miércoles, 24 de junio de 2020

Podcasts encadenados (XII)


He vuelto al trabajo presencial y a tener horas y horas a mi disposición para escuchar podcasts mientras conduzco. Definitivamente, el coche es el sitio donde más me concentro en lo que estoy escuchando, donde presto atención plena a lo que me van contando y donde más me cunde.

Quizás alguien se pregunte si todo lo que escucho me gusta. Si solo escucho lo que recomiendo y no es así, dedico tiempo también a podcasts que empiezo y no me gustan nada, y a otros que empiezan bien pero luego se van desinflando hasta convertirse en una agonía y que unas veces termino por completismo y otras veces abandono porque en esto soy muy Mary Kondo, si un podcast no me da placer,  lo apago y lo borro de mi lista.  Dentro de esta categoría está el podcast Food, we need to talk. Comencé a escucharlo porque lo vi recomendado en una newsletter y aunque el tema de las dietas, adelgazar y tener una relación sana con tu cuerpo no me interesa demasiado decidí probarlo. En este podcast, de episodios de apenas veinte minutos, Juna Gjata, una joven recién graduada en Harvard y, además, concertista de piano y el doctor Eddie Phillips, médico y profesor en Harvard charlan sobre todo lo que tiene que ver con la comida. Juna, se ha pasado la vida haciendo dieta, haciendo ejercicio, midiendo lo que come, cuando lo come y demás y quiere reflexionar sobre todo ello. Como idea está bien, ellos son simpáticos, el podcast es ligero y no aburre pero el problema para mi es que lo que cuenta ya me lo sé: no hay comida buena y mala, el stress engorda, no compres guarradas en el supermercado, porque te des un capricho de vez en cuando no pasa nada y como consejos estrella: haz ejercicio y cocina tu propia comida. Incluso te dicen que si no tienes tiempo para cocinar, lo mejor es que cocines mucho y congeles. ¿Buenas ideas? Sí, pero es que ya me lo sé así que me he aburrido y los he abandonado antes de que me descubran la dieta mediterránea y el aceita de oliva.

¿Qué recomiendo hoy? Un poco de todo.


1.- Articles of interest es un ejemplo de podcasts que empiezo a escuchar por probar cosas nuevas aunque en principio el tema no me interese nada y que, sin embargo, me cautivan, me interesan y con los que acabo aprendiendo un montón de cosas. El tema de Articles of interest es la moda, la ropa y su historia. ¿Cuándo surgió la ropa para bebés? ¿Qué pasa con los bolsillos? ¿Cuál es la historia de la camisa hawaiana? ¿Por qué los trajes de hombre parecen siempre iguales y de donde vienen? ¿Y los perfumes? ¿Y el tartán? A lo largo de dos temporadas y dieciocho episodios, Avery Trufelman responde a todas esas preguntas que los que no somos expertos en moda o en ropa o en complementos podemos hacernos aunque ni siquiera las hayamos pensado hasta que ella las dice en alto. ¿Por qué surgieron los perfumes con olor a limpio? ¿De dónde viene la tradición de casarse de blanco? ¿Y el lema de un diamante es para siempre? ¿Por qué surgió el punk en la moda? 


Es un podcast que recomiendo muchísimo tanto por lo que se cuenta como por cómo está contando. Es interesante, fresco, ameno y al terminar siempre te quedas con ganas de más. Avery Trufelman lleva siete años trabajando para otro de mis podcasts favoritos y ya recomendado aquí 99% invisible y domina a la perfección el arte del story telling en el podcast. En el último episodio de la segunda y última temporada se despide porque se marcha de 99% invisible para emprender otros proyectos y casi lloro porque otra de las cosas que tienen los podcasts es la relación íntima que estableces con el presentador/narrador. Supongo que a mi abuela le pasaba algo así con Luis del Olmo... 

Podcast: Articles of interest. 
Episodio para empezar: Los perfumes 
Duración: 18x30

Hay que escuchar todos los episodios que además se pueden escuchar en desorden, empezando por lo que os llame más la atención. 



2.-Seriously... es un podcast de BBC4 que acabo de empezar a escuchar. Es un pocast serio que trata temas en profundidad sin efectismos ni pretensión de diversión. Su principal valor es que abordan los temas en amplitud, intentando abarcar distintos puntos de vista para no ofrecer solo una visión. La presentadora es Rhianna Dillon que en algunos tiene más presencia y en otros menos porque da paso a otro periodista que desarrolla el tema. 

Seriously... se define en su web como una serie documental y es un poco eso. Son documentales en profundidad sobre temas variados. Yo he escuchado varios y no podrían ser más distintos, uno sobre la guerra fría tecnológica que se está librando entre China y occidente, otro sobre la experiencia de un arquitecto que se quedó ciego y como eso le ha llevado a reflexionar sobre la necesidad de plantear la arquitectura también como una experiencia sonora y el que quiero recomendar hoy: El fenómeno del bienestar. 

Este episodio es largo, dura casi una hora pero es interesantísimo. Estamos tan acostumbrados a la palabra bienestar que no se nos ha ocurrido pararnos a pensar qué quiere decir en realidad, ¿qué significa? ¿significa algo? En este documental, recurriendo a archivos y testimonio de expertos se remontan a cuando el término se acuño en California y todo el entramado de publicidad que encierra el concepto. Es un episodio super recomendable seas o no un fiel creyente/defensor del concepto bienestar y los infinitos tratamientos, terapias y productos asociados a él.  

