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domingo, 21 de abril de 2024

Podcasts encadenados: del futuro, la meditación y la depresión



Hace dos meses que no recomiendo podcasts, así que es posible que hoy me alargue un poco. Tómatelo con calma, lee con tranquilidad y recuerda: nada de hacer listas. Si algo de lo que recomiendo te llama, ve a por ello hoy, esta tarde, mañana de camino al trabajo. Y si no te gusta, pues lo dejas y saltas a otro. No se escuchan podcasts por obligación, solo para disfrutar o aprender. 

Y si no escuchas podcasts, no importa, puedes leer esto como miras las recetas de instagram que nunca harás.


Al lío. 

Confieso que veo «Inteligencia Artificial» por todas partes; cualquier tema está ahora impregnado de lo que esta nueva tecnología va a poder mejorarlo o empeorarlo. Creía que no habría nada más cansino que la sostenibilidad pero, una vez más, me equivoqué. A pesar de que es un tema que me aburre y me aterra a partes iguales, he dedicado varias horas a escuchar podcasts sobre Inteligencia Artificial para intentar entender algo. Recupero primero lo que ya comenté el año pasado sobre Love Bot, una producción estupenda de Radiotopia que analizaba las relaciones emocionales que diferentes personas habían establecido con avatares, aplicaciones de compañía o de terapia. Me enfrenté a ella con todos mis prejuicios activados y salí con todos ellos desmontados. Si te interesa la IA y no sabes por dónde empezar te recomiendo sin duda Black Box, un podcast del diario inglés The Guardian que, a lo largo de seis episodios, aborda esta nueva tecnología desde distintos puntos de vista. En el primero, Geoffrey Hinton, considerado uno de los padres de la inteligencia artificial, explica cómo empezó a trabajar en esta tecnología, el camino que ha recorrido y el punto en el que estamos ahora. En los siguientes, se investiga por ejemplo quién está detrás de ClothOff, la app capaz de eliminar la ropa de las fotografías para conseguir desnudos de las personas retratadas en esas fotografías. Este episodio empieza en Almendralejo porque fue allí donde, por primera vez, se conoció un caso de chavales que estaban usándola con fotos de sus compañeras. Aquí, Michael Safi, periodista y host del podcast investiga siguiendo pistas en redes sociales hasta dar con un par de hermanos rusos que son los creadores de la app. Hay otro episodio dedicado al uso de la IA para detectar casos de cáncer de mama años antes de que sean visibles en una mamografía, otro sobre los sesgos que la tecnología presenta y uno último, muy aterrador, en el que el científico Eliezer Yudkowsky sostiene que lo que deberíamos hacer es parar la IA antes de que sea demasiado tarde y acabe con nosotros. Pone un ejemplo para explicarlo, que no se me había ocurrido, pero que me pareció clarificador: en la película Fantasía, un Mickey Mouse aprendiz de mago hechiza una escoba para que haga sus tareas y él pueda descansar, le ordena que friegue el suelo y la escoba ejecuta la tarea sin parar hasta que todo está completamente inundado. A la IA no solo tenemos que decirle qué tiene que hacer sino también qué es lo que no puede hacer. Imagina que tienes en casa un robot que limpia y le ordenas que la vivienda siempre esté impoluta. Si lo piensas, la mejor manera de mantener la limpieza es no usar tu casa y para eso tu robot podría decidir no dejarte entrar un buen día cuando vuelvas del trabajo o directamente eliminarte, porque siempre que llegas ensucias. Para compensar esta imagen tan aterradora hay también testimonios de otras voces con visiones más optimistas pero, por lo que sea, suenan menos convincentes. 


Black Box es un buen podcast para lanzarse a saber algo de Inteligencia Artificial. Cuenta con el peso editorial e investigativo de The Guardian y el buen hacer como host de Michael Safi (que ha sido host también de Today in Focus, el daily del periódico), resulta cercano y creíble y natural en sus explicaciones y, además (y este es otro mérito añadido) cada episodio tiene un formato diferente dentro de lo que es la no ficción. Unos son más entrevistas, otros más narrativos y, por ejemplo, el de ClothOff es casi un thriller siguiendo las pistas para saber quién está detrás. 


Untold: The Retreat es el primer podcast de investigación del Financial Times. Empecé a escucharlo porque el tema me interesaba desde la total suspicacia: los retiros de meditación Vipassana. Hace muchos años, ocho para ser exactos, en una cena con desconocidos tras dar mi primera charla en público, conocí la existencia de estos retiros que consisten en estar ocho días encerrado meditando sin hablar con nadie. La persona que me lo descubrió, muy entregada a estas cosas, me contó que acabó desquiciada, hablando con una araña y veía millones de insectos cayendo de la toalla con la que se secaba el pelo. Me pareció una experiencia muy innecesaria pero, por alguna extraña razón, se me quedó grabada y por eso, cuando leí sobre este podcast, dije: ahí voy. 

Son solo 4 episodios que comienzan cuando la host, Madison Marriage, recibe un email de un tal Steve, que le cuenta que sus gemelas de 26 años están saliendo ahora de una serie de terribles problemas mentales que les han llegado por meterse en un grupo de meditación. (Por qué Steve escribe para investigar sobre este tema al Financial Times a mí me interesa lo suficiente como para que le hubieran dedicado un episodio, pero eso no lo cuentan). A Madison, a pesar de no ser especialista en el tema, le pica la curiosidad, se pone a investigar y entrevista a Steve y a su mujer que son una pareja inglesa, muy normal, que vive en su adosado inglés muy normal y que tienen dos hijas gemelas. En este primer episodio cuenta la historia de la gemela mayor, Emily, cuando se mete en los retiros Vipassana y acaba completamente desquiciada, psicótica y desconectada de la vida. Cuando se está recuperando es la otra hermana la que cae con peores consecuencias. El segundo episodio, que tiene un arranque muy potente, es el mejor de la serie y cuenta paso a paso cómo son las jornadas de meditación de 10 horas. En este episodio se narran otros casos alrededor del mundo de gente que lo pasa fatal con la meditación y de la otra gemela cuando entra en el grupo ése y termina totalmente fuera de sí, tanto que la familia la vigila 24 horas al día para que no se suicide. Es un guión impresionante, muy bien tratado y muy bien llevado.

No quiero reventar el resto de la serie pero merece muchísimo la pena. Yo no sabía nada de ese mundo y he descubierto que algunos de mis prejuicios hacia él están algo justificados. Si estás pensando que será el típico podcast en el que alguien estafa a otros por dinero, te equivocas. The Retreat no va de eso aunque sí se echa de menos una explicación más pormenorizada de cómo funcionan los centros donde se hacen estos retiros, quién los gestiona, si son franquicias, si hay algún responsable. 

