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lunes, 19 de agosto de 2019

Catorce años

Catorce años. Como escribí cuando los cumplió tu hermana, se acabó la infancia. Llevo todo el año experimentando el final de esa etapa, me aferro a que me des algún abrazo cuando te lo pido y a que sigas contestando "muchísimo" cuando te pregunto cuánto me quieres pero sé que se me está acabando. No quiero ponerme nostálgica ni renegar de la adolescencia porque tus trece años, los que se acabaron ayer, han sido tan divertidos como deseábamos que fueran hace justo un año.  

Releo lo que te escribí el año pasado, cuando cumpliste trece, y veo que hemos cumplido bastante a rajatabla lo que nos proponíamos. Han sido divertidos porque sigues siendo divertida, como siempre lo has sido, desde que eras un mico y hablabas todo con la z (gracias infinitas a mi yo de treinta y cuatro años que se puso a transcribir todas esas conversaciones) hasta ahora que no callas ni debajo del agua.  Las conversaciones contigo están sembradas de frases bombas que nos dejan a todos fuera de juego. «Mamá, ¿has cumplido tus sueños?», «Yo voy a conseguir una beca de un banco porque voy a pensar una idea buenísima, algo que todo el mundo necesite y que sea muy necesario, por ejemplo, papel higiénico» o tus infinitos ¿Y si? que me agotan pero que no quiero que terminen. Ahora que estoy viviendo los quince de tu hermana, prefiero un millón de "Y sis" al caminito de monosílabos que nos espera a la vuelta de la esquina. 

Hemos viajado.  Hemos respondido a la pregunta que me hacías cada vez que echábamos la primitiva «Mamá, si te tocara, ¿lo primero que haríamos sería ir a NY?» El viaje de tu vida: Nueva York. Verte caminar, mirar hacia arriba recorriendo las avenidas, reconocer los edificios, los lugares de tus series favoritas, descubrir contigo Central Park y el MoMA, pasear bajo la lluvia, coger el metro, escuchar ópera en el parque, contarte la historia del Concorde, enseñarte el avión de Top GUn, descubrirte America de Simon & Garfunkel mientras veíamos la Estatua de la Libertad desde un barco, plantarnos delante del Dakota y al volver a Madrid ver La semilla del diablo contigo. También has estado en Hong Kong y Taiwan porque tienes la suerte de tener una abuela genial que vive allí y que quiso celebrar su 80 cumpleaños con toda su familia. Descubrir Asia, descubrir que la extraña allí eras tú «Mamá, hoy nos han hecho fotos en un restaurante» me decías cuando me llamabas desde el otro lado del mundo. Allí descubriste la Mafia y apunté en la lista de pelis pendientes, para ver con vosotras, la trilogía del Padrino cuando me contaste que «la abuela vive cerca de la casa de un mafioso pero es un mafioso bueno porque si haces lo que él quiere no te hace nada». Está claro que necesitas unas clases de mafia siciliana. Aunque también has estado en Sicilia en una boda. Definitivamente en los trece años has viajado demasiado, tenemos que plantearnos los catorce como algo más calmado, más tranquilo.

Las pelis de miedo siguen sin asustarte pero te aterrorizaste con la escena de Chernobyl en la que los hombres suben al tejado a tirar los restos radiactivos, te hiciste bolita en el sofá porque no querías mirar. Adoras a los perros, a Shawn Mendes y la moda y puedes llegar a ser agotadora hablando de las tres cosas. 

Cuando tu hermana cumplió catorce yo tuve miedo, un miedo irracional porque no sabía lo que me esperaba. Ahora sí lo sé y tengo un miedo más real, más justificado. No tengas prisa en pasar los catorce, pasémoslos tranquilas, aburrámonos de rutina, veamos pelis, háblame de influencers, de moda y de maquillaje y sigue taladrándome con preguntas. Continua siendo curiosa, presumida e inquieta y, por favor, no empieces con los monosílabos. Todavía no. 

Feliz cumpleaños, princesa pequeña.

PS: la foto que ilustra el post ha sido elegida tras un largo proceso de negociación entre la homenajeada y la autora. 

lunes, 17 de diciembre de 2018

Quince años

Lo malo de cumplir quince años es que el Duo Dinámico, que ni sabes quién son ni te importan hasta que uno de Operación Triunfo versiones una de sus canciones, escribió una canción terriblemente pegadiza con ese título. A todos los que tenemos más de treinta años se nos activa un resorte automático en el cerebro cuando escuchamos "quince años" que nos hace pensar "tiene mi amor". Un horror, prometo no arruinarte el día ni el año cantándote esa canción.

Quince años por fin, salimos definitivamente del pantano de la indefinición que son los trece y los catorce en que se es y no se es y llegamos a la edad en la que puedo decir «mi hija es mayor». Porque lo eres.

Este ha sido el año de ser responsable, dormir hasta romper la cama y descubrir que la vida con lentillas es una vida mejor. Ha sido el año de ceder ¡por fin! a hacerte coleta para jugar al fútbol y el de leer a Chimamanda Ngozi Adichie. Este año has encontrado tu equipo de fútbol ideal y nos has convertido en esos padres que madrugan los fines de semana para llevarte a partidos en lugares imposibles. También nos hemos convertido en seguidores de todas las selecciones sub-algo de fútbol femenino y yo podría reconocer a Patri Guijarro si me la encontrara por la calle. Ha sido el año de los pantalones anchos, las primeras salidas a cenar con tus amigas y el descubrimiento, gracias a OT, de canciones que yo cantaba cuando era como tú. «Mamá, ¿te sabes esa canción?» «Pues claro». Ha sido el año de cantar y cantar y cantar desde que recobras la consciencia dos horas después de desayunar hasta que te vas a la cama. Ha sido el año de pegarte con tu hermana, intercambiaros la ropa y no parar de hablar entre vosotras a todas horas. Has descubierto el café, el aguacate y sigues sin poder comer pescado. Ha sido el año de empezar a hacer snow y de ver todo en versión original. Fuimos a tu primera manifestación y fue mágico. Has descubierto la siesta en la cama y que si algo te gusta mucho eres capaz de levantarte al alba sin protestar.

Hoy cumples quince años que nos han cambiado la vida a ti y a mí y, esta mañana, mientras colocaba tu caminito de chuches pensaba en el día que se me ocurrió empezar con esa tradición. Entonces no sabía qué tipo de madre quería ser ni cómo íbamos a ser nosotras. Ahora, quince años después, soy la madre que quiero ser y tú eres cada vez más increíble.  Tu regalo al final del caminito de chuches es original, distinto y muy tú. Conseguirlo nos ha costado mil gestiones pero habríamos hecho mil más solo para ver la ilusión estratosférica que te ha hecho.

Felices quince años, princesa de los ojos azules.


sábado, 8 de diciembre de 2018

Adios, Ramón

Por fin te has ido. Ninguno queríamos que fueras el primero en romper la formación, no queríamos que la inevitable  brecha comenzara por ti. Queríamos que fueras inmortal, necesitábamos que lo fueras y durante un tiempo todos lo creímos, tú también. Después la muerte hizo planes contigo y supimos, tú también, que serías nuestra primera baja. Hoy, por fin, te has ido y no sabemos, todavía no podemos ni pensar, cómo vamos a sobrevivir al hueco que dejas en nuestra familia. Ni pensamos en rellenarla, en cubrirla, en ignorarla... eres nuestra primera grieta y, como pasa en nuestra querida presa, ya nunca podremos embalsar el mismo agua, ya nunca seremos los mismos. Seremos menos, seremos peores. Estamos rotos. 

Hace un año hablé con un amigo sobre lo que supone la muerte de tus mayores. Él nunca había perdido a nadie cercano y me dijo que tenía miedo de sentirse en primera línea frente a la muerte. Fue una conversación casual, pero de esas que no se olvidan nunca, que vuelven de manera recurrente a tu cabeza buscando que te des cuenta de su importancia, intentando descubrirte algo que te gustaría no saber, que te empeñas en ignorar. Hoy ha vuelto a mi cabeza cuando lo inevitable ha ocurrido, cuando por fin te has ido, cuando la agonía ha terminado. Te has ido, nos has dejado y eso nos aproxima a todos a la primera linea, no frente a la muerte sino a la de seguir siendo lo que siempre hemos sido. 

Este año ya nadie llevará traje en nuestra cena de Nochebuena, nadie preparará juegos y nadie fumará puritos. Este año nos hemos quedado huérfanos de reyes magos y  alguien tendrá que hacer de Gaspar, gritar nuestros nombres y equivocarse con los regalos. Todos tendremos los ojos llorosos y el alma rota. Alguien tendrá que pasear a Bolu, tu perro gigante, y alguien tendrá que explicarle que ya no vas a volver. Ya nadie hará paella en el jardín de La Rosaleda, ni contará las historias de la Mano Negra.  Volveremos a juntarnos, a reunirnos y a reírnos pero ya nunca volverá a ser lo mismo porque nunca estaremos todos. Erais los seis invencibles, los seis insoportables, los seis estandartes de nuestra familia, juntos desde hace sesenta años. Dios mío, ¿quién consigue cenar sesenta años seguidos con todos sus hermanos? ¿quién consigue pasar sesenta años con sus hermanos, casi cincuenta con sus sobrinos, repitiendo año tras año las mismas rutinas, celebraciones y reuniones? Hemos tenido tanta suerte que nos creímos inmortales, hemos sido tan increíblemente afortunados que nos acostumbramos a lo excepcional. 

