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domingo, 28 de enero de 2018

Diez años escribiendo


Tom Haugomat
«It’s a joy to do it. It’s a place to go. It definitely is a place where I am… where I feel my honest self is. I just wrote toto go home. It was like a place to be where I felt I was safe. And so I write to fix a reality». (Lucia Berlin)

Hace diez años estaba sentada en un despacho que ya no existe viendo atardecer en Toledo. Hace diez años los móviles no eran táctiles, no existía "WhatsApp" y en mi despacho había un televisor de tubo y un reproductor de VHS. Y un fax que, de vez en cuando, escupía algunos folios.  Hace diez años no sabía quién era Lucia Berlin. 

«Ese es el primer paso, mamá– digo con suavidad–. La infelicidad tiene que estar viva para que pueda suceder cualquier cosa». (Vivian Gormick).

Hace diez años me puse a escribir sin saber qué estaba haciendo, sin saber que hacia algo, sin intención, sin propósito, sin finalidad. El aburrimiento y una sombra de inquietud interior, que ahora sé que era incomodidad conmigo misma, me llevaron a escribir. Menospreciamos el aburrimiento y ensalzamos la comodidad pero sólo nos movemos cuando algo no nos gusta, cuando estar dentro de nuestro pellejo nos pica, nos escuece, nos aprieta o nos está absurdamente grande. Hace diez años no sabía quién era Vivian Gormick. 

«Bastante trabajo me daba escribir como lo hacía, esto es, regular, como para intentar ponerme a escribir como no sabía hacerlo, es decir, bien. Si en algún momento pensaba en el lector para adaptarme a él, estaría cometiendo la primera traición. En literatura debe ser el lector quien vaya en busca de la obra y si no, que se vuelva a su casa». (Juan Tallón) 

Hace diez años me lancé a escribir hablando de ir a comprar muebles. No fue, no era, no parece un comienzo muy prometedor pero es que aquello no era el comienzo ni la promesa de nada. Era, y lo sé ahora, mi mayor acto de espontaneidad creativa hasta la fecha y tenía treinta y cuatro años. No buscaba que me leyeran, en realidad quería saber si era capaz de escucharme, de leerme a mí misma. He escrito 1788 posts. No todos son buenos, ni interesantes, ni divertidos, ni aportan algo pero todos tienen un significado para mí. Cada palabra que he escrito en este blog responde a mi necesidad de escribirla, una necesidad que no sé de dónde sale, no lo sabía aquella tarde de enero de 2008 y no lo sé ahora. Tengo que hacerlo. No puedo elegir no hacerlo. No intento que nadie lo entienda porque no escribo este blog para nadie más que para mí. Hace diez años no sabía quién era Juan Tallón. 

«No puedo más, de veras - murmuró-. Estoy entumecido y cansado. Hoy han ocurrido demasiadas cosas. Me siento como si hubiera pasado cuarenta y ocho horas bajo una lluvia torrencial, sin paraguas ni impermeable. Estoy empapado hasta los huesos de emoción». (Ray Bradbury)

Llevo una semana pensando cómo podía intentar expresar las sensaciones que tengo al cumplir diez años escribiendo. Siento una infinita ternura por esa Ana de treinta y cuatro años desbordada por la sensación de que ya sabía lo que le esperaba el resto de su vida. Quiero decirle que aprenderá a escribir, que dejará de poner puntos suspensivos que representen su miedo a las palabras, sus indecisiones y dudas. Quisiera adelantarle que conocerá muchísima gente que llegará a ella leyendo esas palabras que teclea sin darles ninguna importancia; personas que se harán sus amigos y que también le cambiarán la vida. Me gustaría decirle que corra a leer a Bradbury, que Crónicas Marcianas la está esperando. 

«Cuando escribimos un texto, las líneas van una detrás de otra, con idénticos intervalos, y quienes las tienen ante la vista no se dan cuenta de que hubo momentos en que la mano que las trazaba fue deprisa por la hoja y en otros se quedó parada. En la página, e incluso en la página manuscrita, quedan abolidos los silencios; y los espacios pasados por la garlopa» (Amin Maalouf). 