Muy recomendable. 


En español voy a recomendarte Hechos reales, con Álvaro de Cózar y el equipo de True Story. El equipo de True Story está detrás de podcasts como XRey (que me gustó regular), Misterio en la Moraleja (que me entretuvo bastante aunque el final me dejó un poco meh), Los papeles (que me pareció correcto) y El país de los demonios (que me flipó). Hasta ahora habían hecho series cerradas y, ahora, con Hechos reales apuestan por algo más parecido a Radio Ambulante, un contenedor con episodios cada quince días con historias autoconclusivas. Te lo recomiendo para probar, por ahora solo hay disponibles dos episodios. El jueves estuve en una «listening party» con ellos (lo mismo un día me animo y hacemos algo así) y, aparte de charlar de mil cosas, les dije: ¿por qué os empeñáis en narrar en presente? Es algo que a mí me saca de quicio y de la historia pero hay gente a la que le gusta. No comparto ese criterio, creo que, en la mayoría de los casos y más cuando la historia que cuentas no te ha pasado a ti, la narración en pasado funciona mejor. Seguro que Hechos reales aparece por aquí más veces, cuando algún episodio me enamore. O lo odie. 


En español también te recomiendo  La depresión momposina, un podcast colombiano que me ha gustado bastante. Es original, rompedor y corre riesgos que, a pesar de que no siempre salen bien, resultan agradables de escuchar porque suponen un esfuerzo narrativo muy interesante. El protagonista es Pedro Espinosa, que cuenta su historia junto con su primo Sebastián Duque. Una noche de juerga y música Pedro sufre un brote psicótico que lo lleva a estar hospitalizado una semana y a ser diagnosticado de bipolaridad. Su cabeza se llena de voces que le aseguran que va a morir pronto, en cuanto coja un vuelo. A partir de aquí, y durante seis episodios, nos adentramos en la enfermedad de Pedro y en cómo se enfrenta él a ella, o no, y como lo ven los que le acompañan. Se intenta responder a las preguntas que cualquier enfermo se hace: ¿Por qué yo? ¿De dónde viene esto? Como digo, es un podcast que corre muchos riesgos y algunos no acaban de funcionar del todo, pero merece la pena escucharlo por lo diferente que es. 

Breves: 

  • Grandes infelices, el podcast de Blackie Books, me da bastantes alegrías especialmente cuando hablan de autores que me gustan mucho. Últimamente he disfrutado  muchísimo el episodio dedicado a David Foster Wallace: si has leído La broma infinita NO TE LO PIERDAS. También me encantó el dedicado a Lucia Berlin. 

  • Esto es un poco friki pero me ha gustado taaaannnnto… De vez en cuando tengo temporadas de insomnio bastante duras y en la última que he sufrido me dediqué a Past Present Future, que es un podcast dedicado a las ideas y el pensamiento. Lo sé, suena aburridísimo pero no lo es para nada. El host, David Runciman, tiene la voz que quieres escuchar cuando te despiertas a las tres y media de la mañana y te enfrentas a la insignificancia de la vida. Además de la voz, parece un tipo listísimo y consigue que los temas que trata (Historia de las ideas, la Filosofía o la Cultura) no sean para nada aburridos, sean entretenidos y te atrapen. Te lo recomiendo muchísimo. Yo empecé escuchando los diez episodios que sacó en navidades dedicados a los (según su criterio) 10 mejores ensayos de la historia. Empieza con Montaigne y termina con el escritor americano Ta-Nehisi Coates; y entre medias te encuentras a Joan Didion, Umberto Eco, David Foster Wallace, Thoreau... Es muy posible que siga escuchando este podcast porque con Runciman se aprende bastante y me gusta su sentido del humor.  

  • Dios, Patria, Yunque.  No me gusta mucho recomendar podcasts en los que he trabajado, pero es que de este estoy muy orgullosa. Narra la historia de la secta secreta ultracatólica y ultraconservadora El Yunque, creada en los años 50 en México y que llegó a España en los primeros dos mil con la intención de infiltrarse en la Iglesia Católica Española y todas las instituciones posibles. A lo mejor crees que exagero con lo de ultracatólica, pero que sepas que estos tipos se pasan tanto de frenada que en 2012 ¡los obispos españoles! encargaron un informe en el que calificaban a esta secta como herejía. En fin, si a los obispos les parecen un poquito pasados de rosca, ya te puedes imaginar... En seis episodios te contamos quiénes son, cómo llegaron y dónde están metidos.

  • Este episodio corto de Heavyweight, The Sharing Place (otro podcast que me acompaña en el insomnio y que estoy re escuchando desde el principio). Esta entrega trata de un centro que hay en Utah para acompañar a niños cuyos padres han muerto y donde tienen una sala especial para aquellos cuyos padres se han suicidado. Es precioso y a la vez pone los pelos de punta.  

  • Hace un año más o menos recomendé Bone Valley, un true crime ESPECTACULAR, increíblemente bien investigado por Gilbert King, con una historia alucinante. Es además, uno de esos podcasts (como In the dark, Temporada 2) que ha conseguido cambiar algo. No te cuento lo que es para no reventarte el podcast, pero vuelvo a recomendarlo porque es buenísimo. 

Te recuerdo que si quieres unirte al Club de Escucha Podcasts Encadenados, hoy, domingo 21 de abril, a las 19:30 tenemos  la tercera sesión para comentar cinco episodios en español y cinco episodios en inglés. Puedes suscribirte hoy y, como la primera semana es gratis, probar a ver si te gusta. Te gustará porque es muy divertido y salen siempre mil temas para comentar. 

Suficiente por hoy. Tienes todas las recomendaciones en esta lista. Prometo que la próxima entrega será en mayo para así no alargarme tanto. Si escuchas algo, por favor, ven a contármelo: me hará mucha ilusión.

jueves, 31 de enero de 2019

Lecturas encadenadas. Enero

Enero ha sido un mes muy muy largo y muy doloroso. Tiempo y dolor son dos circunstancias que favorecen la lectura y por eso no tengo tiempo ni espacio para cháchara introductoria. 

Al lío. 

Empecé el año con Sur y oeste de Joan Didion, comprado en Los editores. Advierto de que es un libro solo para fans de la escritora americana, no es un libro para primerizos en Didion.  En la primera parte, Sur, se recogen las notas, los apuntes que Didion tomó durante un viaje por el sur de Estados Unidos en el verano de 1970. No había ocurrido nada especial, no tenía entrevistas concertadas ni planes para documentarse sobre ningún tema, sencillamente sintió que quería conocer el sur y se marchó a conocerlo. Jamás escribió nada basado en estas notas. 

