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miércoles, 4 de abril de 2018

Lecturas encadenadas. Marzo

Times Square Bookstore, 1954. Marvin E.Newman
Siete libros. Cuatro escritos por hombres, tres por mujeres. Tres españoles, una argentina, un americano, un israelí y una inglesa. Todos vivos menos el americano que cría malvas desde 1962. Una novela, tres de autoficción, un ensayo, un cómic y un relato ilustrado. Treinta y un días del mes de marzo bien aprovechados.

Al lío.

El nervio óptico de María Gainza fue un regalo de cumpleaños. Es un libro breve en el que la escritora argentina va intercalando historias no sabemos hasta que punto autobiografías con otras sobre pintura y pintores. Unas y otras se sirven de excusa mutuamente, se sostienen y se hacen avanzar, y así navegamos de una anécdota familiar a descubrir a un pintor argentino para de ahí saltar a una reflexión sobre la amistad y de ahí a conocer más cosas sobre Coubert, Rosseau El Aduanero o El Greco. Esta manera fraccionaria de contar las historias, de saltar de unas a otras me ha gustado mucho y, además, he descubierto algunos pintores que no conocía. Es un libro para leer mientras se buscan en internet algunos de los cuadros que Gainza comenta.

Habla sobre arte: «Me recordó que en la distancia que va de algo que te parece lindo a algo que te cautiva se juega todo en el arte, y que las variables que modifican esa percepción pueden y suelen ser las más nimias»

«Hay batallas que extrañamente uno decide perder; por algo en mi boletín de séptimo grado decía: «Cuando quiere destaca, pero casi nunca quiere». Con los años me había convencido de que perder era más elegante»

Y, me ha descubierto una extraña sociedad clandestina que existía en París a principios del siglo XX  que se reunía en la Sociedad Física de la ciudad y que velaban por la protección de las nubes: «creemos que las nubes han sido injustamente estigmatizadas. Estamos en contra del elogio al cielo azul». Debería seguir su ejemplo y continuar con su defensa, siempre quise ser de una sociedad clandestina.

El nervio óptico es, sin duda, un libro que recomiendo a todo el mundo.

Mi siguiente lectura fue un viejo conocido, Amos Oz y su novela Judas. Volver a Oz es volver a casa, sé lo que voy a encontrarme y sé que voy a regodearme en ello. Oz no es bonito ni placentero ni divertido pero me siento a gusto con él. Nos entendemos siempre, desde nuestro primer encuentro con La caja negra que sigue estando entre mis tres libros favoritos de todos los tiempos.

En Judas todo transcurre entre tres personajes;  Shmuel, un joven estudiante, que desilusionado con la vida deja la tesis que está haciendo y se presenta voluntario para cuidar a un anciano enfermo que vive con una viuda de cuarenta y cinco años que resulta ser su nuera. En la novela no pasa nada, solo transcurre el tiempo mientras los tres conviven y sus zozobras, sus pensamientos, sus anhelos y el pasado de los dos personajes más mayores se va haciendo presente. La casa en la que viven es también un personaje y, por supuesto, lo es también Jerusalén como en todas la novelas de Oz.  Además del transcurrir de sus días Oz nos cuenta una historia apócrifa sobre Judas, la hipótesis sobre la que descansa la tesis inconclusa del joven Shmuel y que presenta a Judas no como un traidor sino como el primer verdadero cristiano de la historia. Él no traiciona a Jesucristo, cree en él tanto, está tan convencido de  su divinidad que le convence para que abandone Galilea y vaya a Jerusalén a mostrarse a los demás.  Él quiere que Jesús sea visto, admirado, temido y crucificado para que así pueda, de verdad, demostrar todo su poder divino. Él convence a los romanos de que lo apresen, pero no se vende por treinta monedas porque él era rico. Judas ve morir a Jesús en la cruz y, entonces, se da cuenta de que no era un dios, de que él es el culpable de haberlo llevado hasta la cruz y desesperado se ahorca. No sé si da para una tesis doctoral pero a mí me convence bastante.

De Judas, como de todas las novelas de Oz sales parpadeando a la luz del día, deslumbrado por la luminosidad exterior a la que no estás seguro de querer salir porque  el interior de sus novelas, sus letras son acogedoras como un sótano oscuro lleno de tesoros.