Me gustaría decirle que eso que está haciendo, esas palabras que está escribiendo sin darles importancia, casi sin mirar a la pantalla y que va a publicar sin releer confiando en que nadie las lea, van a cambiarle la vida. Quiero que sepa que estas palabras, «Después de dos años viviendo en nuestra nueva casa, decidimos por fin... ir a ver muebles», son la puerta a un mundo al que diez años después sigo yendo. Quiero decirle que escribir no será algo que haga, será un lugar al que irá,  en el que estar y ser. Y que lea a Amin Maalouf. 

Hace diez años me faltaban por leer 543 libros.

Gracias a todos. 


miércoles, 5 de julio de 2017

Lecturas encadenadas. Junio.

Tengo un corresponsal secreto que me recomienda libros. A veces, cuando se desespera porque tardo en hacerle caso y cree que es urgente que lea determinado libro,  me lo envía. Esto ocurrió con Paradero desconocido, de Kressman Taylor. Llegó a mis manos al día siguiente de hablarme de él y,, como casi siempre, tenía razón, tenía que leerlo. 

Paradero desconocido es un relato breve publicado en 1938. Está compuesto por el intercambio de cartas que se envían dos amigos alemanes. Se conocen de toda la vida, trabajan juntos, pero en 1932, uno de ellos vuelve a Alemania mientras que el otro se queda al frente de la galería de arte que ambos poseen en Los Ángeles. Las cartas son amistosas, se echan de menos, se cuentan sus nuevas situaciones, recuerdos, se intercambian saludos de personas conocidos de ambos, hasta que la situación política en Alemania empieza a enturbiarlo todo y también a ellos.  Es un relato muy breve y fabuloso. Es espectacular  como va cambiando el tono de las cartas, las palabras, las frases que se intercambian y  cómo la tensión va creciendo hasta un giro final impresionante. 

Además de lo que cuenta, Paradero deconocido tiene su propia historia. Su autora, Katherine Kressman,  lo firmó con el pseudónimo Kressman Taylor al publicarlo porque sus editores pensaron que era «demasiado duro para aparecer firmando por una mujer». Katherine murió en 1996 con noventa y dos años, en su última semana de vida dijo: «Morir es natural. Tan natural como nacer». 

No, mamá, no de Verity Bargate  también llegó a mi buzón por sorpresa y, también, me dejó alucinada. No sabía nada de esta autora, ni de la novela, ignorancia absoluta que, a mí modo de ver, es la mejor manera de sumergirse en un libro. 

La historia de Jodie es tan real y tan normal que duele. Duele por la crudeza, la sinceridad, por la falta de disfraz y pose. Un ejercicio brutal de honestidad ante el vértigo de la maternidad que a mí, como madre y esposa que he pasado por todas esas sensaciones me suena muy real, terriblemente real. La desconexión con tus hijos, sentirlos extraños y aún así responsabilizarte de ellos, cuidarlos y preocuparte, el aislamiento que la vida familiar provoca como no estés atento a evitarlo, la rutina, el desamor, el miedo, el disfraz, el acomodo al día a día que puede acabar devorándote.  
«Lo que más me impresionó cuando me dieron a mi segundo hijo y lo cogí en brazos fue la total ausencia de sentimientos. Ni amor. Ni cólera. Nada».
El estilo de Verity, me ha recordado en parte a Lucia Berlin por el desgarro, a sordidez no buscada pero evidente en la observación minuciosa del día a día. En la época de exhibición de lo bonito y la exaltación de la mirada al lado bueno de las cosas y a ver el vaso medio lleno siempre, sorprende, y a mí me agrada, encontrar miradas que ven el vaso medio vacío, que no disfrazan lo feo de la vida y aprecian, por ello, aún más lo que no es tan feo. 
«Subí la escalera, unos peldaños y una pausa, luego unos cuantos peldaños más, otra pausa, el último tramo y ya casi estoy allí, no, en realidad ya he llegado. Nada de buscar a tientas, la lleve entra directamente en la cerradura aunque el rellano está a oscuras y ya estoy de vuelta. No en casa; sólo de vuelta». 

Será, sin duda, uno de los libros del año.

