martes, 17 de enero de 2017

Una casa de Hopper

Hasta aquella noche no pensó que la casa dónde había vivido 4 años se parecía a las que aparecían en las  vistas ¿furtivas? ¿Imaginarias? de los cuadros de Hopper. 

Deseo poder volver a vivir allí. Se sintió extraña de sí misma, una sensación que nunca había tenido. Quería volver a esa casa, sintiéndose como cuando tenía veintiocho años pero sabiendo lo que sabe ahora.  

Desde la calle hay que recorrer un pequeño pasillo para llegar al portal, el edifico está retranqueado para poder tener un espacio que no llega a ser un jardín pero en el que cuando ella vivía allí había un gran árbol cuyas ramas llegaban hasta su piso. Ahora hay uno más pequeño, mucho más pequeño, que quizás tarde los ochenta años que su antecesor necesitó para alcanzar las alturas. 

El portal es pequeño y en el angosto hueco hexagonal de la escalera, en algún momento, se encajó un ascensor tan minúsculo que empujaba a abrazarse, a tocarse, a besarse.  En el descansillo de su piso, el cuarto, los suelos eran de losas hidráulicas y había dos enormes puertas verdes exactamente iguales. La suya era la izquierda. 

Su casa era gris. No un gris de tristeza y amargura, ni un gris de suciedad y paso del tiempo. No era un gris que desdibujara sino un gris que hacía reír, bailar y sentirse elegante. Así se sentía ella: elegante, feliz y con mucha suerte porque aquella casa le encantaba. Tenía un gran dormitorio con paredes, moqueta y ventanas grises. El gran ventanal de madera que se asomaba al árbol del jardín,  tenía delante un banco de madera en el que puso cojines para sentarse a leer. No lo hizo muchas veces porque aquella madera antigua ya no encajaba bien y dejaba pasar un viento helador. Pintaron el cabecero de su cama de amarillo violento y llenaron la estantería que tenía encima de libros que fueron comprando y regalándose mutuamente. Ella necesitaba subirse encima del cabecero para alcanzar el último hueco, allí solo guardaba libros que ya había leído pero por alguna razón siempre parecía tener motivo para trepar a buscarlos. Los techos altos era otra de las cosas que le encantaban de aquel piso, tumbarse en la cama y ver el techo tan lejos, dejándole espacio para pensar sin interrumpirla, espacio para mirar sin tropezar. Le gustaba el tono de luz que con las cortinas, también amarillas, se filtraba en la habitación cuando estaban en la cama. Lo hacía todo fácil. 

El pasillo era largo y atravesaba la casa haciendo medianera con los inquilinos de la derecha, marcaba el límite de su espacio y terminaba en un salón también  grande y gris, con una viga metálica atravesándolo por la mitad, como si estuviera ensartado. Aquel pilar metálico parecía ser lo único que lo mantenía unido con el resto del edificio. A veces pensaba que podría hacerlo girar sobre esa viga y desplazarlo hacia fuera, sobrevolando el enorme patio de manzana al que se asomaban las ventanas del salón. 

Al fondo estaban el baño y la cocina. El suelo resplandecía con baldosas de un color rojo brillante contra el que chocaban los baldosines negros del baño y los blancos de la cocina. Todo tenía enormes ventanas al patio. 

Cuando desayunaba de pie, su tazón de cereales y su café con leche, antes de irse a trabajar veía la vida empezar en ese patio: los coches llegando al taller, las luces de las oficinas en el edificio lejano que ocupaba la otra punta del patio y las cuerdas de la ropa de tender ocupándose y desocupándose. 

En aquel patio había una academia de baile de salón. Cada mañana pensaba que debería fijarse por la noche, cuando estuviera preparando la cena, para ver qué tipo de gente acudía a ella.  Se acordó de aquella academia once años después, mirando su casa desde la calle, una noche cualquiera en la que volvió a pasar por delante y pensó en Hopper.   

Nunca vio a nadie entrar en aquella academia.


miércoles, 11 de enero de 2017

Breve y desesperado manual de adolescencia

Llega un momento en el que dudas si todo lo que has  tratado de enseñar a tus hijos durante un montón de años se ha esfumado por completo. De repente, te das cuenta de que en tu comunicación con tus hijos, te pasas la mayor parte del tiempo teniendo problemas de cobertura, hay interferencias en la línea y ruidos extraños que parecen impedir cualquier tipo de comunicación fluida. 

A fuerza de escuchar, observar, interpretar y anotar he conseguido una, por ahora, una breve guía de interpretación de frases, actitudes y miradas. 

Ya voy, ya voy. 

Con toda probabilidad bolas del desierto y el séptimo de caballería aparecerán por tu pasillo, antes de que tus hijos adolescentes encaminen sus pasos a tu encuentro. 

Si, en un ejercicio de paciencia suprema, decides quedarte quieto esperando a que vengan porque quieres creer que en algún momento se darán cuenta de que les estás esperando, buena suerte. La parte buena es que serás consciente de cómo te crece el pelo y las uñas.  

Un momento

Significa no pienso prestar atención a lo que me has pedido hasta que no hagas una imitación perfecta de la niña del exorcista y parezcas poseída. Es entonces y ni un segundo antes cuando te prestaré atención y te miraré en plan: pero ¿estás loca? 

A veces va seguido de un "tranquilízate" o un "cómo te pones". Descubres que estas dos expresiones en boca de tus hijos consiguen que entres en combustión.   

-¿Qué?

Este interrogante suele venir acompañado de un leve giro de cabeza con o sin subida de cejas y con o sin aleteo de pestañas que te deja vislumbrar esos ojos que conoces tan bien, los ojos de tu hija. Esa mirada puede distraerte del verdadero significado de esa palabra y qué es "Sé que has estado contándome algo y crees que te he escuchado pero no es así, no tengo ni idea de qué estabas diciendo". 

Solo me lo has dicho una vez.

Esta frase se activa cuando has pedido/preguntado algo una media de seis veces pero solo la última de ellas ha conseguido alcanzar su tímpano, activar el nervio auditivo y conseguir que su cerebro responda por que ha encontrado una ventana de disponibilidad para atender gracias a un leve despiste de sus hormonas. Por supuesto, les parece que escuchar una sola vez cualquier cosa no significa para nada que haya que reaccionar, para eso necesitas encontrar otra ventana de disponibilidad cerebral. 

Ya. Sí, claro.

Estás tres palabras las pronuncia la sabiduría suprema que tu hijo adolescente cree haber alcanzado por arte de magia y son la expresión de su opinión sobre lo que tú sabes. Resumiendo, "Ya, sí, claro" significa: "No tienes ni idea de lo que estás hablando".  

No.

Respuesta refleja a cualquier pregunta, sugerencia o petición. 

Es injusto.

Respuesta refleja a cualquier negativa adulta a toda pregunta, sugerencia o petición por su parte.  

Se han documentado casos de adolescentes que han sido capaces de sobrevivir a meses de conversación utilizando sólo "No" y "Es injusto". Algunos han batido incluso records de legendarios espías. 


Consejos:

Recuerda cómo eras con esa edad. Tu hijo es tan  irritante como lo eras  tú con esa edad. 

El No es poderoso. Es agotador y generador de tensiones en un primer momento pero hay que mantenerlo. No te rindas.

Busca paciencia en cualquier cajón, armario o bolsillo de unos pantalones que no te pones desde hace años. Compra paciencia en Amazon, en las rebajas y cuando se te agote recurre a la de tu pareja y tómate un descanso. 

Habla, habla y habla con ellos... aunque creas que no te escuchan, que no sirve. 

Mira fijamente fotos de cuando tenían 7 años. Desde ahí te miran sin dientes, despeinados y sonriendo sin perdonarte la vida y recuerda que ese niño sigue viviendo contigo pero está entregado a surfear su tobogán de hormonas y quiere hacerlo solo. Debes quedarte al lado, como cuando se tiraba en el tobogán, dejar que se lance y tener la mano al lado para cuando se caiga de bruces, porque se empeñará en tirarse de cabeza. 

Procura no decir: te lo dije.  

Grita mientras conduces para liberar tensión. 

Y en los buenos momentos, que los hay, disfruta todo lo que puedas, hazlos durar como sea. Con un poco de suerte y paciencia cada vez serán más numerosos... pero tomatelo con calma.