Podcast: Seriously...

(Me encantan los puntos suspensivos en el título de este podcast, lo dicen todo) 



3.- The Daily es uno de mis fijos de escucha. Lo escucho todos los días, es raro el episodio que dejo pasar y recomiendo seguirlo con asiduidad pero hoy traigo dos episodios para recomendar, los dos de la última semana. El primero de ellos se llama The history and meaning of Juneteenth y se publicó el viernes pasado, 19 de junio. El año pasado escuché un podcast brutal, también del New York Times, que se llama 1619 y en el que en seis episodios se repasaba el origen del racismo en USA desde la llegada de los primeros esclavos en 1619 hasta nuestros días. El racismo no es algo pasado ni mucho menos superado, está imbricado en el día a día de la vida de todos los americanos y no solo en lo que dicen o piensan o manifiestan sino también en la música que escuchan, las leyes que tienen o quién posee la tierra. Es un podcast buenísimo que recomiendo con entusiasmo y con el que aprendí muchísimo pero me quedaron cosas por aprender, por ejemplo no sabía que era Juneteenth. 

En la primera parte de The history and meaning of Juneteenth, la profesora de historia americana Daina Ramey explica la historia de ese día, desde su origen hace 155 años, en Texas, para celebrar la emancipación de los esclavos hasta nuestros días. En la segunda parte, Ramey habla de su experiencia como madre de un adolescente afroamericano de doce años y de como ha tenido que hablar con él sobre como relacionarse con la policia, como comportarse para que no le peguen un tiro por ser negro y como lidiar con la desconfianza de algunos cuando lo ven acercarse por la calle. "mi hijo me preguntó el otro día si yo creía que iba a llegar vivo a los treinta años".  Nos creemos que sabemos lo que es el racismo y, en realidad, no somos capaces ni de empezar a imaginarlo.  

El otro episodio del Daily que quiero recomendar hoy, se titula Facing the wind. Este episodio no sigue el formato habitual del Daily ya que es la lectura de un artículo publicado en la revista del periódico la semana anterior. ¿De qué va el artículo? El autor del mismo, Carvell Wallace, es escritor y tiene dos hijos adolescentes de catorce y diecisiete años. En este episodio reflexiona sobre como ha sido vivir el confinamiento con ellos, sobre como es ser padre de adolescentes y, en su caso, como ha vivido con ellos el asesinato de George Floyd y todo lo que ha desencadenado. Dejando a un lado lo particular de su situación, me ha gustado especialmente porque explica perfectamente la montaña rusa emocional de alegría, orgullo, amargura, ansiedad, tristeza, nostalgia y diversión que supone relacionarte con tus hijos adolescentes. 

To be asked for life advice in one moment, and to be told you are a bad parent and have ruined your child’s life the next — this is what parenting is. It is a thing that you do alone, because your kids cannot and must not understand all of what you are living. It is terribly painful that my son thinks I have ruined his life. He’s not entirely wrong. I am a wildly imperfect parent. I have lost my temper, neglected his emotional needs, taken his normal childish behavior as a personal attack.

Creo que es mi episodio favorito de la semana. Podéis escucharlo o leerlo

Podcast: The Daily. 
Episodio: Facing the wind.

El Daily hay que escucharlo todos los días... esa es mi recomendación. 



4.- El amor después de Patricio es mi recomendación en español de esta entrega. Es el segundo episodio del podcast Un periódico de ayer  nuevo proyecto de La No Ficción responsables de otro podcast que ya recomendé en su día, La desaparación del padre Gallego. En este nuevo podcast hacen exactamente lo que el título anticipa: cogen una noticia antigua, la repasan y buscan a sus protagonistas para conocer su versión de aquella noticia y cómo les influyó en la vida que llevaron después, en quienes son ahora. El episodio que recomiendo (aunque me han gustado todos) es una historia muy triste pero muy bonita que cuenta el asesinato de un estudiante universitario en Bogotá en 1978 y lo que sucedió después con su familia. Confieso que con el final del episodio lloré. 

Hay un dicho que dice algo así como que el periódico de hoy sirve para envolver el pescado mañana pero no es cierto que las noticias pasen sin más, que sean titular un día y desaparezcan al siguiente. Todas tienen una repercusión, un efecto en alguien y de eso trata Un periódico de ayer, de la huella  que deja lo que fue noticia.

Podcast: Un periódico de ayer.
Episodio: El amor después de Patricio. 
Duración: 36.

¿Sabíais que un destacamento de colombianos fueron a luchar a la guerra de Corea? Eso también se cuenta en otro de los episodios y si Mel Gibson se entera de la historia, hace una película.  

Como siempre, si escucháis alguno y os gustan, venid a decírmelo. Me hará ilusión. 

jueves, 18 de junio de 2020

Que no se nos olvide el miedo


«El Senderines evitaba pasar la mirada por el cuerpo desnudo. Acababa de descubrir que metiéndose de golpe en el miedo, cerrando los ojos y apretando la boca, el miedo huía como un perro acobardado». (La mortaja, Miguel Delibes)

Hace un par de meses escribí sobre el miedo que sentía, que me acompañaba día tras día y que percibía en el frío, la tiritona, los tics, la falta de concentración. En abril ese miedo parecía ser compartido, era como una ola que nos había cubierto a todos y bajo la que nos habíamos acostumbrado a respirar, a sobrevivir. 

