lunes, 24 de octubre de 2022

Muerte de un artista

 

En 1973 mientras yo llegaba al mundo en una clínica de Madrid, Ana Mendieta realizaba People Looking at Blood, Moffitt, una pieza de vídeo de arte contemporáneo en la que colocó sangre de animales saliendo por debajo de una puerta en la localidad de Moffit y grabó la reacción de los transeuntes al reguero de sangre que parecía salir  de una vivienda. 

En 1988 se celebró en el Palacio de Cristal del Retiro una exposición antológica de Carl Andre, uno de los padres de la escultura minimalista. Yo tenía quince años, Ana Mendieta llevaba muerta tres años, Carl Andre estaba siendo juzgado por su asesinato y Helen Molesworth tenía 22 años y empezaba su carrera como historiadora del Arte. 

En 2022 Andre, Mendieta, Molesworth y yo nos hemos unido gracias a un podcast que me ha tenido absorbida durante seis semanas, lo que han tardado en publicarse sus seis estupendos episodios. Es, con mucha diferencia, lo mejor que he escuchado este año: un podcast muy serio, con una factura narrativa y sonora impecable y, sobre todo, con un propósito intelectual ambicioso que aborda el manido tema de la separación entre el artista y su obra de una manera nada maniquea.  

Helen Molesworth es la host y escritora de Death of an artist. Es, además (o ha sido, porque la despidieron en 2018), conservadora del MOCA, el Museo de Arte Contemporáneo de Los Angeles. Salió de allí por desavenencias con la dirección y por cuestionar la falta de diversidad entre los artistas expuestos. Death of an artist comienza con la descripción de la obra que he comentado al principio, People Looking at Blood, Moffit; una obra que Ana Mendieta realizó en respuesta a la violación y asesinato de una joven en el campus de la Universidad de Iowa en la que estudiaba. El mensaje o la intención de la obra era destacar, poner a la vista, el silencio que cubre determinados actos violentos que, casi siempre, ocurren contra las mujeres.

Yo no sabía quién era Ana Mendieta, desconocía su obra, su vida, su arte y su muerte. De Carl Andre, su marido, tenía un vago recuerdo de mi primer y único año de doctorado, nada importante. Mendieta era cubana, sus padres la enviaron con su hermana a Estados Unidos cuando empezó la revolución y vivió en varios hogares de acogida echando de menos a su familia, a sus amigos, su país… hasta que su madre pudo hacer el viaje y establecerse con ellas en Estados Unidos. Mendieta se dedicó al arte conceptual con instalaciones de vídeo o performances cuyo significado pretendía trascender más allá de lo meramente artístico, transmitiendo diferentes aspectos de la Sociedad: desde la violencia silenciada hasta la diferencia entre los roles masculinos o femeninos o, más adelante, cuando pudo empezar a viajar a Cuba de vez en cuando, el papel de la santería o las tradiciones cubanas en su vida. En algún momento de su vida conoció a Andre que era (y es, porque sigue vivo) un hombre imponente, alto, grande, barbudo, blanco y con una carrera artística que a finales de los 70 le estaba consolidando como un referente de la escultura contemporánea. Comenzaron una tumultuosa relación llena de peleas y alcohol que terminó contra todo pronóstico, o quizá no, en boda. En 1985, tras una discusión y después de que se escuchara a una mujer gritar "No, no, no”, Ana Mendieta murió tras caer por la ventana del apartamento, en que vivían, situado en la planta 34 de un edificio en Greenwich Village, Manhattan. Andre fue detenido pero, tras la intervención de un prestigioso abogado y con la ayuda de muchos amigos que consiguieron reunir los cuatrocientos mil dólares de fianza impuestos por el juez, salió de la cárcel al día siguiente. Un velo de silencio cayó sobre el suceso. Andre y sus amigos hablaron siempre de suicidio, que Ana estaba borracha y tras la discusión se había tirado por la ventana. Los amigos y familia de Mendieta jamás creyeron esta versión porque Ana tenía miedo a las alturas y jamás hubiera hecho algo así; porque tenía planes de divorciarse (había descubierto que Carl le era infiel); y porque nunca se encontraron huellas de Ana en la ventana, entre otras varias cosas. 