Ya, sí, claro.   


lunes, 9 de enero de 2017

Despelleje Globos de oro 2017


Dentro de 20 días este humilde blog cumplirá nueve años y hoy veo, tras repasar las fotos de la entrega de los Globos de Oro,  que mis sabios y siempre acertados consejos durante todos estos años no han servido de nada. Resumen del repaso de más de trescientas fotografías: todo mal. 

Un desastre.
Una catástrofe.
Un despropósito.

¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? 

Los colores muy muy feos, tan feos que no sabía que existían se han hecho con la alfombra roja. Supongo que un nuevo ataque de originalidad mal entendida ha arrasado en la mente de diseñadores y actrices.  

Quiero un vestido del mismo color que mi anodino tono de piel. Ajá. Buenísima idea. No se me ocurre nada menos favorecedor, ni siquiera un saco de basura metido por la cabeza. Aquí otra de exceso malva y candidata a premio "pechitos" 

Quiero un vestido del color de la funda de mi colchón, me recuerda a la faja de mi abuela. 

Me horroriza el vestido de Blake Lively. En mi mente calenturienta veo esos dorados como serpientes enrolladas en sus brazos que ella mantiene a raya con la pulseraza que lleva en la muñeca y que seguro que tiene poderes mágicos. El vestido me horripila pero estoy  muy a favor de su evolución a señora estupenda. Bien por ella.   

Anna Kendrick va vestida de visillo sucio de piso de alquiler en idealista que te hace decidirte a no alquilar ese piso ni aunque te lo regalen. Su expresión de alegría infinita confirma que no está muy contenta con su elección. No hay que fiarse de las fotos ni siquiera para elegir vestido. 

Me fascina la infinita capacidad de Wynona para ser anodina, para dar igual. Siempre. Por su pose podemos confirmar que ella es, como la mayoría de nosotras, una mujer que ya no sabe llevar vestidos de fiesta.  Muy fan de su cara "¿me puedo ir a casa?" 

Elsa va a lo Pedroche, en bolas. Por ahora, no he oído a nadie clamar contra la opresión machista que la ha obligado a ir a esa fiesta con ese vestido.  Sofía Vergara también va en bolas con aplicaciones de candelabro de Versalles. En su pose tampoco percibo mucha opresión patriarcal. Creo que está encantada porque ella lo vale.  Nicole Kidman  se suma a la moda opresora y va desnuda con un trapo transparente muy muy feo colgado de los hombros y despeluchado en los pies. Sorprendentemente en su cara veo satisfacción. A ver si vamos a tener que revisar esos argumentos de culpabilidad hacia los hombres cuando las mujeres eligen ponerse lo que les da la gana.  

Un hombre que no sabe llevar traje y al que es posible que la nuez le asomara por la nuca por lo apretado que lleva el cuello de la camisa. 

De rodillas para adorar a Anette Bening: ¡qué clase! ¡qué estilo! ¡qué vestido más chulo y que bien peinada va! A Warren me lo perdono. 

Gillian Anderson de princesa disney. Laura Dern de ilustración de libro de botánica del siglo XVIII y demasiado pelo. 

Keri Russel ha hecho el famoso "dámelo TODO": transparencias, estampado animal y volantes. Le falta una peineta. 

Ardo en deseos de ver Lalaland porque es un musical, porque sale Emma Stone y porque sale Ryan Gosling. Ya tengo escrito por aquí, que no sé si Ryan me gusta o no me gusta porque siempre que le miro tengo la sensación de que si desayunara con él, tras una noche de amor y sexo, me lo encontraría mirándome por encima de la taza de café exactamente con la mirada que tiene aquí. Una mirada que me haría pensar "no sé si le gusto mucho o planea secuestrarme". No me gusta el esmoquin que lleva pero hay que tener mucha clase para ponerse esos zapatos. 

Emma, Emma, Emma, mira que me gusta, mira que me cae bien pero ¿Qué es eso que te has puesto? ¿Por qué? Es tan feo, te queda tan mal, es tan cursi, tan lánguido, tan horrible que no consigo entender cómo alguien te ha dejado salir así de casa. ¿Ha sido Ryan? No te fíes.  

Evan Rachel Wood y su esmoquin con camisa de lazo, PERFECTA. 

Jeffrey Dean Morgan vestido como si saliera de su puesto de trabajo en una sucursal bancaria de Barcelona y sin cinturón. Muy mal.  

Kristen Wiig  de recortable. Me recuerda a mi niñez y esas tiras de papel que recortabas con formas geométricas para hacer guirnaldas. Si, algo que ya no se lleva, como el vestido de Kristen. 

Que alguien me explique qué promesa y a qué santo ha hecho que esta chica se ponga esta cosa.  Es también una guirnalda recortable, es amarilla, tiene apliques plateados, una extraña cinta negra atravesada y debajo lleva un corpiño negro. O es una promesa o una penitencia.  O un "a que no hay huevos". 

Reese de amarillo bien. Natalie de amarillo mal. ¿por qué esas manguitas que la hacen bracicorta? Y ni el peinado ni la sonrisa la favorecen. A lo mejor es que el anillo que lleva a presión en el índice le corta la circulación y mientras sonríe solo puede pensar en que van a tener que amputarle el dedo porque ya ha ido 3 veces al baño y no ha conseguido quitárselo. A lo mejor es eso. 

Otra de amarillo que no sabe qué hacer con su vida. Por ahora se dedica a posar como si se le estuviera descolgando la mandíbula mientras se le disloca la cadera. Derrocha naturalidad por todos sus poros. 

Kristen Bell haciendo de su "no tengo canalillo" virtud.  Jessica Biel compitiendo también por el premio autopista de 4 carriles con un vestido completamente incomprensible

¿Qué es esto?  Quiero saber quien es el campeón que consigue venderle esta cosa a alguien diciéndole "tengo justo el vestido que necesitas" y quiero saber cómo de desagraciada es tu vida para que lo compres y te lo pongas. 

Hugh Laurie haciendo un "soy un señor inglés y lo importante es mi inteligencia". No digo que no, pero a mí de Dr.House me ponía mucho y ahora mismo le miro y lo que me apetece es aprender a jugar al bridge. 

Sarah Jessica disfrazada de Catalina la Grande. Le sobra todo, tela, vuelo, mangas, trenza postizo y rictus.  Julia Louis Dreyfus muy muy elegante, si se peinara sería la bomba. 

¿Soy yo o Tom Ford tiene los ojos tan pequeños que casi están a punto de desaparecer?  Como siga poniendo esa cara de estar estreñido los va a perder definitivamente. 

Una cumbre de cursilería con uñas picudas. 

¿No me queda un poco grande? ¿no es un poco soso? Si, cariño, te voy a atar una cinta lila en la cintura y ya está. No, no está.  

Jamás pensé que diría esto pero  Heidi muy mal, fatal.  Parece que le ha pillado el toro y se ha pegado unas tiras de césped artificial encima de la toalla de piscina. 

Michelle Williams sigue empeñada en autoconsumirse. Cada vez es más minúscula, más chiquitita y lleva vestidos de muñequita de dar mucho miedo en casa de tu vecina loca. 

Ni una entrega de premios sin su reintepretación del socorrido disfraz de bolsa de basura. Siempre pienso lo mismo, ¿resbalarán? ¿pesarán mucho esos vestidos? ¿te engancharás en todas partes? ¿darán frío? 

Milo Ventimiglia con un bigote a lo magnum que no le favorece nada y el nudo de la pajarita mal hecho. Me gusta mucho más en su versión macarra en las Gilmore Girls.

No sé quien es Regina King pero su vestido de encimera de granito me fascina, le queda de lujo, es elegante y lo lleva con mucha clase. 

"Las mujeres se operan mucho",  jajajajajajaja. Tururú.  Sylvester y John deben estar alimentando por sí solos a 3 ó 4 generaciones de cirujanos plásticos en Hollywood.  Sus mujeres divinas y muchísimo más reales.  

Michael Shannon y todo lo que no hay que hacer si te pones traje.  Los niños de Stranger Things, sin embargo, están monísimos y demuestran más clase y saber estar que muchos de los hombres adultos. 

Felicity maravillosa. Bien el vestido pantalón, el pelo, el maquillaje y la sonrisa. Muy fan. 