Dos meses después parece que la ola ha pasado y que solo yo (sé que no, que hay más gente pero la colectividad de ese miedo ha desparecido) sigo bajo la ola, con frío, tiritona, algo de ansiedad y un tic en la pierna derecha. 

Tengo miedo. ¿Mucho? Digamos que suficiente como para mostrar síntomas pero no tanto como para paralizarme por completo. La cantidad justa de miedo. 

¿Qué me da miedo? Me da miedo la autopista llena de coches, lo que se parece la rutina de los pasillos de mi trabajo a la vida del mes de febrero, el uso de la mascarilla mas como un complemento de moda que como una medida que puede salvar vidas. Me aterran los bares, las mesas llenas, las multitudes paseando, los ciclistas en manada, los corredores, las colas en las tiendas, la gente que se te acerca, todos los que no saben lo que son dos metros de distancia. Me da miedo quedarme sin trabajo, que no se pueda volver al colegio en septiembre, que mis hijas enfermen, que mi madre se sienta fragil, débil, vieja, desechable. Me aterra ver como todas las instancias políticas, TODAS, se ponen de perfil para no asumir la responsabilidad y la voz cantante en anunciar que la vida, tal y como era antes, no va a volver. Me da miedo la infantilización, el falso optimismo. Me aterra el catastrofismo en la boca de gente que tiene el futuro asegurado aunque vengan tres o cuatro pandemias y su desprecio hacia los que no necesitan ni siquiera media pandemia para vivir siempre en la incertidumbre.

Lo que más miedo me da, sin embargo, es el olvido. Nunca pensé que fuéramos a salir mejores ni como sociedad ni como individuos pero creí que estaríamos asustados, que tendríamos memoria a corto plazo para  saber valorar haber salido vivos de esto y recordarlo el tiempo suficiente como para, por lo menos, no ponernos en riesgo a nosotros mismos y a nuestros seres queridos. Creí que el miedo que pasamos en marzo, en abril, en mayo nos dejaría algún tipo de marca en la piel, en los huesos, en las arrugas alrededor de nuestros ojos que no nos dejaría relajarnos, que nos mantendría alerta ante el peligro. Creí que el miedo nos salvaría, que tendríamos cuidado. 

Y ahora veo que no. Que los seguimos teniendo miedo somos los menos. Me asombra lo rápido que parece haber caído en el olvido que hace dos meses morían miles de personas por una enfermedad de la que nos reíamos hace cuatro. Me da miedo ver la gente que actúa como si ya se hubiera acabado, los que creen que ya está, que ahora solo queda tirar adelante y hacer las cosas como antes.

«Yo misma siempre he pensado que si analizo algo, da menos miedo. La teoría dice que si la serpiente está en tu campo visual, no te va a morder. Se parece a cómo me enfrento yo al dolor. Yo quiero saber dónde está» (Joan Didion)

No hay que vivir con miedo pero no hay que olvidarlo. Recordar el miedo es lo que te salva, saber que está ahí, como se siente, como suena y como huele te mantiene a salvo. 

Como decían los normandos: haznos miedo.


lunes, 15 de junio de 2020

Sobre Halt and catch fire y quedarse huérfana

Me he quedado huérfana y desamparada. Tras meses de confinamiento enganchando series que llevo siguiendo años (Better call Saul, The good fight) alternadas con otras nuevas (La conjura contra América, una sobre los orígenes del fútbol  de la que ni recuerdo el nombre, Tiger King, Wolf Hall) que me han dejado fría, hace un mes más o menos empecé a ver Halt and Catch Fire. Había escuchado una recomendación muy breve sobre ella en La cultureta y alguna referencia en twitter y decidí probarla. No sabía ni de qué iba ni lo que significaba Halt and Catch Fire. Nunca leo las contraportadas de los libros ni leo las sinopsis de las series o las películas. Hemos venido a jugar. 

El viernes terminé las cuatro temporadas y me he quedado desolada. Hacia muchísimo, muchísimo tiempo que no sentía esta sensación de orfandad que te dejan las cosas muy buenas. Te acostumbras a lo que no está mal, a lo que es correcto, a lo que es bueno y vas pasando la vida de un libro correcto a otro bastante bueno, de una serie entretenida a otra muy buena, de una peli que te encanta a otra que no te ha ofendido pero que olvidas a los dos días. Y, de repente, llega a tu vida algo buenísimo, algo tan bueno que no puedes creértelo, tan bueno que quieres llamar a todos tus amigos, poner mil quinientos tuits y trescientos mensajes para que nadie se lo pierda, para poder compartir esa maravilla con todo el mundo, incluso con los que no van a perder la ocasión de decirte «pues a mí no me ha gustado». 

