jueves, 28 de febrero de 2019

Todas las primeras veces

Walk this way, Xan Padron
Salí del  metro en una estación que no conocía, aunque la verdad es que no conocía casi ninguna porque evitaba, como hago ahora, viajar en metro, e intenté escoger la salida que creía que me iba mejor. Era antes de los móviles, de google, de ir caminando por la calle siguiendo las instrucciones que te da una pantalla. Lo que llevábamos entonces era el plano del metro de Madrid plegado en los bolsillos de los pantalones, cuanto más cochambroso mejor. Llevaba unos vaqueros claritos, una camisa de hombre creo que heredada de mi abuelo, era desde luego vieja porque mi madre me había quitado los cuellos y la tela de finas rayas azules y blancas estaba suave, gastada. Me encantaba aquella camisa. En los hombros, sí era de ese tipo de personas, llevaba un jersey amarillo. No sé que tengo con el amarillo: un jersey, un abrigo, hasta intenté que mi primer coche fuera amarillo aunque acabó siendo blanco. Cuando conseguí salir del metro era otoño. El suelo estaba lleno de grandes hojas caídas de los plátanos de la avenida. Una avenida muy grande que yo no había visto nunca porque esa parte de la ciudad era territorio desconocido, nunca recorrido, jamás visitado, misterioso. La gente caminaba convencida, sola o en grupos, yendo y viniendo con la confianza que da la rutina. Me acojoné. Pensé: ¿qué hago aquí? Deseé no haber deseado tanto estar ahí. Deseé saber a dónde tenía que ir, qué tenía que hacer, que alguien me guiara. ¿Qué hago yo aquí? Me sentí pequeña, desamparada y ridícula. Mis padres andaban de viaje por Hungría y Austria y la súbita conciencia de ser responsable, de tener que encargarme de todo casi me hizo llorar. Pero ¿cómo voy yo a hacer esto? 

Lo hice. Alcancé el edificio que buscaba, la ventanilla que necesitaba y entregué los papeles necesarios. Ya estaba matriculada en la que sería mi facultad durante los siguientes cinco años. No fue tan horrible. 

******

Ayer llegué a mi destino siguiendo las instrucciones de mi teléfono y pensé ¿qué hago aquí? Era una zona de Madrid que desconozco, que no frecuento, que queda completamente fuera de mi área de interés. Aparqué, salí del coche y pensé ¿qué hago yo aquí? Todo el mundo, jóvenes como mi yo del jersey amarillo, iban y venían con confianza, con rutina, sin pensar. 

«Avenida de las Humanidades», «Paseo de la Ciencia», módulo 1, 2, 3, 4, 5... ¿qué hago yo aquí? Deseé no haber dicho que sí, haber contestado «Muchísimas gracias pero no» o incluso haber mentido «Me encantaría pero tengo un compromiso» pero dije que sí. ¿Por qué dije que sí? Desee que no viniera nadie, que hubiera una emergencia. Rocé la gloria cuando llamé a mi contacto y no contestó. A lo mejor había ocurrido algo que me permitía escapar. No ocurrió. 

Ayer volví a la Universidad en una primera vez como conferenciante, charletista o lo que sea. Durante casi seis horas charle con alumnos de depresión y días iguales. Y fue estupendo. 

Al salir vagué por el aparcamiento incapaz de encontrar mi coche. Igual que la primera vez del jersey amarillo, hace veintiocho años, me equivoqué de andén. 

Todas las primeras veces se parecen.  


lunes, 25 de febrero de 2019

Despelleje Oscars 2019

Han sido los Oscars y los ofendidos culturetas del mundo andan enfurruñados porque no han ganado ni Roma ni La Favorita y los premios se los han llevado Green Book y Bohemian Rhapsody. Yo he visto las cuatro películas y ninguna de las cuatro me enloquece pero lo que sí sé es que son Green Book y Bohemian Rapshody las que funcionarán en televisión como un tiro. Además, me toca mucha las narices esa tendencia snob y de mirar por encima de las gafas de presbicia que dice que si una película es agradable y entretenida no merece premios porque es palomitas para la chusma. Me opongo.

Y tras mi speech sobre las pelis vamos a lo que nos interesa: la frivolidad innecesaria pero molto facile e divertente.