Viaje a Rusia, de Stefan Zweig. Lo compré en la librería del Caixa Forum un día que fui a ver una exposición y dije «No me compro ni un libro más». Todos sabemos que soy una mujer con una fuerza de voluntad espectacular.  En septiembre de 1938, Zweig viajó a Rusia para conmemorar el centenario del nacimiento de Tolstoi. El librito, muy breve, tiene tres partes. Una primera en la que describe su viaje de quince días en flashes, en artículos que casi podrían ser entradas de un blog: la estación, las calles, la Plaza Roja, Leningrado, etc. La segunda parte está dedicada a Tolstoi y la última es una conferencia que Zweig pronunció en honor a Gorki y para mí fue lo menos interesante del libro. 

La mayoría de los comentarios de Zweig sobre Rusia resultan terriblemente actuales,  los europeos del siglo XXI seguimos desconociendo Rusia exactamente igual que los europeos de hace cien años. Rusia nos resulta desconocida, extraña, distante, muchas veces incomprensible y siempre impresionante. De manera inconsciente y subjetiva pensamos siempre en Rusia con un toque de superioridad tanto moral como económica y social y cuando llegamos allí, cuando la conocemos de cerca descubrimos que Rusia, los rusos, no sólo no es inferior sino que son ellos los que nos desprecian o, mejor dicho, nos ignoran. A Rusia le somos completamente indiferentes. 
«El tiempo y el espacio se miden, efectivamente, de otra manera que en Europa. Y de la misma manera que se aprende a contar en rupias y en kopeks, se aprende a esperar, a llegar con retraso, a desaprovechar el tiempo sin murmurar, y así, poco a poco, se acerca uno al secreto de la historia de Rusia y al misterio de ser ruso. Pues el peligro y la genialidad de este pueblo estriban, ante todo, en su inmensa capacidad de espera y en su fabulosa paciencia, tan grandes como el país mismo». 

Apegos feroces, de Vivian Gornick. Este libro lo compré en la Caseta de Tipos Infames en la Feria del Libro de Madrid por recomendación de uno de los infames que siempre acierta conmigo. Otra vez ha vuelto a acertar. 

Una hija, la propia autora, pasea con su madre por Nueva York, y en  paseos y sus conversaciones durante los mismos,  se intercalan con los recuerdos de su infancia, su juventud y con las tensiones que siempre han tenido en su relación. Son una memorias paseadas. La relación que mantienen es complicada, tensa siempre por la posición de dominio y superioridad de la madre que no termina nunca ni siquiera en la vejez. 
«La relación con mi madre no es buena y a medida que nuestras vidas se van acumulando, a menudo tengo la sensación de que empeora». 
Gornick nos lleva a su infancia en el Bronx, nos cuenta las relaciones familiares, el vínculo con los vecinos, la muerte del padre que sirve a la madre de excusa y de eje para vertebrar su vida, tanto para mostrarse fuerte como para solicitar una compasión que cree merecer. En la última parte del libro la madre pierde cierto protagonismo, Gornick se centra más en su relación con los hombres, en la descripción de su matrimonio. 
«La atmósfera de nuestras primeras discusiones nunca se disipó, poco a poco nos acostumbramos a ella como se acostumbra uno a un peso sobre el corazón que constriñe la libertad de movimiento pero que no impide la movilidad; muy pronto, caminar contraído se vuelve natural. La ausencia de despreocupación y tranquilidad entre los dos se volvió cotidiana. Podíamos vivir con ello y, desgraciadamente, eso hicimos. No solo vivimos con ello, sino que caímos en el hábito de describir nuestra dificultad como una cuestión de intensidad».

En mi empeño por leer todo lo publicado por Natalia Ginzburg aprovechando todas las reediciones, La ciudad y la casa llegó a mi buzón. Es su última novela y cuenta la vida de un grupo de amigos a través de las cartas que se intercambian durante un par de años. Leyéndola pensaba que podría ser, perfectamente, el guión de una de esas películas de grupos de amigos al estilo de Los amigos de Peter o Pequeñas mentiras sin importancia. 

