viernes, 31 de diciembre de 2021

Así está bien

 «The more perfect you try to become, the more vulnerable you generally are» (Morgan Hausel) 

Parar. Hacer todo más despacio, como si tuviera ciento treinta años o fuera un niño de seis caminando por la calle, pasando la mano por la pared y parándome cada tres metros para mirar algo que me llama la atención. Ir tan despacio como Turbón, mi perro, que nunca tiene prisa, siempre cree que se ha perdido algo y que lo que haya delante ya llegará, para qué correr. 

Mi propósito para el año en que cumpliré cuarenta y nueve años es ir más despacio. Llego a este día con la sensación de que he terminado la carrera pero que el año que viene paso de apuntarme, que como reto bien pero que mejor me lo ahorro la próxima vez. Quiero dejar de exprimir los días embutiendo en ellos todo lo que pueda. Esta obligación de hacer muchas cosas me la impongo yo misma. Quiero llegar a todo lo que quiero aprender, a todo lo que quiero escuchar, a todo lo que quiero ver, a todo lo que quiero escribir, a todo lo que quiero organizar y a todo lo que quiero dormir y veo claramente que mi ambición excede con mucho mis posibilidades temporales. Por eso tengo que parar. Decir que no a las cosas. Cambiar la frase "a ver si puedo" por "así está bien". 

Así está bien. Me gusta como lema para el año. ¿Solo he leído un libro al mes? Así está bien. ¿Solo un episodio de podcast al día? Así está bien. ¿Escribir en el blog cuando pueda? Así está bien. 

Así está bien. 

En 2021 me he cambiado de trabajo, al trabajo de mis sueños. He dejado de conducir mil kilómetros a la semana y, ahora, uso tan poco el coche que se me olvida donde lo he aparcado. He aprendido que Gallinaufry significa batiburrillo en inglés y vi Madrid nevado como nunca en mi vida. Mi mejor amiga se presentó a las elecciones de la Comunidad de Madrid y lo hizo, y está haciendo fenomenal. Estuve en La Palma, otra vez, con mis hijas  y Juan. Fui a mi primera observación astronómica y sigo sin superar mi vértigo cósmico. Llevé a mis mejores amigos a Cicely para descansar, reencontrarnos y ser solo eso, mejores amigos. Aprendí que cuando te trasplantan un riñón no te quitan ninguno, te vas a casa con tres aunque uno no funcione. He paseado por El Retiro por la mañana, cuando los que corren ya se han ido y los que pasean no han llegado. He caminado por la Gran Vía más que en toda mi vida. He estado en Almagro, las lagunas de Ruidera y el castillo de Peñarroya. He ido tres veces a Cicely y todas he pensado en quedarme a vivir allí. Participé en un concurso de televisión en el que casi gano treinta mil euros y, lo mejor, nunca se llegó a emitir. O quizás sí y no me he enterado que también puede ser. Algunos de mis mejores amigos han empezado a cumplir cincuenta y María cumplió dieciocho. Clara está viviendo a nueve mil kilómetros y sorprendentemente, o quizá no tan sorprendentemente, no nos echamos de menos. Estoy más cerca de saber como es protagonizar un tutorial de you tube porque cada vez que hace tortilla en Seattle me llama para que la supervise. He estado dos veces en Valencia y he dado clases de podcasts. Grabé un video para una farmacéutica y mi editorial ha decidido reeditar Los días iguales. Dije adiós a Toledo con una alegría casi obscena. Se murió Nán y mi hermano Gonzalo se ha mudado a su nueva y preciosa casa. Recién llegados de la isla de Lesbos, comí higos rellenos preparados por la madre de mi adorable profesora de inglés. Me regalaron una sesión de fotos maravillosa. Volví a terapia y me cambié de banco. María empezó telecomunicaciones y yo pensé en apuntarme a yoga, pero se me pasó. Estuve en Aguamarga y estrené una nueva pluma. Murió Jaime Fontán y estuve en Barcelona. Volví a la trilogía de Antes de.. para verla con Clara. Le encantó. Me han reconocido tres veces por la calle. Me perdí la cena de Nochebuena. Vimos delfines y vomité en el barco. 

