lunes, 8 de mayo de 2017

Compras adolescentes

Agata Wierzbicka
¿Cuándo dejan de crecer los niños? Mis pre adolescentes, o proto adolescentes, o lo que sean que son esas mujeres que viven conmigo, han crecido tanto que nada de su ropa de verano del año pasado les sirve. O no les sirve como les gustaría. 

—Yo lo veo bien. 
—Mamáaaaaaa. 

Y me miran levantando las cejas, sacando la cadera y suspirando en plan «puff, madre mía lo que tengo que enseñar todavía a esta madre que me ha tocado en suerte». Por supuesto yo contrataco con la mejor versión de madre insoportable y finjo que el estado de su armario comparable en asilvestramiento a una selva amazonica es algo que me quita la vida. 

—Pero, ¿vosotros os creéis que os voy a comprar ropa teniendo como tenéis el armario?- contesto con las manos en jarras.  

Sinceramente, a mí me da igual el armario. Si no lo veo, no lo padezco pero encuentro un malsano placer en, de vez en cuando, recrear escenas de mi niñez en las que mi madre, ahora sé que fingiendo también, se ponía hecha una furia con mi desorden. Muy digna, vacío el armario sacando todo lo que no les vale o no les queda como les gusta. 

—Mamá, ¡no tenemos ropa! ¡está vacío! 
—Yo lo veo bien, como un armario de Ikea. 
—Los armarios de Ikea están ordenados porque están vacíos. ¡Necesitamos ir de compras!
—Ni de coña os llevo de compras. Tú te lo quieres comprar todo y tu hermana no se quiere comprar nada. Si vamos de compras tú me firmarás un papel que diga "Solo voy a comprar lo que necesito" y tu hermana uno que ponga "Prometo solemnemente que me pondré lo que me compre"
—No te vas a atrever a hacer eso.
—¿Qué no?
—Clara, no provoques a mamá, sabes que es capaz de eso y cosas peores. 

Y lo soy, pero lo que me sobrepasa es ir de compras con ellas. Odio ir de compras en general, es aburrido, cansado, frustrante, agotador y una manera muy estúpida de perder tiempo y dinero. Ir con ellas me deja al borde del llanto o anhelando beberme una botella de vino hasta caer redonda. 

Para empezar, es impresionante la regresión espacio temporal que sufren los adolescentes. Se cansan  enseguida, tan rápido como un niño pequeño pero ahora no llevas carro para que descansen. Sales con ellas de compras y en la segunda tienda descubres que las has perdido de vista, empiezas a dar vueltas mascullando todo tipo de blasfemias y reproches hacia tu yo de hace 15 años, y descubres que están sentadas en un  escalón entre faldas y monos. 

—¿Qué hacéis aquí?
—Estamos cansadas. 
—Pero si llevamos quince minutos. 
—Es que tú no has ido al colegio ocho horas, vuelto a casa, hecho deberes... 
—...
—Vale, vale, ya me callo, como te pones. No me mires así. 

Siguiendo con esa linea de regresión al infantilismo más incipiente, tras el cansancio llega el hambre. 

—Cómprame algo de comer.
—No. 
—Me estoy mareando.
—No me lo creo.
—Te lo juro, me estoy mareando, necesito comer. 
—Ahí hay una frutería, te compro plátanos o unas manzanas.
—Eso no me quita el mareo. 
—Ajá. Cuando te caigas redonda del desmayo, te doy un plátano y vemos si es ese tipo de mareo o no. 
—Cuando te pones sarcástica no te aguanto.
—¿Ves? Ya estás menos mareada. 

¿Por qué no compro merienda? Porque no me da la gana. A las compras hemos venido a sufrir, y vamos a sufrir para terminar cuanto antes con la tortura. 

Ya metidas en faena, he descubierto que lo mejor que puedo hacer es camuflarme, mimetizarme con el entorno e interferir lo mínimo en las compras de mis hijas. Si sugiero que algo puede quedarles bien, huyen despavoridas en dirección contraria o hacen gala de una ironía malvada que no sé de dónde han sacado. 

—¿Eso? Pero eso para ti, ¿no? Para una señora mayor como tú. 