Ramón, hoy te has ido y no sé cómo vamos a hacerlo sin ti. No me da miedo estar frente a la muerte, me da miedo que no seamos capaces de estar a tu altura, de hacer que, dónde quiera que estés ahora, te sientas orgulloso de nosotros. Asusta estar en primera línea de la vida, ser responsable de construir las rutinas y recuerdos que arman una familia, una vida. Hoy te has ido y veo entrar el caos por tu ausencia. Siento a tus cinco hermanos y a todos nosotros, tus sobrinos, mirar la grieta sin saber como vamos a sobrevivir, como vamos a achicar este naufragio. 

No sé como vamos a hacerlo sin ti. Eso es lo que me da miedo, no estar a la altura. Te juro que lo intentaremos. 

Adios, Ramón. Descansa en paz. Te queremos infinito. 


domingo, 19 de agosto de 2018

Los trece, la estación sin parada.

–El domingo cumples trece años. Este año no estás dando nada la brasa con tu cumple.
–Ya, ya lo sé. 
–Los trece son un número raro ¿verdad? 
–Sí, catorce molarían más pero claro hay que pasar por los trece antes, pero los trece no me apetecen. 

Los trece son ni fu ni fá. Si además llegas a ellos en segunda posición, detrás de tu hermana, ni siquiera tienen la novedad ni para ti ni para nosotros de intentar descubrir cómo serán. Ya tienes claro que los trece son como la antigua estación de cercanías de Pitis, en Madrid, una estación sin parada. 

Los trece son segundo de la ESO que es otro curso insulso, sin gracia. No tiene la emoción de lo nuevo, del estreno, ni el aura de ser ya "de los mayores". Los trece están a medio camino entre ir al Burger a merendar y sentarte en el parque,  en el respaldo de un banco a ver pasar las horas mientras cuchicheas sobre chicos y ligues. 

Los trece son subirte al tren de "ser mayor" pero con acompañante. Son sentarte a pensar qué más adelante hay vida por vivir, que quieres hacer algo con todos esos años que te esperan aunque no tengas claro qué quieres. Los trece son, todavía, seguros. Cualquier decisión es revocable, ante cualquier miedo puedes refugiarte en casa, en mis brazos, en los de tu padre. Los trece son aburridos pero estables, seguros.  Los trece son casa. 

Vamos a vivir tus trece años sin sorpresas e intentaremos que sean divertidos. Vamos a viajar, a reírnos, a discutir por nuestros diferentes conceptos de la palabra "ordenado", vamos a charlar sobre mis elecciones de menú para la cena. Vas a seguir sacándome de quicio con tu irritante manía de hablar muy deprisa poniendo voz de absurda protagonista de sitcom americana cuando quieres pedir permiso para hacer algo que sabes qué no me va a gustar. Y, sobre todo, sé que vas a seguir taladrándonos con la absoluta necesidad que tienes de tener una habitación para ti sola. 

Hoy cumples trece años y estás impaciente por cumplir catorce, quince, «los dieciséis sí que molan».  No tengas prisa, vamos a disfrutar los trece pero, por favor, mientras tanto, cierra la puerta del baño, no te cuesta nada. 

Feliz cumpleaños, pequeña bruja. 

martes, 29 de mayo de 2018

Cuidaremos de ellos

No puedo escribir tonterías cuando la muerte llega a mi entorno. Y no puedo hacerlo no porque crea que es frívolo o inadecuado o inapropiado, sino porque hoy, durante las horas que paso esperando a poder ir a abrazar a mis amigos, a los hijos de Coca, solo pienso en finales, en la vida cuando se termina y en lo incongruente que es que yo me haya levantado, desayunado y preocupado por la ropa interior que llevo mientras ella ya no está. No puedo escribir porque no puedo dejar de pensar en mi amiga Guada y en sus cuatro hermanos, todos entrelazados por vínculos de amistad, amor, familia y noviazgos más o menos largos con toda mi familia hasta quedarnos sin palabras para definir las relaciones que nos unen. No puedo escribir nada sobre el duelo, la pena, la ausencia porque hoy toca ser de corcho. No tiene sentido hablar del vacío que se abre, del consuelo que buscarán, de la calma analgésica que encontraran en algunos recuerdos y el dolor punzante con que otros, mínimos, casi insignificantes les causarán. No puedo escribir nada que sirva para aliviar el dolor de mis amigos ni para tratar de explicarles la perplejidad que sienten ante el encontronazo con la muerte. No puedo escribir nada y tampoco sabré que decirles, cuando vaya a verles, que les reconforte porque todavía no saben que necesitan consuelo. No puedo escribir nada porque hoy la muerte se ha tragado el aire a nuestro alrededor. 

Hoy tenía pensando escribir sobre todas las cosas que no puedo. Había redactado mentalmente las diez primeras líneas. En mi cabeza el sonido del encadenamiento de los sucesivos «no puedo» tenía ritmo, armonía y gracia. Creo. No puedo recordarlos  porque ya no importan. Hoy solo puedo escribir que ya no escucharé su voz diciéndome: «¡Hola riberita!» y que la muerte es eso, las cosas que ya no serán nunca más. 

Hoy solo quiero escribir: Adiós Coca, cuidaremos de ellos. ¡Qué putada es morirse! 


lunes, 16 de abril de 2018

Autorretrato (2018)


Te crees especial, diferente, distinguible hasta que te  paras a analizar que el «me recuerdas a alguien» que escuchas, casi siempre, al conocer a alguien, en realidad quiere decir «te pareces a todo el mundo». O cuando tras veinte visitas a los Verdi, la taquillera te sigue pidiendo el DNI porque no recuerda tu cara de la tarde anterior. Tú no le recuerdas que viniste el día anterior y la semana pasada, ni la anterior, ni todos los fines de semana del invierno porque no hace falta violentar a nadie haciéndole creer que tiene mala memoria cuando lo que ocurre es que tienes una cara que se olvida, que no se fija, que se borra, que no deja rastro. 

¿Cómo es tu cara? Empezando desde arriba tienes pelo. Mucho pelo. Ahora mismo, ni largo ni corto, aunque para los fanáticos del pelo largo lo llevas cortísimo y para los radicales del rapado eres Rapunzel. Tienes la sospecha de que tu peluquera, con la que llevas veinte años, quiere dejarte un corte como el que lleva  Yvonne Reyes (antes de ser Yvonne Reyes) en una foto que decora las escaleras de la peluquería. Buena suerte con eso. Te tiñes el pelo de tu color, bueno del color que tenías cuando no eras mayor, ahora es blanco. No te decides a dejártelo blanco por pereza, pero estás a punto de hacerlo. «No lo hagas, parecerás mayor». «¿Y qué?» piensas tú, ya eres mayor. Mary Beard, Jane Goodall, Cruela de Ville, todas son mujeres con el pelo blanco a las que miras con admiración. No las ves y piensas «parecen mayores», las ves y las envidias. Además, si te dejaras el pelo blanco tendrías algo que llamaría la atención, te borrarías menos; una buena mata de pelo como una boya de reconocimiento entre una marea de cabezas de colores. Y, además, sería una buena mata porque tienes buen pelo, muy bueno. «¡Qué buen pelo tienes!» te dijo la madre de tu amiga Olvido, María Ángeles, cuando tenías ocho años, un día que llegasteis a su casa corriendo sudorosas en busca de ya no recuerdas qué. Pusiste tal cara de sorpresa ante ese halago que se vio forzada a explicarte que tenías el pelo grueso, denso, fuerte. Hasta ese día habías creído que todos los pelos eran iguales, salían de la cabeza y crecían. Punto. Te lo dijo durante cuarenta años, cada vez que te veía y no lo has olvidado nunca. Aprendiste aquel día que hay pelos finos, quebradizos, rebeldes, foscos, frágiles, pobres y que a ti, en la lotería de la vida, te tocó un buen pelo. La mayor parte del tiempo no le dedicas ni un solo pensamiento a tu pelo y él parece vivir feliz con tu indiferencia. No sabes qué opinará de hacerle parecer mayor, de mostrar su verdadera edad, quizá se vuelva rebelde. 