No tengo palabras para esto de Lyly Collins. Me he quedado estupefacta. Solo se me ocurre coger un avión para estar a su lado cuando se despierte, entre en internet y se vea de verdad. Entonces podré  cogerle la manita y decirle "no te preocupes, se pasará, se pasará".  Cuando se haya repuesto del disgusto le propondré quemar esa cosa en el jardín mientras bebemos vino directamente de la botella. 

Visto lo visto, veo un nicho de mercado, hay que crear un servicio de "mejores amigos", alguien a quien puedas llamar en estas ocasiones para que te vea el vestido y te diga: "mira, si no fueras mi mejor amigo no te lo diría pero esa cosa es horrible, no puedes llevarla" y te salve de ser despellejado.  

martes, 3 de enero de 2017

Los hombres que sabían llevar traje


Hay dos tipos de hombres, los que saben llevar traje y los que simplemente se meten dentro.

Los hombres que saben llevar traje se han convertido en especímenes raros, tan difíciles de ver en libertad, en un hábitat cotidiano, que cuando cazo alguno me quedo maravillada, disfrutando de la vista. 

Hubo un tiempo, cada vez más lejano, en el que todos los hombres sabían llevar traje y todas las mujeres falda de vuelo y tacones. Aquella sabiduría popular se perdió, igual que pasó con nuestra capacidad para hacer fuego frotando dos palito. Nosotras ya no sabemos llevar faldas de vuelo sin soltar risitas tontas y el grupo de hombres que sabe llevar un traje está prácticamente en extinción. Quedan unos cuantos ejemplares, unos cuantos elegantes irreductibles que resisten como pueden las fuerzas bárbaras y la ola de infantilismo reduccionista que ha sacudido a la mayoría de los hombres. Esta ola ha convertido a todos los hombres en seres que no saben vestirse de acuerdo con las circunstancias y que si los sacas de su atuendo "tipo" sufren convulsiones, tics nerviosos y mascullan  excusas de tanta enjundia como: es incómodo, me pica, me aprieta. "Nene, no guta". 

Un hombre que sabe llevar un traje lo lleva. Él es el que tiene el poder, el control y el mando sobre la prenda. Se detecta rápidamente porque lo primero que piensas es "qué elegante" y no "¿por qué lleva un traje que le queda pequeño? o “¿nadie le ha dicho que esas mangas son demasiado cortas/largas?” En un hombre que sabe llevar traje lo primero que ves es a él, en el resto de los hombres ves el traje colgado de sus hombros y rellenado con sus piernas. Muy desagradable.  

A estos, cada vez más, raros especímenes el traje les sienta como tiene que sentarles. La cintura en su sitio, el largo de la pernera ajustado al zapato sin arrastrar y sin dejar los tobillos al aire. Se abrochan los botones de la chaqueta mientras continúan respirando y las hombreras les quedan en su sitio, los hombros, sin parecer que llevan protecciones de fútbol americano. 

Los hombres que saben llevar traje llevan, increíblemente, un traje de su talla.  Esto parece una obviedad pero la mayoría de los tíos en edad adulta debido a su "pues a mí el traje no me gusta" o "pues yo paso", se compraron un traje hace 15 años y es el que usan cuando se ven obligados. Obviamente ya no es de su talla, o les aprieta la cintura con una presión incompatible con tener riego en las piernas o, si son de los que se han vuelto adictos al deporte o han dejado los carbohidratos, les hacen unas bolsas en el culo en las que podría vivir una familia entera de minions. 

Los hombres que saben llevar traje eligen la camisa para ponerse con ese traje. Sienten en la piel la camisa que deben llevar y la que ni de coña. La tropa que simplemente se embute en un traje cree que la camisa "da igual", "vale cualquiera, ¿no?" "Si casi no se ve". La mayor parte de esta tropa, por no decir toda ella sin embargo, ha desarrollado un exacerbado sentido de la idoneidad en cosas tan interesantes como las zapatillas de deporte y tiene 25 pares dependiendo de si son para correr mucho, poco o regular, para correr en seco, en charco o en cinta, para jugar al paddle, al tenis, al balonvolea o al fútbol. Aquellos que no practican deporte y que creen que no les meto en este saco probablemente tienen una clasificación estricta sobre qué camisetas son para salir, cuales para trabajar, cuales "elegantes" (sí, hay hombres que creen que tienen camisetas elegantes) y cuales son tan especiales que no se pueden poner nunca. Pero la camisa del traje da igual. 

Los hombres que saben llevar traje tienen gemelos. Y saben ponérselos solos y ajustar exactamente el largo del puño para que asome correctamente por la chaqueta. Este es un talento que está a punto de perderse.  

Los hombres que saben llevar traje saben interactuar con él. Caminan, se sientan, conducen, corren, comen hablan o asisten a una reunión como si lo que llevaran puesto no importara, como si no fueran conscientes de ello. 

Los hombres que saben llevar traje parecen estar siempre tan cómodos que, a veces, cuando los observo, me encuentro imaginando qué habrá debajo del traje. A veces, incluso, elucubro con el proceso de quitárselo. 

Con los que simplemente llenan el traje, la mayoría de las veces pienso "seguro que llevan calcetines Artengo".  


sábado, 31 de diciembre de 2016

Lecturas encadenadas. Diciembre

Acaba diciembre y con él un año de lecturas encadenadas. Cuarenta y nueve libros han pasado por mis manos este año: catorce escritos por mujeres, seis en castellano, diez ensayos y diez cómics. He repetido a Oz, a Ford y la Ferrante  de la que creo que no acabaré su tetratología porque «francamente querida, me importa un bledo».

Vamos con los cuatro últimos del año.

Por último el corazón, de Margaret Atwood. Vaya por delante que soy muy fan de Margaret Atwood, me parece una narradora fabulosa con un estilo muy personal y que consigue siempre sorprender en cada una de sus novelas. Ésta  concretamente es un locurón. Comienza con un tono sombrío, realista, retratando a una pareja, Stan y Charmaine, que han pasado de ser clase media con trabajo, casa y un futuro a vivir en un coche debido a la crisis económica que todos tan bien conocemos. Desde esa situación desesperada y gris acaban embarcados en un proyecto experimental que consiste en entrar a vivir en una ciudad ficticia. A partir de ese cambio, de ese giro argumental que no te esperas, le dices a Margaret "hazme tuya" y te dejas llevar por el camino que ella te va marcando y que tiene mil giros inesperados que te dejan desconcertado. El nivel de locura argumental, humor ácido y surrealismo llega a un punto en el que te encuentras en medio de escenas que podrían ser de  ¨Resacón en Las Vegas¨ y te ríes igual que con esa película y te ríes más aún porque eres consciente de que Atwood se lo ha pasado en grande escribiendo esta novela.
«–Hice la tesis de doctorado sobre El paraíso perdido.

¿El Paraíso qué? Lo único que a Stan le vino a la cabeza fue la página web de un club nocturno de Australia que había visto una vez en la red, mientras buscaba porno suave, pero ese sitio llevaba años cerrado. Quería preguntarle si la HBO había hecho alguna miniserie con ese libro libro o algo así, por si acaso la había visto, pero no lo hizo porque cuanta menos ignorancia demostrara, mejor. Ella ya lo trataba como si fuera un cocker spaniel con una lesión cerebral y lo hacía con una mezcla de diversión y desdén».
«Hay personas a las que le gusta lanzar objetos, como vasos de agua o piedras, pero pintarse las uñas es mucho más positivo. En su opinión, si la adoptara más líderes mundiales habría menos sufrimiento en el mundo».  
Morir en primavera de Ralf Rothmann.  Este año he leído poco sobre uno de mis temas favoritos, la II Guerra Mundial y casi cerrar el año con este libro sobre los últimos días de la guerra me ha hecho añorar mis lecturas sobre este tema. Morir en primavera cuenta la historia de dos jovencísimos amigos alemanes, ordeñadores en una granja, que son reclutados casi a la fuerza y enviados al frente de Polonia cuando la guerra ya está perdida, cuando el sacrificio de vidas es aún más inútil, absurdo e innecesario.

