miércoles, 15 de abril de 2015

El globo y el olvido


"Había momentos en los que pensaba que hasta podía ser capaz de olvidarla, pero olvidar no es algo que se decide, sino más bien algo que te sucede. Y a mí no me sucedió". 
El Coleccionista, de John Fowles. 


Olvidar algo que quieres borrar de tu memoria es como intentar enamorarte de alguien. Imposible. Ni olvidar ni enamorarte son actos conscientes, nos ocurren o no. La vida sería más fácil si tuviéramos control sobre ellos pero no es así. 

El recuerdo que quieres olvidar es como un globo gigante e inmenso que ocupa un gran espacio en tu cabeza, en tu pensamiento, en tu espacio vital. Tienes una habitación completamente ocupada por ese globo enorme, terso y tirante. Lo primero que tienes que intentar es cerrar la puerta de esa habitación para que el globo no se expanda como una especie de plastilina incontrolada, o la lengua de un glaciar, y avance y ocupe cada vez más espacio. 

Cerrar la puerta no es fácil: el globo no se deja. Presiona hacia fuera y, cuando aprietas por un lado con el hombro, se expande por encima de tu cabeza. Cerrar la puerta y enclaustrar el globo exige un esfuerzo sobrehumano que te deja agotado. 

Una vez que se ha cerrado la puerta, sólo se puede hacer una cosa: dar ese espacio por perdido. Hay que cruzar por el pasillo pegándote a la otra pared, no mirar, no tocar, no acercarse de ninguna de las maneras. 

Hay que dejar pasar el tiempo y confiar en que el globo se vaya desinflando, envejezca y pierda fuelle. Esperar a que el globo del recuerdo se haga más pequeño, a que el olvido haga su trabajo, implica ser paciente. Implica no saber cuándo ocurrirá. No hay plazos y nadie puede dártelos. Cada globo necesita su tiempo y el olvido de cada persona funciona de manera distinta, tiene ritmos diferentes. 

Si para olvidar te dieran un plazo, "en 3 semanas, 3 meses o 3 años", todo sería más fácil. Si olvidar fuera un estado absoluto, una cumbre que una vez alcanzada no se puede bajar, todo sería más fácil. 

Hay que superar la tentación, y la tendrás muchísimo, de acercarte a la puerta de la habitación del globo: "abro un momento, miro y cierro". 

Mal. Nada más encontrar una mínima abertura, el globo del recuerdo se expandirá, saliendo de su espacio de confinamiento y echándote para atrás hasta la casilla de salida. Si le dejas, el globo del recuerdo es como el Sr. Moco de los cazafantasmas, como el blandiblup... expansivo y pegajoso. 

Hay que esperar. Muchísimo tiempo, hasta que casi hayas olvidado que tenías esa habitación, ese espacio. Y entonces, solo entonces, acercarse a la puerta y abrirla muy despacio. 

Entras en la habitación y el globo está en el suelo, sin aire, sin brillo, con polvo y pelusas que lo cubren. Convertido en lo que es realmente. Es el momento de cogerlo con dos dedos, mirarlo y pensar ¿esta mierda es la que me ocupaba tantísimo espacio y me parecía tan maravillosa? Dependiendo del cariño que le tengas, lo seguro que estés de la fortaleza de tu olvido y el Diógenes que sufras, puedes tirar el recuerdo a la basura sabiendo que la sombra del globo se habrá quedado para siempre en el suelo de esa habitación (como las siluetas de los forenses). Tirarlo a la basura o colocarlo en una estantería. Puede que un día vayas por la calle y en cualquier esquina veas uno parecido, y digas: yo tuve un globo como ese. 

Es fundamental no acercarse al globo durante el proceso de olvido. En cuanto te aproximas lo más mínimo, el globo cobra vida, se hace grande asfixiándote o sube hasta el techo de la habitación. Es mejor que te asfixie, aunque no lo creas. Si se escapa hacia arriba puede que tengas la estúpida idea de coger una escalera para alcanzarlo, quitarle el polvo y mirarlo pensando "este globo es inofensivo... no sé por qué pensaba que"... justo antes de que cobre vida, se infle y te golpee haciéndote caer de la escalera, provocándote un dolor insoportable que te obligue a salir a rastras de la habitación para volver a empezar. 