Entre Roma y un pequeño pueblo cercano, un grupo de amigos íntimos ha compartido la vida y el espacio físico de la casa de una de las parejas, Las Margaritas. Allí se juntan a pasar los fines de semana y las vacaciones, es una especie de oasis para ellos. El viaje de Giuseppe, uno de ellos, a Estados Unidos para establecerse allí desencadena la dispersión del grupo, los hilos de amistad que los unían se van aflojando y distendiendo. No hay nada que provoque la ruptura, más allá de las circunstancias de la vida, las decisiones que cada uno toma, equivocadas o no, inteligentes o no, y que hacen que la existencia avance. 
«Tú me dices "me encontraba bastante bien contigo, me sentía bastante alegre, pero todo se quedaba en el bastante". Qué mala puedes llegar a ser. Cúanto daño puedes llegar a hacer. Sabes que haces daño. No me creo que no lo sepas. En cuanto a tu panegírico sobre nuestra amistad, debo decirte que me lo creo muy poco, y que en cualquier caso me resbala. La verdadera amistad no araña ni muerde, y tu carta me ha arañado y me ha mordido». 
Las cartas son sinceras, algunas veces ásperas, crueles, realistas en el hecho de que repiten datos porque en la época en la que nos escribíamos cartas, no recordabas sí habías contado algo o no. La trama, la vida va avanzando en el intercambio, confirmando casi siempre las impresiones que el lector va teniendo. Un intenso halo de tristeza cubre todo el libro.  La única pega que le pongo es que el lenguaje es muy parecida en todas, Ginzburg no diferencia a cada personaje por la manera de escribir, de expresarse y eso crea cierta monotonía. 
«El aburrimiento nace cuando cada uno de los dos lo sabe todo del otro, o cree saberlo todo, y no le preocupa nada que tenga que ver con él. No, me equivoco. El aburrimiento nada no se sabe por qué» 
Yzur / La lluvia de fuego de Leopoldo Lugones, también llegó a mi buzón y me ha servido para descubrir a este autor que, para mi vergüenza, no conocía. Es un librito ilustrado muy curioso,  recoge dos relatos del autor argentino ilustrados por Carlos Cubeiro.  Yzur, es la historia de un hombre que está convencido de que los monos no hablan porque no quieren y se empeña en enseñar a hablar al suyo. La lluvia de fuego es pura ciencia ficción ambientada en una especie de paisaje de las mil y una noche pero que podría, perfectamente, ser una película de gran presupuesto.  Lugones maneja el lenguaje como quiere, lo retuerce, lo enreda, lo esconde y consigue sorprenderte, además de por lo que te cuenta, por como te lo cuenta. Buscaré más obras suyas.  

Ha sido un mes prodigioso, recomiendo todo lo que he leído. Todo.  

Y con esto y un bizcocho hasta los encadenados de julio. 





domingo, 18 de septiembre de 2016

El final del verano


En mi universo mental, septiembre es, hasta el domingo de fiestas, la prórroga del verano, el tiempo de descuento. El partido ha terminado una semana antes, cuando vuelvo a vivir a Madrid después de casi 3 meses. 

Este verano he ido nueve veces al aeropuerto. Me he comprado unos pantalones blancos de campana que no he estrenado aún. He descubierto a Lucia Berlin y, después de dos años, ando navegando por La Broma Infinita. He escrito una carta. He visitado un campo de concentración y un fuerte de la Línea Maginot. He bebido mucho vino, pero muy pocas copas. He comido salmorejo y cereales en proporciones que dudo mucho que sean saludables. He dicho que sí a dos proyectos chulos. He usado tapones para los oídos por primera vez en mi vida. He batido mi record nadando 2 km. He descubierto lo que es un hombre oblicuo y que casi debajo de cada piedra hay un hombre pequeño. He visto River yo sola y Friends con laz princezaz. He descubierto The revisionist history y sentido mono al terminar la temporada. He ido a la grabación de un podcast y he descubierto las mejores palmeras de chocolate del mundo. He dormido poco y conducido en exceso. Me he aficionado a los tacones y he olvidado. He escrito ficción o lo he intentado. 

Ayer, a las 12 de la noche, vi los fuegos artificiales desde el jardín, abrigada y tapada con una manta. Ayer encendimos la chimenea y nadie se bañará más en la piscina hasta el año que viene. No hay vuelta atrás. 

Toca desalojar el campo de juego, quitarse el uniforme de chanclas y camisetas, cambiar las sábanas y poner el edredón. Dejar de dormir con la ventana abierta y taparme con la manta en la siesta. 