¿De qué va Halt and Catch Fire? De un tema que en principio no me interesa nada: los orígenes de la informática tal y como la conoces ahora. Es decir, no trata sobre computadoras tan enormes que ocupaban toda una habitación sino de los ordenadores cuando empezaron a ser "personales". «Me sorprende que no siendo del sector te haya gustado tanto» me comentaron en twitter el otro día. Me chocó el comentario, la idea de que tiene que gustarte la informática para encontrar la serie interesante. En Halt and Catch Fire, sus protagonistas, podrían estar inventando lavadoras o zapatillas de deporte o lo que fuera porque la informática es solo el paisaje en el que se desarrollan los personajes. 

La grandeza inmensa de esta serie está en el crecimiento de los personajes. No había visto un desarrollo de personajes así desde los Soprano (Y no, Walter White no se desarrolla nada, odie Breaking Bad). La serie va desde principios de los 80 hasta mediados de los noventa y los cinco personajes principales crecen delante de tus ojos. Con crecer no quiero decir que se hagan mejores, que logren sus metas y acaben viviendo bajo un arcoíris, quiero decir que van evolucionando a lo largo de los años pasando de ser gilipollas a ser razonables y volviendo a ser gilipollas y luego razonables y así en un ir y venir en el que es imposible no sentirse retratado porque todos (menos los que se quedan para siempre anclados en ser gilipollas) somos así. La serie tiene dos de los mejores personajes femeninos que he visto nunca y no son secundarios. Peggy, en Mad Men, se fue ganando espacio en la pantalla a medida que se hacía más importante en su trabajo. Aquí, Donna y Cameron, son personajes principales desde el primer minuto. No son estereotipos, ni son perfectas y, en muchas ocasiones, te caen mal alternativamente pero te las crees cada segundo. Ese es otro mérito de la serie la credibilidad, la verdad que transmite cada cosa que dicen, piensan y sienten cada uno de los personajes. Te puedes encontrar gritando a la pantalla «¡serás gilipollas!» pero nunca dirás «ni de coña». Siempre estás dentro de la historia, nunca fuera.  


El viernes disfruté los últimos cuatro episodios que son una obra maestra y al terminar casi lloro. Pensé ¿y ahora qué? ¿qué sentido tiene intentar ver cualquier otra cosa? Los personajes se me han quedado dentro, quiero saber qué pasa con ellos, qué vidas siguen viviendo en el universo en el que viven los personajes de ficción que sientes más reales que mucha de la gente que conoces. Quiero verlos envejecer, consolarlos, alegrarme con ellos, seguir espiándolos. 

En fin, como siempre que quiero recomendar algo, temo haberlo contado mal pero he hecho lo que he podido. Ved Halt and Catch Fire, está en Filmin y uno de los protagonistas es Lee Pace, un guapo increíble al que no conocía. Lo comento por si verle a él os anima más que mi reseña. 



viernes, 12 de junio de 2020

Vamos a crear tensiones

Me encanta el teletrabajo. Me gusta no tener vistas a un polígono industrial, no tener que conducir doscientos kilómetros y, sobre todo, me encanta no ver a nadie en todo el día. Al teletrabajo, ahora mismo y en mi caso, no le veo más que ventajas. Me cunde muchísimo, sacamos todo el trabajo adelante sin interferencias y no me hostilizo ni la centésima parte de lo que me hostilizo cuando voy al curro. Teletrabajando soy mejor persona. 

El lunes tengo que volver a la oficina. ¿Por qué? No lo sé. No consigo entenderlo. «Hay que estar al pie del cañón» argumenta alguien que entiende «pie del cañón» como acodado en la barra de la cafetería. «Hay que volver para que el equipo funcione» te dice un jefecillo de medio pelo con ínfulas que ni siquiera tiene portátil en casa y que no sabe adjuntar archivos a un mail. «Volvemos y ya luego vamos viendo» te dicen como si fueras idiota y no supieras que eso significa «volvemos y a ver si se te olvida la tonteria de teletrabajar». «Es que hay gente que no puede teletrabajar» que quiere decir «la gente envidia que haya algunos que puedan teletrabajar y hemos decidido que vamos a primar la envidia y el resentimiento a la efectividad del teletrabajo». «No hay manera de controlar que la gente teletrabaje» te dice alguien que tiene en su equipo gente que no trabaja desde 2001 pero que es campeón del mundo de calentar la silla, ergonómica por supuesto, que pidió porque trabajar tanto le destrozaba la espalda. 

Estoy hasta el moño de jetas envidiosos, responsables inútiles y envidiosos con carnet. Me hostiliza hasta el infinito que haya que bailarle el agua a los que más dan por culo y que la razón que te den sea «vamos a ver como lo hacemos, pero sin crear tensiones». A la mierda, hombre. Vamos a crear tensiones, claro que sí, vamos a decirle a los inútiles, los jetas y los envidiosos que lo son. ¿Que se van a tensar? ¿Van a dejar de respirar? ¿Y qué? 

No entiendo porque todo está lleno de consejos para motivar al trabajador y no hay consejos para decirle a la gente «eres un jeta que no das un palo al agua». Me parece maravilloso buscar lo que hace bien alguien y no centrarse solo en lo que hace mal pero ¿qué pasa con el que no hace nada? ¿para cuando un manual de consejos para tratar con toda esa gentuza? 