«Yo, querido, no creo en un amor de todos hacia todos. El amor es limitado. Una persona puede amar a cinco hombres y mujeres, tal vez a diez, a veces incluso a quince. Y eso, solo muy de vez en cuando. Pero si llega alguien y me dice que él ama a todo el tercer mundo, o que ama a Latinoamérica, o que ama al sexo femenino, eso no es amor, sino retórica. Palabrería. Eslóganes. No hemos nacido para amar a más de un pequeño puñado de personas. El amor es algo inmortal, extraño y lleno de contradicciones, pues muchas veces amamos a alguien por amor propio, por egoísmo, por codicia, por deseo físico, por deseo de dominar al amado y esclavizarlo, o al contrario, por el placer de ser esclavizados por el objeto de nuestro amor, y además, el amor se parece mucho al odio y está más cerca de él de lo que la mayoría de las personas imagina»

A Oz por supuesto también lo recomiendo.

Mi siguiente lectura fue un grandísimo descubrimiento. Antes de que lo cuente, salid ya a comprarlo. Ya. Ahora mismo.  El cuaderno del Prado. Dibujos, notas y apuntes de una ilustradora en el museo de Ximena Maier es un tebeo, es un cuaderno, es un texto para conocer,  por ejemplo, a Goya y a Velazquez , es una colección de instantáneas, un recorrido secreto, es un paseo con Ximena por el museo cotilleando sobre los cuadros, haciendo comentarios sobre las conversaciones que escuchas, sobre los otros visitantes, sobre los vigilantes. Un paseo privilegiado que nos lleva, incluso, a los laboratorios de restauración, a los talleres de escultura, papel o joyas. Todos los dibujos que aparecen en el libro están hechos en el museo, los cuadros en acuarela y los visitantes, los vigilantes, nosotros  estamos trazados con líneas sencillas porque al fin y al cabo en el museo somos secundarios pero no protagonistas. Es un libro maravilloso que da ganas de salir corriendo al Museo para recorrer todas las salas con las notas de Maier como guía. La edición de  Nido de ratones es preciosa.

En instagram podéis ver y escuchar mis entusiastas comentarios sobre este libro que espero estéis todos comprando ya. Si mis recomendaciones no han sido suficientes os dejo la cita de Lily Bollinger que abre el libro:

«Bebo champagne cuando estoy contenta y cuando estoy triste. A veces, cuando estoy sola. cuando estoy con amigos lo considero obligatorio. Toma una copa o dos si estoy tranquila, y lo bebo si estoy agobiada. Aparte de eso, no lo toco nunca. Solo si tengo sed».

Te me moriste de Jose Luis Peixoto, llegó a mi lista de libros pendientes por Silvia Broome, una librera a la que sigo en twitter y que siempre recomienda cosas que me apetecen. Este libro lo compré en Los editores, en la primera de mis tres incursiones en esta librería durante el mes de marzo.

Te me moriste es un grito de dolor, uno de esos que no gritas sino que vomitas con arcadas en vacío. Te duele lo que tienes dentro, te duele la arcada y también el vacío que te deja al intentar sacarlo de ti. Sientes que si lo sigues aguantando dentro, en algún momento ese dolor te reventará las costuras de la piel y estallarás y, por eso, gritas.

Peixoto escribe este libro, lanza este grito para tratar, supongo, de aliviarse el dolor. El dolor inmenso por la muerte de su padre, por la plena conciencia del nunca jamás, del para siempre ido, la conciencia de un vacío que jamás volverá a llenarse, del vacío con el que uno aprende a vivir porque aprende a rodearlo, vive para siempre a su orilla, en sus márgenes. Al principio te asomas a la negrura espesa y ésta te absorbe pero con el tiempo esa negrura se vuelve más opaca y acaba devolviéndote tu reflejo. Peixoto tiene un estilo muy personal que hace de esta elegía, de este grito de ausencia un lugar íntimo al que te asomas de puntillas porque te sientes un intruso, un invasor de ese dolor.

«Lloro. Llueve bailo albor sobre mí. Y oigo el eco de tu voz, de tu voz que nunca más podré oír. Tu voz callada para siempre. Y, como si te durmieses te veo cerrar los párpados sobre los ojos que nunca más abrirás. Tus ojos cerrados para siempre. Y, de una vez, dejas de respirar. Para siempre. Para nunca más. Padre. Todo lo que te  he sobrevivido me asalta. Padre. Nunca te olvidaré».