Tres años después, mientras en El Retiro se exhibían sus obras, Carl estaba siendo juzgado por el asesinato. Eligió (y esto me parece interesantísimo) no ser juzgado por un jurado popular sino por el juez. Molesworth y varias de las personas que aparecen en el podcast consideran que lo que pudiera parecer una decisión casi suicida (es más difícil que 12 personas se pongan de acuerdo en considerarte culpable que una sola) fue en realidad un movimiento inteligente. Una de las bazas de los juicios con jurado es convencer a sus miembros de que el acusado es alguien como ellos, que se sientan cercanos, que lo entiendan. Era muy complicado que doce ciudadanos normales y corrientes se identificaran con un artista conceptual de élite, que ganaba millones de dólares por hacer algo que ellos no entendían y que le permitía llevar una vida desahogada y casi de lujo. En el podcast se desgrana el juicio y las estrategias pero, para sorpresa de nadie, Andre fue absuelto, siguió trabajando y exponiendo y hoy, treinta y siete años después y casi nonagenario, sigue viviendo en el mismo apartamento desde el que Ana se precipitó al vacío. 

Todo esto que he resumido es la parte true crime del podcast necesaria para entender ese propósito conceptual del que hablaba al principio pero que no es, ni mucho menos, la parte más importante. Molesworth intenta entender, comprender las razones por las que Andre logró escapar de algo así y consiguió seguir trabajando, manteniendo su prestigio como artista intacto y su carrera a salvo de, como decimos ahora, cancelaciones. Molesworth no busca las razones fuera, en otros, a pesar de que para hacer este podcast se ha encontrado con mucha gente que no quería hablar, que no quería aparecer. Ella asume la parte de, llamémosla, culpa que ella y todos podemos tener en esto. Se hace las preguntas que todos nos hacemos enfrentados a cosas horribles hechas por genios (casi siempre hombres y blancos). ¿Podemos separar a la persona y sus circunstancias de su obra? ¿Podemos seguir disfrutando de la obra de Andre sabiendo que quizá mató a Ana? El caso de Andre es como el de Woody Allen, Harvey Weinstein, Bill Cosby o Plácido Domingo si preferimos una referencia patria. ¿Podemos admirar a Picasso sabiendo que era un impresentable con pintas y un machista de primera categoría? El gran acierto de Molesworth, como comenté antes, es que no opta ni por el blanco ni por el negro. Realiza un ejercicio de autocrítica brutal en el que repasa su admiración por el trabajo de Andre y en un momento dado dice: «del trabajo de Carl Andre sigo pensando igual, que es un gran artista; pero ya no puedo sentir lo mismo». En otro pasaje brutal entrevista a una mujer que en su día, cuando era joven, en una charla sobre Andre levantó la mano para preguntar por qué no se mencionaba la muerte de Mendieta y, años después,  acabó visitando a Andre en su casa y cenando con él y su mujer en un restaurante porque necesitaba hablar con el artista para terminar su tesis. Ella explica con gran honestidad cómo se sentía mal por estar allí charlando con él pero, al mismo tiempo, esa animadversión que había sentido siempre y seguía sintiendo tomaba una dimensión más real (y más escalable, diría yo) al tener enfrente a la persona. No es que perdonara lo ocurrido, pero lo veía de otra manera al tener a Andre delante. 

