lunes, 28 de junio de 2021

Su columna es mala

Rosie McGuinness
Estimado Sr: 

Soy su editora y el motivo de este correo es comunicarle que la última columna que nos ha remitido no va a publicarse. Sí, sé que ahora mismo está sorprendido por dos cosas. La primera que exista una editora en el periódico que lea sus cositas y qué, además, haya decidido no publicarla y tenga autoridad para ello. ¡Sorpresón! Me imagino que, ahora mismo, está pensando ¿Cómo se atreve esta muchacha? Sí, porque usted es uno de esos que llama a las mujeres, muchachas, chicas, chatas, chavalas o feas si son de su cuerda y feminazis comunistas con cara de rata si no lo son. Es también de los que piensa que usted vale tres mil o cuatro mil millones de veces más que una mujer por algún extraño motivo que no alcanzo a comprender pero que tampoco me importa un comino. Me juego una mano a que su segundo pensamiento ha sido "voy a llamar a Mengano Rodrigañez de Felpudinez a decirle que a esta chica no la quiero ahí y que yo publico lo que me da la gana, que no ha nacido la persona y menos una mujer que me diga a mí lo que publico o no". 

He acertado ¿a qué sí? Está estupefacto. Además de mujer y su jefa soy espabilada. Sí, espabilada es el adjetivo que ponen los hombres como usted a las mujeres inteligentes y dispuestas. Es como un premio de consolación, "qué espabilada", como si tuviéramos seis años y hubiéramos aprendido a montar en bici sin ruedines seis meses antes de lo esperado. 

Al grano. La columna que ha remitido es mala. Mala de solemnidad. (Ja, que califique así su escrito seguro que le ha escocido porque es una expresión viejuna y casposa que usted reparte a diestro y siniestro y ¡oh, sorpresa! se la acaba de llevar en toda la cara, como un bofetón de película). La columna es mala, aburrida, soporífera yo diría y llena de incongruencias conceptuales que no se sostienen de ninguna de las maneras. Miento, se sostienen en su posicionamiento político que usted se empeña en recalcar todo los dias como si no lo supiéramos y como si le importara a alguien. La columna huele a rancio. Huele como el piso que me compré hace años. La dueña había muerto, los herederos cerraron la casa dejándola tal y como estaba y cuando fuimos a visitarla por primera vez, olía exactamente como su columna. Solo podría ser peor si usted hubiera aclarado que las feas a las que se refiere en sus líneas, son feas de izquierdas. Las feas de derechas pueden exhibirse alegremente porque, por supuesto, feas de derechas hay pocas y las que hay son elegantes, sofisticadas, con conversación, saber estar, apellidos con historia y sobre todo le encuentran a usted fascinante, inteligentísimo e ingenioso.  Hay feas de derechas pero no hay tantas que además sean idiotas. Confié en mi, si una mujer le ríe las gracias a su edad, es por pena. Disculpe mi sinceridad y, por favor, no caiga usted en acusarme de edadismo, no creo que usted no sea gracioso por edad, es simplemente que no tiene usted gracia ni la ha tenido nunca. Para que lo entienda, como la que es fea, que es lo es para siempre. Pues usted igual, de gracioso ni medio. 

No me venga ahora con "me cancelan porque la izquierda limita  mi derecho de expresión". No tengo tiempo, ni ganas, ni creo que merezca la pena explicarle que no se puede recurrir al pataleo de la cancelación cuando se lleva cuarenta años dando la turra en un periódico y supongo que alguna radio (lo siento pero no sigo su carrera con interés). No explico desde tan abajo. No le cancela nadie, simplemente no vamos a publicar una columna malísima. Sí, sí, sé que se ha hecho el moderno y ha puesto el título esperando enganchar a la gente con la indignación, sobre todo a las feas feminazis que llevan zapatos proabortistas ¿a que sí? Ay que picarón, creía usted que yo iba a picar con eso. Pues no. Puestos a pensar titulares que enganchen se me ocurren otros con usted de protagonista que, le aseguro, le procurarían a cualquier medio millones de clics y no solo de feminazis incultas, feas y adoradoras de Satán, sino de cualquier hijo de vecino, incluidos marqueses que opinan que votar es de ricos, que los pobres no saben. 

A lo que voy. No vamos a publicar su tontería de señor con ínfulas de provocar. No insista. No me haga enfadar. No me obligue a amordazarle con una pelota de ping pong. 

