domingo, 24 de agosto de 2014

Vacaciones a la francesa (I)


Conduzco. Hablamos de ciento veinticinco cosas a la vez en una sucesión sin ningún tipo de sentido más que para nosotros. 

- A ver Juan, ¿Me estás diciendo que no estoy en tu grupo de "personas escogidas"?
- A ver, no te pongas así. Lo estás tergiversando. 
- Ah ¿si? ¿Cómo se tergiversa la frase "Moli, no estás en mi grupo de personas escogidas"?
- Le estás dando una importancia que no tiene. 
- Una mierda. A ver, ¿quién está en ese grupo?
- Mi madre, mi tía, mis inquilinos.
- ¿Tus inquilinos están en el grupo de "personas escogidas" que pueden llamarte por la noche y YO NO?
- Lo estás sacando de quicio, es por si tienen una emergencia.
- ¿Me estás diciendo que si yo tengo una emergencia y te llamo por la noche no sonara tu móvil pero si a un inquilino que no sabes ni que cara tiene se le rompe un grifo si podrá perturbar tu sueño??
- ¿Qué clase de emergencia puedes tener tú?
- ¡Yo que sé! me quedo sin llaves, ligo y necesito contártelo, me quedo tirada con el coche, ligo y me proponen un trío.
- Vale, te meto en el grupo esta misma noche.
- Esta noche no hace falta, dormimos la misma cama. 
- ¿Ves como eres escogida?

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Toulouse. Escogimos la ciudad un poco al tún tún y el hotel por nuestra científica combinación de: wifi + parking + criterio de las colchas. El resultado es un hotel coqueto en una ubicación estupenda, con un wifi regulero y sin colcha. La habitación está más allá de ser coqueta, es canija pero conseguimos no molestarnos el uno al otro. 

Toulouse. Me sorprende muchísimo y me encanta. Es una ciudad llana, con un centro histórico con vida y unas casas maravillosas de esas que me hacen envidiar a los que viven en ellas. La gente es encantadora y muchísimos hablan español. Acierto de pleno en mi elección de cena el primer día y con mi Carpaccio de Buey con patatas al gratén me sitúo como número 1 en la competición de "a ver quien elige mejor en los restaurantes". Visitamos la estupenda colección de pintura de la Fundación Bemberg y nos morimos de la risa con la catedral y su total falta de coherencia al unir la parte románica con la gótica. Pasamos un buen rato en una librería de comics y cenamos en un indio la segunda noche y vuelvo a ganar con mi pollo de la región de Madras. 

Un río fabuloso y además llueve. 

- Moli, tienes que irte a vivir al norte. La lluvia te alegra el carácter. 

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- Moli, vas muy francesa con esa camiseta de rayas.
- Me lo tomaré como un cumplido, gracias.
- Pero una cosita, ¿por qué cuando yo me pongo mi camiseta a rayas me dices que tengo pinta de gondolero y tú no?
- Mírame, ¿tengo pinta de poder empujar una góndola? 
- Touché. 

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Carcasssone. 

Ciudad medieval en la que te sientes como si estuvieras en medio del Exin Castillos, en el castillo de los clics, en y en una página de Obelix y Compañía. Lamentablemente y como le ha sucedido a otras destinos turísticos ha caído presa de la maldición del "parque temático" que quita encanto y vida a esas ciudades convirtiéndolas en un parque temático donde hordas de turistas pasean, compran y consumen. Hay una tienda de chocolates, una de souvenirs, un cafetín, una tienda de chocolate, una de souvienirs, un cafetín. 




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- Toma anda, el último trozo de la crepe de Nutella para ti. 
- Es mi turno, no te hagas la buena.
- Ya, pero la tengo yo en la mano. Podría comerme este último bocado delicioso dónde se concentra toda la nutella y que además hará que se quede el gusto en la boca...pero te lo voy a dar a ti. 
- Vale Moli, gracias. 
- Que sepas que esto ha sido un gesto de amor supremo que seguro que ninguna de tus personas escogidas haría. 
- Touché. 