El podcast, en su episodio final, hace una reflexión interesantísima sobre el papel de los museos en este tipo de cuestiones. Los museos, los conservadores que organizan sus exhibiciones, son el filtro que presenta al público lo que merece la pena ser visto, lo que deben ver, lo que tiene una trascendencia más allá del aquí y del ahora. Molesworth se pregunta: “Ahora que llevo años estudiando a Ana Mendieta y su obra y cómo ha caído en el olvido y sé todo esto sobre Andre, ¿debo cancelarlo? ¿Echarlo de los museos? ¿Oponerme a que se vea?”. Tiene una conversación interesante con el director del MOMA en la que le pregunta si él estaría dispuesto a poner en las cartelas de las obras de artistas como Andre algo como "Escultura X. Carl Andre. En su día fue acusado de asesinato por la muerte de su mujer". El director le contesta que no y le da esta respuesta: «Si un artista conduce borracho y mata a dos personas y ese hecho no ha tenido nada que ver en la concepción o ejecución de la obra de arte que expongo, no me parece información pertinente». Habla también con otra especialista de arte que se muestra contraria totalmente a la cultura de la cancelación con un argumento que también me convence otro rato:«Muchos de los artistas del pasado fueron padres horribles, parejas insoportables, hombres crueles… pero eso no invalida el trabajo que hicieron. ¿Hay que contarlo? Sí, claro que sí». 

No juzgo. Este podcast me ha hecho pensar muchísimo, darle muchas vueltas a todo eso. Molesworth llega a una conclusión final en la que dice que ella no está a favor de la cancelación de nadie porque eso solo contribuye a añadir más silencios a los silencios en los que ya estamos sumidos, en este caso el silencio sobre la muerte de Ana. Ella cree que deberíamos contar más, que en los museos, en el mundo del arte habría que hablar más, contar más para que eso nos permitiera desligar, o comenzar a hacerlo al menos, la idea del talento unido a la virtud. Un gran talento creativo o intelectual no lleva automáticamente aparejada una virtud moral. ¿Por qué lo hemos pensado así durante tantos años? Por no hablarlo. Otra pregunta sería: ¿y por qué no se habló? Porque a los genios, a los hombres, no les interesaba que se hablara y sí que se diera esa asociación. No hay que asociar todo el trabajo de Andre a la muerte de Ana Mendieta, igual que no hay que hablar de Ana solo con respecto a su muerte, pero es evidente que ella murió y su arte acabó en 1985; su arte poco conocido durante mucho tiempo y que  atacaba o trataba de sacar a la luz ese silencio que cubre determinados temas tabú y de los que ella quería que se hablara ha quedado ensombrecido o siendo secundario a las circunstancias de su muerte.

En 2022 Carl Andre tiene 87 años y vive en Nueva York en el mismo apartamento que compartía con Ana; Helen Wolesworth trabaja comisariando exposiciones que destacan a artistas poco representados en la historia del arte; Ana Mendieta hubiera cumplido setenta y cuatro años; y yo termino esta reflexión, en un tren de vuelta a Madrid, porque necesitaba escribir sobre todo esto. 

Escuchad el podcast. Es una maravilla. 

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Uno de los placeres de leerte es las numerosas ventanas culturales, curiosas y desconocidas, al menos para mí, que nos descubres.

La separación artista-obra es un tema muy interesante que yo si me he planteado al leer a determinados autores o disfrutar de ciertas películas.

Gracias Ana

Anónimo dijo...

Totalmente de acuerdo con el primer comentario. Contenido de primera categoría el de este blog. Muy buena entrada.

Dorotea Hyde dijo...

Qué buena entrada y qué buena reflexión.
No estoy muy a favor de la cancelación por lo mismo que comenta la especialista de arte que mencionas después del director del MOMA, pero no puedo evitar sentir cierto rechazo sobre ciertos artistas como personas y eso me influye en cómo me acerco (si me acerco) a su obra. He pensado mucho sobre ello y no sé si algún día llegaré a aclararme.
Un saludo.

Myriam González Gil dijo...

Acabo de terminarme la serie completa del pódcast. Me ha gustado mucho, porque como dices, es una aproximación muy seria al proceso de identificación del genio con la virtud, o lo que es lo mismo, la mitificación, la creación de mitos, válida para todos los ámbitos. Creo que como seres humanos necesitamos tener héroes, ídolos que nos sirvan como modelos, como apoyo y eso deja fuera el hecho básico de que al fin y al cabo son también seres humanos, como nosotros. Es complicado, pero creo que es necesario desmitificar y asumir que los genios no tienen que ser personas intachables y que al aproximarnos a sus obras tenemos que lidiar con sentimientos encontrados.