martes, 1 de noviembre de 2022

Veinticinco años: el duelo es como el vino




Hoy es, otra vez, 1 de noviembre. Otra vez toca contar los años desde que mi padre murió, tal día como hoy, mientras paseaba por el valle de Lozoya con mi madre y sus amigos. «Creo que los churros que hemos desayunado me han sentado mal» dijo y se desplomó. Su amigo Cecilio, médico, que iba con ellos, intentó reanimarlo pero fue imposible. Siempre nos ha dicho que el infarto fue tan fulminante y tan masivo que aunque le hubiera dado en un hospital no hubiera sobrevivido. No sé si es verdad pero me da igual. Morir sin enterarte, en medio de las montañas y rodeado de tus amigos me parece una muerte envidiable, algo a lo que todos deberíamos aspirar. 

En 2008 escribí por primera vez sobre él y lo he seguido haciendo cada año desde entonces, (el año pasado hice un poco de trampa y solo lo puse en IG, muy mal por mi parte). Hoy se cumplen veinticinco años desde que en mi vida, y mucho antes de haberlo leído y de que le ocurriera a Joan Didion, me senté a cenar y la vida que conocía se acabara. En mi caso, era media tarde,  porque todavía quedaba un poco de luz a pesar del cambio de hora y estaba sentada en el sofá, viendo la televisión, en nuestra casa de Los Molinos. Recuerdo cada detalle y como, nada más ver entrar a mi madre y a Cecilio, supe que algo iba mal. Muy mal. 

«Papá ha muerto»

He estado escuchando All there is with Anderson Cooper. Cooper, periodista de la CNN, perdió a su padre con diez años. Cuando tenía 21 años, su hermano de veintitrés se suicidó. Su madre, murió en 2019, con más de noventa años, dejándole dos apartamentos para recorrer y recoger. Al abrir los cajones, los armarios, recorrer las estanterías, encuentra cartas y notas de su madre. «Andy, esta es la ropa que llevaba puesta el día que tu hermano se suicidó delante de mi», «Andy, estos son los pijamas de tu padre». En otro de los episodios, Cooper charla con Stephen Colbert, otro periodista americano famoso, que perdió a su padre y a dos de sus hermanos (eran once) en un accidente de avión cuando él tenía diez años. Colbert, guarda desde entonces un cinturón, que perteneció a su hermano Peter, y que ha acarreado de casa en casa durante cuarenta y cinco años. Nunca lo ha usado, no lo mira, pero cada vez que se muda, se lo lleva y lo cuelga en su armario. Mi madre durmió durante años con el pijama que mi padre se quitó la mañana en que murió. Para Anderson su padre siempre tendrá cincuenta y dos años y para Colbert sus hermanos siempre estarán saliendo para ir a jugar al baseball. Para mí, mi padre vive en una época en que los teléfonos móviles eran como mesillas de noche, José María García importaba, usábamos callejeros y me dice: «pásalo bien, mañana nos vemos» mientras me despido de él para ir a una exposición de escultura clásica en el Prado. 

«The enormity of the room whose door has quietly shut».

Antes de que te pase a ti crees que el duelo será agudo unos días, unas semanas, unos meses, un año como mucho. Crees que será un dolor que podrás tolerar, con el que podrás convivir porque, al fin y al cabo la gente lleva muriéndose toda la vida y la humanidad ha sobrevivido. Crees que será algo que tendrás en una esquina de tu vida y que acabará cogiendo polvo y telarañas y cayendo en el olvido. Cuando llega a tu vida te das cuenta de lo que equivocado que estabas y sientes que ese dolor te acompañará para siempre y jamás podrás superarlo. Piensas que nadie ha sentido un duelo como el tuyo, es tan grande y tan inesperado que no puedes entender como la gente vive con algo como lo que tú estás sintiendo, así que el tuyo tiene que ser el peor del mundo. Lo que no sabes, porque hablamos poco de duelo y luto, es que lo que te está pasando es lo que te tiene que pasar.   Te das cuenta de que  que quieres hablar de ello. Descubres que contarlo y que la gente lo sepa, te ayuda, te consuela, descubres que lo único que necesitas es que los demás sepan que estas sufriendo, que alguien sepa por lo que estás pasando consuela, reconforta.

«Aceptar el sufrimiento no es una derrota. Creemos que podemos ganar al duelo, creemos que podemos arreglarlo, pero no es verdad. Lo único que podemos hacer es experimentarlo y para eso tienes que aceptar que es real, que la pérdida es real. Tenemos miedo del dolor, creemos que el duelo es una forma de muerte, y queremos estar por encima, nos negamos a experimentar cosas malas pero el dolor no es algo malo, es la reacción hacia algo malo. El dolor es un proceso natural que tiene que ser experimentado, o soportado, aunque esa palabra no me gusta porque significa que hay algo de resistencia por tu parte y no puedes ganar al dolor porque eres tú el que te duele. Tu conoces todos tus resortes, todos tus secretos, nunca puedes rodear tu dolor». (Colbert)

Veinticinco años después de aquel 1 de noviembre me descubro asintiendo al escuchar este podcast, sintiéndome acompañada. Stephen Colbert comenta que cuando ocurre la pérdida crees que ese dolor durará para siempre pero no es así. El dolor cambiará a lo largo de los años porque tu dejarás de ser un niño de diez años, en su caso, o una joven de veinticuatro como era yo. El dolor cambiará como el vino, y se transformará en una especie de sabiduría sobre ti mismo y sobre la vida que te permite hablar del duelo cuando otros lo están pasando.

«Lo primero que se me olvidó fue su voz. No quiero que se me olvide nada más» 

Cada año creo que no tengo nada más que decir y cada año encuentro algo. Como dice Colbert, el dolor cambia y se transforma perolos recuerdos, la memoria, los detalles y la sensación de pérdida por todo lo que has dejado de compartir queda para siempre. Escribo estas entradas para contar esos detalles, para no olvidarlos. Me acompañarán toda la vida, me hacen quien soy y me ayudan a acompañar a otros. 

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Cada año este post me produce vértigo. Gracias por compartir

Adriana dijo...

Un abrazo, Molinos.

Anónimo dijo...

Qué inmensidad tenemos dentro!

Anónimo dijo...

Otra vez aquí, contigo, con el dolor, con los recuerdos.
Así te conocí hace unos años. Siempre te cuento que mi padre intentó irse un día de septiembre, pero no lo consiguió porque aún lo necesito. Yo no he olvidado nada, ni su vos, ni su olor, ni la fuerza con que me abrazaba.
Cada 1 de noviembre busco tu post y cada vez siento más miedo.

MG dijo...

Un abrazo muy fuerte.

Cal dijo...

Cuando falleció mi madre me quedé sola. Mi padre lo había hecho unos cuantos años atrás y no tengo hermanos. Sentí (todavía lo siento) un vértigo enorme. No era solo dolor, era aturdimiento, desorientación.

Todo el mundo me decía que volviera a mi vida cuanto antes -como si eso fuera posible-, que venga, venga, venga, que ya estaba... Hasta que Nán, amigo que compartimos, me escribió un email y me dijo que me dejará de tonterías y que me abandonara al dolor, que por lógica tendría que estar sufriendo, que no me quedaba otra que pasarlo.

Fue el mejor mensaje de pésame que recibí y le estuve infinitamente agradecida por ello.

Te mando un fuerte abrazo, aunque hayan pasado 25 años.

Myriam González Gil dijo...

Siempre me emocionan mucho estas entradas del 1 de noviembre; me emocionan y me dejan rumiando. Un abrazo.

Lucía dijo...

Como te entiendo... Un abrazo