¿Qué puedes hacer para mantenerte ocupado mientras ese globo enorme como Jabba se desinfla? Preocuparte de conseguir recuerdos nuevos, buenos, recuerdos que quieras mantener, insuflarles aire nuevo, jugar con ellos y disfrutarlos. 

Y sobre todo ten una gran paciencia. El olvido es mucho más que un maratón, es un ironman, la carrera más larga de tu vida; y en la que más vas a sufrir. Y no es más fácil la segunda vez, ni la tercera, ni la decimoquinta. 


lunes, 13 de abril de 2015

Birdman: una cosa es una cosa

A thing is a thing, not what is said of that thing.

He visto Birdman, me ha gustado y la recomiendo. 

¿Es una buena película? 

Sí, es una buena película con un buen guión destrozada, en la última parte, por un maravilloso ejemplo de lo que tantas y tantas veces he criticado: la originalidad mal entendida es peligrosísima. 

¿De qué va Birdman?

Es una película sobre actores, sobre teatro, sobre actuar. Sobre la megalomanía, el protagonismo, el vértigo que le produce a cualquier actor caer en el olvido, asomarse a la realidad de un trabajo que te puede llevar a la cumbre y luego dejarte caer sin red. Un trabajo en el que hoy tocas el cielo y mañana simplemente no existes, porque eso es lo que ocurre con los actores. Dejan de existir. 

¿Es un tema original? No. Para nada. En 1950, Billy Wilder en la maravillosa y terrorífica "El crepúsculo de los dioses" contaba exactamente lo mismo. El delirio de una diva del cine mudo que es barrida de la vida del espectáculo por la llegada del sonoro e intenta sobreponerse, trepar otra vez hasta el lugar que considera suyo, fabricándose una película a su medida. 

Eso es Birdman. ¿Es una copia? No. Tampoco es una adaptación. El delirio actoral, los entresijos de la vida tras el escenario, las relaciones personales de los artistas, entre ellos y con su entorno familiar, han sido tema de innumerables películas, unas mejores y otras peores. Y Birdman es una de las buenas... que podría haber sido perfecta. 

¿Qué me ha gustado de Birdman?

Emma Stone. Todos en pie. Aplaudamos. Esa chica es una actriz como la copa de un pino aunque esté un poquito consumida por su metabolismo y pronto no tenga suficiente músculo facial para sostener esos ojos que literalmente se salen de la pantalla. Se come a cualquier otro que actúe con ella.  Además, en cierto momento lleva un ramo de lilas en la mano, lilas. Adoro las lilas. 

Edward Norton. Sé que Norton tiene su público, fans entregadas que le encuentran atractivo y maravilloso. En esta película está espectacular. Es otro que en sus escenas se come a Keaton, mientras que las que tiene con Emma Stone son de enmarcar. Su papel es además fabuloso y tiene las mejores frases de toda la película; con mucha diferencia. Te ríes y piensas con él. Y además dice una cosa maravillosa "You´re anything but invisible", un piropo espectacular. 

Los calzoncillos. Keaton y Norton salen en calzoncillos. Mucho rato. En calzoncillos ridículos, feos, horteras y que les sientan de angustia. ¡Si! Por fin realismo en las películas, tíos con calzoncillos de "regla", de "me pongo estos porque no me va a ver nadie". 

El guión. No todo es frivolidad en mi recomendación de Birdman. Como he dicho antes, la historia es buena y hay partes del guión realmente brillantes. Keaton está espectacular en algunas escenas, particularmente en las que asistimos a su derrumbe, a su yo más cotidiano y real. Las conversaciones con su exmujer ponen los pelos de punta. Como ya he dicho, Norton, Stone y algunos otros actores están fabulosos, y los diálogos son magníficos. 