Rachel Weisz va drogada, solo así se explica esta explosión de rojo mal elegido, de peinado de primera comunión y de mirada perdida con un fondo de «os asesinaría a todos pero soy la empollona de la clase y voy a esperar para pillaros despistados».

Contra todo pronóstico y pillándonos completamente por sorpresa, un esmoquin de terciopelo rosa en un tío con pelo largo y pinta de abrirte en canal si te empotra, es una buena idea. Ahora bien, cruzo los dedos para que tíos tirillas con pinta de llorar al quitarse una tirita no crean que pueden ponérselo.

Esta chica se llama SZA, y yo lo entiendo porque si yo llevara esa pinta tampoco querría que nadie supiera mi nombre o, mejor dicho, mi familia me prohibiría usar el apellido familiar. A la moda le ha hecho mucho daño Lo que el viento se llevó y la buena de Scarlet arrancando las cortinas para ir divina a ver a Ret. SZA ha hecho lo mismo pero con la colcha de un casamiento gitano con el resultado de que va hecha una mamarracha. El peinado campanario de iglesa castellana con nido de gaviotas tampoco ayuda.

Si creéis que estáis llevando mal lo de la edad, mirad a Lisa Bonet. .. y volved a comprobar que el esmoquin rosa es un sí inesperado pero rotundo. Un tío que sabe llevar ese esmoquin hace maravillas, maravillas. 

Nunca, jamás, ni aunque os parezca gracioso os vistáis a juego con vuestra pareja. Y no lo digo solo por estos dos lechosos, yo lo hice una vez y nos confundieron con un equipo de bolos. (long story). ¿Por qué llevan esta pinta? ¿se han colado? ¿era una apuesta? ¿una prueba de amor? Es un buen momento para decir que estoy muy en contra de las pruebas de amor y de que este tío me da una grima que me muero.

Tommy Hillfiger de Paco Clavel meets con estos retales y mis abalorios me hagos unos trapos de mil demonios. Su combinación es tan ridícula que CASI se me pasa por alto el bolso walkie talkie de los 80 de su acompañante.

Voy a abrir un change.org «Enseñemos a Emma Stone a no elegir su vestido de los Oscars siguiendo el criterio «qué es lo más feo y que me siente peor que puedo encontrar». Lo que lleva este año, con esas alitas y esas incrustaciones me da hasta miedo, o quizás es repulsión. Es tan horroroso que no puedo dejar de mirarlo, como cuando ves un accidente de coche. El atractivo de lo macabro.

¿Qué es esto? 

Qué mona. Una lánguida disfrazada de espíritu de María Callas. 

BOLSILLOS.  Lo mejor de este vestido, que no está mal, es que Olivia parece comodísima llevándolo y eso es maravilloso. Y lleva bolsillos.

Me flipa esto porque las faldas con vuelo son faldas de ser feliz. Muy a favor de este look.

Bradley mutando a señor bonachón en fiesta de urbanización cerrada con piscina. De esos que al acercase a un grupo dicen: ¿como va todo? ¿lo estáis pasando bien? y el grupo se disuelve en bomba de humo. La cara de Irina de «por favor, ese chiste por enésima vez no» lo dice todo.

El terciopelo azul NO funciona. Chris Evans parece un niño vestido de primera comunión en Las Vegas. El terciopelo azul noche tampoco funciona, es como decir «voy a ser creativo pero solo la puntita». Sobre el tío enfadado de las bandas blancas, entiendo el cabreo... que llegue el día más importante de tu vida y darte de cuenta de que el traje te está canijo y vas a tener que contener la respiración todo la gala debe de ser una putada.

Me encanta este vestido y ya tenemos el premio piruleta de la gala. La expresión «un cuello esbelto» hecha carne.

Si el «voy a  hacerme un vestido con la colcha de la boda gitana» no funciona, el «voy a hacerme una chaqueta con la tapicería del sofá de la butaca del hotel de la carretera de Tomelloso» tampoco. Las plumas a lo Caponata de su pareja son «miradme a mí y así no me juzgaréis por haber elegido a este indocumentado de pareja». Buen intento.

