lunes, 5 de diciembre de 2016

Lecturas encadenadas, noviembre.

El mes de noviembre, como todos los meses impares (menos julio) es de solterismo. El solterismo es un estado vital que me sumerge en un ritmo de vida en el que no descanso y en el que, por alguna razón, que no consigo entender,  leo menos. O no. No sé, el caso es que en noviembre sólo he leído dos libros. Dos libros maravillosos y de dos autores que me encantan.

Francamente Frank, de Richard Ford. Este libro tiene una historia y como bloguera vuestra que soy, voy a contarla. A mí, internet, la red, los blogs, twitter solo me han traído cosas buenas. Una de esas cosas buenas ha sido la inmensa cantidad de gente que he conocido y que se han hecho amigos, gente cercana con la que hablar, reírme, quedar, hablar de libros y de mil cosas más y que, muchas veces, me demuestran su aprecio hacia mí haciendo cosas que me dejan sin palabras. Cuando Teresa Valdés-Solís me mandó un mensaje para preguntarme qué libro de Richard Ford quería tener dedicado me eché a reír y le dije: estás loca.

No sólo no estaba loca sino que movió todos sus contactos en Oviedo para conseguirme este libro dedicado por Richard Ford para mí.


Lo importante de los libros es su contenido pero tener un ejemplar dedicado especialmente para ti por uno de los autores que más admiras es una experiencia maravillosa y ese libro ocupa un lugar especial en mi estantería. Si además el libro te  reencuentra con un personaje, que te lleva acompañando casi 10 años, su lectura se convierte en un lugar acogedor, en una especia de volver a casa, de encontrar tu sitio, tu hueco en los cojines del sofá, tu taza de café, tu almohada.

Ford nos lleva otra vez a la vida de Frank Bascombe que ahora tiene ya 68 años, está jubilado y ha vendido su casa de la playa. Todo lo que se cuenta ocurre semanas después de que el huracán Sandy arrasasara la costa de Nueva Jersey. El libro lo componen cuatro relatos que suceden en unos pocos días pero que aparte de tener a Frank como protagonista y narrador no guardan relación entre sí.

Al terminar de leerlo y mientras escribía sobre él en mi cuaderno de lecturas pensé que, quizás, los relatos sí que tenían un nexo común y es que todos tratan del peso del pasado en nuestras vidas, en nuestro presente. No es solo que lo que hayamos hecho, pensado, decidido, amado, dejado o no, nos haga quienes somos y nos haya llevado hasta donde estamos, es que el pasado es como una goma que estiras y estiras y estiras y, a veces, en algunos momentos se suela de su anclaje en el antes y a toda velocidad viaja hasta tu presente y te golpea en la cara volviéndose tu ahora y obligándote a lidiar con ello aunque no quieras.

Eso es lo que le ocurre a Frank en estos cuatro relatos. Se me había olvidado como es de egoísta y de introspectivo, como es capaz de ignorar casi por completo lo que les ocurre a los demás centrándose únicamente en sí mismo. Es fascinante como Ford ha creado un personaje tan redondo, tan complejo y con tantos ángulos, cuesta creer que no sea una persona real, que no sea él. Es inmenso en su normalidad, en su cotidianidad.
"Yo no creo en eso desde luego. La mayor parte de las cosas que no nos matan en el acto nos matan después".
"No hay necesidad de tocar, besar, abrazar. Pero lo hago de todos modos. Es nuestro último fetiche. El amor no es otra cosa al fin y al cabo, que una interminable serie de actos individuales". 
"Porque no hay una forma adecuada de planificar la vida ni tampoco de vivirla: sólo un montón de formas inadecuadas". 
"Los errores son errores mucho antes de que los cometamos". 
No digas noche, de Amos Oz.  Compré este libro en la Feria del Libro Antiguo porque si veo algo de Oz tengo que comprarlo. Es un escritor que me fascina. Me fascina lo que escribe, sus personajes, sus historias que transcurren en un espacio, Israel, que me es completamente ajeno y extraño y me fascina él. Su cara, sus arrugas, su historia, su mirada, sus ideas, las entrevistas, sus ensayos. Un hombre fantástico frente al que me quedaría paralizada y sin habla. 