Viaja en coche con su marido, John Dunne, de ciudad en ciudad, sintiéndose casi una extraterrestre. Nada de lo que ve le gusta o lo entiende, o mejor dicho, lo entiende mejor de lo que le gustaría y le provoca rechazo. El racismo, la segregación racial, las mujeres recluidas en sus casas, las diferencias sociales, el calor, la naturaleza agresiva y poderosa. Es consciente de su completa extrañeza y lo que más le cuesta entender es la naturalidad con la que los sureños aceptan y exhiben su "manera de ser" que a ella le resulta tan desagradable y ofensiva. En el epílogo, escrito en diciembre de 2016 por Nathaniel Rich (que no sé quién es) se expone una interesante reflexión, comenta que esa manera de ser, de pensar era algo a superar con el tiempo y al final ha sido algo a reivindicar que ha terminado con la elección de Trump como presidente.
«En Nueva Orleans, la naturaleza salvaje se percibe como algo muy cercano, no como la naturaleza redentora de la imaginación del oeste, sino como algo rancio y viejo y malévolo, la idea de la naturaleza salvaje no como una huida de la civilización y de sus descontentos, sino como una amenaza mortal a una comunicad precaria y colonia el sentido más profundo: el resultado es vivaz y avaricioso e intensamente egocéntrico, un tono bastante común en las ciudades coloniales, y que constituye la razón principal de que esas ciudades me resulten estimulantes».

En la segunda parte, Oeste, se recogen las notas que tomó en 1976 cuando cubrió el juicio a Patty Hearst y son más apuntes brevísimos sobre su vida, su infancia en California.

La perfecta definición de estar en casa:
«En el Oeste estoy en casa. Las colonias de la sierras de la costa quedan "bien" para mí, la peculiar llanura del valle Central me reconforta la vista. Los topónimos me suenan a sitios de verdad. Sé pronunciar los nombres de los ríos y reconozco los árboles y las serpientes más comunes. Aquí estoy cómoda de una forma que no lo estoy en otros sitios». 
Mi primer desencuentro del año con las listas de «libros del año» ha sido El orden del día de Eric Vuillard. Había leído y oído maravillas de este breve librito sobre la II Guerra Mundial. Quizá había elevado mis expectativas demasiado pero me ha parecido sencillamente correcto. Es verdad que mi adicción a este tema quizás haya hecho que nada de lo que cuenta me haya resultado especialmente impactante o novedoso pero es que, además, me ha resultado en su redacción deslavazado y frío. Toca muchos temas: los empresarios alemanes apoyando al nazismo, la anexión austriaca, el papel de los políticos austriacos en esa anexión, el miedo de los habitantes de Austria,  pero va saltando sobre ellos como si fueran piezas de un puzzle que sabes que encajan pero que ni te molestas en unir y sencillamente tiras encima de una mesa.
«Nunca se cae dos veces en el mismo abismo. Pero siempre se cae de la misma manera, con una mezcla de ridículo y pavor. Y no quisiera tanto no volver a caer, que se agarra, grita. A taconazos nos quiebran los dedos, a picotazos nos rompen los dientes, nos roen los ojos. El abismo está jalonado de altas moradas. Y la Historia está ahí, diosa, sensata, estatua erguida en medio de cualquier Plaza Mayor, y se le rinde tributo, una vez al año, con ramos secos de peonzas, y a modo de propina, todos los días con pan para las aves».
No me gusta leer libros de gente que me cae bien porque siempre quiero que sus libros me encanten pero no quiero correr el riesgo de que no me gusten y tener que decirlo. Por eso Una lección olvidada de Guillermo Altares llevaba esperando en mi estantería desde noviembre. Quería leerlo, tenía ganas, pero lo dejaba para más adelante para aplazar el posible chasco.

Una lección olvidada es Enric González tomando cañas con Bill Bryson, Mary Beard, Tony Judt y el propio Altares. La visión periodística de Enric Gonzalez, la curiosidad por los detalles de los lugares que visita de Bill Byrson, el amor y el conocimiento por Roma de Mary Beard y el amor incondicional por Europa de Tony Judt se unen aquí a la maravillosa manera de contar las cosas que tiene Altares y que hacen que todas las historietas interesen, sorprendan, diviertan y hagan pensar.

A Altares le apasiona la historia y se le nota muchísimo pero lo mejor es que sabe contarla muy bien. El libro cuenta con veinte capítulos en los que viajamos por Europa, en el espacio y en el tiempo, desde las cuevas prehistóricas y el arte paleolítico hasta la guerra de Kosovo o los atentados de Paris en 2015. Ningún capítulo se desarrolla como esperas, las verdades históricas y los datos se intercalan con las opiniones, las reflexiones y las anécdotas personales.

Es un libro ameno, emocionante, divertido que al terminar te deja con ganas, sobre todo, de viajar por Europa del este y de salir a comprar todos los libros que aparecen citados (aunque yo he leído bastantes), todas las pelis de las que habla y todos los documentales que recomienda.

Podía haberlo leído Una lección olvidada nada más comprarlo porque me ha gustado muchísimo, me lo he pasado fenomenal leyéndolo y al terminarlo tenía esa sensación que solo dejan los buenos libros: «Joder, Guillermo, sigue contándome cosas».

He doblado muchas esquinas pero me quedo con esta reflexión final muy Altares y muy Judt.
«Si podemos extraer una sola lección de la historia de Europa es que deberíamos aprender a vivir con el pasado para que nos ayude a comprender el presente, pero sin contaminarlo con sus fantasmas y sin pensar que nos pertenece [...] El pasado de este continente se podría dibujar como una inmensa tela de araña que une decenas de miles de pequeños hilos para crear una estructura con sentido. Y tenemos que construir sobre ese pasado, no desde ese pasado».

Chavales, leed a Altares.

Helena o el mar de verano de Julián Ayesta es una novela muy breve, de apenas noventa páginas, publicada en 1952 y que estaba en mi lista de Libros pendientes y que me trajeron los Reyes. Se cuentan ella recuerdos de la infancia y la adolescencia del protagonista. Un día de playa con todas las tradiciones y rutinas familiares que cuando eres niño no valoras porque las das por hecho, porque siempre han sido así durante tu breve vida y, por tanto, crees que siempre estarán y que empiezas a valorar cada día cuando eres más consciente de su fragilidad. Otro recuerdo suena ahora, leído en 2019, muy ajeno: la culpa adolescente frente al pecado, los pensamientos impuros, la falta de comprensión de Dios o de la fe pero en 1952 esto tenía mucho sentido y realidad. El último recuerdo es el primer amor, Helena, los escarceos, los besos, el amor sexual, ese amor que crees que nadie más ha sentido nunca y que es imposible que se acabe.