La sensación que te produce. Birdman es una película para listos. Está llena de guiños que dicen "Eh, pilla esto moderno-cultureta del día" y claro, te alegras cuando pillas el guiño o sabes quien es Raymond Carver. Te sientes listo... y eso mola. 

¿Cual es el problema? La originalidad mal entendida en la que suele caer una y otra vez González Iñárritu. Coge una buena historia, se mira al espejo y dice "voy a hacerlo de manera original". 

Y la caga. Las peores partes de Birdman, aquellas en las que te encuentras completamente fuera de la historia, exactamente igual que le pasa a Keaton cuando se queda atrapado fuera del teatro, son aquellas en las que Iñárritu ha decidido ser original.  

Como esta es una crítica positiva de la película, vamos a darle las gracias al mexicano por enseñarnos lo que no hay que hacer en una película. 

Si has decidido darle una (completamente innecesaria) supuesta trascendencia conceptual a tu película, utilizándola para contar cómo las nuevas tecnologías y el arte se están cargando la interpretación actoral y las buenas historias, no es necesario ser tan endemoniadamente obvio y meter efectos especiales, superhéroes y gente volando. Los espectadores son mucho más listos que eso y sabrán captarlo en el guión. 

Si quieres mostrar en pantalla el delirio de un actor, su sufrimiento vital, su agonía al sentirse un fraude y al mismo tiempo su inmenso ego confía un poco en el guión y en tu actor. No montes numeritos. Aprende de Wilder. Aprende de los clásicos, de la ambientación y la tensión narrativa. 

Y por favor, antes de empezar a rodar una película... tienes que saber cómo acabarla. 

En resumen, "una cosa es una cosa, no lo que se diga de ella" y Birdman es una película sobre actores, sobre el teatro; aunque Iñárritu la disfrace de muñeco diabólico y la destroce. 

Me ha gustado Birdman pero abofetearía a Iñárritu hasta quitarle la tontería que trae originalmente de fábrica. 


Y quiero lilas. 


PS: A Blanco Humano no le ha gustado nada y la despelleja en su blog. Se admiten sugerencias para próximas críticas/recomendaciones.  

viernes, 10 de abril de 2015

La sonrisa de desconocido

En marzo he fracasado de manera estrepitosa. No he conseguido mi propósito mensual, aunque confieso que tenía muy poca fe en lograrlo. Supongo que he puesto menos empeño que en aprender a encender un buen fuego o ser más concienzuda con la puntuación de mis textos. 

El propósito de marzo era mejorar, mejor dicho empezar a tener, la sonrisa de desconocido: un bonito eufemismo que se aplica a sonreír falsamente todo el día, sin motivo y sólo por el supuesto poder mágico de la sonrisa. 

Estoy siendo cínica porque he comprobado empíricamente que la sonrisa de desconocido funciona. Voy con Juan a los sitios, él luce su fabulosa sonrisa de desconocido y mágicamente todo el mundo se fija en él, le hablan primero y le devuelven la sonrisa. Obviamente que mida 1,90, tenga todo el pelo cano y sea mil veces más atractivo que yo también suma... PERO hemos hecho el experimento y cuando no sonríe recibe menos atención. 

Empujada por su consejo "Moli, la sonrisa funciona, es un hecho, una realidad en sí misma y debes hacerlo", decidí intentarlo en marzo. 

No me sale. No sé. No tengo ganas. No me da la gana. Me siento imbécil. 

Lo he intentado a ratos. Con desconocidos, al saludar, entrar en una tienda, o simplemente por la calle. No me sale. Sólo sé sonreír si estoy contenta, si algo me hace reír, me hace feliz, o si la otra persona me cae bien o como recompensa por algo. No sé sonreír para conseguir algo, ni siquiera para salir bien en una foto. 

Hay por la red miles, millones de consejos de tipo buenista que dicen "Sonríe, sé feliz" o "Sonríe y haz el mundo mejor". No me los creo, no me convencen, no me funcionan. Si me siento mal o cabreada, o cansada o triste, o hasta el moño de todo, sonreír no me quita la mala leche, ni la tristeza, ni el cansancio ni hace desaparecer mágicamente mi hartura. 