Reconocería cualquiera de sus libros aún sin ver su nombre en la portada. Es empezar a leer y entrar en un ritmo, en una cadencia de palabras, en un estado de ánimo, un estado vital tan real que noto el polvo del desierto de Israel, el calor y también el desasosiego de los personajes.

No digas noche cuenta la historia de una pareja, de Teo y Noa. Una pareja que se construye como todas, con mucho empuje y brío al principio, como se construye la ciudad en la que transcurre todo, Tel Keider y que es, creo yo, el tercer personaje de la novela. 

Las relaciones surgen de la nada como esa ciudad construida comiéndole terreno al desierto. Al principio se hace con grandes planes, teniendo en mente un ideal y luego, cuando uno la ve terminada y se pone a vivir en ella se da cuenta de que no se ajusta exactamente a lo que proyectó. No tiene porqué ser peor pero es distinto. Habitas esa relación, esa ciudad, esa casa acostumbrándote a ella, la vas haciendo tuya y luego las cosas empiezan a estropearse por el uso. Pequeños detalles que pueden no ser importantes pero que pueden enfadar y que hay que ir reparando. En esas reparaciones de la casa, de la habitación que supone la pareja uno puede hacerse daño o herir al otro, pero puede también que el arreglo, el reajuste sirva para seguir adelante.  

No digas noche va de todo esto. De las relaciones y de su continuo reajuste, siempre hay que estar afinando y calibrando. Al que se deja ir y se despreocupa se le cae la casa encima. 
"Tú eres una persona a la que le gusta resumir. No me resumas aún". 
Esa frase resume el estado en el que las relaciones dejan de repararse para simplemente convivir con el declive, con los desconchones, esperando que aguanten hasta el final o que, poco a poco, derrumben todo. 
"Aquellos que no se entusiasman con nada se enfrían y comienzan a morirse. Hay que empezar a desear de verdad. Coger la vida con las dos manos para que no se escape, si es que comprendéis lo que quiero decir. Si no, todo está perdido". 
Leed a Ford y a Oz, dos hombres fantásticos.  




jueves, 1 de diciembre de 2016

Twitter es el mal porque (les) conviene


"Hordas twitteras"
"Linchamientos en twitter" 
"Arde twitter"

Oigo, leo y veo estos titulares en los medios de comunicación. Entro en mi cuenta de Twitter y encuentro a mis umpalumpas, a los que yo he decido seguir, enfrascados en conversaciones, en intercambios, en monólogos en voz alta. Algunos están muy tranquilos, otros charlan, otros (los que no veo) solo miran y leen y otros, unos pocos, están siempre muy enfadados con algo. Muchos, cada día, cada minuto encuentran un motivo para estar enfadadísimos. 

Oigo, leo y veo que los medios, los periodistas, los políticos, los actores, los escritores y casi cualquiera con un mínimo de presencia mediática se muestra indignado contra esas "hordas tuiteras" que boicotean sus iniciativas, critican sus artículos contrastando datos, sus opiniones políticas, sus películas, sus libros o lo que sea. 

No voy a defender a la gente que insulta, que desprecia o que manifiesta una hostilidad beligerante y agresiva hacia otros o hacia las opiniones, trabajos o creencias de otros pero encuentro que se da una importancia desmesurada a algo que puedes apagar con un click. 

Sé que puede no ser tan fácil. "Es que lo que se dice en twitter luego se escucha en todas partes". Ya. Claro. Pero ¿quién lo saca de twitter? ¿cómo se entera alguien que no tiene twitter, alguien de esa inmensa mayoría de españoles, de una polémica en twitter? 