Peixoto vuelve a una casa familiar con patios y árboles para recordar a su padre, para rebuscar los detalles que de él quedan pegados a la casa, a las paredes, a las habitaciones. Habla del trabajo de su padre en el huerto y regando y me ha recordado un poco a La casa de Paco Roca que era otro canto a la ausencia, al «para nunca más».

Es un libro triste y doloroso y, por supuesto, también lo recomiendo.

Mujeres y poder de Mary Beard también llego por twitter a mi lista y también lo compré en Los editores. Este brevísimo tomo recoge dos conferencias de la historiadora inglesa centradas en el feminismo: La voz pública de las mujeres y Mujeres en el ejercicio del poder.  Ambas son más o menos intercambiables y su mensaje es prácticamente el mismo: las mujeres han tenido y tienen un papel mínimo en la esfera pública y han, hemos, sido acalladas desde la antigüedad por lo que para que una de nosotras consiga tener una posición de poder debe superar todo tipo de pruebas, trabas y problemas y una vez conseguido ese poder debe luchar contra los insultos, las suspicacias y la permanente necesidad de demostrar que realmente es válida. Nada nuevo bajo el sol ni nada que no se pueda leer en sus artículos online. Este volumen es el típico libro montado para aprovechar el tirón de Mary Beard pero no aporta nada nuevo.

«Se da el caso de que cuando los oyentes escuchan una voz femenina, no perciben connotación alguna de autoridad o más bien no han aprendido a oír autoridad en ella: no oyen mythos. Y no se trata solo de la voz; pueden añadirse los rostros ajados y arrugados que indican madurez y sabiduría en el caso de un hombre, mientras que en el caso de una mujer son señal de que se le ha «pasado la fecha de caducidad».

Sobre este tema recomiendo este podcast de The Guardian La mirada masculina y cómo no nos tomamos  en serio las historias de y sobre mujeres.  (También hay texto por si alguno no quiere podcast)

Hace muchos años, más de treinta seguro, en casa de mi amigo Juan descubrí algo que me pareció una genialidad: una estantería en el baño pegada al vater y llena de libros. Ibas al baño en su casa y te ponías a leer Hazañas bélicas o Sin noticias de Gurb o un libro sobre Villanos forenses escrito por su abuelo. Me encantaba y me encanta ese baño en el que sigue estando la estantería con esos mismos libros y algunos más. Cuando tuve mi propia casa no me cabía una estantería pero puse, pegado al váter,  un revistero lo suficientemente resistente como para aguantar varias revistas y algún que otro libro. ¿A qué viene esta historieta? Pues porque mi siguiente lectura del mes, Mientras haya bares de Juan Tallón es un libro perfecto para ese tipo de estantería. Es una recopilación de sus artículos, posts y columnas en varios medios. Los temas son casi siempre los mismos: escribir, leer, beber, ¿qué pasa con la vida?, ¿qué hicimos cuando éramos jóvenes y no lo sabíamos?, ¿qué hacemos ahora que no somos jóvenes pero creemos que sí? Juan habla de libros, de fútbol, de historietas, de amigos, de familia, de una camisa de color salmón y un tigre enorme que le regalaron por su comunión, de películas y de Galicia. Es un libro para ir leyendo poco a poco, así todo parece nuevo, fresco, divertido. Del tirón puede resultar a ratos repetitivo, exactamente igual que si te lees cualquier blog, éste mismo, de principio a fin sin descanso.

«Cuando necesito encontrar un libro me gusta viajar por los estantes desesperadamente, hasta que se produce el descubrimiento. Cualquier clase de orden facilitaría la localización que no sería ya el fruto de un instante luminoso sino el triste y aburrido resultado de sumar dos y dos y comprobar que, en efecto, solo pueden ser cuatro».

Por esto mismo yo tengo todos mis libros (des)colocados en las estanterías, siguiendo un orden imposible que no sé cómo se construye. Poned una estantería en el baño, os lo recomiendo. Y colocad este libro de Tallón en ella.

Terminé el mes con otra adquisición en Los editores, Los crisantemos de John Steinbeck en una preciosísima edición de Nórdica con ilustraciones de Carmen Bueno. Este breve librito recoge un relato que Steinbeck publicó en 1937 en la revista Harper y cuenta la historia de un matrimonio de granjeros en California y de unos crisantemos. Es un relato incómodo que se ha analizado como una representación del sometimiento de las mujeres en la sociedad americana de los años treinta y que yo, sin embargo, veo más como una representación del engaño, del fraude, del hecho de aprovecharse del débil no mediante la fuerza sino mediante la apelación a algo que ame. No desvelo más. Las ilustraciones son sencillamente perfectas.