Tras un buen rato valorándolo decides que tu cara es redonda, no llega a torta de pan (en realidad no sabes lo que es una torta de pan o que, mejor dicho, solo tienes una ligera idea de cómo deben ser pero nunca has visto ninguna) ni a Luna de Méliès pero es redonda. Jamás colaría como una de esas «caras angulosas» tan de protagonista de novela. A los lados tienes, menos mal, dos orejas que son más pequeñas de lo normal, muy pequeñas. Llevas pendientes, incluso durmiendo, casi siempre los mismos. Unos pequeños de oro blanco que te regalaron cuando cumpliste treinta años. No los has llevado durante catorce años seguidos, claro que no. A veces, cuando te sientes estilosa o con ganas de hacer un esfuerzo, te los cambias según la ropa que lleves: unos rojos, unos azules, otros aros dorados. Lo haces hasta que te cansas de fingir o llega el invierno y se te olvida cambiártelos y casi se te olvida que tienes orejas. 

Tienes una frente standard: ni muy ancha, ni muy estrecha. Talla única. Sin marcas ni cicatrices de viejas heridas de infancia. Siempre fuiste una niña muy prudente y muy miedica: nada de correr riesgos, saltar o tener prisa. No tienes interesantes anécdotas que contar pero a cambio tu frente aparece limpia y a salvo de explicaciones. En su centro, eso sí, se puede ver el cumplimiento de una profecía: «Niña, no puedes estar siempre enfurruñada, te saldrán arrugas». Fuiste una niña enfadada con el mundo y tu abuela te advirtió, ahí están, dos lineas paralelas perfectas justo encima de tu nariz. Frunces el ceño frente al espejo. ¿Sigues haciendo ese gesto cuando te enfadas? Crees que no pero no lo sabes. A los lados de esas arrugas heredadas de la infancia están tus cejas. Arqueadas, de color castaño oscuro, sin canas. «Deberías limpiártelas» te dijeron una vez. Pagarías por ver tu cara de sorpresa al escuchar ese comentario. Lo has intentado un par de veces, frente al espejo, muy seria, con las pinzas en la mano y sin tener mucha idea de los pelos que se supone debes arrancar para limpiar, no sabes qué pelos son los que ensucian. Tras un par de intentos has decidido que no merece la pena esa punzada de dolor al arrancarte un pelo, probablemente el equivocado, y ese amago de lágrima en la esquina de tu ojo. Quizá la gente comente «Madre mía, cómo lleva las cejas de horribles» pero te cuesta creer que alguien preste atención a unas cejas siempre que estas no sean algo espectacular: las de Brézhnev o Blas o no existan. Las cejas, como todo lo verdaderamente importante de la vida, solo se ven cuando no están. 

Tienes los ojos pequeños. Ni almendrados, ni muy redondos, ni muy rasgados. Normales. Durante muchos años creíste que los ojos marrones eran una categoría absoluta y la más abundante en la naturaleza. Ojos marrones sin matices, no había que explicar más. Puede que esta idea simplista del color marrón viniera de tus años de convivencia con el uniforme del colegio que también era marrón y espantoso. ¿Para qué fijarse en el color de tus ojos si ya sabías que eran marrones, que no había sorpresas? Más adelante descubriste que tienes los ojos de color marrón oscuro, casi negro, formando pareja con los de tu hermano Gonzalo. El otro par de hermanos, los del medio, Borja y Elena, comparten un color marrón más claro, más hojas de otoño. Hermanos a pares. 

Casi no tienes pestañas. No sabes si alguna vez las tuviste, espesas y curvadas como las de tus hijas o tus sobrinos, y por el camino las has perdido o siempre fuiste de pestaña escasa. «Ponte postizas, vas a flipar. Te despiertas por la mañana y ¡te ves guapísima!» te comentó una amiga hace un par de meses. Sé sincera: verte no guapa, guapísima nada más levantarte y, sobre todo, aletear tus pestañas te pareció algo muy tentador, emocionante. ¿Cómo será verte guapísima nada más despertar? Quizás lo hagas cuando te dejes el pelo blanco. 

«Patas de gallo» Tú no les ves el parecido con las patas de gallo por ninguna parte pero tienes ya esas arrugas a los lados de los ojos que la gente se empeña en llamar así. Te pasa lo mismo con el tejido «pico de gallo», eres incapaz de ver un pico de gallo en el entramado de esa tela. «No entornes los ojos que se hacen arrugas» A ti te gustan esas arrugas, te hacen reír, parecen decir que has mirado mucho intentando ver cuanto más mejor o que, estás perdiendo vista y achinas los ojos. Cuando no duermes tienes bolsas bajo los párpados. Romboidales si estás muy cansada y más circulares cuando sólo te faltan un par de horas de sueño. En vacaciones desaparecen. A veces te asusta su presencia y piensas que si creyeras en las cremas de contorno de ojos y, sobre todo, si las usaras te podrías librar de ellas. 

Mofletes. Tienes mofletes. Ni pómulos ni mejillas. Mofletes redondos, pellizcables, achucharles cuando te ríes, cuando estás contenta. Ya no tienes edad, hace mucho que dejaste de tenerla, para que nadie te pellizque los mofletes pero que alguien pruebe a pellizcar unos pómulos, no se puede. Los pómulos son distinguidos y altivos, pinchan. Entre tus mofletes y tu barbilla, cuando sonríes, se forma un romboide casi perfecto. Las aletas de tu nariz forman el vértice superior y la punta de tu mentón el inferior.  A los lados, conectando ambos puntos, dos pliegues ligeramente asimétricos a los que dan sombra tus mofletes. Son asimétricos porque el de la izquierda tiene un surco de más. Un surco, una arruga, que no sabes de dónde sale, no sabes si es una cicatriz o si simplemente ahí sobra más piel o durante mucho tiempo tu sonrisa estuvo desequilibrada. Aprendiste a sonreír hace tan solo cuatro años, en el peor momento de tu vida. Aprendiste a sonreír con naturalidad aunque no tuvieras ningún motivo para ello. Ahora, cuando sonríes lo haces con toda la cara y cruza ese rombo la linea horizontal que forma tu boca. Tus labios son finos, sin personalidad, unos labios funcionales y anodinos, sin interés. A veces, coincidiendo con tus cambios de pendientes te los pintas pero, entonces, te  parece que vas disfrazada. Quizás con la mata de pelo blanco queden mejor... quizás parezcas una vieja diva. O una loca. Detrás de los labios están tus dientes imperfectos formando el frente popular de Judea contra la marea de sonrisas de dientes perfectos que recorre nuestra sociedad. Sonrisas de anuncio, intercambiables, que iluminan la noche. La tuya no es una de esas, es personal, característica, tuya para lo bueno y para lo malo. «¿Vas a arreglarte los dientes antes de la boda?» Jamás olvidarás el día que alguien de sonrisa intercambiable, pelo perfecto y piel perfecta te dijo eso, poco antes de casarte, insinuando que tu diente roto era claramente un defecto. Jamás has pensado arreglártelo. Es una de tus pocas cicatrices de guerra, un recuerdo de aquel día, en el pasillo de 4º de EGB,  en el que creíste que tus amigas y acabaste descubriendo, con la boca clavada en el gres rojo del suelo, que o bien tu pesabas de más o tus amigas tenían fuerza de menos. Te encanta tu diente roto. 

¿Qué más tienes en la cara? Justo en medio una nariz. Ni grande, ni pequeña, ni enorme, ni aguileña, ni respingona ni con personalidad. Es ligeramente redondeada en la punta y con tendencia a desarrollar granos en el momento más inoportuno. Cuando te enfadas abres despliegas las aletas de las narinas como un búfalo a punto de embestir, como queriendo aprehender más aire para atacar con más fuerza. También lo haces cuando tienes la respuesta perfecta en la punta de la lengua y estás disfrutando con antelación el triunfo. 


Si te miras durante mucho tiempo al espejo dejas de reconocerte o, mejor dicho, pareces otra persona. Pero no, eres tú, lo que ocurre es que no te miras, vives con la imagen mental que tienes de ti  y, a veces, no cuadra con lo que ves cuando de verdad te miras. Por eso hoy, te has parado y te has mirado. Para verte. 


domingo, 17 de diciembre de 2017

Se terminó la infancia. Catorce años

2,920 kg. 49 cm. 