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Al salir de Carcassonne, desechamos la autopista y nos metemos por carreteras secundarias flanqueadas por árboles inmensos y que nos llevan a subir la Montaña Negra hasta llegar al país de los cátaros y por fin a Albi. Hacemos el tonto y saltamos.

Continuará...

jueves, 21 de agosto de 2014

Tu primer ahorro ¡chispas!




Si el Sr. Miyagi fuera un gurú de verdad y no un tío que se aprovechaba de la inocencia de un pobrecito para que le hiciera las tareas del hogar, su  famosa frase de “dar cera, pulir cera” hubiera sido “ganar pasta, gastar pasta”. 

El ahorro es misterioso, frustrante, adictivo y un círculo vicioso. 

Nos embarcamos en la tarea del ahorro desde muy pequeños. Tus padres, tus tíos, tus abuelos, tu prima Mari Puri te dan dinero y te dicen “para tu hucha”. Cuando eres pequeño, el simple hecho de echar algo por la ranurita de la hucha proporciona una gran satisfacción. Si eres muy muy pequeño, lo que más mola es que te den muchísima monedas que hagan mucho ruido al caer y que hagan que tu hucha pese muchísimo y suene al agitarla.  

Pronto comprendes  que esa alegría con la que los mayores se desprenden de las monedas no puede ser buena. Comprendes que los billetes son mejores y  te conviertes en un experto en papiroflexia monetaria consiguiendo doblar cualquier billete para que entre por la ranurita.  Por primera vez los mayores te dicen “esto para que lo ahorres”.  No sabes para qué, ni porqué. Lo único que sabes es que no puedes cogerlo. De vez en cuando piensas que quieres comprarte cualquier cosa: un estuche, un boli chulo que se ha puesto de moda, 25 sobres de cromos...y entonces te dicen “No, hombre no...lo de la hucha es para algo importante”. 

Para ti no hay nada más importante ni más vital que el nuevo bolígrafo de 4 colores que tiene toda tu clase, de hecho lo necesitas para poder seguir viviendo pero no hay manera. Te repiten como un mantra:  “lo de la hucha es para algo importante de verdad.” Te pones a pensar entonces en algo grandioso: un viaje a un parque temático, un coche nuevo, una moto, un trampolín para la piscina. Pero tampoco: “no hombre, no...para eso tendrías que ahorrar toda tu vida”.

“Ahorrar toda tu vida”. No sabes porqué pero esa frase no te suena nada bien. La dejas a un lado e intentas pensar algo que sea importante de verdad pero para lo que no tengas que esperar 3 eternidades y media. 

Le das vueltas y más vueltas y al final decides que quieres ahorrar para una bicicleta superchula. 

Con ese objetivo en mente, te pones a ahorrar y aquí descubres la frustración. No puedes gastarte tus ahorrillos en un album de cromos pero para conseguir la bicicleta superchula tus ahorrillos se quedan muy muy cortos; meses y meses de espera aparecen ante tus ojos.  Ansías tener 4 cumpleaños al año, quieres ir siempre ir a visitar a tu prima Maripuri, intentas revalorizar tu trabajo: “Mamá, si me hago la cama ¿cuanto me pagas?” para descubrir que el trabajo como fuente de ingresos para ahorrar no compensa “30 céntimos y da gracias porque lo tendrías que hacer gratis que es tu obligación”. Definitivamente compensa más volver a casa de la tia Maripuri aunque huela a naftalina y las galletas que te de estén rancias. Intuyes que esto es un poquito rastrero pero lo haces por una buena causa, tu bicicleta superchula. 

Cuando esos meses de ahorro y frustración terminan y por fin una tarde al sacar todo de la hucha y recontarlo la cantidad necesaria para tu bici está delante de tus ojos, te enfrentas a un nueva sensación: ¿de verdad esa bicicleta que has estado anhelando durante meses merece tanto la pena como para desprenderte de tus preciosos ahorros y vaciar tu hucha? ¿Será capaz la bicicleta de compensar las horas que has pasado contando y recontando tus ahorros? ¿Compensará la bicicleta las horas y horas que has pasado imaginando aventuras en ella y la cara de envidia de tus amigos? ¿Seguro que quieres la bici? ¿Quieres ser cigarra o hormiga? (Aquí descubres la maldad espantosa que se encuentra agazapada en los cuentos...pero ese es otro tema)

La incertidumbre el ahorrador ha llegado a tu vida. ¿Te gastas lo ahorrado o ahorras un poco más para una bici mejor? 