Ha quedado un poco largo pero quería contarlo bien. Corred a comprar El cuaderno del Prado, ya me lo agradeceréis el mes que viene.

Y con esto y esperando que el mes de abril sea igual de fructífero, hasta los encadenados de abril.

lunes, 31 de diciembre de 2018

Lecturas encadenadas. Diciembre

Termino el año como Beth, con una salud frágil que me tiene debilitada y sin posibilidad de mucha actividad. La parte mala es que es un asco, la buena que he tenido mucho tiempo para leer y la peor que me va a costar la vida escribir este último post del año pero el deber es el deber y el blog no se escribe solo.

Al lío.

«No me des las gracias todavía, ya me las darás por descubrirte a la escritora de tu vida. Lee a Lorrie Moore» Cuando te mandan este mensaje acompañando un libro, es evidente que tienes que leer ese libro para poder decirle al listillo de turno: «pues no ha sido para tanto». El problema es que Birds of America de Lorrie Moore sí fue para tanto. (Lo he leído en inglés)

No conocía a Moore de nada y no la busqué ni investigué sobre ella antes de ponerme a leer sus relatos. No lo hago nunca, no me gusta saber nada de los autores antes de leerlos. Me da igual quién sean, qué hacen, no me importa un pimiento su vida, solo quiero conocerlos por lo que escriben. Me sumergí en Moore sin tener ni idea y me encontré con unos relatos sorprendentes, inesperados, unos relatos que pasados casi un mes desde su lectura sigo recordando de principio a fin. Algunos de ellos me recordaron a los de Lucia Berlin aunque los de Berlin eran más excéntricos, más al límite mientras que los de Moore son más cotidianos, más del día a día, más el relato que podrías protagonizar tú con tu vida. Moore no cuenta lo que pasa, que suele ser nada, sino lo que piensan, sienten y recorre la piel de los personajes. Todos los relatos tratan sobre la extrañeza que supone vivir, la perplejidad que experimentamos cada día al ser conscientes de como nos sentimos ante lo que nos ocurre en el día a día, ya sea una relación amorosa, un viaje, una reunión familiar, una enfermera, la muerte de una mascota, un fracaso laboral. Moore nos cuenta que sentimos cuando nos paramos a pensar lo increíble y frágil que es el equilibrio en el que vivimos.

En Birds of America se recogen once relatos y todos son excepcionales. El penúltimo, “People Like That Are the Only People Here: Canonical Babbling in Peed Onk" es un relato espectacular sobre la enfermedad de un bebé y la manera en que los padres se enfrentan a esa enfermedad. No hay melodrama, ni sensiblería, ni tragedia. No va de dar pena, ni de buscar la lágrima fácil, va de como seguir en pie cuando todo se tambalea, cuando te quedas sin suelo.  
    «Lo que hace la gente por allí es salir adelante. Hay una especie de valentía en sus vidas que en absoluto es valentía. Es algo automático, inquebrantable, una mezcla de hombre y máquina, una obligación incuestionable y absorbente que se encuentra con la enfermedad, movimiento a movimiento, en un ajedrez gigante en que cada vez que uno mueve, el otro también lo hace: un asalto sin fin de algo que se parece a boxear con un adversario imaginario, aunque entre el amor y la muerte, ¿qué es lo imaginario? «Todo el mundo nos admira por nuestra valentía —dice un hombre—, no tienen idea de lo que están diciendo.»       «Podría salir de aquí —piensa la Madre—. Podría coger un autobús e irme, y nunca volver. Cambiarme de nombre. Como el asunto de la protección de testigos.»       —La valentía requiere opciones —añade el hombre».       Eso sería mejor para el Bebé.       —Hay opciones —dice una mujer con una cinta de ante en el pelo—. Podrías tirar la toalla. Podrías irte a pique.       —No, no puedes. Nadie lo hace. Nunca lo he visto —dice el hombre—. Bueno, nadie se va a pique del todo»