Lo conseguimos. Se terminó la infancia y ya te hemos criado. Creo que hemos hecho un trabajo bastante bueno. Has engordado 48 kilos y has crecido 111 cm. Sé que es absurdo pero te miro y me encuentro poseída por cierto espíritu de tratante de ganado y me dan ganas de gritar «Mirad, mirad, que buen trabajo he hecho», «Mirad, mirad que ejemplar más precioso, el mejor de la feria de la comarca, del país y del mundo mundial»

Se terminó la infancia porque ya no puedo llevarte en brazos, ni quieres que te duche, ni me dejas peinarte. Se terminó la infancia porque vas sola por la calle, entras y sales, te cocinas, te haces la cama (mal) y sabes hacer una presentación en power point sobre la economía romana. Se terminó la infancia porque ya no montas ciudades de clics (Mamá, se llaman playmobil) en el pasillo ni quieres ir disfrazada de Buzz Light Year por la calle. Se terminó la infancia porque ¡oe, oe, oe! ya comes sola y te encanta la ensalada. Se terminó porque ya no me preocupa que no comas o que no duermas o que te des con las esquinas de las mesas o te abras la cabeza montando en el patinete del demonio. Se terminó la infancia porque ahora me preocupa que la vida de te de miedo, me da miedo tu miedo, sentirlo, verlo, mascarlo y no poder ayudarte porque te crees que no sé lo que es tener miedo. Se terminó la infancia porque eres un saquito de inseguridades, de dudas, de inquietudes y yo me tengo que quedar sentada mirándote y sin poder convencerte de que todo va a ir bien y que lo que no vaya bien no será tan grave y estaremos para ayudarte. Se terminó la infancia porque ahora soy yo la que heredo tus zapatos, tú usas mis jerseys  y ya eres más alta que yo. Se acabó la infancia porque ahora te gusta ver todo en versión original, te gusta que te cuente cosas de mi trabajo y tienes opiniones políticas y sobre la vida que no sé de donde has sacado. Se terminó la infancia porque ya hemos hecho la última visita al pediatra, a partir de ahora ya vas al médico de mayores. Se terminó la infancia porque es complicadísimo levantarte de la cama antes de las doce de la mañana y vas sola en metro.   Se terminó la infancia porque en tus ojazos azules lo que se ve ahora ya no es un lago inmenso calmo y tranquilo sino un océano azotado por lo que ya has vivido y tu miedo a lo que te queda por venir. 

50,800. 160 cm.

Se terminó la infancia porque hoy cumples catorce años. Feliz cumpleaños princesa de los ojos azules. 


sábado, 19 de agosto de 2017

Doce años

«Todos somos extraños para nosotros mismos, y si tenemos alguna sensación de quienes somos, es sólo porque vivimos dentro de la mirada de los demás» (Paul Auster)

Aún no sabes quién es Paul Auster aunque tu casa está llena de sus libros. No sabes quién es pero sus portadas y sus palabras son parte de tu paisaje diario. Tampoco sabes lo que es sentirte extraña de ti misma ni te has parado a pensar quién eres. Si te preguntara, me mirarías con cara de superioridad y contestarías: «Soy Clara, sé perfectamente quién soy» porque hoy cumples doce años y a esa edad todo se sabe "ferpectamente" (no te gusta Asterix pero tenía que ponerlo). Crees que lo sabes todo, piensas que sabes todo lo que necesitas saber sobre lo que te interesa. Incluso crees tener clarísimo qué es lo que no quieres saber, lo que no te interesa, lo que no importa, lo que da igual. Y eso está bien porque a tu edad, en este momento de tu vida, lo suyo es que tengas esa seguridad, que todo a tu alrededor sea seguro, estable, casi aburrido, predecible, tan inmutable que parezca eterno. Por eso te gustan las rutinas y te encanta repetir siempre las mismas cosas cuando volvemos a lugares que, a tus doce años, ya se han convertido en parte de esa extraña que todavía no sabes qué eres. Este verano hemos vuelto a comer pipas Facundo viendo la puesta del sol en San Vicente porque "ese es el paseo que siempre hacemos" y hemos comido helados Regma "porque es lo que siempre hacemos aquí" y estás en Gibraltar "porque es lo que hago siempre en agosto". Crees que repites todas esas cosas porque te gustan y, en cierta manera, es así, pero las repites porque te centran, porque te hacen y te harán, en el futuro, ser quién llegues a ser. 

Aún no lo sabes pero eres una extraña para ti misma y lo serás siempre. Eso no es malo, no quiere decir que no te conozcas, quiere decir que tú te sentirás una persona determinada, te verás, pensarás, soñarás, escucharás e, incluso, olerás de una manera y descubrirás que los demás perciben en ti mil personas distintas. Unas te resultarán desagradables y te indignarás, otras te sorprenderán y otras te halagarán porque no podrás creer que te vean así, pensarás incluso «qué equivocados están, no soy tan buena». 

No sabrás quién eres y serás mil personas en una. Serás mujer, hermana, amiga, compañera de trabajo, amante, madre, abuela, tía, novia, pareja estable, pareja inestable, jefa, currita y un montón de cosas más pero para mí, siempre, serás mi hija pequeña. Y así te veo cada día.

En mi mirada vives y siempre vivirás y te verás como mi hija pequeña; ahora que crees saberlo todo y, también, cuando creas no saber nada y sientas más miedo del que eres capaz de imaginar, espero que puedas aferrarte a quién siempre serás en mi mirada y en mi vida. 

Feliz cumpleaños, pequeña bruja. 

Espero también que leas a Auster. 


sábado, 17 de diciembre de 2016

13 años


Interior casa / Exterior playa / campo / jardín /  nueva ciudad.

Dos personajes: adulta de 43 años y preadolescente de casi 13.

–Podías probar a leer este libro.
–No
–¿Por qué?
–Porque no me va a gustar
–¿Cómo lo sabes si no lo has leído?
–Lo sé
–¿Lo sabes todo?
–Sé lo que no me gusta
–No, no lo sabes, si no lo has probado no sabes si te gusta o no.
–No quiero
–Eso es otra cosa. ¿Por qué no quieres?
–Porque no me apetece
–Eso es lo mismo, no me vale. Piensa otra respuesta

Ojos anegados en lágrimas a lo Candy Candy por parte de la preadolescente.

Suspiro por parte de la adulta de 43. 

–Pruébalo, lee un par de páginas, 20. Si no te gusta lo dejas
–¿No te enfadarás?
–No. Me enfado si ni siquiera lo intentas. 

En el 98 % de los casos lo que has probado: el libro, la película, la actividad, la canción, la ciudad o lo que fuera, te ha gustado. Es un porcentaje de acierto por mi parte claramente espectacular. Lo frustrante es que acertar no acumula puntos para la vez siguiente y hay que repetir el esquema de conversación una y otra vez, volver a la casilla de salida.

Ha sido el año del "no" como respuesta automática a cualquier pregunta, sugerencia o idea que no viniera de ese sitio recóndito en tu interior en el que crees que tienes la sabiduría suprema. Contigo, ha sido el año de la marmota, y confieso que, a veces, hubiera deseado tener una marmota entre las manos para poder estamparla contra el suelo o estrangularla de lo que me has sacado de quicio. 

Ha sido el año de la languidez suprema. Todo tu cuerpo te pesa. Tu velocidad vital es como la de los perezosos de zootrópolis. Te mueves a cámara lenta como si hacerlo más deprisa, con un poquito más de brío y energía fuera a provocar un rápido e incontrolado crecimiento de tus brazos y piernas, como si tuvieras miedo de que la aceleración fuera a hacerte tropezar con tu propio cuerpo y caerte. Y no quieres caerte, porque te morirías de vergüenza. Esa es otra, todo te da vergüenza, absolutamente todo, incluso lo que no has hecho pero podrías hacer. Es más, no solo te dan vergüenza tus cosas, te dan vergüenza las de los demás: las mías, las de tu hermana, las de tu padre. Es graciosísimo, nunca lo había pensado pero, a los 13 años uno llega al valle de la "vergüenza ajena" y se pone a recorrerlo hasta sus más profundos recovecos. Yo me río mientras te oteo desde la cumbre de "me da exactamente igual lo que piense la gente". Te quedan años de travesía hasta que consigas llegar aquí pero lo harás. 

Ha sido el año de dormir hasta reventar la cama, los pijamas y mi paciencia. ¿Cómo puedes dormir 13 horas del tirón y levantarte cargada de languidez extrema y aburrimiento? Sospecho que estás acumulando carga de batería para el momento en el que estalles y no pares.

Ha sido el año de verte venir por la calle y no poder pensar en otra cosa que en Jay en Mall Rats. 

El 13 es un número raro. A algunos no les gusta, a otros les da miedo, otros lo ignoran. No se pueden obviar tus 13 años pero es, como el número, una edad rara. Con 13 años no sabes si eres una niña, una adolescente, una preadolescente, una mujer o una profecía. La mayor parte de los días te percibo como si fueras una cocktelera en la que se agitan todas esas personas y dependiendo de la temperatura, las circunstancias, la presión atmosférica, la dieta, las horas que hayas dormido o tus hormonas, la bebida resultante es increíblemente dulce, dolorosamente amarga, estúpidamente insípida, excitantemente sorprendente, deliciosamente divertida o sencillamente repugnante. 

Vivir contigo ahora es aterrador y muy cansado pero me encanta esta etapa en la que, cada día, no sé si voy a declararte mi heredera universal y suspirar de amor por ti o fantasear con que te vayas de casa muy pronto y solo me escribas postales. Me encanta no saber si ese día me tocará ser la madre más molona del mundo o la peor madrastra de los cuentos. Me fascina que un día me adores y otros creas que me odias y me encanta, cuando lo que toca es, descubrir un talento en ti que no sabía que tenías y que despliegas ante el mundo con total naturalidad. 

Los 13 años son una montaña rusa. 