Ayesta escribe muy bien y aunque su estilo pueda sonar de alguna manera "cursi" a nuestros oídos actuales, es un libro tierno, dulce y que a mí me ha recordado de alguna manera a la sensación que tenía cuando leía a Elena Fortún y sus historias de Celia.

«Corriendo, entre viento, pasamos por zonas de sol amarillo, por sitios de sol más blanco, por calles de sombra azul y fresca, por sombra grisácea y caliente, por un olor a algas de mar, por olor a pinos, por olor a grasa de automovilismos, por la calle de la señora de los perros con bata de lunares, por debajo del mirador del dependiente que canta ópera por las mañanas con el balcón abierto mientras se hace el nudo de la corbata, por los sitios de invierno que ahora, en verano, son tan diferentes».

El olvido que seremos de Hector Abad Faciolince ha sido el descubrimiento del mes y la prueba de que se me pueden regalar libros que no conozco y que me encanten. Me lo regaló una de mis tías por Navidad y me ha gustado muchísimo. Es uno de esos libros que desde la primera página sabes que va a ser casa. Otro más de recuerdos de infancia y homenaje a los padres, no sé si es que ahora se escriben más libros de este tipo o que los leo más. De todos modos creo que para apreciar este libro y exprimirlo no puedes tener quince ni veinte años, necesitas la perspectiva de ser hijo y la de ser padre (aunque esta última no es imprescindible).

Hector Abad cuenta la historia de su padre, su niñez, sus años con él mientras todo fue perfecto y cuando dejó de serlo. Lo construye y reconstruye con amor incondicional, humor, cariño y también intentando tomar cierta distancia crítica para no convertir a su padre en alguien irreal y perfecto. Era su padre y lo adoraba pero no era perfecto.
«Cuando me doy cuenta de lo limitado que es mi talento para escribir (casi nunca consigo que las palabras suenen tan nítidas como están las ideas en el pensamiento; lo que hago me parece un balbuceo pobre y torpe al lado de lo que que hubieran podido decir mis hermanas), recuerdo la confianza que mi papá tenía en mí. Entonces levanto los hombros y sigo adelante. Si a él le gustaban hasta unos renglones de garabatos, qué importa si lo que escribo no acaba de satisfacerme a mí. Creo que el único motivo por el que he sido capaz de seguir escribiendo todos estos años, y de entregar mis escritos a la imprenta, es porque sé que mi papá habría gozado más que nadie al leer estas páginas mías que no alcanzó a leer. Que no leerá nunca. Es uno de las paradojas más tristes de mi vida: casi todo lo que he escrito lo he escrito para alguien que no puede leerme,  y este mismo libro no es otra cosa que la carta a una sombra».

Abad cuenta como cuando era pequeño y escribía cartas a su padre firmaba como Hector Abad III y le decía «soy Hector Abad III porque tú vales por dos». Es un libro tiernísimo.

Leed a Abad, malditos.

La última lectura del mes ha sido la nueva recopilación de historias de Lucia Berlín: Una noche en el paraíso.  Se recogen aquí otros cuantos relatos de Lucia Berlin (pronunciado Lusia) que no sé si en algún momento fueron pensados para publicar o se han rebuscado ahora dado el éxito de Manual para mujeres de la limpieza. Los relatos están bien pero ni de lejos son tan excepcionales como los del Manual salvando algunas excepciones. Para mí los mejores son los que vuelven, una vez más a recrear de manera más o menos autobiográfica su vida en México con sus hijos y Budy Berlin, su marido drogadicto, esos relatos están llenos de ella, de su espíritu, de su manera de vivir, de su libertad y su expresividad.
«Mi madre escribía historias verdaderas, no necesariamente autobiográficas, pero por poco. Las historias y los recuerdos de nuestra familia se han ido modelando, adornando y puliendo con el paso del tiempo, hasta el punto de que no siempre sé con certeza qué ocurrió en realidad. Lucía decía que eso no importaba: es la historia la que cuenta».

En estos relatos hay menos desgarro, menos cinismo, menos humor y menos visión crítica pero aún así, sigue siendo Lucia (pronunciado Lucia) Berlín. Leedla.
«Hay cosas de las que la gente nunca habla. No me refiero a las cosas difíciles, como el amor, sino a las más bochornosas, como por ejemplo que los funerales a veces son divertidos o que es emocionante ver arder un edificio. El funeral de Michael fue maravilloso».
Leed a Altares, a Hector Abad, a Ayesta y a Lucia Berlín. 

Y con estas recomendaciones y un bizcocho doy por celebrados los trece años que llevo escribiendo mis cuadernos de lecturas. 







lunes, 31 de diciembre de 2018

Lecturas encadenadas. Diciembre

Termino el año como Beth, con una salud frágil que me tiene debilitada y sin posibilidad de mucha actividad. La parte mala es que es un asco, la buena que he tenido mucho tiempo para leer y la peor que me va a costar la vida escribir este último post del año pero el deber es el deber y el blog no se escribe solo.

Al lío.

«No me des las gracias todavía, ya me las darás por descubrirte a la escritora de tu vida. Lee a Lorrie Moore» Cuando te mandan este mensaje acompañando un libro, es evidente que tienes que leer ese libro para poder decirle al listillo de turno: «pues no ha sido para tanto». El problema es que Birds of America de Lorrie Moore sí fue para tanto. (Lo he leído en inglés)

No conocía a Moore de nada y no la busqué ni investigué sobre ella antes de ponerme a leer sus relatos. No lo hago nunca, no me gusta saber nada de los autores antes de leerlos. Me da igual quién sean, qué hacen, no me importa un pimiento su vida, solo quiero conocerlos por lo que escriben. Me sumergí en Moore sin tener ni idea y me encontré con unos relatos sorprendentes, inesperados, unos relatos que pasados casi un mes desde su lectura sigo recordando de principio a fin. Algunos de ellos me recordaron a los de Lucia Berlin aunque los de Berlin eran más excéntricos, más al límite mientras que los de Moore son más cotidianos, más del día a día, más el relato que podrías protagonizar tú con tu vida. Moore no cuenta lo que pasa, que suele ser nada, sino lo que piensan, sienten y recorre la piel de los personajes. Todos los relatos tratan sobre la extrañeza que supone vivir, la perplejidad que experimentamos cada día al ser conscientes de como nos sentimos ante lo que nos ocurre en el día a día, ya sea una relación amorosa, un viaje, una reunión familiar, una enfermera, la muerte de una mascota, un fracaso laboral. Moore nos cuenta que sentimos cuando nos paramos a pensar lo increíble y frágil que es el equilibrio en el que vivimos.