Me encantaría que hubiera un manual que te diera pautas para tratar con esa gentuza: 

- No desaproveche ni la más mínima oportunidad de preguntarle al jeta inútil de su curro qué está haciendo. Comprobará que la mayor parte del tiempo no sabe qué contestar y dirá algo como «cosas». 

- Haga notar claramente que está mirando su pantalla de ordenador y comente en voz alta «¿te vas a comprar ese vestido? ¿vas a alquilar esa casa este verano?» «que mono tu niño en la función de la guardería». No olvide añadir, «supongo que no tienes internet en casa ni datos en el móvil y claro, por eso, aprovechas aquí. Si quieres te paso ofertas buenas de internet en casa». 

- ¿Pero no habías bajado a desayunar hace una hora? Me parecía que ya habías desayunado. 

- Debes de estar ocupadísimo porque te mandé un correo la semana pasada pidiéndote unos datos y no me lo has mandado. Si vas a pasar de mi, dímelo en confianza y se los pido a tu jefe. 

- Me ha parecido oirte quejarte de que trabajas mucho. Por curiosidad, ¿en donde te pasa eso? 

Tenga en cuenta que el jeta inutil tiene la cara de cemento armado y su fuerte no es captar la ironía así que en una segunda fase conviene que el ataque sea más directo:  

«Mira, te voy a decir una cosa. llevo observándote desde septiembre de 2005 y puedo contar con los dedos de esta mano los días que has trabajado y me sobran todos. No, venir aquí a sentarte en la silla y buscar mobiliario de Ikea para tu nueva casa, no es trabajar. Sí, sí, se que mandas un mail a la semana y que según tú esa es tu responsabilidad y la cumples pero ni siquiera eso lo haces bien, tienes en destinatarios gente que lleva muerta cuatro años. Lo sé, no sabes hacer un grupo nuevo de destinatarios porque ni siquiera sabes manejar outlook más allá de redactar, enviar y responder. Eres un inutil asqueroso». 

«Hola, quería preguntarte si te crees invisible. ¿Por qué? Pues porque todos los días pasas hora y media desayunando en la cafetería y luego te coges media hora para comer. ¿Crees que no te vemos no dar un palo al agua durante dos horas al día y que te vuelves visible de golpe cuando se te cae el boli cinco minutos antes de cumplir tu horario y te levantas diciendo "bueno, pues por hoy ya está"? ¿Eres idiota o solo un sinvergüenza?»

Conversaciones como los dos ejemplos anteriores es posible que creen "tensiones". El jeta inutil abrirá mucho los ojos, como Candy Candy, y hará como que se indigna. No se engañe, no se enfada porque usted le diga que no da un palo al agua, eso ya lo sabe, lleva años practicando, lo que le indigna es que usted se atreva a decir en alto que el emperador va desnudo. ¡Qué desfachatez!

No se haga ilusiones, el jeta inútil es una lapa, un parásito, y ni desaparecerá ni se pondrá a trabajar pero el desahogo que usted sentirá por haber creado tensiones le procurará oleadas de placer. 

Ojalá un manual así. Y ojalá empecemos a crear tensiones que incomoden a los jetas que viven plácidamente de chuparnos la sangre y la energía aprovechándose de un buenismo motivacional ridículo.


viernes, 5 de junio de 2020

Lecturas encadadenadas. Mayo

Ha sido uno de los mejores Mayos de mi vida. No poner un pie en Madrid, el teletrabajo, el calor soportable, los primeros paseos, los días largos. Creo que es el primer mes de mayo de mi vida que no he odiado la primavera con todas mis fuerzas. Normalmente, para mí, este es un mes de bajón, de meterme en mi cueva y no querer ver a nadie, de odiar el sol, las flores, los planes y todo en general. Mayo solía ser un mes de mucha lectura porque mi odio primaveral me hacia concentrarme en mis libros. Este año, por el contrario, el disfrute primaveral me ha robado mucho tiempo de leer. 
Al lío. 

Empecé mayo con un tebeo. Nieve en los bolsillos de Kim. Me lo regalaron por mi cumpleaños y cuando vinieron mis hijas de Madrid, les pedí que me lo trajeran. De Kim ya había leído sus colaboraciones con Altarriba: El ala rota y el arte de volar pero creo que este me ha gustado mucho más. En este tanto el dibujo como la historia son suyos porque cuenta una etapa de su vida, cuando de estudiante, antes de irse a la mili se marchó a Alemania a trabajar. El retrato de la gente que conoce, las historias de otros emigrantes mucho más trágicas que la suya, las amistades creadas hasta casi formar una familia, la amabilidad de muchos alemanes y la añoranza por lo dejado atrás están muy bien retratadas. A pesar de que el dibujo de Kim tiene un toque feísta creo que aquí, por la distancia a la historia y el cariño y la nostalgia con que la recuerda, tiene un toque mucho más cálido que en las colaboraciones con Altarriba. Me ha gustando también el toque que tiene a Vente a Alemania, Pepe. 

El grueso del mes lo he pasado viviendo entre las paredes del edificio situado en la calle Simon-Crubellier numero 11 de Paris. La vida, instrucciones de uso de George Perec llevaba un año esperando turno en mi mesilla y me pareció que ahora era buen momento. 