Feliz cumpleaños princesa de los ojos azules.  


viernes, 19 de agosto de 2016

11 años

Era septiembre, ya casi no quedaba nadie en Los Molinos y nosotras seguíamos allí porque nuestra nueva casa todavía no estaba lista. Estaban terminando de poner la cocina. Las tardes de septiembre son silenciosas en Los Molinos y ya no hace calor. Decidí llevaros a dar un paseo a La Rosaleda, a ver a mis tíos. 

Nos sentamos en la pérgola a charlar y te regalaron una cajita con un mono de color verde por delante y con rayas de colores por detrás y un peluche bastante feo que parecía un gato. Pasaron unos meses antes de que pudiéramos ponerte el mono porque eras canijísima pero por alguna extraña razón que no consigo recordar el feo peluche de pseudo minino acabó metido en tu cuna desde el principio. 

En algún momento el peluche indefinido pasó a llamarse Pufa. Un nombre horroroso pero muy personal. No le llamaste Gatito, ni Precioso, ni Luna, ni Max ni nada que sonara conocido. Pufa. 

Dormías con Pufa, abrazada a él al empezar la noche y sin soltarlo a pesar de las mil vueltas que das siempre. Podías perder el chupete pero a Pufa jamás. Amanecías con Pufa apretado contra ti, oliendo a tu sudor de bebé. Durante el día no le prestabas atención pero al llegar la noche ¿Dónde eztá Pufa? 

Un día, al volver de pasar el verano en Los Molinos, Pufa se nos cayó por la calle. No nos dimos cuenta hasta llegar a casa ¿Dónde ezta Pufa? Sabíamos que lo habíamos cogido, todos recordábamos que venía en el coche... así que volvímos sobre nuestros pasos. En medio de la calle, tirado en un paso de cebra estaba Pufa destripado por unos cuantos atropellos. Magullado y bastante sucio pero intacto. Te sentaste a mirar la lavadora mientras el pobre dabas vueltas envuelto en espuma y burbujas.  

La vida de Pufa no ha sido fácil, atropellos, vomitonas y hasta un ataque perruno una tarde que lo sacaste al jardín por alguna extraña razón y los perros lo encontraron fascinante.  Perdió una oreja y tuvo una herida bastante terrible en una pata. Se recuperó con orgullo y ahora luce una oreja de tela multicolor y un parche precioso muy bien cosido (no por mí).

Tras estos accidentes decidiste que Pufa era un gato de interior y no ha vuelto a salir de casa. Te despides de él al irte de vacaciones y os reencontráis cuando vuelves. ¿Dónde está Pufa? 

En 2010 viajé a Berlín y os compré un par de peluches, uno negro y otro color café con leche, suaves y blanditos. "Parecen gatos atropellados" dijo Juan y tenía razón, estaban agradablemente desmadejados, como si no tuvieran huesos ni articulaciones, que obviamente no tienen porque son peluches pero dan esa sensación de estar "desperdigados". Elegiste el café con leche y le llamaste Mimoso. 

Pufa y Mimoso se han hecho inseparables. Cada noche te acompañan en tu cama. Al llegar la hora de acostarte, rebuscas en la cesta de los muñecos y los metes en tu cama contigo. Duermes cada noche abrazada a ellos y ellos amanecen cada mañana aplastados o incrustados contra la pared dónde los abandonas hasta que por la noche vuelven a ser imprescindibles.

**********

Hoy cumples 11 años. Te has convertido en todo un personaje. Tienes una mente ingeniosa, rápida y desconcertante.

Mamá, lo de tu libro...
—Dime.
—Estoy pensando que deberías pagarnos derechos de autor.
—¿Qué dices?
—A ver, salimos nosotras, son nuestras palabras, nuestros pensamientos y ¡nuestros dibujos!
—Ajá.
—¿Ajá? ¿eso quiere decir que estás de acuerdo?
—Claro, vuestros derechos de autor están en la ropa que llevas, la comida que comes y los viajes que hacemos. 

Me miras frunciendo el ceño, achinando los ojos y maquinando el siguiente movimiento.

Por el horizonte veo venir tu adolescencia agitando la melena al viento y de la mano de un pavo de tamaño descomunal.  Sé lo que nos espera pero, mientras tanto, respiro hondo, te miro y pienso en que quiero que sigas durmiendo con tus gatos por lo menos otros 11 años más. 

Feliz cumpleaños bruja. 


martes, 17 de mayo de 2016

Molihermana cumple 40

Apareces en la cocina como una princesa. No, como una princesa no. Apareces como una gran actriz de las películas de cine clásico, en blanco y negro. Como a ellas, no se te oye llegar, haces tu aparición y siempre me sorprendo. Abres la puerta con cuidado y allí estás sonriendo.

Buenos días. ¿Qué tal?
–Bien

Te miro danzar porque eso es lo que haces, danzar por la cocina abriendo armarios, buscando tu taza, la cucharilla, asomándote brevemente a la ventana a ver el día que hace. 

Danzas y casi flotas con esa bata que llevas, heredada de la abuela, que debe tener casi 50 años y que solo te cabe a ti. Una bata de actriz de cine de los años 40, de crepe blanco, con hombreras, solapas, manga larga, un gran lazo azul entallándote la cinturita y larga hasta los pies. Una bata que te hace ser elegante aunque debajo lleves un pijama de franela de osos o un camisón de verano de piñas. 

Remueves el café con tus dedos largos de pianista mientras enciendes el Kindle y empiezas a leer. La vista baja, las piernas cruzadas, la taza en la mano a la que das pequeños sorbos. Todo pulcritud y minimalismo mientras que yo, que te miro desde el otro lado de la mesa, soy un canto al caos matinal con mi sudadera vieja, los pies en la silla, la revista encima de la mesa, la taza, el plato, la tostada, el zumo, un mar de migas.  

–¿Qué lees?
–No lo sé.
–¿Cómo que no lo sabes?
–No sé como se llama. Tengo muchos libros metidos y los voy leyendo según van saliendo. Termino uno y empiezo otro, no sé como se llaman.
–Pero, pero, pero...
–Me da igual... solo quiero leer. 

Y vuelves a la lectura. A esa calma que transmites y que no sé de dónde sacas. Te miro y tienes luz. ¿Cómo puede darte igual lo que lees? ¿Cómo puedes no saberlo? ¿Cómo puedes ser tan equilibrada, pensarlo todo tanto antes de actuar?  ¿De dónde has sacado ese superpoder para la reflexión, el análisis y el control? ¿Cómo puedes dormir en el sofá como si fueras la Bella Durmiente sin que nada te despierte?  ¿Por qué siempre sabes qué ponerte? ¿Por qué siempre pides sopa si te dan a elegir? ¿Por qué te dan tanto miedo cosas que a mí me parecen facilísimas? ¿Por qué tu eres dulce y yo un alambre de espino? ¿Por qué no me haces caso cuando te digo que vales infinito? ¿Por qué eres tan desordenada? ¿Por qué adoras las judías blancas? ¿Cómo pueden gustarte los regalices rojos de las gasolineras? 

¿Cómo es posible que seamos tan distintas? 

¿Cómo es posible que hoy cumplas 40 años? 

No lo sé y pienso en mi yo de 14 años enfrentado a muerte a tu yo de 11 y creo que alucinarían al vernos ahora. Y más que alucinarán cuando dentro de 40 años sigamos desayunando juntas y tú sigas llevando esa bata. 

Feliz cumpleaños, actriz de cine. 


lunes, 9 de mayo de 2016

Primos

Los primos son unos parientes curiosos. ¿Qué tienes en común con ellos? Que tus padres son hermanos y compartes unos abuelos comunes que en algún momento, más pronto que tarde, desaparecen de nuestra vida. 

Conozco gente con más primos de los que puede memorizar y gente que no tiene ninguno. Yo tengo un número manejable de ellos, 11. Creo que yo sola doy más guerra que todos ellos juntos. Bueno, no lo creo... lo sé. 

Somos un grupo variopinto. Con el mayor me llevo un año y la pequeña tiene 11, llegó de Rusia cuando yo ya tenía a las dos princezaz. Es más prima de mis hijas que mía. Con ella, todos nos sentimos un poco tíos y ella con nosotros se siente en una reunión de chiflados. 

Nuestra última reunión de chiflados fue el sábado. Habíamos fijado la fecha hacía tiempo, cuando nos juntamos en otra de las citas sagradas de mi familia, el día de Reyes. Aquel día, mi primo “Chubi” y yo nos atufamos un mágnum de vino blanco a medias, nos pusimos de mote "Miss Harrison" y "Miss Marple" y convocamos la comida en su casa para cuatro meses después aprovechando la llegada desde Buenos Aires de nuestro primo R. 

Mi primo "Chuvi" (un pasado remoto y ligeramente relacionado con Starwars tiene la culpa de este mote pero eso es otra historia) tiene la misma edad que yo, nos casamos casi a la vez, tenemos hijas de la misma edad y nos separamos casi al mismo tiempo. Él es rubio, juega al fútbol y es jefe. Yo no, pero nos reímos hasta llorar cuando nos juntamos porque los dos tenemos un sentido del humor tan ácido que nos corroemos. A nuestros cuarenta y tantos hemos descubierto que nuestro amor por el vino blanco nos une más que compartir un apellido. Aquella mítica noche, apestando a barrica de roble envejecido, organizamos la comida. 

