viernes, 13 de julio de 2018

Feminismo, ira y risa.

«Deberíamos permitirnos la risa como respuesta a algunas de las actitudes machistas que son, sencillamente estúpidas. Lo bueno de la risa es que en un noventa y nueve por ciento de los casos  es una muestra de poder. Reírte de ellos no solo convierte su comportamiento en lo que es, risible sino que además te pone por encima e ellos» Mary Beard. 

«Sí, la risa y la furia...con algunas otras» Chimamanda Ngozi Adichie. 

Mary y Chimamanda hablan relajadamente sobre machismo, discriminación, comentan las veces que se han sentido menos por ser mujer o por ser negra en el caso de la escritora nigeriana. Lo hacen en un tono relajado, inteligente, con humor. Creen que para cambiar la situación de la mujer, para llegar a la igualdad real hay que cambiar los esquemas mentales de mucha gente, hombres y mujeres, y eso llevará tiempo y se necesitan a todos, hombres y mujeres, en ese empeño por cambiar las estructuras sociales y las ideas. A nadie le gusta cambiar sus ideas, porque todos creemos que las nuestras son las buenas, las fetén, pensar en que otras puedan ser mejores y aceptarlo, lleva tiempo. 

«Tengo ira y creo que tengo todo el derecho a sentirla pero a lo que no tengo derecho es a propagar la ira. No. Porque la ira, tanto como la risa, puede conectar a un grupo de desconocidos como nada más puede. Pero la ira, aunque se acompañe de risas, no puede liberar tensiones. Porque la ira es tensión, una tensión tóxica y contagiosa. Y no tiene otro propósito que propagar odio ciego y no quiero hacer eso porque me tomo mi libertad de expresión como una responsabilidad y el hecho de poder tomar la posición de víctima no hace que mi ira sea constructiva. Nunca es constructiva. La risa no es nuestra medicina. La cura está en las historias. La risa solo es la miel que endulza la amarga medicina» 

Este párrafo brutal es del monólogo Nanette de la cómica australiana Hannah Gadsby. Gadsby es lesbiana y creció en Tasmania dónde la homosexualidad fue delito ¡hasta1997! Sufrió discriminación, fue violada por dos hombres y con diecisiete años recibió una paliza de un tío que pensó que estaba ligando con su novia sin que nadie intercediera para pararlo. En este monólogo magistral, con un guión prodigioso. que tiene al espectador a su merced cuenta toda su historia mientras va dejando caer reflexiones que te sacuden como un buen bofetón. Da igual qué seas o quién seas, la bofetada te la vas a llevar.

La ira, la risa, las historias. Mary, Chimamanda, Hannah, tres mujeres cada una con sus circunstancias, cada una en una punta del mundo. Las tres inteligentes, las tres enfadadas y las tres pensando que la solución al machismo, al rancio pensamiento de los hombres son mejores porque «siempre ha sido así»,  no es el «todos los hombres son malos o violadores o unos cabrones». La solución a larguísimo plazo es escuchar las historias que no hemos oído., que no nos han dejado contar. Chimamanda se hizo (aún) más famosa con su charla sobre Todos deberíamos ser feministas en el que contaba que lo importante, lo vital es que se escuchen las historias de las mujeres, de los que no hemos oído. Mary Beard da conferencias sobre la manera en que la mujer ha estado siempre callada, oculta, muda. Analiza el modo en que a lo largo de la historia hemos estado silenciadas. 

Creo que estamos viviendo un momento increíble, una especie de despertar colectivo hacia lo que las mujeres hemos hecho y hacemos. Y ese despertar no es solo de los hombres, no se trata de sacudirlos por las solapas y decirles «Eh, que estamos aquí, que hacemos cosas y podemos ser acojonantemente buenas o no». Nosotras también tenemos que verlo y, a la vez, con ese subidón de reconocimiento no deberíamos pasarnos de frenada y creernos seres de luz. Como también dice Gadbsy en su monólogo «Yo no creo que las mujeres sean mejores que los hombres. Creo que las mujeres son tan corrompibles por el poder como los hombres porque ellos no tienen el monopolio de la condición humana». Creo también, como dice Mary Beard, que debemos reírnos de muchas de las estupideces machistas porque lo son, son estupideces ridículas y no podemos encabronarnos por todo porque entonces el encabronamiento deja de tener sentido. La ira, como dice Gadbsy, no es la respuesta a todo porque jamás es constructiva. Ella con más derechos que casi nadie para sentirse muy cabreada e iracunda dice «No quiero que la ira defina mi historia». No podemos dejar que la ira y el griterío de odio hacia los hombres en general defina este momento de reconocimiento de las historias de las mujeres. Escuchemos las historias, disfrutemos de este increíble momento de reconocimiento entre las mujeres y por parte de la mayor parte de los hombres, enfurezcámonos cuando hace falta y, por último, usemos la risa. Para reírnos de las estupideces y, también, por favor, un poquito de nosotras mismas... que se nos está yendo la pinza con algunas tonterías.    