¿Ha visto Pulp Fiction? Pues eso. 

Lo haré por su bien si me obliga. No quiero que se ponga, aún más, en evidencia. Se lo debo como editora. No haga el ridículo. Escriba otra cosa, algo sobre los naranjos de Sevilla, el olor a verano o como se ve el pasado desde su provecta edad, cuando no había chavalas en puestos de responsabilidad y la vida era más fácil. 

Atentamente. 



Ojalá hubiera pasado esto. 

lunes, 21 de junio de 2021

Pasado mañana y más

Pasado mañana. Con la llegada de la vacunación masiva a nuestras vidas hemos recuperado el pasado mañana. Pasado mañana no solo designa, como su propio nombre indica, el día que va después de mañana, es mucho más. Pasado mañana es el tiempo perfecto. No se refiere a nada inmediato que vaya a ocurrir ya, para bien o para mal, ni a un tiempo muy lejano que lo mismo no llega como por ejemplo el próximo lunes. Pasado mañana está en el límite entre lo que estás viviendo y lo que llegará, lo que todavía no existe pero tiene muchas posibilidades de hacerse realidad. Pasado mañana te permite acariciar, saborear, fantasear con aquello que va a ocurrir y que deseas pero al mismo tiempo permite que en ese intervalo de horas, algo se tuerza si lo que va a pasar no te apetece una mierda. Una cancelación de un marrón  que va a ocurrir pasado mañana es un lujo, te permite suspirar de alivio y al mismo tiempo regodearte en ese tiempo con el que no contabas y que, ahora, es tuyo de nuevo. Pasado mañana lo tiene todo para ser el intervalo de tiempo más lujurioso y deseable: todo por llegar, rozándolo con los dedos pero sin tocarlo aún. Pasado mañana es tántrico. 

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«La Junta Directiva ha valorado tu cuestionario, por el equipo encargado de las adopciones, sentimos comunicarte que ha encontrado varios puntos que difieren con la filosofía y la política de nuestra protectora. Se ha considerado,  no se adaptó al 100% con nuestros puntos de vista,  como para darlo por válido, con lo cual te informamos que procedemos a desestimarlo.No damos perritos en adopción que vayan a dormir en caseta, fuera del domicilio, en ninguna estación del año,  los damos en adopción para que sean un miembro más de la familia y bajo nuestro punto de vista ningún miembro de la familia puede dormir en una caseta.»

Cuando después de tener perro durante más de treinta años, recibes esta contestación a una solicitud de adopción de una cachorrita de mastín, por parte de una misteriosa Junta Directiva que, sospecho, son tres mataos con camisetas con mensaje y ukelele (con todo mi respeto a las camisetas de con mensaje y a los ukeleles) te quedas un poco sorprendido. ¿Está mal que un perro duerma en un jardín? ¿Lleva la  humanidad maltratando perros toda su historia? ¿La Junta directiva ha convivido alguna vez con un perro de 50 o 60 kilos? Entiendo que la Junta Directiva quiera asegurarse de que vas a cuidar al perro pero de ahí a pedir absurdeces, va un mundo. Levanto la vista y veo a Turbón durmiendo justo en la sombra que da el pino al caer la tarde. Es un miembro de la familia que, desde luego, tiene pinta de no tener traumas por dormir en el jardín. 

Ana, contéstales que aquí todos los miembros de la familia dormimos en caseta.
–Mamá, eso es mentira.
–¿Y qué? Son bobos

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Vamos al cine a ver A Quiet Place 2. Acabo la película echa una bola en la butaca y me entra ardor de puro susto. 

No sé cuándo volveremos a ir al cine las tres juntas. Últimamente cuento las últimas veces que estamos haciendo las cosas. 

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Cuando unas instrucciones de Ikea dice que se necesitan dos personas y tres horas, en realidad son dos personas suecas que se corresponden con tres españolas y las tres horas hay que multiplicarlas por la diferencia horaria con España: diez o doce.  Un mueble de Ikea nunca está mal. Lo siento pero si no sale bien el que te has equivocado eres tú. Y nunca falta un tornillo, lo has perdido. 