Organizar es un decir. Mandamos la fecha al grupo de wasap que compartimos los 11 primos con móvil y marcamos la fecha en el calendario. Eso fue todo... hasta la semana pasada en que tuve que poner orden y disfrazarme de Mary Poppins y el Capitan Furilo y empezar a repartir tareas: tú compras la carne, tú recoges a la prima de 11 años (María que no habla es su mote... pero esta es otra historia), tú compras chuches para las copas, tú la bebida y que no falte vino blanco. Hora de la cita, 13:30

Moli, ¿no sería mejor a las 14?
Pareces nuevo Nobita (este es otro mote y sí... es otra historia). Si quedamos a las 14, llegamos a las 14:30 y la barbacoa y blablablá.
Vale, vale... visto así. 

Los primeros llegaron a las 14:15. Nobita hizo su aparición estelar una hora tarde tras una noche de "electro cumbia". ¡Siempre tengo razón!, pero no sé qué es la electro cumbia y prefiero mi feliz ignorancia. 

Comida, bebida, una barbacoa en llamas que siempre es un buen tema de conversación, un millón de anécdotas, fresas, chocolate, ¡leche condensada! y chuches. 11 primos sentados alrededor de una mesa contando majaderías y riéndonos como si no hubiera mañana. 

¿Nos hacemos fotos haciendo el tonto?
—¿Quieres decir como siempre?
—Si, tú sal con la escoba barriendo... ¡no, espera, la escoba para Moli, que se la ponga entre las piernas y vuele...!
—Muy gracioso Pobrehermano Mayor, muy gracioso. 

Debió serlo porque todos se descojonaron. 

Sentada a la mesa con mi bebida (vino blanco, tinto y Gin tonic por riguroso maridaje con la comida) pensé que no podíamos ser más distintos. ¿Qué tengo que ver yo con mi primo Jimmy, de 29 años? ¿Y con mi primo Ramón que se piró a hacer las Américas y decidió quedarse a vivir en Buenos Aires? ¿Y con Alf que anda por Canadá? Por no hablar de mi prima de 11 años, que me mira como si fuera una vieja loca... porque para ella soy una vieja loca. 

Chuvi, que sepas que tu foto de Linkedin es de mucha vergüenza ajena.
Joder Moli, perdón Miss Harrison, no perdonas una.
Pero ¿cómo es la foto? Enseñadla.
Pues mirad, parece el vendedor del mes en Fotocasa por haber vendido un local comercial en un polígono.
No puedes ser más cabrona. 

No sé qué tenemos en común, ni siquiera sé si tenemos algo ni si quiero saberlo. Me basta con saber que somos familia, que tenemos unos recuerdos compartidos, unos lugares que nos pertenecen a todos y que tenemos la inmensa suerte de que nuestros padres, los que nos hacen ser familia, siguen con nosotros. Me basta saber que nos acordamos los unos de los otros y que nos alegramos de los éxitos de los demás. 

Me basta con sentir que cuando nos reunimos, las risas van a estar asegurada, me voy a encontrar en "casa" y no voy a querer estar en ningún otro sitio más que con ellos. Aunque se metan conmigo. 

A mis primos, con cariño y olor a barrica.

*Más sobre la Molifamilia. 

viernes, 18 de marzo de 2016

El amigo italiano



A pesar de mi memoria prodigiosa, no consigo acordarme de la primera vez que le vi, ni de la primera vez que alguien me hablo de él. No recuerdo ni el año, ni el mes. Fue hace mucho tiempo, muchísimo. 20 años. 

Si estrujo mi memoria y mis recuerdos recupero una imagen que no sé si es la primera que tuve de él pero que refleja exactamente cómo era, cómo es. 

En Los Molinos. Alto, de perfil, con su importante nariz y el pelo largo, más largo de lo que nunca había conocido en otro hombre. Pantalones, jersey, una chupa bastante andrajosa. No puedo definir qué me llamó la atención de él. Obviamente lo increíblemente guapo que era, pero no fue solo eso. Era mucho más, algo que me cuesta poner en palabras ahora, veinte años después, y que en aquel momento ni siquiera pensé; solo sentí. 

Durante los años que fuimos amigos, pasé de una timidez casi enfermiza que al principio me impedía articular palabra hasta una confianza cómplice y pugilística. Las puyas iban de un lado a otro, él con su acento de guiri que jamás abandonó y yo estrujándome las neuronas para tratar de estar a la altura. Recuerdo perfectamente la sensación que tenía al hablar con él, una especie de miedo, de tensión... de tratar de estar a su altura. Miedo a defraudarle. Una gilipollez; y sé que cuando lea esto me dirá "tú eres tonta". 

¿Qué me producía esa sensación? No lo sé. Él. Todo. Era distinto a todos los hombres que había conocido hasta entonces y con los que me había relacionado. Sí, era el más guapo y el más atractivo, a años luz del siguiente en la lista pero no era eso, o no era solo eso. Era algo intangible pero que te atrapaba en su presencia. 

Hay personas que ves y hay personas que sientes. Así es él, no sólo lo ves. Perturba, cambia, mueve, agita, trastoca, transforma el aire que te rodea y a ti mismo. Él es de esos. Un campo de fuerza. 

El gesto de recogerse el pelo, los brazos en alto, la goma deslizándose desde la muñeca y, alehop, ya tenía la coleta hecha. Ese simple gesto transmitía la sensación de estar completamente a gusto consigo mismo, de ser inconsciente de uno mismo. ¿Cómo lo había hecho?  "Solo si eres increíblemente guapo e increíblemente atractivo puedes llevar coleta", escribí hace muchos años. Pensaba justamente en él. 

Cuando se marchó me enteré tarde y mal. No pude despedirme ni decir banalidades del tipo: nos escribiremos, ya nos veremos, iremos a verte. Se fue y la vida siguió para todos. 

Dieciocho años después le mandé un mensaje "Hey guiri, que vamos a Milán". Incluso por esa cosa tan espantosa que es el chat de Facebook su campo de fuerza funcionó y lo sentí cuando contestó "Ciao Moli, nos vemos seguro". 

Y nos vimos y los 18 años pasaron en un parpadeo. Se esfumaron según se bajo del coche a toda prisa, gritando "¡guiris!", y nos abrazamos. 

Ahí estaba. Igual de alto, con su misma nariz de emperador romano, su mirada astuta, sus gestos imparables y su gran sonrisa guasona iluminándole los ojos claros y la cara entera. Una sonrisa que dice "cómo me alegro de encontrarnos". Una sonrisa que llena. 

Sigue siendo muy guapo pero ya no lleva el pelo largo. Sigue caminando como John Wayne y hablando como si temiera caer muerto en cualquier momento y necesitara contar todo lo que lleva dentro. Sigue siendo divertido, temperamental, efusivo, y sigue gesticulando con todo el cuerpo. 

18 años fulminados con dos frases, un abrazo, mil risas y mil puyas. 

-Ciao Moli, estás igual, el mismo sarcasmo. 

Somos los mismos pero mejores. 

Él está más grande, no más gordo. Mirándole, escrutándole mientras comíamos, le sentí más grande, como si su increíble personalidad hubiera seguido creciendo, como si el hombre que era con 30 años hubiera necesitado expandirse, crecer dentro de él para hacerse más imponente, mejor, más él.

Me sentí feliz y atrapada en su campo de fuerza pero, querido guiri, yo también he crecido y ahora me siento a tu altura. 

Fue un reencuentro increíble. 

jueves, 17 de diciembre de 2015

12 años

Soy realista, de aquí a los doce años y medio serás más alta que yo y habrás llegado mucho más lejos que yo. Jamás he sido más alta que Abu y ella está extrañamente orgullosa de eso. A mí me gusta que seas más alta que yo y más guapa, y que nada te perturbe mucho ahora que eres casi casi adolescente. 

Cada año por tu cumpleaños, o cada vez que haces algo nuevo, recuerdo el día en que llorabas como un pequeño gremlin cabreado encima de la cama. Tenías una semana y yo te miraba, sobrepasada y desesperada por la maternidad, y pensaba ¿cuándo serás mayor? ¿Cuánto queda? ¿Cuánto falta? 

Puedo recordar las miles de veces que, durante estos doce años, he pensado ¿cuánto falta para que seas mayor? 

Ya no falta nada. Hemos llegado. Casi eres más alta yo, tienes llaves de casa, eres capaz de ducharte sola y, por fin, de lavarte el pelo sin dejarte espuma en él. Ha llegado el día en que podría heredar tus zapatos si no tuvieras el increíble superpoder de desintegrarlos hasta su completa desaparición. En un tiempo récord, además. 

El día que naciste era miércoles y hacía mucho frío. Hoy es jueves y si esto es un invierno yo soy Halle Berry, pero recuerdo perfectamente la estupefacción con que te mirábamos en la cuna. Eras minúscula y estabas gris. 