Toca cerrar la puerta del vestuario del campo de juego e irse a casa a descansar. Ponerme calcetines, jersey y dedicarme a soñar despierta con tener una librería. Quizás el verano que viene. 

Este se ha terminado y estoy feliz.


lunes, 1 de agosto de 2016

Lecturas encadenadas. Julio

Julio ha sido un buen mes, he tenido 15 días de vacaciones que he aprovechado para leer sin tregua porque ¿acaso las vacaciones no son para hacer lo que más te gusta? Ha sido ademas un mes de mujeres, de los seis libros que he leído, cuatro están escritos por mujeres. 

Empecé el mes con Las tareas de la casa y otros ensayos de Natalia Ginzburg. Este año se cumple el nacimiento de esta autora y las editoriales están echando la casa por la ventana reeditando sus obras y YA ESTÁIS TARDANDO EN LEERLA. Natalia Ginzburg es una de esas personas que te da pena que esté muerta, no poder charlar con ella, leer los artículos que escribiría sobre el mundo ahora mismo, escucharla, pensarla y aprender. La parte buena es que sus libros son tan fabulosos que se puede aprender, pensar, emocionarse y rascarse el alma con ellos. 

Las tareas de la casa recoge artículos y ensayos publicados por Natalia a lo largo de los años en distintos periódicos y revistas. Los primeros, recogidos bajo el epígrafe “Nunca me preguntes” son los que más me han gustado y he doblado tantas esquinas que casi podría haberlo copiado entero. Estos ensayos son de tono más intimista, recogen pensamientos sobre su vida diaria, sobre las pequeñas cosas de la cotidianidad que muchas veces no pensamos, que damos por supuestas pero que construyen lo que somos y lo que hacemos y cómo las recordamos y las pensamos dice mucho de nosotros. Ginzburg habla de la búsqueda de casa, sobre la vejez, sobre su experiencia con un psiquiatra, sobre las novelas, sobre su relación con la música.
“Porque las novelas están entre esas cosas del mundo que son a la vez inútiles y necesarias, totalmente inútiles porque carecen de una razón de ser visible y de cualquier clase de finalidad, y no obstante necesarias en la vida como el pan y el agua, y entre esas cosas del mundo que a menudo se ven amenazadas de muerte y que, sin embargo, son inmortales”. 
Agrupados en el epígrafe "Nunca no lo sabremos", se recogen los artículos de Ginzburg en los años finales de los 60 y los 70 que resultan ser de actualidad también en el 2016. Reflexiona y escribe sobre la importancia de la crítica literaria y su desaparición y lo que debe esperar el que escribe y las reacciones que provoque. 
“Cualquiera que escriba hoy en día, y sea lo que fuere lo que escriba- novelas, ensayos, poesía o teatro- deplora la ausencia o la rareza de la crítica, es decir, la ausencia o la rareza de un juicio claro, inquebrantable, inexorable y puro. En el deseo de un juicio semejante tal vez se esconda el recuerdo de la fuerza y de la severidad que sobre nuestra infancia proyectaba la figura paterna. Sufrimos por la ausencia de la crítica del mismo modo que en nuestra vida diaria sufrimos por la ausencia de un padre”. 

Ginzburg piensa y escribe. Jamás pontifica ni sienta cátedra. Todos sus artículos comienzan en un tono que parece decir (cuando no lo dicen explícitamente) voy a escribir sobre este tema a ver si así consigo aclarar mis ideas. Se sienta y escribe y va desentrañando el hilo de sus pensamientos para intentar llegar a alguna conclusión que, a veces, está lejos de la intención con la que había comenzado el artículo. Es maravilloso leer el discurrir de su pensamiento y acompañarla en esa ordenación de ideas. 

Tiene un capítulo sobre cómo tratar la relación de los niños con Dios y sostiene que nadie tiene derecho a decirle a un niño “Dios no existe” porque en realidad no lo sabe, reflexiona sobre como hemos desterrado el pensamiento individual y solitario porque requiere esfuerzo y soledad, dos cosas que aterraban en los años 60 y que ahora casi parecen ciencia ficción.
“El pensamiento solitario no aparece más que como un melancólico y estéril fruto de soledad y esfuerzo; y hay dos cosas odiadas hoy en día con arrogancia: la fatiga y el esfuerzo”. 
Dediqué 13 días a leer a Natalia y una semana a copiar todas las esquinas dobladas. He releído mi cuaderno con todas esas anotaciones para escribir este post y podría seguir copiando citas hasta llenar este blog pero es mucho mejor que la descubráis. 