Le das vueltas, lo piensas, lo repiensas. ¡Bah, total esa bici ya no es tan chula....si comes unas cuantas docenas más de galletas de coco mohosas, se te caen 4 ó 5 dientes para que venga el Ratón Pérez y esperas los 4 meses que quedan para tu nuevo cumpleaños podrás ahorrar lo suficiente para la bicicleta definitiva!

Sentado en tu cama, recoges todos los billetes, los vuelves a doblar por las marcas que meses y meses de papiroflexia han hecho en ellos, los metes en la hucha, la cierras y piensas: voy a seguir ahorrando. 

Ni el Sr. Miyagi ni nadie te lo ha dicho, pero con ese pequeño gesto de no salir a comprarte la bicicleta de tus sueños has puesto la primera piedra para tu hipoteca a 30 años. 

Tu yo de 40 años te dice: ¡sal y cómprate la bici! ¡Ahora! ¡Aprende a comprar! ¡Ya! ¡No seas hormiga!


martes, 19 de agosto de 2014

9 años


Venía pensando que escribir hoy que cumples 9 años.

No se me ocurre nada nuevo que no haya dicho ya o que no suene demasiado cursi.

Y entonces he recordado este vídeo y no hay nada más que decir.

Eres tú, tal cual.

Pícara, divertida, bicho, payasa,  bruja y un completo descojone.


Haciendo el mimo en la caja de cristal. Mirador de Sos. from Molinos on Vimeo.


¡Feliz cumpleaños, princesa!

lunes, 18 de agosto de 2014

En las tapias.

Tapias bajitas que no pretenden ocultar nada. Blancas, anchas y con flores. Detrás grandes edificios con buganvillas, geranios y madreselvas que vamos a “robar”. Tengo 8 años y llevo esperando esta noche desde que llegamos hace 15 días, es la noche del “Paseo por las Tapias”. Hoy no cenamos en pijama, hoy cenamos vestidos de bonito y nos portamos fenomenal sin rechistar por la comida porque esta noche es la más especial de todas las que pasamos en Benidorm cada año.

Después de cenar salimos con Molimadre al paseo marítimo, en la esquina nos subimos a la primera tapia y comenzamos a caminar por ellas bajandonos solo al llegar a las esquinas. Hay tapias más fáciles por las que podríamos casi correr y otras en las que hay que andar muy despacito para no pincharse, para no caerse. En algunas hacemos turnos para que Molimadre nos vaya cogiendo de la mano. Se oye el mar y se ve la playa, pero eso no es lo interesante esta noche. Miramos los jardines de los edificios y decidimos que el jardín de nuestra casa y su piscina es, con mucho, el mejor de toda la zona. Nos sentimos absurdamente orgullosos de nuestra piscina, como si no llevara allí 40 años y fuera mérito nuestro su existencia.

El Gran Hotel Delfín es la parada estrella del paseo de por las tapias. Caminamos despacito acercándonos a la parte central del hotel, la terraza del restaurante donde mayores que a nosotros nos parecen artistas de película cenan a la luz de las velas o bailan las canciones que toca una orquesta. Nos quedamos embobados mirando la escena. En nuestras cabezas no existe nada en el mundo con más glamour y más elegancia que la terraza del Gran Hotel Delfín por la noche.

Volvemos caminando por las tapias, parando de vez en cuando a “robar” esquejes de plantas con flores de colores que Molimadre se empeña en plantar en Los Molinos.  

Me duermo soñando con un futuro lejanísimo en el que seré yo la que bailaré por la noche en la pista del Delfín. Ni siquiera soy capaz de imaginar que  36 años después iré dando la mano a mis hijas para que no se caigan de la tapias y me pregunten: Mami, ¿cuando seamos mayores podremos venir a bailar aquí?