Aja. Por la prensa. Por los periodistas. Por los programas de radio. Por los políticos. Por los artistas. Por los escritores. Todos ellos han jugado a ser Willy Wonka. 

En mi mente, Twitter está constituido por una serie de pequeños cubos de metacrilato. Dentro de ellos hay personas diminutas que a través de las paredes transparentes ven el mundo y opinan, comparten y, a veces, critican. Twitter es como un mundo paralelo lleno de umpalumpas gritándose entre ellos. Dentro de esos cubos el griterío es ensordecedor, y si no eliges bien a quién metes en tu cubo de metacrilato puedes volverte loco o directamente idiota, pero lo que gritan los umpalumpas no se oye fuera. No se oye, si los Willy Wonka de turno no les dan altavoz. 

La prensa, la radio, las televisiones critican twitter pero usan los tweets para rellenar horas y horas de contenido, para escribir artículos, para pedir que sus seguidores les jaleen. Los políticos critican a los umpalumpas que no les siguen pero achuchan a los suyos y se lamentan de los contrarios. Los periodistas se quejan de que les critiquen los artículos pero buscan umpalumpas para encontrar testimonios cuando los necesitan. Y así con todo. 

¿Estoy defendiendo Twitter? No. Pero no creo en el concepto "hordas tuiteras". En Twitter hay el mismo número de idiotas que en cualquier otro sitio, hay los mismos que en tu trabajo, tu bar, tu gimnasio, el colegio de tus hijos o entre tus amigos. 

Las críticas en Twitter pueden ser aquelarres de indocumentados e ignorantes o pueden estar fundamentadas y ser esgrimidas por personas con autoridad sobre el tema en cuestión. El problema es que los Willy Wonka de turno dan  altavoz a las primeras y ningunean las segundas. Los Willy Wonka azuzan las que les conviene y atacan las que no les gustan o les afectan. 

¿Cuál es el problema ahora? El problema es que ya no hay control sobre eso, los periodistas, los medios, los actores, escritores... se encuentran ahora con que además de sus umpalumpas hay otros, o puede pasarles incluso que sus propios umpalumpas se les rebelen. Y entonces ya no molan, una rebelión de umpalumpas descontrolados con sus propias opiniones ya no es interesante ni divertido. Hay que acabar con ello. 

En cualquier caso, estoy de acuerdo con que no te guste que te critiquen en Twitter. No sólo estoy de acuerdo sino que lo encuentro perfectamente legítimo y comprensible, pero antes de hacerte la víctima y lloriquear, hay una solución muchísimo más sencilla: dejar de usarlo. 

Es sorprendente como las "polémicas tuiteras"  se convierten en cenizas de papel en el mundo real, fuera de los pequeños mundos de metacrilato. Los "aquelarres en Twitter" son llamaradas al encender un fuego, son la fogata que monta el que no sabe encender una chimenea, el que no sabe prender la leña ni hacer que algo permanezca. Las polémicas en twitter consisten en coger hojas de papel y quemarlas. Una gran llamarada que se apaga enseguida en cuanto cierras tu cuenta. 

A no ser que los Willy Wonka de turno decidan mostrárselas al mundo para  utilizarlas en su propio beneficio. 


martes, 29 de noviembre de 2016

Frenética calma


Por primera vez en mi vida siento que no me dan las horas, los días para hacer todo lo que quiero hacer. No lo que tengo que hacer, sino lo que quiero hacer. 

A veces me siento como el conejo de Alicia corriendo para que me de tiempo a leer todo lo que quiero leer, a escribir todo lo que se me ocurre, a ver a toda la gente con la que estoy deseando quedar y a dormir algo. 