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–Mamá, ¿en algún momento de la vida se pasan estas ganas continuas de dormir?
–No, solo aprendes a funcionar con ellas y a suspirar por volver a ser capaz de dormir doce horas del tirón y tener tiempo para hacerlo. 


martes, 15 de junio de 2021

La litera

Recuerdo vagamente la primera vez que me subí a la litera. Como siempre fui una niña repelente y muy obediente, descolgué la barandilla, la puse en posición de escalerita y trepé a la cama de arriba. Fue la primera y la única vez. (Los que no han dormido nunca en litera no lo saben pero por mucho que los fabricantes de literas creen escaleritas e ingeniosos elementos para subir a la de arriba, el usuario siempre encuentra un camino alternativo para trepar que no implica ninguna de las ideas pensadas por el equipo creativo.) Esa primera noche, estrenábamos litera y mesas de estudio y nuevos armarios y nos encantaba la tela de flores con la que habían entelado las paredes de la habitación. (Lo aviso aquí, el ciclo de la vida de la decoración es: pintura, papeles pintados, paredes enteladas y vuelta a pintura...por lo que veo en Instagram estamos a dos temporadas de lo de las telas porque los papeles están ahora en su apogeo). Nos creíamos, mi hermana y yo, muy mayores. Calculo que yo tendría unos ocho o nueve años y ella seis y ese movimiento de cuarto suponía el final de la existencia del cuarto conocido como la "leonera", un cuarto que teníamos solo para jugar donde podíamos construir cabañas que duraran semanas, montar teatrillos con todos los peluches, organizar ciudades de los clics atacadas por los madelman de mi hermano o utilizar las herramientas del banco de carpintero de juguete como si fuéramos carpinteros de verdad con el consiguiente enfado de mi madre. La leonera moría y nosotros tres dejábamos de dormir juntos: éramos mayores y necesitábamos mesas de estudio. 

Los siguientes veinte años los pasé trepando cada noche a la cama de arriba (sin usar la escalerita). Un pie en el tablón a los pies de la cama de abajo, otro en el cubre radiador y arriba. Algunos de esos años cuando me acostaba miraba un poster de Bruce Springsteen que había pegado al techo de la habitación. Durante todos esos años una estantería soportaba el peso de mis lecturas justo encima de mi cama. Varias veces no lo soportó y fui reprendida por "poner demasiados libros". ¿No ves que la estantería no aguanta tanto peso? me decían. No, no lo veía, ni se me había ocurrido. 

En esa litera he pasado unas cuantas resacas, grandes disgustos,  grandes lloros y grandes ilusiones (Nunca una noche de lujuría, para eso okupaba la cama de mi hermana). Las noches sin dormir antes de los Reyes, el día antes de mi cumpleaños, el día antes de empezar el cole. Las grandes vomitonas infantiles me las ahorré porque con todo mi morro, si me encontraba tan mal como para vomitar asomaba la cabeza por la barandilla y vomitaba hacia el suelo o hacia mi hermana. Nunca me lo ha perdonado. Durante todos esos años, según iba creciendo, pensaba: cuando pasé a BUP ya no podré dormir en la cama de arriba, cuando cumpla dieciocho ya no dormiré ahí, cuando esté en la Universidad seguro que ya no trepo por el radiador, cuando empiece a trabajar no podré dormir ahí. Imaginaba con antelación  esos hitos, a personas mayores que yo durmiendo en litera y era incapaz. Me parecía que no pegaba dormir en litera si tenías catorce o eras mayor de edad, o estabas en la carrera o ganabas un sueldo. Dormir en litera era de pequeños. Dormí en esa litera, trepé por ese radiador y  hasta los veintiocho años, hasta la víspera de mi boda. 

Después de casarme, la litera y yo nos separamos durante cinco años. Ella hizo su vida con mi hermana y yo me dediqué a las camas de dos por dos y luego a las cunas. Pasado ese tiempo nos volvimos a juntar, la desmontamos, la trajimos a nuestra casa para que la disfrutaran mis hijas. Durante los últimos quince años María ha dormido en la de arriba y Clara en la de abajo. Han dormido en ella como ceporros, han jugado a las cabañas, a los teatros, a lanzarse al suelo, han usado la escalerita una sola vez y han trepado. Por supuesto, también han vomitado en ella. 