El protagonista, Walter, consigue librarse de la primera línea por tener carnet de conducir pero asiste a terribles acciones por parte de sus compañeros. Es curioso como a pesar de que toda la novela tiene un cierto todo de disculpa o de "también hubo muchos que fueron obligados", Rothman solo enseña atrocidades cometidas por los alemanes. Lo más conmovedor de la historia es la ternura y, en cierto modo, la pureza que Walter parece conseguir mantener en medio de todo el infierno. Observar como cree que podrá salir indemne de la guerra, ser feliz y tener una vida normal es tristísimo. Lo peor es que sabemos que no lo consigue, que durante toda su vida arrastrará el desgarro causado por esos meses de guerra. Él no lo sabe, pero se irá convirtiendo poco a poco en piedra, de dentro hacia fuera. El pequeño núcleo endurecido que surge en su interior cuando está en el frente y que le sirve para sobrevivir irá creciendo poco a poco cuando vuelva a casa y sea consciente de que ahora ya no hay nada que esperar, que su futuro ya no existe y que en lo que consiste su vida es en ese ahora desesperanzado. El núcleo de piedra va creciendo y creciendo hasta convertirle en piedra. El libro también refleja muy bien como las consecuencias de las vivencias de una guerra no solo afectan a los implicados sino también a sus familias y a sus hijos. Sobre esto he leído hace poco un artículo en el New Yorker  y hay un documental en Netflix sobre los hijos de los nazis muy impactante también.

«El silencio, el rechazo absoluto a hablar, especialmente sobre los muertos, es un vacío que tarde o temprano la vida termina llenando por su cuenta con la verdad». 

Volveremos de Noemí López Trujillo y Estefanía S. Vasconcellos. A este libro llegué por twitter. No soy capaz de recordar  ni que tuit nos unió a Noemí y a mí, ni como uno de los protagonistas, Ernesto Filardi llegó a mi vida también a través del maravilloso mundo de twitter. Fui a la presentación del libro en uno de mis sitios favoritos de Madrid, Tipos Infames y me traje a casa un ejemplar dedicado.

Noemí y Estefania figuran como autoras y, desde luego, lo son pero no son visibles en el libro. No se las ve y no se las oye aunque estén detrás de cada uno de los testimonios que aparecen en el libro. Ellas han hecho las preguntas, han pensado el enfoque y han creado el ambiente para que todos  y cada uno de los españoles que se fueron del país por una u otra razón se sientan lo suficientemente cómodos como para reflexionar y pensar sobre ellos, sus vidas, sus razones, sus sentimientos, sus penas, sus rabias, sus sensaciones, sus añoranzas y sus esperanzas.

Todos ellos se marchan sin saber y cuando hablan con Noemí y Fanny reflexionan sobre cosas a las que en su día a día no dedican tiempo, bien porque no lo tienen, bien porque no quieren pensarlo o bien porque es demasiado doloroso: ¿por qué me fui? ¿estoy mejor? ¿estoy peor? ¿estaría mejor si volviera? ¿me equivoqué? ¿podré volver? ¿quiero volver? ¿qué pasa si no vuelvo?

Leerles me ha dado ganas de abrazarlos a todos.

He terminado el año con un grande Raymond Carver y su libro de relatos ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? Carver es un maestro pero es solo para valientes. Ninguno de sus relatos es cómodo porque todos son como asomarte a espiar a tus vecinos, escuchar la conversación del camarero del bar dónde te tomas el café o enterarte del secreto más patético de tu compañero de trabajo. Son relatos en los que no pasa nada pero pasa todo. En casi todos aparecen parejas o familias en las que una mínima anécdota, un hecho insignificante le sirve a Carver para meter al lector en medio de esas vidas y asistir a esos instantes de su existencia como un espectador invisible. Los relatos de Carver se te quedan pegados en los dedos, en los ojos y en los pensamientos y según vas avanzando en ellos te encuentras pensando de repente en qué habrá sido del niño que hace novillos para volver a casa con un pez que ha pescado en el río y con el que intenta evitar la pelea de sus padres o qué le ocurre a la pareja que comparte cena en un restaurante cuando sale de allí enfadada con el maitre. O qué fue de la pareja que vivió unos meses en la casa al fondo del callejón y que nunca cambió el nombre del buzón. O ¿qué hizo el padre de familia, del cuento que da título al libro y que es el que cierra el volumen, al despertarse?

Me maravilla como Carver en tres líneas te mete en la situación, los personajes y el ambiente.

«Había estado leyéndole cosas de Rilke, un poeta que él admiraba, cuando ella se quedó dormida con la cabeza sobre su almohada. Le gustaba leer en alto, y leía bien: una voz segura que ora se hacía grave y sombría, ora se alzaba o se inflamaba. Cuando leía nunca apartaba la vista de la página, y sólo se detenía para alargar la mano hasta la mesilla a coger un cigarrillo. Era una voz rica que la sumía en sueños de caravanas que partían de ciudades amuralladas, y de hombres barbados con largas túnicas. Lo había escuchado durante unos minutos, y había cerrado los ojos y se había dormido». 
Cuando llegas al final quieres volver a empezar para volver a disfrutarlos e intentar, de alguna manera estúpida, saber qué ha pasado con esas personas, que no personajes. Ese es el nivel de vida de los relatos de Carver. Hay que leer a Carver aunque ya advierto que es devastador para la autoestima si tienes cualquier tipo de pretensión de escribir algo en tu vida que merezca la pena.

Pues con esto y doce lacasitos que tomaré a las doce de la noche, hasta los primeros encadenados del 2017.



sábado, 24 de diciembre de 2016

El año en que fui peligrosamente feliz


–¿Cómo te has sentido en el 2016?
–Feliz

Llevo días dándole vueltas a esto y no tengo otra respuesta. El 2016 para mí ha sido un año feliz. No se trata de lo que he hecho, de lo que me ha pasado, los libros que he leído, la gente que he conocido, los amigos reencontrados, las conversaciones que he tenido, los besos que he dado, los abrazos que he recibido, los viajes que he hecho, el vino que me he bebido, lo que he escrito, las risas que me he echado, lo que he pensado, bailado, cantado, discutido o compartido sino de cómo me he sentido y, la conclusión es que, he sido feliz.

No, no he sido... soy feliz. 

Completa y sorprendentemente feliz. 

Llevo días pensándolo porque me resulta tan increíble y tan alucinante que casi no puedo creerlo. Rebusco en mi memoria, en mis pasillos mentales, en mi trastero de los recuerdos recientes, en los cajones dónde guardo los botones del dolor y nada de lo que encuentro es capaz de perturbar mi estado. 

No puedo creerlo. Sigo dándole vueltas.

Mi estado de felicidad  es como una esfera perfecta, pulida y brillante. Mi esfera y yo rodamos y rodamos cada día, unos más deprisa y otros más despacio. Unos sin parar y otros avanzando sólo unos pocos centímetros.Hay días que no nos movemos del sitio, miramos hacia atrás para ver lo que hemos avanzado y oteamos lo que nos queda. La esfera se hace más grande algunos días, con gente que conozco, con encuentros con amigos, con lecturas que me alucinan, botellas de vino que descorcho, canciones que suenan en mi coche, programas de radio que descubro, versos que aprendo a leer, risas con mis hijas, abrazos, besos y horas de sueño. Otros días, a mi esfera le saltan chispas, pierde alguna lasca o se deforma porque me levanto del revés, por gente que me hostiliza, por memeces que escucho o que leo, disfunciones en mi papel de madre o de hija, broncas laborales, absurdos bajones hormonales, granos en la nariz o la primavera. En esos días la esfera y yo no avanzamos, parecemos caer cuesta abajo o giramos sobre nosotras mismas pero no me importa porque sé que no vamos a rompernos y estallar en mil pedazos. 

Estoy a salvo. Me siento indestructiblemente feliz. 

Qué miedo, quizás debería emborracharme.  


miércoles, 21 de diciembre de 2016

Passengers y el pene de los patos

He visto Passengers y mi conclusión es que es tan mala, tan mala que se vuelve buena. Sé que es una conclusión que sugiere que estaba borracha o dormida o inconsciente o que no tengo ni idea. A mí también me sorprende esta conclusión tan meta pero es así. 

Voy a destripar la película pero en un raro giro de los acontecimientos prometo que conocer el argumento no importa un pimiento para pasarlo en grande con esta película. 

Vamos a ello. Tenemos una nave enorme con pinta de sacacorchos viajando por el espacio. Inciso.- ¿sabéis que los patos tienen el pene como un sacacorchos y cuando encuentran pareja entran a rosca? Yo sí lo sé y quería compartir esta información tan perturbadora con todo el mundo. - Fin del inciso. 