Han pasado doce años y no lo han hecho deprisa. Tu vida h cambiado, ya no eres minúscula ni gris. Nuestra vida también ha cambiado, pero seguimos mirándote con estupefacción. 

Me sorprende conocerte tanto y a la vez no conocerte nada. Cuando repaso lo que he escrito durante estos años sobre ti, cuando recuerdo las cosas que he pensado o las sensaciones que he tenido contigo, me doy cuenta de que he acertado en algunas cosas que pensé sobre cómo serías con 12 años y en otras he desbarrado por completo. 

Te miro caminar por la calle, andar por el pasillo o dormir, y me alucina la inconsciencia que tienes hacia tu cuerpo. No te miras al espejo, no pones posturitas de adolescente, te da exactamente igual la ropa que llevas y, por supuesto, no te peinas. No sé si es dejadez, inconsciencia o, muy al contrario, madurez y seguridad en ti misma. Pareces estar extrañamente cómoda con tu cuerpo y tenerlo todo bajo control. Me deja estupefacta porque mi yo de doce años hubiera vendido su alma al diablo por un transplante de cuerpo. 

Continúas perfeccionando el superpoder de ignorarme. Definitivamente, no hablo en una frecuencia sonora que tú percibas o, directamente, tu mundo interior es mucho más interesante que lo que yo te cuento, pido o, muchas veces, grito. 

Tu mundo exterior ha comenzado a ser muy interesante. La parte buena es que lo compartes conmigo; la mala, que me lo cuentas en tiempo real. He perdido la cuenta de todas las anécdotas que empiezan por algo como "¿Sabes que a Santiago le han puesto un parte?" y terminan con tu hermana y conmigo dándote un ultimátum 25 minutos después, diciendo: "tienes hasta la siguiente esquina para terminar con esto". 

Me fascina mirarte. Cuando no estás de cháchara estás abstraída en tu mundo. Desayunas cada mañana frente a mí, las dos calladas, en un silencio cómodo. Devoras tus tostadas, te bebes el Nesquick dejándote churretes de chocolate por toda la cara y sales disparada al colegio después de haber calentado el abrigo en el radiador. 

Adiós mami, que tengas buen día. 
Adiós princesa. ¡Lávate la cara!

Te vas y pienso en lo mayor que estás. Y me encanta. 

Feliz cumpleaños de la docena,  Princeza de los ojos azules. 

miércoles, 19 de agosto de 2015

El cumpleaños de las dos manos


Cumples 10 años. 3650 días juntas. Recuerdo perfectamente este día hace 10 años. Llevaba unos pantalones blancos y una camiseta de rayas blancas y verdes y me leí el periódico entero antes del parto. Teníamos tu nombre decidido desde el minuto 1, aunque si hubieras sido niño te habrías pasado días sin nombre. 

Cuando te veo dormir te sigo viendo pequeña. Duermes de lado, hecha una bolita y con todo el pelo por la cara. No sé como lo haces pero sigues oliendo a bebé, a niño pequeño. 

- Mamá, buenos días. Estoy sudorífica. 

Cuando duermes sudas siempre... sudas y te levantas como si una pareja de cigüeñas te hubiera anidado en la cabeza. Un halo de pelo encrespado te rodea mientras te sientas y en silencio sepulcral te echas el nesquick en tu cuenco rosa o tu taza de animales, la leche fría y entonces, me miras y dices: ¿las tostadas? Siempre igual. No eres persona hasta que desayunas.

Cada día me sorprende lo segura que estás de ti misma, de lo que quieres y del efecto que causas en los demás. Sabes perfectamente lo que quieres. Lo que quieres ahora y en el futuro. Sabes también lo que no quieres con total certeza. 

Con los labios apretados, los puños cerrados y los ojos bajos te veo reconcentrarte en la rabia que te provoca que te regañemos. Te duele el orgullo. 

Contienes las lágrimas todo lo que puedes. Te las tragas, las sorbes, las dejas caer sin hacer nada. Pocas veces, muy muy pocas veces lloras de pena, y entonces, cuando es por pena lloras muchísimo. Lloras tanto que no sabemos como consolarte porque  cuando te has dejado llevar para llorar así estás muy muy triste. Me parte el alma. 

Concentrada. En el coche te transformas, puedes estar charloteando y preguntando sin parar todo el día "mamá, ¿si te echas un novio me tengo que cambiar el apellido?" "mamá, explícame la guerra civil", "mamá, ¿sabes que eres vieja, verdad?", pero en cuanto te metes en el coche te callas. Vas mirando por la ventanilla concentradísima. Te veo por el espejo retrovisor, seria, atenta, a veces canturreas la canción que esté sonando pero poco. Pocas veces te duermes y muchísimas me sorprendes diciendo "por aquí pasamos una vez y paramos en esa gasolinera". Has heredado mi memoria y tienes un sentido de la orientación alucinante. He perdido la cuenta de todas las veces que gracias a ti he encontrado el coche en un parking.

Consigues provocarme la necesidad de abrazarte, besarte y achucharte. Soy arisca y de poco tocar pero contigo es distinto. Nadie más en el mundo lo consigue. Me gusta abrazarte, sentarte en mi rodillas a pesar de lo grande que estás y que te dejes achuchar. A veces logro que te tumbes encima de mi al levantarte por la mañana como cuando eras canijilla. 

- ¿Cuánto me quieres?
- Muuuchooooo. 
- Mucho no.
- Muchízimoooooo. 

Me encanta que lo hagas por darme gusto, hablando con la z como cuando eras más pequeña y con voz de "eres pesadísima". 

Como tu padre eres una persona feliz. "Mami, yo soy alegría y tú un follón de cosas". Sí, eres alegría permanente, ganas de vivir, de estar contenta, de hacer cosas. De hacer el payaso. Todo te apetece, todo te gusta, todo te sorprende. Nada te perturba, nada te preocupa.

Estás aquí, estás viva y eres feliz. Y es alucinante verlo. 

Cumples 10 años, dos manos completas pero siempre siempre serás mi niña pequeña. 

Feliz cumpleaños princeza. 


viernes, 1 de mayo de 2015

Una historia verdadera, el primer bar que se fue


Cada vez que paso por delante, de camino a la Estación o bajando al pueblo, me sorprende que ya no esté. Bueno, estar está. Es una casa de granito típica de Los Molinos, justo enfrente del buzón, a mano derecha cuando bajas y a la izquierda cuando subes y enfilas el último trecho de cuesta; el trecho en el que cuando iba en bici me sentía latir el corazón y me prometía a mí misma que aguantaría sin bajarme de la bici y eso querría decir que el chico que me gustaba me haría caso. (¡Bájate de la bici, pequeña Moli!, eso no funciona nunca, nunca te hacen caso). 

La casa está. Es gris, maciza, con cubierta de tejas y un muro de piedra, con una verja verde, que hace de tapia. La puerta de la casa está en medio de la fachada, con ventanas a los lados. Es la casa que dibujas cuando no sabes dibujar casas, la casa ideal, la idea que aparece en tu cabeza al decir “casa”. 

El edificio permanece, incluso el toldo verde de aquellos años sigue intacto, recogido en la pared; pero ya no es. Paso, miro, veo y pensándolo ahora creo que es como mirar un cadáver: está pero ya no es. Y siempre la misma sensación de sorpresa, de incredulidad aunque hayan pasado 20 años. 

La Perla. Así se llamaba, "Bar La Perla". ¿Por qué le pondrían ese nombre? En aquellos tiempos ni me lo planteaba, ahora lo asocio al relato cursi de Steinbeck, a collares, a ostras... pero ¿por qué un bar en Los Molinos tenía ese nombre? Nunca lo pensé. El bar lo regentaba Pepe "Perla" y su mujer, Carmen "Perla", estaba en la cocina ayudada por su madre, creo recordar que se llamaba Palmira y que debía tener 120 años. 

Al bar se entraba por la puerta de la fachada y era un local lúgubre y oscuro. Atestado de humo siempre, el humo de los pitillos (¿por qué ahora se dice cigarros?) y el de la cocina, a los que en invierno se sumaba el de la estufa que calentaba el comedor.  A la izquierda estaba la barra en un extraño ángulo, dejando un pequeño pasillo en el que apenas cabía una mesa entre la barra y la fachada de la casa. 

La barra era territorio de Pepe: culé hasta la médula, cascarrabias, enfurruñado y tacaño de manera legendaria; "eres más rata que Pepe Perla" decíamos. Lo recuerdo con el pelo peinado con raya al lado, muchas arrugas y siempre una chaqueta de lana, una rebeca como se decía entonces, o un jersey de pico. Lo recuerdo mayor pero si ahora hago los cálculos es posible que cuando yo le conocí no tuviera más de 45 años. Los niños le teníamos pavor porque siempre nos recibía con un bufido: ¿Qué queréis ahora? ¿Un vaso de agua?  ¿Y por qué no bebéis en vuestra casa? 