Si me asomo ligeramente al probador en el que se han escondido como princesas de cuento huyendo del dragón descubro que mi presencia no es bien recibida y, por tanto, mi opinión es alegremente despreciada, ignorada. 

—¡Mamá! Déjanos, que nosotras sabemos. 

Si en mi retirada salgo del probador alegremente sin tener cuidado de no abrir la puerta más de 20 cm o dejando la cortina ligeramente entreabierta descubro que mis hijas tienen un sentido del pudor completamente ridículo.

—Mamá, ¡qué nos van a ver!
—¿Quién?
—La gente.
—¿Qué gente? Aquí no hay nadie, estáis en el último probador y todavía se están expandiendo mis pulmones del esfuerzo que he tenido que hacer para caber por la rendija de la puerta que me habéis dejado. 

Mis dos especímenes de adolescente, además, tienen diferentes rutinas para las compras. Una es del tipo explorador exhaustivo, hay que recorrer todos los pasillos, mirar todos los percheros, acariciar todos los tejidos y, si la dejo, husmear todos los perfumes. Es, además, incansable a la hora de probarse y se comporta en el probador como si yo fuera su doncella de corte.

—Otra talla. Más grande. Más pequeña. De otro color. ¿Te acuerdas el perchero que había según entras a la derecha, justo al lado de los vestidos para ti, de señora vieja? Pues ahí había unas camisetas que ponía Girls, esas no, las que estaban al lado...y blablablabla. 

La otra es más del tipo lechuza ojeadora. Pone un pié en el umbral de la tienda, otea y sentencia: no hay nada que me guste. Si tentándola con comprarle algo de comer echa un vistazo dentro de la tienda y consigo que mire algo, su actitud suele ser la de drama queen ofendida con unos toques de falso maltrato maternal. 

—¿Has visto algo que te guste?
—Sí, unas camisetas pero no me las vas a comprar. 
—¿Por qué? 
—Porque no, porque no te van a gustar.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque lo sé, no te van a gustar. 
—¿A ti te gustan? 
—Sí
—¿Te las vas a poner?
—Sí, pero a ti no te van a gustar.
—Pero ¿por qué dices eso?
—Porque nunca te gusta nada de lo que me gusta a mí.
—Por favor, deja el drama. ¿Cuánto cuestan?
—Seis euros.
—Te compro diez.
—Dime que no has traído el papel para firmar o me muero de vergüenza. 

Lo llevaba pero me dieron pena y no lo saqué.


jueves, 4 de mayo de 2017

Lecturas encadenadas. Abril

En abril han caído cuatro libros: tres novelas y un cómic. Tres hombres y una mujer. Sólo uno escrito originalmente en castellano. Al lío.

Entrevistas breves con hombres repulsivos de David Foster Wallace era el siguiente libro para mi taller literario del mes. Es una colección de relatos que me costó dos semanas terminar, primero por falta de tiempo y, segundo, porque a DFW hay que leerlo despacio o te lo pierdes. Los mejores relatos son, sin duda, las entrevistas a hombres repulsivos. Una genialidad de DFW en que la presenta a hombres despreciables, mentirosos, manipuladores, narcisistas y, alguna veces malvados. Lo más increíble ha sido que mientras leía a esos hombres me encontraba muchas veces empatizando con ellos o, incluso, admitiendo sus ideas y argumentaciones como acertadas.

David Foster Wallace lo piensa todo de todas las formas posibles, desde todos los ángulos y todos los puntos de vista. Lo argumenta de una manera y luego le da vuelta, retuerce los pensamientos para que no se le escape nada intentando captar toda la amplitud y todas las derivaciones de cada idea, de cada reflexión. Expone un argumento con toda una batería de poderosas razones y en el párrafo siguiente lo desmonta con igual contundencia. Deslumbra esa increíble capacidad de pensamiento y esa lucidez. 