El sacacorchos va por el espacio tan campante y feliz cuando, de manera absolutamente inesperada, se encuentra con una lluvia de rocas gigantes. Por supuesto el sacacorchos volador tiene un campo transparente muy chulo para que reboten pero, también muy sorprendenmente, llega un pedrolo demasiado grande que básicamente le hace a la nave un "explota, explota que tu culo explota". Pero poco, solo la puntita, lo justo para que el espectador en el minuto 1 ya sepa qué va a ocurrir. 

¿Qué hay dentro del sacacorchos gigante? Pues el interior es un cruce entre la nave de los gordos de Wall E y Cocoon. En una cápsula muy aséptica y vestido con unos calzoncillos muy antilujuria se despierta Jim. (DiCaprio en Titanic era Jack , lo digo por si alguien sospecha que la historia tiene algo que ver con lo de siempre. Jack, Jim, es lo mismo)

Jim (Chris Prat) es un hombre que en teoría debería ser guapo, atractivo y provocar pensamientos lujuriosos pero que en la práctica te deja tan fría como una caja de mantecados rancios. Es un tipo intrascendente, un sosainas con fachada. 

Jim se despierta y pone cara primero de susto, luego de sorpresa, luego de idiota y luego de cierta preocupación. Todo esto el espectador se lo imagina porque Pratt frunce y desfrunce el ceño sucesivamente, gesto que pasa por ser su único recurso interpretativo. 

Cuando el espectador ya se ha fumado tres puros, Jim se da cuenta de que "a lo mejor" algo va mal porque no ve ni un alma paseando por el sacacorchos. Le da un ataquito de histeria y se pone a correr sin ton ni son hasta que "casualmente" llega a un bar en el que hay un tipo lavando vasos. El espectador desea con muchísima fuerza poder beberse todo lo que hay en el bar mientras Jim se cae del guindo y se da cuenta de que el barman es un androide, cosa que el espectador que tiene conexiones neuronales sabe desde el primer momento. 

El pobre Jim entonces se desespera más y hace "cosas". Recorre la nave, intenta entrar en la sala de control del sacacorchos, llevando un cinturón de herramientas bastante sexy debo decir, lee manuales y más cosas que no recuerdo. El robot, que se llama Arthur y en el tercer plano ya está harto de escuchar a Jim lamentarse, se saca de la manga un poco de filosofía a lo Coelho y le dice: chaval, disfruta la vida en el sacacorchos y no sufras.   

Dicho y hecho. Jimdeja su camarote de tercera clase, fuerza la puerta de una suite y empieza a darse la vida padre. Juega al basket virtualmente, juega al Just Dance, ve pelis... y se deja una barba a lo Tom Hanks en Náufrago. Un día, en un nuevo rulo por el sacacorchos ve una puerta que no había visto y dentro hay un par de trajes espaciales. No uno, ni media docena ni 300, solo dos. Los mira, los roza, los toca y se pone uno. Y con ese traje sale a darse un paseito por las afueras del sacacorchos. A mí esta parte de la peli me retrotrajo a mis 11 años y los orígenes de mi angustia cósmica. No me mola salir ahí a flotar en algo negro y oscuro y solitario. Que sí, que lleva cable pero ¿y si el cable se rompe en un giro totalmente inesperado de la trama? Pues eso, que no me mola. Por supuesto a Jim no se le rompe nada porque entonces se acabaría la película. Ahora que lo pienso, eso sí que sería inesperado. 

Sigamos. Jim se desespera y tal y Pascual y se da un rulo por las cápsulas con gente durmiendo en ropa interior poco sexy. De entre las 5.000 cápsulas, CASUALMENTE, se queda mirando a Aurora. Por si alguien no ha tenido infancia me gustaría señalar que Aurora se llama La Bella Durmiente. EJEM. Tocando unas teclitas aquí y allá y skalteando unos cuantos archivos, Jim  se entera de toda la vida de Aurora, que resulta ser escritora, cool, con sentido del humor, interesante, inteligente y además, es Jennifer Lawrence y, claro, el bueno deJim se enamora. 

Jim frunce el ceño, lo desfrunce, lo frunce otra vez, lo frunce hasta casi tocarse la nariz y con esto suponemos que está teniendo o bien retortijones incontrolables o dudas morales sobre si despertar o no a Aurora. 

El espectador se fuma otros 3 puros porque sabe de sobra que Jim va a hacer de príncipe y despertara a Aurora. 

La despierta. La mira. Corre para que ella no le vea. Ella pulula por la nave. Se encuentran casualmente. A ella le da un ataquito de histeria cuando se entera de que se ha despertado antes de tiempo. Hace las mismas cosas que Jim antes pero sin cinturon de herramientas sexy y al final va donde Arthur y decide que va a jugar al basket virtualmente y ver pelis y jugar al Just Dance. Aurora también nada con un bañador absurdo de rejilla. El espectador se pregunta si el bueno de Jimno sabe nadar o es que no había sido tan concienzudo en sus paseos por el sacacorchos y la piscina le había pasado desapercibida. O, a lo mejor, Prat se negó a llevar un bañador de rejilla, que también puede ser. 

Al grano que esto está quedando largo. De manera absolutamente inesperada y sorprendente, Jim y Aurora, se enamoran, chuscan y juegan a la pareja feliz. La escasa química que hay entre ellos hace que el espectador añore ver patos fornicando pero no hay suerte. El espectador tiene que asistir a conversaciones de profundidad insondable:

Dime Jim, ¿por qué te querías ir de la Tierra a establecerte en una colonia espacial?
—Porque en la tierra ya no arreglamos nada, solo lo sustituimos. Yo quiero arreglar cosas. 

Ole ahí, Many Manitas. 

¿Y tú Aurora? ¿Por qué dejas tu vida guay para irte de excursión espacial?
—Mi padre era guay, era escritor, decía cosas inteligentes y, de repente, se murió y yo quiero escribir cosas y que me lean y...

Ole ahí brasitas con ínfulas.  

Todo va bien durante medio minuto de película pero entonces llega Arthur, el robot camarero, y de manera casual y absurda (como toda la película) le dice a Aurora: ¡qué bien que Jack te despertó! 

En otro sorprendente giro de los acontecimientos Aurora no se lo toma nada bien. De hecho, se coge un cabreo bastante considerable y llega hasta pegarle una paliza a Jim. Jim frunce el ceño. 

Mientras andan enfurruñados evitándose en el sacacorchos, la nave empieza a fallar un poco más para que no te olvides del pedrusco del principio. Como es obvio que Aurora y Jim no se bastan por sí solos, de repente, se abre una puerta y aparece Lawrence Fishburne. ¿Por qué? ¿Cómo? Da igual, a quién le importa. A estas alturas de la película no vamos a ponernos pejigueros con los detalles de guión. 

Fishburne aparece para tres cosas:

1.-Decirles que hay algo que no va bien, que de hecho algo va fatal en una sala enorme y que lo encuentren. 
2.-Decirle a Aurora un par de perlas a lo Coelho que hagan que ella se desenfurruñe: "se estaba ahogando y cuando te estás ahogando te agarras a lo que sea, por eso te despertó".
3.-Darles su pulserita de acceso premium a todo el sacacorchos y morirse. 

A partir de la muerte del bueno de Fishburne la acción se dispara. El sacacorchos se apaga, ellos corren. El sacacorchos tiembla, ellos llegan a la sala enorme y en un plis plas encuentran el boquete del pedrusco y una sala en llamas que misteriosamente a ellos les parece inofensiva. Lo que tienen que arreglar no se arregla a la primera, ni a la segunda, ni a la tercera. ¡Mecachis! Jim va a tener que jugarse la vida desde fuera de la nave para poder salvar a Aurora y al sacacorchos. ¡Quién iba a sospecharlo! 

Jim se juega la vida a lo James Bond y a lo James Bond parece que se muere pero es solo la puntita. Aurora es una heroína y lo salva y llora. 

Se besan, ríen como pánfilos. 

Venga churri.- le dice Jack- que te duermo.
¿Y qué pasa contigo?
—Aquí solo cabe uno.
—Pero no volveré a verte. 

Elipsis de 88 años. Se abre una puerta, aparece Andy García con barbota y hay un jardín exuberante dentro del sacacorchos. 