Esta novela de Perec está considerada una obra maestra y se echáis un vistazo a wikipedia podéis ver todos los intringulis de su escritura, cómo están organizados los capítulos siguiendo los movimientos del caballo en el ajedrez, las limitaciones que él mismo se impuso influido por el grupo literario Oulipo y demás pero para leerla no hace falta conocer nada de eso. La vida, instrucciones de uso es el sueño de un vecino cotilla. Se construye como un recorrido por todo el inmueble: cada piso, cada sótano, cada buhardilla, la escalera, el cuarto de ascensores, la portería, todo se cotillea hasta el más mínimo detalle. Es 13 Rue del Percebe en el tiempo y el espacio y, a la vez, es una viaje alrededor del mundo y recorriendo toda la historia. 

Da la sensación d que Perec quiso demostrarnos que la vida es inabarcable en una obra de arte y que cada detalle es importante (jamás en mi vida he leído más descripciones de bases de lámparitas de mesilla). Cada inquilino tiene su historia y los muebles que le acompañan, los cuadros de las paredes, la historia de los libros que lee, las comidas que prepara, las obsesiones que le acompañan, el trabajo que desempeña pero, además, en esa casa en la que vive están también las historias de los que vivieron antes que él y las del edificio como ente, como mundo, como universo. 

Cuando andaba entre todas esas vidas me sentía como escuchando el podcast Rabbit Hole (del que ya hablaré en su momento). Entras en uno de los pisos y caes en un agujero, en una espiral de detalles e historias que te hacen girar y girar perdiendo pie y referencias. En esta sensación de lectura me ha recordado también a la que tuve leyendo La Broma Infinita de David Foster Wallace, la sensación de tener que dejarte llevar por el autor, tratando de asirte a lo que puedas pero sabiendo que estás a su merced, que juega contigo. 

Coge un objeto de tu casa, descríbelo hasta el más mínimo detalle, cuenta la historia de ese objeto, de cómo llegó a tu casa, quién lo tuvo antes, quién era esa persona, o la historia de quién lo fabrico y la de quién lo inventó y los problemas de la persona que lo inventó y las raices de la inspiración para crear ese objeto y como fue el primero y así hasta el infinito. Eso es La vida, instrucciones de uso. No se me ocurre mejor manera de explicarlo. 

Acotamos las historias que contamos, que pintamos, que filmamos para hacerlas inteligibles, para creernos que podemos abarcar la vida, que podemos comprenderla.  

¿Hay que leer La vida, instrucciones de uso? Sí pero aviso de que es un ocho mil.  

Casi rozando el final de mes llegó Delibes y Mi querida bicicleta. A mediados de mes, hice un pedido a la librería Primera Página de Urueña (podéis escribir  a Tamara y os envía cualquier libro) y llené mi mesilla de Delibes. Éste me llamó la atención desde el primer momento porque es un breve librito con ilustraciones y después del revolcón con Perec necesitaba algo tranquilo. 

Delibes dedica esas breves páginas a contar su relación con la bicicleta desde que aprendió a montar ayudado por su padre que básicamente lo que hizo fue lanzarle a pedalear y dejarle dando vueltas al jardín hasta que aprendió bajarse él solo hasta las hazañas de sus nietos subidos a una bici. Su juventud en Valladolid esquivando a la policia local, sus escapadas al campo, sus visitas a su novia gracias a la bici. 

La bici como compañía en todas las etapas de su vida, asociada a sus recuerdos, a sus seres queridos, a sus lugares. Me ha gustado mcuhísimo y me ha recordado a las distintas bicicletas que he tenido a lo largo de mi vida, desde la primera BH roja con ruedines que me trajeron los reyes cuando tenía 6 años hasta la plegable que me regaló El Ingeniero y que está pendiente de arreglo en el garaje.  

Me identifico mucho con esto: "Hay cosas que parecen sencillas , pero no basta una vida para aprenderlas". Él habla de arreglar un pinchazo con los desmontables pero yo podría aplicarlo a un montón de cosas. 

Terminé mes a lo grande, leyendo El Camino también de Delibes. ¿Qué puedo decir de esta novela que no suene a libro de texto, a repetido, a obvio? ¿Qué se puede decir de una historia que empieza así?
«Las cosas podrían haber acaecido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así.» 

En El camino está todo:la amistad, la familia, el amor, la envidia, la compasión, la felicidad, el miedo, la tristeza, la muerte, el vértigo existencial. 
«-Bueno, pues es lo que te digo. Si una estrella se cae y no choca con la Tierra ni con otra estrella ¿no llega al fondo? ¿Es que ese aire que las rodea no se acaba nunca?
Daniel, El mochuelo, se quedó pensativo un instante. Empezaba a dominarle también a él un indefinible desasosiego cósmico».

En El Camino está hasta la perfecta definición de lo que nos ocurre ahora:
«Pero a Daniel, El Mochuelo, nada de esto le casuó sorpresa. Empezaba a darse cuenta de que la vida es pródiga en hechos que antes de acontecer parecen inverosímiles y luego, cuando sobrevienen, se percata uno de que no tienen nada de inextricables ni de sorprendentes. Son tan naturales como que el sol asome cada mañana, o como la lluvia, o como la noche o como el viento». 