Para mí, el consejo válido que me ayuda no es "practica tu sonrisa de desconocido", es "hazme sonreír". De hecho, es un consejo que sólo escribirlo me provoca una sonrisa porque automáticamente me acuerdo de los normandos diciéndole a Asterix: "Haznos miedo"

"Haz sonreír" también  me funciona. Si algo de lo que hago hace sonreír a alguien, me pongo contenta, me entusiasmo, me emociono y sonrío con sinceridad. Sonrío con toda la cara, con los ojos brillantes y no sólo enseñando los dientes. 

No consigo que nadie me preste atención como respuesta a mi falsa mueca. Tengo claro cuál es el valor de mi sonrisa mellada y hasta dónde puedo llegar con ella. Sé que usándola en falso no llego a ninguna parte. 

Sé que no haré sonreír con mi mueca, pero también sé que  soy capaz de hacer sonreír con mi mirada, con lo que digo y con lo que escribo.  

Y será entonces, cuando tú sonrías, cuando sacaré mi sonrisa mellada a relucir, la usaré de verdad con alguien, contigo. Entonces, puede que te provoque curiosidad y en algunos casos, lo he comprobado, un extraño deseo por mi diente roto.

Si te sonrío, ten por seguro que es de verdad. 

miércoles, 8 de abril de 2015

Documentales que hay que ver


Esto va de documentales: 

Hay muchísima gente (muy pocos lectores de este blog, todo hay que decirlo) que ante la palabra documental salta para atrás, imagina algo en blanco y negro, con voz en off y aburrido. Otros muchos piensan en animalitos que en un primer momento parecen inofensivos pero luego son fieras que devoran a sus crías... Otros, consideran los documentales un género soporífero, fabuloso para conciliar el sueño. Algunos creen que Iker Jimenez y su programa de patochadas es un documental. 

Los documentales son como las películas de cine, las series de televisión, los libros o la música. Los hay buenísimos y los hay desastrosamente horribles. 

En un documental, como en una película, importa tanto la historia real que quieran contarte como la manera de hacerlo. Importa el qué y el cómo. Mucha gente, incluida la que los hace, creen que si el tema es impactante, macabro, muy muy preocupante o espectacular, la forma da igual. Otros piensan que una forma "original" compensa un argumento intrascendente e idiota: estos se conocen como docu-arte y la mayoría son de una pretenciosidad sin límites, se exhiben en galerías de arte detrás de una cortina negra, o en 20 monitores, y dan ganas de estrangular al supuesto artista. 

Me estoy yendo por las ramas, que es algo que les ocurre a muchos documentales. Empiezan con tirón, divagan, mariposean, pican, pinchan, aburren, se terminan y te quedas con cara de ¿Yyyyy?

Este post va de cuatro documentales que HAY que ver. 

Grey Gardens. Se rodó en el otoño de 1973 y se estrenó en 1976. Jacqueline Kennedy y su hermana Lee contactaron con los hermanos Maysles para que rodaran un documental sobre su vida y su familia. Por supuesto, no contaban con que los Maysles pasaran pronto de ellas y se centraran en su prima y su tía anciana, que vivían en una casa ruinas en East Hampton. 

Los Maysles vieron el filón y convencieron a las susodichas para grabarlas y hacer una película con ellas. El resultado es este documental de hora y media montado a partir de todo el material que rodaron mientras prácticamente vivían con ellas. 

Las dos habitan un mundo irreal, en la casa en ruinas, echándose en cara oportunidades perdidas, recordando los viejos tiempos y con muchos gatos. 

Aparte de los dos personajes y el morbo de su relación con Jacqueline Kennedy, el documental tuvo muchísimo éxito en su momento porque parecía rodado sin intervención del director, como si se hubiera limitado a grabar y mostrar. Era algo novedoso por entonces, e impactante. Ahora, estamos hartos de ver producciones con este tipo de rodaje y sabemos (o por lo menos deberíamos saber) que nada es tan sencillo y que en todos los documentales hay una labor de edición y montaje que es la que crea la historia. Otra edición y otro montaje contarían otra distinta. 