En Birds of America se recogen once relatos y todos son excepcionales. El penúltimo, “People Like That Are the Only People Here: Canonical Babbling in Peed Onk" es un relato espectacular sobre la enfermedad de un bebé y la manera en que los padres se enfrentan a esa enfermedad. No hay melodrama, ni sensiblería, ni tragedia. No va de dar pena, ni de buscar la lágrima fácil, va de como seguir en pie cuando todo se tambalea, cuando te quedas sin suelo.  
    «Lo que hace la gente por allí es salir adelante. Hay una especie de valentía en sus vidas que en absoluto es valentía. Es algo automático, inquebrantable, una mezcla de hombre y máquina, una obligación incuestionable y absorbente que se encuentra con la enfermedad, movimiento a movimiento, en un ajedrez gigante en que cada vez que uno mueve, el otro también lo hace: un asalto sin fin de algo que se parece a boxear con un adversario imaginario, aunque entre el amor y la muerte, ¿qué es lo imaginario? «Todo el mundo nos admira por nuestra valentía —dice un hombre—, no tienen idea de lo que están diciendo.»       «Podría salir de aquí —piensa la Madre—. Podría coger un autobús e irme, y nunca volver. Cambiarme de nombre. Como el asunto de la protección de testigos.»       —La valentía requiere opciones —añade el hombre».       Eso sería mejor para el Bebé.       —Hay opciones —dice una mujer con una cinta de ante en el pelo—. Podrías tirar la toalla. Podrías irte a pique.       —No, no puedes. Nadie lo hace. Nunca lo he visto —dice el hombre—. Bueno, nadie se va a pique del todo»



El comic del mes ha sido Los puentes de Moscú de Alfonso Zapico, prestado por mi hermano Gonzalo. Zapico reúne a Fermín Muguruza y Eduardo Madina para hablar de la "situación", para tratar de tender puentes entre las dos orillas de una historia en la que los de un lado mataban a los del otro.  Este encuentro, en el que él aparece también como protagonista, ocurre en la segunda parte del libro y hasta ese momento, Zapico nos va contando la historia de Madina y Muguruza. Me gusta mucho la idea, la manera aparecer como un personaje más que va construyendo la narración, la cotidianeidad de los encuentros y el dibujo de Zapico me encanta, pero se me queda cortísimo en el enfoque. Me parece que le falta profundidad, que se queda muy muy en la superficie de un problema muy grave y muy complejo en el que he tenido la sensación de que Muguruza tiene un protagonismo mucho más importante que Madina, quedando el relato (pretendidamente equidistante) un poco cojo. Terminé de leerlo y me quedé con un regusto un poco raro, me sentí un poco desencantada. 



A cielo abierto de Joao Gilberto Noll. La frase «Te regalo este libro porque me lo he comprado y al llegar a casa me he dado cuenta de que ya lo tenía» quizás no es la mejor para regalar un libro pero ¡ey! yo nunca digo que no a un libro aunque sea tan rarísimo como éste. 

Cesar Aira dice de Noll que es el mejor escritor vivo. Yo no sé si es el mejor pero sí sé que es de los más extraños. Su manera de escribir, de contar, es tan extraña que me ha provocado el efecto Delillo, es uno de esos autores que me producen la sensación de no ser lo suficientemente inteligente para leerlos, para entenderlos. Me ocurrió lo mismo con Lawrence Durrell y El Cuarteto de Alejandría cuando tenía diecinueve años. Veinte años después lo releí y se abrió ante mí y me deslumbró por completo, lo ví cristalino. Lo malo de Noll es que no sé si dentro de veinte años estaré para releerlo. 

En A cielo abierto, un narrador del que desconocemos su nombre sale de casa con su hermano pequeño para ir a buscar a su padre, un general, al campo de batalla. Necesitan dinero para pagar al médico que debe curar al hermano que está gravemente enfermo. Hasta la llegada al frente atravesando campos inhóspitos y hostiles, la historia me recordó a Jesús Carrasco y su Intemperie. Al llegar al frente el muchacho es alistado a la fuerza y de ahí acaba desertado convirtiéndose en un fugitivo que huye y del que el lector no tiene muy claro si lo que le pasa es real o un sueño. A partir de aquí todo se vuelve muy onírico, muy irreal, la narración se vuelve extraña, como una alucinación o un delirio febril. En esta segunda parte recordé las cartas entre Anais Nin y Henry Miller por la presencia constante del sexo tanto practicado como pensado y deseado. La última parte, como prisionero en un barco, me recordó a El corazón de las tinieblas y Motín a bordo. En resumen, un libro extrañísimo del que salí casi con resaca. 

Justo antes de empezar mi convalecencia empecé los Diarios de Iñaki Uriarte que llevaban años en mi lista de pendientes. Iñaki Uriarte es un tipo curioso. Nació en Nueva York, es de San Sebastián y vive en Bilbao. No ha trabajado nunca en su vida y adora Benidorm. Adora los gatos o, mejor dicho, adora a su gato y lee a Montesquieu con devoción, dedicación y prodigiosa memoria. Sus diarios, los publicados, recogen sus anotaciones desde 1999 hasta 2008 y recogen anécdotas, pensamientos, citas de lecturas, recuerdos de infancia, de adolescencia, nostalgia por un pasado que no ya no existe y alegría por el pasado que continua siendo presente.  Uriarte reflexiona sobre todo y mucho sobre escribir, sobre él como escritor o como no escritor. Lo que hace parece fácil, tan fácil que piensas «Yo podría hacer esto» pero no es verdad, ahí está la dificultad: en elegir lo que escribes y en la manera de destilarlo. Me identifico muchísimo con esto:

«Huyo de desarrollar las ideas. Como si tuviera miedo, impaciencia, pereza, incapacidad para la lentitud. Sólo es falta de talento. No sé quién ha dicho que escribir es hablar sin ser interrumpido. Pero yo me interrumpo de continuo a mí mismo». 

Y con esto que me encantó:

« El desbarajuste en que leo es inmenso. Basta que me empeñe en leer o estudiar algo que me interesa para que surja de inmediato otra cosa que también me interese y me desvíe. Así soy incapaz de acumular un capitalito cultural en algo en especial. 

Si mi cabeza fuera una ciudad, no tendría ningún edificio que llegara más arriba del primer o segundo piso. Estaría llena de portales, de escalinatas de acceso, montones de ladrillos y cemento seco, cascotes. Ni un amago de calle urbanizada, alguna tienda de campaña para pasar el rato, sin un solo jardín decente, una planta por aquí o por allá, bastantes geranios, que resisten porque casi no necesitan riego. Sería como una ciudad bombardeada, pero eso sí, considerablemente extensa, lo que aumentaría la impresión de catástrofe».