Tiene muchísimos extractos muy brillantes pero me quedo con su reflexión, presente en varios de los relatos, sobre el papel de víctima, en cómo transformamos el dolor y el sufrimiento en una cualidad que nos eleva por encima de los demás. Ser una víctima, considerarnos así, sufrir, nos hace más, más sabios, más experimentados, lo sentimos así. Es un pensamiento horrible en frío pero consolador en el momento del sufrimiento, sufres por algo, para algo. 
«Estoy diciendo que tenemos una perspectiva tan visceral y condescendiente sobre los derechos y la justicia perfecta y proteger a la gente que no nos paramos a considerar que nadie es solamente una víctima y que nada es solamente negativo y solamente injusto: casi nada es así».
Fuera de las entrevistas breves, me ha gustado muchísimo el relato "En lo alto para siempre", es como estar en un cuadro de piscinas de Hockney. Un delirio de detalles que te trasladan a esa piscina que, para mí, simboliza el momento en el que te haces mayor, en el que eres consciente de que ya no eres un niño. El chico sube al trampolín como se trepa por los años creyendo que lo que se desea, que la finalidad de la vida, es ser adulto, uno quiere llegar a ese sitio inalcanzable que es "ser mayor" representado por el trampolín y el salto a la vida que es la piscina. Una vez arriba, todo se ve diferente, desaparece la magia y uno querría volver abajo, al momento anterior a empezar a trepar por la vida, por la escalera, uno quiere volver al sitio seguro que es la infancia, pero es consciente de que es imposible, no hay vuelta atrás.
«Has decidido que el miedo lo causa básicamente el hecho de pensar»

David Golder de Irene Némirovsky.  Este libro me lo trajeron los Reyes y llevaba años en mi lista porque, desde que cayó en mis manos Suite francesa, leo todo de esta autora. Unas cosas me gustan más y otras menos pero Némirovsky consigue trasladarme a ese ambiente de los años 20, justo antes de que todo se desmoronara, con mucho realismo y mucha crudeza. No hay idealización ni fantasía, probablemente porque era su tiempo, su época, su vida y lo que hace es retratarlo tal cual lo vivía, sentía y sufría.

Esta novela se parece muchísimo a El baile. Me gusta Némirovsky porque no finge que el ser humano es bueno, ni que tiene siempre un trasfondo de bondad y que son las circunstancias y el entorno el que lo hace malvado. Sus personajes malos lo son hasta el fondo de su alma, gente rastrera y despreciable, que el lector odia pero que, como ocurre muchas veces en la vida, se salen con la suya.

Retrata una época  casi impensable o quizá no tanto, quizás exista ahora mismo también, quizás nunca haya dejado de existir, en la que la sociedad vive solo para el dinero, el dinero lo es todo: tenerlo y ostentarlo. Da igual como se haya ganado, el trabajo que haya requerido, los esfuerzos realizados, lo que importa es tenerlo, poseerlo y gastarlo. En este caso el padre, David, un viejo judío acaudalado representa la ética y la épica del trabajo, con sus miserias y traiciones pero con cierto fondo honorable. Su mujer y su hija son despreciables, avaras, egoístas, miserables, irresponsables, malvadas, manipuladoras. No hay ni una concesión hacia ellas, ni un atisbo de algo que no provoque rechazo en el lector, un rechazo profundo y visceral.

Es una novela terrible y muy cruel que contrasta en su fondo con el espacio en el que transcurre gran parte de ella, el feliz Biarritz de los años 20 con todo su lujo, frivolidad y superficialidad.


Detrás del hielo de Marcos Ordóñez. A Marcos Ordónez le tengo un cariño especial, y como son los cariños verdaderos, es desinteresado, sincero y, a prueba de desilusiones. Tras leer esta novela sigo queriendo a Marcos Ordóñez a pesar de que esta novela me ha parecido un pestiño, algo obvia y sobre todo un inncesario batiburrillo de muchas cosas. En defensa de Ordóñez y por el cariño que le tengo, he de decir que es una novela de 2006, reeditado once años después y que durante esos años ha escrito cosas muchísimo mejores. ¿Era necesario reeditarla? Creo que no, pero yo que sé, no soy editora.