Ni una gala sin su Úrsula. Lady Gaga va correcta, va aburrida que creo que es algo que ella no se puede permitir pero ¡eh!, a veces el aburrimiento es mejor aliado que el «voy a arriesgar» (veasé Emma Stone)

Un disfraz de universo y un tío enorme con un gorro ridículo. Dios los cría y ellos hacen el ridículo.

Kiki Layne de homenaje a mi infancia. Vestizado de chicle Cheiw de fresa ácida. 

En serio ¿qué es esto? ¿Lleva por detrás un escudo? ¿La mochila del colegio? ¿Una cantimplora?

¡Han cantado limpia flautas! Hacia mucho que no veíamos ninguno.

Enésimo ejemplo de «la originalidad mal entendida crea mamarrachos»  Aunque también puede ser un homenaje a los looks increíblemente horteras de los programas musicales españoles en los años 80.

Jennifer de desconstrucción de bola de discoteca cabreada. Pero muy muy cabreada.

Joanne Tucker de «me escurro». Otra escurridura. 

No puedo dejar de mirarla. 

Se les han colado unos huérfanos. Llame a Servicios Sociales.

Sarah, Sarah, Sarah. Vamos a ver, sentémonos y hablemos. ¿Tienes problemas? ¿Algún disgusto? ¿Necesitas dinero? ¿No? Entonces, alma de cántaro, ¿me puedes explicar quién te ha engañado para ponerte esta cosa fucsia con gomas que parece cosido en el taller "mis primeros pinitos con mi máquina de coser" y que, además, te sienta de angustia? No, no me enseñes los bolsillos, ni siquiera que tenga bolsillos lo hace pasable.  Repite conmigo: A DE FE SIO.

Rami Malek va correcto pero transmite la extraña sensación de preferir ir disfrazado de Freddy y con media docena de dientes postizos embutidos en la boca.

Helen Mirren de porque yo lo valgo aunque el color rosa feria de pueblo, rosa subrayar apuntes, me chirría muchísimo. Es un color que hay que mirar achinando los ojos, lo miras como sin creértelo «¿va de rosa fosforito?»

Vigo es siempre Sí. En este blog somos muy de Vigo. Muchísimo.

Charlize Theron de El Crepúsculo de los Dioses. Me da miedo. 

Me encanta esta foto de Alfonso Cuaron con sus hijos adolescentes. Veo en sus caras la misma expresión que ponen mis brujas cuando les digo que me acompañen a sitios: ese entusiasmo, esa complicidad, ese orgullo, ese vamos a hacer como si no le conociéramos y estuviéramos aquí, con él, por casualidad, que la gente crea que somos adoptados.

Muy a favor de la excentricidad elegante con pizca de pelo naranja.

Señores vetustos que me gustan muchísimo. 

Me gusta Tina porque tiene pinta de normal, cara de «cuando empiezan las cañas»

Glen Close de Oscar. Y tampoco se lo ha llevado.

Rojo con volantes. Rojo pasado de vueltas.  

Amy for president. En pie, aplaudiendo a rabiar, ¡bravo, bravo!  Y no es que ponerte traje masculino siempre sea un acierto, puede ser un completo desastre. Mirad a esta chica tan simpática con su cara de «te arranco la cabeza como digas en alto que esto que llevo es un error» 

Tercipelo verde TAMPOCO. Y el vestido "noche estrellada de verano en el jardín de nuestra casa de Atlanta" me da pereza.

En ocasiones veo mucho rosa. 

No sé quién son estos jovenzuelos. Tienen pinta de pasarse el día tirados en un sofá no muy limpio fumando petas (actividad que están en su derecho a realizar, faltaría más) y haberse levantado para venir a este gala. Fruto de los efluvios de la maria han elegido de angustia las pintas: solapas demasiado grandes y tallaje pequeño y chaqueta con drapeados que es, sin duda, una de las elecciones más desafortunadas que he visto nunca en trajes de caballero.

Pero muchísimo rosa. 

Pero ¿QUÉ PASA CON EL ROSA? Sí, sí, ya veo que llevas bolsillos pero ¿qué es esto? 

En serio, ¿POR QUÉ ESTA OLA DE ROSISMO? 

Esta señora china desconocida y con gafas de lejos, me representa. Y, además, lleva un vestido precioso con bolsillos.

Eva Melander vestida de  complicación.

Ya están aquí los de Servicios Sociales para recoger a los huérfanos perdidos.