Quiero dormir, quiero vaguear, probar nuevos vinos, ir al cine, ver tres mil películas que tengo pendientes, temporadas de series que tengo colgadas. Quiero tener horas para hablar con algunos de mis amigos y quiero comidas y cenas para compartir. Quiero noches y más noches con las princesas viendo series y quiero tardes de paseo por Los Molinos. Quiero ordenar mis libros. Quiero escribir a mano con mi pluma y la tinta verde todo lo que se me pasa por la cabeza. Quiero ordenar todos los números del New Yorker. Quiero cambiar las fotos de los marcos que cuelgan en la pared sobre mi cama en mi madriguera. Quiero viajar. Quiero leer todo lo que guardo en mi carpeta de feedly titulada "para leer con calma". 

Algunos días, en momentos raros en los que no estoy perdida en ensoñaciones locas medito sobre si debería ser más organizada. Hacerme un horario, organizarme por días, buscar huecos para determinadas cosas... pero me conozco y sé que eso no me va. Ni siquiera me gustaría sentarme con un cuaderno, dibujar un cuadrante y rellenarlo con rotuladores de colores diferentes según la actividad. Sé que hay gente a la que eso le calma, le da la sensación de que controla su tiempo, su vida y lo que hace con ella. Yo no soy así, probablemente me frustraría cuando las líneas no me salieran rectas y  cuando confundiera los colores de los rotuladores y tuviera que volver a empezar. 

"Calma, frenético es el ritmo cuando hay calma". 

Estoy en calma porque lo que tengo que hacer, las obligaciones inevitables que vienen de serie con ser adulto, tener que ganarte la vida y ser responsable de mi prole, me ocupan el mínimo de tiempo en mi vida. Les dedico el tiempo justo para cumplirlas de manera satisfactoria para todos los involucrados. 

El resto de mi tiempo tiene un ritmo frenético por todo lo que quiero hacer. Y entre lo que quiero hacer ocupa un espacio muy grande el deseo de no hacer nada. La sensación de desear hacer mil cosas, de sentir que no puedo abarcar todo lo que me interesa me sumerge en una especie de torbellino a medio camino entre ser absorbida por un agujero negro y ser inmensamente feliz porque me ha tocado el golden ticket y voy a visitar dando saltos de alegría la fábrica de Willie Wonka. Me gusta esa sensación, la sensación de querer hacer miles de cosas, de desearlas con mucha fuerza.  Me siento como si diera vueltas sobre mí misma hasta marearme, hasta emborracharme de alegría. Pero, me gusta más la sensación de ser capaz de pararme y decir: no voy a hacer nada, no voy a planear nada, veremos qué pasa hoy, cómo me siento, qué me motiva. 

Siento que controlo mi vida sin cuadrante de colores, sin organización y sin planes a largo plazo y que estoy en calma con mi ritmo frenético y conmigo misma. Y es maravilloso. 

"Calma, frenético es el ritmo cuando hay calma". 


viernes, 25 de noviembre de 2016

Di no a tus hijos

"Estoy un poquito saturada de la publicidad enfocada a querer hacerte sentir culpable a los padres que tienen vida más allá de sus hijos. Decirle a tus hijos "ahora no puedo", "ahora no me apetece", "ahora no quiero" no te convierte en mala persona. Ya está bien con la estupidez."

Cuando tienes hijos, desde el minuto uno en el que salen de ti y los tienes en brazos se produce en tu cerebro un movimiento de tectónica de placas. Todo aquello que, hasta entonces, había ocupado tu cabeza; tus pensamientos, tus ideas, todo lo que conoces, sabes, te gusta, te entretiene, lo que odias. Todo tu trabajo, tus aficiones, tus hobbys, toda tu vida y todo lo que te hace ser tú y no tu vecino del descansillo o tu compañero de curro empieza a moverse en tu cabeza. Esa masa compacta que eras se resquebraja y comienza a moverse para dejar hueco a todo lo que ese extraño, que tienes en brazos, va a necesitar y ser. 