El invierno del dibujante de Paco Roca es el cómic del mes. Lo compré el 31 de mayo en una tienda de cómics en Valencia cuando fui a pasar el día allí y a comer con un amigo que me recomendó comprarlo “es muy de tu rollo” me dijo. El invierno del dibujante cuenta exactamente eso, el invierno de 1958 de unos cuantos dibujantes importantes en España y creadores de algunos de los personajes más conocidos del tebeo en nuestro país. En el verano de 1957 decidieron abandonar la Editorial Bruguera que les explotaba y además se quedaba con sus personajes en propiedad, para crear una revista propia en la que ellos tuvieran el control y los derechos. La aventura no salió bien, Bruguera era una editorial muy importante y con contactos políticos que los asfixió hasta forzar su vuelta al redil. Esta es su historia contada casi como un informe histórico, con un dibujo pulcro, recto, frío y como antiguo que encaja muy bien con la historia. 

Las deudas del cuerpo de Elena Ferrante. Merezco todo el sufrimiento que me proporciona esta autora porque después de odiarla en el primer tomo y querer asesinarla en el segundo sigo torturándome con su espantosa escritura y las zopencas de sus protagonistas. 

No consigo entender cómo estos libros han alcanzado tal éxito de crítica. Entiendo su éxito como super ventas porque son unas novelas completamente planas, con unas protagonistas falsamente intensas y atormentadas que sufren amoríos, desencuentros, reconciliaciones, luchas familiares, etc exactamente igual que un culebrón de sobremesa.  Enganchan y se leen en diagonal, como el Código Da Vinci. 

El éxito de crítica no me lo explico. A Elena Ferrante se le ven todas las costuras al escribir, se percibe el tono de falsa importancia, es cursi, pretenciosa y falsamente profunda. En esta tercera entrega no contenta con el culebron de las dos amigas decide introducir un poco de “contexto histórico” hablando a tontas y a locas del partido comunista italiano, de los sindicatos, el terrorismo, las protestas estudiantiles de mayo de 1968 en Paris, el feminismo, la mafia… de todo saben y todo les pasa a las dos bobas protagonistas.

“La primera obra italiana en décadas que merece el Premio Nobel” dice The Guardian en la faja del libro. Se me salen los ojos de las órbitas. 

Las cumbres de cursilísimo de la Ferrante Premio Nobel. Mi fe en la crítica literaria se ha extinguido completamente. 

Manual para mujeres de la limpieza de Lucia Berlín ha sido el descubrimiento del mes. Oí hablar de este libro en La Cultureta hace meses y después Nan me lo recomendó y lo compré en Tipos Infames en la Feria del Libro en el Retiro. 

Me ha deslumbrado. De mayor quiero escribir como Lucia Berlin. Me ha recordado a Steinbeck por sus descripciones de las personas, que nunca son personajes, a Fante por la relación su madre y su abuelo alcohólico, a Dan Fante por su relación con la botella y un poco a Erskin Caldwell y su Camino del tabaco. 

Lucia Berlín escribe relatos relacionados con su vida, según cuentan en el prologo ella decía “de algún modo debe producirse una mínima alteración de la realidad. Una transformaciónn, no una distorsión de la verdad. El relato mismo deviene la verdad no solo para quien escribe,también para quien lee. En cualquier texto bien escrito lo que nos emociona, no es identificarnos con una situación, sino reconocer esa verdad”.  Y eso es lo que ella hace, apoyándose en ganchos de su vida construye unos relatos magníficos. 