Man on the Wire. En 1974, un francés menudito y con pinta de elfo chiquitín se paseó durante 45 minutos sobre un cable de acero extendido entre las Torres Gemelas de Nueva York. Aunque el paseo puede parecer lo más espectacular, y ciertamente lo es, el documental le dedica poco metraje. Se centra en contar la historia de Philippe Petit, su vida, su obsesión con las Torres, su megalomanía, su afán de protagonismo y la construcción de su personaje. 

El propio Petit, su novia de entonces, varios de sus amigos, y conocidos que reclutó para el plan, van contando cómo era Petit, cómo se gestó el plan y cómo vivieron la aventura. 

Lo mejor de esta historia es justamente eso, el relato de las relaciones entre los protagonistas: la construcción de un sueño y, después, su "explosión".  Aviso que Petit "hace bola". 

Grizzly Man. Este es un auténtico locurón. Es tan impactante, tan alucinante, que las princezaz se lo tragaron entero a pesar de estar en versión original y con subtítulos. Creo que hasta dejaron de respirar mientras literalmente se les salían los ojos de las órbitas viendo a Timothy Treadwell. 

¿De qué va esta historia a mitad de camino entre un documental de animalitos sanguinarios de la 2 y un capítulo de Doctor en Alaska? Pues está también a mitad de camino entre la locura de las primas de Jacqueline Kennedy y la creación del personaje de Petit. 

La figura y la historia de Treadwell está contada por Werner Herzog de manera magistral. Lo que parece una simple crónica de un hecho dramático e impactante, la muerte de Treadwell devorado por uno de sus amados osos, se convierte en la reconstrucción de un personaje que se va mostrando ante la cámara con una multitud de facetas que provocan en el espectador todo tipo de emociones: incredulidad, sonrojo, vergüenza ajena, incomprensión, pena, compasión, simpatía y tristeza. 

La inmensidad del paisaje de Alaska, la supuesta "amorosidad" de los grandes osos grizzlies y las cáusticas observaciones de los que conocieron y trataron a Treadwell, "Algo así tenía que pasar", crean una atmósfera entre tierna y cómica en la que la figura de Treadwell, en un principio un chalado amante de los osos, se va despojando de sus capas hasta mostrar una realidad que te impacta. 

Nota: no hay nada truculento ni sangriento en las imágenes. Es la maestría de Herzog narrando la que crea la tensión y el horror. 

Exit through the gift shop es el último de mis documentales recomendados. Todo el mundo sabe quién es Banksy (y si no lo sabéis, vergüenza debería daros) y ha visto alguno de sus trabajos. Artista callejero, grafitero, pintamonas, pintaparedes, gamberro, puede parecerte lo que sea, pero lo que hace en este documental (¿o es un falso documental?) es una genialidad. 

Volvemos a la técnica de Grey Gardens. Parece que todo es grabado directamente, que la historia es tal y cómo nos la cuentan, que Banksy ha cogido la historia de Thierry Ghetta, un tipo obsesionado con su videocámara y el arte callejero, y nos ha contado su historia, la de ambos: la del artista y la del documentalista aficionado que consigue su confianza. 

Aprendemos de arte callejero: nombres, técnicas, inicios, artistas, peligros, precios, proyección y, cuando confiadamente creemos que ese es el tema del documental, la historia da un giro que literalmente lo vuelve todo del revés. 

Banksy consigue meter al espectador en su mundo, crear tensión, presentar personajes y dejar al espectador boquiabierto y sorprendido. Además, hace una crítica descarnada y brutal de la mercantilización del arte y de los artistas. 

Una maravilla. Un genio. 

De vez en cuando, conviene dejar la ficción de lado, no entontecerse con frivolidades absurdas y ver un documental para aprender, entretenerse, disfrutar, horrorizarse y ser consciente de la cantidad de historias increíbles que hay por el mundo esperando a que alguien quiera y sepa contarlas. 


Espero que os gusten. O arderéis en el infierno de la gente sin criterio que comenta Casados a la primera. 

*Todos están disponibles enteros en You Tube.