No sé si he conseguido explicarme pero no importa. Atended a Mary y Chimamanda y no dejéis de ver a Hannah. Escuchad sus historias y reíd con ellas.  



martes, 10 de julio de 2018

Agencia Matrimonial Nazareth

Agencia Matrimonial Nazareth. Creo haber leído mal. No puede ser. ¿Será un cartel de atrezzo para otra serie ambientada en los sesenta? El cartel parece en buen estado, robusto, está bien anclado a la pared y tiene todas las letras. Ninguna cuelga desprendida a punto de caerse encima de un peatón.  Ni siquiera está polvoriento o deslucido. «¿Te has fijado? En la ventana hay plantas vivas. Quizás sigue funcionando y alguien cuida esas plantas»

Nazareth. El nombre ya es todo un enigma. «Quizás la dueña se llame así» Justo cuando estoy a punto de preguntar si hay alguien que se llame así, recuerdo cuando la gente se llamaba África o América o Belén. No conozco a nadie de menos de veinte años con esos nombres, quizás ahora se consideren apropiación cultural. Los tiempos cambian. O no. Una agencia matrimonial todavía en activo. 

Pienso en las plantas de la ventana. Pienso en la dueña, Nazareth, y la imagino en parte como Ofelia, la secretaria de la T.I.A. y en parte como Christina Hendricks en Mad Men. Alguien con quien al encontrarte, tras llamar al timbre después de haber cerrado las puertas del estrecho ascensor, te sientas a gusto. Alguien que transmita la sensación de conocer el negocio y al mismo tiempo de no necesitar utilizarlo. Alguien que no te juzgue, al que no des pena, que no te mire como un bicho raro o como carnaza para psicópatas. Alguien que consigue que las plantas en el alfeizar de una ventana polvorienta en pleno centro de Madrid luzcan verdes y lustrosas. 

Cuando era pequeña una agencia matrimonial me parecía algo muy misterioso, muy extraño. ¿Quién acudiría a ellas? ¿Por qué? ¿Acaso no era mejor conocer gente "en persona"? Si acudías a una agencia o bien tú tenías algún problema o aquellos con los que la agencia te iba a emparejar tenían un problema, seguro que no eran de fiar. Exactamente lo mismo que opina mucha gente de las aplicaciones, portales y páginas para ligar, para encontrar pareja. «¿Por qué alguien como tú busca pareja en internet?» «¿Qué es alguien como yo? Eso es una estupidez. A todo el mundo puede apetecerle buscar pareja» «Bueno, vale, pero es que en esas páginas no hay más que psicópatas y chalados. ¿Cómo vas a fiarte?» Si estás  en una página de citas tiene que ser porque te pasa algo raro o solo vas a encontrar chalados. Sin contar el famoso argumento de ¿Cómo te has dejado poseer por el falso mito del amor romántico cuando lo importante es la realización personal y el saber estar solo? Ajá. Pues porque a lo mejor las pantallas de la realización personal y el saber estar solo ya te las has pasado hace tiempo y lo que te apetece ahora es encontrar a alguien para hacer cucharita, ver pelis, irte de viaje, reírte y follar.  Lo del amor romántico va por gustos, hay quien quiere creer en él hasta el infinito y más allá y hay quien lo ha desmenuzado, deconstruído y se ha hecho una versión a su medida con la que está a gusto. 

Vuelvo a pensar en la Agencia y pienso en sus clientes. Quizás son personas que no se fían de internet, ni de los algoritmos ni de las aplicaciones. No quieren que los espíen los rusos ni sus familias. No quieren que nadie les juzgue, ni que les cotilleen los mensajes. O, a lo mejor, son desencantados de las redes, de Tinder, Meetic y demás. Quieren que una persona, que Nazareth, les abrace, les acoja, les diga que todo saldrá bien y que cree que tiene la persona perfecta para él o ella. Y, probablemente, cómo me dijeron ayer, sea verdad. Dos personas que acuden a una Agencia Matrimonial ya tienen mucho en común, seguro que cualquer algoritmo les daría un 100 % de compatibilidad. 