Fin. 

Id a ver Passengers, es fabulosa.  

Nunca me agradeceréis lo suficiente haberos proporcionado la información sobre el pene de los patos.   

domingo, 18 de diciembre de 2016

Cuatro semanas para ser padre

Cuando nació nuestra primera hija, hace justo 13 años, El Ingeniero disfrutó de los 4 días de baja por nacimiento que le correspondían y de dos semanas de vacaciones que se había guardado para estar con ella y conmigo. Cuando nació nuestra segunda hija, en agosto de 2005, se reservó su mes de vacaciones para pegarlo a los 4 días que le correspondían y que como eran naturales y el nacimiento fue un viernes, fueron en realidad 1. 

Siempre he defendido que una medida que igualaría a hombres y mujeres a la hora de conseguir un trabajo o promocionar a un puesto mejor es la obligatoriedad de la baja de paternidad exactamente igual que la baja maternal. 12 semanas obligatorias de baja desde el día del nacimiento. Las otras 4 semanas podrían ser para cualquiera de los padres. 

Sinceramente no creo que viva para llegar a ver esta medida pero, mientras tanto, cualquier paso que se dé en esa dirección me parece fabuloso. Las 4 semanas que se han aprobado me parecen mejor que los 15 días que había antes y los 15 días me parecen un adelanto con respecto a los 4 días a los que tuvo derecho el padre de mis hijas. 

En mi ingenuidad creía que la ampliación a  4 semanas del permiso de paternidad sería una medida celebrada por todos, especialmente por los hombres que van a poder disfrutar de un tiempo valioso y de calidad con sus hijos recién nacidos y sus mujeres recién llegadas (o no) a la maternidad. Un tiempo de cambios e inquietudes en las que conviene estar juntos porque es una época dura. 

Pues no. Resulta que el viernes por la noche tuve que escuchar en la radio (me topé con ello por casualidad) frases como éstas que transcribo aquí (la transcripción completa está aquí y se puede escuchar aquí

"Pienso por ejemplo que sería fantástico, me parece muy bien que haya un permiso de paternidad pagado por el Estado por lo que el impacto sobre las empresas será menor lo que puede ser un impacto (sic) pero es que es tan poco tiempo. Un impacto sobre la carrera profesional no es comparable al que tiene sobre la carrera profesional de una mujer los nueve meses de embarazo y todo el tiempo que le dedica o le sustrae o se ve obligada a dedicar de su tarea para dedicarse al cuidado de los suyos, pero me parece un avance pero hay cosas más prácticas que podíamos hacer. Por ejemplo las guarderías 24 horas que tienen en Francia me parece una conquista y creo que realmente dotan de una gran flexibilidad. No todas las mujeres tienen horarios diurnos de trabajo, hay limpiadoras, personas que necesitan trabajar en turnos de noche, en turnos complicados y, a veces, esas personas necesitan un apoyo para que puedan tener hijos por si quieren tenerlos". 
"Hay un aspecto old fashion en las medidas, habría a lo mejor que pensar en cosas un poquito distintas".
"no creo que sea introduciendo penalización a la carrera profesional de los hombres..."
"lo que no puedes hacer es buscar la igualación por abajo evidentemente, lo que no puedes hacer es quitarle el skateboard a los que van más rápido".

Todo esto lo dijo un hombre, un hombre que hace unos meses opinaba que tener mujeres en los consejos de administración no sirve para nada porque o no aportan nada o si aportan algo es porque se comportan como hombres. Curiosamente en la intervención del otro día, metió una cuña sobre los consejos de administración porque parece que ahora sí le parece interesante que haya mujeres. Dudo mucho que haya cambiado de opinión, simplemente resultó que, en su minúsculo cerebro de  neanderthal,  la problemática de las mujeres consejeras había pasado a ser algo insignificante comparado con la debacle que para este hombre significa que los padres pasen 4 semanas con sus hijos recién nacidos. 

Para este señor, la baja paternal de 4 semanas es una penalización a la carrera profesional de los padres. Es una afirmación tan asquerosa, machista y retrógrada que, como dije en Twitter, me dieron ganas de vomitar. 

Irse de baja 4 semanas no penaliza nada. Son exactamente dos semanas más de "ausencia" que si te casas. Seguro que este tipo conoce hombres que se han casado varias veces y han disfrutado de sus quince días de asueto. Me encantaría saber porqué disfrutar de tu hijo durante 4 semanas te penaliza en el curro y sin embargo irte 15 días de vacaciones a una isla paradisiaca por haberte casado no. ¿A partir de cuantos días tu vida personal "penaliza"? O ¿es que las bajas por diversión no penalizan pero las de responsabilidad familiar sí? ¿cuidar a un bebé penaliza pero tomar daiquiris no? 

Hasta ahora mismo, esa penalización tan lamentable para el Sr. Muller solo afectaba a las mujeres. ¿Estaba él igual de horrorizado con esa medida tan "old fashion" o solo ha empezado a preocuparle cuando le afecta a él y a sus chicos?   Si 4 semanas le parece terrorífico para los hombres ¿qué le parecen 16 para las mujeres? ¿No será que, para él, que se penalice a las mujeres no importa absolutamente nada porque es de los que opina que las mujeres trabajamos para entretenernos hasta que tenemos la suerte de encontrar un hombre con el que reproducirnos y entonces ya nos da igual nuestro trabajo? ¿A cuantas mujeres ha penalizado este señor por irse de baja maternal? 

Tercero, ¿qué tipo de visión enfermiza, repugnante y minúscula de la vida familiar tiene este hombre, y tantos como él, para que pasar tiempo con sus hijos recién nacidos todo lo que le provoque es pensar en que le quitan el skate con el que va más deprisa en su trayectoria profesional? 

¿Cómo de minúsculo es este hombre para que contemple esta medida como una "igualación por abajo" en vez de una buena noticia para los hombres? 

Las palabras y opiniones del Sr. Muller son ofensivas para las mujeres porque son otra manifestación más de su machismo cavernícola y su desprecio absoluto hacia las mujeres que trabajan. 

Las palabras y opiniones del Sr. Muller son ofensivas también para los hombres. Conseguir poder pasar cuatro semanas con su pareja y su hijo recién nacido es un triunfo para todos esos padres para los que estar con su familia no es una "penalización" y saben cuando toca bajarse del skate por un ratito. 

Las palabras y opiniones del Sr. Muller son ofensivas para todos los padres y madres que prefieren días con sus hijos a guarderías 24 horas dónde aparcarlos. 

Las 4 semanas son una gran noticia, aunque a las mujeres nos vendría mejor si fueran obligatorias. Si todos, hombres y mujeres, al tener hijos disfrutáramos de los mismos derechos y tiempos para estar con ellos, tener hijos dejaría de ser un problema para el desarrollo de una carrera laboral.  

Estoy asqueada y cabreada. Me consuelo pensando en la cantidad de hombres, padres y no padres, que no piensan como éste elemento y que disfrutarán de esos días con sus familias. 


sábado, 17 de diciembre de 2016

13 años


Interior casa / Exterior playa / campo / jardín /  nueva ciudad.

Dos personajes: adulta de 43 años y preadolescente de casi 13.

–Podías probar a leer este libro.
–No
–¿Por qué?
–Porque no me va a gustar
–¿Cómo lo sabes si no lo has leído?
–Lo sé
–¿Lo sabes todo?
–Sé lo que no me gusta
–No, no lo sabes, si no lo has probado no sabes si te gusta o no.
–No quiero
–Eso es otra cosa. ¿Por qué no quieres?
–Porque no me apetece
–Eso es lo mismo, no me vale. Piensa otra respuesta

Ojos anegados en lágrimas a lo Candy Candy por parte de la preadolescente.

Suspiro por parte de la adulta de 43. 

–Pruébalo, lee un par de páginas, 20. Si no te gusta lo dejas
–¿No te enfadarás?
–No. Me enfado si ni siquiera lo intentas. 

En el 98 % de los casos lo que has probado: el libro, la película, la actividad, la canción, la ciudad o lo que fuera, te ha gustado. Es un porcentaje de acierto por mi parte claramente espectacular. Lo frustrante es que acertar no acumula puntos para la vez siguiente y hay que repetir el esquema de conversación una y otra vez, volver a la casilla de salida.