Era una litera estupenda, una gran litera. No era un mamotreto de esos que en la tienda parecen monísimos y en tu casa parece que has aparcado un submarino en la habitación, ni tan pequeña que fuera ridícula. Tenía el tamaño perfecto, era la que hubiera elegido Ricitos de Oro. Permitía hacer la cama de arriba con comodidad sin tener que trepar y sentarte en la de abajo a leer cuentos o charlar sin darte con la cabeza con la de arriba. Era perfecta, no ha habido nunca una litera mejor. 

La litera que me ha acompañado durante cuarenta años  ha desaparecido de mi vida. La hemos desmontado y ha salido de nuestra casa para siempre. Su desaparición se debe a que en la guerra por tener un cuarto para cada una, mis hijas, finalmente, han ganado. Ha sido más que la Guerra de los Siete Años pero no hemos llegado a los Treinta aunque sin pandemia, puede que, nosotros hubiéramos aguantado más. Mis hijas se independizan la una de la otra y la litera ha sido el daño colateral.

En el cuarto de mis hijas ha quedado un hueco enorme, ahora la habitación parece muchísimo más grande. ¿Veis como no es un dormitorio pequeño? aprovecho para decirles. No les digo que además del hueco de la litera, yo veo el hueco que ha dejado su infancia. Mientras escribo este pequeño homenaje a esa litera, ellas montan su nueva cama. Ojalá las acompañe cuarenta años y no la vomiten mucho. 

jueves, 10 de junio de 2021

Adiós, Nan.

 

Adiós, Nán. 

Adiós, Nán. Adiós, maravilloso amigo. Adiós, recomendador de libros maravilloso y animador de todos mis intentos de escribir. Adiós a uno de los amigos más fieles, cariñosos y generosos que he tenido y tendré nunca. 

Hoy ha muerto Nán y escribo esto anestesiada, sintiéndome de corcho porque no puedo creerlo, porque me parece imposible que no vaya a estar al otro lado. Que no participe más en nuestro grupo  de whasap con Di, "La broma infinita",  comentado el día a día, compartiendo los éxitos de su hijo o alegrándose y emocionándose al ver crecer a las mías. 

No quiero decir que los amigos de las redes son como los amigos en la vida real porque para mí no hay distinción y me parece una estupidez. Los amigos llegan a tu vida por las redes, por el trabajo, por casualidad o en el gimnasio (no en mi caso, por supuesto). Nán llegó a la mía por Cosas que (me) pasan. Apareció en mi blog, leyó y comentó. Creo que es el mejor comentarista que he tenido nunca. No solo leía lo que yo escribía, también veía mi intención y lo que había dejado fuera. Era crítico cuando no le había gustado algo y el más entusiasta de los fans cuando algo le había impresionado. Para mí que Nan aprobara mis textos era un honor porque he conocido pocos lectores más atentos, más perspicaces y sobre todo, que traten con tanto cariño las palabras tanto al leerlas como al escribirlas. 

El primer correo que me envío es de 2010, casi lo más importante de mi vida ha pasado desde entonces y él  ha estado conmigo en todo momento. Tengo cientos y cientos de sus correos, siempre interesantes, siempre escritos llenos de generosidad y de cosas a compartir. He aprendido tanto, tantísimo con él. Nos hemos contado nuestra vida, nuestros secretos. Me llevó de la mano durante la depresión compartiendo conmigo como se había sentido él cuando atravesó la suya. Fue uno de los primeros lectores de Los días iguales y su sonrisa el día que presenté Una madre sin superpoderes era aún más grande que la mía. Durante un tiempo fue también el corrector de mis posts, yo se los mandaba y él me los devolvía corregidos y enseñándome a puntuar y demás. Si algo he mejorado es gracias a él. Se sentía orgulloso de mí y esa sensación me encantaba. 

Nán era el mejor amigo,  no le gustaba salir de su área de confort, de su Malasaña querido. Lo más lejos que quedamos nunca de su casa fue en el Retiro pero le encantaba que Di y yo le pasáramos fotos de nuestras vacaciones lejanas, con nuestras hijas en playas, ciudades o pueblos que él ni se planteaba conocer. Por él viajaba Lola, su mujer, su gran amor y la mejor compañera. Por él viajaba Luis, su hijo, del que siempre hablaba con un orgullo que le brotaba en las palabras, en los ojos, por la piel. 

"Inspiras una gran confianza. Si alguna vez lo necesito, gritaré ¡Moli!" me escribió hace muchos años. 

¡Nán! 

Adiós, Nán. Ya nadie me llamará Molinillos. Nos dejas huérfanos.