Han vuelto el vinilo, las gafas cuadradas que no favorecen a nadie y los estampados en marrón y amarillo. ¿Por qué no iban a volver las Agencias Matrimoniales? 


viernes, 6 de julio de 2018

Bailar con los recuerdos

Juanito tenía el pelo blanco, las manos redondas, con dedos gordos y se movía por su tienda con un caminar extraño, bamboleante. Tenía una perra, pastor alemán, que creo recordar que se llamaba Laika o Lassie porque hubo un tiempo que todas las perras se llamaban Laika o Lassie y los hombres mayores se llamaban Juanito. Yo tenía siete, ocho años y me abuela me mandaba a comprar huevos, un par de pollos o jamón de york. A mí me parecía que Juanito tenía mil años pero debía tener cuarenta porque su mujer, Juanita, sigue viva. Jessica era una niña de mi curso, del A. En séptimo curso le diagnosticaron leucemia, recuerdo verla un día, el último, llevando una peluca como de las Virtudes, al pie de las escaleras de bajar al patio. Teresa y Eleuterio eran mis bisabuelos, recuerdo el día en que mi madre me dijo que él había muerto. No recuerdo nada del día que murió ella, solo que me daba mucho miedo, un miedo que me sigue dando cada vez que veo su foto de bodas en la galería de mi casa. Un amigo de mi abuelo, cuyo nombre no recuerdo, capaz de meterse en la piscina y tumbarse en el fondo y caminar por el suelo de la piscina durante, lo que a mí que debía tener siete años, me parecía un periodo de tiempo sin incompatible con la vida.  El padre de Juan se llamaba Juan y no se bañaba nunca en verano. Le encantaba que todos los niños estuviéramos en su casa, que correteáramos, que discutiéramos con él, nos echaba broncas, nos contaba historias. Recuerdo el día que entre varios conseguimos tirarle a la piscina vestido y lo enfadadísimo que salió con todo el pelo y la barba chorreando porque le habíamos mojado la cartera. Agapito era un conductor en mi empresa, tenía un tupé de pelo blanco del que estaba orgullosísimo, unos ojos azules casi transparentes y no se callaba ni debajo del agua. Estaba desayunando el día que escuché en la radio que había muerto James Gandolfini y todavía me sorprende tener ese recuerdo tan fijo, tan cristalino.  He olvidado el nombre del dueño de La favorita pero recuerdo su aspecto y como se movía a la velocidad del rayo abriendo y cerrando cajones y manejando un pincho con "manitas" con el que cogía las maravillas que guardaba en lo alto de su tienda que era como una cueva de los tesoros. Mariano, el portero de casa de mi madre que era clavado a Vicente del Bosque. Carmen y Pepe Perla, ella sonriendo siempre y oliendo a cosas ricas de comer, él con su chaqueta de punto completamente abotonada y siempre muy enfadado detrás de la barra del bar al que íbamos a pedirle un vaso de agua y un Kojack, «el agua en tu casa que allí también sale del grifo». 

Todos están muertos. 
No los he olvidado. 

En la película Coco (que si no habéis visto estáis tardando) los muertos mueren de verdad cuando nadie los recuerda, pero también hay investigaciones que dicen que la memoria nos engaña, nos hace creer que recordamos cosas cuando, en realidad, las hemos inventado. Yo no me he inventado a Juanito, a Mariano, a Jessica, a Carmen y Pepe, a Galdonfini, todos existieron pero quizás mis recuerdos no sean fiables, sean ficticios. ¿Importa eso? Ellos probablemente no pensaron jamás que yo los recordaría... pero hoy, con mis recuerdos verdaderos o falsos, les ha tocado salir a la realidad cuando menos se lo esperaban.  Quizás, cuando yo muera, un desconocido me recuerde por alguna tontería y sea yo, la que salga a bailar con el recuerdo de un extraño.  




miércoles, 4 de julio de 2018

La Ley Adolescente de la Perfecta Incompletitud (LAPI)

¿Cómo hace las cosas un adolescente? No las hace ni bien ni mal, ni rápido ni despacio, ni con interés ni con desinterés, ni triste ni entusiasmado. Los adolescentes hacen las cosas buscando la perfecta incompletitud y con el mínimo posible de iniciativa propia siguiendo la Ley Adolescente de la Perfecta Incompletitud (LAPI) cuyo principio fundamental es: hacer las cosas un poco. 