¿Qué cuenta Detrás del hielo? Cuenta la historia del despertar a la vida de Klara con K, junto con Oscar y Jan. ¿Algo nuevo? No, pero el problema no es ese. Lo bueno de la literatura, de las novelas es que pueden contarte lo mismo un millón de veces y que todas sean distintas. El problema es cuando la manera que eligen para contártelo se parece a todas las que has leído antes, no aporta nada y sobre todo, sobre todo, flota en la nada. Ordóñez coloca esta historia en un país imaginario, Moira, con un gobierno de izquierdas, comprometido y correcto que se ve arrasado por un populismo de derechas que conquista el poder. ¿En qué tiempo ocurre todo? No lo sé, no sé si es 1948 o 1970 y, ese es el mayor problema de la novela que flota en la nada, le falta anclaje, le falta realidad, le falta cimiento. Leyendo me sentía como si Ordóñez quisiera contarme un conflicto real, unas vidas reales en un país mágico. ¿Por qué ha tomado esta decisión narrativa? ¿Por qué no situarlo en un entorno y una época que él conociera? ¿Por pereza documental? ¿Por tener máxima libertad narrativa al poder inventártelo todo? Quizás, no lo sé. El problema es que esa falta de realidad en el "decorado" resta credibilidad al resto de la historia,  a los personajes, a los conflictos. No sé si me explico, pero en vez de ver cine, estás viendo una tv movie.

En defensa de Ordóñez diré que es una novela que se lee sin más, sin problemas, sin aburrirte (casi) pero sin dejarte huella, como una tv movie.
«Oskar sonreía como si me viera por primera vez. Esa es la sonrisa que prefiero en un hombre. La sonrisa de la curiosidad alegre, de la eterna primera vez». 
El cómic del mes ha sido Yo, Réne Tardi. Prisionero de guerra en Stalag IIB de Tardi. Trata, obviamente sobre la II Guerra Mundial, sobre los campos de prisioneros de guerra en Alemania. El padre de Tardi, a petición de éste, rellenó, al final de su vida, unos cuantos cuadernos con su historia  y sus recuerdos de la guerra y sus cinco años en un campo de prisioneros en Pomerania, al norte de Prusia. El propio Tardi se introduce como personaje en el cómic y aparece en las viñetas interpelando a su padre, haciéndole preguntas y lamentándose por no haberle preguntado en vida determinados detalles que han quedado sin aclarar. Más que contar la historia de su padre lo que hace es ilustrar la historia de esos cuadernos. Leyéndolo tenía, a veces, la sensación de estar viendo La gran evasión por la cotideaneidad que el padre de Tardi da a los detalles: el hambre que pasaban, el frío, la manera de dormir, de cagar (me fascina como este tema tan escatológico tiene una importancia crucial en condiciones de supervivencia extrema), lo que fumaban, cómo se entretenían, en qué pensaban. Es cómo si centrarse en los pequeños detalles les alejara de la consciencia de lo terrible de su situación o, quizás, es que esos pequeños detalles a los que no damos importancia en el día a día se revelan como lo verdaderamente importante de la vida cuando estamos privados de todo lo demás: qué comer, cuando y como cagar, cómo abrigarnos, conseguir dormir.  Es un comic interesante pero sólo si te gusta la II Guerra Mundial.  

Termino este post de lecturas encadenadas con algo que me da mucha vergüenza. Es un libro que no he leído aún pero que he escrito en parte: Vástagos de la editorial Next Door.  Para todo hay una primera vez y, en este libro, que recoge diez relatos sobre la maternidad está mi primer relato de ficción (que es sobre la paternidad), se titula «El jardinero desubicado» y empieza así: 
«¿Has empezado a sospechar que en tu casa se habla un idioma que no entiendes, un lenguaje cifrado al que no tienes acceso?
¿Encuentras prendas en el cesto de la ropa sucia que te hacen ruborizarte al poner la lavadora? ¿Te avergüenzas por ruborizarte?
¿Te has comprado un pijama en los últimos seis meses?
No estás solo. No eres el único. Somos muchos. Conéctate a nuestra web y participa en nuestras reuniones on-line semanales, un espacio para exponer tus dudas y preguntas y sentirte comprendido».
Por si os apetece echarle un vistazo a mi relato y a todos los demás escritos por otras nueve mujeres e ilustrados por Mónica Lalanda.

Y con esto,  un bizcocho y una tonelada de astenia primaveral hasta los encadenados de mayo.



martes, 2 de mayo de 2017

Despelleje Gala MET: la parada de los despropósitos

Si lleva plumas y peluca es la MALA. 
Se ha celebrado la gala anual del MET que es básicamente una fiesta de disfraces con un tema aleatorio decidido por alguien MUY MALVADO  y que a los invitados les vale para justificar cualquier mamarrachada.

