lo guardé en un cajón.
Dejé de escribir tan abruptamente como había empezado.
Cuando aterricé en mi casa después del viaje de fin de novios, el ingeniero trajo un día uno de sus innumerables cuadernos, libretas y demás...y me dijo: vamos a dejar este cuaderno aquí encima, en la mesa de delante del sofá. Apuntaremos las cosas que hacemos, los viajes, lo que nos gusta...lo que sea que nos apetezca.
Me pareció buena idea, extraña viniendo de él, pero parecía una idea chula. Y ahí sigue ese cuaderno...bueno, el mismo no...hemos llenado ya 4. Es una especie de diario familiar...a veces escribimos todos los días, otras veces pueden pasar meses. Hay de todo: recetas, tarjetas de restaurantes que nos han gustado, poesías de laz princezaz, están pegadas las pulseras de recién nacidas de las niñas, las malas noticias, los libros que lee el ingeniero, el primer día que vino el ratón Perez…de todo un poco. Ahí escribo cuando me apetece o cuando pasa algo que creo que a laz princezaz les gustará leer de mayores. Siempre con bolígrafo, el que sea...el que pille por ahí. El cuaderno está encima de la mesa y cualquiera que venga a casa puede leerlo o incluso escribir si le apetece…es público, casi como si fuera un blog.
A finales del 2005, nos cambiamos de casa, andaba como un pulpo en un garaje, una mudanza, dos bebés, la baja maternal...todo un mundo de glamour y realización personal. Entre toda esa vorágine yo seguía leyendo muchísimo, como siempre y en algún momento se me ocurrió comprarme un cuaderno y hacer una especie de diario de lecturas.
Escogí el cuaderno exacto y en enero de 2006 lo empecé. Recuerdo perfectamente el día: una noche, laz princezaz acostadas, el ingeniero no estaba, cogí el cuaderno, la pluma y la tinta roja y me senté en la mesa del comedor a escribir. Primer libro apuntado: El retorno del profesor de baile de Henning Mankell. La fecha en que lo había terminado, el título y a continuación mi opinión personal sobre el libro.
Empecé intentando mantener buena letra y esas cosas…como cuando era pequeña y empezaba los deberes. Buena letra y no precipitarme. Por supuesto no he conseguido ninguna de las dos cosas. Sigo haciendo lo mismo, escribiendo sobre un libro cuando termino de leerlo. A veces tengo tantas cosas que decir que empiezo a escribir y me embalo porque mi cabeza va mucho más deprisa que mi mano y además formulo mentalmente la sensación mucho mejor de lo que soy capaz de escribirlo. Escribo sobre el libro y copio párrafos que me hayan llamado la atención. Al contrario de lo que me pasa en el blog, no pierdo tiempo ni espacio escribiendo sobre los que no me han gustado. En mi cuaderno no hay despellejes, solo breves anotaciones despectivas: “una mierda” “Una pérdida de tiempo” “de vergüenza ajena”...cosas así. Sobre los que me gustan hay páginas y páginas aunque no consigo transmitir de verdad el entusiasmo. Se me da mejor en persona, soy más vehemente, más expresiva, las manos y los ojos me sirven para transmitir entusiasmo...por escrito no me sale. Este cuaderno no lo ha leído nadie..pero se lo dejaría ver a cualquiera que tuviera interés.
Escribo cartas que no envío. No mails, cartas. Esas no van en cuaderno, van en hojas arrancadas de un cuaderno. Con la fecha en la que las empiezo y luego párrafo y más párrafos. Las cartas son lo más parecido a mi cuaderno de hace años. Las empiezo en un momento, por algún acontecimiento que me empuja a ello y lleno hojas y hojas…sin pensar, sin releer, sólo escribo lo que sale. Escribo hasta que me he vaciado. Cierro la pluma. Doblo las hojas y las guardo. Las releo tiempo después y alucino.
En enero de 2008 empecé este blog…pero eso ya lo conté
aquí. ¿A qué viene toda esta morralla?
Pues porque a pesar de que me paso el día escribiendo, yo no sé escribir. Este post es un ejemplo claro. Yo quería contar porqué considero que no sé me da bien escribir y llevo 4 párrafos desbarrando sin control y lo que es peor, no voy a releerlo ni a reescribirlo. Me da igual, ha salido así. Y claro, eso no es un método, ni un estilo ni nada que se parezca a escritura decente.
No es que no me guste ni que me arrepienta de lo que escribo…sencillamente pienso que si eso mismo lo dijera otro, lo diría mejor. La parte buena es que no me frustro. ¿Podría hacerlo mejor? No creo. Esto es lo mejor que puedo hacerlo.
Sin embargo, cuando alguien me da a leer algo que ha escrito, un relato por ejemplo, lo leo atentamente y con toda mi desvergüenza de mala escritora, me permito el lujo de decir: creo que los tiempos verbales están mal, esta expresión es horrible, sinceramente creo que ese personaje es idiota y podrías eliminarlo o ¿de verdad has querido decir eso? Y además lo escribo en rojo y con letra clara, con un par.
No tengo vergüenza...pero lo hago porque sé que ese alguien es capaz de hacerlo mejor. A lo mejor nadie le ha dicho antes lo que estaba mal en su texto y si yo se lo señalo será capaz de hacerlo mejor.
En lo que yo escribo sé perfectamente qué es lo que está mal…pero es que no sé hacerlo mejor.
Eso sí…las cartas que escribo son acojonantes. Lástima que nadie las lea.