A veces me pregunto si leo bien los relatos. Sé que los disfruto, paladeo y sufro pero nunca me paro a pensar si he aprendido algo o si tenían una intención que no he sabido captar. Para mí, los relatos, los buenos, son como asomarme a una ventana y ver un trozo de vida desde la distancia o como viajar en un tren en el que puedo imaginar la vida de los que viajan conmigo a partir de lo que comparto con ellos en ese tiempo, de sus conversaciones, sus posturas, sus risas o sus llantos, perderme en mi cabeza y olvidarlo cuando me bajo del tren y lo dejo atrás. Durante un rato han sido parte de mi vida y luego  siguen sin mi, y yo sin ellos, dejo de ser la que era mientras leía esos relatos. Algo así. 
"Mamá odiaba la palabra "amor". La decía con el mismo desprecio que la gente dice la palabra "furcia".
No se puede decir más con menos. Tras los artificios y la cursilería de la Ferrante, la escritura de Lucia es aún más deslumbrante. Escribe como si no le costara, como si le saliera solo, como si todo ese talento que está en su cabeza pugnara por salir desde sus dedos a la página. Tiene mil frases que son auténticas maravillas, perlas que te encuentras y dices ¡pero qué cabrona, como se puede escribir así! Es divertida, sarcástica, tierna, ingeniosa, inteligente, cruel, nostálgica, audaz, sincera, dolorosa, amarga... Todo. 
"Son preguntas inútiles. La única razón por la que he vivido tanto tiempo es porque fui soltando lastre del pasado. Cierro la puerta a la pena al pesar al remordimiento. Si permito que entren, aunque sea por una rendija de autocompasión, zas, la puerta se abrirá de golpe y una tempestad de dolor me desgarrará el corazón y cegará mis ojos de vergüenza rompiendo tazas y botellas derribando frascos rompiendo las ventanas tropezando sangrienta sobre azúcar derramado y vidrios rotos aterrorizada entre arcadas hasta que con un estremecimiento y sollozo final consiga cerrar la pesada puerta. Y recoja los pedazos una vez más."

Y no, no faltan comas. Lucia Berlin escribe casi sin comas y por eso también me gusta. 

Trieste de Dasa Drndic. Este libro llevaba en mi estantería justamente un año y le llegó el turno. En la introducción se indica al lector que “el libro de Dasa Drndic no es un libro fácil”. Dejando de lado que me parece una manera nefasta de presentar una lectura, el principal problema de Trieste no es para nada su dificultad (que a mí me ha parecido escasa) sino su indefinición. Trieste es un libro que no se define, no sabes si está leyendo una novela, un ensayo o una transcripción de testimonios personales sobre las atrocidades nazis.

¿Lo mejor de este libro? La portada que es preciosa con una ilustración de Natalia Zaratiegui y la parte final cuando Drndic se ha aburrido de novelar (con escaso éxito) y pasa a contar la historia de los Lebesborn, las instituciones creadas por los nazis para crear hijos perfectos de la raza aria tanto por el método de elegir a los padres perfectos como robando niños. Las historias y los testimonios de niños de distintos Lebesborns que ahora tienen 60 o 70 años son aterradoras y muy desconocidas pero me temo que solo aptas para muy frikis de la II Guerra Mundial. 

Hace varios años leí ¿Por qué corre Sammy? de Budd Schulberg y me encantó. Después leí "El desencantado" que también me gustó así que cuando me encontré en la Feria del Libro antiguo con "Más dura será la caída" decidí comprarlo a pesar de que el tema del boxeo no me apetecía nada. Como siempre pasa con los libros y eso es lo que tienen de maravillosos, cuando menos te lo esperas y con el que crees que menos te va a gustar, te encuentras revolcándote de placer y absolutamente flipada. 

Más dura será la caída es una novela fabulosa. Habla de boxeo pero también de dinero, de ambición, de la búsqueda de uno mismo, las relaciones, la maldad, el miedo, la amistad, la traición y el amor, claro. Es una novela de 1947 que lees en blanco y negro, oliendo a tabaco, bebiendo whisky y con sombrero. 

Budd Schulberg trata también un tema de actualidad en los años 40 y 50 y de actualidad ahora; el papel de la prensa para vender mentiras y enmascarar la verdad y el poco criterio del público para rechazar esas mentiras. Es más fácil tragarse lo que los medios cuentan y entregarse a la conveniencia de no pensar que desarrollar un criterio y un espíritu crítico. 
"No quiero andar a gatas por la vida buscando mi alma por todos los rincones como si fuera un gemelo de la camisa". 

Leed a Natalia, a Lucia y a Budd. Seréis afortunados.

Y con esto y un bizcocho hasta las lecturas encadenadas de agosto que será solo una: La Broma Infinita de David Foster Wallace.