El comic del mes ha sido Los puentes de Moscú de Alfonso Zapico, prestado por mi hermano Gonzalo. Zapico reúne a Fermín Muguruza y Eduardo Madina para hablar de la "situación", para tratar de tender puentes entre las dos orillas de una historia en la que los de un lado mataban a los del otro.  Este encuentro, en el que él aparece también como protagonista, ocurre en la segunda parte del libro y hasta ese momento, Zapico nos va contando la historia de Madina y Muguruza. Me gusta mucho la idea, la manera aparecer como un personaje más que va construyendo la narración, la cotidianeidad de los encuentros y el dibujo de Zapico me encanta, pero se me queda cortísimo en el enfoque. Me parece que le falta profundidad, que se queda muy muy en la superficie de un problema muy grave y muy complejo en el que he tenido la sensación de que Muguruza tiene un protagonismo mucho más importante que Madina, quedando el relato (pretendidamente equidistante) un poco cojo. Terminé de leerlo y me quedé con un regusto un poco raro, me sentí un poco desencantada. 



A cielo abierto de Joao Gilberto Noll. La frase «Te regalo este libro porque me lo he comprado y al llegar a casa me he dado cuenta de que ya lo tenía» quizás no es la mejor para regalar un libro pero ¡ey! yo nunca digo que no a un libro aunque sea tan rarísimo como éste. 

Cesar Aira dice de Noll que es el mejor escritor vivo. Yo no sé si es el mejor pero sí sé que es de los más extraños. Su manera de escribir, de contar, es tan extraña que me ha provocado el efecto Delillo, es uno de esos autores que me producen la sensación de no ser lo suficientemente inteligente para leerlos, para entenderlos. Me ocurrió lo mismo con Lawrence Durrell y El Cuarteto de Alejandría cuando tenía diecinueve años. Veinte años después lo releí y se abrió ante mí y me deslumbró por completo, lo ví cristalino. Lo malo de Noll es que no sé si dentro de veinte años estaré para releerlo. 

En A cielo abierto, un narrador del que desconocemos su nombre sale de casa con su hermano pequeño para ir a buscar a su padre, un general, al campo de batalla. Necesitan dinero para pagar al médico que debe curar al hermano que está gravemente enfermo. Hasta la llegada al frente atravesando campos inhóspitos y hostiles, la historia me recordó a Jesús Carrasco y su Intemperie. Al llegar al frente el muchacho es alistado a la fuerza y de ahí acaba desertado convirtiéndose en un fugitivo que huye y del que el lector no tiene muy claro si lo que le pasa es real o un sueño. A partir de aquí todo se vuelve muy onírico, muy irreal, la narración se vuelve extraña, como una alucinación o un delirio febril. En esta segunda parte recordé las cartas entre Anais Nin y Henry Miller por la presencia constante del sexo tanto practicado como pensado y deseado. La última parte, como prisionero en un barco, me recordó a El corazón de las tinieblas y Motín a bordo. En resumen, un libro extrañísimo del que salí casi con resaca. 

Justo antes de empezar mi convalecencia empecé los Diarios de Iñaki Uriarte que llevaban años en mi lista de pendientes. Iñaki Uriarte es un tipo curioso. Nació en Nueva York, es de San Sebastián y vive en Bilbao. No ha trabajado nunca en su vida y adora Benidorm. Adora los gatos o, mejor dicho, adora a su gato y lee a Montesquieu con devoción, dedicación y prodigiosa memoria. Sus diarios, los publicados, recogen sus anotaciones desde 1999 hasta 2008 y recogen anécdotas, pensamientos, citas de lecturas, recuerdos de infancia, de adolescencia, nostalgia por un pasado que no ya no existe y alegría por el pasado que continua siendo presente.  Uriarte reflexiona sobre todo y mucho sobre escribir, sobre él como escritor o como no escritor. Lo que hace parece fácil, tan fácil que piensas «Yo podría hacer esto» pero no es verdad, ahí está la dificultad: en elegir lo que escribes y en la manera de destilarlo. Me identifico muchísimo con esto:

«Huyo de desarrollar las ideas. Como si tuviera miedo, impaciencia, pereza, incapacidad para la lentitud. Sólo es falta de talento. No sé quién ha dicho que escribir es hablar sin ser interrumpido. Pero yo me interrumpo de continuo a mí mismo». 

Y con esto que me encantó:

« El desbarajuste en que leo es inmenso. Basta que me empeñe en leer o estudiar algo que me interesa para que surja de inmediato otra cosa que también me interese y me desvíe. Así soy incapaz de acumular un capitalito cultural en algo en especial. 