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¿Qué hace que una tapia sea interesante y misteriosa e invite a trepar por ella  o a pegar el ojo? La promesa de algo detrás.  Algo conocido y misterioso, algo que no se conoce pero apetece ver. Algo que prometa imaginar. Detrás de esas tapias hay casas y vidas con las que me gustan fantasear, todas distintas, todas inalcanzables o no.

En el otro extremo están las tapias que proliferan por Madrid, altos muros de ladrillo que esconden y protegen, no se sabe muy bien de qué, a pequeños mundos en miniatura de los que sus habitantes no tienen que salir para nada. Urbanizaciones clónicas. No quiero asomarme a esas tapias, paso rápido a su lado, camino sin fijarme.. porque no quiero saber que hay al otro lado, porque ya se que hay al otro lado y no quiero ni imaginar cómo sería estar atrapada dentro.  

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Una tapia de piedra con musgo antiguo, verde oscuro que siempre está a la sombra. Delante un buzón de correos recién pintado. Amarillo. Brilla. ¿Alguién echa cartas ahí? ¿Lo abrirá el cartero cada día  y todos los días pensará que es trabajo inútil porque ese buzón ya no lo usa nadie? ¿Le hará ilusión encontrar alguna vez una carta en él? ¿Cuando fue la última vez que eso ocurrió?

Puede que fuera cuando yo pasaba las horas muertas sentada en esa tapia. Cuando quedábamos “en el buzón”. No quedábamos para ir a ninguna parte, quedábamos allí para sentarnos en esa tapia y ver pasar las horas y los días. Nos sentábamos y esperábamos a ver quién llegaba, a ver cuántos éramos. Veíamos pasar coches con gente conocida, unas veces saludábamos y otras nos escondíamos. Esperábamos ver pasar al chico que nos gustaba o al que ya no nos gustaba pero queríamos seguir controlando. Comíamos pipas, chupachups “kojac” o chicles de sabor a fresa, con sabor a fresa de verdad y no como ahora que los sabores deberían llamarse “fresa efímera”, “menta en un suspiro”. Nunca me han gustado los chicles.

La tapia del buzón, era una tapia para ver pasar el tiempo; para dejar pasar las horas hasta hacernos mayores. Llegabas a sentarte en esa tapia en el periodo de tiempo en el que eras demasiado mayor para seguir jugando a las chapas, las canicas o polis y cacos y demasiado pequeño para que te dejaran bajar al pueblo. En el buzón estabas cuando estar en casa parecía siempre estar perdiendo el tiempo; lo importante pasaba en la tapia del buzón. Había que estar allí, para ver y que te vieran.  Lo importante era estar en la tapia.

Ahora paso por allí y nunca hay nadie sentado en esa tapia. Me paro a pensarlo y supongo que ahora ya nadie se sienta a ver pasar las horas ni queda “en el buzón”. Los móviles han terminado con la incertidumbre de ir al buzón a ver si hay alguien, no hay espacio para la duda ni para la improvisación.

Ya nadie mira pasar las horas ni come chupachups “kojac”.

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En Los Molinos hay tapias que fueron durante mucho tiempo los límites de los caminos que recorría en bicicleta para ir a casa de mis amigos y a las que no prestaba mucho atención hasta que derepente, un buen día, una de esas tapias se abría para mi porque en uno de esos extraños cruces de amistades que suceden en Los Molinos (¿he contado la teoría de Juan de que todos por aquí hemos intercambiado fluidos corporales con todos en una separación de 3 grados como máximo?) los desconocidos que vivían tras esas tapias se habían convertido en amigos y sus jardines, sus piscinas, sus chimeneas y todos los secretos al otro lado de las tapias se volvían cotidianos, conocidos y habituales.

Hay tapias en Los Molinos que siguen siendo misteriosas, guardianas de maravillosas casas que casi siempre están  cerradas. Tapias comidas por la maleza, oxidadas por el paso de muchos inviernos y muchos veranos sin que nadie las haya repintado, vencidas por el peso de madreselvas, hiedras o setos que nadie ha podado en años...y tras las que se ven casas enormes que en algún momento estuvieron llenas de gente. ¿Por qué dejaron de venir?

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¿Qué piensa quien ve mi tapia?