La gala del MET en diecinueve sencillos despropósitos:

1. Cuando se te va la mano subiéndote los leotardos pero aún así se te siguen cayendo.

2. Si brilla como un pavo, posa como un pavo y tiene plumas. Es un pavo.

3. Si posa como un pollo, es de color pollo y tiene plumas. Es Piolín.

4. Cuando te agarra una crisis de imagen brutal y lo único que te apetece ponerte de tu armario es un plumas y unos zapatos sin sacarlos del envase de poliespán. 
6. Mi abuela tiene un sofá como tu vestido. Y mi tía unas cortinas. 

7. Me he puesto a recortar y he descubierto que la papiroflexia es mi pasión.

8. Todos somos revolucionarios pero solo yo soy necesaria que para eso soy francesa. El Ché.


10. Tus propias rastas como complemento. Me faltan piedras para empezar a lapidarle. ¿lleva un collar con los dientes del Ratón Pérez? 


12. ¡Pobres almas en desgracia! Siempre quise ser Úrsula, la bruja del mar. 

13. A mí me dijeron que iba a llover. A cántaros

14. Si parecen cadáveres y van vestidas de cadáveres, están muertas.

15. Cuando llegue a diez, harás lo que yo quiera. Mírame fijamente. 

16. The Ring o cuando soy la diseñadora y se me han quitado todas las ganas de diseñar algo y voy del cine de las sábanas blancas.  

17. Naomi Campbell con un señor que parece un extra de "El príncipe de Zamunda". 

18. Arsa. La flamenca de whasap. 

19. Deconstrucción de cortinas de piso a la venta en idealista. 


viernes, 28 de abril de 2017

Detéctame esto, Securitas Direct

Querido Jefe Supremo de Securitas Direct, 

Le escribo esta carta desde la honda preocupación que siento por su negocio porque sospecho que, usted, es ajeno a lo que está ocurriendo. Me cuesta imaginar como es posible que no sea consciente del desaguisado que se está cociendo en su propia casa y sólo alguna desgracia, del tipo auditivo como la que aquejaba a Beethoven o del tipo solitario como la de Robinson Crusoe, en cuyo caso tendré que meter este mensaje en una botella, podrían explicar el hecho de que usted permita su actual campaña publicitaria. 

Mire, no sé como decirle esto pero se lo voy a decir: Sus cuñas de radio constituyen, sin duda alguna, una de las más, si no la más espantosa, equivocada, innecesaria y sobre todo contraproducente campaña de marketing que he sufrido nunca. Se estará preguntando usted, ahora mismo, si soy soy experta en la materia. Para nada, no sé nada de marketing ni de publicidad pero Sr. Jefe Supremo, yo soy su público objetivo y odio con toda la fuerza de mi ser a su empresa.

Soy perfectamente consciente de que sus alarmas están pensadas para gente que, como yo, vive en una casa con cosas dentro a las que tiene cierto cariño aunque no valgan un pimiento y me inquieta pensar que las atroces cuñas de radio con la que está bombardeándome, a mí y a los que son como yo, que son miles, no sólo no consiguen convencerme  de comprar sus alarmas sino que me provocan un rechazo brutal, una hostilidad sin límites y deseos irrefrenables y muy firmes de correr a comprar la competencia. Hay días, incluso, que tengo ganas de coger todas mis cosas, amontonarlas y prenderles fuego con gasolina mientras grito «Toma esta, Securitas Direct, TOMA, TOMA, ya no necesito tus malditas alarmas»

Se estará usted preguntando ¿tan horribles son? No, no son tan horribles, son lo peor que se ha hecho nunca en forma, fondo y sobre todo cantidad. ¿Sabe usted la cantidad de dinero que está tirando en cuñas de radio solo para que la gente les odie? ¿Por qué esa manía de ofender a sus potenciales clientes creyendo que no tienen memoria a corto plazo y necesitan que ustedes les acojonen cada 20 minutos con sus cuñas? 

Primero fueron a por los que eran unos despreocupados de la vida con la cuña en la que la madre llama por teléfono a regalarles una alarma. Bien jugado pensé, seguro que hay gente pensando «con tal de que mi suegra no se meta en mi vida, compro yo solo la alarma». 