Y la conciencia del paso del tiempo que no volverá nunca:
«Le dolió que los hechos pasasen con esta facilidad a ser recuerdos; notar la sensación de que nada, nada lo que pasado podía reproducir. Era aquella una sensación angustiosa de dependencia y sujeción. Le ponía nervioso la imposibilidad de dar marcha atrás el reloj del tiempo y resignarse a saber que nadie volvería a hablarle, con la precisión y el conocimiento con que el Tiñoso lo hacia, de los rendajes y las perdices y los martines pescadores y las pollas de agua».

Corred a leer El Camino.

Y con el regusto de Delibes aún en la memoria y encarando el que va a ser uno de los veraneos más largos de mi vida, hasta los encadenados de junio.


martes, 2 de junio de 2020

Esperar el futuro

Malika Favre
El año pasado, el dos de junio aterrizamos en Madrid. Llegamos a casa, nos acostamos para intentar recuperarnos del jet lag y al despertar, fuimos a la compra y me pasé la tarde cocinando, poniendo lavadoras y tiñéndome el pelo. Lo sé porque ayer leí la última entrada del diario del viaje que hemos ido releyendo cada día, justo un año después. Hace dos años estaba en la playa tras haber presentado Los días iguales en Valencia. Hace tres años estaba celebrando el 70 cumpleaños de mi madrina en La Cantina de la estación de Los Molinos en vísperas de irme a Dublin a un concierto de Eddie Vedder y Glen Hansard. Hace cuatro años cenábamos en casa, por última vez, antes de que Nieves emigrara a Australia.  Hace cinco años estaba en el colegio en un concierto de guitarra de Clara. 

En todos esos dos de junio nunca supe ni pude anticipar dónde estaría al año siguiente. El dos de junio de 2014, un año antes de ese concierto de guitarra yo estaba hundida en una depresión de la que creía que no saldría nunca, estaba convencida de que mi futuro era vivir permanentemente queriendo morirme. Sin embargo sonreía viendo a mi hija, todavía niña y no adolescente, tocar la guitarra con un lazo blanco en el pelo. La veía tocar y ni de lejos podía imaginar que un año después dos de mis mejores amigos se marcharían a Australia a vivir. "¿A Australia? ¿os marcháis a vivir allí?", me costó días creérmelo. En su fiesta de despedida tuve mi primer y hasta la fecha único "aquí te pillo, aquí te mato" (y una resaca premium). Esa noche loca no podía ni imaginar  un año después celebraría el setenta cumpleaños de mi madrina días después de haber entregado el manuscrito de un libro que todavía no tenia título. En esa noche de encontronazo ni siquiera había empezado a escribir, ni siquiera había pensado en escribir.  Un año después, cuando el libro ya tenia título, portada, y era un libro de verdad,  lo presenté, completamente afónica,  en Valencia, el día de la moción de censura a Rajoy. Me levanté de la siesta y Rajoy ya no era presidente, recuerdo la sorpresa. La misma que hubiera sentido si alguien me hubiera dicho que un año después estaría volviendo de Nueva York con mis hijas tras haber cumplido uno de sus sueños. 

Volvimos de Nueva York y jamás hubiéramos podido imaginar que hoy 2 de junio de 2020 íbamos a estar saliendo de una pandemia que ha arrasado el mundo y ha dejado nuestras vidas del revés. ¿Dónde estaremos el año que viene?

"Mamá, no te preocupes por las cosas antes de tiempo. No sirve para nada. Si tiene que pasar algo malo, cuando pase, ya nos agobiaremos pero no lo pienses ahora porque no sirve para nada". 

Mi hija Clara con catorce años tiene la actitud vital que yo llevo intentando tener toda mi vida y que, solo ahora, estoy empezando a rozar. No sé donde voy a estar dentro de un año, ni en agosto, ni siquiera dentro de quince días y he aprendido a que me de igual. 

He aprendido a no correr hacia el futuro. He aprendido a sentarme y esperar a que llegue. He aprendido a pararme y decir "Bah, ya lo pensaré mañana". 

Es más descansado y el resultado es el mismo. 


PS: "Ana, qué guapa estás" me ha dicho hoy mi sobrino. Creo que ha sido porque he empezado a pintarme los labios todos los días. 

viernes, 29 de mayo de 2020

En el jardín

En el jardín tenemos un árbol muerto que parece el árbol del ahorcado. No siempre estuvo muerto ni solitario. Cuando mis padres compraron esta casa, a sus anteriores propietarios, en ese lado del jardín había unos cuantos pinos más o menos alineados con la tapia. Aquel jardín, recién comprada la casa,  era un erial con arena y hierbas gigantes que te picaban las piernas, los brazos y hasta la barbilla. A la entrada de la casa había una bola verde gigante que no teníamos muy claro que era: ¿un seto, un arbusto, un árbol raro? Resultó ser un pino que debidamente podado ha ido creciendo durante estos cuarenta años hasta poder ser calificado con total exactitud como señorial. Es más alto que la casa, soporta varios columpios y sus ramas casi entran por la ventana del cuarto de los niños. Discutimos si podarlas o no. Yo defiendo que no las podemos porque me entra la vena literaria inglesa, y pienso en Los Cinco y en Cumbres Borrascosas y en los Cazalet y en como en esos libros, siempre, en algún momento hablan del sonido del viento en las ramas. Otros creen que es necesario podarlas para que entre luz en ese cuarto que, todo sea dicho, está siempre en penumbra. 