Nos sentíamos extrañamente poderosos cuando podíamos entrar con una moneda de 5 duros, esperar a que ladrara, ¿Qué queréis ahora?, y entonces levantar el dinero triunfantes y decir: 5 Koyak. El dinero amansaba a Pepe. 

Más allá de la barra, a la derecha, se extendía el comedor: mesas de madera oscura, con sillas a juego y al fondo la televisión de esquina subida a una estantería. Siempre puesta, siempre las noticias, o el fútbol o informe semanal. 

En las mesas, si no era la hora de comer, se sentaban los jugadores de dominó y cartas. Los de dominó nos fascinaban. Hombres grandes, con barba, fumando y bebiendo sin parar concentrados en jugar a algo que a nosotros nos parecía casi de niños pequeños. Golpeaban con fuerza la mesa con las fichas, unos golpes terribles dados con mucha rabia y se gritaban cosas horribles, enfurecidos. No entendíamos nada, pero cuando jugábamos en casa también dábamos golpes y decíamos cosas como: ¡cierro los pitos! y nos entraba la risa. 

¿Alguien juega todavía al dominó en los bares? 

Pasada la barra, a mano izquierda, una puerta que siempre estaba abierta daba a un pasillo estrecho en el que estaba el teléfono y que llevaba a la cocina, los dominios de Carmen. Allí había luz, no recuerdo si natural, que entraba por las ventanas de la fachada posterior, o de bombillas siempre encendidas. Siempre había humo también, y olor a patatas fritas, a huevos, a filete de ternera a la plancha y a tortilla de patata. 

Cuando llegábamos el sábado a mediodía, muchas veces íbamos a comer allí: 

- Pepe, ¿podemos comer? 
- Por mi no, pero a ver qué dice Carmen. 

Carmen siempre decía que sí y siempre comías lo mismo: sopa castellana, tortilla, filete o huevos. 

La Perla era un ancla, un clásico, un sitio que no podía desaparecer. Pepe siempre amenazaba con jubilarse, cerrar el bar "porque esto no hay quien lo aguante" y marcharse. Nosotros, niños, no le creíamos, ni lo pensábamos, era algo imposible y si ocurría sería en un futuro muy muy lejano. 

Ahora vivo en ese futuro muy lejano, Pepe murió y Carmen es una ancianita a la que hace tiempo que no veo. La Perla ya no existe y cada vez que paso por delante me sorprende que ya no exista. Muchos otros bares y lugares han desaparecido de mi vida, pero La Perla fue el primero y el hecho de que el edificio permanezca intacto lo hace aún más raro... 20 años después. Es al mismo tiempo un recuerdo de mi niñez y un recordatorio de que nada es lo mismo. Al pasar por delante conduciendo mi propio coche me siento como la niña de 12 que echaba los pulmones en su bicicleta para llegar y pedirle un vaso de agua a Pepe. 


¿Es que en tu casa no hay agua?

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Repasando tus 10 años.

En enero, el día de la cabalgata de Reyes en Los Molinos y disfrazada de algo parecido a un ángel, recogiste toda tu premio por el cuento de Navidad que habías escrito. Casi un año después, no has canjeado el premio porque unos días quieres ir a clases de padel y otros días quieres dedicar el premio a aprender a cantar. Sigues cantando increíblemente bien. Enero fue también nuestro primer mes sin vivir juntas pero lo llevamos francamente bien. 

En febrero me preparaste tu primera fiesta sorpresa por mi cumpleaños y me hiciste una  final una tarta de cartón con velas para mi caminito de chuches. Organizar la fiesta sorpresa con mis amigos te puso muy nerviosa porque pensabas que yo sospechaba algo. Además, renqueaste en las notas porque decidiste que ni las matemáticas ni la lengua eran para ti, decías que eras demasiado tonta. Nos enfadamos muchísimo contigo y te castigamos sin ir a fútbol. Nos odiaste un poco. 

Tu primera noche fuera con el colegio fue en marzo. Frío y nieve en la montaña y por supuesto y a pesar de mis "no pierdas nada", volviste sin abrigo. Llorando de la culpabilidad pero sin abrigo. En marzo fue también tu competición de natación, lo hiciste muy bien y quedaste segunda de tu serie. Celebramos, un año más, San Huevo Frito. 

En abril llegó la Semana Santa, la mitad en Los Molinos y la otra mitad en Málaga con todos vuestros primos. Fuimos a la expo de Pixar y en El Roto te hice una foto maravillosa en la que a pesar de estar de espaldas, estás muy muy tú. 

En mayo y como era de esperar siendo hija de dos gafotas te pusimos tus primeras gafas. Rojas y con una funda de camuflaje que es lo que más te gusta. A junio llegaste desfondada del esfuerzo con los estudios pero muy contenta porque tu profesor te dijo que habías mejorado muchísimo y en casa habíamos conseguido convencerte de que no eres tonta ni muchísimo menos. 

Junio fue un mes raro. En una noche te hiciste mayor; entré contigo siendo una niña en el salón de plenos del Ayuntamiento de Los Molinos para que te maquillaran de trasgo y en las fotos que te hice me encontré con que ya no eras una niña. Pensé que era efecto del maquillaje, de Shakespeare y de la luz... pero al día siguiente en pijama, sin peinar y acariciando a Tuca te habías convertido en otra persona. Todavía no sabemos muy bien quién eres pero lo estamos descubriendo. En junio organizasteis vuestro Club de los 5 y acondicionasteis vuestra sala de reuniones en el fondo de la piscina vacía de La Marquesina, una casa donde yo jugué mil veces de niña. 

Julio, ¡albricias! ¡redoble de tambores! descubrimos que te gustan las coquinas. Me vas a salir carísima pero por lo menos en los restaurantes de playa ya podemos pedirte algo más que chuletas con patatas. Lo pasaste fenomenal en la playa, disfrutando como una enana. Ibas por la calle con tu hermana saltando de banco en banco, bailando y gritando "No hay pan para tanto chorizo". Abu se moría de vergüenza y por supuesto me regañó: "A saber de qué les hablarás en casa". Con todos vuestros amigos en la superpantalla de Juan vimos "Alien" y pasaste de risitas de listilla "¿esto es de miedo?" a venir llorando a mi regazo, quitándote las gafas para no verlo y tapándote los oídos. Con el club, pasasteis la noche durmiendo en la piscina vacía...por supuesto no pegaste ojo. 

En agosto por primera vez en nuestra vida pasamos 21 días sin vernos. Por primera vez fuiste al extranjero, a Francia y te enfadaste muchísimo porque los franceses no fríen las patatas aparte y no son sin gluten, acabaste harta de ensalada. Volviste de Gibraltar después de disfrutar de tus primos, completamente asilvestrada y con el pelo larguísimo. 

En septiembre, tu primer flechazo amoroso. Te llevé al concierto de Rafa Pons y acabaste loca de amor con él y enganchada a su música. Cuatro meses después seguimos en bucle con sus canciones, ya nos las sabemos todos. Renunciaste al fútbol por la natación y te compré tu primer top. Estoy muy orgullosa de mi misma porque no lo hice avergonzándote delante de la dependienta. 

Octubre pasó sin pena ni gloria. Colegio, biblioteca, fines de semana en Los Molinos. Mucho Mortadelo y Filemón, muchos "Misterios de Laura" y un recurrente ataque de asma. Nada interesante. Casi lo olvido, te has vuelto adicta a jugar a la escoba y fuiste a tu primer partido en un estadio, al Calderón a ver ganar al Atleti.

En noviembre, tu último mes con 10 años, Abu cumplió 70 y le hicimos una gran fiesta. Lo pasaste bien aunque fuera una "fiesta de viejos". Estuvimos en la casa de las montañaz y saltaste por los aires, recogimos millones de manzanas de Casa Espada y jugamos 3 partidas de parchís a cara de perro.  

Diciembre. El mes empieza bien porque te han elegido para las olimpiadas de natación de tu colegio. Vamos a nadar juntas y alucino con los 40 largos que te haces a braza con un estilo increíble y sin desmayarte. Te enseño a dar la vuelta americana. Continuamos regular porque después de años de comer atún de lata ha empezado a picarte la garganta y salirte ronchas al comerlo,  así que me temo que habrá que tachar atún de la lista de cosas que puedes comer. Haces tu última función de Navidad, cantas y bailas por última vez en el escenario del cole; siento una extraña mezcla de alivio y pena. 

Espero que te guste el patinete de macarra que nos has pedido por tu cumpleaños y que sea sorpresa. Todavía no me he repuesto de lo que me dijiste ayer: 

"Mami, no debería decirte esto pero el año pasado encontré mi regalo antes de mi cumple porque me puse a buscarlo y lo encontré en tu vestidor"

Este año no estaba en el vestidor. 

Disfruta de tu caminito de chuches, de tu día, de los burritos que me has pedido como comida favorita y que sepas que ni El Ingeniero ni yo pensamos dejarte ganar en la bolera esta tarde. 

Feliz cumpleaños princesa de los ojos azules.