Iñaki Uriarte se gusta, le gusta la vida que lleva, la vida que ha podido llevar y es consciente de su suerte. Es un vividor, un jeta, un venerable caballero, un gran conversador y tiene un sentido del humor muy peculiar. Egocéntrico pero peculiar. 

«Sospecho que el rasgo más inconfundible de mi personalidad es que no me gusta Cary Grant. No he encontrado a nadie en mi vida a quien le ocurra algo semejante. Es lo primero que le diría a un psicoanalista: «Doctor, no me gusta Cary Grant». 

Me recuerda a mi amigo Juan que de tanto observarse en soledad se cree único en sus características más tontas: «Ana, yo es que tengo una necesidad fisiológico de echarme la siesta. Después de comer mi cuerpo me exige que me eche la siesta». «Tú lo que eres es idiota, eso nos pasa a todos pero tenemos que trabajar y le decimos a nuestro cuerpo: ya nos echaremos la siesta el finde». Le voy a decir a Juan que escriba un diario. 

El taxidermista, el duque y el elefante del museo es el nuevo libro ilustrado de Ximena Maier. Si vives en Madrid es posible que hayas ido veinte veces al Museo de Ciencias Naturales, si te gustan los animales es posible que hayas ido cien veces y si tienes hijos es posible que hayas ido mil veces. Este libro de Ximena Maier cuenta la historia de ese elefante que hay en la entrada y que has visto tantas veces que ya ni ves, un elefante que parece parte del edificio tanto como las puertas, las estanterías de la librería o el suelo. Ese elefante africano no es en realidad un elefante aunque sí tiene algo de africano y fue cazado por un Duque de Alba en 1913. No quiero contar mucho más del elefante porque la historia tiene tantísimo encanto que es muchísimo mejor que la descubráis en los dibujos de Ximena que son como siempre un dechado de color, detalle, ingenio y humor. Como pasaba con El Cuaderno del Prado (¿Os he dicho que salgo en la contraportada de la tercera edición con parte del texto que escribí aquí cuando lo leí?) al terminarlo quieres ir al Museo a ver el elefante de verdad, a verlo como si no lo hubieras visto nunca. Un planazo: el libro y el Museo en el que, además ahora, hay una exposición con los dibujos del libro. Regalad El Elefante y quedaréis como reyes. 

Mi última lectura del año, la lectura número cincuenta y dos ha sido el libro que sale en todas las listas de mejores libros del año: Ordesa de Manuel Vilas. Compré este libro tras encontrarme con el propio Vilas en Los editores y charlar con él un buen rato sobre libros, vidas, depresiones, divorcios y medicaciones. No quería comprarlo y lo compré y no quería leerlo y lo he leído y quería que me encantara y no me ha encantado. O, mejor dicho, no me ha parecido el mejor libro del año ni de lejos. Reconozco las cosas que cuenta Vilas, el vértigo de la muerte de los padres cuando te quedas solo frente a la línea que dice que el próximo serás tú, el vértigo del divorcio cuando te enfrentas a la certeza de que evidentemente algo has hecho mal y tienes que empezar a reinventar el futuro que habías planeado tener veinte años antes. Reconozco Barbastro, los Pirineos, la relación con los hijos adolescentes y la depresión claro, pero casi nada de todo esto me ha conectado con el libro. ¿Es un mal libro? No. ¿Es el mejor libro del año? Para nada. Si alguien quiere leer algo sobre el luto por un padre, os recomiendo Te me moriste de José Luis Peixoto que también leí este año y que es un grito desgarrador de amor al padre desaparecido que conmueve hasta los huesos.

Cincuenta y dos libros como cincuenta y dos soles. Iba a hacer una lista de los diez mejores pero me han dicho «No des la turra» y he pensado que el mundo ya está lleno de listas. No hacen falta más. 

Y con esto, el brazo en cabestrillo, la mantita sobre las rodillas y doce lacasitos ¡feliz año nuevo! y hasta los encadenados de enero. 



miércoles, 25 de julio de 2018

Fuerteventura: Unamuno y Lucia Berlin

«Es una desolación. Apenas si hay arbolado y escasea el agua. Pero no es tan malo como nos lo habían pintado. El paisaje es triste y desolado, pero tiene hermosura» 

Juan me lee este párrafo de Unamuno mientras atravesamos el centro de la isla de camino a Ajuy. Por la mañana hemos estado en Los Molinos. De ninguna manera podíamos perdernos un pueblo con ese nombre. Otra vez el calificativo de pueblo era demasiado ambicioso para lo que nos hemos encontrado y, a la vez, se quedaba corto para describir su encanto. Los Molinos de Fuerteventura se encuentra al final de una carretera que atraviesa esa desolación que reconoció Unamuno cuando estuvo desterrado aquí en 1924. Aunque aquí la desolación es un poco menos, hay verde, corre el agua y hay patos. Unos patos muy feos, los patos más feos que he visto en mi vida. En esta zona de la isla fue en la que desembarcó Jean de Bethencourt en 1404, estableciendo tierra adentro Betancuria. Los Molinos son unas cuantas casas blancas con las puertas y los bordes de las ventanas pintados de azul o de verde. Hay también una pequeña  playa protegida en la que el viento casi no sopla y un restaurante destartalado con terraza que da al mar y techumbre hecha de chinchorros que exhibe en grandes letras azules su maravilloso nombre: Las bohemias del amor. 

En Los Molinos las tres calles que lo atraviesan son de arena. Mientras las recorro, me imagino pasando aquí un verano. Dos meses de lectura, baños, escritura, cenas en la terraza de las bohemias y tiempo resbalando. Meses de ir en chanclas, bikini y, por las noches, ponerme una sudadera vieja y gastada que casi me llegue a las rodillas para poder arrebujarme en ella. 

Pienso en Lucia Berlin, en sus temporadas en México y en cómo este Los Molinos se parece a los lugares que retrata en alguno de sus relatos. La playa, el mar, andar descalzo por la arena. Sigo pensando en ella mientras volvemos a la carretera y cruzamos la desolación. Esta zona de la isla es más roja, árida con un toque a desierto americano, a frontera. Hay menos rocas y más volcanes. «Estas colinas peladas parecen jorobas de camellos y en ellas se recorta el contorno de éstos. Es una tierra acamellada» me lee Juan de otra de las cartas que Unamuno escribió desde aquí.  Se ven algunas construcciones y recuerdo otro relato de Berlín, aquel en el que va a México a abortar y acaba en una hacienda en medio de la nada. 

Unamuno estuvo desterrado aquí cuatro meses. Menudo chasco me llevo al enterarme. Cuatro meses no es un destierro, es un veraneo largo. «Se parece a La Mancha» escribe en una de sus cartas. Ya quisiera La Mancha parecerse a Fuerteventura. No todas las lluvias son iguales ni tampoco las arideces lo son. La aridez de La Mancha te aplasta, la de Fuerteventura atrapa.