Linda Cardellini vestida de salto de cama ROSA de pelis de los cincuenta y de "la peor elección posible con esas rodillas".

Spike Lee de Bob Pop

Michelle Yeoh se lleva el premio "mi metabolismo es así y me está devorando desde dentro".

Nunca salgas con un tío que vaya más maquillado que tú, más peinado que tú, con las cejas más depiladas que tú y con más joyas que tú. ¿Por qué? Porque da muchísima grima y mucha risa.

Terciopelo rojo.TAMPOCO.

Rectifico mi premio "metabolismo". Ha aparecido Giuliana que como buena campeona olímpica del devorarse así misma se lo lleva también.

Los que hacen de Queen pero no son Queen pero para las jóvenes generaciones van a pasar a ser Queen, más felices que perdices y bastante bien vestidos menos el de blanco que parece Leonardo di Caprio disfrazado de camarero del Titanic.

Un centauro con terciopelo negro. Miradlo bien. ¿A qué debajo de esa orgía de terciopelo negro solo podéis imaginar patas de equino? De nada.  Premio a la excentricidad innecesaria de la noche.

¿Qué hemos aprendido de esta alfombra roja?  Que en las invitaciones a la gala ponía: Hombres trajes de terciopelo, mujeres de rosa.


jueves, 21 de febrero de 2019

Tengo flow

Ángela es veinte años más joven que yo y, sin embargo, tiene una presencia tan maternal que solo con verla ya me duele menos. Todos los días me recibe preguntándome qué tal estoy mientras levanta las cejas con ese gesto que en las madres siempre quiere decir: «me da igual lo que me digas, no me lo voy a creer». Mientras fuerza mi hombro hasta que lloro, a veces hablamos y otras veces escuchamos. Las clínicas de fisioterapia sin hilo musical y sin puertas son un sitio fabuloso para escuchar la vida. 

Además de Ángela, está Carmen. Habla con todos sus pacientes como si fueran sus amigos, les regaña por no descansar, por no tomarse la vida con más calma. Tiene solo treinta y un años pero habla como si ya lo hubiera aprendido todo, como si su única función en la vida, a partir de ahora, fuera repartir esa sabiduría por el mundo mientras masajea hombros, cuellos, gemelos o pies. Yo también tuve treinta y un años pero nunca he sido buena aconsejando. Tumbada en la camilla, esperando a que me llegue el turno, escucho la sesión de terapia que tiene con Isabel, una señora a la que no he visto nunca pero de la que tengo una imagen mental creada a partir de sus palabras. Isabel llora, se le saltan las lágrimas mientras cuenta como es rehén de su marido enfermo. Llora, se lamenta, se queja «estoy enterrada en vida, no quiere que le deje solo ni medio minuto y yo necesito aire» y al minuto siguiente lo disculpa «es un hombre maravilloso, yo sé que se esfuerza y que lo que pasa es que me quiere mucho,que me necesita» A él lo imagino sentado con una manta en las rodillas, cerca de una ventana exigiendo el periódico, las medicinas, el mando de la televisión y quejándose por comer sin sal. Ella me da pena porque se toma la sesión de rehabilitación como el paseo del preso por el patio de la cárcel, es el mejor momento de su día. 