Ha sido el año del "no" como respuesta automática a cualquier pregunta, sugerencia o idea que no viniera de ese sitio recóndito en tu interior en el que crees que tienes la sabiduría suprema. Contigo, ha sido el año de la marmota, y confieso que, a veces, hubiera deseado tener una marmota entre las manos para poder estamparla contra el suelo o estrangularla de lo que me has sacado de quicio. 

Ha sido el año de la languidez suprema. Todo tu cuerpo te pesa. Tu velocidad vital es como la de los perezosos de zootrópolis. Te mueves a cámara lenta como si hacerlo más deprisa, con un poquito más de brío y energía fuera a provocar un rápido e incontrolado crecimiento de tus brazos y piernas, como si tuvieras miedo de que la aceleración fuera a hacerte tropezar con tu propio cuerpo y caerte. Y no quieres caerte, porque te morirías de vergüenza. Esa es otra, todo te da vergüenza, absolutamente todo, incluso lo que no has hecho pero podrías hacer. Es más, no solo te dan vergüenza tus cosas, te dan vergüenza las de los demás: las mías, las de tu hermana, las de tu padre. Es graciosísimo, nunca lo había pensado pero, a los 13 años uno llega al valle de la "vergüenza ajena" y se pone a recorrerlo hasta sus más profundos recovecos. Yo me río mientras te oteo desde la cumbre de "me da exactamente igual lo que piense la gente". Te quedan años de travesía hasta que consigas llegar aquí pero lo harás. 

Ha sido el año de dormir hasta reventar la cama, los pijamas y mi paciencia. ¿Cómo puedes dormir 13 horas del tirón y levantarte cargada de languidez extrema y aburrimiento? Sospecho que estás acumulando carga de batería para el momento en el que estalles y no pares.

Ha sido el año de verte venir por la calle y no poder pensar en otra cosa que en Jay en Mall Rats. 

El 13 es un número raro. A algunos no les gusta, a otros les da miedo, otros lo ignoran. No se pueden obviar tus 13 años pero es, como el número, una edad rara. Con 13 años no sabes si eres una niña, una adolescente, una preadolescente, una mujer o una profecía. La mayor parte de los días te percibo como si fueras una cocktelera en la que se agitan todas esas personas y dependiendo de la temperatura, las circunstancias, la presión atmosférica, la dieta, las horas que hayas dormido o tus hormonas, la bebida resultante es increíblemente dulce, dolorosamente amarga, estúpidamente insípida, excitantemente sorprendente, deliciosamente divertida o sencillamente repugnante. 

Vivir contigo ahora es aterrador y muy cansado pero me encanta esta etapa en la que, cada día, no sé si voy a declararte mi heredera universal y suspirar de amor por ti o fantasear con que te vayas de casa muy pronto y solo me escribas postales. Me encanta no saber si ese día me tocará ser la madre más molona del mundo o la peor madrastra de los cuentos. Me fascina que un día me adores y otros creas que me odias y me encanta, cuando lo que toca es, descubrir un talento en ti que no sabía que tenías y que despliegas ante el mundo con total naturalidad. 

Los 13 años son una montaña rusa. 

Feliz cumpleaños princesa de los ojos azules.  


jueves, 15 de diciembre de 2016

10 verdades absolutas en la caja del super



1.- Al entrar por la puerta mirarás las cajas y serás optimista: vaya, qué suerte he tenido, parece que hay poca gente. Esto irá rápido. 

2.- Cuando llegues a la caja descubrirás que en tu concentración consumista no has visto las multitudes escondidas en los pasillos y todos ellos han sido más rápidos que tú.

3.- Dudarás al elegir la caja. Fruncirás el ceño, descartarás gente con carros muy llenos, escudriñarás cestas, olfatearás actitudes y comportamientos, escanearás a los cajeros. Valoraras todos los datos en tu cabeza, dudarás, caminarás hacia una, caminarás hacia otra, mirarás atrás. Tomarás una decisión. Error. 

4.- Espiarás la compra de la persona que tienes inmediatamente delante de ti. No tiene el más mínimo sentido hacerlo pero lo harás. Intentarás saber qué tipo de persona es, si vive solo, en compañía, con alguien a quien quiere o alguien a quien odia, si está de día "la vida es para disfrutarla y me voy a dar un homenaje" o de día "ni un día más comiendo hidratos de carbono". Pensarás ¿Por qué la gente baja a estas horas a comprar yogur líquido, piñones, suavizante y un sobre de sopa? o ¿En serio va a cenar gazpacho, salmorejo y crema de tomate? Siempre te parecerá que tu compra tiene muchísimo más sentido, más lógica. Si cometes la equivocación de mirar tu cesta para comprobarlo y después te atreves a mirar al comprador que va detrás de ti, verás en su cara que él está pensando que tu compra de aguacate, sepia y betún dice claramente que eres un psicópata con una infancia traumática.  

5.- Elijas la caja que elijas siempre siempre siempre habrá alguien que lleve solo un sobre o un paquete de pavo en lonchas. 

6.- Las probabilidades de que haya alguien delante de ti en la caja, con más de 70 años pagando en monedas de cobre que saca de una en una de su cartera es inversamente proporcional a la prisa que tengas. Esa probabilidad es del 100% si a) tienes el coche mal aparcado b)has dejado a tus niños 5 minutos solos diciendo "subo enseguida" c) has bajado a por vino porque tienes una cita.  

7.- De las cinco cosas urgentísimas que te han obligado a entrar en el supermercado, se te olvidará una al llegar a la caja. Tendrás que salir corriendo a por ella y descubrirás que en la última reordenación de pasillos la han trasladado a la última esquina del local. 

8.- Si se te han olvidado los ajos y mandas a tu hija de 11 años a por ellos, al pagar descubrirás que llevas una malla de cebollas. Algo estás haciendo mal con su educación culinaria. 

9.- Un 80% de las veces se te habrá olvidado la maravillosa bolsa que tienes para ir a la compra. Las veces que te acuerdes de llevarla, un 50% será demasiado pequeña y el otro 50 % la llenarás tanto que  te provocarás una lesión de espalda al cargar con ella. 

10.- Al salir por la puerta juraras que la próxima vez elegirás mejor la caja y que vas a comprarte un carrito de la compra. 

lunes, 12 de diciembre de 2016

Marie Kondo ordena libros

"Muchas personas dicen que los libros son una cosa de la que no pueden separarse, sin importar si son lectores ávidos o no,  el verdadero problema es en realidad la forma en que se separan de ellos".

Marie, chata, si no eres un ávido lector, si no te gustan los libros te aseguro que no tienes mucho problema en deshacerte de libros. Si eres un ávido lector, si adoras los libros, si te encantan, si te parece que no hay nada mejor que tener en tu casa, el problema no es cómo te separas de ellos, sino que no quieres separarte de ellos. Aunque también te digo, si a mí alguien me regala tu libro sé la forma exacta en que querría deshacerme de él. Lo disfrutaría tanto que solo de pensarlo babeo: una gran fogata a la que ir echando las páginas, una por una, mientras apuro una botellita de vino a tu salud.