Así está bien.

jueves, 30 de diciembre de 2021

Lecturas encadenadas. Diciembre

Se acaba el año en el que diciembre ha durado mil quinientos veintitrés días y con él las lecturas encadenadas del año. Cincuenta y tres libros han pasado por estos posts y por mi vida. No está ni bien ni mal, porque el tiempo que dedicas a leer no se mide en cuantos libros o páginas has leído sino en lo que lo has disfrutado. Es decir, el dato cuantitativo, los cincuenta y tres libros, no significa nada. Lamentablemente, el dato cualitativo, lo que he disfrutado la lectura, tengo la horrible sensación de que no ha sido bueno. No sé porqué pero durante todo el año he tenido la sensación de que no estaba eligiendo bien, he tenido bastantes decepciones y unas cuantas lecturas aburridísimas. Seguro que las he tenido memorables y, de hecho, recuerdo algunos libros como muy muy memorables: Una mujer de Annie Ernaux, El Gatopardo de Lampedusa, Ojos azules de Toni Morrison, El domingo de las madres de Graham Swift, Secretos de Mara Mahía, Ahora me rindo y eso es todo de Alvaro Enrigue, Hamnet y alguno más. No es un mal recuento pero no consigo quitarme ese regusto a que, como año lector, 2021 ha sido regulero. 

Al lío con el final de año. 

Llevada por esa sensación agridulce empecé el mes volviendo a lo seguro, Delibes. En una de esas librerias de segunda mano que ahora proliferan por Madrid encontré Mi idolatrado hijo Sisí, que me faltaba en mi colección. Por supuesto me gustó. Es una novela que no se parece a todas las demás del autor vallisoletano. El campo, la naturaleza apenas aparece. Es una novela de ciudad, de ricos, de mimados y privilegiados. Los desfavorecidos, los marginados, los pobres de El Camino, Las Ratas o Los Santos inocentes no aparecen...aunque están, por supuesto. Todos los personajes de la novela caen mal, caen gordos pero Delibes es un maestro y te lleva a esos ambientes: escuchas las pisadas en la madera, hueles los muebles oscuros, sientes la lana de los vestidos y la desconexión con la realidad de una clase privilegiada anclada en unos ideales absurdos y ridículos. Mi idolatrado hijo Sisí, además, debería darse como lectura obligatoria a todos los padres del mundo, a los de ahora, los del siglo XXI. Es una lectura más importante que aprender a dormir a tu bebé o a darle alimentación en trozos. Delibes muestra como creer que tener un hijo es la culminación, la guinda de tu vida es una concepción terriblemente errónea de lo que significa tener hijos. Uno puede tener la idea de que Delibes exagera en su retrato de unos padres que no viven más que para su hijo, que los miman en exceso, que tratan de evitarle cualquier frustración, pero esa idea, la de que exagera, se esfuma en cuanto levantas la vista de la página y miras a tu alrededor. ¡Cuántos padres y madres hay ahora mismo haciendo eso mismo! 

«He estado escuchando un podcast en inglés sobre libros y hablaba una señora, una tal Possy Simmons, que es escritora de tebeos. ¿La conoces?» Gracias a que pregunté por wasap, me ahorré la indignación de mi dealer de tebeos. Su respuesta fue una foto de todos los tebeos de Possy Simmons que atesora en su colección. De esa colección me prestó, Cassandra Darke un comic muy curioso porque su protagonista lo es. ¿Cuántos comics existen protagonizados por una señora de más de sesenta años, fea, gorda, antipática y, además, estafadora? Muy pocos, puede que solo uno. Cassandra es una galerista de arte, rica, divorciada, amargada que, llevada simplemente porque puede, decide estafar a ricos compradores. De ahí surge una trama policiaca, mezclada con la relación con su sobrina a la que trata como si le diera asco,  muy entretenida y resuelta como un buen thriller.  El dibujo de Simmons es curiosamente amable, lo que esperas de una señora respetable inglesa, y choca con lo cruento de la trama y la maldad de los personajes. Mientras lo leía pensaba que no me estaba gustando mucho pero, ahora, al reflexionar sobre él me doy cuenta de que sí, me gustó y, lo que es peor, me cayó bien Cassandra Darke. Quizás ocurra con ella, lo mismo que pasa cuando lees a Highsmith, sus malvados, empezando por Ripley, son terribles pero no puedes evitar sentir cierta simpatía por ellos. 