Este jardín ha cambiado en cuarenta años casi tanto como el pino bola. Ha cambiado a medida que lo hemos ido conquistando, ocupando cada rincón con una actividad o algo que hacer. No es fácil tener un jardín que vivas. En la última semana, en mis paseos, he visto a los recién llegados de Madrid abrir las puertas de sus casas y asombrarse ante la altura de las hierbas en sus jardines: "madre mía, esto está hecho una selva". En muchas casas por aquí, los jardines dormitan desde septiembre hasta julio. Se agostan, otoñan, se cubren de nieve y brotan sin que nadie los vea. En este año tan raro, sus dueños se han encontrado sus jardines asalvajados y se han sorprendido como unos padres que llegan a casa y descubren que sus adolescentes han montado una fiesta. Nuestro jardín no se asalvaja porque estamos siempre aquí, no le da tiempo a crecer sin control, a lanzar ramas al suelo o romper el suelo del porche con las raíces. Lo mantenemos educado pero como decía Delibes que le educaron a él, educamos al jardín a la francesa. Esto es (en mi cabeza) que lo dejamos hacer sin someterlo a una estricta disciplina que lo convierta en algo sin diversión, invivible y solo apto para las visitas. Algo incómodo e inútil, como esos salones con fundas de plástico en los sofás que solo se abren para ocasiones especiales que no llegan nunca. 

Cuando yo era pequeña en la casa de mis abuelos, La Rosaleda, había mil rincones pero solo vivíamos en uno. La pérgola era el centro de toda la actividad. Allí desayunábamos, comíamos, merendábamos y cenábamos. A su alrededor dábamos vueltas y vueltas con nuestras bicis con ruedines montando un estruendo que no entiendo como he conseguido llegar viva a los 47. Mi abuelo leía el periódico, mi madre cortaba judías verdes, por las tardes jugaban a las cartas. Cuando jugábamos nunca nos separábamos más de tres o cuatro metros de la pérgola. Jugábamos con la arena o lanzábamos coches en la rampa del garaje pero todo cerca su sombra. Había muchísimo más jardín, macizos de violetas y lilas rodeados por unos bordillos de piedra que a nosotros nos parecían muros insalvables que decían: ni se te ocurra adentrarte aquí. Entre estos macizos discurrían caminitos sombreados, en los que siempre hacía más frío, que recorríamos cuando jugábamos al escondite pero no nos escondíamos ahí porque todos sabíamos que ahí, en esos recovecos había monstruos, bichos y sobre todo arañas. Tengo 47 años y cuando voy por allí todavía me dan respeto. En casa de mis abuelos había también un estanque hexagonal, que nos encantaba, colocado debajo de un sauce llorón gigantesco. Entre la hiedra, adosado a la tapia de ese lado de la casa, había un banco de baldosines rojos muy coqueto. Nos sentábamos allí  a jugar a las "señoras y señores" porque allí se sentaba mi abuela con alguna de sus amigas a charlar. Nosotros fingíamos "charlar" pero nos aburríamos enseguida y tirábamos piedras al estanque. Años después el estanque se rellenó de arena. Un estanque cegado es como una atracción de feria abandonada. Es triste. 

En casa de mis abuelos también había un pinar que, por supuesto, sigue allí. En el pinar se estaba fresco y había procesionaria. Las orugas asquerosas nos daban muchísimo asco y les cogimos tanto miedo que cuando cruzábamos el pinar para ir a la piscina o a la casita en la que dormíamos íbamos con mil ojos. Acabo de recordar que también había una mesa donde hacíamos tareas en verano y allí estaba la tapia a la que nos encaramábamos a espiar a los vecinos. 

En esta casa cuando llegamos, tuvimos que construirnos los recuerdos en el jardín. Las vueltas en bici las dábamos las alrededor del pino muerto. A falta de vecinos para espiar,  saltábamos la tapia de atrás para explorar los prados que había detrás (nos habíamos mudado al límite del pueblo) y temíamos a la procesionaria que tenía el pino muerto y sus compañeros. 

Ahora, cuarenta años después, el pino bola es gigante, mis hijas y mis sobrinos dan vueltas en bici a todo el jardín. El castaño que plantó mi padre hace veinticinco años se ha hecho enorme y nos sentamos a su sombra en verano. otro de los árboles que plantó mi padre tuvimos que talarlo el año pasado porque, en su crecimiento, había cogido una inclinación muy peligrosa, tan peligrosa que se apoyaba en el porche. Tenemos un huerto y un cercado para los perros. Un peral y un ciruelo que ha necesitado muletas. Y el pino bola, majestuoso y enorme, preside todo. 

Cuando era pequeña creía que las cosas siempre eran igual, se mantenían inalterables. Eran así  ahora porque así lo habían sido siempre y se mantendrían igual sin importar el tiempo que pasara.  Mis hijas se niegan a que cortemos el pino muerto del jardín. "Es del jardín y ahí está perfecto. A nosotros nos gusta". Estoy de acuerdo con ellas y más ahora que en él que ha anidado un pájaro carpintero.