Pasemos a ilustrar esta ley con unos cuantos ejemplos clarificadores. 

«Recoged la ropa tendida» 

Los tiernos adolescentes proceden, entonces, a arrancar la colada de las cuerdas del tendedero sometiendo a las pinzas a un peligroso juego de vida o muerte en el que las más afortunadas consiguen aferrarse a la vida y permanecer cogidas de la cuerda y las más débiles se precipitan al vacío y mueren. Recoger las pinzas a la vez que la ropa es algo que ni se les ocurre. «¿Para qué? Así ya están ahí la próxima vez que tienda». Ni que decir tiene que esa próxima vez ocurrirá tras varios gritos autoritario o por una amenaza velada o por un astuto uso del chantaje emocional o apelación a su supuesta (y falsa) madurez y, en ella, se volverá a repetir todo el proceso. 

La ropa por tanto se destiende pero no se hace nada más. Si quieres que la doblen y la guarden, es necesario especificar con todo lujo de detalles esa información. «Quitad la ropa tendida, dobladla y guardadla» 

La higiene personal es el territorio perfecto para que la LAPI se muestre en todo su esplendor. Se lavan los dientes pero la pasta de dientes nunca se cierra, se peinan pero jamás se limpian los pelos del lavabo, se duchan pero los botes de champú/gel y demás jamás se cierran y, además, se acumulan los vacíos y los llenos en los bordes de la bañera y ducha hasta que te planteas si están intentando organizar partidas de bolos allí. Se secan pero las toallas jamás vuelven a su lugar de procedencia y la alfombrilla de baño se convierte en un felpudo. Una orgía de LAPI.

«Cerrad la puerta del baño y bajad la tapa del vater»

La LAPI impide que estos dos hechos ocurran en el mismo espacio tiempo. Hay que rendirse a las leyes de la física adolescente. 

«Se ha terminado el papel higiénico» 

El adolescente irá a  buscar un nuevo rollo de papel higiénico al lugar en el que sus progenitores lo guarden y que a él o ella, por las razones que sean, le parece inadecuado. Lo cogerá y lo llevará al baño. Jamás, jamás, jamás lo colocará en su sitio. No se ha avistado, por ahora, a ningún adolescente colocando el rollo. Se sospecha que colocarlo en su soporte te hace avanzar veinte casillas en el tablero de la madurez y te conviertes en adulto de golpe. 

«Hay que barrer»

El verbo barrer en adolescente significa que se pasa el cepillo con bastante desanimo por toda superficie que esté libre de obstáculos y cuando digo libre me refiero a que nunca se barre por debajo de nada, sea ese nada una mesa o un calcetín. Los objetos y muebles se rodean con el cepillo pero jamás se barre debajo de ellos. 

«Guardad la comida que ha sobrado»

La comida se guarda en las fuentes, por supuesto. La posibilidad de pasarla a un táper o recipiente adecuado ni se plantea. Las fuerzas de la LAPI impiden siquiera, plantear esa posibilidad. En caso de que la comida ya estuviera en un táper, nunca se cambia a uno más pequeño. Y, en el caso de que la comida se haya terminado en ese táper, si queda una sombra, una migaja, un leve rastro que permita afirmar que «todavía queda», el táper irá a la nevera con tal de no tener que fregarlo. (Acción ésta que, por supuesto, exigiría una formulación de la orden más elaborada: «Guardad la comida que ha sobrado y si no ha sobrado fregad el táper BIEN».

«Hay que quitar la mesa» 

Platos, vasos, cubiertos, alguna servilleta (nunca todas) y la jarra del agua desaparecerán. El mantel permanece siempre. Por alguna extraña razón, en la mente adolescente el mantel no forma parte del conjunto "mesa" y, por tanto siguiendo los principios de la LAPI, jamás se recoge. 

«Quitad la mesa y, por favor, recoged el mantel»

Al haber incluido el mantel en la frase, éste desaparecerá de la mesa pero será posible seguir su rastro hasta el cajón por el reguero de migas que habrán dejado al recogerlo. Eso sí, doblado no va a estar. 

—Quitad la mesa y, por favor, recoged el mantel sin tirar las migas al suelo y dobladlo.
—No sabemos doblar manteles.

La LAPI es infinita, no merece la pena ponerla a prueba. 

¡Ah! Y sí, es la culpa de que la botella de agua fría de la nevera siempre esté casi vacía es de la LAPI.