El último horror del año ha sido La buhardilla de Marlen Haushofer. Esta novela la compré en la Feria del Libro, en septiembre, y me la recomendaron en Tipos Infames. Por primera vez, en no sé cuantos años, ha salido mala una de sus recomendaciones. Alguno puede estar pensando ¿vas a despellejarla? Pues es que es tan aburrida, tan poco interesante, tan más de lo mismo que no da ni para despelleje. Es otra de esas novelas, puede que uno de las  primeras de ESAS novelas porque se publicó en 1969, en que la protagonista no tiene nombre y se dedica a deambular por si vida que le horroriza y le parece aburridísima (Querida, a ver si la aburrida vas a ser tú) pensando muchísimo y muy fuerte. La novela se estructura en los siete días de la semana y la protagonista nos va contando sus rutinas diarias y como, en esa semana en particular, su ir y venir por la vida sin sentido se ve transformado por la llegada de unos misteriosos sobres llenos de cuartillas escritas por ella muchos años antes. En esas cuartillas ella contaba como era su vida cuando estaba en una cabaña, en medio del bosque, custodiada por "El cazador" y separada de su familia porque le había pasado "algo" (nunca sabemos qué) que le había provocado una sordera momentánea. ¿No se entiende nada? Exacto. He leído página tras página esperando una explicación, una resolución a este ir y venir de pensamientos muy poco interesantes pero llegué al domingo final y nada. Sopor.  

Cuando he dicho que es uno de ESAS novelas, lo he dicho porque me ha recordado muchísimo a otro chasco de este año: Yo, mentira de Silvia Hidalgo en la que ocurría exactamente lo mismo: nada interesante. 

No podía quedarme con ese mal sabor de boca y para terminar el año he recurrido a otro acierto seguro y otro libro comprado en la Feria en septiembre: La vergüenza de Annie Ernaux.  Acierto. Acabo de comprar que en enero de este año leí Una mujer, asi que de alguna manera he empezado y terminado el año con esta autora francesa. Ernaux habla de cosas que nos atañen a todos. En Una mujer hablaba de nuestra incapacidad, la de todos, para conocer a nuestros padres, a nuestras madres en concreto y en La vergüenza retrata con maestría ese momento en la vida, el comienzo de la adolescencia, en que aparece en nuestra vida la vergüenza. Por supuesto que antes de los doce o trece años hemos sentido vergüenza, vergüenza por participar en una función, por saludar a un desconocido, por hablar con alguien, pero es cuando dejas la infancia atrás, o comienzas a dejarla atrás, cuando la vergüenza que sientes no es por lo que haces sino por lo que eres. Te da vergüenza ser quien eres, ser como eres, quienes son tus padres, como es tu casa, lo que tu gusta. Es un sentimiento que te llega por comparación, empezamos a fijarnos en lo que hay más allá de nuestro entorno y, como siempre, la hierba es más verde al otro lado de la valla. ¿Quién no recuerda haber ido a casa de amigos suyos del colegio y pensar que en esa casa todo era más bonito, se comía mejor y eran más felices? Es un sentimiento estúpido pero inevitable. Arnaux lo reconstruye maravillosamente bien partiendo de un hecho que para ella marcó la llegada de la vergüenza a su vida, un momento con el que comienza el libro: «Mi padre intentó matar a mi madre un domingo de junio. Fue a primera hora de la tarde»  La época que retrata Ernaux no es la mía, es la de mi madre, pero eso da igual. Puedo reconocer la vida repartida entre el círculo escolar y el círculo familiar, las rutinas de los días de colegio y la de los días de vacaciones, las sensaciones entre otras niñas y las que tenías en tu familia y, también, el momento en que empiezas a sentir vergüenza, en el que la vergüenza te acompaña todo el tiempo y valoras cualquier opción, lo que vas a hacer, decir, sentir o ponerte, en función de cómo lo van a ver los demás. ¿Qué pensarán los demás de este vestido, de mi peinado, de como va mi madre, del coche de mi padre? Puedo reconocerme en ese sentimiento. Lo tenía olvidado desde la seguridad de mi edad actual pero leyendo a Ernaux, lo he recordado. 

«Siempre he deseado escribir libros de los que m sea imposible hablar a continuación, que hgan que la mirada ajena me resulte insostenible. Pero por mucha vergüenza que pueda producirme escribir un libro, nunca estará a la altura de la que experimenté cuando tenía doce años».

Leed a Annie Ernaux, os revolverá y encantará. 

Pues con este viaje al pasado del fin de la niñez, voz sexy provocada por la covid y un bizcocho, hasta los encadenados de enero que serán ya en un nuevo año, esperemos que bueno. 


lunes, 27 de diciembre de 2021

De voces y amores


En 1997, Arthur y Elaine Aron publicaron un artículo científico con treinta y seis preguntas que ayudan a crear intimidad con otra persona. Una especie, si queremos llamarlo así, de cuestionario para enamorarse. O no.  A mí las preguntas me parecen regulinchi de interés, las típicas preguntas que a todo el mundo le encanta contestar de sí mismo y le importa un pepino lo que el otro conteste ¿Qué es un día perfecto para ti? ¿Cuando fue la última vez que cantaste? ¿Y que cantaste a alguien? ¿De todas las personas de tu familia, que muerte lamentarías más? ¿Cuál es tu recuerdo más preciado? ¿Tu mayor logro? pero, dejando de lado este tema... sé que de este estudio tengo un vago recuerdo de haber leído algo en algún momento pero sin prestarle mucha atención hasta estos días. Y lo que me ha hecho prestarle más atención ha sido la escucha de un podcast, claro. 