Juan ha cumplido hoy cuarenta y cinco años. 


miércoles, 6 de junio de 2018

Lecturas encadenadas. Mayo

Paco Roca 
En este mayo «marzeado»  he leído cinco libros. En realidad, y para ser exacta, debería decir que hasta el 29 de mayo habían caído tres libros y pensé que éste iba a ser la entrega más breve de los encadenados. Pero, desde que el día 29 dejé de dormir por un fenomenal dolor de garganta, que me llevó primero a ser Lee Marvin, luego a ser el Perro Pulgoso y después a ser una espantosa compañera de cama, la falta de sueño y la desesperación consiguieron que sacara tiempo para leer otro par de libros.

Al lío.

Ahora que lo pienso los dos primeros libros de este mes los leí concentrados en un solo día, el primero del mes, el día del trabajo. El 1 de mayo lo pasé en un sofá devorando un par de cómics. El primero de ellos fue Lulu, mujer desnuda de Étienne Davodeau.  En enero, leí Los ignorantes del mismo autor y me encantó así que me apetecía seguir con este autor. Lulú es una mujer normal, podría ser yo, o mi hermana o mi vecina de descansillo o la mujer que atiende en la tintorería de mi barrio, podríamos ser cualquiera. Lo que hace diferente a Lulú o por lo menos, la hace distinta durante unos momentos de su vida, es que un buen día decide seguir el impulso que todos tenemos alguna vez de marcharnos de nuestra vida. Casi nadie lo sigue, pero creo que todos, en algún momento, pensamos en cómo sería nuestra vida si nos fuéramos, si dejáramos todo atrás. No lo sentimos o lo pensamos porque seamos infelices (o no tremendamente infelices) sino porque sí, porque fantaseamos con asomarnos a lo que hay más allá de nuestra vida. Lulú, al contrario que casi todos, decide seguir ese impulso. No lo hace con maldad, ni por venganza. Es más, llama a su familia y les dice «No os preocupéis, estoy bien, pero necesito un tiempo para mí, necesito descansar, necesito pensar y ser». Sé que hubo un tiempo en mi vida en que yo pensé que ese tipo de impulsos, de necesidades, eran egoístas e infantiles pero ahora sé que no lo son.

Lulú escapa, pasea, conoce gente, se siente bien. Por primera vez habla por si misma siendo ella, no la madre ni la mujer de nadie. Lulú es normal, sus hijos son como como los de todos y su marido, tras el cabreo inicial, entiende que algo debe cambiar. Sus amigos no la crucifican ni la juzgan, se reúnen para intentar saber qué ha ocurrido y como ayudar. Lulú, una mujer al desnudo es un cómic que deja un poso de tristeza, de amargura aunque acabe bien. No sé si esto es así porque el lector desea que Lulú no vuelva, porque queremos creer que siempre se está a tiempo de empezar una nueva vida.


Tras esta historia cotidiana, lenta y pausada me sumergí en Haarman. El Carnicero de Hannover de Peer Meter e Isabel Kreitz. De golpe pasé de los paisajes franceses y las reuniones de amigos a las callejuelas del centro de Hannover en los años veinte. Este tebeo cuenta la historia del mayor asesino en serie de la historia de Alemania, Fritz Haarman que fue condenado a muerte por el asesinato y descuartizamiento de veintitrés jóvenes pero que probablemente mató a más de cien. Haarman era confidente de la policía y se le consideraba un tipo raro pero sin problemas. Captaba a sus víctimas en las estaciones y con la promesa de una comida y de compañía los llevaba a su casa dónde tras intentar mantener relaciones sexuales con ellos (era homosexual y siempre eran hombres jóvenes) los asesinaba, descuartizaba y se cree que luego vendía su carne en el vecindario. La historia fue un escándalo en su época, por los asesinatos y también porque Haarman había estado actuando en las narices de la policía y contando, en cierta manera, con su apoyo al ser considerado un confidente.

La historia de Haarman es terrible pero lo más alucinante de este tebeo son los dibujos de Isabel Kreitz. Dibujados con lápices de carboncillo recrean perfectamente el ambiente social, las calles, las texturas de la Alemania de principios del siglo XX. Son dibujos elegantes, minuciosos, parecen casi grabados pero consiguen transmitir toda la sordidez y el horror de la historia.

Ada o el ardor de Nabokov fue la siguiente parada. Lo compré en Urueña, en la Librería Primera Página, en el mes de febrero y le llegó su momento en este mes de mayo. Quería leer algo más de Nabokov porque, en su día, Lolita me encantó y porque ¿qué mejor momento para volver a él que cuando se ha levantado toda esa polémica absurda sobre la ficción moralizante?

Lo primero que tengo que decir es que desde la primera página el libro me impactó porque, de repente, no sabía si lo que estaba leyendo era Nabokov o David Foster Wallace. Ada o el ardor se publicó en 1968, casi treinta años antes de la publicación de La Broma Infinita que claramente bebe de esta obra tanto en el planteamiento como en la manera de escribir y en la presentación de personajes. En ninguna reseña de La Broma Infinita de las mil que he leído he visto referencia a esta clara inspiración y es espectacular porque hay párrafos que podrían estar en La Broma infinita sin desentonar nada.

Nabokov se inventa un mundo, Antiterra, plagado de referencias reales pero puestas del revés, o entremezcladas con fantasía, con magia, con saltos temporales, con disfraces y locuras. Cuando leí La Broma Infinita escribí que el Estados Unidos que DFW presentaba era como estar en una habitación que conoces perfectamente pero con todos los muebles puestos al revés. Aquí ocurre lo mismo, todo te suena, todo es reconocible y al mismo tiempo es extraño, incómodo. Nabokov nos cuenta la historia de amor entre Van y Ada, dos primos hermanos que resultan ser hermanos.  Nabokov es aquí muy explícito en el sexo, en el deseo sexual entre dos niños de catorce y doce años, en la pulsión sexual de los hombres, en el gusto por las jóvenes y las niñas, en la fantasía de uno de los personajes secundarios por crear los burdeles perfectos, todo está contando sin tapujos y sin melindres.  Su romance es un excusa para jugar con el lenguaje, cruzar referencias, recrear de manera irónica pasajes de novelas decimonónicas y supongo que, en su día, escandalizar. Ahora mismo también escandalizaría, mucho más que Lolita pero no hay peligro de que eso pase porque dudo mucho que toda esa gente que habla de Lolita, probablemente sin haberla leído, se plantee leer estas seiscientas páginas.