—Pero cuéntame Marie, ¿qué hago con mis libros?
—Tienes que sacarlos de las estanterías. 
—Ajá. Menos mal que vienes de allende los mares a iluminarme. A ningún lector se le ocurriría jamás que hay que sacar los libros de las estanterías para ordenarlos. Está el descubrimiento del fuego, la rueda... y tú con este consejo. 
—Los libros que están mucho tiempo en la estantería sin que nadie los toque durante mucho tiempo están inactivos. O tal vez debo decir que son "invisibles".
—Ajá. Marie, define mucho tiempo. Define inactivos. Define invisibles porque yo ahora mismo, sentada en mi cuarto veo a mi alrededor varias estanterías llenas de libros que puede que no haya tocado en un par de años y desde luego invisibles no son. No es solo que los estoy viendo es que sé qué pone en sus páginas, dónde los compré, con quién, cuando los leí y porqué me gustaron o los odié. Para mí tú eres bastante más invisible. 
—Yo he sido doncella en un santuario sintoista, hay que mover tus libros y voy a hacer fus fus fus y mis polvos mágicos harán que tus libros se vuelvan conscientes. 
—Fus fus fus pero con la mano abierta voy a hacerte yo Marie Kondo porque no tienes vergüenza. Además, si vas a venderme la moto de los polvos mágicos házmelo bien: o eres Merlín con varita o eres Pablo Escobar y me traes un regalo en una bolsita o eres un hombre que me guste mucho y vaya a dejarme sin respiración. Déjalo, sería largo de explicar, doncella sintoísta. No creo que lo entiendas, esos polvos desordenan mucho. 
—Coge cada libro, tócalo. Uno a uno decides si te lo quedas o lo tiras. Por supuesto sólo tienes que quedártelo si al tocarlo sientes placer. 
—Marie, ¿qué va a ser lo siguiente? ¿explicarme como respirar? 
—Es que no me refiero al placer que te proporciona leerlos. De hecho no puedes abrirlos mientras haces limpieza, ni mucho menos leerlos. Eso rompería el hechizo. Todo tiene que ser por lo que sientas. 
—Marie no digas memeces. O dilas si te apetece pero lejos de mí o te daré con una sartén en la cabeza. 
—Alguna vez significa nunca. 
—¿Perdona? Pareces Miyagui. 
—Te digo que no tengas libros por si alguna vez los lees, eso significa que nunca los leerás.  
—Mira Marie Kondo como te lo explico para que no te estalle la cabeza. Lo leeré en el futuro quiere decir eso y, además, tengo otra cosita para comentarte. Hay libros que he leído una, dos y hasta tres veces y los tengo ahí por si me apetece releerlos. Y hay otros que sé que no releeré nunca pero que no pienso dar jamás. 
— Acumular libros con la intención de leerlos pero sin hacerlo disminuye el efecto que tienen en ti los libros que lees.
—Lapartecontratantedelaprimeraparte es la partedcontratante de la primera parte. 
—¿Perdón?
—Que no digas más chorradas. 
—El momento de leer un libros es el primer momento en el que te encuentras con él, por eso es importante tener pocos libros. 
—Marie Kondo, DARLING, según tu teoría solo podría tener un libro en mis estanterías. El libro que estoy leyendo. 
—¡Claro! así todo estaría ordenado y yo tendría razón. No olvides que soy doncella sintoísta.  
—Fus, Fus, Fus... eres la Nada. 





PD: mirad la cara de Marie Kondo haciendo fus fus.  

lunes, 5 de diciembre de 2016

Lecturas encadenadas, noviembre.

El mes de noviembre, como todos los meses impares (menos julio) es de solterismo. El solterismo es un estado vital que me sumerge en un ritmo de vida en el que no descanso y en el que, por alguna razón, que no consigo entender,  leo menos. O no. No sé, el caso es que en noviembre sólo he leído dos libros. Dos libros maravillosos y de dos autores que me encantan.

Francamente Frank, de Richard Ford. Este libro tiene una historia y como bloguera vuestra que soy, voy a contarla. A mí, internet, la red, los blogs, twitter solo me han traído cosas buenas. Una de esas cosas buenas ha sido la inmensa cantidad de gente que he conocido y que se han hecho amigos, gente cercana con la que hablar, reírme, quedar, hablar de libros y de mil cosas más y que, muchas veces, me demuestran su aprecio hacia mí haciendo cosas que me dejan sin palabras. Cuando Teresa Valdés-Solís me mandó un mensaje para preguntarme qué libro de Richard Ford quería tener dedicado me eché a reír y le dije: estás loca.

No sólo no estaba loca sino que movió todos sus contactos en Oviedo para conseguirme este libro dedicado por Richard Ford para mí.


Lo importante de los libros es su contenido pero tener un ejemplar dedicado especialmente para ti por uno de los autores que más admiras es una experiencia maravillosa y ese libro ocupa un lugar especial en mi estantería. Si además el libro te  reencuentra con un personaje, que te lleva acompañando casi 10 años, su lectura se convierte en un lugar acogedor, en una especia de volver a casa, de encontrar tu sitio, tu hueco en los cojines del sofá, tu taza de café, tu almohada.

Ford nos lleva otra vez a la vida de Frank Bascombe que ahora tiene ya 68 años, está jubilado y ha vendido su casa de la playa. Todo lo que se cuenta ocurre semanas después de que el huracán Sandy arrasasara la costa de Nueva Jersey. El libro lo componen cuatro relatos que suceden en unos pocos días pero que aparte de tener a Frank como protagonista y narrador no guardan relación entre sí.

Al terminar de leerlo y mientras escribía sobre él en mi cuaderno de lecturas pensé que, quizás, los relatos sí que tenían un nexo común y es que todos tratan del peso del pasado en nuestras vidas, en nuestro presente. No es solo que lo que hayamos hecho, pensado, decidido, amado, dejado o no, nos haga quienes somos y nos haya llevado hasta donde estamos, es que el pasado es como una goma que estiras y estiras y estiras y, a veces, en algunos momentos se suela de su anclaje en el antes y a toda velocidad viaja hasta tu presente y te golpea en la cara volviéndose tu ahora y obligándote a lidiar con ello aunque no quieras.

Eso es lo que le ocurre a Frank en estos cuatro relatos. Se me había olvidado como es de egoísta y de introspectivo, como es capaz de ignorar casi por completo lo que les ocurre a los demás centrándose únicamente en sí mismo. Es fascinante como Ford ha creado un personaje tan redondo, tan complejo y con tantos ángulos, cuesta creer que no sea una persona real, que no sea él. Es inmenso en su normalidad, en su cotidianidad.
"Yo no creo en eso desde luego. La mayor parte de las cosas que no nos matan en el acto nos matan después".
"No hay necesidad de tocar, besar, abrazar. Pero lo hago de todos modos. Es nuestro último fetiche. El amor no es otra cosa al fin y al cabo, que una interminable serie de actos individuales". 
"Porque no hay una forma adecuada de planificar la vida ni tampoco de vivirla: sólo un montón de formas inadecuadas". 
"Los errores son errores mucho antes de que los cometamos". 
No digas noche, de Amos Oz.  Compré este libro en la Feria del Libro Antiguo porque si veo algo de Oz tengo que comprarlo. Es un escritor que me fascina. Me fascina lo que escribe, sus personajes, sus historias que transcurren en un espacio, Israel, que me es completamente ajeno y extraño y me fascina él. Su cara, sus arrugas, su historia, su mirada, sus ideas, las entrevistas, sus ensayos. Un hombre fantástico frente al que me quedaría paralizada y sin habla. 

Reconocería cualquiera de sus libros aún sin ver su nombre en la portada. Es empezar a leer y entrar en un ritmo, en una cadencia de palabras, en un estado de ánimo, un estado vital tan real que noto el polvo del desierto de Israel, el calor y también el desasosiego de los personajes.

No digas noche cuenta la historia de una pareja, de Teo y Noa. Una pareja que se construye como todas, con mucho empuje y brío al principio, como se construye la ciudad en la que transcurre todo, Tel Keider y que es, creo yo, el tercer personaje de la novela. 

Las relaciones surgen de la nada como esa ciudad construida comiéndole terreno al desierto. Al principio se hace con grandes planes, teniendo en mente un ideal y luego, cuando uno la ve terminada y se pone a vivir en ella se da cuenta de que no se ajusta exactamente a lo que proyectó. No tiene porqué ser peor pero es distinto. Habitas esa relación, esa ciudad, esa casa acostumbrándote a ella, la vas haciendo tuya y luego las cosas empiezan a estropearse por el uso. Pequeños detalles que pueden no ser importantes pero que pueden enfadar y que hay que ir reparando. En esas reparaciones de la casa, de la habitación que supone la pareja uno puede hacerse daño o herir al otro, pero puede también que el arreglo, el reajuste sirva para seguir adelante.  

No digas noche va de todo esto. De las relaciones y de su continuo reajuste, siempre hay que estar afinando y calibrando. Al que se deja ir y se despreocupa se le cae la casa encima. 
"Tú eres una persona a la que le gusta resumir. No me resumas aún". 
Esa frase resume el estado en el que las relaciones dejan de repararse para simplemente convivir con el declive, con los desconchones, esperando que aguanten hasta el final o que, poco a poco, derrumben todo. 
"Aquellos que no se entusiasman con nada se enfrían y comienzan a morirse. Hay que empezar a desear de verdad. Coger la vida con las dos manos para que no se escape, si es que comprendéis lo que quiero decir. Si no, todo está perdido". 
Leed a Ford y a Oz, dos hombres fantásticos.