Si mi cabeza fuera una ciudad, no tendría ningún edificio que llegara más arriba del primer o segundo piso. Estaría llena de portales, de escalinatas de acceso, montones de ladrillos y cemento seco, cascotes. Ni un amago de calle urbanizada, alguna tienda de campaña para pasar el rato, sin un solo jardín decente, una planta por aquí o por allá, bastantes geranios, que resisten porque casi no necesitan riego. Sería como una ciudad bombardeada, pero eso sí, considerablemente extensa, lo que aumentaría la impresión de catástrofe».

Iñaki Uriarte se gusta, le gusta la vida que lleva, la vida que ha podido llevar y es consciente de su suerte. Es un vividor, un jeta, un venerable caballero, un gran conversador y tiene un sentido del humor muy peculiar. Egocéntrico pero peculiar. 

«Sospecho que el rasgo más inconfundible de mi personalidad es que no me gusta Cary Grant. No he encontrado a nadie en mi vida a quien le ocurra algo semejante. Es lo primero que le diría a un psicoanalista: «Doctor, no me gusta Cary Grant». 

Me recuerda a mi amigo Juan que de tanto observarse en soledad se cree único en sus características más tontas: «Ana, yo es que tengo una necesidad fisiológico de echarme la siesta. Después de comer mi cuerpo me exige que me eche la siesta». «Tú lo que eres es idiota, eso nos pasa a todos pero tenemos que trabajar y le decimos a nuestro cuerpo: ya nos echaremos la siesta el finde». Le voy a decir a Juan que escriba un diario. 

El taxidermista, el duque y el elefante del museo es el nuevo libro ilustrado de Ximena Maier. Si vives en Madrid es posible que hayas ido veinte veces al Museo de Ciencias Naturales, si te gustan los animales es posible que hayas ido cien veces y si tienes hijos es posible que hayas ido mil veces. Este libro de Ximena Maier cuenta la historia de ese elefante que hay en la entrada y que has visto tantas veces que ya ni ves, un elefante que parece parte del edificio tanto como las puertas, las estanterías de la librería o el suelo. Ese elefante africano no es en realidad un elefante aunque sí tiene algo de africano y fue cazado por un Duque de Alba en 1913. No quiero contar mucho más del elefante porque la historia tiene tantísimo encanto que es muchísimo mejor que la descubráis en los dibujos de Ximena que son como siempre un dechado de color, detalle, ingenio y humor. Como pasaba con El Cuaderno del Prado (¿Os he dicho que salgo en la contraportada de la tercera edición con parte del texto que escribí aquí cuando lo leí?) al terminarlo quieres ir al Museo a ver el elefante de verdad, a verlo como si no lo hubieras visto nunca. Un planazo: el libro y el Museo en el que, además ahora, hay una exposición con los dibujos del libro. Regalad El Elefante y quedaréis como reyes. 

Mi última lectura del año, la lectura número cincuenta y dos ha sido el libro que sale en todas las listas de mejores libros del año: Ordesa de Manuel Vilas. Compré este libro tras encontrarme con el propio Vilas en Los editores y charlar con él un buen rato sobre libros, vidas, depresiones, divorcios y medicaciones. No quería comprarlo y lo compré y no quería leerlo y lo he leído y quería que me encantara y no me ha encantado. O, mejor dicho, no me ha parecido el mejor libro del año ni de lejos. Reconozco las cosas que cuenta Vilas, el vértigo de la muerte de los padres cuando te quedas solo frente a la línea que dice que el próximo serás tú, el vértigo del divorcio cuando te enfrentas a la certeza de que evidentemente algo has hecho mal y tienes que empezar a reinventar el futuro que habías planeado tener veinte años antes. Reconozco Barbastro, los Pirineos, la relación con los hijos adolescentes y la depresión claro, pero casi nada de todo esto me ha conectado con el libro. ¿Es un mal libro? No. ¿Es el mejor libro del año? Para nada. Si alguien quiere leer algo sobre el luto por un padre, os recomiendo Te me moriste de José Luis Peixoto que también leí este año y que es un grito desgarrador de amor al padre desaparecido que conmueve hasta los huesos.

Cincuenta y dos libros como cincuenta y dos soles. Iba a hacer una lista de los diez mejores pero me han dicho «No des la turra» y he pensado que el mundo ya está lleno de listas. No hacen falta más. 

Y con esto, el brazo en cabestrillo, la mantita sobre las rodillas y doce lacasitos ¡feliz año nuevo! y hasta los encadenados de enero.