En 2020, una chica americana llamada Yves (nombre falso), se quedó sin trabajo, la relación/no relación que tenía con un hombre fue languideciendo y se aburría. Dándole vueltas a los problemas "importantes" que la rodeaban pensó en como sería una aplicación de ligar, mejor dicho, de conocer gente que solo funcionara a través de la voz: no hay fotos, no hay nombres, no hay nada. Liz, que puede ser un poco un personaje de Sexo en Nueva York, se tomó el trabajo en serio. Leyó sobre como lograr intimidad con otra persona, llegó a las treinta y seis preguntas y se le encendió la luz del ¡Ajá! 

Trató de reclutar a cien solteros de entre veinticinco y cuarenta y cinco años que se crearan un perfil personal solo con mensajes de audio respondiendo a las treinta y seis preguntas de los Aron. Para empezar, reclutar cien solteros no fue fácil. Al contrario de lo que ocurre en las aplicaciones de ligar donde hay una abrumadora mayoría de hombres, en este experimento, la proporción que ella tenía era de cuatro mujeres por cada hombre. Una vez reclutada la muestra, montó una web (Yves tenía muchísimo tiempo libre y mucho empeño porque yo solo de la pereza de pensarlo me agoto), creo los perfiles de todos y después, tras escuchar los cien perfiles, los emparejó unos con otros. Sí, como en las antiguas agencias matrimoniales. 

El funcionamiento es el siguiente: Yves me manda un correo a mí y me dice "tu pareja es A" y me pasa un link donde está el perfil de esa persona con todos sus audios. Yo lo escucho todo o lo que quiero y decido si mando a esa persona un audio, siempre a través de Yves, y me quedo esperando a que me conteste o no. Y así durante cuatro semanas que es el límite del experimento. A mitad del experimento cada uno de los miembros de la pareja tiene una reunión con un coach que le hace preguntas del tipo «De 1 a 10 ¿qué grado de intimidad tienes con esa persona?» La gente dice 7 incluso 8, pero hay que recordar que además de tener ganas de enamorarse, estábamos en pandemia y mira, ahí tenías ganas de crear intimidad hasta con tu impresora. Al final, a las cuatro semanas, Yves les dice que va a charlar con ellos por teléfono y lo que ocurre es que hablan entre ellos dos, por sorpresa. Lo que pasa después no lo sé aún, me queda la mitad del podcast. 

Llevo tres episodios y está siendo una experiencia curiosa. Por un lado, escuchar a estas parejas conocerse solo por audios (uno al día) es como ver una comedia romántica que crees que ya sabes como terminará y, por otro, es como espiar. (Ellos saben que con los audios se hará un podcast, así que no es espiar) A ratos me encuentro pensando «míralos que monos» y en otros digo «pobres, lo que les queda por entender de todo esto» 

Los escucho enamorarse de una voz, proyectar, en lo que el otro les dice, lo que quieren que esa persona sea y suspiro. ¿Me he enamorado alguna vez solo de una voz? ¿De los hombres que me he enamorado, me hubiera enamorado si hubiera empezado por la voz? Llamo a A y le pregunto qué opina. «Yo me acuerdo perfectamente del primer día que hablamos por teléfono y como me sorprendió tu voz» Yo no me acuerdo hasta que él me lo recuerda y consigue activar un pequeño destello en mi memoria. Tengo mis dudas de que enamorarse por la voz sea mejor que enamorarse por el aspecto o a través de una app de ligar. Al final todo se reduce a la luz que proyectas sobre aquello que no sabes de la otra persona, una luz que es como un filtro de instagram, y que siempre es para embellecer y mejorar. 

Mientras le doy vueltas a esto, me siento a ver El jinete eléctrico en Filmin. Jane Fonda y Robert Redford también se enamoran. No por la voz, claro. Se enamoran porque no pueden ser más guapos y porque, en esta peli, los dos son listos, inteligentes y van caminando por los paisajes de Utah. (Ella con unas botas imposibles pero se lo perdonamos porque es Jane) ¿Cuántas veces te has enamorado con todo a favor, la belleza, la inteligencia, el paisaje, la ocasión, sin saber nada del otro y acabó terminando porque tenía que terminar? 