Los primeros años de tu hijo todo tú eres ese ser. Qué necesita, qué quiere, qué le pasa, qué no le pasa, qué siente. Piensas en todo lo que puede pasarle, en lo que puede sufrir, en si le duele algo, en si come, si engorda. Piensas en si está hablando tan bien como debería, en si sufrirá en el colegio, en si será capaz de hacer amigos, en si necesita ir a piscina o a fútbol, aprender inglés o piano. Dedicas recursos neuronales, físicos y mentales a pensar en lo que hace falta en casa, en que la ropa esté limpia, en mantener una rutina, en estimularlos, en que duerman, que descansen, vacunarles, llevarles a las revisiones. te organizas para ir a todo: fiestas, funciones, reuniones, actividades. Te agobias pensando si lo estarás haciendo bien, en si tus decisiones son correctas o equivocadas. Agonizas a ratos pensando que eres un desastre. Mueres de amor por ellos y te agotas. 

Las placas tectónicas en tu cabeza y en tu interior tienen zonas de subducción por las que todo lo que eras antes de tener hijos se va hundiendo poco a poco hacia lo más profundo, queda sepultado por debajo de todo eso que en otras zonas de tu cabeza, en los bordes constructivos de tu placa no para de crecer construyendo cordilleras cada vez más altas con todo lo que tus hijos requieren de ti. Montañas cada vez más altas con lo que necesitan y lo que te aportan. 

Tras muchos terremotos todo se acomoda. Tus continentes mentales con todo lo que eras antes de tener hijos se consolidan en sus posiciones y las nuevas zonas, dedicadas a tus hijos, ocupan su espacio. Todo se tranquiliza. Tus hijos crecen, se vuelven más independientes y pueden y deben hacer cosas solos. 

La publicidad tira ahora de niños con 8, 10 o 12 años que miran a sus padres como corderos degollados exigiendo una atención que parecen no tener. Esos niños son tan mentira como las modelos retocadas con photoshop que se levantan peinadas después de una supuesta noche de sexo y los detergentes que sacan la ropa planchada de la lavadora. 

Cuando tus hijos son niños independientes que pueden hacer cosas solos, desde ir al colegio hasta calentarse la comida pasando por recoger su cuarto, ordenar sus cosas, vestirse y ser responsables de pequeñas tareas, siguen pidiendo cosas. Piden porque son niños y tú eres su padre o su madre y recurren a ti. Algunas cosas, muchas, necesitan que tú se las soluciones, que tú pases ese rato con ellos pero hay otras que no. 

Y les dices que no. 

Les dices "No, no puedo ponerme ahora a hacerte un disfraz o preparar una pancarta para el cumple de tu amiga Fulanita". 

Les dices "No, no me apetece sentarme a ver 3 capítulos de Violeta". 

Les dices "No, no quiero ir a correr esa carrera del infierno con vosotras". 

Les dices que no puedes porque estás haciendo la cena o tendiendo la lavadora o porque tienes que pelearte con tu compañía de teléfono para que te solucione la avería del Adsl. O a lo mejor tienes que llamar a un amigo que lo está pasando fatal porque ha roto con su pareja o le han echado del curro. O no quieres porque estás leyendo, porque por fin has encontrado media hora para ti. O sencillamente no quieres hacer algo de lo que te proponen porque no te gusta y no quieres. 

Ellos, tus hijos, son niños y puede que te miren con cara de "Joooooo" pero desde luego lo entienden y si no lo entienden tienes que explicárselo porque, tus hijos, tienen que saber que tú eres una persona, que tú eres tú además de su madre o su padre. Deben ser conscientes de que tienes obligaciones y también aficiones. Incluso que te gusta, que necesitas tiempo para ti sin nada que hacer. 

No pasa nada por decir no a tus hijos. Es más, creo sinceramente que es una manera de enseñarles que cada persona es un mundo que necesita su espacio, incluidos sus padres.

No dejemos que la publicidad utilice la educación de nuestros hijos y nuestro propio crecimiento personal como argumento publicitario para intentar hacernos sentir culpables por no vivir en un mundo que no existe. Y en el que, desde luego, yo no quiero vivir.