Para mí, esta novela es una historia con la que Nabokov simplemente quiso divertirse, jugar, escribiendo lo que que le salía sin preocuparse de resultar complicado, sórdido o de no ser entendido. Para mí, la historia es perfecta en su delirio hasta la página trescientos, luego comienza a decaer y a hacerse más ardua aunque manteniendo algunos pasajes fabulosos hasta despeñarse para llegar al final. No la recomiendo pero me ha gustado leer algo más de Nabokov y comprobar que era un magnífico escritor.

«¿Qué son los sueños? Una azarosa sucesión de escenas triviales o trágicas, estáticas o itinerantes, fantásticas o familiares, que nos muestras acontecimientos más o menos verosímiles, remendados con detalles grotescos y que resucitan a los muertos para instalarlos en nuevos escenarios».

Y así llegamos a la noche del 29 de mayo, la noche en la que me convertí en un hombre de voz grave y tos de beber carajillos a las siete de la mañana en un bar. Mi insomnio de esa noche lo acompañé con la lectura de la nueva novela de Verity Bargate, Con la misma moneda, publicada por Alba Editorial. Hace justo un año leí, de la misma autora, No, mamá, no que me impresionó muchísimo y por eso me apetecía seguir con ella. (La portada, además, es preciosa)

Verity Bargate tiene un estilo de escritura que, como dije hace un año, recuerda a Lucia Berlin pero además, da escalofríos. Lo cuenta todo muy bien, tan bien que tienes miedo, vas leyendo y estás alerta porque sus palabras cortan, las situaciones acojonan y contienes el aliento para que todo salga bien, para el mundo sea bonito y nadie salga muy dañado pero sabes que vas directo a la tragedia.

Con la misma moneda es la historia de Sadie Thompson, una joven inglesa que pasa toda su infancia y juventud interna en colegios para comenzar una nueva vida cuando su madre muere y ella hereda un piso, dinero y una vida. Descubre quién era su madre e intenta saber quién es ella, construirse una vida. Sadie no sabe quién es y no sabe qué quiere hacer con su vida, quiere ser querida, sentirse amada y, a la vez, no se atreve a querer a nadie. Es como un cachorrillo maltratado, que no confía en nadie. Verity consigue que el lector conecte con ella desde el principio, primero con compasión, luego con afecto, con esperanza, alegrándose por su nueva vida y luego, poco a poco con terror y asco. Verity Bargate construye casi una historia de miedo, cargada de ese miedo cotidiano que es el más terrible porque está en lo que nos rodea, en los demás, en nosotros mismos. Con la misma moneda fue la tercera y última novela de Verity Bargate que murió de cáncer, con cuarenta años, en 1981. Os la recomiendo muchísimo. No os va a dejar indiferente y, además, necesito comentarla con alguien.

«Está bien tener integridad. Para mí la integridad solo es molesta cuando se confunde con el esnobismo o con la superioridad moral, o cuando se ve como lo contrario de la codicia. La integridad es una cosa muy rara. A todo el mundo se le puede comprar» 

Y esto sobre la enfermedad.

«–Escucha. Creo que lo estás llevando muy bien, pero no tienes por qué hacer este esfuerzo ahora. Es mejor que te lo ahorres para cuando vuelvas a casa, para cuando no te quede más remedio. En cierta medida, los hospitales son el peor lugar del mundo para aceptar una cosa como la que te ha pasado: aquí estás completamente protegida y resguardada, y todo parece irreal. Además, os esforzáis siempre un montón por ser valientes. A veces pienso que las cosas tendrían que ser al revés: las operaciones os las tendrían que hacer en casa y os tendrían que traer aquí después, cuando pudierais veros las cicatrices y todo empezara a ser real. Entonces es cuando de verdad necesitáis comprensión y cariño y a gente que os cuide y os ayude. Ahora no, porque ahora os parece que la única razón por la que habéis venido aquí es el dolor físico».

Algunas veces, muy pocas, lees un libro en el momento justo, exacto para leerlo. A mí me había pasado con algunos libros en relación a mi vida, a mis circunstancias personales. Esta vez ha sido con las circunstancias políticas y sociales del país y Salvaje Oeste, de Juan Tallón.

Salvaje Oeste es una novela de corrupción. Corrupción política, económica, periodística, cultural y de todo tipo. Es España y no lo es, somos nosotros y no lo somos. Juan dice que se ha inventado un país pero yo creo que lo que ha hecho ha sido dibujar lo que no vemos pero todos intuímos, se ha imaginado en el backstage de la corrupción y nos lo cuenta sin tapujos. Y sí, es mucho peor de lo que todos pensamos. No hay nadie bueno, ni íntegro, ni leal, ni con principios. Todo lo que nos pasa y nos ha pasado está ahí, contado como en un buen best seller, atrapándote con su ritmo cada vez más frenético en el que no hay descanso. Al terminar, al llegar a la última página en la que nada acaba porque la corrupción es imparable, al cerrar sus páginas, todo lo que venía a mi cabeza eran imágenes de trenes. La corrupción, la política rastrera y torticera, los entresijos asquerosos del poder funcionan como una máquina de tren imparable. Pensaba en los Hermanos Marx gritando «¡Es la guerra! Más madera, más madera» porque es así, la corrupción no se para, no se acaba nunca, los que dirigen la máquina solo quieren más combustible para continuar dónde están, haciendo lo que hacen y, además,
creen que es una guerra en la que ellos son los buenos y todo vale: más madera. Y vamos directos al abismo.  Tallón dice que su historia pasa en un país imaginario, lástima que se parezca tanto al nuestro y que el lector no encuentre nada que no le recuerde a algo que esa misma mañana ha leído en twitter, en un periódico o ha escuchado en la radio. Leer Salvaje Oeste es descorazonador porque uno no puede quitarse de encima la idea de que los que nos gobiernan, los que nos informan, los que nos controlan son malos sin interés, la corrupción no es un asunto de malos con clase, de malos con estilo, es la manera de actuar de lo peor.

«Después de peregrinar de habitación en habitación en busca de una camisa limpia, volvió a ser consciente de que llevaba veinte años usando camisas que no le gustaban. Así como un pantalón o unos zapatos sí, una camisa nunca lo había hecho feliz. Las usaba, sin más, pues servían para vestirse según cierto estilo. Una de sus parejas de la facultad lo persuadió, con una estadística seguramente inventada, de que los hombres con camisa estarían siempre un escalón por encima, en clase, de los que usaban camisetas o jerséis. Saber llevar camisa, según ella, exigía años, y no tenía menos mérito que obtener un título, saber negociar un aumento de sueldo o peinarse de memoria, sin espejo.»

Y con esta acertada reflexión sobre los hombres que saben llevar camisa y un bizcocho, hasta los encadenados de junio.