Los hombres, en general, hablan poco, yacen boca abajo en las camillas, con los brazos colgando a los lados como los vaqueros borrachos en los westerns. Esperan callados, sin leer, sin escuchar música hasta que Ángela o Carmen les tratan y mientras están en sus manos apenas murmuran algunas palabras. La única excepción es Ángel, un señor bajito, recio, contundente y siempre sonriente. Tiene las rodillas machacadas y el otro día le confesaba a Carmen «no sé cuándo me he hecho mayor, hace nada yo trepaba a los árboles, subía a las ramas más altas y, de repente, me he convertido en alguien al que le duelen las rodillas y las manos todo el tiempo. Yo era un chaval y ahora soy un viejo y ha sido muy rápido». Le escucho mientras hago ejercicios con unas pesas de medio kilo, mientras me miro al espejo de cuerpo entero colocado, supongo, con la intención de hacer parecer la sala más grande. Me veo reflejada y me pregunto en qué momento me he convertido en alguien con una pinta que haría que sus hijas se avergonzaran y su madre levantara las cejas pensando «¿en qué me equivoqué contigo?» Los miércoles en una de las camillas a la entrada hay una cría rubia, de la edad de mis hijas. Mira su móvil mientras Ángela manipula su tobillo que ha pasado de ser un botijo de un bonito color morado a tener un aspecto más o menos normal. Hace unas tres semanas empezamos a hablar, tiene esa dulzura en la mirada y en la manera de hablar que tienen los adolescentes que no son tus hijos y que cruzas los dedos para que las tuyas tengan cuando están con desconocidos. Se ha destrozado el pie jugando al baloncesto y su madre está muy preocupada pero que ella no cree que fuera para tanto. Hablamos de baloncesto, de fútbol, de su colegio que está tres calles más arriba y de mi trabajo, «¡oh, tienes el mejor trabajo del mundo!» Ahora, todos los miércoles, cuando me ve llegar con mi    pinta de haberme escapado de un correccional de peli de los ochenta, me mira como si se alegrara de verme: «¡Hola! ¿Cómo estás? ¿Qué tal todo?» Es tan dulce que mientras me quito el abrigo imagino que en su casa es una niña satánica, contestona y dificil para que se me pasen las ganas de llevármela a casa y proponer a sus  padres un intercambio. 

–¿Sabes lo que me ha dicho hoy cuando te ha visto y has ido a cambiarte? Me ha dicho «me encanta esa señora, tiene mucho flow».–  me dijo ayer Ángela. 

Al llegar a casa, se lo conté entusiasmada a mis hijas.

–Chicas, me ha dicho una niña de vuestra edad que tengo mucho flow. 
–Mamá, eso es muy arroba 2014. 

He decidido raptar a la niña dulce. Nadie sospechara de una señora con mucho flow. 

martes, 19 de febrero de 2019

Este va a ser un mal post

Este va a ser un mal post. Va a ser malo porque lo escribo para desatascar mis tuberías mentales por las que últimamente no salen nada más que frases sin sentido, ideas enrevesadas que no sé desenredar y pensamientos con poso negro. Mi cabeza se parece a mi cafetera, esta mañana el café que ha salido de ella era denso, muy negro y además se ha atascado a la mitad. Esta tarde, cuando llegue a casa,la fregaré a conciencia, rascaré todos sus conductos y veremos si mañana tengo más suerte. Lo mismo hago con este post, que no va a ser bueno, ni pasable, ni siquiera interesante. Lo escribo para limpiarme con la esperanza de que eso, como una cama con sábanas limpias, llame a la inspiración. Necesito borrar las ideas que  tienen obturada mi inspiración y que no van a destilarse en nada medianamente decente. Lo sé porque ya lo he intentado. Son malas ideas pero no quieren irse, están ahí haciendo bola. Este va a ser un mal post porque no quiero escribir sobre mis hijas, que están insoportables, porque el tobogán emocional de quererlas y odiarlas, sí odiarlas, me tiene aburrida y exasperada. Es como vivir con un yonki y tener que plegarte a sus estados de ánimo para que, a pesar de todo, siga confiando en ti aunque sepas que se está aprovechando. No quiero escribir sobre la alocada pero posible teoría que mi cabeza ha elucubrado sobre los articulistas gallegos. ¿Y si todos son el mismo?  ¿Alguien se ha dado cuenta de que todos escriben igual? Fantaseo con la idea de hackear los ordenadores de los periódicos en los que escriben y cambiar los nombres que encabezan las columnas. Me juego una mano a que nadie se daría cuenta. No sé si esto es así porque todos son gallegos y eso de alguna manera deja poso o, quizás, más alocado aún, todos los artículos son creaciones de un mismo algoritmo. No lo sé y no quiero escribir sobre ello. 

Este es un mal post porque lo escribo con miedo. Salto al vacío de escribir porque llevo una semana sin escribir nada y entre escribir algo malo y dejar de escribir por completo, me da más miedo dejarlo del todo. Entre las llamas y el vacío, elijo el vacío. 

Este es mal post pero como un solo Anónimo se atreva a decir «te lo podías haber ahorrado», le arranco la cabeza. Una cosa es que no se me ocurra nada y otra cosa es que tenga ganas de aguantar a idiotas. Y no escribir me vuelve agresiva. Advertidos estáis.