El Covid me ha dejado sin ganas de comer tostadas por la mañana y hoy hace sol. Necesito comedias románticas que acaben bien. Espero que en los episodios que me quedan todos terminen juntos, felices y comiendo perdices. 

domingo, 26 de diciembre de 2021

Así suena mi casa

Mi casa tiene dos zonas, una que da a la calle y otra que mira a un patio interior, digamos, del tamaño adecuado. Cada una tiene sus sonidos y esa banda sonora particular cambia dependiendo del día y de la época del año porque mi casa, también, tiene dos estaciones: la estación con el colegio abierto y la de vacaciones. 

Cuando no hay colegio, como hoy, la parte principal tiene un ruido como un leve rumor. Ahora mismo, mientras escribo esto sentada en mi sofá, oigo y veo los coches pasar por la calle principal. Tres carriles en un sentido y tres carriles en otro. Hay poco tráfico y como el asfalto está mojado, el ruido de los coches suena fresco, casi como si patinaran sobre hielo. De vez en cuando, durante tres o cuatro minutos no pasa ningún coche y se asienta entonces un silencio profundo que rebota en las fachadas de los edificios casi como si éstos dijeran: ey, aprovechemos ahora que no hay coches para pasarnos la pelota. En estos días de vacaciones, casi puedo acariciar el silencio total que se escucha por la noche o muy de madrugada. Me lo imagino como una pelota gigante de goma que se expande y se expande ocupando todo el espacio sonoro de mi barrio. Cuando llega el colegio y los días laborables, la pelota se va encogiendo, haciéndose más pequeña hasta quedar reducida a breves flashes de silencio o, mejor dicho, de menos ruido.  Veo algún peatón, pocos, los que hay tienen pinta de haber salido a airearse. Nadie va a ninguna parte, nadie tiene prisa. Veo muchos padres que han salido a ver si consiguen que a sus hijos el aire los calme. Pobres. Ahora que lo pienso, en las películas nuestros pasos siempre suenan, se escuchan y, sin embargo, para mí, desde mi sofá y a seis pisos de altura, los peatones caminan sin hacer ningún ruido. Ni siquiera en el silencio total soy capaz de escucharlos. Esto quiere decir algo seguro, pero no sé muy bien qué es. Hoy, de todos modos, hay pocos peatones porque no hay colegio.  Cuando hay clases tengo que salir del portal con cuidado para no ser atropellada por las hordas de madres, padres, niños, abuelos y mochilas que van en un sentido y en otro siempre con prisa, siempre llegando demasiado pronto o demasiado tarde. El colegio encoge la pelota del silencio al mínimo: gritos, coches aparcados en segunda fila, niños corriendo, grupos de padres sentados en los bares mientras sus hijos corren, la cola en la farmacia de la esquina y en la peluquería. Todos esos ruidos, ahora mismo, están apagados hasta el diez de enero. 

En la otra parte de la casa el silencio es permanente. Las ventanas de esas habitaciones y de la cocina dan a un patio blanco. Por esas ventanas el silencio es casi absoluto. De vez en cuando se escucha la maquinaria del ascensor. A veces, si coincide que estoy en esa parte de la casa en el momento apropiado, escucho el chirrido de  de las cuerdas de tender de alguna vecina. Es un sonido con una cadencia muy particular: chirrido, silencio mientras se tiende la prenda, nuevo chirrido, nuevo silencio, nuevo chirrido, y así, como un mensaje de morse hasta que termina la secuencia y el cambio y corto es la ventana cerrándose. A veces, también, se escuchan pájaros. Antes eran palomas pero conseguimos echarlas poniendo pinchos en todas las terrazas. Los domingos y los festivos, como en los bajos del edificio hay una iglesia, se escucha un coro de canciones de misa. Solo voces mayores, muy mayores. Los niños que van al colegio de al lado no van a esta iglesia, probablemente canten en otra o no vayan a ninguna. A mi yo de juventud, estar metida en la cama leyendo o vagueando y escuchar canciones de misa le hace muchísima gracia. Es como un sueño de niñez hecho realidad ¿te imaginas poder dormir durante la misa? Pues eso, tal cual hago yo. Algunas noches, como la pasada, cuando me despierto de madrugada escucho la lluvia golpeando las cuerdas de tender y las máquinas de aire acondicionado. Es un sonido que me da tranquilidad y me calma, enseguida vuelvo a dormirme. 

Mientras llego al final de este post escucho a un vecino deshacerse de todo el vidrio de sus celebraciones familiares en el contenedor correspondiente. Es un sonido que siempre viene mal, siempre molesta, siempre llega a destiempo. 

Sigue lloviendo. El mejor momento para escuchar tu casa es cuando llueve, todo lo superfluo deja de sonar.