Después fueron a por los que tienen un negocio con la terrorífica cuña sobre robos en tiendas que acaban en destrozos, cierre temporal de negocio, pérdida de stock y los protagonistas viviendo debajo de un puente por las deudas. Si tus habichuelas dependen de tu negocio, entiendo que te aterraras y compraras la alarma. 

Agotadas estas dos vías sus secuaces, Sr. Jefe Supremo ,idearon más maldades, acudiendo a los instintos más básicos del ser humano. Para la envidia idearon la cuña de «Marisa, vamos a cambiar la alarma porque todos los de la calle tienen securitas direct y no vamos a ser nosotros los únicos que no» «Dale Paco, que se note que somos como los demás». Ahí, apelando a la envidia vecinal de adosado que, como todo el mundo sabe, saca a relucir lo peor de cada casa.

Para el miedo a perder el trabajo idearon la cuña del acojone. «¿Y Merche?» «Se ha cogido unos días porque le entraron a robar en casa y tiene mucho miedo y está regular». Inmediatamente, el oyente no piensa en Merche, ¿a quién le importa Merche?, piensa en qué significa "cogerse unos días". ¿Merche se ha cogido vacaciones del susto? ¿se ha ido de baja? ¿eso no tendrá consecuencias en su trabajo? ¿qué le pasaría al oyente si hace eso? Mejor se pone la alarma, a ver si va a entrar un ladrón a robarle su mesa de ping pong y su llavero de Batman y se queda sin trabajo del susto. 

No contentos con esto, acudieron a un tercer instinto básico y fundamental de la humanidad: las ganas de coger vacaciones. «Me vuelvo a casa, Mari Carmen, me ha llamado mi madre y me han robado». «Pero si tienes todo pagado» El oyente, que acaba de pagar su apartamento en Torrevieja, entra en pánico. Además de la talegada por el cuchitril resulta que va a tener que volverse a casa a toda prisa porque le han robado la lima de uñas y el pimentero de recuerdo de Praga. 

¿Ya? No. Las mentes diabólicas siguieron ampliando el espectro de público objetivo. Primero fueron los que no querían que su suegra se metiera, luego los que tenían negocio, luego los que se habían comprado chalet, luego los que tenían un curro, luego los que ahorraban unas perrillas para irse de vacaciones. ¿Qué quedaba después? Los que tienen familias felices. 

«Los ladrones saben que vas a salir a cenar en Nochebuena con tu familia, a celebrar las fiestas y aprovecharan esos momentos en los que no hay nadie para entrar a robar» 

Vamos a ver, ¿se puede ser más ruin? ¿Sabe usted las peleas familiares por organizar las cenas que ha ocasionado esta cuña? «Manolo, dile a tus hermanos que este año cenamos en casa» «Tarde, ya ha dicho mi cuñada Elvira que en su casa»

¿Y después de arruinar las familias felices? ¿qué quedaba? La gente que no va de vacaciones, que no tiene dinero, que solo sale con el mantel y la tortilla los sábados por la noche al merendero. 

«Con la llegada del buen tiempo hacemos planes al aire libre y los ladrones aprovechan para robar» 

No se vaya todavía, aún hay más. ¿Qué era lo que quedaba? ¿Qué reducto de población se resistía a su asedio? ¿Quienes eran los últimos irreductibles? La gente sin trabajo, sin vacaciones, sin familia, sin amigos, los ermitaños. 

«Los robos más peligrosos son los que se producen cuando estamos en casa, compra nuestras alarmas con detección anticipada de ladrones»

Estimado Sr. Jefe Supremo, tenga cuidado. Usted está a dos cuñas de radio de vender alarmas para los propios ladrones. Una sofisticada tecnología que detecte los pensamientos delictivos del ladrón mientras recién levantado se mira al espejo, se rasca el culo y piensa en robar en casa de Mercedes, «Paco, Paco, deja de pensar en eso que es delito y te mando a la policía», y acabar así con su propio negocio. 

Y yo, yo estoy a dos cuñas de radio de comprarme un pañuelo y un antifaz y hacerme bandolera, sólo por fastidiar.  

Atentamente,